En América Latina todos los gobiernos proclaman sus deseos de industrializarse, pero en sus prácticas siguen atrapados en los extractivismos. Eduardo Gudynas
Todos quieren sembrar petróleo pero terminan vendiéndolo
1. Todos quieren sembrar petróleo pero terminan vendiéndolo
En América Latina todos los gobiernos proclaman sus deseos de
industrializarse, pero en sus prácticas siguen atrapados en los
extractivismos
Eduardo Gudynas
Ideas, Página Siete, La Paz, Bolivia, 16 marzo 2014.
Y si el petróleo se agota, intentarán exportar cobre, carbón o soya.
Por lo tanto, es necesario tanto un cambio cultural como uno político.
Las defensas de los extractivismos, como las explotaciones mineras o
petroleras, han estado íntimamente relacionadas con las
concepciones del desarrollo. Es más, en el caso latinoamericano,
parecería que no es posible pensar sobre el desarrollo sin pasar por la
intensa explotación de la naturaleza.
En el siglo XIX, cuando todavía no se usa el concepto de desarrollo tal
como es entendido en la actualidad, y se hablaba de "progreso”,
todos coincidían en que se lo lograría exportando recursos naturales.
Salitre y caucho, o café y cacao, expresan éxitos exportadores de
materias primas que generaban milagros económicos que se
desplomaban al poco tiempo.
No faltaron quienes alertaban sobre la necesidad de utilizar esas
bonanzas exportadoras con fines más duraderos. Un buen ejemplo de
esto se refleja en el eslogan de "sembrar el petróleo”, planteado por
primera vez por el venezolano Arturo Uslar Pietri en la década de
1930. Su idea era simple: las ganancias obtenidas por las
exportaciones petroleras debían financiar una diversificación
2. productiva basada en la industria. La historia nos dice que la
demanda de Uslar Pietri fue muchas veces repetida, pero nunca
cumplida. Venezuela ha caído en fases de petro-crecimiento seguidas
de caídas, tanto económicas como políticas.
En las décadas siguientes del siglo XX, cuando el concepto de
"desarrollo” reemplazó al de "progreso”, comenzó a considerarse que
los sectores primarios, tales como minería o agricultura, expresaban
un estado atrasado o inicial. Se entendía que la dependencia en
exportar materias primas era una de las causas del atraso social y
económico. Otavio Ianni, un lúcido intelectual brasileño, señaló esa
particularidad en 1991 en su excelente análisis sobre los populismos
latinoamericanos.
En aquellos tiempos, los sectores que podríamos llamar de
"izquierda” no celebraban que una nación fuese exportadora de
commodities. Por el contrario, se "creía que un país exportador de
materias primas e importador de manufacturas no está emancipado
económicamente; no posee autonomía de decisiones sobre sus
problemas económicos básicos”, agregaba Ianni. La industria, la
tecnificación agrícola, la proletarización de las condiciones de trabajo
y procesos similares eran vistos como expresión de la modernización
deseada.
Surge entonces una equivalencia entre industrialización y
emancipación que alimentó la idea de un capitalismo nacional propio.
Se buscaba romper con un ordenamiento económico liberal y para
ello se defendía el protagonismo del Estado, tanto en las decisiones y
regulaciones, sino también como empresario.
Bajo ese tipo de sensibilidades se lanzaron, en distintos países,
intentos de industrialización, donde los extractivismos quedaban en
un segundo plano. Esos esfuerzos en unos casos fueron más
democráticos que en otros, a veces lograron crear el núcleo de
industrias nacionales y en otras ocasiones fueron más limitados. Esos
ímpetus se encontrarán, por ejemplo, en Getulio Vargas en Brasil
(desde 1930), Lázaro Cárdenas en México (desde 1934), Juan D.
Perón en Argentina (1945), hasta cierto punto con los programas del
APRA peruano Perú o de la revolución del MNR en Bolivia en los años
50.
Muchos en la izquierda de aquellos años reclamaban abandonar esa
dependencia en las materias primas, forzar la industrialización
mediante la sustitución de importaciones, y comenzaron a explorar
opciones de integración continental. Se defendía la nacionalización de
los recursos naturales y el papel de un Estado empresario,
entendiendo que esa ampliación estatal, al sumar nuevos sectores
sociales, generaba un camino estatista hacia el socialismo. Hoy
3. sabemos que en aquellos años esa izquierda no visibilizaba límites
ecológicos a este programa y de hecho, cuando las advertencias
ambientales surgieron en la década de 1970, las interpretaron como
obstáculos imperialistas o burgueses a esa expansión estatista del
desarrollo.
Lo sorprendente es que este mismo tipo de debate sigue presente
hasta nuestros días. Hoy se suman nuevos ingredientes, como el
papel de la financiarización internacional o las condicionalidades
comerciales de la globalización. Pero más allá de eso, persiste la
misma tensión entre exportar materias primas o industrializarse.
Actualmente, todos los gobiernos, cada uno a su manera, por
izquierda como por derecha, proclaman la importancia de la
industrialización. La asocian a nuevas cuestiones, como la
competitividad global, la conectividad o la innovación. Hasta repiten
eslogan similares al viejo "sembrar el petróleo” de inicios del siglo
pasado.
Los gobiernos conservadores construyen su consenso sobre una
industrialización soñada, basada en inversiones privadas y librada al
mercado global, y por lo tanto inspirada en las maquilas mexicanas.
Los gobiernos progresistas, con diferentes tonos, también prometen
la industrialización, apelando al Estado, usando esquemas de
financiamiento público como en Brasil, o apoyando a empresas
nacionales o recuperadas en manos de los trabajadores.
A pesar de este consenso con la industrialización, en las prácticas
concretas sigue prevaleciendo la exportación de materias primas. Por
ejemplo, la participación de ellas en las exportaciones totales pasó
del 75,2% en el año 2000, a 97,4% en la Comunidad Andina. Ese
estilo de desarrollo se ha vuelto tan resistente a los cambios, que
incluso en un país como Brasil, bajo la administración de Lula da
Silva, la industria retrocedió frente a la minería y agroexportadores
(las materias primas subieron del 48% al 66% durante su
presidencia).
Ya no estamos frente a una cuestión política, propia de disputas
ideológicas entre corrientes partidarias. Nos encontramos con ideas
todavía más profundamente arraigadas, que son previas a esas
opciones por un partido o por otro, o por el gusto o disgusto con los
candidatos a presidentes. El drama es que casi todos quieren
"sembrar el petróleo”, pero terminan vendiéndolo. Y si el petróleo se
agota, intentarán exportar cobre, carbón o soya. Por lo tanto, es
necesario tanto un cambio cultural como uno político.
URL http://www.paginasiete.bo/2014/3/16/todos-quieren-sembrar-
petroleo-pero-terminan-vendiendolo-16230.html