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Jaime Garza 
Para Elisa
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Este libro no está escrito para aquellos que se dicen cultos, ni educadores o moralistas. No piensen hallar en estas líneas consejos, principios o valores que moderen la convivencia del hombre, tampoco esperen encontrar en este escrito razonamientos profundos ni pensamiento filosófico, que solo confunden las mentes ya de por si aturdidas por el mundo. Y mucho menos piensen encontrar en estas letras reglas de buen comportamiento. Se trata más bien de algo común, de lo convencional, de aquello que la condición humana está haciendo a un lado, y se deja llevar por lo que dictan la sociedad, la moral y las leyes en turno. 
Estas palabras son el resultado de la libertad y de la conciencia libre del pensamiento del hombre. Es el fruto de una concepción realista del mundo, de la perversión y del libertinaje, pasión desbordante que incita, que deleita los sentidos y que nubla la razón. Es más bien un acercamiento a los sentimientos subyugados a la pasión, de la voluptuosidad y lubricidad etéreos, placeres corruptores pero que no se pueden condenar a morir ahogados. 
El cruel posicionamiento ante una pasión desmedida, en la reflexión del protagonista, que pretendiendo aliviar su dolor causado por el estilete de la pasión clavado en su corazón, finalmente decide curarse y retira la letal daga, hallándose con la sorpresa desagradable, de que el dolor, pese a ya no tener la daga, sigue vigente. Deseo con esto encontrar respuesta entre muchos hombres y mujeres, que ahora sabedores del origen de su mal, y conscientes de que se ha establecido un certero diagnóstico, puedan curarse, arrancando el filo de la daga ardiente de la pasión, si es que para ello tuviesen valor.
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Punza tu ausencia, 
Púa lacerante de la pasión, 
que perdura cual fuego calcinante, 
de las emanaciones del radiante sol. 
¡Interminable, como un eterno atardecer! 
Triste, latente; tiene mi alma en suspenso, 
inconmensurable me ronda, 
como la muerte al condenado, 
te miro en el ayer, me veo a tu lado, 
y te recuerdo hoy; ya sin enfado.
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Una vez concluidos mis estudios, y habiendo recibido el diploma que me acreditaba como médico especialista en ginecología y obstetricia, tuve que seguir el camino que todo recién graduado recorre: buscar trabajo. Yo estaba fascinado con la idea de vivir en la ciudad, no queriendo decir con ello que no extrañaba esos tiempos en que viví en mi pueblo, pero en la ciudad todo estaba a mi alcance, sea turismo, o cultura, o entretenimiento. Sin embargo; por asuntos personales que surgieron de último momento, tuve que regresar a mi tierra natal, por lo que conseguí trabajo en uno de los hospitales del sector salud, y al mismo tiempo abrí un consultorio. En el consultorio atendía como médico general, aunque me interesaba especialmente en captar pacientes embarazadas. Como el consultorio me dio excelentes resultados, requerí del apoyo de una persona que me auxilie en mis procedimientos y de otra para la limpieza del establecimiento. Los días se sucedieron uno tras otro y desaparecieron como fantasmas en la inmensa mansión del tiempo, mi trabajo en el hospital del sector salud se volvió estable, y en la comunidad donde atendía a los enfermos mi nombre comenzó a ser mencionado con más frecuencia de tal suerte que se daban cita pacientes de otros municipios, de los estados vecinos e incluso algunos pacientes que radican en la unión americana se trasladaban para ser atendidos conmigo. Todo marchaba sobre ruedas, y con resultados favorables e inesperados si consideramos que era un total desconocido. Debido a que soy una persona de carácter dulce y amable que disfruta de la estabilidad, me gusta aplicar esas cualidades en todos los terrenos de mi vida, y el área laboral no fue la excepción,
