1. Espiritualidad para el siglo XXI
Los niveles básicos de conciencia que la humanidad ha recorrido podrían
agruparse en estas categorías: arcaico, mágico, mítico y racional. Cada vez se
hace más presente el estadio integral y podríamos estar ante el umbral, apenas
incipiente, de los niveles transpersonales. Diré una palabra sobre cada uno de
ellos, con el objeto de que se comprenda mejor la reflexión sobre la cuestión de
Dios.
Nivel arcaico (hasta 200.000 a.C.): El hombre primordial vivía en un estado
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de conciencia más animal que humano, sin conciencia de un “yo” separado,
preocupado únicamente por la lucha, la supervivencia y la búsqueda de
alimento. Sin haber desarrollado la capacidad mental de “ver”, su conexión
con la naturaleza era parte de la experiencia sensorial/emocional inmediata.
Su mundo eran las sensaciones e instinto.
Nivel mágico (200.000 - 10.000 a.C.): El concepto de tiempo se expande más
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allá del presente inmediato, pero no mucho más, en una especie de
“presente expandido”. Su estado de conciencia se halla inmerso en lo físico-
emocional, se dedica a la caza, y recurre a la magia en busca de apoyo; al
mismo tiempo, se torna súbitamente consciente de su mortalidad. Es el nivel
propio de las culturas tribales, con una organización social de parentesco. En
religión, predomina el animismo. El cielo, el trueno y otros fenómenos están
“vivos”, y se pueden controlar en beneficio propio a través de palabras y
ceremonias mágicas, a partir de la creencia de que el nombre da poder
sobre lo nombrado.
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2. Nivel mítico (10.000 - 1.500 a.C.): Surgió en el Neolítico y supuso un paso
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gigantesco: se produce una cierta organización social, empieza a
desarrollarse la agricultura, aparece la escritura, se enriquece el lenguaje, la
religión asume una forma diferente; lo más decisivo es que las personas
empiezan a vivir en grupos y las historias a transmitirse de una generación a
otra en forma de mitos. Con su desarrollo, aparecerán las grandes religiones
y los grandes imperios. Caracterizados por un fuerte sentimiento de
pertenencia y, en consecuencia, por un rígido etnocentrismo, son incapaces
de pensar “globalmente”. La tolerancia, en este nivel de conciencia, lo mismo
que la aceptación de la diversidad, es imposible: sería sinónimo de traición a
su Dios y a su pueblo; sería, en última instancia, una amenaza para su
sentido del yo, un yo que está asentado justamente en su percepción mítica
de pertenencia. Las grandes religiones todavía hoy se expresan
mayoritariamente en este nivel. El creyente mítico excluye de la salvación a
los que no se adhieren a su fe, de donde nace la imperiosa misión de
convertir a todos a la “religión verdadera”, por el propio bien de ellos.
Nivel racional-mental (que Wilber llama también egoico): Aparece entre el
•
segundo y el primer milenio a.C., aunque se irá desarrollando en fases
sucesivas, y se caracteriza por la aparición en escena del ego y del
pensamiento abstracto. Liberado de la magia y del mito, emergido un
concepto lineal del tiempo y una sensación de historia, el ego llega a verse
como la única y suprema realidad. Entraña la capacidad de pensar de
manera abstracta, comprender principios y afirmaciones generales.
Agudizado a partir de la Ilustración (s. XVIII), es el nivel que caracteriza al
adulto medio de la sociedad actual, en las diferentes instituciones, con
excepción, en gran medida, de las iglesias, que siguen ancladas en el nivel
mítico anterior. Esto explica las “disonancias” y el rechazo instintivo que
suelen provocar por parte de los sectores situados en él: una persona que se
mueve en un nivel de conciencia racional no puede sintonizar, en absoluto,
con una imagen de Dios propia del nivel mágico o del nivel mítico. Del mismo
modo que un adulto no puede ver el mundo como lo ve y lo expresa el niño.
Y esto no es cuestión de buena o mala fe -como alguien situado en el nivel
mítico estaría tentado de pensar-, sino, sencillamente de nivel o grado de
desarrollo de la conciencia.
Nivel integral: Es el más elevado de los niveles mentales. El yo es capaz de
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identificarse con la mente abstracta. De ahí, brota la capacidad para pensar
desde diferentes perspectivas, o mejor, desde una perspectiva global,
superando las ideologías rígidas. Con ello, surgen también el interés y la
preocupación por otras personas. Aparecen así, en primer plano, todas las
cuestiones globales: ecología, pacifismo, apertura universalista,
espiritualidad planetaria, sistemas alternativos, defensa de los débiles…
Niveles transpersonales (o transmentales y transegoicos): Aunque a lo largo
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de la historia de la humanidad han existido hombres y mujeres que han
experimentado estos niveles de conciencia, da la impresión de que, de un
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3. modo más amplio, colectivamente, nos encontraríamos hoy ante este
umbral.
