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ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
Literatura, Arte y Realidad
Edición Digital N°9 Agosto 2011
L
looooo
Héroes, antihéroes& superhéroesll
EmilioSerey
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ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
Sumario
Agosto 2011
Primera B
Braulio Arenas
Discurso del Gran Poder
Por Sergio Sarmiento
Página
4
Primera B
Palabras y mendicidad
El oficio de la escritura en Enrique Lihn
Por Mauricio Rojas
Página
19
Poesía
chilena
actual
Polvos rosados
Por Markos Quisbert
Página
28
Narrativa
chilena
actual
La pedagogía del vacío
Por Mauricio Rojas
Página
30
Narrativa
chilena
actual
Crónica Insomne
Por Iñaki Barasorda
Página
34
Narrativa
chilena
actual
Zigzagueando
Por Francisco Quiroz
Página
37
Narrativa
chilena
actual
Vodka
Por Sergio Sarmiento
Página
39
Narrativa
chilena
actual
Ley de gravedad
Por Sergio Sarmiento
Página
45
Opiniones
y disparos
Escribir como utopía
Por José Abelardo Encina
Página
50
Opiniones
y disparos
Leandro Hernández: Umo sin hache
Por Francisco Quiroz
Página
53
Opiniones
y disparos
La librería de Babel
Por Maximiliano Díaz Santelices
Página
57
Imprecaciones Reinserción social
Por Rainier Alda
Página
60
Fotografía Retratos
Por Emilio Serey
Página
62
Fotografía Mensajes estudiantiles
Por Sparky
Página
67
3
ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
Revista ESPERPENTIA
Literatura, Arte y Realidad
Fundada el año 2000
Dirección y Edición
Sergio Sarmiento M.
Diagramación
Sparky
Colaboraron
en este número
Maximiliano Díaz Santelices
Emilio Serey
Mauricio Rojas
Marcos Quisbert
Iñaki Barasorda
Francisco Quiroz
Lugar de origen
Batuco, Santiago, Chile
Periodicidad
100% irregular
Correo electrónico
esperpentia@yahoo.com
Los artículos que contiene la
presente edición se publicaron
originalmente en el sitio web:
www.esperpentia.cl
Edición Digital N°9
Agosto 2011
PERMITIDA
SU REPRODUCCIÓN
CITANDO LA FUENTE
4
ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
ll
Primera B
Braulio Arenas
Discurso del Gran Poder
l
Por Sergio Sarmiento
Publicado por primera vez en 1952 por Ediciones Le Grabuge, “Discurso del Gran
Poder” asoma como uno de los textos de mayor peso escritos por el extinto Brau-
lio Arenas (1913-1988), autor que junto a los poetas Enrique Gómez Correa, Teo-
filo Cid y Jorge Cáceres, diera vida, en 1938, al grupo La Mandrágora, una espe-
cie de sucursal chilena –no sé si “a la chilena”– del surrealismo francés. Este
movimiento con vinculaciones huidobrianas, lenguaje parisiense y raíces en la
sureña ciudad de Talca, tuvo su momento máximo –desde el punto de vista de la
trivia literaria– cuando sus jóvenes integrantes interrumpieron, dos años después
de su formación grupal, un acto en el salón de honor de la Universidad de Chile
donde participaba Pablo Neruda, rompiendo el discurso del futuro premio Nobel,
nuestro premio Nobel como dirían los periodistas lentos de la tele, que en ese
tiempo ya había publicado “Residencia en la Tierra”.
Se dice que quien hizo pedazos el discurso de Neruda fue Arenas. Y que salió
indemne. Sin siquiera un combo, como ocurrió con sus compañeros de la
Mandrágora. Pero eso es anécdota. Los que nos importa es dar a conocer una de
las tantas obras relevantes –y ampliamente olvidadas– de la poesía chilena. Una
obra cuya arquitectura mezcla dos elementos que, a primera vista, parecen irre-
conciliables: el folclore y las vanguardias. Folclore, pues para componer “Discurso
del Gran Poder” Arenas recurre a la técnica de “Las doce palabras redobladas”,
una tradición popular chilena con raigambre europea. Vanguardias, porque el
autor usa un lenguaje de origen surrealista para crear los versos.
Las doce palabras redobladas es una técnica que desarrolla doce cuerpos textua-
les. Se parte creando un verso, que es el primer cuerpo textual. Luego este verso
se une a un segundo verso, creando el segundo cuerpo textual. A estos dos ver-
sos se les antepone un tercer verso, creando el tercer cuerpo textual. Y así, suce-
sivamente, hasta completar un texto de doce versos. A manera de ejemplo, en
http://leyendas-chile.webnode.es encontramos doce palabras redobladas informa-
das por María Isabel Salas Barrera, de la Isla de Yaquil (Santa Cruz, Colchagua),
que se usan –señala– para engañar al diablo tras venderle el alma. El primer
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ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
ll
verso es el siguiente: La Una es Una, la Virgen Pura. A este se le une un segundo
verso, obteniendo el segundo texto: Las Dos son dos, las Dos tablas de la Ley /
La Una es Una, la Virgen Pura. El tercer texto: Las Tres son tres, las Tres Mar-
ías / Las Dos son dos, las Dos tablas de la Ley / La Una es Una, la Virgen Pura.
Se sigue así hasta completar un texto de doce versos:
Las Doce son doce, los Doce Apóstoles.
Las Once son once, las Once mil Vírgenes.
Las Diez son diez, los Diez Mandamientos.
Las Nueve son nueve, los Nueve meses
Las Ocho son ocho, los Ocho Planetas
Las Siete son siete, los Siete Sacramentos.
Las Seis son seis, las seis Candelas.
Las Cinco son cinco, las Cinco Llagas.
La Cuatro son cuatro, los cuatro Evangelistas.
Las Tres son tres, las Tres Marías.
Las Dos son dos, las Dos tablas de la Ley,
La Una es Una, la Virgen Pura
Siguiendo este esquema, aunque dándose todas las licencias que la poesía vanguardista
puede otorgar, Braulio Arenas construyó su “Discurso del Gran Poder”, obra en la cual el
escritor mandragórico desarrolla un texto luminoso y apasionado. La estructura del poema,
que se basa en la repetición, es una especie de laberinto o país de las maravillas, territorio
lleno de espejos donde los versos se van distorsionando y generando nuevos significados
constantemente. En esta concatenación de espejos que viven unos de otros, en cuyo cielo
pasa una teoría de mujeres, Braulio Arenas escribe el mensaje del amor, el gran poder.
Este amor va dirigido a la mujer. La mujer es la razón de ser, / la piel, la idea, escribe el
poeta. Y mediante este amor es posible fundir en uno los opuestos: el espejo y la realidad,
el sueño y la vigilia, el espíritu y la carne, lo subjetivo y lo racional. Como escribe Arenas:
el amor es la alta y la baja marea simultánea, el amor es un sentimiento que permite su-
perar la dualidad. Y darle dirección a la existencia: Mujer, mujer, / bella como la llama, /
esta es la flor para emprender jardines, / este el amor para emprender la vida, / este el
espejo para emprender el viaje.
El lenguaje de la obra, por su parte, sigue manteniendo el origen surrealista de su produc-
ción anterior, pero hay una evolución: ya no intenta ser un clon del autor de Nadja, ya no
sigue totalmente la moda del momento, logrando generar un discurso honesto, discurso
que si bien presenta reminiscencias del lenguaje afrancesado propio de los copiones de
Bretón y Cia., tiene una intención propia, tiene actitud. A propósito del tema, en uno de los
artículos publicados en "El circo en llamas", Enrique Lihn señala que este asunto fue un
lastre constante para el autor mandragórico, a quien no le gustaba estar encasillado en el
grupo surreal. Le habría dicho, incluso, que sus poemas surrealistas eran copias hechas
en malos papeles de calco. En “Discurso del Gran Poder”, en todo caso, se puede apreciar
que el autor deja de lado buena parte del papel calco que usó en sus primeras publicacio-
nes, como “El mundo y su doble” o “La mujer mnemotécnica”. O que aprendió a usarlo sin
que se notase tanto el original, adentrándose en sus propias obsesiones, en su propia
humanidad, en la simpleza.
El amor pesa tanto como la memoria que desaloja, indica uno de los versos de la obra
realizada con la técnica de las doce palabras redobladas, verso que compartimos plena-
mente. Y que se eleva sobre la otra trivia del autor. Aquella que nadie quisiera recordar.
Aquella que habla de su adhesión –en la última etapa de su vida– a la dictadura militar.
Época en la cual Braulio Arenas se volvió fascista como Pound o como Borges, llegando
incluso a escribir un himno para el régimen de Augusto. Época en la que obtuvo el Premio
Nacional de Literatura (1984) a cambio, se dice, del himno y su silencio ante el horror.
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ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
ll
Braulio Arenas
Discurso del Gran Poder
I
La lámpara
enloquecida por el texto de la luz,
habla del alba cristalizada;
ella fermenta el amor,
el ojo de su espejo;
el mismo amor no sabría hablar de sus mujeres con un menor número de besos,
yo no sabría decir mi porvenir con un menor número de astros entrecortados,
cuando tú vienes, numerosa, para crear la unidad de mi misterio.
II
El amor pesa tanto como el sueño que desaloja:
esa puerta batiente es la alta y la baja marea,
es, además, la moneda de oro que vegeta en el bosque;
una noche,
una única noche nos confiere el sentido del sí
y el contrasentido del no de esa moneda;
dos sombras contradictorias hacen del amor la llama más espléndida
y establecen, para siempre, el principio de oro del amor.
La lámpara,
a quien el texto de la sombra ha roto en mil fragmentos de alba,
deja escapar la alquimia de las voces,
y a un decir de años-sombra
nosotros respondemos con un millón de años-mujeres:
cada mujer es voz para la alquimia.
III
El espejo,
sus olas minuciosas,
entrega de nosotros a la vida esa parte de alta y baja marea simultánea;
con gran poder atravesamos su pecho ardiente,
más exigente que la noche caprichosa,
y salimos a lo que ambiguamente llaman vida
atraídos por el reflejo de un centellear de plumas,
mientras a nuestra espalda el e s p e j o borra minuciosamente sus imágenes
y nosotros,
inermes,
no encontramos la entrada,
nosotros que encontramos la salida
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ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
La lámpara tiene sus auroras contadas;
su luz ha llegado hasta su hueso puro,
hasta su espectro solar ávido del lujo que rezonga en la noche;
la lámpara se ha cortado las venas por amor
para saber, por fin, qué cosa es la tiniebla.
El amor pesa tanto como la realidad que desaloja:
esa puerta batiente se abre al interior,
se cierra al exterior;
exterioriza un espectro,
interioriza un mundo;
esa puerta batiente semejante a una selva
¡y basta sólo un árbol para disolver su misterio!,
el fénix del amor echa al aire sus cenizas.
IV
Todo el océano será para nosotros, exclamamos;
y tú, más bella que las palabras de inteligencia que intercambia tu frente con la
estrella,
para expresar la nostalgia,
la memoria,
el placer,
tú, con un gesto infantil de encanto mágico,
te volviste hacia la noche para decir la última palabra.
La lámpara migratoria
mira con horror sus luces sedentarias,
ella ya nada espera de la noche,
ella hizo del alba su migaja de pájaro;
un pájaro fermenta su mirada,
su placer,
su memoria,
su nostalgia,
su alba desgarrada,
su ventisquero ardiente.
El amor pesa tanto como el amor que desaloja:
esa puerta batiente da el océano a la noche que sale,
da el océano al día que entra;
océano
(noche y día),
océano con un número mágico en tu costado,
y que al decirlo es una contraseña
para entrar o salir por esa puerta de oro
hacia la edad de oro;
mujer mía,
en tus ojos la edad de oro vuelve a mirar al mundo.
El espejo es espejo en cuanto mundo,
así como el mundo es mundo en cuanto espejo;
mundo,
espejo sangrante,
yo te miro a través de tus guerras irrisorias,
de la miseria absurda,
de tus ciudades destruidas;
entra en tus dos mitades,
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ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
VI
Mujer, mujer,
bella como la llama,
esta es la flor para emprender jardines,
este el amor para emprender la vida,
este el espejo para emprender el viaje.
La lámpara,
a quien el texto de la luz ha hecho comprender el texto de la tiniebla,
habla del alba a las miradas parásitas de la noche;
ella habla a las cenizas del fuego que no vieron;
mujeres hablan del amor a ciencia cierta,
en sus diez dedos, para ayudar a vivir a diez relámpagos.
El amor pesa tanto como el relámpago que desaloja:
un instante más
y todos los hombres sabrán de la noche su contenido de hada,
derrocharán la muerte,
ella no será el contrato de la vida,
sus dos senos me otorgan el derecho de creer,
de soñar y de amar,
yo seré el hombre de uno y todos los días,
tú has establecido, de una vez para siempre, el principio de oro del placer.
Espejo ardiente, tu eternidad será la mía;
reducida a cenizas, el alba se posará en las rocas para cantar su nacimiento;
la noche tan simple,
en vano la realidad tratará de intoxicarla;
tan pura,
ella se dará a la pureza,
ella nos dará el alba a manos llenas.
Todo el océano será de la pureza, declaramos,
y juntos establecimos el pacto de la aurora;
todo estaba en suspenso,
el mar ardía,
vivo estaba el placer, placer ardiente.
Todo se había dicho:
todo lo que en el amor afirmaremos la identidad de sus contrarios,
todo lo que en la vida dejaremos por la sombra,
todo lo que en la noche aguardaremos de infancia intacta, de ciencia verdadera,
todo lo que en la aurora repetirá el fulgor del hacha frente al decapitado,
todo lo que en el océano se pagará bien por mal al anillo de Polícrates,
todo lo que en el bosque encontraremos de hojas en llanto al paso del carruaje,
todo lo que en la lámpara quemaremos:
vivo el placer, placer ardiente.
VII
Cada gota de agua lleva en sí su desierto,
cada mujer en sí mi sed, mi última noche.
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ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
una será la vida,
uno el amor,
uno el espejo;
entra en tus dos mitades;
una capa de armiño para sus pies desnudos.
V
Todo se había dicho:
todo lo que en el amor seremos,
todo lo que en la vida viviremos,
todo lo que en la noche soñaremos,
todo lo que en la aurora moriremos,
todo lo que en el océano nadaremos,
todo lo que en el bosque encontraremos,
todo lo que en la lámpara veremos,
todo yacía mudo frente a nuestro amor.
Lámpara batiente,
lámpara todo o nada de la materia;
ella hace de todas las lenguas del fuego una sola lengua,
un solo pensamiento de todas las miradas,
la nieve le da su corola;
el sol, su abeja;
todas las lenguas descienden a su silencio para decirle amor;
océano mío,
acerca también a ella el vaho de tu rostro,
tu ola numerosa,
tu espectro solar candente:
¡placer, placer, qué has hecho de nosotros!
El amor pesa tanto como el espectro solar que desaloja:
esa puerta batiente prescinde de la fumarola de la idea,
sus goznes giran al par de las visiones;
una noche,
una única noche nos confiere el sentido del sí,
y el contrasentido del no de la videncia;
todas las noches,
y creemos que cada una de ellas será el punto de partida para el día:
¡placer, placer, qué has hecho de nosotros!
Espejo desvestido en son de vida,
un pájaro de azogue se nutre de tus imágenes;
él ha rehusado los harapos de la selva,
ha rehuido el lazo de oro de la costumbre;
este pájaro gira sobre sus goznes,
y abre de par en par al pensamiento la prisión del oro;
océano mío, haz estallar tu frente,
haz brotar la identidad de tus contrarios:
¡placer, placer, qué has hecho de nosotros!
Todo el océano será para nosotros, repetimos;
y tú, más bella que el grito de sorpresa que lanza la reina del espejo
al blandir su dedo herido contra el tiempo,
tú, con tu dedo, hiciste un rasgo de orden mágico
volviendo la palma de tu mano hacia la noche
para decir la última palabra.
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ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
Brisa de luz,
golpea la puerta de la lámpara,
oscurece sus sienes,
haz astillas sus huesos,
aorta rota, caos, y atormentada;
el buen tiempo ha llegado de hacer de un misterio dos respuestas,
a pregunta de amor,
respuesta de vidente.
El amor vidente pesa tanto como la pareja vidente que desaloja:
el amor, asido al flanco de la tierra, por piedad;
mujeres dejan el mar como olas,
dejan la vida por la estela del amor,
por el relámpago;
se levantan en son de aurora,
son ya la aurora;
por el cielo pasa
una teoría de mujeres.
Espejo en llanto,
catóptrica gaviota,
sólo a expensas del mar que es su alimento vive;
la mujer es la razón de ser,
la piel, la idea;
y en su interior de mar el amor es la alta y la baja marea simultánea:
razón de amor, tu locura rueda como un dado.
Todo el amor será para nosotros, afirmamos:
la gaviota, atraída por un espejo de presa,
muda arrojaba al mar su corona de reina;
pronto el mar fue un color, el árbol, otro;
color el mundo, la ventana, la noche;
color la mesa, la nieve, la saeta:
y tú, al llegar, diste la forma.
Todo se había dicho:
todo el amor salido de su órbita,
toda la vida exigiendo su derecho,
toda la noche echando chispas por su rostro,
toda la aurora mostrando su puño al perecer,
todo el océano delirante al borrar minuciosamente sus pisadas,
todo el bosque misántropo,
toda la lámpara,
nada más que la lámpara:
amada, amada.
Amada, amada:
esta es la flor para emprender jardines,
este el amor para emprender la vida,
este el espejo para emprender el viaje,
este mi amor para emprender tu amor.
VIII
Acógenos espejo;
tienes el deber de verificar nuestra imagen reunida,
de hacer que la mano de terror que extiendo en las tinieblas
11
ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
encuentre un muro de piedad para decir mi nombre;
tienes el deber de hacerte lecho de torrente,
para que ella y yo verifiquemos nuestra imagen,
la imagen del amor.
La lámpara,
su vocabulario de amor iba cuajándose en astros entrecortados;
y el resplandor mágico de tu cabellera ornaba al mundo de castillos de tránsito;
tú atravesabas la noche, como se raya con tiza el pizarrón,
atesorando en tu corpiño
la experiencia de la esponja de mar que exprime la memoria.
El amor pesa tanto como la memoria que desaloja;
él, abre, por fin, la puerta del sueño y la vigilia
(el amor, como el sol, siempre es mediodía),
y después de un misterio,
siempre el amor puede disolver otro misterio;
puede ofrecer su norte,
su arteria a los hachazos;
amor, amor,
mi mediodía permanente.
Espejo,
un no sé qué de amor daba a esa mujer un resplandor de espejo
que hadas hicieron brotar al pie del lecho;
la noche, asida al flanco de las olas
gritaba a los astros su ronco desafío;
el sueño dejaba sus huellas en la playa,
y una mujer formaron las olas de la noche;
la tierra
(noche y día)
va a contemplar su imagen en este espejo múltiple;
a mayor luz, mayor obscuridad;
a mayor dolor, mayor amor, mayores olas;
tierra con su dilema de aves del paraíso,
con su dilema de selva sensible a la menor de sus hojas,
con su dilema de amor en el pecho calcinado;
océano que tornas única la mirada de todas las olas del amor,
en tu último náufrago la vida sostiene su razón;
manos se estrechan, el eco se adelanta,
y apenas la palabra poesía es pronunciada
la palabra amor es respondida;
la realidad ha dicho su palabra
y el amor la suya
y las estrellas la han esparcido en ondas:
la vida se abre en mujer que nace a cada instante.
Todo el océano será para nosotros, confirmamos;
el día y la noche debatían en él su sábana nupcial,
y eran tinieblas y luces las que circundaban a esta criatura;
ella susurró de Nínive la noche,
sus pies desnudos y su cuerpo blanco susurraron la noche,
esta ave de Nínive había cumplido en sí el circuito de la sangre de su clan,
y, al decir buenas noches,
ella era la primera noche que el amor daba a la tierra.
Toda la noche estaba dicha en esa noche,
dicho el amor, dicho este discurso;
12
ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
a pregunta de amor,
respuesta de poesía.
Hada de pies desnudos,
esta es la flor magnética para el jardín magnético,
este el amor maravilloso para la vida maravillosa,
este el espejo ustorio para la nave ardiente,
este mi amor para emprender tu amor.
Cada gota de agua lleva en si su desierto,
cada mujer en sí mi amor, mi última noche,
¡placer, placer qué has hecho de nosotros!
IX
La gaviota de la constelación del espejo
visita al espejo de la constelación de la gaviota;
hada de pies desnudos,
el mar salió a buscarte y te hizo tierra,
el fuego te hizo su fénix misteriosa,
la nube te concedió el atributo de su espacio,
el castillo te hizo su ventana predilecta,
la selva te dio su idea,
el caracol marino su rumor;
como el mercurio mágico, tu cuerpo se derramaba en son de aurora.
La lámpara de mercurio diariamente descendía a un lago de mercurio,
hablaba de las cenizas,
del alba cristalizada por un pájaro;
ella fermentaba el amor,
el ojo de su espectro de mercurio;
el mismo mar no sabría hablar de sus gaviotas con un menor número de plumas,
la misma nieve no sabría describir París con un menor número de ventanas en
fuego,
en contra del ciclo, tú eras el paraíso;
y en contra del oficio de tinieblas,
tu oficio era de luces.
La luz del amor pesa tanto como la sombra de la realidad proyectada en el sueño:
y ella sabía dormir como los gnomos saben extraer el oro subterráneo,
y sabía nadar como el pedernal sabe extraer sus chispas,
y sabía llevar en su beso esa palabra poesía para la cual las otras palabras son
sus labios.
Como un espejo que echara raíces en el cielo,
el pájaro de púrpura, menos denso que el aire,
se posaba en el espejo más denso que la selva;
hadas, en son de aurora,
brotaron en el sueño más denso que la vida.
Todo el océano,
el océano cuyo privilegio está inscrito en las huellas que los pies de esta joven
dejaron en la arena,
hace tan poco, de su cabellera,
de sus senos perennes,
del carruaje que transportaba a gritos el vidrio de su cuerpo,
en vista de la luz que hacía inclinar la balanza a su favor,
13
ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
tan sólo al dar las buenas noches al viajero,
al informarnos del pájaro quetzal que constituye la corteza del fuego,
al dejar escapar el secreto de las rosas que han vivido
en sí toda la experiencia de la juventud:
todo el océano será para nosotros, exclamamos.
Nada se había dicho,
nada que no lo supiera la lámpara tornasol,
y a la cual recurríamos,
para saber lo que el amor diría a nuestros cuerpos,
lo que la vida daría a nuestros besos,
lo que la aurora nos mostraría al perecer,
lo que el océano nos permitiría descubrir,
lo que el bosque tendría de encantado,
lo que la lámpara de amor, a semejanza tuya, mostraría
a la semejanza del amor.
Tu cuerpo orientado hacia la constelación de la gaviota,
por el campo de fuego que surcaba, duplicaba la vida;
tu cuerpo hacía doble el mundo al anexarle algunas olas de tu frente,
hacía doble la estrella doble al soplar las brasas del porvenir radiante,
hacía doble el bosque,
doble la primavera,
bifronte el placer,
bifronte la alborada;
como el agua termal tu cuerpo brotaba de la tierra,
tu cuerpo tomaba las plumas de la fénix
y emprendía el vuelo hacia todas las fogatas.
Cada vidrio de la ventana lleva en sí la memoria de la piedra que un día lo hizo
añicos;
la capital, la memoria del río junto al cual se detuvo a beber;
la nube, la memoria del traje desagarrado y su terror de oír tocar las doce de la
noche;
cada mujer, la muchedumbre de mi amor,
como una cabellera.
El espejo lleva en sí la memoria de nuestra imagen conferida,
él verificó la caída en el sueño,
él nos mostró la cicatriz imborrable de la juventud;
yo extiendo en la tiniebla mi mano, a la cual la piedad dio el nombre,
y encuentro un muro de terror, al cual el amor dio una puerta de salida;
espejo con tórax de vida caudalosa,
por ti se escurre la noche
como una cabellera.
X
Tu cuerpo es mi alma,
en cuerpo y alma;
tu cuerpo de alfombra mágica
vuela hacia el alma mía.
Lámpara,
piedra de toque del deseo,
gaviota oftálmica que mi océano reconoces,
cuando él borra los tatuajes de un lobo de colores,
14
ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
y giras esa ráfaga de luz,
de ciervo volante, en tus manos de cielo,
esa flor de mercurio mágico que se propaga en éxtasis;
su vértigo,
su corona,
su alfombra de dormido,
amor, amor,
¡tú eres mi libertad!
Cada gota de agua lleva en sí su desierto,
cada mujer en sí mi amor, todo mi amor;
imagen innombrable, aun desprendida de tu espejo virtual respondes al placer,
en la concatenación de espejos que viven unos de otros;
como noche el amor atraviesa un río de seres, por decirlo así,
y trepa como un helecho de aves por mi persona,
siempre que tú, mi amada,
seas mi propio pensamiento,
mi propia cima,
mi propio ventisquero,
mi propia pureza,
la cascada, el desierto.