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por lo que las dos personas que laboraban en el consultorio desde un inicio las mantuve el mayor tiempo posible auxiliándome, hasta que por motivos personales dejaron el trabajo y me quede sin ayudantes. Con el objetivo de hallar personal interesado en trabajar conmigo, pero sobre todo que tuviera el perfil para ayudarme en el consultorio, publique una convocatoria en internet. Varios días se requirieron para tal fin, y solo pude reclutar a la persona encargada de la limpieza del local, pero no encontraba a la persona adecuada para que me ayudara en la recepción y en mis procedimientos. Recibí solicitudes de distintas personas, realice entrevistas, pero ninguna cumplía el perfil o mejor dicho: ninguna me satisfacía. Por esos días, tuvo lugar una fiesta en casa de una de mis pacientes que me invito cordialmente, y yo acudí decidido a pasarla bien. Ya caía la tarde, el sol estaba en el poniente ocultado parcialmente por el horizonte. Era una fiesta de tres años y se realizaba en armonía, se hallaban los payasos que con sus ocurrencias hacían reír lo mismo a pequeños que a mayores. Justo en ese momento se hicieron presentes tres mujeres, que resultaba imposible no mirarlas, tanto por su belleza; como porque una de ellas, la mas joven; quizá con catorce años iba vestida como una autentica cortesana, tenía el cabello recogido por una diadema, el rostro lucia con maquillaje en exceso y un lunar había sido estampado en la mejilla derecha, el vestido era de color rosa mexicano que arriba era ampliamente escotado y abajo terminaba en la parte más alta de los muslos, lo tenia muy ajustado que se amoldaba perfectamente en las curvaturas de su cuerpo, parecía que lo llevaba
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pegado en la piel, resaltando sus atributos y se delineaba la diminuta tanga. Calzaba unas zapatillas blancas de tacón sumamente alto y el aroma de un perfume escandaloso despedía a su paso. Iba masticando goma de mascar. Las otras dos mujeres que acompañaban a la fresca joven eran de mayor edad e iban vestidas muy a modo para la ocasión y una de ellas llevaba un niño en su regazo. Se acomodaron en las sillas de la mesa donde me encontraba, yo me servía vino en ese momento que amablemente les ofrecí y gustosas aceptaron. Considerado ese como el momento propicio, nos presentamos sin desviar nunca mi atención en las tres mujeres, pero en especial de aquella que llevaba el niño en brazos. La mujer tenia como veinte años, sin duda joven y bella ante los ojos de muchos, vestía una blusa de manga larga color hueso cerrada por botones al frente, llevaba una falda amplia de algodón color café con vivos dorados que caía libre haciendo pliegues por debajo de las rodillas, calzaba unas sandalias de cuero. Llevaba la cabeza cubierta con una frazada de color dorado con flores escarlata bordados delicadamente, asomando tímidamente unos cabellos negros en su frente. El rostro ovalado, de cutis delicado y bien cuidado, tenia una frente breve, unos ojos cafés enmarcados por unas cejas pobladasy sombreados por unas pestañas escazas. Una curvatura ardiente y fina dibujaba los labios de su boca. En su regazo tenía un niño que dormía plácidamente, sostenido por un rebozo de algodón en color azul turquesa. La mujer vigilaba el sueño del infante, lo contemplaba con una mirada amorosa, y lo arrullaba con los latidos de su corazón. Yo veía embelesado el bello cuadro que estaba ante mis ojos, que no
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pude evitar pensar en la Virgen delle vía. Platicamos brevemente, era soez el lenguaje que pronunciaba la jovencita y su risa escandalosa, pero dulce y meloso la de sus acompañantes. Unos minutos mas tarde, me despedí de mi anfitriona, de las hermosas mujeres que hicieron agradable mi estancia, y me retire de tan agradable conmemoración. En el consultorio, Karen realizaba con esmero las actividades de limpieza y poco a poco iba mostrando soltura en el puesto. La convocatoria poco efecto había tenido y ya casi nadie acudía para el puesto en la recepción. Mientras tanto; yo tenía que hacer las actividades de recepción y ayudante al mismo tiempo que las propias como médico, y me resultaba muy complicado; por lo que finalmente me dije: al carajo todo, voy a poner un cartel frente al consultorio solicitando personal y la primera persona que llegue la contrato. Y así fue, instale una cartulina color verde fluorescente frente al consultorio, con la siguiente leyenda: “Se solicita empleada para recepción”, ni una hora pasó cuando repiqueteó el timbre del consultorio, la chica de limpieza abrió y me aviso que me esperaba una joven que quería el trabajo. Eran como las dos de la tarde, los rayos del sol caían inclementes y un ambiente bochornoso inundaba el lugar, poca gente caminaba por las calles. En la sala de espera estaban sentadas dos mujeres, una joven como de veinte años y la otra como de cuarenta, las dos personas vestidas de negro y a pesar del intenso calor sofocante portaban suéter, llevaban bajo el brazo un folder color manila, y tenían la apariencia de haber caminado mucho.
