Este documento analiza las "fortalezas del yo" que protegen el ego humano y obstaculizan la fe en Cristo. Identifica dos muros principales: 1) el muro de los argumentos racionales que rechazan la lógica de la fe, y 2) el más fuerte muro de las resistencias emocionales al cambio, como renunciar al pecado. Sólo al derribar ambos muros y entregar el trono del ego a Cristo se logra la conversión genuina requerida para la salvación.
LAS FORTALEZAS DEL YO (TINIEBLAS DEL CORAZÓN HUMANO IV)
1. TINIEBLAS DEL CORAZÓN HUMANO (PARTE 4)
LAS FORTALEZAS DEL YO
(UNA BREVE REFLEXIÓN PARA CREYENTES EN CRISTO)
“...porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino
poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando
argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de
Dios...” (2ª Cor. 10: 4-5)
Marzo, 2010
Por Alberto Gabás Esteban
1. Introducción
Hemos conocido en artículos anteriores de la serie “Tinieblas del corazón humano” que el hombre, en
términos generales, es un ser espiritual valioso incardinado dentro de un corazón lleno de tenebrosas y
oscuras perversiones, insatisfacciones, miedos e inseguridades, todas ellas ocultas por una
adaptabilidad social aparentemente exitosa, y por una mente brillante que adopta opiniones y
posicionamientos basados en la experiencia natural sensible, ignorando las realidades espirituales que
le constituyen y que le rodean. En nuestros esquemas hemos presentado la forma en que el pecado
genera culpabilidad, y ésta a su vez da a luz dos productos altamente nocivos y contaminantes para el
hombre, la vergüenza y el miedo, fruto de los cuales muchos de los comportamientos del hombre
resultan ser totalmente desviados en lo que a santidad personal se refiere, sobredeterminan su vida
ulterior, y retroalimentan indirectamente las fuentes del deseo concupiscente que llevan nuevamente al
círculo del pecado. En dichos esquemas presentamos también el modo de ruptura con este círculo
vicioso a través de la Santificación, la Fe y la Obediencia a Dios, herramientas indispensables para la
completa salud espiritual de la persona. Hemos presentado también la naturaleza esencialmente
simbólica del hombre, que convierte lo exterior y secundario en lo primario, y que descuida lo que
realmente tiene valor para vida eterna y crecimiento espiritual, anclando su vida a un mero transitar
terrenal conducente a la perdición. Posesiones, riquezas, símbolos del “yo”, imagen exterior, fama, y
otros elementos hiper-valorados e incluso idolatrados constituyen verdaderos “Disfraces” del alma, de
los cuales la persona ha de deshacerse si quiere vivir una vida completamente entregada a Dios y
llamarse a sí mismo Cristiano
En esta breve entrega analizaremos el aparato anímico desde la perspectiva de su extraordinario
entramado de “defensa”; las fortalezas racionales y emocionales que protegen al ser carnal que mora en
el hombre, también llamado “viejo hombre” en la Biblia, fortalezas cuya función primordial consiste en
perpetuar los privilegios, los derechos y la soberanía del YO entronizado en el centro del alma, en
detrimento de aquel que verdaderamente ha de ocupar dicho puesto en la vida del cristiano: Cristo.
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2. 3. Significado de la ilustración: las fortalezas del Yo
Compararemos al ser humano con un castillo en el cual destacan especialmente tres cosas: un trono en
el cual se encuentra el rey “Ego” (el Yo) y dos muros de protección: uno exterior (muro de los
argumentos racionales) y uno interior (muro de las resistencias emocionales).
3.1. Muro de los argumentos
El primer muro con el que topa el evangelio cuando busca al hombre es el de los argumentos. No es
precisamente el más alto, pero sí la principal fortaleza desde la que, primeramente, se repele la Fe, la
cual pudiera inicialmente parecer ilógica a la mente científica de hoy, empapada del materialismo,
naturalismo y evolucionismo característicos del Siglo XX (anteriormente los pensadores,
experimentalistas y hombres de ciencia en general creían de una u otra manera en la existencia e
intervención directa de Dios sobre el mundo, siendo el ateismo una de las más recientes y lamentables
adquisiciones de la humanidad).