Espejo,
escribe en tu papel
y muéstralo a la vida,
escribe el nombre mágico que conciliará amor y vida de una vez para siempre,
nombre mágico para guiar mi realidad que soy a la videncia,
donde una mujer prolonga todo mundo.
La gaviota de la constelación del espejo,
su ala de imán libre concentra el norte en la mirada de tus ojos,
y ellos cantan a torrentes;
tus ojos, donde un millar de antorchas combaten entre sí,
cantan la tierra cetrera del placer,
la tierra respirante;
tus ojos, en los cuales una idea de luz atrae a una idea de lámpara:
tu cuerpo nictálope en la noche del amor.
XI
Ventana bella como el descubrimiento de América
y la invención del microscopio:
las naranjas de oro paladean el misterio del jardín,
del jardín no más grande que la palma de tus ojos,
donde trazó el destino del amor su línea de tiza lúcida,
las naranjas de oro que alucinan al dormido.
La lámpara que ofreces en gajos a la noche
ríe con tus mismas palabras,
su pulmón de luz respira a la medida de mi sombra,
ella conoce su fuerza,
su debilidad
y, por lo tanto,
puede hablar del amor con sus mismas palabras;
y si ella conoce su fuerza y su debilidad
es por su belleza.
15
ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
cuando, océano, me examinas expuesto a la sed de ese recién que soy,
mar en el mar y frente en el delirio,
cuando los círculos mágicos se retuercen,
como en una catástrofe ferroviaria;
ven, lámpara, y escucha
a la mujer que en un iceberg se desliza
por las calles de una ciudad, cuyos astrólogos habían anunciado su venida,
a la mujer que distribuye con equidad los espejos de la elegancia a los seres del amor,
en la extraña noche de los gritos en harapos,
el sueño la hace creer,
la noche le hace sentirse en una patria única,
la selva le da su color enardecido,
al mismo tiempo que ella
(para indicar el día)
hace volar sus senos como el azúcar granulada.
El grito del amor pesa tanto como el grito del azufre que desaloja:
el grito que anuncia la conjunción feliz de delirio y pureza;
tus cabellos son los bienes públicos de la noche,
son las raíces de la memoria,
la fecha de oro del día del encuentro;
noche, concédeme tu noche,
así como ella te concedió su día;
en cuerpo y alma este consorcio de amor le dará al mundo su razón de existir:
amor, tú pesas tanto como el error que desalojas.
Para el espejo, había susurrado ella,
para el amor;
ella quería para el amor la consistencia del espejo
sobre el cual se apoya la realidad con toda su violencia,
sin destruirlo;
toda la fuerza del azogue repetida contra un mundo en harapos,
en ese mundo el amor tiene el sentido de la noche para encontrar su día,
y tu cuerpo se inscribe en ese mundo como un monograma de amor indestructible,
en ese monograma cada pareja reconocerá su signo.
Todo el océano reconocerá en el cegador semblante de la pureza
un aire familiar, su signo verdadero:
semblante fascinado al cual un mundo fascinado califica.
Todo se había dicho:
todo lo que el amor contendrá de palabras en el diccionario,
todo lo que la vida romperá en la mordaza
todo lo que la aurora resumirá en el halcón de su cerebro,
todo lo que la noche llevará a su guarida de loba centenaria,
todo lo que el océano entregará en la perla de su ostra,
todo lo que el bosque repetirá en la caoba del ropero,
todo lo que la lámpara disfrutará en la noche del condenado a muerte:
toda la flecha a la escala de la luz.
Amada,
con un alrededor de espejos intocables,
tú multiplicas de soles el mediodía,
y por ti tierra y mar cambian recíprocamente su pureza;
tú haces la vía láctea a la escala de tus senos,
y rayas el cielo con la uña febril de tu mirada;
enumeras las noches de acuerdo a los sentidos,
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El amor imponderable pesa tanto como el azogue imponderable que desaloja:
esa balanza ha roto la convención de pesas y medidas del error,
su sueño es un rumor como si se entrechocara de copas en su frente,
el amor es el cristal
de un festín maravilloso.
El espejo vampiro va a posarse en el sueño,
el pensamiento va a recorrer las calles.
Va a recorrer el océano cuajado todo de pastoras dormidas,
él océano de la noche de sus proyectos misteriosos,
donde una lámpara apaga las lámparas de aullido,
igual a una persona formada por mil seres,
en la encantación de un gran castillo subterráneo,
y esta persona transita por los docks donde se apilan platos de comida,
y un vaho de placer hace cristalizar los rostros de las mujeres a quienes un mar
fascina,
contra una realidad que hace del océano su piedra de toque,
su ancla degollada.
Todo se había dicho:
el amor buscaba en el delirio su razón de girar,
su espectro de cristal se mimetizaba en la isla de cristal,
y la noche escuchaba vivir un corazón vidente en libre tránsito,
y es obvio añadir que ese corazón formaba la aurora desunida ya de todo sol,
cuando el bosque refleja su armadura en otros bosques invisibles,
y cuando por su color sabemos el color de la lámpara,
de esa lámpara que es uña y carne con la noche.
Amada,
mi viajera,
las lámparas resurgen
para dar paso a larvas de luz fermentadas en vísceras de hadas,
sin morir, cuando están a tiro de fusil de la piedad,
de la piedad que va del océano del día
al océano de la noche,
para tornarlo azul.
Cada gota de agua lleva en sí el germen de una mirada de mujer que estalla en
primavera:
todo desierto será fértil,
la soledad, el fuego, serán fértiles,
la noche saldrá al día sin temor a su luz,
y el día entrará en la noche por todas sus estrellas;
el todo de tu ser das a la nada mía,
dejas la nieve de sus papeles rotos con tu boca de beso,
desciendes la eternidad a besos,
remontas el sueño con la academia de la ondina,
y en mi amor subsiste como el cíngulo al libro;
el amor mira al mar:
este es mi lecho, dice,
esta es mi tribuna.
El espejo salía a esperar a sus viajeros,
el espejo, sus olas minuciosas,
entrega de nosotros a la vida esa parte de alta y baja marea simultánea,
con gran poder atravesamos su pecho ardiente, más exigente que la noche caprichosa,
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y salimos a lo que ambiguamente llaman vida,
atraídos por el resplandor de un puente que dice: pasa, desde las dos orillas,
mientras, a nuestra espalda el espejo borra minuciosamente sus imágenes
y nosotros,
inermes,
no encontramos la entrada,
nosotros que encontramos la salida.
La gaviota rememoraba el océano que era su alimento;
con aspecto de cero de la histeria salía de la horca en pro de la justicia,
y entrechocaba los astros de su alcurnia con un temblor de nieve
que vive a la intemperie para ser perfecta;
tú descendías,
en hada descendiste,
y en mujer te posaste en mi miseria.
Tu cuerpo es mi alma,
la gaya ciencia,
siempre.
XII
Siempre
Una vez más
(la última),
¡adiós mi lámpara!
te petrificas, te desprendes de este discurso que para ti fue dicho,
que te iluminó cuando tú lo iluminaste,
anda a decir por mí las palabras que escribí bajo tu luz,
el mensaje del amor, el gran poder;
luz pétrea, astro de amor, dura lo más que puedas,
estrella mía, hazte palabra en una vía láctea de silencio,
estrella mía,
¡adiós!
El amor pesa tanto como la poesía que desaloja.
Una vez más la última adiós mi espejo ustorio
espejo que siempre reflejas la juventud que das al amor tu azogue a manos llenas
guarda de mí el recuerdo de mi imagen
para que alguien sepa después que yo he vivido
Todo el océano será para nosotros, concluimos,
todo el océano va a coronarte reina;
todo el océano dejará escapar a voces el secreto,
mujeres y hombres vendrán a escuchar su voz desde la noche,
propagarán su grito,
y acaso palabras mías se escuchen entre tantas:
amor, piedad, dichas como evidencia,
libertad y piedad, amor y poesía.
Todo está dicho ya,
dicho como jugando, y para siempre;
que un ser lo sepa:
yo una vez dije libertad y piedad, amor y poesía,
y para siempre.
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Yo dije amor, y tú naciste, amada,
como la flor magnética en el jardín magnético,
como el río maravilloso en la campiña maravillosa,
como el cuerpo quemante en el espejo ustorio,
como la alegría en los ojos de los niños.
Cada gota de agua lleva en sí su desierto,
cada memoria humana la memoria del amor.
Acógenos, espejo,
tienes el deber de verificar nuestra imagen reunida,
de hacer que la mano de terror que extiendo en la tiniebla
encuentre un muro de piedad para decir mí nombre;
haz que el amor tenga la consistencia del espejo
sobre el cual se apoya la realidad,
con toda su violencia,
sin destruirlo.
Todas las constelaciones volarán en gaviota.
Tu cuerpo es mi alma,
en cuerpo y alma para siempre;
amor, amor, tú eres mi libertad:
todo el océano será el alma de nosotros.
Como una ventana
va a cerrarse el discurso,
pero resurge, lámpara,
y por mucho que el texto de la luz te haya enloquecido,
muéstrate al alba, hazte el cristal de su deseo,
fermenta el amor, el ojo de su espejo,
habla por mí;
estrella mía, hazte palabra en una vía láctea de silencio,
¡haz vivir el amor!
Tomado de “Discurso del Gran Poder”
Ediciones Revista Atenea—Universidad de Concepción—1961
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Primera B
Palabras y mendicidad
El oficio de la escritura en Enrique Lihn
l
ll
Reseña y selección de textos por Mauricio Rojas
"Tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto"
Enrique Lihn
La poesía de Enrique Lihn se abre hacia lo desconocido con palabras cotidianas,
le arranca a la muerte los restos que desesperan en el borde y vibra como si de
ellas fuese a caer una revelación cuya condición es que lo que revela es algo que
no puede decirse, pero que late en la nomenclatura de este oficio inútil. Desde las
palabras se orienta a un descampado, un territorio cuyo modo de dársenos es el
desamparo, la fragilidad de todo decir, y que sin embargo el decir poético nos
deja ver. Es la transparencia en el vacío, es un equilibrista que fracasa, “ocio que
conlleva este paseo de hormigas / esta cosa de nada y para nada”.
Cuando damos una vuelta por la poesía de Lihn nos encontramos con una lucidez
hiriente y feliz que nos permite abordar las palabras desde la más tosca realidad y
sin embargo no deja de ser poesía, no deja que nos sustraigamos a los chispazos
que iluminan desde esa técnica sin pelos en la lengua. Su oficio se le presenta
claro y lo muestra como si de esto se desprendiera la poesía misma, como si en
el fondo o en la superficie no hubiese más que fragilidad, la imposibilidad de ce-
rrar la casa, obligándonos a salir a sentir esos restos como el modo en que somos
latinoamericanos perdidos en las esquinas de los sueños, buscando a ciegas la
salida del laberinto, las claves de un hacer infinito. Lihn es la lucidez de ese hacer
que no acaba sino como poema, como palabras quebrándose en la boca de los
necios, reconociendo la belleza de la inutilidad y su terrible e irremediable impo-
tencia.
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No hay palabras en la zona muda, su lengua es la de alguien que sale a luchar
sabiendo que va a perder, pero va igual. La escritura es para él ese fragmento, un
pedazo de tabla que lo salva un momento para mirar que está vivo en el océano
de una memoria extraña. La memoria de los que se alejan del poder, que caen
sobre la hoja con palabras que se resisten a ser envueltas en una gloria funesta
de payasos y putas institucionales y de gobierno. En el vértice de su obra murmu-
ra la vida no dicha, susurran los perros callejeros mientras salen de la boca sus
versos que se mezclan con sueños inmaculados prontos a la profanación. Sueños
recorridos por la nada y la muerte que nos exponen a una pobreza esencial. A la
mendicidad de la existencia estirando la mano hacia ninguna parte. Huellas del
vacío; dice negando lo que afirma en la palabra. La risa y la ironía de quien no
tiene nada que perder porque es conciente, por la escritura, de que no tiene nada
y nada le pertenece y que la nada trabaja en todos los bordes. Su nombre se
queda de este lado de la zona muda, junto a la desesperación y a sus palabras
que manchan el paisaje inmundo.
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Enrique Lihn
Selección de textos
MESTER DE JUGLARÍA
Ocio increíble del que somos capaces, perdónennos
los trabajadores de este mundo y del otro
pero es tan necesario vegetar.
Dormir, especialmente, absorber como por una pajilla delirante
en que todos los sabores de la infelicidad se mixturan
rumor de vocecillas bajo el trueno estos monstruos
nuestras llagas
como trocitos de algo en un caleidoscopio.
Somos capaces de esperar que las palabras nos duelan
o nos provoquen una especie de éxtasis
en lugar de signos drogas
y el diccionario como un aparador en que los niños perpetran sus asaltos nocturnos
comparación destinada a ocultar el verdadero alcance de nuestros apetitos
que tanto se parecen a la desesperación a la miseria
Ah, poetas, no bastaría arrodillarse bajo el látigo
ni leernos, en castigo, por una eternidad los unos a los otros.
En cambio estamos condenados a escribir, y a dolernos del ocio que conlleva este paseo
de hormigas
esta coda de nada y para nada fatigosa como el álgebra
o el amor frío pero lleno de violencia que se practica en los puertos.
Ocio increíble del que somos capaces yo he estado almacenando
mi desesperación durante este invierno,
trabajadores, nada menos que en un país socialista
He barajado una y otra vez mis viejas cartas marcadas
Cada mañana he despertado más cerca de la miseria
esa que nadie puede erradicar,
y coño, qué manera de dormir
como si germinara a pierna suelta
sueños insomnes a fuerza de enfilarse a toda hora frente a un amor frío
pero lleno de violencia como un sargento borracho
estos datos que se reúnen inextricables
digámoslo así en el umbral del poema
cosas de aspecto lamentable traídas no se sabe para qué desde todos los rincones del
mundo
(y luego hablaron de la alquimia del verbo)
restos odiosos amados en una rara medida
que no es la medida del amor.
De manera que hablo por experiencia propia
Soy un sabio en realidad en esta cosa de nada y para nada y francamente me extraña
que los poetas jóvenes a ejemplo del mundo entero se abstengan de figurar en mi séquito
Ellos se ríen con seguridad de la magia
pero creen en la utilidad del poema en el canto.
Un mundo nuevo se levanta sin ninguno de nosotros
y envejece, como es natural, más confiado en sus armas que en sus himnos.
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Trabajadores del mundo, uníos en otra parte
ya os alcanzo, me lo he prometido una y mil veces, sólo que no es éste el lugar digno de la historia,
el terreno que cubro con mis pies
perdonad a los deudores morosos de la historia
a estos mendigos reunidos en la puerta de servicio
restos humanos que se alimentan de restos
Es una vieja pasión la que arrastramos
Un vicio, y nos obliga a una rigurosa modestia
En la Edad Media para no ir más lejos
no llenaron la boca con la muerte,
y nuestro hermano mayor fue ahorcado sin duda alguna por una cuestión de principios.
Esta exageración
es la palabra de la que sólo podemos abusar
de la que no podemos hacer uso -curiosidad vergonzante-, ni mucho menos
aún cuando se nos emplaza a ello
en el tribunal o en la fiesta de cumpleaños
Y siempre a punto de caer en el absurdo total
habladores silentes como esos hombrecillos del cine mudo -que en paz descansen-
cuyas espantosas tragedias parodiaban la vida:
miles de palabras por sesión y en el fondo un gran silencio glacial
bajo un solo de piano de otra época
alternativamente frenético o dulce hasta la náusea.
Esta exageración casi una mala fe
por la que entre las palabras y los hechos
se abre el vacío y sus paisajes cismáticos donde hasta la carne parece evaporarse
bajo un solo de piano glacial y en lugar de los dogmas surge
bueno, la poesía este gran fantasma bobo
ah, y el estilo que por lo cierto no es el hombre
sino la suma de sus incertidumbres
la invitación al ocio y la desesperación y a la miseria.
y este invierno para no ir mas lejos lo desaproveché pensando
en todo lo relacionado con la muerte
preparándome como un tahúr en su prisión
para inclinar el azar en mi favor
y sorprender luego a los jugadores del día
con este poema lleno de cartas marcadas
que nada dice y contra el cual no hay respuesta posible y que ni siquiera es una interrogación
un as de oro para coronar un sucio castillo de naipes una cara marcada una de esas
que suelen verse en los puertos ellas nos hielan la sangre
y nos recuerdan la palabra fatal
un resplandor en todo diferente de la luz
mezclado a historias frías en que el amor se calcina.
Todo el invierno ejercicios de digitación en la oscuridad de modo
que los dedos vieran manoseados
estos restos
cosas de aspecto lamentable que uno arrastra y el ocio
de los juglares, vergonzante
padre, en suma, de todos los poemas:
vicios de la palabra.
Estuve en casa de mis jueces. Ellos ahora eran otros no me reconocieron
Por algo uno envejece, y hasta podría hacerlo, según corren los tiempos, con una cierta
dignidad
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Espléndida gente. Sólo que, como es natural, alienados
Televidentes escuchábamos al líder yo también caía en una especie de trance.
No seré yo quien transforme el mundo
Resulta, después de todo, fácil decirlo,
y, bien entendido, una confesión humillante
puesto que admiro a los insoportables héroes y nunca han sido tan elocuentes quizás
como en esta época llena de sonido y de furia
sin más alternativa que el crimen o la violencia.
Que otros, por favor, vivan de la retórica
nosotros estamos, simplemente, ligados a la historia
pero no somos el trueno ni manejamos el relámpago.
Algún día se sabrá
que hicimos nuestro oficio el más oscuro de todos o que intentamos hacerlo
Algunos ejemplares de nuestra especie reducidos a unas cuantas señales
de lo que fue la vida en estos tiempos
darán que hablar en un lenguaje todavía inmanejable.
Las profecías me asquean y no puedo decir más.
De "Musiquilla de las pobres esferas"
DIARIO DE MUERTE (fragmento)
Nada tiene que ver el dolor con el dolor
nada tiene que ver la desesperación con la desesperación
Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas
No hay nombres en la zona muda
Allí, según una imagen de uso, viciada espera la muerte a sus nuevos amantes
acicalada hasta la repugnancia, y los médicos
son sus peluqueros, sus manicuros, sus usurarios usuarios
la mezquinan, la dosifican, la domestican, la encarecen
porque esa bestia tufosa es una tremenda devoradora
Nada tiene que ver la muerte con esta imagen de la que me retracto
todas nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas
y éste no es más que otro modo de viciarlas
Quizá los médicos no sean más que sabios y la muerte —la niña
de sus ojos— un querido problema
la ciencia lo resuelve con soluciones parciales, esto es, difiere
su nódulo insoluble sellando una pleura, para empezar
Puede que sea yo de esos que pagan cualquier cosa por esa tramitación
Me hundiré en el duelo de mí mismo, pero cuidando de mantener
ciertas formas como ahora en esta consulta
Quiero morir (de tal o cual manera) ese es ya un verbo descompuesto
y absurdo, y qué va, diré algo, pero razonable
mente, evidentemente fuera del lenguaje en esa
zona muda donde unos nombres que no alcanzan a ser
cuando ya uno, qué alivio, está muerto, olvidado ojala previamente de sí mismo
esa cosa muerta que existe en el lenguaje y que es
su presupuesto
Invoco en la consulta al Dios
de la no mismidad, pero sabiendo que se trata
de otra ficción más
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sobre la unión de Oriente y Occidente
de acápites, comentarios y prólogos
Un muerto al que le quedan algunos meses de vida tendría que aprender
para dolerse, desesperarse y morir, un lenguaje limpio
que sólo fuera accesible más allá de las matemáticas a especialistas
de una ciencia imposible e igualmente válida
un lenguaje como un cuerpo operado de todos sus órganos
que viviera una fracción de segundo a la manera del resplandor
y que hablara lo mismo de la felicidad que de la desgracia
del dolor que del placer, con una sonriente
desesperación, pero esto es ya decir
una mera obviedad con el apoyo
de una figura retórica
mis palabras no pueden obviamente atravesar la barrera de ese lenguaje desconocido
ante el cual soy como un babuino llamado por extraterrestres a interpretar
el lenguaje humano
Ay dios habría que hablar de la felicidad de morir en alguna inasible forma
de eso que acompañó a la inocencia al orgasmo a todos y a cada uno
de los momentos que improntaron la memoria
con impresiones desaforadas
Cuando en la primera polución
-mucho más mística que la primera comunión- pensabas en Isabel
ella no era una persona sino su imagen el resplandor orgiástico de esa creatura
que si vivió lo hizo para otros diluyéndose para ti carnalmente en el tiempo de los demás
sin dejar más que el rastro de su resplandor en tu memoria
eso era la muerte y la muerte advino y devino
el click de la máquina de memorizar esa repugnante devoradora
acicalada en palabras como éstas tu poesía, en suma es la muerte
el sueño de la letra donde toda incomodidad tiene su asiento
la cárcel de tu ser que te privaba del otro nombre de amor escrito silenciosamente en el
muro
o figuras obscenas untadas de vómito
tu vida que —otra palabra— se deslizó, sin haberse podido
engrupir en lo existente detenerse en lo pasajero hundir el hocico
feliz en el comedero, golpear por un asilo nocturno
con el amor como con una piedra
la muerte fue la que se disfrazó de mujer en el altillo
de una casa de piedra y para ti de sombra y humo y nada
porque ya no podías enamorar a su dueña, temblando
del placer de perderla bajo una claraboya con telarañas
tienes que reconstituir ese momento ahora que la dueña de la casa es la muerte
y no la otra, esa nada ese humo esa sombra
darte el placer de ser ella y de unirte a ella como los labios de Freud
que se besan a sí mismos
De "Diario de Muerte"
PORQUE ESCRIBÍ
Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.
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Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.
Pero escribí: tuve esta rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entre las manos
—¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria—
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces.
De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río:
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.
La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudarán
de mi existencia real,
(días de mi escritura, solar del extranjero).
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.
En su origen el río es una veta de agua
—allí, por un momento, siquiera, en esa altura—
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están braceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma
yo puedo reiterar la poesía.
Estuve enfermo, sin lugar a dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos psicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.
Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
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ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.
Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.
De "Musiquilla de las pobres esferas"
EL ESCUPITAJO EN LA ESCUDILLA
Estoy lejos de querer significar algo. Escribo porque sí, no puedo dejar de hacerlo. Escritura
de nadie y de nada, adiós, quiero decir hasta mañana a la misma hora, frente a esta espantosa
máquina de escribir, poesía, será el acoplamiento carcelario entre tú y yo: seres hasta de cuyo
sexo se puede dudar, me incrusto en mi rincón a esperar el deseo.
Los poetas somos mendigos, alguien lo dijo en el temor de parecerlo. Otro habló alguna vez
de los dolores y del costo de la forma (ningún nombre importa, esas frases como pavos reales
son, por lo general, de importación francesa).
Peor que mendigos. Nos reducimos a la mendicidad, o será que sólo yo he tomado en serio
este oficio. Bien pensado, veo a otros miembros de la cofradía -jamás una comunicación, nun-
ca un saludo de cumpleaños, ni la menor señal de vida en común, ni un escupitajo en mi escu-
dilla- ocupar altos cargos o, en su defecto, abrirse de brazos y de piernas a escala nacional,
continental o mundial. Mientras yo, a fuerza de desvivirme, quizás llegue, pero nadie me lo
asegura, a sacar de pronto, en lugar de la lengua, la palabra lengua.
Al infeliz se le siguen los pasos como bromeando, eso nunca se sabe. Él carece, por com-
pleto, de sentido del humor. Respondería con insultos a una mirada de falsa complicidad, con
horrores a un juego. Su camino es el de la cuerda floja, pero siempre ha sido prudente: transita
con pie de plomo entre uno y otro extremo de la noche. No zigzaguea, porque está borracho.
Camina lento pero seguro de regreso a su masturbatorio.
Preferiría que no lo putearan, lo eriza este exceso de familiaridad. Tendría que dar un golpe
de autoridad para restablecer la distancia que nadie traspasa como no sea para jorobarlo. En
caso contrario, huir.
Nadie. Que le vengan a hablar de la incomunicabilidad a lo Antonioni, esas son bolitas de
dulce, con gente espléndida, para romperla aquí y allá, y mujeres de película. Comme il faut.
Que alguien se ponga en su pellejo: un escupitajo en su escudilla. Él es un fraile, él es un frai-
le. Dondequiera que vaya allá estarán el gran desierto, las Tentaciones. Nunca seres de carne
y hueso a los cuales estrecharse en los momentos cruciales: eyaculación, ternura, muerte;
nada más que fantasmas obscenos o los ausentes que le duelen o el mundo entero dejándolo
pasar como si fuera un intocable.