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Buenas tardes, por favor pasen al consultorio –les dije mientras abría la puerta del consultorio-, si doctor, gracias –me contestaron al mismo tiempo que se levantaron y se encaminaron hacia el consultorio-. Se acomodaron en las sillas que ocupan los pacientes cuando acuden a consulta en el área de entrevista, yo me senté en el sillón frente a ellas como si se tratara de una consulta. ¡Cual sería mi sorpresa! La joven que estaba frente a mi era la joven que en la fiesta de tres años llevaba el niño en sus brazos, la misma que me hizo recordar la pintura de Roberto Ferruzzi, pude reconocerla a pesar de que su vestimenta era diferente; aunque me pareció que ella no me reconoció. -Buenas tardes, soy el doctor Uriel, ¿En qué puedo servirles? La mujer mayor sonrió y volteo hacia la joven, como tratando de ocultar la ansiedad que tenía, y tras un breve instante hablo: mi nombre es Julia, ella es mi sobrina Elisa y venimos a verlo por lo del empleo. Esta mañana hemos tenido que atender algunos asuntos personales por este rumbo y ahorita que pasamos frente a su consultorio vimos la cartulina en la que solicita una empleada, y queremos saber de qué trabajo se trata. El consultorio, perfectamente ordenado, con sus paredes blancas impecables que reflejaban la luz blanca proveniente de las lámparas, la pequeña ventana del consultorio estaba cubierta con una cortina romana color azul rey que daba paso sutilmente a los rayos solares que formaban abanicos blanquecinos y azulosos, en una de las paredes estaba una puerta de madera finamente detallada que servía de marco para un hermoso vitral que exponía el gran báculo con las dos
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serpientes enrolladas y las alas de mercurio, que daba acceso al área destinada a la exploración de los enfermos, en otra pared se encontraban marcos de madera uniformes en color que exponen a los visitantes los títulos y reconocimientos que el médico había logrado en su carrera, la computadora permanecía encendida, con el protector de pantalla activado, y en los altavoces se escuchaba una música suave y delicada para los oídos, lenta y pausada en ritmo que correspondía a la Bagatelle No. 25 de Beethoven, mejor conocida como: “Para Elisa”. Las dos mujeres permanecían quietas, vestían un atuendo discreto aunque impropio para el calor sofocante del exterior, sus rostros no tenían un aire de notables, parecían de clase humilde. Julia era una mujer de estatura media con grandes manos curtidas por el trabajo, de piel morena y en la cara tenia marcadas las líneas de expresión que le daban una edad mayor, el cabello negro abundante con líneas grises atado en dos trenzas unidas en la espalda, sus ojos cafés sombreados por unas largas pestañas permanecían quietos y resignados mirando el consultorio con una expresión curiosa de lejanía e indiferencia. Elisa se mostraba tensa, los hombros elevados y los músculos del cuello rígidos, se notaban las pulsaciones de las arterias en su lánguido cuello, yacían sus manos entrelazadas reposando sobre sus piernas. Es correcto señora Julia, -exclamé- hace ya varios días en que no tengo ayudantes y ha sido una tarea difícil conseguirlos. En días recientes vino la chica que les abrió la puerta y ha sido una excelente colaboradora en la limpieza de las
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instalaciones, no obstante; requiero de una persona que me ayude en el área de recepción por lo que coloque esa cartulina. - Entonces necesita una persona para que le ayude en la recepción –dijo Julia-. - Así es, -Les dije mirándolas a ambas- que reciba a los pacientes, que lleve la agenda de citas, que reciba mi correspondencia y que realice algunos documentos de los pacientes, ¿Usted quiere trabajar? - No doctor, -Me contesto Julia- no lo digo por mí, me gustaría que mi sobrina trabajara con usted. Ella ha desempeñado distintas actividades, y segura estoy que puede realizar las tareas que le indicara. - Y tú qué dices Elisa –le pregunte- Elisa en ese momento separó sus manos, las colocó con las palmas apoyadas en los muslos, las deslizó sutilmente sobre la tela de su pantalón, irguió la cabeza y me miro a los ojos; parpadeó, suspiró profundamente y con una voz tenue pero dulce a los oídos me dijo: Pues si doctor, quizá soy joven, y carezco de experiencia en algo así como lo que usted acaba de mencionar, pero debe saber que tengo veinte años y desde los quince me incorpore al campo laboral que por motivos que no vienen al caso mencionar he tenido que abandonar los estudios y contribuir con los gastos de la casa. Me siento importante al trabajar y participar en el sustento de mi familia sin