La fortaleza representada por el muro de los argumentos es sumamente sólida. En el núcleo mismo de
la piedra que lo conforma encontramos el “módulo de procesamiento lógico-matemático” de la mente
humana. El ser humano tiende a establecer relaciones entre los distintos componentes de información
disponible para obtener un resultado lógico en función de criterios preestablecidos. Los resultados
pueden ser seriaciones, comparaciones, relaciones, juicios, decisiones;... a la postre, resoluciones
lógicas y matemáticas, todas ellas basadas en la racionalidad del proceso de datos sobre la base de las
experiencias acumuladas (conocimientos, memoria...), información e instrumentos disponibles, e
incluso de las emociones, siempre involucradas activamente en el razonamiento humano.
¿Cuáles son los productos mentales que conforman las piedras del muro? Una atenta mirada a los
razonamientos humanos pronto nos desvela la existencia de opiniones, valoraciones, pensamientos,
divagaciones, teorías, ideas y experiencias que van a favorecer el establecimiento sólido de los
argumentos, justificaciones, discursos, sentencias y decisiones (también posicionamientos) que
caracterizarán a la persona frente al llamado del evangelio. A lo largo del todo el proceso estarán
presentes los conocimientos, las estructuras lógicas, la propia prudencia, las leyes seculares, la norma
científicamente aceptada, y todo aquello que haga referencia a lo meramente intelectual, eliminando de
forma contundente toda aquella consideración que no se someta a los parámetros de la racionalidad y
del método científico.
Las carencias de este procedimiento de rechazo al Evangelio son evidentes. La capacidad de
razonamiento humano son absolutamente ridículas para comprender la naturaleza del universo
espiritual y de Dios. Podríamos comparar la limitación de dicha capacidad humana con la de un niño
que trata de buscar dentro de un televisor a las personas que salen en los programas televisados. El niño
no conoce las leyes de la óptica en las que se basan las videocámaras; no tiene idea de las leyes que
gobiernan la grabación de datos de audio y vídeo en soportes magneto-ópticos, y aún mucho menos
puede tener idea de las leyes del electromagnetismo que permiten la transmisión de las señales de
televisión desde una emisora hasta las antenas de los domicilios. De la misma manera, decimos que la
ciencia del hombre no cuenta con una serie de conocimientos acerca de la naturaleza del universo y de
las cosas espirituales. Conocemos que las cosas espirituales han de discernirse por el espíritu, tal y
como nos anuncia Pablo en 1ª Corintios 2: 14: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
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3. espiritualmente”. De modo que las limitaciones lógico-matemáticas de los hombres constituyen un
auténtico tropiezo para la Fe y por tanto para la salvación.
3.2. Muro de las resistencias
Si el muro de los argumentos es una extraordinaria fortaleza al servicio del Yo, aún más lo es el muro
de las resistencias. Este muro es más alto y fuerte que el anterior, y el que más íntimamente defiende,
cubre y oculta al Yo. Aún cuando el primer muro cayere hecho pedazos, éste seguirá en pie sosteniendo
una inquebrantable defensa en favor de la soberanía, el privilegio y el gobierno del Yo. También por
ello decimos que cuando una persona ha abierto su mente a la Fe, queda una cosa más importante por
hacer: convertirse. Ello nos lleva a decir que la sola fe, sin las obras de la justicia que la acompañan, es
muerta (Stgo 2: 17).