De toda la injusticia de la que soy capaz para salir al rescate de lo que queda de mí a tanta
distancia del mundo, un resto entre otros. Objeto para los demás de uso efímero. Sujeto a
todos los vértigos, a todas las náuseas, a todas las desgarraduras del sujeto. Sujeto a la anti-
gua: educación religiosa, amor y odio a la familia, miedo a la vida, ideas fijas, obsesiones, alu-
cinaciones. No es raro que haya elegido esta profesión, escribiente. Bajo el peso del mundo
me desgrano, así parezco soportarlo mejor. Me escribo con minúscula, a reglón seguido, cada
palabra es un obstáculo, etc. Casi todo lo que soy está por hacer. La vejez pudo sorprenderme
en la cuna. Y no nací, como Lao Tsé, a los ochenta años.
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Digo: no basta con que no se me tienda un cierto número de manos. Yo lo habría deseado
todo. ¿Nadie me lo agradecerá? ¡Sólo que -individuos de mi especie-! el derecho a la inutilidad
ha cambiado de precio. Si pudiéramos darnos el lujo de extinguirnos. La Historia, en cambio,
nos economiza. Para los gastos menudos. Al nivel de los restos.
Piénsese también en la discriminación de los feos, de los débiles, de los impotentes. Sé que
grandes problemas tienen al mundo ocupado como a una letrina. Lo harán estallar, la mierda
llegará al cielo, y no me obstino. Esta no es más que una acotación en sordina, una mera idea
que da su paseíto nocturno, despavorido, entre uno y otro basural. Hay cabezas como ésta.
Deshabitadas y, en ellas, cierto tipo de pájaros, cucarachas, seres no tan despreciables como
para no dar, por así decirlo, fe de la vida.
Y de una miseria innominada. El poeta es su intérprete. Al menos si lo ha cogido la noche
en su abandono esencial. Digo poeta porque la palabra me suena a cosa vieja y gastada, casi
como un insulto. Con esta trompeta rota nada puede anunciarse, ningún juicio. Servirá, a lo
sumo, para descargar los pecados de un testigo de Jehová: la obscenidad del alma. El poeta
hablará de los animales que no figuran, por pudor de la belleza, en la leyenda de Orfeo. Y
ellos, lejos de escucharlo, anidarán en él, serán parte de su obscenidad, de su alma de su
trompeta. Todo es intolerable.
Te escribo, te escribo. No logro que ni una sola palabra se te parezca en lo más mínimo. Y
para ponerte aquí, por tu nombre tendría que sacar fuerzas de todas mis flaquezas, preparar-
me para lo peor que una palabra puede hacernos. No puedo decir que no te halla abandonado.
Tendría que gemir, en realidad, en ningún huerto de los olivos como no fuera el huerto de la
casa de los olivos, los olivos es la calle del manicomio.
A un año de distancia ¿qué he ganado con ello fuera de perfeccionarme en la culpabilidad?
Ya tendrás una idea muy clara de lo que significa esta clase de talento cuando se cultiva a
escala mundial: algún día bajaré los ojos en señal de abyección. Todas mis justificaciones no
son más que otros tantos argumentos en mi contra. Ya me lo dijo un amigo de paso en una
maldita esquina del boulevard Saint Michel. Le pareció que una lagartija me recorría el cuerpo.
Era mi mala conciencia. Sumarle ahora el muro de los lamentos es algo rayano en la obsceni-
dad. Es lo que hago.
De "Musiquilla de las pobres esferas"
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Poesía chilena actual
Polvos rosados
Por Markos Quisbert
GENTE MARAVILLOSA DE MOSTACHO Y KIMONOS DE SEDA
No tiene que ansiar a gente maravillosa de mostacho y kimonos de seda
No hace falta, se verá en el espejo algún día y será usted uno de ellos.
Lo ansiarán gentes de ambos sexos; ellos, vestidos de etiqueta, con la mirada fija
en carteles de publicidad mientras conducen, lo reconocerán como el producto del mes.
Ellos tocarán los rizos de su barba con la yema húmeda de sus dedos,
como la franela que se adhiere a sus cuerpos de arcilla.
Será un entretenedor, se dispondrá a salir a cualquier hora
cuando lo llamen a apagar con su manguera los incendios de la piel.
Es un clásico del western ante los ojos de ciberadictos
que coleccionan sus poses de vieja vedette con sombrero cowboy.
Le dan de palmadas en la calle, le preguntan por su señora que es usted.
Sus trajes son tan queridos, imitados, sus diseños nos remontan a una época victoriana.
Por favor no haga modificaciones a esos trajes, imperiales, fluorescentes,
que nos muestra en sus bosquejos de diseño, cuyo modelo ideal es
un hombre como usted o como yo que ama la seda y los encajes con vuelitos.
VAYA, SE ME ACABA DE CORTAR LA LECHE
Uno conoce el cariño en brazos musculosos y bronceados de vez en cuando,
sean de hombre o de mujer, o ambos EN UNO
Uno se refriega a menudo con otro cuerpo bajo un poste de alumbrado,
su luz ilumina el sexo que se deja entrever de las cremalleras semiabiertas,
su luz remarca el sexo que apunta al cielo o al infierno,
es común, uno conoce a un muchacho/cha con gorra de béisbol en una plaza
uno como yo por ejemplo que había advertido hace horas su presencia
entre los árboles meados.
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Allí está, con sus manos cruzadas sobre las piernas, blue jean ajustado,
sin distinguirse bien el sexo,
allí está, pequeñas sorpresas que el amor dispone en lo privado de la sed nocturna.
Un muchacho con gorra de béisbol es tan común, se sienta sobre mis rodillas,
como alguna vez yo me senté en las suyas… vaya se me acaba de cortar la leche,
en fin, un contacto por chat me distrajo, veía a la vez
las fotos de Alicia que Lewis Carroll le había tomado con distintos trajes,
en una aparece toda una tigresa
Me tengo que ir, beso a ti sea quien seas, te recomiendo las fotos de Carroll
POLVOS ROSADOS
I
Un joven de mostacho renuncia a vigilar su vecindario
otros como él vigilan toda una ciudad.
De noche, cuando el deseo aflora en sitios públicos
las vecinas (las mismas que barren las veredas
del corazón) atraviesan callejones en busca
de algo que ignoran y les pertenece.
Olor a semen invade la ciudad. Que emoción.
II
Una vez los detuvieron a las afueras de un baño público,
estaban irreconocibles
con barbas que les llegaba hasta el suelo
nadie los volvió a ver,
desde entonces la ciudad cambió de olor.
Textos inéditos. Markos Quisbert, Arica (1981)
l
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ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
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Narrativa chilena actual
La pedagogía del vacío
Por Mauricio Rojas
Sabía que un día se iba a ir, la cosa era saber cuándo, no quería que me pillara
desprevenido. Sin embargo el día llegó y me pilló volando bajo, ahora yo estaba
sentado al borde de la cama con las manos en la cabeza intentando aceptar que
no volvería. Sabía que iba a pagar mis canalladas. Las noches que no volví y me
perdí en el alcohol y en las piernas de una mujer que olvidé al despertar y nunca
supe si le pagué o si me dijo su nombre. Sentado al borde de la cama la casa a
oscuras y yo esperaba que la pena se me pasara un poco para poder levantarme,
porque su silencio me pesaba como un hierro en la cabeza, las nubes rosadas en
el cielo se reflejaban en la ventana, me afirmé del cobertor y me levanté fui a bus-
car las llaves y salí caminé un rato y me fui a la casa de mi mamá. Toqué la puer-
ta y abrió ella cada vez más vieja y me miró con sus ojos endurecidos por los
años de mierda que no hacen más que dañarnos, me invitó a pasar y me senté en
el living, me ofreció tomar té y me trajo una frazada.
-Tienes una cara… acuéstate, parece que te hubiesen apaleado.
Me acosté en el sofá y ella fue a buscar el té, me empecé a acomodar, y me trajo
una taza con un té rojísimo. El aroma me calmó un poco y me eché. Me lo tomé y
me empecé a quedar dormido, veía a mi madre como en un sueño, estaba senta-
da muy cerca de mí y no me preguntaba nada, estaba en un sillón frente a la tele
tejiendo, aunque lo que a mí me parecía que hacía era desenredar lana. El rostro
duro y surcado por las arrugas, el tiempo pasaba y ella se iba consumiendo, y en
sus ojos estaba la pena de alguien que quiso un tipo de vida y tuvo otro, uno que
siempre pensó que no se merecía. Pero se lo tuvo que tragar como fuese.
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Al despertar aún era de noche, miré la hora, era la una de la madrugada. Estaba
en el sofá de mi casa con resaca, me levanté y fui al baño y vomité vino. La cabe-
za me iba a estallar. En la mañana tenía que levantarme temprano para ir al tra-
bajo. Luego me dormí otra vez. En la mañana abrí los ojos y me quedé en la
cama, oí el silencio de las calles cuando todo el mundo está en su trabajo. Ese
día no fui a trabajar. Llamé y dije que estaba enfermo, era lo mejor que podía
hacer. Me levanté y fui a la cocina y saqué un poco de leche. Me dolía la cabeza y
la leche siempre me ayudó a reponer la caña. Me tiré sobre la cama y sentí el
hueco que ella dejaba cuando se iba a su trabajo, lo sentí como un hielo que sub-
ía desde el suelo y te tocaba, desde la espalda, el pecho y el aire se espesaba.
Miré la cómoda donde estaban sus cosas y el patio. No había ningún rastro de
que ella estuviese aquí, de que alguna vez gimió en mí oído mientras decía mí
nombre y yo la estrechaba con las manos, como si el sexo fuese una manera
atroz de desprenderse de alguien. Creo que hay un impulso inconsciente de las
personas a esperar que aquellos que se van retornen. Cómo si no pudiésemos
acostumbrarnos a que no están. Salí a comprar sólo para distraerme, para no
pensar y arrastrarme, pero no sé si fue mejor.
Entré en un local y fui al estante de las conservas y compré atún. Luego fui a la
caja y pagué, salí. En la esquina en un rectángulo de césped había un niño, el
niño caminaba por él y el sol le daba de lleno. En ese momento me di cuenta de
que yo era pobre muy pobre o, cómo decirlo, era doblemente pobre porque no
tenía descendencia ni tenía historia y de pronto todo eso dejaría de ser, podría
atravesar la calle en ese momento y ser atropellado y morir y todo lo vivido que-
daría olvidado porque se sostiene en cosas banales como un perfume o un enva-
se de jugo que le gustaba a ella y que siempre terminaba chorreando en alguna
parte, pero ese envase es igual a cualquier otro. Nada lo distingue del que tomá-
bamos del pasillo del supermercado. Eso era todo, un camino recorrido hasta
convertirse en deshecho, hacia la basura, hacía la implacable nada. Era mejor no
tomar, estar sobrio para ver. Hay que tener fuerza para enfrentar esa realidad. El
sol en la calle era agradable, la madre del niño lo tomó de la mano y lo tironeó
hacia la vereda para que atravesara con ella. Estaba muy pintada, quizá se había
arreglado para alguien o solo para ir a comprar.
La llamé para saber qué había pasado. Quería arreglar la situación.
-¿Dónde estas?
-No te quiero decir donde estoy
-¿Por qué?
-Porque no quiero que nos veamos por ahora
-Cuándo entonces
- No sé
-Necesito saber, no quiero que me dejes
-Eso deberías haberlo pensado antes. Todo lo que hiciste, no puedo soportarlo.
-Perdóname
-Te hubiese creído si no anduvieses siempre ebrio. Te tengo que cortar.
-Veámonos.
-No. Chao.
- Pero te…
Cortó y me dejó inquieto. Tiré el teléfono sobre la cama. La oí muy decidida. Traté
de distraerme para no pensar en lo que me dijo. Salí a tomar algo, aunque todav-
ía era soportable. Me senté en una mesa y pensé en ella mientras arrugaba una
servilleta. El mesero se paseo de un lugar a otro y le hizo unos gestos al cajero,
no hubo palabras, solo gestos que el cajero entendió perfectamente, en ese mo-
mento yo estaba fuera de todo, me quedé fuera de los gestos, fuera de sus mira-
das, como si de pronto fuera transparente, como cuando estaba en el colegio y
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no podía ser parte de nada y nadie me tomaba en cuenta. Yo miraba la sala como
si fuese una cámara, una cámara que nadie manejaba y me quedaba en las tar-
des en mi casa durmiendo y no tenía ganas de seguir estudiando. Quería dejar el
colegio y a la vez me sentía tan inútil que no veía como podría sobrevivir si dejaba
el colegio. Me tomé el primer vaso de vino y me sentí libre como si las cosas que
me rodeaban me entraran amablemente por los poros. Luego entraría en ese
espacio que uno busca, ese instante, ese paraíso que el alcohol o las mujeres
pueden darnos, pero que nos dejan desprotegidos, desarmados. Alguna vez mi
hermana mayor intentó darme un sermón para que dejara todo eso y buscara una
vida como la de ella, cómoda, plana, sin riesgos. No me interesaba y la veía mi-
rarme desde la altura de alguien que cree que su vida ha sido construida con su
voluntad y que nunca ha tenido más que logros, pero en realidad esa voluntad
nunca ha sido probada.
-Deberías cuidar tu trabajo y a tu mujer- me dijo sentada en su sillón de cuero.
-No es algo tan fácil.- sonreí.
-Pero tienes que poner algo de tu parte.
-No sabes lo que es ser adicto a algo, ah bueno, tú eres adicta a la comodidad.-
Su rostro se contrajo.
-No seas imbécil.
-Entonces no hables huevadas, no tuve la suerte de casarme con un tipo al que
todo le sale excelente igual que a ti.
-Cada uno elige lo que quiere.
-Sí, yo ya elegí.
Esa fue la última vez que hablé con ella hace como un año. Volví a la casa ebrio y
vi el tarro de basura que nadie había entrado bajo el foco de luz de la calle. Me
acosté en el sofá y me dormí, aunque a medias, estuve con los ojos abiertos pen-
sando, confundiendo la realidad con el sueño. Empecé a tener miedo. Temblaba
como si hiciera mucho frío. El cielo clareaba, me dolía la garganta y me metí en
la ducha, dejé que el agua caliente me despabilara un poco. Me vestí y me fui a
clases con la cabeza gacha. Durante el día escuché las estupideces de siempre.
Y puse mi mejor cara, mi estómago se retorcía por el vino que tomé y lo único que
hacía era venderle esperanza a estos niños que tenían el futuro por delante. Un
futuro que era más bien incierto. Un futuro cruzado por anhelos y propaganda. Y
yo estaba ahí aportando la visión de otros, alienándome, esclavizándome. Soste-
niendo, a diario, algo en lo que no creía, tratando de que ellos no terminaran sien-
do unos delincuentes. Pero en cierto manera todos, tenemos un pie en ese mun-
do. Hubiese preferido quedarme en la casa tomando. Pero estamos amarrados, a
menos que abandonemos, de verdad, la comodidad por la que seriamos capaces
de matar o delatar a nuestros amigos. Me senté en la sala de profesores y traté
de tener mi mejor rostro. En general nadie soporta que uno no esté feliz como si
sus vidas se vieran cuestionadas por un rostro inexpresivo y sin valor. Oí las vo-
ces de las personas hablando de las cosas que quieren comprar, de los logros de
sus hijos como si fuesen los de ellos. Yo me hundí en el sofá y me tomé un café
mientras oía el murmullo permanente. El dolor de cabeza se agudizó y el estoma-
go me sonaba como si me estuviese muriendo por dentro. En la tarde estaba de
nuevo sentado en mi casa pensando en ella y ella no me llamaba y quería verla,
aunque… era mejor que la dejara ir, yo no estaba dispuesto a cambiar. Cuando
comprendí eso entendí que no sabía donde terminaría todo. Salí en el auto al
atardecer y me fui hasta unos caminos apartados al norte de la ciudad. Conduje y
pensé, como si fuese parte del viaje, o la misma cosa, además por esa época el
límite de las nubes era rosado y amarillo y eso me causaba un estado especial
que con caña se vuelve cristalino y agudo. Me estacioné en un centro comercial.
Entré en un minimarket y compré un pack de cervezas, las pagué y me fui al auto.
Conduje hasta un peladero y me metí a un camino de tierra, en el fondo un cerro
recortado a contra luz, me estacioné y me quedé frente a él. Abrí una cerveza y
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me la tomé mientras miraba el sol sumergirse. Entonces la recordé moviéndose
por la casa sonriendo y descongelando el pollo o preguntándome, qué me gustar-
ía comer y finalmente siempre decidíamos comer otra cosa, y todo lo que había-
mos acordado se quedaba inmóvil y guardado, yo la miraba en la cocina satisfe-
cha de si misma abrir y cerrar muebles manchados de grasa, ese era nuestro
momento una comunicación que se deslizaba entre las verduras y la carne conge-
lada. Miré el peladero hacia el fondo, había unas maquinarias de construcción,
unos brazos mecánicos amarillos, estaban bajo la luz del atardecer como parte de
una escenografía imposible, y no eran más que los agentes de los nuevos condo-
minios donde todos los anhelos se cumplían, por los que seríamos capaces de
todo. No obstante era el momento en que se hacia muy claro que todo era una
fachada, una promesa incumplida. Recordé la calle donde vivía cuando chico, tan
distinta a la limpieza de estos condominios, en esa época el mundo limitaba solo
con el impulso de vivir, pero ahora hasta ese impulso me abandonaba. En el vera-
no jugábamos a la pelota en la cuadra frente a la casa, todos vivíamos cerca,
dentro de la misma calle, y si alguno venía de otra cuadra era un extraño que nos
fascinaba, porque nos invitaba a cruzar el límite que nuestras madres nos habían
puesto. Las máquinas seguían allí a la expectativa. Eran una extensión de nues-
tra fe. El sol ya no les daba y se quedaron en la sombra como criaturas inmóviles.
Al fondo había una garita donde debía haber un cuidador, pero no había nadie, la
garita estaba vacía. El viento pasó su mano invisible por la maleza que se movió
suavemente y que prometía sobrevivir igual que todo. Me senté en el capó y tiré
la botella lo más lejos que pude.
Texto inédito
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Narrativa chilena actual
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Crónica insomne
(fragmentos)
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Por Iñaki Barasorda
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27 de Febrero
¿Y qué con la voluntad?
Por ahora música litúrgica en theremín, cánticos de ave y uno que otro peo enfer-
mo. La noche ya es mañana, el estómago un hueco de ácidos con café, la pálida
piel una envoltura de humo y carne.
Revolcarse, asfixiarse en los pliegues, manosearse para chorrear algo de esa
ansiedad. Subir la dosis de ansiolíticos? Anoto “llamar psiquiatra”. Quizás empe-
zar con somníferos, y aprovechar de subir el ácido glutámico.
Me tropiezo para levantarme, apago la última colilla y me rozo el glande con el
dedo para luego aspirar toda esa esmegma acumulada a lo largo de la semana.
Inhalado el noble aroma de aquestos residuos prepuciales, me embuto en la ropa.
Llego a la casa de una niña rica a su cumpleaños, en un Mini Cooper S y procla-
mo ante mucha gente que parece rondar la entrada: “alguien que llega en un Mini
Cooper S negro tiene derecho entrar sobre todos!”. Era otra casa, pero entramos,
y la anfitriona nos recibe y bajamos a un subterráneo y yo le pregunto:
-Para qué está destinado este lugar?
-Para bacanales, celebraciones en general y ocasionalmente orgías…
-Ok, permiso.
Bajamos, gente que colma el lugar, pregunto cosas, me mimetizo con mi ropa
hipster y bella.
-Tú, hola.
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Doy la mano, me la reciben, risas. Miro con cara extrañada. Recuerdo a quien me
abrió la puerta, me la quiero follar, pero solo conquisto territorio, hago un brindis.
La mujer que lo recibe me malinterpreta. Se queda largo rato ahí, como si fuese lo
más interesante, pero no lo es. Que se joda, feita. Conquisto a los hombres, soy
un cualquiera interesante, no hay jeopardía. Me miran, se extrañan, como mi mi-
rada. La mujer acecha, por ahí, la busco, subo, la encuentro, maquino el encuen-
tro. Me pregunta qué hago en ese lugar, le digo que ya nos vamos, pero no le
basta para pedírmelo. Me quedo con una mirada insistente, sonríe y se burla en
un gemido espásmico, le pongo la mano en el coño y ahora el gemido va en serio,
pero se espanta y se va.
Llego a mi casa, una suave dosis Ravotril, manoseos encantadores, otra mancha
en mis sabanas.
4 de Marzo
Despedida.
Hoy ha sido un día negro. Todo parte estando acostado en la cama con el impul-
so de suicidarme. Algún significado debía conferirle a mi muerte. No iba a dejar yo
que la sociedad le otorgase algún tilde trágico o propio de algún adolescente
acongojado por naderías relacionadas a su entorno malsano. Estas son mis últi-
mas palabras. La oportunidad de efímera perpetuidad. ¿Deberé esforzarme por
redactar líneas dignas del recuerdo? No, claro que no. Son estas palabras la con-
secuencia de un simiesco impulso que no merece indagaciones reflexivas. Esta
aglomeración de símbolos va contra los mismísimos principios de mi impulso:
suicidarme sin previa meditación. Percibir indistintamente la realidad que me pre-
sentan mis sentidos y elegir por mera casualidad empestillarme la cabeza. Y no
es resentimiento, ni indiferencia ante este mundo. Es sólo un gran simio confundi-
do por el choque entre sus instintos alimenticios y sus conceptos metafísicos de la
existencia. Ante esta caos, esta libertad potencialmente absoluta de acción (la
inherente relatividad de nuestro raciocinio, el inevitable vínculo al lenguaje), el
simio simplemente evalúa el suicidio como una de las tantas e indistintas opcio-
nes a su disposición.
El apego rutinario a vivir. Es razonable, lo respeto, pero llegó el momento de un
suicidio abierto a carcajadas y jolgorios, o a la nada misma.
Basta de egocentrismos. Ahora algunos homenajes: a Gloria, paciente e incondi-
cional. Aguantó a este simio bajo toda circunstancia. Podría delinear mi cariño
hacia ella en los siguientes y burdos términos: ella es tal vez la única persona,
fuera de mi familia, que me haría llorar al morir, quizás irremediablemente. A Ar-
chibaldo, un simio utilitario y jocoso. Nos vomitamos mutuamente nuestra barata
pre intelectualidad. Fuimos un vaciadero reciproco de todo nuestros impulsos
simiales. A mi familia, a quien no tengo nada nuevo que expresarle más que el
manoseado amor que uno suele sentir por sus parientes cercanos. Espero no sea
desacreditado por aquello, pues sólo basta un poco de sensibilidad para recono-
cer mis sentimientos. Adiós.
5 de Marzo
Al final el intento de suicidio terminó una apacible noche de Ravotril. En cambio,
ayer se me ha despertado temprano para darme aviso de la muerte de mi abuela.
Aparezco sentado en el abandonado velatorio, rodeado de ídolos, floreros y mo-
nos inquietos, inciertos de cómo comportarse frente a esto que ya esperaban,
pero que saben supone cierta apariencia compungida, exige ciertos lamentos. Se
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ve en algunas pupilas el intento de computar los códigos televisados hace unas
semanas en una película sobre la muerte de un pianista judío. Ajeno observo con
atención las opciones: mirada resignada hacia el piso, mejillas tiritando de inco-
modidad, de tanta conmoción?, voces cautas, cadenciosas, silencio reflexivo en
general, asustadizamente cadenciosas? Todos en la irresolución de cómo reac-
cionar ante tan esperado suceso -hablar del programa dispuesto por defecto tele-
visado, en el capítulo pasado sobre amaestramiento de focas podríamos también.
Pero como en un ángulo desenfocado destaca la palidez ancestral de mi abuelo,
de figura caída, rezumando su olor de cama, algo confundido por la escena, con
cierta intuición sobre qué hace ahí. Se pasea, le saludan estrechamente, por
turnos disimulados y ensayadas las cautelas; el venerable hombre que ha perdido
a su reumática compañía, su única comprensiva compañía de días y rutinas sim-
ples, su pilar de la costumbre acompañada.
Y es durante los segundos que medito esta escena, este intento de respeto por la
memoria de doña María Elena Calderón Zarraga, que el cano señor rompe a llorar.
La concentración de un desgarro, un procesión violenta de esta mente perdida.
Toda la carga explota en una mirada exhausta, en su mirada espástica de un fin,
de un olvido más, ya suplicado el olvido, concedido el placer del retorno al en-
cuentro del mono.
Llego a mi casa, me arrodillo frente a una imagen de la Virgen, y rezo:
-Querida Virgen María, agradecemos con humildad tu presencia en nuestro
hogar. Sabemos que las palabras no hacen falta para reconocer en ti un símbolo
de infinito amor y bondad, pero lo hacemos igual, para reafirmar nuestro profundo
respeto y admiración. Tu sola imagen ha servido ya para entregarme tu mensaje
de paz y fe. Y lo volvemos agradecer, esperando aprender cada día más de ti y
de nuestro Padre, y así crecer hasta que nuestra alma alcance los cielos, para
volver a encontrarnos y refugiarnos en tu eterna armonía. Te pido por el mundo,
tan necesitado de todo lo que tú tienes por entregar. Amén.