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importar las actividades que tenga que desempeñar. Cuando se han requerido mis servicios en el campo ahí los he ofrecido puntualmente, lo mismo en la venta de productos, en restaurants, o como encargada en un mostrador vendiendo desde los artículos más conocidos hasta los artículos más extraños. Hace unos días por razones de fuerza mayor, no me presenté en mi trabajo y fui despedida. Hoy mi tía y yo venimos a arreglar algunos asuntos con un vecino suyo y como vimos la cartulina, nos tomamos el atrevimiento de platicar con usted, o mejor dicho; le estoy pidiendo que me dé la oportunidad de trabajar con usted. - Pero me has dicho que no tienes ninguna experiencia en las actividades que te he mencionado –le dije a Elisa sonriendo- - No veo dificultad en ello doctor, -Me dijo con tranquilidad- si usted me enseña tenga la seguridad de que hare correctamente las tareas, yo estoy en la mejor disposición de trabajar en lo que usted me asigne, y con el salario que usted crea conveniente, ya no soportaría estar un día más desempleada. –completó- - Bueno, no hablemos más –les dije-, preséntate mañana a trabajar, me traes los siguientes documentos -le extendí una hoja donde estaban anotados los requisitos-, y ya mañana veremos lo del horario y los días de trabajo, así como las actividades que realizarás. Confío en que todo saldrá bien, pues la buena disposición que has mostrado en este momento será de gran ayuda para sortear todos los obstáculos que se presenten.
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- Gracias doctor, no le fallaré, -dijo Elisa- no se va arrepentir de haberme contratado. Se despidieron Julia y Elisa con una cortesía poco habitual y se retiraron del consultorio. Al día siguiente todas las actividades se realizaron con normalidad, la mañana era fresca y un viento suave acariciaba las mejillas de los transeúntes, la tierra aún permanecía húmeda y en el ambiente se percibía las exhalaciones de la tierra mojada como testigo inequívoco de la lluvia que durante la noche había sucedido, el cielo era claro y transparente, se veía una línea delgada azul en el horizonte perfectamente dibujada por la montaña, el sol apareció por el lado oriente como un gran guerrero con su escudo dorado y resplandeciente. En las calles se escuchaba el ruido de la gente que se dirigían a realizar sus actividades habituales, unos al campo, otros a la ciudad. Sonaban los claxon de los coches y de las unidades de transporte público. Se escucha el ladrido lejano de los perros, y los gritos cercanos de los niños que se dirigen a la escuela. Uriel fue el primero en llegar al consultorio, y estuvo trabajando en su computadora personal preparando una conferencia que en días próximos tenía que presentar. Poco antes de las ocho de la mañana repiqueteó el timbre de la entrada del consultorio, y Uriel acudió para abrir la puerta; era Elisa que enseguida entró y se sentó en una de las bancas de la sala de espera; al poco rato llego Karen. Los tres pasaron a un cuarto de las mismas instalaciones que estaba habilitado como un pequeño comedor. El espacio era pequeño, con la puerta de acceso del lado oriente y una pequeña ventana en el poniente, las paredes blancas finas
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perfectamente detalladas que resplandecían con la luz blanca de la bella lámpara que pendía del techo. El piso de mármol blanco y rosado perfectamente pulido reflejaba la luz en haces multicolores hacia el plafón que daba la apariencia de tener brillo propio. El mobiliario era austero y solo había lo necesario para preparar alimentos. Se sentaron en las sillas, y un aroma a delicadas flores impregno el ambiente, resultado perfecto de la mezcla de jazmines con sándalo y almizcle: era el perfume de Elisa. Karen encendió la cafetera y colocó agua en el recipiente de cristal, en la mesa fueron puestos