No me entretengo en especificar los distintos niveles transpersonales de que
habla Wilber (psíquico, sutil, causal, no-dual), sino que me limito a resumir lo
más característico de modo general.
Ya al final del nivel anterior (integral), comenzamos a superar a la propia
mente: nos hacemos conscientes de nuestra consciencia, de nuestra
racionalidad y eso permite que podamos ver la mente y el pensamiento
como objetos. Al hacer así, nos situamos “más allá” de la mente. Dejamos de
identificar al yo con la mente racional y lo comenzamos a identificar con algo
que trasciende al cuerpo, a las emociones, a la mente: el testigo interior que
las observa, al que podemos llamar “yo permanente”. De ese modo, nos
vamos despegando más de la personalidad espaciotemporal. Se empiezan a
superar las barreras de lo mental y de lo individual, en un estado de
conciencia expandido, caracterizado por la intuición más que por el
pensamiento reflexivo, por la unidad más que por el individualismo. La
realidad se nos revela -de un modo sorprendentemente diferente a la
percepción habitual-, como no-dual, dinámica, vacía, interconectada,
acausal, paradójica...
En cualquier caso, deberíamos ser lúcidos para no aferrarnos al yo-racional
como si él fuera nuestra verdadera identidad. Antes de él, el niño (y nuestros
antepasados) se identificaron con el yo-corporal/emocional, el yo-mágico, el
yo-mítico; al expandirse la conciencia, emerge siempre una “nueva
identidad”. Lo que antes era “sujeto”, en cuanto empieza a ser observado,
deviene “objeto”. Del mismo modo que, al poder observar el cuerpo desde la
mente, el yo-corporal quedó trascendido (e integrado) en el yo-mental, al
poder observar la mente, el yo-mental queda trascendido (e integrado) en
“aquél” que observa, el testigo interior. ¿Quién ve cuando “yo” miro?, ¿quién
comprende cuando “yo” leo?, ¿quién percibe que “yo” pienso?, ¿quién está
percibiendo al “yo”?... La persona no se identifica como “yo”, sino como el
Testigo. Y, a medida que permanezca en esa nueva identidad, su conciencia
se ampliará y se manifestará el Testigo no-dual, la Conciencia Unitaria. ¿Y
cómo verá el Testigo a nuestro yo anterior? De un modo similar a como ve el
yo a nuestro cuerpo.
¿Qué tiene que ver todo esto con la cuestión acerca de Dios? Algo tan decisivo
que permite comprender la marginación que actualmente está experimentado la
Iglesia en el ámbito noroccidental. Cuando la mayoría de las personas e
instituciones se mueven con soltura en un nivel de conciencia racional, e incluso
en el integral, la iglesia permanece anclada, mayoritariamente, en el nivel mítico,
en lo que se refiere a organización y lenguaje, contenidos y expresiones,
imágenes de Dios y formulaciones doctrinales. En esas condiciones, pertenecer
a la Iglesia implica -en muchos casos- “retroceder” a un nivel de conciencia
mítico. No se trata, por tanto, de creer o no creer, sino de formas de vivir, de
sentir, de percibir la realidad y de expresarla.
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4. Quizás se comprenda mejor con un ejemplo, relacionado con una
cuestión delicada para los creyentes: la oración de petición. Para el hombre que
se encuentra en un nivel de conciencia mágico, la ceremonia bien hecha logrará
provocar la lluvia (algo que, en nuestra cultura, nadie creerá, ni siquiera los más
fervientes religiosos). En el nivel mítico, el creyente piensa que la oración por la
lluvia puede mover el corazón de Dios que, al final, puede concedérnosla. Del
mismo modo que el niño, entre 7 y 12 años, puede pensar en Dios como un Ser
bueno que hará milagros a su favor, siempre que se porte bien. Pero eso no es
un dogma de fe; es sólo una formulación típica de ese estado de conciencia. Lo
único que ocurre es que las formulaciones de las grandes religiones se
produjeron en el nivel mítico, lo cual explica que las personas religiosas se hayan
identificado tanto con ellas, hasta el punto de considerarlas “definitivas”. Con
ello, no hacen sino permanecer en la ignorancia y autoexcluirse de la historia de
la evolución de la conciencia. Pero sigamos con nuestro ejemplo. En un nivel
racional, el creyente “racionalizará” su petición y dirá someterse a la voluntad de
Dios, porque Él sabe mejor “lo que nos conviene”. Y, al mismo tiempo, inventará
sistemas de regadío, porque empieza a intuir que la realidad se maneja por leyes
autónomas, al margen de intervencionismos extramundanos. En niveles
transpersonales de conciencia, el creyente sigue “pidiendo” -anhelando- todo lo
que necesita, pero no se dirige al dios exterior de la conciencia mágica o mítica,
ni al dios “racionalizado”, sino, más allá de todo dualismo (típico del nivel mítico e
incluso racional), a la dimensión divina que experimenta no-separada, a Lo Que
Es. Y esa oración será “eficaz”, porque nada nos haría estar más en unidad con
Dios y con las personas por las que oramos.