7 de Marzo
El episodio del funeral ha marcado mis meditaciones sobre la fe y el amor. He
caído en la cuenta de que necesito una mujer a mi lado, junto a otras cosas que
debo arreglar. Algo que debo comprender es la necesidad del contrapeso a esta
insana vida física. Inmóvil aspirando humo. Además, se acerca la conquista de
alguna fémina que desee como compañera. Quiero intentarlo. No ahora, pero
quizás en las vacaciones. Todo irá suave y sutil.
La contención, no la anulación de las emociones y la completa espontaneidad en
cuanto a lo que me pase con ella. Que el resto salga como deba. Y bueno, parte
importante es entregarme al intento como una presencia sana. Ejercitar al mono
sería espléndido. Mono corre músho, transpira músho, es muy sano músho.
¡Así que a entrenar a los ejércitos y a transformar mi fisionomía en un esbelto y
poderoso pedazo de homínido!
Cambio y fuera.
Texto inédito. Inaki Barasorda, Santiago, 1987
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Narrativa chilena actual
Zigzagueando
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Por Francisco Quiroz
INTEMPERIE**
Vendí a consignación revistas Quirquincho y Papaya. También vendí
en la Vega Central revistas pornográficas que un amigo traía de Bra-
sil, además de Metropolitan y Play Boy. El negocio siempre fue incier-
to. Debí recorrer medio Santiago para poder almorzar y beber un
bigoteado decente en barrio San Diego. Los clientes buenos estaban
en Plaza Almagro. Nunca tuve un maldito peso. Siempre usé el mis-
mo vestón brilloso y los pantalones pinzados que me regaló Carlota
en Bismark. Qué alegría haberme encontrado con ella ese miércoles.
Me llevó a su departamento en Santa Isabel. Almorzamos porotos con
rienda. Me salvó el día.
EL SHOW DEBE CONTINUAR*
La luna, hacia la ribera del sueño, ora menguante, ora creciente sobre
Santiago, se deshace como guijarro de polvo. Un balcón, un tercer
piso frente a Plaza Almagro y un salón de pool. Al costado derecho,
la Disco Planet y Solano que, luego de una increíble mona, se des-
pierta entusiasta, contemplando la torre Entel y sus destellos. Se
levanta parsimonioso del catre y enfila rumbo a otra noche más. Se
refriega los ojos, se acomoda su sobretodo, se acicala veloz frente al
espejo, expresando para sí, el show debe continuar. No queda otra.
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PICOTEANDO LO QUE SE PUEDE EN LA REINA*
Vuelo rasante del tiuque, cuya morada es un nonagenario pino arau-
caria. Se lanza desde la cornisa del edificio de condominio, al moder-
no vacío que domina pulcramente. De lo lindo coquetea con la hem-
bra. Ésta, juega escapándose al crepúsculo. Se hacen fintas y se
regodean suspendidos en el aire. Él, hace la pega de costumbre. Se
da tiempo, se lanza en picada, picotea lo que puede y aletea elegan-
te. Se abalanza amoroso y sólo la ama.
A LA POSTA CENTRAL*
Lluvia de palos. No alcancé a preguntarle qué onda y menos a defen-
derme. Caí al suelo y luego continuó el Clement, su hermano el bi-
gotón y me pareció ver, en la batahola, al Puntete. Todos nos patea-
ban en el suelo, a mí, al Osvaldo, al Clarens, al Macoña y al Grone.
Nos dejaron pa la zorra. No pudimos irnos esa noche a Loncura. No
nos fuimos nunca, porque tuvimos que ir, inaugurando la lona del jeep
(cuya estructura habíamos soldado durante todo el día, entre melones
con vino y jureles en tarro), en patota, a la Posta Central.
TANGO**
Tiene el brazo izquierdo más largo. Su mirada seductora la dirige a la
visera del gorro gardeliano de él. Le hace un sensual juego de pier-
nas. Él, tiene estilo. Su terno no está pulcro ni impecable. Es de lino
blanco arrugadísimo. Imposible verle el rostro. Ella lo arrima hacia sí,
mientras él mironea el par de diamantes por el escote del vestido. Lo
lamentable son sus zapatos que parecen alpargatas y no están a la
altura de un caballero, más aún si se las va a dar de galán y de exper-
to bailarín de tango, que es lo mismo.
ZIGZAGUEANDO*
En Los braseros de Lucifer lo que un fumador se demora en dos ciga-
rrillos. Bebieron un gin con gin. Caminaron por San Diego. Luego, en
Arturo Prat, entraron a La Pipa, otro gin con gin. Un tipo cantó acom-
pañado de un acordeón. Quinientos pesos e interpretó Angustia y
Cambalache. En Santa Rosa, La Tinaja, tercer gin con gin.¡Estamos
en la hora! No quiso quedar de pie. Quiso escuchar, desde el principio
a Los Ciudadanos. ¡Vamos! Y bebió de un sorbo la mitad restante del
vaso, haciendo una morisqueta, entre asco y placer.
* Textos inéditos
** Textos publicados en antologías del concurso "Santiago en Cien Palabras"
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Narrativa chilena actual
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Vodka
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Por Sergio Sarmiento
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Andaba complicado por de la tía Angélica. Andaba nervioso. Y no era capaz de
hablar con nadie. A fin de cuentas no había nada qué hacer. El destino es crudo.
En el banco, además, me sentía rodeado de uniformes. Y bóvedas. Y caras podri-
damente alegres. Nadie con quién comunicarse de verdad. Andar triste, en el
banco, parece que está como prohibido. Hay que sonreír a los clientes internos y
a los externos. Hay que representar el papel de hombre satisfecho. El papel de
funcionario que mira hacia el futuro y no ve ninguna nube negra. Si me atreviese
a hablar, pensé, lo más seguro es que mis colegas me manden a buscar refugio
en dios. En el papa y sus soldados. Sí, porque en el banco casi todos son católi-
cos. Son todos piadosos. Cada cual tiene un santito diferente en el escritorio.
Un santito que lo cobija. Yo, en cambio, voy para otra parte. Soy de los que no
creen en la iglesia vaticana. Me asquean los curas. Los curas que casan a los
famosos, los curas que reflexionan en los canales católicos, los curas que sermo-
nean en los tedéums y los curas comunes y corrientes, los peces flacos, que con
su apestosa amabilidad, con su pobreza de utilería, con su bondad lujuriosa, en-
gañan al hombre común y corriente. Al consumidor de fe. En fin, tal como un es-
critor colombiano que leí durante las vacaciones, siento un profundo asco por la
gran puta romana. Pero el asunto no termina allí. Este asco, en mi caso, se ex-
tiende hacia todas las demás religiones.
Me provocan náuseas, por ejemplo, los canutos que con potentes altavoces, tra-
jes de suches y horrenda gramática predican en las esquinas del barrio. ¡Cállense
de una vez, evangélicos de mierda! Sus voces disonantes cruzan, cada sábado,
cada domingo, cada feriado, las ventanas y las puertas de mi casa, impidiéndome
beber en paz los maravillosos vodkas con hielo que distienden ¡alabadas sean las
destilerías! mi tenso organismo funcionario. No me dejan disfrutar esa droga legal
que, con amplitud de criterio, los legisladores han consentido para el uso ciudada-
no. Esa droga que liberó a Ben Sanderson de lo fomeque que resulta, a veces, la
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existencia humana. Me refiero al protagonista de Leaving Las Vegas, una de las
pocas obras del séptimo arte que he visto más de una vez, diecisiete para ser
totalmente exacto. Gracias doy al iluminado Mike Figgis, director de tan poderosa
obra. Gracias también doy a los señores legisladores de la República de Chile por
permitirme el uso de esta sustancia. Enormes e infinitas gracias. De paso les
pido, respetuosamente, señores diputados, señores senadores, que regulen a
estos ruidosos enfermos teocráticos que gritan en las veredas. Enfermos que ni
siquiera me permiten, una vez consumido el transparente brebaje ruso -porque
bebo ruso original y no versiones chilenas- tener una borrachera como la gente.
Tener una depresión como la gente. Más ahora, que estoy en problemas.
La tía Angélica me crió desde los siete años, cuando mis padres murieron. Fue un
accidente automovilístico del que prefiero no hablar. Y a pesar de que creía en
dios, en la virgen y hasta en los extraterrestres, la quería como a una madre. Una
buena madre. El día que supe de su hospitalización –y de la gravedad de su en-
fermedad– quise llamar a la tía Rosa y contarle lo que me estaba pasando. Pero
la tía Rosa no es como su hermana, es más dura, es más seca. Ella es útil para la
parte operativa, no para las emociones. Después quise llamar a alguna de mis ex.
Pero no fui capaz de marcar. Seguramente me preguntarían por el depósito men-
sual. Ellas eran una sucursal del banco. Ese día bebí hasta quedar casi incons-
ciente. Estaba echando espuma por la boca cuando creí escuchar que alguien
golpeaba la puerta. Supuse que se trataba de algún fanático religioso. Y sentí
rabia. Y quise levantarme y golpearlo. Pero apenas pude moverme. Llegué a la
puerta cuando no había nadie. Y, tras tomar fuerzas, grité que era necesario eli-
minar a todo aquel que quisiera salvar el alma de los otros. Que salven su culo
primero. Hay que eliminar, continué, a los mormones, a los mormones gringos y a
los mormones latinos –fotocopias morenas– que se pasean con sus camisitas
blancas y sus sonrisas brillantes por las calles del barrio, caminando o en bicicle-
ta, como promoviendo una marca de detergente oligopólico. ¡Que se mueran los
mormones asquerosos! También hay que eliminar a los testigos de Jehová y sus
sombreritos de hilo. Y sus revistas reculiadas que promueven puras mentiras.
Acabar de una vez por todas con sus golpes en las puertas de los vecinos. Aca-
bar, por ley, señores parlamentarios, con sus preguntas imbéciles que interrum-
pen nuestras vidas, pero no las salvan.
Desperté en el antejardín. Tenía la camisa manchada con tierra. Eran las doce la
noche. Y pensé que lo mejor que podría pasarme sería ganar el concurso del tv
cable y viajar a una ciudad de EEUU –la que Ud. escoja– con los gastos pagados
por treinta días. Había mandado casi veinte mensajes de texto. Si ganase podría
olvidarme de todo. Podría descansar sin clientes preguntando por saldos, líneas
de crédito y cobranzas judiciales. Descansar sin hijos ni ex esposas. Descansar
incluso del padecimiento de la tía Angélica. Su vida no estaba en mis manos. Solo
los médicos podrían hacer algo por ella. Yo no estaba capacitado ni siquiera para
darle palabras de aliento. Yo era un influjo negativo. Un hoyo negro. El concurso
era mi última esperanza. Tomé el celular y mandé otro mensaje. Si ganaba esco-
gería Las Vegas. Allí dejaría de lado los ritos bancarios. Allí podría despreciar el
sueldo y los beneficios y el prestigio que otorga trabajar en una entidad sólida y
estable. Una entidad cuyo dios gobierna este mundo. El pasto estaba húmedo y
me levanté. Tenía frío y un enorme dolor de cabeza. Pero estaba entusiasmado.
En Las Vegas, me dije, podría olvidar también a la tía Rosa, que es casi un cura.
Un severo cura con vagina. También podría alejarme de la religión. En Las Vegas
parece que no hay religión. Allí podría sentirme libre. Y encontrar a mi propia
prostituta sagrada, a mi propia Sera, a mi propia Elisabeth Shue. Y tener un polvo
de verdad. Después, como Ben Sanderson, la dejaría. Y seguiría bebiendo. Be-
bería con hambre y desesperación hasta encontrar el camino, hasta tener unas
vacaciones largas. Unas vacaciones en la oscuridad, unas vacaciones bajo mis
párpados, convertidos en lápidas.
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ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
Al día siguiente, en el banco, la resaca me mataba. Y la pena. Sucesivas dosis de
café y analgésicos no fueron suficientes para recomponerme. Tenía un aspecto
lamentable. Ojala la tía Angélica estuviese conciente, me decía. Si estuviese con-
ciente podría contarle lo mal que me siento. Pero cuando iba al hospital solo me
encontraba con su piel enferma. Y sus ojos perdidos. Y una ridícula virgen sobre
su cabeza, colaboración de la tía Rosa. A las doce del día me sorprendí mirando
la tele que en la sala de espera entretiene a los clientes. Hablaban del fin del
mundo en el 2012. Pensé, entonces, que si la tierra estallase me daría igual, pues
lo más seguro es que no haya tiempo para lamentos. Solo para un vodka. Y si
hubiese tiempo, me dije, habría muy poco de qué lamentarse, pues la vida de la
mayoría de la gente en este planeta nunca fue muy hermosa. La vida aquí ha
sido, desde siempre, un desastre. Y todos hemos colaborado. No solo los gobier-
nos y sus socios opositores. No solo los grupos económicos. No solo los líderes
religiosos. A fin de cuentas es la gente común y corriente la que ejecuta las accio-
nes. Justificando nuestra cobardía en la necesidad nos jodemos entre todos. El
mundo no funciona. Y los empleados bancarios, hay que confesarlo, hemos cola-
borado bastante con tal situación. Hemos sido, por decirlo de manera amable, los
bien vestidos ejecutores de la usura. Hemos decapitado, con afiladas tasas de
interés, a los pecadores, a los que se rebelan ante el poder del dinero. Todo por
mantener la pega. Y el aire acondicionado. Y las regalías. Me serví otro café. Y
mientras revisaba los saldos de los cuentacorrentistas, ya no estaba viendo tele,
tuve una pequeña crisis. Me eché a llorar en ese sitio donde está prohibido sentir-
se mal y un colega fue en mi auxilio. Entregándome unos pañuelos desechables
me acompañó a los servicios higiénicos, donde no hay cámaras. Allí hablamos un
rato. Tras escuchar mi problema me aconsejó que fuese a ponerle unas velitas a
santa Teresita. Dolorido, pero digno, ironicé preguntándole por dónde había que
meterle las velitas a la santita. ¿Hay una ranurita? Mi colega se ofendió un poco,
no mucho, pues tampoco era, como dijo, católico practicante. Aquí nadie es católi-
co practicante, todos fingen, susurró después. Enseguida escrutó los espejos
como buscando a un observador oculto. Una cámara de vigilancia, un micrófono.
Da lo mismo que creas o no creas, dijo subiendo un poco el volumen tras terminar
la inspección. Vaya, mijo, y póngale unas velitas, señaló después, adoptando un
tono paternal. Luego me contó que hace un tiempo, cuando su mujer tuvo un
accidente, andaba de compras y cayó en una alcantarilla del centro, y estuvo
grave, muy grave, fue donde santa Teresita y le puso unas velitas y le pidió que
su mujer sanara y otras cosas más, como estabilidad laboral, un casa más amplia
y más fe, porque puta que cuesta tener fe, amigo, dijo. Y la santita se las conce-
dió todas, con excepción, parece, de la famosa fe. Una vez que el milagro se
concrete, usted va de nuevo para allá -continuó diciendo- y paga la manda, es
decir, realiza lo que prometió a la santita a cambio de los favores solicitados. Ge-
neralmente son velas, la santita necesita muchas velas. Yo pensé en la tía Angéli-
ca, que es la única persona que quiero, la tía Angélica que pese a tener ideas
cristianas, no merecía morir. Esa misma noche, afirmado en una botella de vodka,
decidí dejar de lado mis sólidas ideas antirreligiosas. A fin de cuentas soy chileno,
pensé tras el segundo trago, es decir, soy mediocre, soy inconsecuente. Me serví
enseguida un tercer y un cuarto vaso del blanco licor. Y me sentí noble y marea-
do. Y volví a llorar. Y puse Leaving Las Vegas. Y me quedé dormido.
Al fin de semana siguiente, cuando la idea, dada su estupidez, comenzaba a des-
moronarse, decidí partir para el santuario de la primera santa chilena. Se piensa y
se hace, dije repitiendo una de las frases emblemáticas de la tía. Y me puse en
marcha. No quería fallarle. En el camino, mientras manejaba rumbo a Los Andes,
observé unas rocas enormes que me alucinaron. Unas rocas como primigenias.
Tipo once de la mañana llegué a mi destino. Estacioné y partí al templo. Se trata-
ba de una iglesia común y corriente, llena de gente común y corriente, encendien-
do velas, comprando souvenirs, dando limosna, arrodillándose, murmurando co-
mo si hablasen con la santa o con dios. Sentí profunda pena por ellos. Y mientras
42
ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
calculaba el monto de dinero que diariamente donaban los tontos a la iglesia cató-
lica, me detuve un par de minutos ante la imagen de la santa. Y con cierta ver-
güenza formulé mi petición y mi recompensa. Y encendí una vela que los asisten-
tes de los curas me vendieron a precio de monopolio. Miré el rosado rostro de la
santa unos segundos. Era un rostro infantil. Y falso. Sentí vergüenza otra vez. Y
salí del templo. Y fui al estacionamiento. Y di unas monedas a un indigente que agi-
tando un paño me llamaba patroncito. Eché a andar el motor. Y regresé a Santiago. Y
mientras manejaba observé otra vez las rocas enormes, las rocas primigenias.
Llegué tarde. Y como un niño bueno que regresa de misa sin beber un trago me
acosté. A la mañana siguiente, muy temprano, recibí la llamada de la tía Rosa
para informarme algo terrible. La tía Angélica había muerto. No pudo resistir la
operación, se lamentaba una y otra vez. Era un día lunes. Siete de la mañana. A
las ocho treinta llamé al banco y pedí permiso por dos días. Escuché las palabras
de buena crianza del encargado de recursos humanos, un psicólogo laboral adic-
to a los casinos y a las secretarias. ¿Quieres hablar con algún otro colega?, ofre-
ció amable al final de la conversación. Dije que no y corté la comunicación. Ense-
guida me di una larga ducha. En honor de la tía Angélica me arreglé lo más que
pude, me afeité y me puse un buen traje, la tía Angélica, además de creer en el
crucificado, creía en la rima: bien vestido, bien recibido, repetía durante mi infan-
cia, convirtiéndome, primero, en un correctito escolar y, después, en un funciona-
rio meticulosamente terneado. Tras desayunar me serví un vodka. La mañana era
tibia y detrás del vidrio la cordillera, carente de nieve, se alzaba imponente. Re-
cordé, entonces, lo sucedido el día anterior. Y un cierto remordimiento vino a mi
cabeza. Claro, porque estando ante la santita no pedí por la salud de la tía Angéli-
ca, ella podría arreglárselas con los santos, ella tenía línea directa con el todopo-
deroso y sus ángeles amanerados, sino por mi viaje al país del norte. Quiero via-
jar a EEUU, en especial a Las Vegas, murmuré, ofreciendo como recompensa mi
alma. Mi alma que no existe, añadí. Y miré fijamente los ojos de acrílico de la
santa. Luego esbocé una gran sonrisa irónica. Y encendí una velita y sentí com-
pasión por los idiotas que lloraban ante la imagen de la muchachita santa, la mu-
chachita que perdió su juventud encerrada en un templo repleto de lesbianas y
mentiras. Enseguida me arrepentí del viaje. Soy demasiado mediocre, soy dema-
siado oportunista, soy demasiado chileno, me dije. Y avergonzado quise borrar el
episodio de mi cabeza.
Tú no crees en ese tipo de estupideces, tú eres racional, tú eres un correcto em-
pleado bancario, tú eres un hombre de números, me dije después, mientras le-
vantaba el vaso de vodka y miraba la cordillera al trasluz. La tía Angélica igual
hubiese muerto si hubieses pedido por su vida. No seas huevón, Ramiro. La reli-
gión es una tontera. Claro, por supuesto, la religión es una mierda. De eso no hay
dudas. Pero igual sentí pena, pues me di cuenta que había traicionado, de mane-
ra simbólica, a una mujer que me había amado mucho, a una mujer que por criar-
me había renunciado a ser madre –madre biológica– tras el accidente que ter-
minó con la vida de mis padres. Y me sentí egoísta. Y tuve rabia. Y apuré el vod-
ka. Y terminé el vaso. Y me serví un segundo trago. Y mientras mi sed crecía,
volviéndose insaciable, me sentí como Ben Sanderson viajando hacia la muerte.
Una cierta euforia, entonces, me vino al cuerpo. Recordé mi infancia. Recordé a
la tía Angélica peinando con gel mi pelo chusco. Sentí su beso tibio en mi frente.
Y lloré como un niño. Mi vida se escapaba y, al fin, nada digno había hecho con
ella. Mis hijos apenas me conocían. Nunca había puesto gel en sus cabellos, ni
besado sus frentes con dulzura. Culpa de sus madres, me dije. Mis tres ex muje-
res han complicado mi relación con ellos para darles otros padres. Luego me di
cuenta que estaba equivocado, que a pesar de los obstáculos la responsabilidad
era mía. Yo había renunciado a ellos. Yo los había abandonado. El vodka había
vencido. En ese momento sonó el teléfono. Me levanté y busqué mi celular pen-
sando que se trataría de la tía Rosa. ¿Hablo con Ramiro Arteaga?, preguntó una
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ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011
amable y acartonada voz femenina. Sí, con él, respondí. Soy Macarena Andrade,
ejecutiva de marketing de Telesur, su empresa de cable. Y le tengo una muy muy
buena noticia. ¿Una muy muy buena noticia? Claro, se trata del concurso de via-
jes. ¿Se refiere al concurso de viajes a EEUU? Exactamente, a eso me refiero,
respondió la mujer. En ese momento mi corazón latió de manera brusca. Sentí
que mis huesos se volvían hielo. Se me fue la borrachera, tuve miedo y corté la
llamada. Al tiro apagué el celular. Una idea siniestra cuajaba en mi cabeza. Y no
quería aceptarla. Don Ramiro, usted ha ganado el viaje a EEUU, imaginé que
diría la ejecutiva. Y eso estaba absolutamente fuera de mis cálculos. Me imaginé
creyendo en dios y en la virgen. Me vi viajando al Vaticano para besar la mano del
santo Papa. Me vi comprando velas para la ranurita de santa Teresita. Me vi dan-
do testimonio en una iglesia. Y tuve miedo. Terminé el segundo vaso y me serví
un tercero. Y me quedé sentado sobre el sofá, bebiendo y mirando la seca cordillera.
Abrí los ojos pasado el mediodía. Estaba mareado y me di una segunda ducha.
Enseguida me preparé un café cargado y tras encender el teléfono llamé a la tía
Rosa preguntando por novedades. Ella me informó del lugar del velatorio, una
capilla del barrio donde había pasado mi infancia junto a la tía Angélica. El entie-
rro sería en el parque cementerio Eternidad. Luego ajustamos algunos detalles
económicos, principalmente lo referido al valor del servicio funerario, estipendio
que pagaríamos a medias. Después pensé apagar el teléfono. No me sería agra-
dable recibir llamadas de Telesur. Pero lo dejé encendido. No podía dejarme lle-
var por la superstición. Ya no estás tan borracho, Ramiro, me dije. Y fui por otro
café. Y mientras miraba la televisión, daban noticias, me reí de mí mismo. Me reí
de la fragilidad de mis convicciones, de lo fácil que resulta, cuando uno anda
débil, caer en la idea de lo sobrenatural. Tú no crees en nada, me dije. Tú ni si-
quiera eres de ese tipo de gente que cree en la energía, dios es energía, la natu-
raleza es energía, el cosmos es energía, por lo tanto, dios, la naturaleza y el cos-
mos son una sola cosa, un solo dios, una sola fuente de poder, una sola bóveda
central. Recordé, entonces que en el banco hay un par de enfermos con ese tipo
de convicciones. Uno de ellos es el psicólogo laboral. El otro es un tipo de marke-
ting. Los peladores dicen que fuman marihuana. Pobres drogadictos. Deben estar
mal de la cabeza. No sé cómo no los despiden. Por último, que les paguen un
tratamiento. Que los rehabiliten para que se den cuenta que la cosa es como es
no más. Que no sigan soñando con huevadas. Que vean la vida, por último, como
esa gente siútica que la compara con una página en blanco, una página, añaden,
que podemos colorear a nuestro modo. Me relajé. Las ideas idiotas habían des-
aparecido solo con mencionarlas. Había tenido solo un pequeño episodio paranoi-
co. Reí fuertemente entonces pensando que lo único que me había faltado es ver
a santa Teresita. Que la pobre chica cruzara la puerta y me hablase de su abusi-
vo dios.
Jesús ha tomado el mando de mi barquilla y la ha retirado del encuentro de las
otras naves. Me ha mantenido solitaria con El. Por eso, mi corazón, conociendo a
este Capitán, ha caído en el anzuelo del amor, y aquí me tiene cautiva en él.