los platos y vasos de cerámica; cucharas, cuchillos y tenedores de acero inoxidable; y fueron ofrecidos café, azúcar, leche, galletas y panecillos. Platicaron de temas diversos, de política y de religión, de música y películas, de las actividades que habían desempeñado en su vida laboral, de cuentos e historias de la comunidad; considerando tal vez algunos puntos como irrelevantes, pero se estaba iniciando una nueva etapa y el propósito de Uriel era claro: generar un clima de confianza entre sus colaboradores. Ese día Elisa se veía bien, vestía elegante pero discreta. Llevaba una blusa blanca de manga larga perfectamente abotonada hasta el cuello y descendía por fuera del pantalón hasta sus caderas. Vestía pantalón tipo sastre en color negro, y calzaba unos zapatos de vestir con tacón bajo. Una curva vehemente dibujaba su boca con delgados labios. Los cabellos negros estaban desparramados por su espalda, indomables se esparcían cuando caminaba y descansaban sobre sus
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hombros. Llevaba pendientes de piedras blancas que parecían perlas. Una fugaz fragancia despedía a su paso, llena de sensualidad y frescura. Los siguientes días se volvieron tranquilos y llenos de armonía, Uriel se dedicaba por completo a las actividades como médico, y sus colaboradores le auxiliaban en sus respectivas tareas. Karen tenía ya un dominio completo de las actividades de limpieza y de los exhaustivos de las instalaciones y en ocasiones colaboraba en alguna actividad administrativa. Elisa aprendía muy rápido, se mostraba amable con la gente, siempre tenia disposición para realizar sus actividades y puntualmente entregaba los informes que le eran requeridos. Cada vez que tenia duda sobre alguna actividad o si consideraba que algún error había cometido, se acercaba a Uriel quien amablemente le ayudaba. Uriel tenía treinta y cinco años, estaba casado y tenía dos hijas, ambas niñas de cuatro y dos años. Llevaba una vida llena de tranquilidad, sobria y equilibrada, que muchos de los que me conocían se asombraban por semejante orden, pero; como se ha dicho anteriormente esa era su naturaleza y no demandaba de su parte esfuerzo alguno. Uriel estaba metido todo el día en el consultorio, atendiendo a sus pacientes, y cuando no había pacientes, se dedicaba a satisfacer algunas de sus inquietudes escuchando música, o disfrutando de una película, o leyendo algún libro. Casi no salía del consultorio, y cuando lo hacía; era para ir a su casa o para visitar a sus padres. Los vicios para el médico no existían, y las andanzas, o las fiestas, o las visitas a algún bar; no las realizaba desde que era un estudiante en la facultad de medicina, y hasta eso en contadas ocasiones; ya que dedicó
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gran parte de su tiempo en los estudios, que ahora le daban buenos frutos y fama. Habían pasado ya tres meses desde que Elisa llego al consultorio, se había adaptado muy bien al ambiente. Había resultado ser una excelente compañera y en los ratos en que no tenía trabajo en su oficina, le ayudaba a Karen en las labores de limpieza. Por su parte, Uriel no tenía queja alguna de ella, y le entregaba de manera puntual la correspondencia y los informes que le solicitaba. Ya era costumbre la reunión de las nueve de la mañana en el pequeño comedor para tomar café que acompañaban con galletas o pan, y a las dos de la tarde para disfrutar de la comida principal que traían al consultorio de la fonda de doña Soledad. Elisa y Karen preparaban la mesa y los utensilios para degustar los alimentos, y Uriel llegaba al comedor cuando según sus cálculos, todo ya estaba listo. Todo iba conforme lo esperado, hasta que un día; cuando Uriel llegó al consultorio notó que salía una jovencita como de quince años, le pareció una mujer hermosa, una belleza. Paso al lado de su auto y pudo contemplarla con detenimiento, ella le sonrió y Uriel le correspondió. Cuando entró al consultorio, casi de inmediato Elisa entro a la oficina del médico para entregarle la correspondencia que había llegado y le pidió que se sentara. ¡Qué bonita mujer! – Dijo Uriel encantado- ¿Quién era? – Le preguntó a Elisa-. Es mi hermana doctor – contesto con tranquilidad-. ¡Ah! Debes cuidarla, porque un día de estos te la roban –señaló Uriel-.