Tal y como vemos reflejado en la Palabra de Dios, el ser humano vino a convertirse, como
consecuencia del pecado, en un ser miserable y transgresor, portador de los más grandes vicios,
ignorante, contumaz y atrevido para hacer el mal, y por ello mismo reo de juicio y de castigo eterno en
el infierno. La redención de esta tragedia resulta gratuita en Cristo, mas no sin renunciar a la carne; el
evangelio requiere que la persona abandone su pecado, como claramente expresa Pablo en su carta a los
Gálatas diciendo:
“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el
deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se
oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el
Espíritu, no estáis bajo la ley. Y manifiestas son las obras de la carne, que son:
adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos,
celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías,
y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho
antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del
Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y deseos”. (Gal 5: 16-24)
Acceder, pues, a la creencia en la existencia de Dios, en su bondad e incluso en sus propósitos de
bendición para nuestras vidas, y aún más, desearlo, no nos confiere la justicia de Cristo. Para ello es
necesario abrir las puertas no solo al primer muro de los argumentos (lo cual puede ser relativamente
fácil), sino además y especialmente, al de las resistencias. No hay conversión posible al margen de la
renuncia al pecado y a la carne (deseos, pasiones, prácticas homosexuales, adicciones como el tabaco o
alcohol, vanidades, resentimientos y un largo etcétera). Y es justamente ésto lo que ha hecho adolecer al
floreciente evangelio actual de un verdadero sentido; el Siglo XX ha traído consigo un evangelio que
no crucifica la carne, sino muy por el contrario, la promociona y la estimula. Como ejemplo de ello,
miles de cristianos fuman, y con ello ignoran las escrituras. Haciéndo justificación de su vicio, pasan
por alto que la Palabra de Dios dice: “Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él;
porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1Corintios 3:17). Así mismo, ignoran que los
que son de Cristo no deben dejarse dominar por ningún vício haciéndose esclavo de él, tal como ocurre
con nuestro ejemplo, y todo ello al margen de la falta de sensibilidad social asociada al tabaquismo.
Jesús dijo: “vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvanece, ¿con qué será salada? No sirve
más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres” (Mateo 5: 13).
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4. Podemos encontrar entonces una tipología de creyente que, consciente o inconscientemente, evita
crucificar la carne y entregar su vida a Dios. Es el creyente que se ha conformado con la Fe; no está
dispuesto a renunciar al pecado en su vida. Se ha apropiado del texto que dice: “Cree en el Señor
Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hch. 16: 31) no entendiendo su pleno significado; está
convencido de que no ha de hacer nada más que creer en Dios, y que Cristo vino del Padre para la
salvación de la humanidad. Según sus previsiones y argumentos, esto será suficiente para la salvación;
pero nada más lejos de la verdad, porque acontecerá en este caso como al incrédulo.
Otra tipología errónea de conversión es la del creyente co-regente. En este caso, la persona ha abierto
las puertas del castillo al evangelio; el muro de los argumentos ha dejado entrar la Palabra de Dios, y
aún el muro de las resistencias ha abierto sus puertas, de forma que Cristo puede entrar en la vida de la
persona. Sin embargo, el rey “Ego” (el Yo) de la persona no se ha bajado del trono, sino que ha
permitido que Cristo se siente con él. Manifiesta obras de la justicia de Dios, sí; pero muchas de ellas
vienen a ser obras de la carne revestidas de piedad.
Esta que relatamos es claramente una “falsa piedad”. Y es que el Yo, aún vencidas las fortalezas que lo
custodian, sigue teniendo “sustancia” en sí mismo, y constituye un verdadero enemigo al que hay que
derrocar si verdaderamente quiere el alma convertirse a Cristo, quien demanda el gobierno completo de
la vida del creyente, y no solo una participación aunque sea significativa. No nos engañemos, por tanto,
en relación a lo que sea conversión o inconversión del alma. Cristo nunca va a saltar los muros, ni va a
forzar las puertas. A lo sumo llamará, como leemos en Apocalipsis 3: 20. “He aquí, yo estoy a la puerta
y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. Así, cuando
Cristo ocupa el trono y el gobierno de nuestras vidas, inmediatamente deja de ser necesario levantar
fortalezas para proteger al rey “Ego” (Yo). Ya no hay un rey egoísta que proteger y custodiar; éste ha
sido depuesto y su guardia personal vencida. En su lugar, Jehová el Señor, en quien está la fortaleza de
los siglos (Is 26: 4), guardará en perfecta paz su alma, si es que su pensamiento persevera en Dios y
deposita su confianza solamente en él. El muro de los argumentos vendrá a convertirse en rectitud y
sobriedad en el entendimiento y en la defensa de la Palabra de Dios, y el de las resistencias en alabanza
y adoración al que vive por los siglos de los siglos. Amén.
Disponible en Web:
www.verdadesdelafecristiana.blogspot.com
www.scribd.com
www.slideshare.net
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