Algo parecido había leído en mi visita al templo, algo así de esclavizante, pensé y
reí otra vez. Entonces me levanté para ir al velorio. Y me di cuenta que estaba,
todavía, muy borracho. Apagué la tele. La tele estaba de sobra. Y me senté otra
vez sobre el sofá. El funeral podría esperar. Al fin y al cabo la Tía Angélica no
resucitaría. Ya estaba muerta y ningún santo la haría volver a respirar. Tampoco
voy a viajar a Las Vegas. No conoceré a mi prostituta sagrada. Los milagros no
existen, la religión es una mierda, repetí con más fuerza que nunca mientras tra-
gaba la negra sustancia. Al rato sonó el teléfono. No quise contestar. Cortaron. Y
seguí sentado en silencio ante la tele oscurecida. La tele muda. Y volvieron a
llamar. Esto ocurrió unas seis o siete veces. Finalmente di una mirada al visor.
Era el número de Telesur. Seguramente se trata de una promoción, concluí.
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Esperpentia digital n°9

  • 1. ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 Literatura, Arte y Realidad Edición Digital N°9 Agosto 2011 L looooo Héroes, antihéroes& superhéroesll EmilioSerey
  • 2. 2 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 Sumario Agosto 2011 Primera B Braulio Arenas Discurso del Gran Poder Por Sergio Sarmiento Página 4 Primera B Palabras y mendicidad El oficio de la escritura en Enrique Lihn Por Mauricio Rojas Página 19 Poesía chilena actual Polvos rosados Por Markos Quisbert Página 28 Narrativa chilena actual La pedagogía del vacío Por Mauricio Rojas Página 30 Narrativa chilena actual Crónica Insomne Por Iñaki Barasorda Página 34 Narrativa chilena actual Zigzagueando Por Francisco Quiroz Página 37 Narrativa chilena actual Vodka Por Sergio Sarmiento Página 39 Narrativa chilena actual Ley de gravedad Por Sergio Sarmiento Página 45 Opiniones y disparos Escribir como utopía Por José Abelardo Encina Página 50 Opiniones y disparos Leandro Hernández: Umo sin hache Por Francisco Quiroz Página 53 Opiniones y disparos La librería de Babel Por Maximiliano Díaz Santelices Página 57 Imprecaciones Reinserción social Por Rainier Alda Página 60 Fotografía Retratos Por Emilio Serey Página 62 Fotografía Mensajes estudiantiles Por Sparky Página 67
  • 3. 3 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 Revista ESPERPENTIA Literatura, Arte y Realidad Fundada el año 2000 Dirección y Edición Sergio Sarmiento M. Diagramación Sparky Colaboraron en este número Maximiliano Díaz Santelices Emilio Serey Mauricio Rojas Marcos Quisbert Iñaki Barasorda Francisco Quiroz Lugar de origen Batuco, Santiago, Chile Periodicidad 100% irregular Correo electrónico esperpentia@yahoo.com Los artículos que contiene la presente edición se publicaron originalmente en el sitio web: www.esperpentia.cl Edición Digital N°9 Agosto 2011 PERMITIDA SU REPRODUCCIÓN CITANDO LA FUENTE
  • 4. 4 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Primera B Braulio Arenas Discurso del Gran Poder l Por Sergio Sarmiento Publicado por primera vez en 1952 por Ediciones Le Grabuge, “Discurso del Gran Poder” asoma como uno de los textos de mayor peso escritos por el extinto Brau- lio Arenas (1913-1988), autor que junto a los poetas Enrique Gómez Correa, Teo- filo Cid y Jorge Cáceres, diera vida, en 1938, al grupo La Mandrágora, una espe- cie de sucursal chilena –no sé si “a la chilena”– del surrealismo francés. Este movimiento con vinculaciones huidobrianas, lenguaje parisiense y raíces en la sureña ciudad de Talca, tuvo su momento máximo –desde el punto de vista de la trivia literaria– cuando sus jóvenes integrantes interrumpieron, dos años después de su formación grupal, un acto en el salón de honor de la Universidad de Chile donde participaba Pablo Neruda, rompiendo el discurso del futuro premio Nobel, nuestro premio Nobel como dirían los periodistas lentos de la tele, que en ese tiempo ya había publicado “Residencia en la Tierra”. Se dice que quien hizo pedazos el discurso de Neruda fue Arenas. Y que salió indemne. Sin siquiera un combo, como ocurrió con sus compañeros de la Mandrágora. Pero eso es anécdota. Los que nos importa es dar a conocer una de las tantas obras relevantes –y ampliamente olvidadas– de la poesía chilena. Una obra cuya arquitectura mezcla dos elementos que, a primera vista, parecen irre- conciliables: el folclore y las vanguardias. Folclore, pues para componer “Discurso del Gran Poder” Arenas recurre a la técnica de “Las doce palabras redobladas”, una tradición popular chilena con raigambre europea. Vanguardias, porque el autor usa un lenguaje de origen surrealista para crear los versos. Las doce palabras redobladas es una técnica que desarrolla doce cuerpos textua- les. Se parte creando un verso, que es el primer cuerpo textual. Luego este verso se une a un segundo verso, creando el segundo cuerpo textual. A estos dos ver- sos se les antepone un tercer verso, creando el tercer cuerpo textual. Y así, suce- sivamente, hasta completar un texto de doce versos. A manera de ejemplo, en http://leyendas-chile.webnode.es encontramos doce palabras redobladas informa- das por María Isabel Salas Barrera, de la Isla de Yaquil (Santa Cruz, Colchagua), que se usan –señala– para engañar al diablo tras venderle el alma. El primer
  • 5. 5 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll verso es el siguiente: La Una es Una, la Virgen Pura. A este se le une un segundo verso, obteniendo el segundo texto: Las Dos son dos, las Dos tablas de la Ley / La Una es Una, la Virgen Pura. El tercer texto: Las Tres son tres, las Tres Mar- ías / Las Dos son dos, las Dos tablas de la Ley / La Una es Una, la Virgen Pura. Se sigue así hasta completar un texto de doce versos: Las Doce son doce, los Doce Apóstoles. Las Once son once, las Once mil Vírgenes. Las Diez son diez, los Diez Mandamientos. Las Nueve son nueve, los Nueve meses Las Ocho son ocho, los Ocho Planetas Las Siete son siete, los Siete Sacramentos. Las Seis son seis, las seis Candelas. Las Cinco son cinco, las Cinco Llagas. La Cuatro son cuatro, los cuatro Evangelistas. Las Tres son tres, las Tres Marías. Las Dos son dos, las Dos tablas de la Ley, La Una es Una, la Virgen Pura Siguiendo este esquema, aunque dándose todas las licencias que la poesía vanguardista puede otorgar, Braulio Arenas construyó su “Discurso del Gran Poder”, obra en la cual el escritor mandragórico desarrolla un texto luminoso y apasionado. La estructura del poema, que se basa en la repetición, es una especie de laberinto o país de las maravillas, territorio lleno de espejos donde los versos se van distorsionando y generando nuevos significados constantemente. En esta concatenación de espejos que viven unos de otros, en cuyo cielo pasa una teoría de mujeres, Braulio Arenas escribe el mensaje del amor, el gran poder. Este amor va dirigido a la mujer. La mujer es la razón de ser, / la piel, la idea, escribe el poeta. Y mediante este amor es posible fundir en uno los opuestos: el espejo y la realidad, el sueño y la vigilia, el espíritu y la carne, lo subjetivo y lo racional. Como escribe Arenas: el amor es la alta y la baja marea simultánea, el amor es un sentimiento que permite su- perar la dualidad. Y darle dirección a la existencia: Mujer, mujer, / bella como la llama, / esta es la flor para emprender jardines, / este el amor para emprender la vida, / este el espejo para emprender el viaje. El lenguaje de la obra, por su parte, sigue manteniendo el origen surrealista de su produc- ción anterior, pero hay una evolución: ya no intenta ser un clon del autor de Nadja, ya no sigue totalmente la moda del momento, logrando generar un discurso honesto, discurso que si bien presenta reminiscencias del lenguaje afrancesado propio de los copiones de Bretón y Cia., tiene una intención propia, tiene actitud. A propósito del tema, en uno de los artículos publicados en "El circo en llamas", Enrique Lihn señala que este asunto fue un lastre constante para el autor mandragórico, a quien no le gustaba estar encasillado en el grupo surreal. Le habría dicho, incluso, que sus poemas surrealistas eran copias hechas en malos papeles de calco. En “Discurso del Gran Poder”, en todo caso, se puede apreciar que el autor deja de lado buena parte del papel calco que usó en sus primeras publicacio- nes, como “El mundo y su doble” o “La mujer mnemotécnica”. O que aprendió a usarlo sin que se notase tanto el original, adentrándose en sus propias obsesiones, en su propia humanidad, en la simpleza. El amor pesa tanto como la memoria que desaloja, indica uno de los versos de la obra realizada con la técnica de las doce palabras redobladas, verso que compartimos plena- mente. Y que se eleva sobre la otra trivia del autor. Aquella que nadie quisiera recordar. Aquella que habla de su adhesión –en la última etapa de su vida– a la dictadura militar. Época en la cual Braulio Arenas se volvió fascista como Pound o como Borges, llegando incluso a escribir un himno para el régimen de Augusto. Época en la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura (1984) a cambio, se dice, del himno y su silencio ante el horror.
  • 6. 6 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Braulio Arenas Discurso del Gran Poder I La lámpara enloquecida por el texto de la luz, habla del alba cristalizada; ella fermenta el amor, el ojo de su espejo; el mismo amor no sabría hablar de sus mujeres con un menor número de besos, yo no sabría decir mi porvenir con un menor número de astros entrecortados, cuando tú vienes, numerosa, para crear la unidad de mi misterio. II El amor pesa tanto como el sueño que desaloja: esa puerta batiente es la alta y la baja marea, es, además, la moneda de oro que vegeta en el bosque; una noche, una única noche nos confiere el sentido del sí y el contrasentido del no de esa moneda; dos sombras contradictorias hacen del amor la llama más espléndida y establecen, para siempre, el principio de oro del amor. La lámpara, a quien el texto de la sombra ha roto en mil fragmentos de alba, deja escapar la alquimia de las voces, y a un decir de años-sombra nosotros respondemos con un millón de años-mujeres: cada mujer es voz para la alquimia. III El espejo, sus olas minuciosas, entrega de nosotros a la vida esa parte de alta y baja marea simultánea; con gran poder atravesamos su pecho ardiente, más exigente que la noche caprichosa, y salimos a lo que ambiguamente llaman vida atraídos por el reflejo de un centellear de plumas, mientras a nuestra espalda el e s p e j o borra minuciosamente sus imágenes y nosotros, inermes, no encontramos la entrada, nosotros que encontramos la salida
  • 7. 7 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 La lámpara tiene sus auroras contadas; su luz ha llegado hasta su hueso puro, hasta su espectro solar ávido del lujo que rezonga en la noche; la lámpara se ha cortado las venas por amor para saber, por fin, qué cosa es la tiniebla. El amor pesa tanto como la realidad que desaloja: esa puerta batiente se abre al interior, se cierra al exterior; exterioriza un espectro, interioriza un mundo; esa puerta batiente semejante a una selva ¡y basta sólo un árbol para disolver su misterio!, el fénix del amor echa al aire sus cenizas. IV Todo el océano será para nosotros, exclamamos; y tú, más bella que las palabras de inteligencia que intercambia tu frente con la estrella, para expresar la nostalgia, la memoria, el placer, tú, con un gesto infantil de encanto mágico, te volviste hacia la noche para decir la última palabra. La lámpara migratoria mira con horror sus luces sedentarias, ella ya nada espera de la noche, ella hizo del alba su migaja de pájaro; un pájaro fermenta su mirada, su placer, su memoria, su nostalgia, su alba desgarrada, su ventisquero ardiente. El amor pesa tanto como el amor que desaloja: esa puerta batiente da el océano a la noche que sale, da el océano al día que entra; océano (noche y día), océano con un número mágico en tu costado, y que al decirlo es una contraseña para entrar o salir por esa puerta de oro hacia la edad de oro; mujer mía, en tus ojos la edad de oro vuelve a mirar al mundo. El espejo es espejo en cuanto mundo, así como el mundo es mundo en cuanto espejo; mundo, espejo sangrante, yo te miro a través de tus guerras irrisorias, de la miseria absurda, de tus ciudades destruidas; entra en tus dos mitades,
  • 8. 8 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 VI Mujer, mujer, bella como la llama, esta es la flor para emprender jardines, este el amor para emprender la vida, este el espejo para emprender el viaje. La lámpara, a quien el texto de la luz ha hecho comprender el texto de la tiniebla, habla del alba a las miradas parásitas de la noche; ella habla a las cenizas del fuego que no vieron; mujeres hablan del amor a ciencia cierta, en sus diez dedos, para ayudar a vivir a diez relámpagos. El amor pesa tanto como el relámpago que desaloja: un instante más y todos los hombres sabrán de la noche su contenido de hada, derrocharán la muerte, ella no será el contrato de la vida, sus dos senos me otorgan el derecho de creer, de soñar y de amar, yo seré el hombre de uno y todos los días, tú has establecido, de una vez para siempre, el principio de oro del placer. Espejo ardiente, tu eternidad será la mía; reducida a cenizas, el alba se posará en las rocas para cantar su nacimiento; la noche tan simple, en vano la realidad tratará de intoxicarla; tan pura, ella se dará a la pureza, ella nos dará el alba a manos llenas. Todo el océano será de la pureza, declaramos, y juntos establecimos el pacto de la aurora; todo estaba en suspenso, el mar ardía, vivo estaba el placer, placer ardiente. Todo se había dicho: todo lo que en el amor afirmaremos la identidad de sus contrarios, todo lo que en la vida dejaremos por la sombra, todo lo que en la noche aguardaremos de infancia intacta, de ciencia verdadera, todo lo que en la aurora repetirá el fulgor del hacha frente al decapitado, todo lo que en el océano se pagará bien por mal al anillo de Polícrates, todo lo que en el bosque encontraremos de hojas en llanto al paso del carruaje, todo lo que en la lámpara quemaremos: vivo el placer, placer ardiente. VII Cada gota de agua lleva en sí su desierto, cada mujer en sí mi sed, mi última noche.
  • 9. 9 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 una será la vida, uno el amor, uno el espejo; entra en tus dos mitades; una capa de armiño para sus pies desnudos. V Todo se había dicho: todo lo que en el amor seremos, todo lo que en la vida viviremos, todo lo que en la noche soñaremos, todo lo que en la aurora moriremos, todo lo que en el océano nadaremos, todo lo que en el bosque encontraremos, todo lo que en la lámpara veremos, todo yacía mudo frente a nuestro amor. Lámpara batiente, lámpara todo o nada de la materia; ella hace de todas las lenguas del fuego una sola lengua, un solo pensamiento de todas las miradas, la nieve le da su corola; el sol, su abeja; todas las lenguas descienden a su silencio para decirle amor; océano mío, acerca también a ella el vaho de tu rostro, tu ola numerosa, tu espectro solar candente: ¡placer, placer, qué has hecho de nosotros! El amor pesa tanto como el espectro solar que desaloja: esa puerta batiente prescinde de la fumarola de la idea, sus goznes giran al par de las visiones; una noche, una única noche nos confiere el sentido del sí, y el contrasentido del no de la videncia; todas las noches, y creemos que cada una de ellas será el punto de partida para el día: ¡placer, placer, qué has hecho de nosotros! Espejo desvestido en son de vida, un pájaro de azogue se nutre de tus imágenes; él ha rehusado los harapos de la selva, ha rehuido el lazo de oro de la costumbre; este pájaro gira sobre sus goznes, y abre de par en par al pensamiento la prisión del oro; océano mío, haz estallar tu frente, haz brotar la identidad de tus contrarios: ¡placer, placer, qué has hecho de nosotros! Todo el océano será para nosotros, repetimos; y tú, más bella que el grito de sorpresa que lanza la reina del espejo al blandir su dedo herido contra el tiempo, tú, con tu dedo, hiciste un rasgo de orden mágico volviendo la palma de tu mano hacia la noche para decir la última palabra.
  • 10. 10 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 Brisa de luz, golpea la puerta de la lámpara, oscurece sus sienes, haz astillas sus huesos, aorta rota, caos, y atormentada; el buen tiempo ha llegado de hacer de un misterio dos respuestas, a pregunta de amor, respuesta de vidente. El amor vidente pesa tanto como la pareja vidente que desaloja: el amor, asido al flanco de la tierra, por piedad; mujeres dejan el mar como olas, dejan la vida por la estela del amor, por el relámpago; se levantan en son de aurora, son ya la aurora; por el cielo pasa una teoría de mujeres. Espejo en llanto, catóptrica gaviota, sólo a expensas del mar que es su alimento vive; la mujer es la razón de ser, la piel, la idea; y en su interior de mar el amor es la alta y la baja marea simultánea: razón de amor, tu locura rueda como un dado. Todo el amor será para nosotros, afirmamos: la gaviota, atraída por un espejo de presa, muda arrojaba al mar su corona de reina; pronto el mar fue un color, el árbol, otro; color el mundo, la ventana, la noche; color la mesa, la nieve, la saeta: y tú, al llegar, diste la forma. Todo se había dicho: todo el amor salido de su órbita, toda la vida exigiendo su derecho, toda la noche echando chispas por su rostro, toda la aurora mostrando su puño al perecer, todo el océano delirante al borrar minuciosamente sus pisadas, todo el bosque misántropo, toda la lámpara, nada más que la lámpara: amada, amada. Amada, amada: esta es la flor para emprender jardines, este el amor para emprender la vida, este el espejo para emprender el viaje, este mi amor para emprender tu amor. VIII Acógenos espejo; tienes el deber de verificar nuestra imagen reunida, de hacer que la mano de terror que extiendo en las tinieblas
  • 11. 11 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 encuentre un muro de piedad para decir mi nombre; tienes el deber de hacerte lecho de torrente, para que ella y yo verifiquemos nuestra imagen, la imagen del amor. La lámpara, su vocabulario de amor iba cuajándose en astros entrecortados; y el resplandor mágico de tu cabellera ornaba al mundo de castillos de tránsito; tú atravesabas la noche, como se raya con tiza el pizarrón, atesorando en tu corpiño la experiencia de la esponja de mar que exprime la memoria. El amor pesa tanto como la memoria que desaloja; él, abre, por fin, la puerta del sueño y la vigilia (el amor, como el sol, siempre es mediodía), y después de un misterio, siempre el amor puede disolver otro misterio; puede ofrecer su norte, su arteria a los hachazos; amor, amor, mi mediodía permanente. Espejo, un no sé qué de amor daba a esa mujer un resplandor de espejo que hadas hicieron brotar al pie del lecho; la noche, asida al flanco de las olas gritaba a los astros su ronco desafío; el sueño dejaba sus huellas en la playa, y una mujer formaron las olas de la noche; la tierra (noche y día) va a contemplar su imagen en este espejo múltiple; a mayor luz, mayor obscuridad; a mayor dolor, mayor amor, mayores olas; tierra con su dilema de aves del paraíso, con su dilema de selva sensible a la menor de sus hojas, con su dilema de amor en el pecho calcinado; océano que tornas única la mirada de todas las olas del amor, en tu último náufrago la vida sostiene su razón; manos se estrechan, el eco se adelanta, y apenas la palabra poesía es pronunciada la palabra amor es respondida; la realidad ha dicho su palabra y el amor la suya y las estrellas la han esparcido en ondas: la vida se abre en mujer que nace a cada instante. Todo el océano será para nosotros, confirmamos; el día y la noche debatían en él su sábana nupcial, y eran tinieblas y luces las que circundaban a esta criatura; ella susurró de Nínive la noche, sus pies desnudos y su cuerpo blanco susurraron la noche, esta ave de Nínive había cumplido en sí el circuito de la sangre de su clan, y, al decir buenas noches, ella era la primera noche que el amor daba a la tierra. Toda la noche estaba dicha en esa noche, dicho el amor, dicho este discurso;
  • 12. 12 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 a pregunta de amor, respuesta de poesía. Hada de pies desnudos, esta es la flor magnética para el jardín magnético, este el amor maravilloso para la vida maravillosa, este el espejo ustorio para la nave ardiente, este mi amor para emprender tu amor. Cada gota de agua lleva en si su desierto, cada mujer en sí mi amor, mi última noche, ¡placer, placer qué has hecho de nosotros! IX La gaviota de la constelación del espejo visita al espejo de la constelación de la gaviota; hada de pies desnudos, el mar salió a buscarte y te hizo tierra, el fuego te hizo su fénix misteriosa, la nube te concedió el atributo de su espacio, el castillo te hizo su ventana predilecta, la selva te dio su idea, el caracol marino su rumor; como el mercurio mágico, tu cuerpo se derramaba en son de aurora. La lámpara de mercurio diariamente descendía a un lago de mercurio, hablaba de las cenizas, del alba cristalizada por un pájaro; ella fermentaba el amor, el ojo de su espectro de mercurio; el mismo mar no sabría hablar de sus gaviotas con un menor número de plumas, la misma nieve no sabría describir París con un menor número de ventanas en fuego, en contra del ciclo, tú eras el paraíso; y en contra del oficio de tinieblas, tu oficio era de luces. La luz del amor pesa tanto como la sombra de la realidad proyectada en el sueño: y ella sabía dormir como los gnomos saben extraer el oro subterráneo, y sabía nadar como el pedernal sabe extraer sus chispas, y sabía llevar en su beso esa palabra poesía para la cual las otras palabras son sus labios. Como un espejo que echara raíces en el cielo, el pájaro de púrpura, menos denso que el aire, se posaba en el espejo más denso que la selva; hadas, en son de aurora, brotaron en el sueño más denso que la vida. Todo el océano, el océano cuyo privilegio está inscrito en las huellas que los pies de esta joven dejaron en la arena, hace tan poco, de su cabellera, de sus senos perennes, del carruaje que transportaba a gritos el vidrio de su cuerpo, en vista de la luz que hacía inclinar la balanza a su favor,
  • 13. 13 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 tan sólo al dar las buenas noches al viajero, al informarnos del pájaro quetzal que constituye la corteza del fuego, al dejar escapar el secreto de las rosas que han vivido en sí toda la experiencia de la juventud: todo el océano será para nosotros, exclamamos. Nada se había dicho, nada que no lo supiera la lámpara tornasol, y a la cual recurríamos, para saber lo que el amor diría a nuestros cuerpos, lo que la vida daría a nuestros besos, lo que la aurora nos mostraría al perecer, lo que el océano nos permitiría descubrir, lo que el bosque tendría de encantado, lo que la lámpara de amor, a semejanza tuya, mostraría a la semejanza del amor. Tu cuerpo orientado hacia la constelación de la gaviota, por el campo de fuego que surcaba, duplicaba la vida; tu cuerpo hacía doble el mundo al anexarle algunas olas de tu frente, hacía doble la estrella doble al soplar las brasas del porvenir radiante, hacía doble el bosque, doble la primavera, bifronte el placer, bifronte la alborada; como el agua termal tu cuerpo brotaba de la tierra, tu cuerpo tomaba las plumas de la fénix y emprendía el vuelo hacia todas las fogatas. Cada vidrio de la ventana lleva en sí la memoria de la piedra que un día lo hizo añicos; la capital, la memoria del río junto al cual se detuvo a beber; la nube, la memoria del traje desagarrado y su terror de oír tocar las doce de la noche; cada mujer, la muchedumbre de mi amor, como una cabellera. El espejo lleva en sí la memoria de nuestra imagen conferida, él verificó la caída en el sueño, él nos mostró la cicatriz imborrable de la juventud; yo extiendo en la tiniebla mi mano, a la cual la piedad dio el nombre, y encuentro un muro de terror, al cual el amor dio una puerta de salida; espejo con tórax de vida caudalosa, por ti se escurre la noche como una cabellera. X Tu cuerpo es mi alma, en cuerpo y alma; tu cuerpo de alfombra mágica vuela hacia el alma mía. Lámpara, piedra de toque del deseo, gaviota oftálmica que mi océano reconoces, cuando él borra los tatuajes de un lobo de colores,
  • 14. 14 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 y giras esa ráfaga de luz, de ciervo volante, en tus manos de cielo, esa flor de mercurio mágico que se propaga en éxtasis; su vértigo, su corona, su alfombra de dormido, amor, amor, ¡tú eres mi libertad! Cada gota de agua lleva en sí su desierto, cada mujer en sí mi amor, todo mi amor; imagen innombrable, aun desprendida de tu espejo virtual respondes al placer, en la concatenación de espejos que viven unos de otros; como noche el amor atraviesa un río de seres, por decirlo así, y trepa como un helecho de aves por mi persona, siempre que tú, mi amada, seas mi propio pensamiento, mi propia cima, mi propio ventisquero, mi propia pureza, la cascada, el desierto. Espejo, escribe en tu papel y muéstralo a la vida, escribe el nombre mágico que conciliará amor y vida de una vez para siempre, nombre mágico para guiar mi realidad que soy a la videncia, donde una mujer prolonga todo mundo. La gaviota de la constelación del espejo, su ala de imán libre concentra el norte en la mirada de tus ojos, y ellos cantan a torrentes; tus ojos, donde un millar de antorchas combaten entre sí, cantan la tierra cetrera del placer, la tierra respirante; tus ojos, en los cuales una idea de luz atrae a una idea de lámpara: tu cuerpo nictálope en la noche del amor. XI Ventana bella como el descubrimiento de América y la invención del microscopio: las naranjas de oro paladean el misterio del jardín, del jardín no más grande que la palma de tus ojos, donde trazó el destino del amor su línea de tiza lúcida, las naranjas de oro que alucinan al dormido. La lámpara que ofreces en gajos a la noche ríe con tus mismas palabras, su pulmón de luz respira a la medida de mi sombra, ella conoce su fuerza, su debilidad y, por lo tanto, puede hablar del amor con sus mismas palabras; y si ella conoce su fuerza y su debilidad es por su belleza.