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A partir de ese día, Elisa modifico su forma de vestir; Cambio el pantalón tipo sastre por unos jeans ajustados, y las blusas holgadas con botones hasta el cuello por blusas ajustadas y en su mayoría muy escotada, luciendo en todo su esplendor su cuello y sus bien torneados hombros. Ya no usaba zapato de piso, calzaba guaraches, botas o zapatillas. Pero siempre se veía divina. Ese día en particular, Elisa se veía elegante, llevaba una blusa color hueso que descendía hasta sus caderas formando pliegues delicados y un pantalón de mezclilla en color natural ajustado a sus hermosas caderas como si estuviese pegado a las curvas de su carne, calzaba unas sandalias de piel con piedras blancas incrustadas. Su bello rostro ovalado con una gracia indescriptible, lucía una frente despejada con unas cejas medianamente pobladas arqueadas que servían de marco para unos extraños ojos cafés que ostentaban unas cortas pestañas que al descender daban una escaza sombra. La nariz era recta y breve con sus aperturas pequeñas. Las mejillas sonrosadas de cutis excelente, y una cereza ardiente insinuaba su boca con delgados labios. Los cabellos negros estaban bellamente recogidos en alto con sumo cuidado y una coleta descendía lenta entre sus hombros que alegre se meneaba con su andar. Llevaba un collar, pendientes y un brazalete de piedras blancas engarzadas bellamente elaborados. El perfume de Elisa era una fragancia fresca, sensual y radiante; que poseía al mismo tiempo el encanto dulce de la inocencia y el delicado toque de la sensualidad, parecía proceder de su carne apiñonada más bien que de los vestidos.
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Sus visitas a la sala de consulta se hicieron más frecuentes, y platicábamos durante largo rato favoreciendo con ello que la observaba con mayor detenimiento. Poco tiempo basto para considerar a Elisa como la muchacha más bella del universo, yo; que nunca había tenido la temeridad de mirar de esa manera a una mujer, ni había tenido pensamientos maliciosos hacia mujer alguna; ahora estaba padeciendo tremendos impulsos y, sensaciones jamás conocidas por mí. Visiblemente aturdido con los encantos de Elisa, se hallaban extasiados mis sentidos por sus visitas constantes en mi consultorio, cualquier excusa resultaba encantadora ya sea para que ella me visitara en el consultorio, o bien; que yo la visitara en la recepción, visitas que siempre terminaban en largas pláticas donde yo no perdía la oportunidad de llenarme con sus encantos. A pesar de ser mas joven que yo, no mostraba turbación alguna, sabia muy bien lo que ocasionaba su presencia en mi ser, poco a poco se iba apoderando de mi voluntad, y lentamente formo parte importante en mis sentimientos. Aceptaba con agrado mi galantería sin molestia o incomodidad. Y he aquí lo más divino y elocuente del lenguaje del amor, lejos de rehuirme; sus acciones llenas de sutileza facilitaban el encantamiento recíproco, ya sea reclinándose sobre mi escritorio y yo le elogiaba su belleza muy cerca a su oído, o sea que por ociosidad se sentaba en el sillón de la sala de espera y yo me sentaba a su lado acariciándole su pequeño pie con el mío; pero no había detalle alguno que no estuviera salpicado por las mieles de la pasión. Yo le adornaba con flores, y ella me regalaba la más bella de sus sonrisas; yo le ofrecía chocolates y ella
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correspondía con un “gracias, que lindo”. El insistir fue continuo, y al momento en que les cuento esta historia, yo diría sin equivocación que la insistencia fue de los dos; al grado de que no estoy seguro si yo la conquiste, o el conquistado yo fui. Me tenía hasta el delirio, y un loco frenesí se apoderaba de mis sentidos, imágenes voluptuosas llenaban mi mente y su figura ardiente ya no podía separar de mi pensamiento. Miles de sentimientos cargados de placer jamás experimentados inundaban mi corazón. Mi cuerpo se estremecía con solo pensar en ella, sentía que la sangre se me agolpaba en el pecho, y cuando estábamos