2. La misión de la iglesia en
general, y de cada miembro
en particular, es cumplir los
cometidos para los cuales
Jesús nos envió:
Ser la luz del
mundo.
Ser testigos de
Jesús.
Hacer
discípulos.
Predicar el
evangelio.
3. “Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me
envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto,
sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:21-22)
Como Jesús fue enviado por el Padre para salvar
al mundo, Jesús envía a la iglesia al mundo para
anunciar el mensaje de Salvación.
Así, la misión de la iglesia se basa en la autoridad
de Jesús.
Para capacitar a los discípulos, Jesús “sopló” el
Espíritu Santo sobre ellos.
Por la autoridad de
Jesús, cada creyente es
enviado para anunciar el
Evangelio, y recibe el
soplo del Espíritu Santo,
que lo capacita para
realizar la misión.
4. “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se
puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino
sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras,
y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14-16)
¿Qué significa ser
“luz del mundo”?
Jesús es la “luz verdadera, que alumbra a
todo hombre” (Juan 1:9)
Nosotros reflejamos la luz recibida de
Jesús. Este reflejo es visible a los hombres
por nuestras “buenas obras”, que son el
resultado de un carácter amoldado al
carácter divino (Efesios 2:10).
Cuando Jesús brilla a través de nosotros,
esas obras llevarán a las personas a
glorificar a Dios.
“Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz,
y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti” (Isaías 60:1)
6. “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el
Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda
Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8)
Según Lucas 24:46-48, ¿de qué
somos testigos, y ante quién?
1. Somos testigos de la muerte y la
resurrección de Jesús.
2. Damos testimonio del arrepentimiento y
el perdón de los pecados.
3. Testificamos ante todas las naciones.
Nuestro testimonio se basa en
nuestra propia experiencia con Jesús.
Pero esto no tendría fuerza alguna
sin el poder del Espíritu Santo.
Él nos capacita para dar testimonio y
transforma a aquellos que lo
aceptan.
7. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles
que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:19-20)
¿Qué tres
acciones están
involucradas en la
orden de Jesús de
hacer discípulos?
Ir a diferentes
lugares hasta
alcanzar a
todo el
mundo.
Enseñar todo
lo que Jesús
enseñó.
Bautizar a
aquellos que
acepten a Jesús
como su
Salvador y estén
dispuestos a
observar todas
las cosas que Él
mandó.
Para cumplir estos
objetivos, Jesús pone
a nuestra disposición
todo su poder, y nos
asegura su compañía
permanente.
8. “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere,
será condenado” (Marcos 16:15-16)
La labor primordial y la razón de
ser de la iglesia es la predicación
del Evangelio a todo el mundo.
Cuando esta labor se concluya,
vendrá el fin (Mateo 24:14)
De este trabajo depende la
salvación de las personas. Pero
eso no significa que todo el que
nos escuche sea salvo.
Solo que el acepte a Jesús como
su Salvador será salvo. Pero…
¿cómo le aceptará si nadie le
presenta a Jesús?
“Cuando yo dijere al impío: De cierto
morirás; y tú no le amonestares ni le
hablares, para que el impío sea
apercibido de su mal camino a fin de
que viva, el impío morirá por su
maldad, pero su sangre demandaré de
tu mano” (Ezequiel 3:18)
9. “En el día final, cuando desaparezcan las riquezas
del mundo, el que haya guardado tesoros en el
cielo verá lo que su vida ganó. Si hemos prestado
atención a las palabras de Cristo, al congregarnos
alrededor del gran trono blanco veremos almas
que se habrán salvado como consecuencia de
nuestro ministerio; sabremos que uno salvó a
otros, y éstos, a otros aún. Esta muchedumbre,
traída al puerto de descanso como fruto de
nuestros esfuerzos, depositará sus coronas a los
pies de Jesús y lo alabará por los siglos
interminables de la eternidad. ¡Con qué alegría
verá el obrero de Cristo aquellos redimidos,
participantes de la gloria del Redentor! ¡Cuán
precioso será el cielo para quienes hayan
trabajado fielmente por la salvación de las almas!”
E.G.W. (El discurso maestro de Jesucristo, pg. 78)