  • 15. 15 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 cuando, océano, me examinas expuesto a la sed de ese recién que soy, mar en el mar y frente en el delirio, cuando los círculos mágicos se retuercen, como en una catástrofe ferroviaria; ven, lámpara, y escucha a la mujer que en un iceberg se desliza por las calles de una ciudad, cuyos astrólogos habían anunciado su venida, a la mujer que distribuye con equidad los espejos de la elegancia a los seres del amor, en la extraña noche de los gritos en harapos, el sueño la hace creer, la noche le hace sentirse en una patria única, la selva le da su color enardecido, al mismo tiempo que ella (para indicar el día) hace volar sus senos como el azúcar granulada. El grito del amor pesa tanto como el grito del azufre que desaloja: el grito que anuncia la conjunción feliz de delirio y pureza; tus cabellos son los bienes públicos de la noche, son las raíces de la memoria, la fecha de oro del día del encuentro; noche, concédeme tu noche, así como ella te concedió su día; en cuerpo y alma este consorcio de amor le dará al mundo su razón de existir: amor, tú pesas tanto como el error que desalojas. Para el espejo, había susurrado ella, para el amor; ella quería para el amor la consistencia del espejo sobre el cual se apoya la realidad con toda su violencia, sin destruirlo; toda la fuerza del azogue repetida contra un mundo en harapos, en ese mundo el amor tiene el sentido de la noche para encontrar su día, y tu cuerpo se inscribe en ese mundo como un monograma de amor indestructible, en ese monograma cada pareja reconocerá su signo. Todo el océano reconocerá en el cegador semblante de la pureza un aire familiar, su signo verdadero: semblante fascinado al cual un mundo fascinado califica. Todo se había dicho: todo lo que el amor contendrá de palabras en el diccionario, todo lo que la vida romperá en la mordaza todo lo que la aurora resumirá en el halcón de su cerebro, todo lo que la noche llevará a su guarida de loba centenaria, todo lo que el océano entregará en la perla de su ostra, todo lo que el bosque repetirá en la caoba del ropero, todo lo que la lámpara disfrutará en la noche del condenado a muerte: toda la flecha a la escala de la luz. Amada, con un alrededor de espejos intocables, tú multiplicas de soles el mediodía, y por ti tierra y mar cambian recíprocamente su pureza; tú haces la vía láctea a la escala de tus senos, y rayas el cielo con la uña febril de tu mirada; enumeras las noches de acuerdo a los sentidos,
  • 16. 16 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 El amor imponderable pesa tanto como el azogue imponderable que desaloja: esa balanza ha roto la convención de pesas y medidas del error, su sueño es un rumor como si se entrechocara de copas en su frente, el amor es el cristal de un festín maravilloso. El espejo vampiro va a posarse en el sueño, el pensamiento va a recorrer las calles. Va a recorrer el océano cuajado todo de pastoras dormidas, él océano de la noche de sus proyectos misteriosos, donde una lámpara apaga las lámparas de aullido, igual a una persona formada por mil seres, en la encantación de un gran castillo subterráneo, y esta persona transita por los docks donde se apilan platos de comida, y un vaho de placer hace cristalizar los rostros de las mujeres a quienes un mar fascina, contra una realidad que hace del océano su piedra de toque, su ancla degollada. Todo se había dicho: el amor buscaba en el delirio su razón de girar, su espectro de cristal se mimetizaba en la isla de cristal, y la noche escuchaba vivir un corazón vidente en libre tránsito, y es obvio añadir que ese corazón formaba la aurora desunida ya de todo sol, cuando el bosque refleja su armadura en otros bosques invisibles, y cuando por su color sabemos el color de la lámpara, de esa lámpara que es uña y carne con la noche. Amada, mi viajera, las lámparas resurgen para dar paso a larvas de luz fermentadas en vísceras de hadas, sin morir, cuando están a tiro de fusil de la piedad, de la piedad que va del océano del día al océano de la noche, para tornarlo azul. Cada gota de agua lleva en sí el germen de una mirada de mujer que estalla en primavera: todo desierto será fértil, la soledad, el fuego, serán fértiles, la noche saldrá al día sin temor a su luz, y el día entrará en la noche por todas sus estrellas; el todo de tu ser das a la nada mía, dejas la nieve de sus papeles rotos con tu boca de beso, desciendes la eternidad a besos, remontas el sueño con la academia de la ondina, y en mi amor subsiste como el cíngulo al libro; el amor mira al mar: este es mi lecho, dice, esta es mi tribuna. El espejo salía a esperar a sus viajeros, el espejo, sus olas minuciosas, entrega de nosotros a la vida esa parte de alta y baja marea simultánea, con gran poder atravesamos su pecho ardiente, más exigente que la noche caprichosa,
  • 17. 17 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 y salimos a lo que ambiguamente llaman vida, atraídos por el resplandor de un puente que dice: pasa, desde las dos orillas, mientras, a nuestra espalda el espejo borra minuciosamente sus imágenes y nosotros, inermes, no encontramos la entrada, nosotros que encontramos la salida. La gaviota rememoraba el océano que era su alimento; con aspecto de cero de la histeria salía de la horca en pro de la justicia, y entrechocaba los astros de su alcurnia con un temblor de nieve que vive a la intemperie para ser perfecta; tú descendías, en hada descendiste, y en mujer te posaste en mi miseria. Tu cuerpo es mi alma, la gaya ciencia, siempre. XII Siempre Una vez más (la última), ¡adiós mi lámpara! te petrificas, te desprendes de este discurso que para ti fue dicho, que te iluminó cuando tú lo iluminaste, anda a decir por mí las palabras que escribí bajo tu luz, el mensaje del amor, el gran poder; luz pétrea, astro de amor, dura lo más que puedas, estrella mía, hazte palabra en una vía láctea de silencio, estrella mía, ¡adiós! El amor pesa tanto como la poesía que desaloja. Una vez más la última adiós mi espejo ustorio espejo que siempre reflejas la juventud que das al amor tu azogue a manos llenas guarda de mí el recuerdo de mi imagen para que alguien sepa después que yo he vivido Todo el océano será para nosotros, concluimos, todo el océano va a coronarte reina; todo el océano dejará escapar a voces el secreto, mujeres y hombres vendrán a escuchar su voz desde la noche, propagarán su grito, y acaso palabras mías se escuchen entre tantas: amor, piedad, dichas como evidencia, libertad y piedad, amor y poesía. Todo está dicho ya, dicho como jugando, y para siempre; que un ser lo sepa: yo una vez dije libertad y piedad, amor y poesía, y para siempre.
  • 18. 18 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 Yo dije amor, y tú naciste, amada, como la flor magnética en el jardín magnético, como el río maravilloso en la campiña maravillosa, como el cuerpo quemante en el espejo ustorio, como la alegría en los ojos de los niños. Cada gota de agua lleva en sí su desierto, cada memoria humana la memoria del amor. Acógenos, espejo, tienes el deber de verificar nuestra imagen reunida, de hacer que la mano de terror que extiendo en la tiniebla encuentre un muro de piedad para decir mí nombre; haz que el amor tenga la consistencia del espejo sobre el cual se apoya la realidad, con toda su violencia, sin destruirlo. Todas las constelaciones volarán en gaviota. Tu cuerpo es mi alma, en cuerpo y alma para siempre; amor, amor, tú eres mi libertad: todo el océano será el alma de nosotros. Como una ventana va a cerrarse el discurso, pero resurge, lámpara, y por mucho que el texto de la luz te haya enloquecido, muéstrate al alba, hazte el cristal de su deseo, fermenta el amor, el ojo de su espejo, habla por mí; estrella mía, hazte palabra en una vía láctea de silencio, ¡haz vivir el amor! Tomado de “Discurso del Gran Poder” Ediciones Revista Atenea—Universidad de Concepción—1961
  • 19. 19 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Primera B Palabras y mendicidad El oficio de la escritura en Enrique Lihn l ll Reseña y selección de textos por Mauricio Rojas "Tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto" Enrique Lihn La poesía de Enrique Lihn se abre hacia lo desconocido con palabras cotidianas, le arranca a la muerte los restos que desesperan en el borde y vibra como si de ellas fuese a caer una revelación cuya condición es que lo que revela es algo que no puede decirse, pero que late en la nomenclatura de este oficio inútil. Desde las palabras se orienta a un descampado, un territorio cuyo modo de dársenos es el desamparo, la fragilidad de todo decir, y que sin embargo el decir poético nos deja ver. Es la transparencia en el vacío, es un equilibrista que fracasa, “ocio que conlleva este paseo de hormigas / esta cosa de nada y para nada”. Cuando damos una vuelta por la poesía de Lihn nos encontramos con una lucidez hiriente y feliz que nos permite abordar las palabras desde la más tosca realidad y sin embargo no deja de ser poesía, no deja que nos sustraigamos a los chispazos que iluminan desde esa técnica sin pelos en la lengua. Su oficio se le presenta claro y lo muestra como si de esto se desprendiera la poesía misma, como si en el fondo o en la superficie no hubiese más que fragilidad, la imposibilidad de ce- rrar la casa, obligándonos a salir a sentir esos restos como el modo en que somos latinoamericanos perdidos en las esquinas de los sueños, buscando a ciegas la salida del laberinto, las claves de un hacer infinito. Lihn es la lucidez de ese hacer que no acaba sino como poema, como palabras quebrándose en la boca de los necios, reconociendo la belleza de la inutilidad y su terrible e irremediable impo- tencia.
  • 20. 20 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll No hay palabras en la zona muda, su lengua es la de alguien que sale a luchar sabiendo que va a perder, pero va igual. La escritura es para él ese fragmento, un pedazo de tabla que lo salva un momento para mirar que está vivo en el océano de una memoria extraña. La memoria de los que se alejan del poder, que caen sobre la hoja con palabras que se resisten a ser envueltas en una gloria funesta de payasos y putas institucionales y de gobierno. En el vértice de su obra murmu- ra la vida no dicha, susurran los perros callejeros mientras salen de la boca sus versos que se mezclan con sueños inmaculados prontos a la profanación. Sueños recorridos por la nada y la muerte que nos exponen a una pobreza esencial. A la mendicidad de la existencia estirando la mano hacia ninguna parte. Huellas del vacío; dice negando lo que afirma en la palabra. La risa y la ironía de quien no tiene nada que perder porque es conciente, por la escritura, de que no tiene nada y nada le pertenece y que la nada trabaja en todos los bordes. Su nombre se queda de este lado de la zona muda, junto a la desesperación y a sus palabras que manchan el paisaje inmundo.
  • 21. 21 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Enrique Lihn Selección de textos MESTER DE JUGLARÍA Ocio increíble del que somos capaces, perdónennos los trabajadores de este mundo y del otro pero es tan necesario vegetar. Dormir, especialmente, absorber como por una pajilla delirante en que todos los sabores de la infelicidad se mixturan rumor de vocecillas bajo el trueno estos monstruos nuestras llagas como trocitos de algo en un caleidoscopio. Somos capaces de esperar que las palabras nos duelan o nos provoquen una especie de éxtasis en lugar de signos drogas y el diccionario como un aparador en que los niños perpetran sus asaltos nocturnos comparación destinada a ocultar el verdadero alcance de nuestros apetitos que tanto se parecen a la desesperación a la miseria Ah, poetas, no bastaría arrodillarse bajo el látigo ni leernos, en castigo, por una eternidad los unos a los otros. En cambio estamos condenados a escribir, y a dolernos del ocio que conlleva este paseo de hormigas esta coda de nada y para nada fatigosa como el álgebra o el amor frío pero lleno de violencia que se practica en los puertos. Ocio increíble del que somos capaces yo he estado almacenando mi desesperación durante este invierno, trabajadores, nada menos que en un país socialista He barajado una y otra vez mis viejas cartas marcadas Cada mañana he despertado más cerca de la miseria esa que nadie puede erradicar, y coño, qué manera de dormir como si germinara a pierna suelta sueños insomnes a fuerza de enfilarse a toda hora frente a un amor frío pero lleno de violencia como un sargento borracho estos datos que se reúnen inextricables digámoslo así en el umbral del poema cosas de aspecto lamentable traídas no se sabe para qué desde todos los rincones del mundo (y luego hablaron de la alquimia del verbo) restos odiosos amados en una rara medida que no es la medida del amor. De manera que hablo por experiencia propia Soy un sabio en realidad en esta cosa de nada y para nada y francamente me extraña que los poetas jóvenes a ejemplo del mundo entero se abstengan de figurar en mi séquito Ellos se ríen con seguridad de la magia pero creen en la utilidad del poema en el canto. Un mundo nuevo se levanta sin ninguno de nosotros y envejece, como es natural, más confiado en sus armas que en sus himnos.
  • 22. 22 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Trabajadores del mundo, uníos en otra parte ya os alcanzo, me lo he prometido una y mil veces, sólo que no es éste el lugar digno de la historia, el terreno que cubro con mis pies perdonad a los deudores morosos de la historia a estos mendigos reunidos en la puerta de servicio restos humanos que se alimentan de restos Es una vieja pasión la que arrastramos Un vicio, y nos obliga a una rigurosa modestia En la Edad Media para no ir más lejos no llenaron la boca con la muerte, y nuestro hermano mayor fue ahorcado sin duda alguna por una cuestión de principios. Esta exageración es la palabra de la que sólo podemos abusar de la que no podemos hacer uso -curiosidad vergonzante-, ni mucho menos aún cuando se nos emplaza a ello en el tribunal o en la fiesta de cumpleaños Y siempre a punto de caer en el absurdo total habladores silentes como esos hombrecillos del cine mudo -que en paz descansen- cuyas espantosas tragedias parodiaban la vida: miles de palabras por sesión y en el fondo un gran silencio glacial bajo un solo de piano de otra época alternativamente frenético o dulce hasta la náusea. Esta exageración casi una mala fe por la que entre las palabras y los hechos se abre el vacío y sus paisajes cismáticos donde hasta la carne parece evaporarse bajo un solo de piano glacial y en lugar de los dogmas surge bueno, la poesía este gran fantasma bobo ah, y el estilo que por lo cierto no es el hombre sino la suma de sus incertidumbres la invitación al ocio y la desesperación y a la miseria. y este invierno para no ir mas lejos lo desaproveché pensando en todo lo relacionado con la muerte preparándome como un tahúr en su prisión para inclinar el azar en mi favor y sorprender luego a los jugadores del día con este poema lleno de cartas marcadas que nada dice y contra el cual no hay respuesta posible y que ni siquiera es una interrogación un as de oro para coronar un sucio castillo de naipes una cara marcada una de esas que suelen verse en los puertos ellas nos hielan la sangre y nos recuerdan la palabra fatal un resplandor en todo diferente de la luz mezclado a historias frías en que el amor se calcina. Todo el invierno ejercicios de digitación en la oscuridad de modo que los dedos vieran manoseados estos restos cosas de aspecto lamentable que uno arrastra y el ocio de los juglares, vergonzante padre, en suma, de todos los poemas: vicios de la palabra. Estuve en casa de mis jueces. Ellos ahora eran otros no me reconocieron Por algo uno envejece, y hasta podría hacerlo, según corren los tiempos, con una cierta dignidad
  • 23. 23 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Espléndida gente. Sólo que, como es natural, alienados Televidentes escuchábamos al líder yo también caía en una especie de trance. No seré yo quien transforme el mundo Resulta, después de todo, fácil decirlo, y, bien entendido, una confesión humillante puesto que admiro a los insoportables héroes y nunca han sido tan elocuentes quizás como en esta época llena de sonido y de furia sin más alternativa que el crimen o la violencia. Que otros, por favor, vivan de la retórica nosotros estamos, simplemente, ligados a la historia pero no somos el trueno ni manejamos el relámpago. Algún día se sabrá que hicimos nuestro oficio el más oscuro de todos o que intentamos hacerlo Algunos ejemplares de nuestra especie reducidos a unas cuantas señales de lo que fue la vida en estos tiempos darán que hablar en un lenguaje todavía inmanejable. Las profecías me asquean y no puedo decir más. De "Musiquilla de las pobres esferas" DIARIO DE MUERTE (fragmento) Nada tiene que ver el dolor con el dolor nada tiene que ver la desesperación con la desesperación Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas No hay nombres en la zona muda Allí, según una imagen de uso, viciada espera la muerte a sus nuevos amantes acicalada hasta la repugnancia, y los médicos son sus peluqueros, sus manicuros, sus usurarios usuarios la mezquinan, la dosifican, la domestican, la encarecen porque esa bestia tufosa es una tremenda devoradora Nada tiene que ver la muerte con esta imagen de la que me retracto todas nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas y éste no es más que otro modo de viciarlas Quizá los médicos no sean más que sabios y la muerte —la niña de sus ojos— un querido problema la ciencia lo resuelve con soluciones parciales, esto es, difiere su nódulo insoluble sellando una pleura, para empezar Puede que sea yo de esos que pagan cualquier cosa por esa tramitación Me hundiré en el duelo de mí mismo, pero cuidando de mantener ciertas formas como ahora en esta consulta Quiero morir (de tal o cual manera) ese es ya un verbo descompuesto y absurdo, y qué va, diré algo, pero razonable mente, evidentemente fuera del lenguaje en esa zona muda donde unos nombres que no alcanzan a ser cuando ya uno, qué alivio, está muerto, olvidado ojala previamente de sí mismo esa cosa muerta que existe en el lenguaje y que es su presupuesto Invoco en la consulta al Dios de la no mismidad, pero sabiendo que se trata de otra ficción más
  • 24. 24 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll sobre la unión de Oriente y Occidente de acápites, comentarios y prólogos Un muerto al que le quedan algunos meses de vida tendría que aprender para dolerse, desesperarse y morir, un lenguaje limpio que sólo fuera accesible más allá de las matemáticas a especialistas de una ciencia imposible e igualmente válida un lenguaje como un cuerpo operado de todos sus órganos que viviera una fracción de segundo a la manera del resplandor y que hablara lo mismo de la felicidad que de la desgracia del dolor que del placer, con una sonriente desesperación, pero esto es ya decir una mera obviedad con el apoyo de una figura retórica mis palabras no pueden obviamente atravesar la barrera de ese lenguaje desconocido ante el cual soy como un babuino llamado por extraterrestres a interpretar el lenguaje humano Ay dios habría que hablar de la felicidad de morir en alguna inasible forma de eso que acompañó a la inocencia al orgasmo a todos y a cada uno de los momentos que improntaron la memoria con impresiones desaforadas Cuando en la primera polución -mucho más mística que la primera comunión- pensabas en Isabel ella no era una persona sino su imagen el resplandor orgiástico de esa creatura que si vivió lo hizo para otros diluyéndose para ti carnalmente en el tiempo de los demás sin dejar más que el rastro de su resplandor en tu memoria eso era la muerte y la muerte advino y devino el click de la máquina de memorizar esa repugnante devoradora acicalada en palabras como éstas tu poesía, en suma es la muerte el sueño de la letra donde toda incomodidad tiene su asiento la cárcel de tu ser que te privaba del otro nombre de amor escrito silenciosamente en el muro o figuras obscenas untadas de vómito tu vida que —otra palabra— se deslizó, sin haberse podido engrupir en lo existente detenerse en lo pasajero hundir el hocico feliz en el comedero, golpear por un asilo nocturno con el amor como con una piedra la muerte fue la que se disfrazó de mujer en el altillo de una casa de piedra y para ti de sombra y humo y nada porque ya no podías enamorar a su dueña, temblando del placer de perderla bajo una claraboya con telarañas tienes que reconstituir ese momento ahora que la dueña de la casa es la muerte y no la otra, esa nada ese humo esa sombra darte el placer de ser ella y de unirte a ella como los labios de Freud que se besan a sí mismos De "Diario de Muerte" PORQUE ESCRIBÍ Ahora que quizás, en un año de calma, piense: la poesía me sirvió para esto: no pude ser feliz, ello me fue negado, pero escribí.
  • 25. 25 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Escribí: fui la víctima de la mendicidad y el orgullo mezclados y ajusticié también a unos pocos lectores; tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto; una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies. Pero escribí: tuve esta rara certeza, la ilusión de tener el mundo entre las manos —¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco con toda su crueldad innecesaria— Escribí, mi escritura fue como la maleza de flores ácimas pero flores en fin, el pan de cada día de las tierras eriazas: una caparazón de espinas y raíces. De la vida tomé todas estas palabras como un niño oropel, guijarros junto al río: las cosas de una magia, perfectamente inútiles pero que siempre vuelven a renovar su encanto. La especie de locura con que vuela un anciano detrás de las palomas imitándolas me fue dada en lugar de servir para algo. Me condené escribiendo a que todos dudarán de mi existencia real, (días de mi escritura, solar del extranjero). Todos los que sirvieron y los que fueron servidos digo que pasarán porque escribí y hacerlo significa trabajar con la muerte codo a codo, robarle unos cuantos secretos. En su origen el río es una veta de agua —allí, por un momento, siquiera, en esa altura— luego, al final, un mar que nadie ve de los que están braceándose la vida. Porque escribí fui un odio vergonzante, pero el mar forma parte de mi escritura misma: línea de la rompiente en que un verso se espuma yo puedo reiterar la poesía. Estuve enfermo, sin lugar a dudas y no sólo de insomnio, también de ideas fijas que me hicieron leer con obscena atención a unos cuantos psicólogos, pero escribí y el crimen fue menor, lo pagué verso a verso hasta escribirlo, porque de la palabra que se ajusta al abismo surge un poco de oscura inteligencia y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados. Porque escribí no estuve en casa del verdugo ni me dejé llevar por el amor a Dios ni acepté que los hombres fueran dioses ni me hice desear como escribiente ni la pobreza me pareció atroz ni el poder una cosa deseable ni me lavé ni me ensucié las manos
  • 26. 26 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll ni fueron vírgenes mis mejores amigas ni tuve como amigo a un fariseo ni a pesar de la cólera quise desbaratar a mi enemigo. Pero escribí y me muero por mi cuenta, porque escribí porque escribí estoy vivo. De "Musiquilla de las pobres esferas" EL ESCUPITAJO EN LA ESCUDILLA Estoy lejos de querer significar algo. Escribo porque sí, no puedo dejar de hacerlo. Escritura de nadie y de nada, adiós, quiero decir hasta mañana a la misma hora, frente a esta espantosa máquina de escribir, poesía, será el acoplamiento carcelario entre tú y yo: seres hasta de cuyo sexo se puede dudar, me incrusto en mi rincón a esperar el deseo. Los poetas somos mendigos, alguien lo dijo en el temor de parecerlo. Otro habló alguna vez de los dolores y del costo de la forma (ningún nombre importa, esas frases como pavos reales son, por lo general, de importación francesa). Peor que mendigos. Nos reducimos a la mendicidad, o será que sólo yo he tomado en serio este oficio. Bien pensado, veo a otros miembros de la cofradía -jamás una comunicación, nun- ca un saludo de cumpleaños, ni la menor señal de vida en común, ni un escupitajo en mi escu- dilla- ocupar altos cargos o, en su defecto, abrirse de brazos y de piernas a escala nacional, continental o mundial. Mientras yo, a fuerza de desvivirme, quizás llegue, pero nadie me lo asegura, a sacar de pronto, en lugar de la lengua, la palabra lengua. Al infeliz se le siguen los pasos como bromeando, eso nunca se sabe. Él carece, por com- pleto, de sentido del humor. Respondería con insultos a una mirada de falsa complicidad, con horrores a un juego. Su camino es el de la cuerda floja, pero siempre ha sido prudente: transita con pie de plomo entre uno y otro extremo de la noche. No zigzaguea, porque está borracho. Camina lento pero seguro de regreso a su masturbatorio. Preferiría que no lo putearan, lo eriza este exceso de familiaridad. Tendría que dar un golpe de autoridad para restablecer la distancia que nadie traspasa como no sea para jorobarlo. En caso contrario, huir. Nadie. Que le vengan a hablar de la incomunicabilidad a lo Antonioni, esas son bolitas de dulce, con gente espléndida, para romperla aquí y allá, y mujeres de película. Comme il faut. Que alguien se ponga en su pellejo: un escupitajo en su escudilla. Él es un fraile, él es un frai- le. Dondequiera que vaya allá estarán el gran desierto, las Tentaciones. Nunca seres de carne y hueso a los cuales estrecharse en los momentos cruciales: eyaculación, ternura, muerte; nada más que fantasmas obscenos o los ausentes que le duelen o el mundo entero dejándolo pasar como si fuera un intocable. De toda la injusticia de la que soy capaz para salir al rescate de lo que queda de mí a tanta distancia del mundo, un resto entre otros. Objeto para los demás de uso efímero. Sujeto a todos los vértigos, a todas las náuseas, a todas las desgarraduras del sujeto. Sujeto a la anti- gua: educación religiosa, amor y odio a la familia, miedo a la vida, ideas fijas, obsesiones, alu- cinaciones. No es raro que haya elegido esta profesión, escribiente. Bajo el peso del mundo me desgrano, así parezco soportarlo mejor. Me escribo con minúscula, a reglón seguido, cada palabra es un obstáculo, etc. Casi todo lo que soy está por hacer. La vejez pudo sorprenderme en la cuna. Y no nací, como Lao Tsé, a los ochenta años.