juntos los tejidos se me inflamaban, cantidad de flujos acelerados recorrían todo mi cuerpo y un delirio me invadía que me impedía hablar. La soñaba entre mis brazos, besando sus labios rojos y recorriendo su cuerpo con mis manos con una ansiedad infinita. No podía más, ya no era posible posponer ese encuentro delicioso, largamente anhelado; y por fin decidí avanzar hacia aquella diosa del amor. Una tarde estaba yo en mi consultorio trabajando en la computadora, tenia la puerta abierta, y ella estaba en la recepción trabajando en unos documentos que le había solicitado. De momento cerro sus documentos y entro a mi consultorio, se sentó en una de las sillas de los pacientes, y me dijo que estaba cansada, pero que afortunadamente ya iba terminar su turno. Le dije que igual yo estaba cansado y aburrido. Platicamos largo rato y me dijo que tenía algunos problemas en casa, pero estaba confiada en que con el dialogo familiar tendrían solución. Le dije que no hay problema que no tenga solución, y que por muy desalentador que fuera el
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panorama con el esfuerzo conjunto todo iba a mejorar. Aparte de estar trabajando en la computadora, estaba leyendo algún libro de poesía, y le leí algunos versos de poetas como Nervo, Sabines, y Neruda. Escucho encantada los poemas breves, y sabedor de que no habría mejor oportunidad para hablarle de amores; le dedique el siguiente poema: (Obtenido del Cantar de los cantares) 
Amiga mía: 
He aquí que tú eres hermosa; 
tus labios como hilo de grana,y tú habla hermosa; 
tus mejillas, como cachos de granada detrás de tu velo. 
tu cuello, como la torre de David, edificada para armería; 
mil escudos están colgados en ella, 
todos escudos de valientes. 
Toda tú eres hermosa, 
en ti no veo mancha alguna, ven conmigo; 
prendiste mi corazón, amiga mía; 
has apresado mi corazón con uno de tus ojos, 
con una gargantilla de tu cuello. 
¡Cuán hermosos son tus amores, amiga mía! 
¡Cuánto mejores que el vino tus amores! 
¡Y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas!
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como panal de miel destilan tus labios, oh amiga; 
miel y leche hay debajo de tu lengua; 
y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano. Ella leyó el mensaje, doblo el papelito y lo guardo en su bolso. Me dijo que era lindo lo que pensaba de ella y que se sentía muy bien. Apague la computadora y cerramos el consultorio. Fue la primera vez que pase a dejarla a su casa. Yo estaba todo el día en el consultorio y empleaba el tiempo para atender mis pacientes, aunque a veces salía de la comunidad para atender mis asuntos externos al consultorio, y luego cuando regresaba ella me recibía con una dulce ansiedad cargada de sonrisas, me veía a través de las ventanas y presurosa se adelantaba ella misma a abrirme la puerta. Mi pasión por Elisa iba en aumento, y note que ella no se quedaba atrás, se las ingeniaba para demostrarme lo importante que era yo en su vida. A partir de ese día los acercamientos se hicieron todavía mas continuos, se la pasaba horas enteras en mi consultorio platicando de miles de cosas, escuchábamos canciones veíamos películas o simplemente nos contemplábamos. Así mismo, conjuntamente decidíamos que desayunar o que comer, y en más de una ocasión juntos preparamos los alimentos en el pequeño comedor; pero nunca se dio un beso o caricia furtiva. Para propiciar el acercamiento más íntimo la invite a salir, y ella acepto con gusto. Note como las mejillas se le enrojecían y los ojos le brillaban de una manera tan
