El autor analiza la decisión del presidente Humala de rechazar el indulto a Alberto Fujimori. Argumenta que Fujimori debió haberse arrepentido explícitamente de sus crímenes para legitimar el indulto. También discute que el pedido de indulto por parte de la familia Fujimori buscaba un privilegio de impunidad más que una gracia. Finalmente, el autor considera que aunque el rechazo pueda hacer perder votos a Humala, también le ha ganado autoridad para abordar otras urgencias del país.
1. Y ahora, ¿quién nos reconciliará?
Por Fernando Vivas
Otra vez ganó el no. La intransigencia de izquierda no concede nada a la intolerancia de derecha. Y el centro
en el que muchos nos cobijamos es una posición cómoda para analizar las cosas pero no para amistar a
nadie.
Soy de los críticos del fujimorismo que le dieron vuelta a la conveniencia de un indulto. Las posiciones
conciliadoras siempre me han parecido nobles, pragmáticas y hasta vanguardistas. Además, le dan una
ventaja a quien hace la concesión y el Gobierno la necesita para abocarse a su hoja de ruta.
Pero la condición sine qua non para legitimar esa carta generosa era el arrepentimiento explícito de Fujimori.
No pido el baile del „Chino arrodillado‟, como ironizan algunos fujimoristas airados, pero al menos una
enumeración explícita –por escrito– de las más serias tropelías de las que él se siente responsable desde que
se asoció con Montesinos. La frase del “perdón por lo que no llegué a hacer y por lo que no pude evitar” es
una cabronada.
Al no haber ese mea culpa, lo que la familia de Fujimori en realidad pedía no era una gracia sino un privilegio
de impunidad que, en el 2016, podría convertirse en ventaja electoral. Al respecto, hay un debate: hay quienes
sostienen que a la candidatura de Keiko le conviene el martirologio carcelario de su padre, pues le da
consistencia dramática a una campaña que, de otro modo, podría verse interferida por las intervenciones del
papá a favor de Kenji y de sus „viudas prematuras‟ (Cuculiza, Chávez, Salgado, Moyano). Por eso, quienes
sostienen esto piensan que Keiko demoró tanto en pedir el indulto y solo lo hizo cuando Humala la invitó a
hacerlo. No les falta razón, pero tampoco creo que a Keiko le convenía jugar ante su electorado y ante su
entorno „albertista‟ la carta de la hija insensible capaz de matar al padre con tal de ser presidenta. En todo
caso, para zanjar con esa discusión, digamos que ahora no ha quedado malparada: ya hizo la petición
sentimental que reclamaba el núcleo duro albertista. Ya se la rechazaron y ahora puede volver a tentar la
presidencia sin que la fastidien los lloriqueos de sus hermanos. Ya puede retomar su afán de ser la primera
presidenta del Perú y arruinar la reelección conyugal.
Por supuesto, el no de Humala no solo se debe a los cálculos ante Keiko. Es un no profundo, que le viene de
raíz –¿acaso no fue su épica de Locumba una insurgencia contra el „Chino‟?– y se le empoza en el alma justo
cuando medio Perú lo fastidiaba por sacolargo. Este no es el grito de batalla de un „Cosito reloaded‟, que
recupera el poder mellado por la sobreexposición de Nadine. Nótese que la doña no ha abierto la boca para
hablar del tema, aunque le estará picando la lengua para responderle a Keiko y a Kenji. Ojalá no pise el palito
y resbale junto a Ollanta. Esto es cosa de presidentes.
Humala quizá pierda votos (las encuestas registran, aunque sin marcada desproporción, que el indulto era
más popular que su rechazo), pero ha ganado autoridad. No me hace gracia que la emplee para arremeter
contra “los políticos tradicionales” y los “gallinazos”, o sea, los periodistas, ni para desfogar su chavismo
dietético contra el “Estado panzón”; pero, bien asesorado, podría usarla para apoyar la reforma de la
educación superior que se debate en el Congreso, entre muchas otras urgencias nacionales.
Y Fuerza Popular, que ni lleva el nombre de su líder, tiene el reto de demostrar que su agenda no se reduce al
indulto de marras.