Con ello, no se ha perdido nada, no se ha perdido la fe -como suelen
gritar los creyentes míticos, cuando escuchan formulaciones diversas a las
suyas-, sino que se ha dado otro paso decisivo en la marcha evolutiva de la
humanidad, en la que la Conciencia va desvelando su Rostro.
Todos los místicos han experimentado esa Unidad en Dios, aunque
tuvieran que expresarla en categorías propias de su propio paradigma cultural.
Incluso santa Teresa de Jesús, ejemplo de oración relacional y afectiva, en su
obra de madurez, se ve llevada por su propia experiencia a reconocer la Unidad,
echando mano de imágenes atrevidas:
“Digamos que sea la unión como si dos velas de cera se juntasen tan en
extremo, que toda la luz fuese una... Acá es como si cayendo agua del
cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán
ya dividir ni apartar cuál es el agua del río, o lo que cayó del cielo; o
como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de
apartarse; O como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde
entrase gran luz; aunque entra dividida, se hace todo una luz” (7
Moradas 2,4,).
Queríamos responder a la pregunta ¿cómo orar? Imaginemos algo: ¿de
qué modo tan diferente le “hablaría” una gota al océano, estando todavía
separada o una vez que hubiera caído en él? ¿Cuál de los dos modos sería más
pleno? Pues bien, en la tradición mística, hablar de oración implica favorecer el
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5. paso de la separación (pensada) a la Unidad que Es, Unidad-en-la-Diversidad o
No-dualidad. Lo que ocurre es que ese paso únicamente puede darse cuando se
trasciende el pensamiento.
He dicho más arriba que la mente humana no puede acceder a la No-
dualidad; más aún, le parecerá un dislate, porque la misma mente es dualista:
sabe lo que es uno y lo que son dos, pero no puede saber lo que es el no-dos. Si
no pudiera separar los objetos, se colapsaría, terminaría bloqueada. La mente
puede funcionar en tanto en cuanto separa y fracciona la realidad. Por eso,
mientras permanezcamos en el pensamiento, no podremos “ver” la realidad sino
de un modo dualista. Del mismo modo que el niño, mientras permanece en su
identidad “corporal”, es incapaz de acceder al pensamiento abstracto. Pero detén
la mente y el dualismo desaparecerá. Y, al trascender el pensamiento,
despertarás al reconocimiento de Lo Que Es.
Ése es el servicio que las religiones y las iglesias deberían ofrecer.
Apartándose del discurso mitológico y de la interminable palabrería mental, de la
moralización y del protagonismo, favorecer el desarrollo de la conciencia y
posibilitar la genuina experiencia espiritual.
Y ¿por qué ayudar a las personas para que alcancen ese otro nivel de
conciencia?
• Porque es el siguiente peldaño en la evolución de la humanidad.
• Porque ahí es donde residen las auténticas fuerzas transformadoras.
• Porque es el camino de la autorrealización y autotrascendencia.
• Porque es fuente de libertad y de comunión (¿quién me quita la
libertad sino mi “yo”?, ¿quién impide la unidad, sino el mismo “yo”?).
• Porque la ampliación de la conciencia hará posible el cambio del
corazón humano y, así, la transformación de nuestra sociedad y de
nuestro mundo.
• Porque el horizonte es la Unidad: todo proceso espiritual conduce
hacia ella.
• Porque es en el ámbito transpersonal donde encontramos el sentido
de nuestra vida: experimentamos quiénes somos, inmortales y uno
con todo.
Sólo esa nueva conciencia dará respuesta al anhelo humano, nos
liberará de la agotada prisión egoica -de los callejones sin salida donde se
encuentra el yo-, permitirá avanzar en humanización y establecerá las
condiciones que posibiliten la emergencia y manifestación creciente de la Belleza
amorosa y radiante del Espíritu, la Unidad Que Somos/Es.
Texto aportado por Armando Fernández Bartolomé
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