  • 27. 27 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Digo: no basta con que no se me tienda un cierto número de manos. Yo lo habría deseado todo. ¿Nadie me lo agradecerá? ¡Sólo que -individuos de mi especie-! el derecho a la inutilidad ha cambiado de precio. Si pudiéramos darnos el lujo de extinguirnos. La Historia, en cambio, nos economiza. Para los gastos menudos. Al nivel de los restos. Piénsese también en la discriminación de los feos, de los débiles, de los impotentes. Sé que grandes problemas tienen al mundo ocupado como a una letrina. Lo harán estallar, la mierda llegará al cielo, y no me obstino. Esta no es más que una acotación en sordina, una mera idea que da su paseíto nocturno, despavorido, entre uno y otro basural. Hay cabezas como ésta. Deshabitadas y, en ellas, cierto tipo de pájaros, cucarachas, seres no tan despreciables como para no dar, por así decirlo, fe de la vida. Y de una miseria innominada. El poeta es su intérprete. Al menos si lo ha cogido la noche en su abandono esencial. Digo poeta porque la palabra me suena a cosa vieja y gastada, casi como un insulto. Con esta trompeta rota nada puede anunciarse, ningún juicio. Servirá, a lo sumo, para descargar los pecados de un testigo de Jehová: la obscenidad del alma. El poeta hablará de los animales que no figuran, por pudor de la belleza, en la leyenda de Orfeo. Y ellos, lejos de escucharlo, anidarán en él, serán parte de su obscenidad, de su alma de su trompeta. Todo es intolerable. Te escribo, te escribo. No logro que ni una sola palabra se te parezca en lo más mínimo. Y para ponerte aquí, por tu nombre tendría que sacar fuerzas de todas mis flaquezas, preparar- me para lo peor que una palabra puede hacernos. No puedo decir que no te halla abandonado. Tendría que gemir, en realidad, en ningún huerto de los olivos como no fuera el huerto de la casa de los olivos, los olivos es la calle del manicomio. A un año de distancia ¿qué he ganado con ello fuera de perfeccionarme en la culpabilidad? Ya tendrás una idea muy clara de lo que significa esta clase de talento cuando se cultiva a escala mundial: algún día bajaré los ojos en señal de abyección. Todas mis justificaciones no son más que otros tantos argumentos en mi contra. Ya me lo dijo un amigo de paso en una maldita esquina del boulevard Saint Michel. Le pareció que una lagartija me recorría el cuerpo. Era mi mala conciencia. Sumarle ahora el muro de los lamentos es algo rayano en la obsceni- dad. Es lo que hago. De "Musiquilla de las pobres esferas"
  • 28. 28 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Poesía chilena actual Polvos rosados Por Markos Quisbert GENTE MARAVILLOSA DE MOSTACHO Y KIMONOS DE SEDA No tiene que ansiar a gente maravillosa de mostacho y kimonos de seda No hace falta, se verá en el espejo algún día y será usted uno de ellos. Lo ansiarán gentes de ambos sexos; ellos, vestidos de etiqueta, con la mirada fija en carteles de publicidad mientras conducen, lo reconocerán como el producto del mes. Ellos tocarán los rizos de su barba con la yema húmeda de sus dedos, como la franela que se adhiere a sus cuerpos de arcilla. Será un entretenedor, se dispondrá a salir a cualquier hora cuando lo llamen a apagar con su manguera los incendios de la piel. Es un clásico del western ante los ojos de ciberadictos que coleccionan sus poses de vieja vedette con sombrero cowboy. Le dan de palmadas en la calle, le preguntan por su señora que es usted. Sus trajes son tan queridos, imitados, sus diseños nos remontan a una época victoriana. Por favor no haga modificaciones a esos trajes, imperiales, fluorescentes, que nos muestra en sus bosquejos de diseño, cuyo modelo ideal es un hombre como usted o como yo que ama la seda y los encajes con vuelitos. VAYA, SE ME ACABA DE CORTAR LA LECHE Uno conoce el cariño en brazos musculosos y bronceados de vez en cuando, sean de hombre o de mujer, o ambos EN UNO Uno se refriega a menudo con otro cuerpo bajo un poste de alumbrado, su luz ilumina el sexo que se deja entrever de las cremalleras semiabiertas, su luz remarca el sexo que apunta al cielo o al infierno, es común, uno conoce a un muchacho/cha con gorra de béisbol en una plaza uno como yo por ejemplo que había advertido hace horas su presencia entre los árboles meados.
  • 29. 29 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Allí está, con sus manos cruzadas sobre las piernas, blue jean ajustado, sin distinguirse bien el sexo, allí está, pequeñas sorpresas que el amor dispone en lo privado de la sed nocturna. Un muchacho con gorra de béisbol es tan común, se sienta sobre mis rodillas, como alguna vez yo me senté en las suyas… vaya se me acaba de cortar la leche, en fin, un contacto por chat me distrajo, veía a la vez las fotos de Alicia que Lewis Carroll le había tomado con distintos trajes, en una aparece toda una tigresa Me tengo que ir, beso a ti sea quien seas, te recomiendo las fotos de Carroll POLVOS ROSADOS I Un joven de mostacho renuncia a vigilar su vecindario otros como él vigilan toda una ciudad. De noche, cuando el deseo aflora en sitios públicos las vecinas (las mismas que barren las veredas del corazón) atraviesan callejones en busca de algo que ignoran y les pertenece. Olor a semen invade la ciudad. Que emoción. II Una vez los detuvieron a las afueras de un baño público, estaban irreconocibles con barbas que les llegaba hasta el suelo nadie los volvió a ver, desde entonces la ciudad cambió de olor. Textos inéditos. Markos Quisbert, Arica (1981) l
  • 30. 30 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Narrativa chilena actual La pedagogía del vacío Por Mauricio Rojas Sabía que un día se iba a ir, la cosa era saber cuándo, no quería que me pillara desprevenido. Sin embargo el día llegó y me pilló volando bajo, ahora yo estaba sentado al borde de la cama con las manos en la cabeza intentando aceptar que no volvería. Sabía que iba a pagar mis canalladas. Las noches que no volví y me perdí en el alcohol y en las piernas de una mujer que olvidé al despertar y nunca supe si le pagué o si me dijo su nombre. Sentado al borde de la cama la casa a oscuras y yo esperaba que la pena se me pasara un poco para poder levantarme, porque su silencio me pesaba como un hierro en la cabeza, las nubes rosadas en el cielo se reflejaban en la ventana, me afirmé del cobertor y me levanté fui a bus- car las llaves y salí caminé un rato y me fui a la casa de mi mamá. Toqué la puer- ta y abrió ella cada vez más vieja y me miró con sus ojos endurecidos por los años de mierda que no hacen más que dañarnos, me invitó a pasar y me senté en el living, me ofreció tomar té y me trajo una frazada. -Tienes una cara… acuéstate, parece que te hubiesen apaleado. Me acosté en el sofá y ella fue a buscar el té, me empecé a acomodar, y me trajo una taza con un té rojísimo. El aroma me calmó un poco y me eché. Me lo tomé y me empecé a quedar dormido, veía a mi madre como en un sueño, estaba senta- da muy cerca de mí y no me preguntaba nada, estaba en un sillón frente a la tele tejiendo, aunque lo que a mí me parecía que hacía era desenredar lana. El rostro duro y surcado por las arrugas, el tiempo pasaba y ella se iba consumiendo, y en sus ojos estaba la pena de alguien que quiso un tipo de vida y tuvo otro, uno que siempre pensó que no se merecía. Pero se lo tuvo que tragar como fuese.
  • 31. 31 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Al despertar aún era de noche, miré la hora, era la una de la madrugada. Estaba en el sofá de mi casa con resaca, me levanté y fui al baño y vomité vino. La cabe- za me iba a estallar. En la mañana tenía que levantarme temprano para ir al tra- bajo. Luego me dormí otra vez. En la mañana abrí los ojos y me quedé en la cama, oí el silencio de las calles cuando todo el mundo está en su trabajo. Ese día no fui a trabajar. Llamé y dije que estaba enfermo, era lo mejor que podía hacer. Me levanté y fui a la cocina y saqué un poco de leche. Me dolía la cabeza y la leche siempre me ayudó a reponer la caña. Me tiré sobre la cama y sentí el hueco que ella dejaba cuando se iba a su trabajo, lo sentí como un hielo que sub- ía desde el suelo y te tocaba, desde la espalda, el pecho y el aire se espesaba. Miré la cómoda donde estaban sus cosas y el patio. No había ningún rastro de que ella estuviese aquí, de que alguna vez gimió en mí oído mientras decía mí nombre y yo la estrechaba con las manos, como si el sexo fuese una manera atroz de desprenderse de alguien. Creo que hay un impulso inconsciente de las personas a esperar que aquellos que se van retornen. Cómo si no pudiésemos acostumbrarnos a que no están. Salí a comprar sólo para distraerme, para no pensar y arrastrarme, pero no sé si fue mejor. Entré en un local y fui al estante de las conservas y compré atún. Luego fui a la caja y pagué, salí. En la esquina en un rectángulo de césped había un niño, el niño caminaba por él y el sol le daba de lleno. En ese momento me di cuenta de que yo era pobre muy pobre o, cómo decirlo, era doblemente pobre porque no tenía descendencia ni tenía historia y de pronto todo eso dejaría de ser, podría atravesar la calle en ese momento y ser atropellado y morir y todo lo vivido que- daría olvidado porque se sostiene en cosas banales como un perfume o un enva- se de jugo que le gustaba a ella y que siempre terminaba chorreando en alguna parte, pero ese envase es igual a cualquier otro. Nada lo distingue del que tomá- bamos del pasillo del supermercado. Eso era todo, un camino recorrido hasta convertirse en deshecho, hacia la basura, hacía la implacable nada. Era mejor no tomar, estar sobrio para ver. Hay que tener fuerza para enfrentar esa realidad. El sol en la calle era agradable, la madre del niño lo tomó de la mano y lo tironeó hacia la vereda para que atravesara con ella. Estaba muy pintada, quizá se había arreglado para alguien o solo para ir a comprar. La llamé para saber qué había pasado. Quería arreglar la situación. -¿Dónde estas? -No te quiero decir donde estoy -¿Por qué? -Porque no quiero que nos veamos por ahora -Cuándo entonces - No sé -Necesito saber, no quiero que me dejes -Eso deberías haberlo pensado antes. Todo lo que hiciste, no puedo soportarlo. -Perdóname -Te hubiese creído si no anduvieses siempre ebrio. Te tengo que cortar. -Veámonos. -No. Chao. - Pero te… Cortó y me dejó inquieto. Tiré el teléfono sobre la cama. La oí muy decidida. Traté de distraerme para no pensar en lo que me dijo. Salí a tomar algo, aunque todav- ía era soportable. Me senté en una mesa y pensé en ella mientras arrugaba una servilleta. El mesero se paseo de un lugar a otro y le hizo unos gestos al cajero, no hubo palabras, solo gestos que el cajero entendió perfectamente, en ese mo- mento yo estaba fuera de todo, me quedé fuera de los gestos, fuera de sus mira- das, como si de pronto fuera transparente, como cuando estaba en el colegio y
  • 32. 32 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll no podía ser parte de nada y nadie me tomaba en cuenta. Yo miraba la sala como si fuese una cámara, una cámara que nadie manejaba y me quedaba en las tar- des en mi casa durmiendo y no tenía ganas de seguir estudiando. Quería dejar el colegio y a la vez me sentía tan inútil que no veía como podría sobrevivir si dejaba el colegio. Me tomé el primer vaso de vino y me sentí libre como si las cosas que me rodeaban me entraran amablemente por los poros. Luego entraría en ese espacio que uno busca, ese instante, ese paraíso que el alcohol o las mujeres pueden darnos, pero que nos dejan desprotegidos, desarmados. Alguna vez mi hermana mayor intentó darme un sermón para que dejara todo eso y buscara una vida como la de ella, cómoda, plana, sin riesgos. No me interesaba y la veía mi- rarme desde la altura de alguien que cree que su vida ha sido construida con su voluntad y que nunca ha tenido más que logros, pero en realidad esa voluntad nunca ha sido probada. -Deberías cuidar tu trabajo y a tu mujer- me dijo sentada en su sillón de cuero. -No es algo tan fácil.- sonreí. -Pero tienes que poner algo de tu parte. -No sabes lo que es ser adicto a algo, ah bueno, tú eres adicta a la comodidad.- Su rostro se contrajo. -No seas imbécil. -Entonces no hables huevadas, no tuve la suerte de casarme con un tipo al que todo le sale excelente igual que a ti. -Cada uno elige lo que quiere. -Sí, yo ya elegí. Esa fue la última vez que hablé con ella hace como un año. Volví a la casa ebrio y vi el tarro de basura que nadie había entrado bajo el foco de luz de la calle. Me acosté en el sofá y me dormí, aunque a medias, estuve con los ojos abiertos pen- sando, confundiendo la realidad con el sueño. Empecé a tener miedo. Temblaba como si hiciera mucho frío. El cielo clareaba, me dolía la garganta y me metí en la ducha, dejé que el agua caliente me despabilara un poco. Me vestí y me fui a clases con la cabeza gacha. Durante el día escuché las estupideces de siempre. Y puse mi mejor cara, mi estómago se retorcía por el vino que tomé y lo único que hacía era venderle esperanza a estos niños que tenían el futuro por delante. Un futuro que era más bien incierto. Un futuro cruzado por anhelos y propaganda. Y yo estaba ahí aportando la visión de otros, alienándome, esclavizándome. Soste- niendo, a diario, algo en lo que no creía, tratando de que ellos no terminaran sien- do unos delincuentes. Pero en cierto manera todos, tenemos un pie en ese mun- do. Hubiese preferido quedarme en la casa tomando. Pero estamos amarrados, a menos que abandonemos, de verdad, la comodidad por la que seriamos capaces de matar o delatar a nuestros amigos. Me senté en la sala de profesores y traté de tener mi mejor rostro. En general nadie soporta que uno no esté feliz como si sus vidas se vieran cuestionadas por un rostro inexpresivo y sin valor. Oí las vo- ces de las personas hablando de las cosas que quieren comprar, de los logros de sus hijos como si fuesen los de ellos. Yo me hundí en el sofá y me tomé un café mientras oía el murmullo permanente. El dolor de cabeza se agudizó y el estoma- go me sonaba como si me estuviese muriendo por dentro. En la tarde estaba de nuevo sentado en mi casa pensando en ella y ella no me llamaba y quería verla, aunque… era mejor que la dejara ir, yo no estaba dispuesto a cambiar. Cuando comprendí eso entendí que no sabía donde terminaría todo. Salí en el auto al atardecer y me fui hasta unos caminos apartados al norte de la ciudad. Conduje y pensé, como si fuese parte del viaje, o la misma cosa, además por esa época el límite de las nubes era rosado y amarillo y eso me causaba un estado especial que con caña se vuelve cristalino y agudo. Me estacioné en un centro comercial. Entré en un minimarket y compré un pack de cervezas, las pagué y me fui al auto. Conduje hasta un peladero y me metí a un camino de tierra, en el fondo un cerro recortado a contra luz, me estacioné y me quedé frente a él. Abrí una cerveza y
  • 33. 33 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll me la tomé mientras miraba el sol sumergirse. Entonces la recordé moviéndose por la casa sonriendo y descongelando el pollo o preguntándome, qué me gustar- ía comer y finalmente siempre decidíamos comer otra cosa, y todo lo que había- mos acordado se quedaba inmóvil y guardado, yo la miraba en la cocina satisfe- cha de si misma abrir y cerrar muebles manchados de grasa, ese era nuestro momento una comunicación que se deslizaba entre las verduras y la carne conge- lada. Miré el peladero hacia el fondo, había unas maquinarias de construcción, unos brazos mecánicos amarillos, estaban bajo la luz del atardecer como parte de una escenografía imposible, y no eran más que los agentes de los nuevos condo- minios donde todos los anhelos se cumplían, por los que seríamos capaces de todo. No obstante era el momento en que se hacia muy claro que todo era una fachada, una promesa incumplida. Recordé la calle donde vivía cuando chico, tan distinta a la limpieza de estos condominios, en esa época el mundo limitaba solo con el impulso de vivir, pero ahora hasta ese impulso me abandonaba. En el vera- no jugábamos a la pelota en la cuadra frente a la casa, todos vivíamos cerca, dentro de la misma calle, y si alguno venía de otra cuadra era un extraño que nos fascinaba, porque nos invitaba a cruzar el límite que nuestras madres nos habían puesto. Las máquinas seguían allí a la expectativa. Eran una extensión de nues- tra fe. El sol ya no les daba y se quedaron en la sombra como criaturas inmóviles. Al fondo había una garita donde debía haber un cuidador, pero no había nadie, la garita estaba vacía. El viento pasó su mano invisible por la maleza que se movió suavemente y que prometía sobrevivir igual que todo. Me senté en el capó y tiré la botella lo más lejos que pude. Texto inédito l
  • 34. 34 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Narrativa chilena actual l Crónica insomne (fragmentos) l Por Iñaki Barasorda l 27 de Febrero ¿Y qué con la voluntad? Por ahora música litúrgica en theremín, cánticos de ave y uno que otro peo enfer- mo. La noche ya es mañana, el estómago un hueco de ácidos con café, la pálida piel una envoltura de humo y carne. Revolcarse, asfixiarse en los pliegues, manosearse para chorrear algo de esa ansiedad. Subir la dosis de ansiolíticos? Anoto “llamar psiquiatra”. Quizás empe- zar con somníferos, y aprovechar de subir el ácido glutámico. Me tropiezo para levantarme, apago la última colilla y me rozo el glande con el dedo para luego aspirar toda esa esmegma acumulada a lo largo de la semana. Inhalado el noble aroma de aquestos residuos prepuciales, me embuto en la ropa. Llego a la casa de una niña rica a su cumpleaños, en un Mini Cooper S y procla- mo ante mucha gente que parece rondar la entrada: “alguien que llega en un Mini Cooper S negro tiene derecho entrar sobre todos!”. Era otra casa, pero entramos, y la anfitriona nos recibe y bajamos a un subterráneo y yo le pregunto: -Para qué está destinado este lugar? -Para bacanales, celebraciones en general y ocasionalmente orgías… -Ok, permiso. Bajamos, gente que colma el lugar, pregunto cosas, me mimetizo con mi ropa hipster y bella. -Tú, hola.
  • 35. 35 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Doy la mano, me la reciben, risas. Miro con cara extrañada. Recuerdo a quien me abrió la puerta, me la quiero follar, pero solo conquisto territorio, hago un brindis. La mujer que lo recibe me malinterpreta. Se queda largo rato ahí, como si fuese lo más interesante, pero no lo es. Que se joda, feita. Conquisto a los hombres, soy un cualquiera interesante, no hay jeopardía. Me miran, se extrañan, como mi mi- rada. La mujer acecha, por ahí, la busco, subo, la encuentro, maquino el encuen- tro. Me pregunta qué hago en ese lugar, le digo que ya nos vamos, pero no le basta para pedírmelo. Me quedo con una mirada insistente, sonríe y se burla en un gemido espásmico, le pongo la mano en el coño y ahora el gemido va en serio, pero se espanta y se va. Llego a mi casa, una suave dosis Ravotril, manoseos encantadores, otra mancha en mis sabanas. 4 de Marzo Despedida. Hoy ha sido un día negro. Todo parte estando acostado en la cama con el impul- so de suicidarme. Algún significado debía conferirle a mi muerte. No iba a dejar yo que la sociedad le otorgase algún tilde trágico o propio de algún adolescente acongojado por naderías relacionadas a su entorno malsano. Estas son mis últi- mas palabras. La oportunidad de efímera perpetuidad. ¿Deberé esforzarme por redactar líneas dignas del recuerdo? No, claro que no. Son estas palabras la con- secuencia de un simiesco impulso que no merece indagaciones reflexivas. Esta aglomeración de símbolos va contra los mismísimos principios de mi impulso: suicidarme sin previa meditación. Percibir indistintamente la realidad que me pre- sentan mis sentidos y elegir por mera casualidad empestillarme la cabeza. Y no es resentimiento, ni indiferencia ante este mundo. Es sólo un gran simio confundi- do por el choque entre sus instintos alimenticios y sus conceptos metafísicos de la existencia. Ante esta caos, esta libertad potencialmente absoluta de acción (la inherente relatividad de nuestro raciocinio, el inevitable vínculo al lenguaje), el simio simplemente evalúa el suicidio como una de las tantas e indistintas opcio- nes a su disposición. El apego rutinario a vivir. Es razonable, lo respeto, pero llegó el momento de un suicidio abierto a carcajadas y jolgorios, o a la nada misma. Basta de egocentrismos. Ahora algunos homenajes: a Gloria, paciente e incondi- cional. Aguantó a este simio bajo toda circunstancia. Podría delinear mi cariño hacia ella en los siguientes y burdos términos: ella es tal vez la única persona, fuera de mi familia, que me haría llorar al morir, quizás irremediablemente. A Ar- chibaldo, un simio utilitario y jocoso. Nos vomitamos mutuamente nuestra barata pre intelectualidad. Fuimos un vaciadero reciproco de todo nuestros impulsos simiales. A mi familia, a quien no tengo nada nuevo que expresarle más que el manoseado amor que uno suele sentir por sus parientes cercanos. Espero no sea desacreditado por aquello, pues sólo basta un poco de sensibilidad para recono- cer mis sentimientos. Adiós. 5 de Marzo Al final el intento de suicidio terminó una apacible noche de Ravotril. En cambio, ayer se me ha despertado temprano para darme aviso de la muerte de mi abuela. Aparezco sentado en el abandonado velatorio, rodeado de ídolos, floreros y mo- nos inquietos, inciertos de cómo comportarse frente a esto que ya esperaban, pero que saben supone cierta apariencia compungida, exige ciertos lamentos. Se
  • 36. 36 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll ve en algunas pupilas el intento de computar los códigos televisados hace unas semanas en una película sobre la muerte de un pianista judío. Ajeno observo con atención las opciones: mirada resignada hacia el piso, mejillas tiritando de inco- modidad, de tanta conmoción?, voces cautas, cadenciosas, silencio reflexivo en general, asustadizamente cadenciosas? Todos en la irresolución de cómo reac- cionar ante tan esperado suceso -hablar del programa dispuesto por defecto tele- visado, en el capítulo pasado sobre amaestramiento de focas podríamos también. Pero como en un ángulo desenfocado destaca la palidez ancestral de mi abuelo, de figura caída, rezumando su olor de cama, algo confundido por la escena, con cierta intuición sobre qué hace ahí. Se pasea, le saludan estrechamente, por turnos disimulados y ensayadas las cautelas; el venerable hombre que ha perdido a su reumática compañía, su única comprensiva compañía de días y rutinas sim- ples, su pilar de la costumbre acompañada. Y es durante los segundos que medito esta escena, este intento de respeto por la memoria de doña María Elena Calderón Zarraga, que el cano señor rompe a llorar. La concentración de un desgarro, un procesión violenta de esta mente perdida. Toda la carga explota en una mirada exhausta, en su mirada espástica de un fin, de un olvido más, ya suplicado el olvido, concedido el placer del retorno al en- cuentro del mono. Llego a mi casa, me arrodillo frente a una imagen de la Virgen, y rezo: -Querida Virgen María, agradecemos con humildad tu presencia en nuestro hogar. Sabemos que las palabras no hacen falta para reconocer en ti un símbolo de infinito amor y bondad, pero lo hacemos igual, para reafirmar nuestro profundo respeto y admiración. Tu sola imagen ha servido ya para entregarme tu mensaje de paz y fe. Y lo volvemos agradecer, esperando aprender cada día más de ti y de nuestro Padre, y así crecer hasta que nuestra alma alcance los cielos, para volver a encontrarnos y refugiarnos en tu eterna armonía. Te pido por el mundo, tan necesitado de todo lo que tú tienes por entregar. Amén. 7 de Marzo El episodio del funeral ha marcado mis meditaciones sobre la fe y el amor. He caído en la cuenta de que necesito una mujer a mi lado, junto a otras cosas que debo arreglar. Algo que debo comprender es la necesidad del contrapeso a esta insana vida física. Inmóvil aspirando humo. Además, se acerca la conquista de alguna fémina que desee como compañera. Quiero intentarlo. No ahora, pero quizás en las vacaciones. Todo irá suave y sutil. La contención, no la anulación de las emociones y la completa espontaneidad en cuanto a lo que me pase con ella. Que el resto salga como deba. Y bueno, parte importante es entregarme al intento como una presencia sana. Ejercitar al mono sería espléndido. Mono corre músho, transpira músho, es muy sano músho. ¡Así que a entrenar a los ejércitos y a transformar mi fisionomía en un esbelto y poderoso pedazo de homínido! Cambio y fuera. Texto inédito. Inaki Barasorda, Santiago, 1987
  • 37. 37 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Narrativa chilena actual Zigzagueando l Por Francisco Quiroz INTEMPERIE** Vendí a consignación revistas Quirquincho y Papaya. También vendí en la Vega Central revistas pornográficas que un amigo traía de Bra- sil, además de Metropolitan y Play Boy. El negocio siempre fue incier- to. Debí recorrer medio Santiago para poder almorzar y beber un bigoteado decente en barrio San Diego. Los clientes buenos estaban en Plaza Almagro. Nunca tuve un maldito peso. Siempre usé el mis- mo vestón brilloso y los pantalones pinzados que me regaló Carlota en Bismark. Qué alegría haberme encontrado con ella ese miércoles. Me llevó a su departamento en Santa Isabel. Almorzamos porotos con rienda. Me salvó el día. EL SHOW DEBE CONTINUAR* La luna, hacia la ribera del sueño, ora menguante, ora creciente sobre Santiago, se deshace como guijarro de polvo. Un balcón, un tercer piso frente a Plaza Almagro y un salón de pool. Al costado derecho, la Disco Planet y Solano que, luego de una increíble mona, se des- pierta entusiasta, contemplando la torre Entel y sus destellos. Se levanta parsimonioso del catre y enfila rumbo a otra noche más. Se refriega los ojos, se acomoda su sobretodo, se acicala veloz frente al espejo, expresando para sí, el show debe continuar. No queda otra.
