1. Presentación
Fondo Editorial del Congreso
La mirada de los gallinazos
Cuerpo, fiesta y mercancía en el imaginario sobre Lima (1640-1895)
Marcel Velázquez Castro
Entre los siglos XVII y XIX, la ciudad de Lima, dice Marcel Velázquez, fue objeto de
diversas representaciones que comportaron toda una codificación ideal de las prácticas y las
relaciones efectivas desplegadas por sus habitantes. En aquel extenso periodo —donde la
liturgia barroca abre espacio al racionalismo de la Ilustración que prepara el triunfo de la
mentalidad civilizatoria, indesligable de la consolidación del modelo de mercado—, las
élites ponen en circulación textos e imágenes coherentes, a menudo de modo explícito, con
los fines de la dominación y el control social. La mirada de los gallinazos revela la eficacia,
pero también las fisuras, de tales operaciones discursivas mediante un procedimiento en sí
mismo contestatario, pues emplea como base teórica escritos olvidados o académicamente
marginales, para llegar a síntesis inesperadas acerca de la forma en que, a instancias del
poder, Lima se ha procurado o ha fingido procurarse una imagen válida.
La mirada de los gallinazos, de Marcel Velázquez Castro, última publicación del
Fondo Editorial del Congreso, será presentado el martes 25 de junio en la sala Grau
(6:30 de la tarde). Los comentarios corresponderán a Carlos García-Bedoya y Ana María
Gazzolo.
Las fuentes estudiadas por Velázquez son muy heterogéneas y combinan lo alto y lo
bajo, reflejando de algún modo el destino de las simbolizaciones sobre Lima, tenaces en
recrear aquello mismo que intentan desterrar, sea el cuerpo, el desborde, la mezcla; están
presentes la Biblia, los informes de funcionarios reales, el Mercurio Peruano, la novela
romántica, pero asimismo la novela de folletín, los reglamentos de policía, los avisos
publicitarios, las estadísticas de venta de licor, las crónicas en que se denuesta a los
travestidos. Velázquez coloca esa multiplicidad bajo una dirección, a saber, descubrir la
disociación entre la representación y el “proceso material-social” en el cual se inscribe,
donde el lenguaje nunca es plenamente coextensivo y contemporáneo de sus propios
enunciados. El autor hace manifiesto que los discursos sobre Lima han portado una cuota
mayor de pasado de la que reconocían, o inversamente han sido ciegos a los cambios que
hacían del presente una entidad distinta, o bien han constituido universos imaginarios para
los cuales la sociedad solo estaba lista en parte, o, por último, llevaban consigo las
condiciones de las que hacían escarnio. El desfase, sin embargo, ha estado muy lejos de ser
estéril. Así como las construcciones simbólicas han sido producto, aunque deformado, del
tiempo vivo, también han tenido el poder, advierte Velázquez, de afectar el flujo histórico
real a través de las lecturas ideales y la falsa conciencia.
2. Hay aquí una crítica de la representación propiamente epistemológica y es la
habilidad de Marcel Velázquez conducirla a demostrar las aporías de las imágenes con que
el poder retrató la Lima colonial y republicana. Encontramos, entonces, en el mundo
barroco una voluntad de mantener la separación de castas e impedir la movilidad social al
mismo tiempo que su aparato religioso-ceremonial, y aun su legislación y su economía,
facilitaba el intercambio entre sus miembros. En el mismo sentido, descubrimos que el
discurso civilizatorio traicionó desde el arranque el proyecto de una ciudadanía letrada
cuando, preso de una mirada estamental, no pudo reconocer como parte de ella a los indios
y negros. Es lo que sucede, a su vez, con los sueños de una Lima plenamente acoplada a la
lógica del capital, frustrados por la evidencia de valores tradicionales y estereotipos
sociales heredados de la Colonia, donde, a pesar de todo, ya es posible anticipar cómo el
deseo se va desplazando del cuerpo a la mercancía en la imagen de la tapada.
En un pase magistral, Velázquez acude a las figuras de Ricardo Palma y Manuel
González Prada, nuestros escritores próceres, para ilustrar estos equívocos. El primero,
afirma el estudioso, fijó el ser nacional en el élan criollo-limeño y ancló nuestro tiempo
simbólico en los confines del Virreinato, como si la experiencia de la modernización no
hubiera acontecido; el segundo, furibundo contra los rezagos coloniales, no pudo identificar
los gérmenes democráticos ocultos en una modernidad todavía hoy incompleta, mientras
delegaba a un indio abstracto la redención moral del país. Cada uno, a su modo, contribuyó
a ampliar un repertorio de significaciones que desde la fundación de la ciudad postularon
utopías para las que no existía un individuo a la vez que personajes para los que ya no
existía un mundo.
Lima, 13 de junio de 2013