  • 38. 38 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 PICOTEANDO LO QUE SE PUEDE EN LA REINA* Vuelo rasante del tiuque, cuya morada es un nonagenario pino arau- caria. Se lanza desde la cornisa del edificio de condominio, al moder- no vacío que domina pulcramente. De lo lindo coquetea con la hem- bra. Ésta, juega escapándose al crepúsculo. Se hacen fintas y se regodean suspendidos en el aire. Él, hace la pega de costumbre. Se da tiempo, se lanza en picada, picotea lo que puede y aletea elegan- te. Se abalanza amoroso y sólo la ama. A LA POSTA CENTRAL* Lluvia de palos. No alcancé a preguntarle qué onda y menos a defen- derme. Caí al suelo y luego continuó el Clement, su hermano el bi- gotón y me pareció ver, en la batahola, al Puntete. Todos nos patea- ban en el suelo, a mí, al Osvaldo, al Clarens, al Macoña y al Grone. Nos dejaron pa la zorra. No pudimos irnos esa noche a Loncura. No nos fuimos nunca, porque tuvimos que ir, inaugurando la lona del jeep (cuya estructura habíamos soldado durante todo el día, entre melones con vino y jureles en tarro), en patota, a la Posta Central. TANGO** Tiene el brazo izquierdo más largo. Su mirada seductora la dirige a la visera del gorro gardeliano de él. Le hace un sensual juego de pier- nas. Él, tiene estilo. Su terno no está pulcro ni impecable. Es de lino blanco arrugadísimo. Imposible verle el rostro. Ella lo arrima hacia sí, mientras él mironea el par de diamantes por el escote del vestido. Lo lamentable son sus zapatos que parecen alpargatas y no están a la altura de un caballero, más aún si se las va a dar de galán y de exper- to bailarín de tango, que es lo mismo. ZIGZAGUEANDO* En Los braseros de Lucifer lo que un fumador se demora en dos ciga- rrillos. Bebieron un gin con gin. Caminaron por San Diego. Luego, en Arturo Prat, entraron a La Pipa, otro gin con gin. Un tipo cantó acom- pañado de un acordeón. Quinientos pesos e interpretó Angustia y Cambalache. En Santa Rosa, La Tinaja, tercer gin con gin.¡Estamos en la hora! No quiso quedar de pie. Quiso escuchar, desde el principio a Los Ciudadanos. ¡Vamos! Y bebió de un sorbo la mitad restante del vaso, haciendo una morisqueta, entre asco y placer. * Textos inéditos ** Textos publicados en antologías del concurso "Santiago en Cien Palabras"
  • 39. 39 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 ll Narrativa chilena actual ll Vodka lll Por Sergio Sarmiento ll Andaba complicado por de la tía Angélica. Andaba nervioso. Y no era capaz de hablar con nadie. A fin de cuentas no había nada qué hacer. El destino es crudo. En el banco, además, me sentía rodeado de uniformes. Y bóvedas. Y caras podri- damente alegres. Nadie con quién comunicarse de verdad. Andar triste, en el banco, parece que está como prohibido. Hay que sonreír a los clientes internos y a los externos. Hay que representar el papel de hombre satisfecho. El papel de funcionario que mira hacia el futuro y no ve ninguna nube negra. Si me atreviese a hablar, pensé, lo más seguro es que mis colegas me manden a buscar refugio en dios. En el papa y sus soldados. Sí, porque en el banco casi todos son católi- cos. Son todos piadosos. Cada cual tiene un santito diferente en el escritorio. Un santito que lo cobija. Yo, en cambio, voy para otra parte. Soy de los que no creen en la iglesia vaticana. Me asquean los curas. Los curas que casan a los famosos, los curas que reflexionan en los canales católicos, los curas que sermo- nean en los tedéums y los curas comunes y corrientes, los peces flacos, que con su apestosa amabilidad, con su pobreza de utilería, con su bondad lujuriosa, en- gañan al hombre común y corriente. Al consumidor de fe. En fin, tal como un es- critor colombiano que leí durante las vacaciones, siento un profundo asco por la gran puta romana. Pero el asunto no termina allí. Este asco, en mi caso, se ex- tiende hacia todas las demás religiones. Me provocan náuseas, por ejemplo, los canutos que con potentes altavoces, tra- jes de suches y horrenda gramática predican en las esquinas del barrio. ¡Cállense de una vez, evangélicos de mierda! Sus voces disonantes cruzan, cada sábado, cada domingo, cada feriado, las ventanas y las puertas de mi casa, impidiéndome beber en paz los maravillosos vodkas con hielo que distienden ¡alabadas sean las destilerías! mi tenso organismo funcionario. No me dejan disfrutar esa droga legal que, con amplitud de criterio, los legisladores han consentido para el uso ciudada- no. Esa droga que liberó a Ben Sanderson de lo fomeque que resulta, a veces, la
  • 40. 40 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 existencia humana. Me refiero al protagonista de Leaving Las Vegas, una de las pocas obras del séptimo arte que he visto más de una vez, diecisiete para ser totalmente exacto. Gracias doy al iluminado Mike Figgis, director de tan poderosa obra. Gracias también doy a los señores legisladores de la República de Chile por permitirme el uso de esta sustancia. Enormes e infinitas gracias. De paso les pido, respetuosamente, señores diputados, señores senadores, que regulen a estos ruidosos enfermos teocráticos que gritan en las veredas. Enfermos que ni siquiera me permiten, una vez consumido el transparente brebaje ruso -porque bebo ruso original y no versiones chilenas- tener una borrachera como la gente. Tener una depresión como la gente. Más ahora, que estoy en problemas. La tía Angélica me crió desde los siete años, cuando mis padres murieron. Fue un accidente automovilístico del que prefiero no hablar. Y a pesar de que creía en dios, en la virgen y hasta en los extraterrestres, la quería como a una madre. Una buena madre. El día que supe de su hospitalización –y de la gravedad de su en- fermedad– quise llamar a la tía Rosa y contarle lo que me estaba pasando. Pero la tía Rosa no es como su hermana, es más dura, es más seca. Ella es útil para la parte operativa, no para las emociones. Después quise llamar a alguna de mis ex. Pero no fui capaz de marcar. Seguramente me preguntarían por el depósito men- sual. Ellas eran una sucursal del banco. Ese día bebí hasta quedar casi incons- ciente. Estaba echando espuma por la boca cuando creí escuchar que alguien golpeaba la puerta. Supuse que se trataba de algún fanático religioso. Y sentí rabia. Y quise levantarme y golpearlo. Pero apenas pude moverme. Llegué a la puerta cuando no había nadie. Y, tras tomar fuerzas, grité que era necesario eli- minar a todo aquel que quisiera salvar el alma de los otros. Que salven su culo primero. Hay que eliminar, continué, a los mormones, a los mormones gringos y a los mormones latinos –fotocopias morenas– que se pasean con sus camisitas blancas y sus sonrisas brillantes por las calles del barrio, caminando o en bicicle- ta, como promoviendo una marca de detergente oligopólico. ¡Que se mueran los mormones asquerosos! También hay que eliminar a los testigos de Jehová y sus sombreritos de hilo. Y sus revistas reculiadas que promueven puras mentiras. Acabar de una vez por todas con sus golpes en las puertas de los vecinos. Aca- bar, por ley, señores parlamentarios, con sus preguntas imbéciles que interrum- pen nuestras vidas, pero no las salvan. Desperté en el antejardín. Tenía la camisa manchada con tierra. Eran las doce la noche. Y pensé que lo mejor que podría pasarme sería ganar el concurso del tv cable y viajar a una ciudad de EEUU –la que Ud. escoja– con los gastos pagados por treinta días. Había mandado casi veinte mensajes de texto. Si ganase podría olvidarme de todo. Podría descansar sin clientes preguntando por saldos, líneas de crédito y cobranzas judiciales. Descansar sin hijos ni ex esposas. Descansar incluso del padecimiento de la tía Angélica. Su vida no estaba en mis manos. Solo los médicos podrían hacer algo por ella. Yo no estaba capacitado ni siquiera para darle palabras de aliento. Yo era un influjo negativo. Un hoyo negro. El concurso era mi última esperanza. Tomé el celular y mandé otro mensaje. Si ganaba esco- gería Las Vegas. Allí dejaría de lado los ritos bancarios. Allí podría despreciar el sueldo y los beneficios y el prestigio que otorga trabajar en una entidad sólida y estable. Una entidad cuyo dios gobierna este mundo. El pasto estaba húmedo y me levanté. Tenía frío y un enorme dolor de cabeza. Pero estaba entusiasmado. En Las Vegas, me dije, podría olvidar también a la tía Rosa, que es casi un cura. Un severo cura con vagina. También podría alejarme de la religión. En Las Vegas parece que no hay religión. Allí podría sentirme libre. Y encontrar a mi propia prostituta sagrada, a mi propia Sera, a mi propia Elisabeth Shue. Y tener un polvo de verdad. Después, como Ben Sanderson, la dejaría. Y seguiría bebiendo. Be- bería con hambre y desesperación hasta encontrar el camino, hasta tener unas vacaciones largas. Unas vacaciones en la oscuridad, unas vacaciones bajo mis párpados, convertidos en lápidas.
  • 41. 41 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 Al día siguiente, en el banco, la resaca me mataba. Y la pena. Sucesivas dosis de café y analgésicos no fueron suficientes para recomponerme. Tenía un aspecto lamentable. Ojala la tía Angélica estuviese conciente, me decía. Si estuviese con- ciente podría contarle lo mal que me siento. Pero cuando iba al hospital solo me encontraba con su piel enferma. Y sus ojos perdidos. Y una ridícula virgen sobre su cabeza, colaboración de la tía Rosa. A las doce del día me sorprendí mirando la tele que en la sala de espera entretiene a los clientes. Hablaban del fin del mundo en el 2012. Pensé, entonces, que si la tierra estallase me daría igual, pues lo más seguro es que no haya tiempo para lamentos. Solo para un vodka. Y si hubiese tiempo, me dije, habría muy poco de qué lamentarse, pues la vida de la mayoría de la gente en este planeta nunca fue muy hermosa. La vida aquí ha sido, desde siempre, un desastre. Y todos hemos colaborado. No solo los gobier- nos y sus socios opositores. No solo los grupos económicos. No solo los líderes religiosos. A fin de cuentas es la gente común y corriente la que ejecuta las accio- nes. Justificando nuestra cobardía en la necesidad nos jodemos entre todos. El mundo no funciona. Y los empleados bancarios, hay que confesarlo, hemos cola- borado bastante con tal situación. Hemos sido, por decirlo de manera amable, los bien vestidos ejecutores de la usura. Hemos decapitado, con afiladas tasas de interés, a los pecadores, a los que se rebelan ante el poder del dinero. Todo por mantener la pega. Y el aire acondicionado. Y las regalías. Me serví otro café. Y mientras revisaba los saldos de los cuentacorrentistas, ya no estaba viendo tele, tuve una pequeña crisis. Me eché a llorar en ese sitio donde está prohibido sentir- se mal y un colega fue en mi auxilio. Entregándome unos pañuelos desechables me acompañó a los servicios higiénicos, donde no hay cámaras. Allí hablamos un rato. Tras escuchar mi problema me aconsejó que fuese a ponerle unas velitas a santa Teresita. Dolorido, pero digno, ironicé preguntándole por dónde había que meterle las velitas a la santita. ¿Hay una ranurita? Mi colega se ofendió un poco, no mucho, pues tampoco era, como dijo, católico practicante. Aquí nadie es católi- co practicante, todos fingen, susurró después. Enseguida escrutó los espejos como buscando a un observador oculto. Una cámara de vigilancia, un micrófono. Da lo mismo que creas o no creas, dijo subiendo un poco el volumen tras terminar la inspección. Vaya, mijo, y póngale unas velitas, señaló después, adoptando un tono paternal. Luego me contó que hace un tiempo, cuando su mujer tuvo un accidente, andaba de compras y cayó en una alcantarilla del centro, y estuvo grave, muy grave, fue donde santa Teresita y le puso unas velitas y le pidió que su mujer sanara y otras cosas más, como estabilidad laboral, un casa más amplia y más fe, porque puta que cuesta tener fe, amigo, dijo. Y la santita se las conce- dió todas, con excepción, parece, de la famosa fe. Una vez que el milagro se concrete, usted va de nuevo para allá -continuó diciendo- y paga la manda, es decir, realiza lo que prometió a la santita a cambio de los favores solicitados. Ge- neralmente son velas, la santita necesita muchas velas. Yo pensé en la tía Angéli- ca, que es la única persona que quiero, la tía Angélica que pese a tener ideas cristianas, no merecía morir. Esa misma noche, afirmado en una botella de vodka, decidí dejar de lado mis sólidas ideas antirreligiosas. A fin de cuentas soy chileno, pensé tras el segundo trago, es decir, soy mediocre, soy inconsecuente. Me serví enseguida un tercer y un cuarto vaso del blanco licor. Y me sentí noble y marea- do. Y volví a llorar. Y puse Leaving Las Vegas. Y me quedé dormido. Al fin de semana siguiente, cuando la idea, dada su estupidez, comenzaba a des- moronarse, decidí partir para el santuario de la primera santa chilena. Se piensa y se hace, dije repitiendo una de las frases emblemáticas de la tía. Y me puse en marcha. No quería fallarle. En el camino, mientras manejaba rumbo a Los Andes, observé unas rocas enormes que me alucinaron. Unas rocas como primigenias. Tipo once de la mañana llegué a mi destino. Estacioné y partí al templo. Se trata- ba de una iglesia común y corriente, llena de gente común y corriente, encendien- do velas, comprando souvenirs, dando limosna, arrodillándose, murmurando co- mo si hablasen con la santa o con dios. Sentí profunda pena por ellos. Y mientras
  • 42. 42 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 calculaba el monto de dinero que diariamente donaban los tontos a la iglesia cató- lica, me detuve un par de minutos ante la imagen de la santa. Y con cierta ver- güenza formulé mi petición y mi recompensa. Y encendí una vela que los asisten- tes de los curas me vendieron a precio de monopolio. Miré el rosado rostro de la santa unos segundos. Era un rostro infantil. Y falso. Sentí vergüenza otra vez. Y salí del templo. Y fui al estacionamiento. Y di unas monedas a un indigente que agi- tando un paño me llamaba patroncito. Eché a andar el motor. Y regresé a Santiago. Y mientras manejaba observé otra vez las rocas enormes, las rocas primigenias. Llegué tarde. Y como un niño bueno que regresa de misa sin beber un trago me acosté. A la mañana siguiente, muy temprano, recibí la llamada de la tía Rosa para informarme algo terrible. La tía Angélica había muerto. No pudo resistir la operación, se lamentaba una y otra vez. Era un día lunes. Siete de la mañana. A las ocho treinta llamé al banco y pedí permiso por dos días. Escuché las palabras de buena crianza del encargado de recursos humanos, un psicólogo laboral adic- to a los casinos y a las secretarias. ¿Quieres hablar con algún otro colega?, ofre- ció amable al final de la conversación. Dije que no y corté la comunicación. Ense- guida me di una larga ducha. En honor de la tía Angélica me arreglé lo más que pude, me afeité y me puse un buen traje, la tía Angélica, además de creer en el crucificado, creía en la rima: bien vestido, bien recibido, repetía durante mi infan- cia, convirtiéndome, primero, en un correctito escolar y, después, en un funciona- rio meticulosamente terneado. Tras desayunar me serví un vodka. La mañana era tibia y detrás del vidrio la cordillera, carente de nieve, se alzaba imponente. Re- cordé, entonces, lo sucedido el día anterior. Y un cierto remordimiento vino a mi cabeza. Claro, porque estando ante la santita no pedí por la salud de la tía Angéli- ca, ella podría arreglárselas con los santos, ella tenía línea directa con el todopo- deroso y sus ángeles amanerados, sino por mi viaje al país del norte. Quiero via- jar a EEUU, en especial a Las Vegas, murmuré, ofreciendo como recompensa mi alma. Mi alma que no existe, añadí. Y miré fijamente los ojos de acrílico de la santa. Luego esbocé una gran sonrisa irónica. Y encendí una velita y sentí com- pasión por los idiotas que lloraban ante la imagen de la muchachita santa, la mu- chachita que perdió su juventud encerrada en un templo repleto de lesbianas y mentiras. Enseguida me arrepentí del viaje. Soy demasiado mediocre, soy dema- siado oportunista, soy demasiado chileno, me dije. Y avergonzado quise borrar el episodio de mi cabeza. Tú no crees en ese tipo de estupideces, tú eres racional, tú eres un correcto em- pleado bancario, tú eres un hombre de números, me dije después, mientras le- vantaba el vaso de vodka y miraba la cordillera al trasluz. La tía Angélica igual hubiese muerto si hubieses pedido por su vida. No seas huevón, Ramiro. La reli- gión es una tontera. Claro, por supuesto, la religión es una mierda. De eso no hay dudas. Pero igual sentí pena, pues me di cuenta que había traicionado, de mane- ra simbólica, a una mujer que me había amado mucho, a una mujer que por criar- me había renunciado a ser madre –madre biológica– tras el accidente que ter- minó con la vida de mis padres. Y me sentí egoísta. Y tuve rabia. Y apuré el vod- ka. Y terminé el vaso. Y me serví un segundo trago. Y mientras mi sed crecía, volviéndose insaciable, me sentí como Ben Sanderson viajando hacia la muerte. Una cierta euforia, entonces, me vino al cuerpo. Recordé mi infancia. Recordé a la tía Angélica peinando con gel mi pelo chusco. Sentí su beso tibio en mi frente. Y lloré como un niño. Mi vida se escapaba y, al fin, nada digno había hecho con ella. Mis hijos apenas me conocían. Nunca había puesto gel en sus cabellos, ni besado sus frentes con dulzura. Culpa de sus madres, me dije. Mis tres ex muje- res han complicado mi relación con ellos para darles otros padres. Luego me di cuenta que estaba equivocado, que a pesar de los obstáculos la responsabilidad era mía. Yo había renunciado a ellos. Yo los había abandonado. El vodka había vencido. En ese momento sonó el teléfono. Me levanté y busqué mi celular pen- sando que se trataría de la tía Rosa. ¿Hablo con Ramiro Arteaga?, preguntó una
  • 43. 43 ESPERPENTIADigitalN°9/Agosto2011 amable y acartonada voz femenina. Sí, con él, respondí. Soy Macarena Andrade, ejecutiva de marketing de Telesur, su empresa de cable. Y le tengo una muy muy buena noticia. ¿Una muy muy buena noticia? Claro, se trata del concurso de via- jes. ¿Se refiere al concurso de viajes a EEUU? Exactamente, a eso me refiero, respondió la mujer. En ese momento mi corazón latió de manera brusca. Sentí que mis huesos se volvían hielo. Se me fue la borrachera, tuve miedo y corté la llamada. Al tiro apagué el celular. Una idea siniestra cuajaba en mi cabeza. Y no quería aceptarla. Don Ramiro, usted ha ganado el viaje a EEUU, imaginé que diría la ejecutiva. Y eso estaba absolutamente fuera de mis cálculos. Me imaginé creyendo en dios y en la virgen. Me vi viajando al Vaticano para besar la mano del santo Papa. Me vi comprando velas para la ranurita de santa Teresita. Me vi dan- do testimonio en una iglesia. Y tuve miedo. Terminé el segundo vaso y me serví un tercero. Y me quedé sentado sobre el sofá, bebiendo y mirando la seca cordillera. Abrí los ojos pasado el mediodía. Estaba mareado y me di una segunda ducha. Enseguida me preparé un café cargado y tras encender el teléfono llamé a la tía Rosa preguntando por novedades. Ella me informó del lugar del velatorio, una capilla del barrio donde había pasado mi infancia junto a la tía Angélica. El entie- rro sería en el parque cementerio Eternidad. Luego ajustamos algunos detalles económicos, principalmente lo referido al valor del servicio funerario, estipendio que pagaríamos a medias. Después pensé apagar el teléfono. No me sería agra- dable recibir llamadas de Telesur. Pero lo dejé encendido. No podía dejarme lle- var por la superstición. Ya no estás tan borracho, Ramiro, me dije. Y fui por otro café. Y mientras miraba la televisión, daban noticias, me reí de mí mismo. Me reí de la fragilidad de mis convicciones, de lo fácil que resulta, cuando uno anda débil, caer en la idea de lo sobrenatural. Tú no crees en nada, me dije. Tú ni si- quiera eres de ese tipo de gente que cree en la energía, dios es energía, la natu- raleza es energía, el cosmos es energía, por lo tanto, dios, la naturaleza y el cos- mos son una sola cosa, un solo dios, una sola fuente de poder, una sola bóveda central. Recordé, entonces que en el banco hay un par de enfermos con ese tipo de convicciones. Uno de ellos es el psicólogo laboral. El otro es un tipo de marke- ting. Los peladores dicen que fuman marihuana. Pobres drogadictos. Deben estar mal de la cabeza. No sé cómo no los despiden. Por último, que les paguen un tratamiento. Que los rehabiliten para que se den cuenta que la cosa es como es no más. Que no sigan soñando con huevadas. Que vean la vida, por último, como esa gente siútica que la compara con una página en blanco, una página, añaden, que podemos colorear a nuestro modo. Me relajé. Las ideas idiotas habían des- aparecido solo con mencionarlas. Había tenido solo un pequeño episodio paranoi- co. Reí fuertemente entonces pensando que lo único que me había faltado es ver a santa Teresita. Que la pobre chica cruzara la puerta y me hablase de su abusi- vo dios. Jesús ha tomado el mando de mi barquilla y la ha retirado del encuentro de las otras naves. Me ha mantenido solitaria con El. Por eso, mi corazón, conociendo a este Capitán, ha caído en el anzuelo del amor, y aquí me tiene cautiva en él. Algo parecido había leído en mi visita al templo, algo así de esclavizante, pensé y reí otra vez. Entonces me levanté para ir al velorio. Y me di cuenta que estaba, todavía, muy borracho. Apagué la tele. La tele estaba de sobra. Y me senté otra vez sobre el sofá. El funeral podría esperar. Al fin y al cabo la Tía Angélica no resucitaría. Ya estaba muerta y ningún santo la haría volver a respirar. Tampoco voy a viajar a Las Vegas. No conoceré a mi prostituta sagrada. Los milagros no existen, la religión es una mierda, repetí con más fuerza que nunca mientras tra- gaba la negra sustancia. Al rato sonó el teléfono. No quise contestar. Cortaron. Y seguí sentado en silencio ante la tele oscurecida. La tele muda. Y volvieron a llamar. Esto ocurrió unas seis o siete veces. Finalmente di una mirada al visor. Era el número de Telesur. Seguramente se trata de una promoción, concluí.