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especial, y lo digo porque más adelante pude ver esos ojos de cerca, y pude distinguir ese brillo tan peculiar. La cite en la ciudad, llegue puntual al sitio acordado y ella ya estaba ahí, lucia espectacular, subió a mi camioneta y partimos. Hablamos muy poco durante el viaje, pero como íbamos a tanta velocidad cuando nos dimos cuenta ya estábamos en Cuetzalan, y ahí decidimos hacer alto. Recorrimos varios lugares de interés de la bella población y nos detuvimos en un restaurant donde disfrutamos alimentos y bebidas propias de la región. Me platico que sus papas eran aun jóvenes y que estaban separados por los problemas tan frecuentes que vivían. El papá poco aportaba para la economía familiar y la mayoría de veces nada, por lo que la mamá tenía que trabajar en lo que fuera para mantener la casa. Me dijo que tenía tres hermanos menores que ella, que no estudiaban pero que tampoco mostraban interés en trabajar para contribuir a la economía familiar. Finalmente; ella era la mayor de los hermanos, presumió de ser una excelente estudiante, pero que tuvo que abandonar los estudios por la escasez de recurso monetario, y pues tuvo que incorporarse al trabajo para sumarse al abastecimiento de recursos del hogar. Me dijo que había trabajado en diferentes actividades, pero la que le resultaba más chusca era el que había desempeñado muy breve ¡De apenas doce horas! Como mesera en un restaurante. Ahora se encontraba conmigo trabajando, y creía que la diosa fortuna por fin le había sonreído, sabia que era inteligente y que aprovecharía la oportunidad, quizá única en su vida, para estudiar una carrera universitaria. Ya cayendo la tarde, subimos a la camioneta y nos regresamos a la
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ciudad donde ella bajo despidiéndose con un dulce beso en la mejilla, que yo disfrute mucho. En el consultorio la convivencia entre Elisa y yo se hizo de más confianza, e iba descubriendo cualidades y virtudes agradables para mí. Su talento era natural, su ingenio e inteligencia me impresionaron cuando se trataba de aprender algún procedimiento o actividad que le enseñaba. Desbordaba en dulzura, su noble corazón no tenia sitio para sentimientos negativos, y su belleza henchida de encantos hacían que fueran cada vez más fuertes las cadenas que me sujetaban a ella; cadenas que felizmente aceptaba yo; y que había tomado ya la decisión de no separarme jamás de ella, mi dulce Elisa. Otro día la invite a salir, pase a su casa por ella antes de que saliera el sol, llene el tanque de combustible de la camioneta y nos sumergimos en un largo viaje por las carreteras. Avanzamos rápidamente, y contrario a lo que se dio en el primer viaje, ahora nos encontrábamos charlando muy amistosamente, como si nos conociéramos de toda la vida. Me narró pasajes de su vida con más detalle, desde su niñez hasta el momento actual, alegrías y tristezas, logros e ilusiones; pero sobre todo; habló de los sueños y ambiciones del porvenir. Inicialmente decidimos viajar a México y pasar el día como turistas en el distrito federal, pero como llegamos temprano, dijimos: mejor vamos a Cuernavaca para pasar el día en un balneario, y como no había mucho tráfico por la autopista llegamos muy pronto, entonces dijimos: mejor vayamos a Acapulco; y así lo
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hicimos. Llegamos al maravilloso puerto como a eso de las trece horas, lucía tranquilo y despejado, y libremente circulamos por las calles hasta llegar a la costera. Como no íbamos preparados para un día de playa, hicimos alto en una tienda comercial donde compramos todo lo necesario para esta aventura de playa. Posteriormente nos encaminamos de nuevo a la costera y nos hospedamos en un hotel ¡Por un día! Presurosos e inquietos abordamos el elevador y descendimos en el piso donde se encontraba la habitación que nos habían asignado, y yo con cierto nerviosismo abrí la puerta del cuarto y entramos en la habitación. Ella se metió al baño para darse una ducha y vestirse con el traje de baño recién adquirido, mientras yo yacía en la cama mirando la televisión. Después lo hicimos a la inversa. Cuando los dos estuvimos preparados, salimos a la playa y nos instalamos bajo una sombrilla donde dejamos nuestras cosas, y nos sumergimos en las aguas verde azuladas de la bella costa de Acapulco. Jugamos como dos chiquillos, corríamos uno tras otro, nos derribábamos en las aguas, yo maldosamente le tomaba sus pequeños pies y la arrastraba hacia la profundidad de la playa, ella se incorporaba y corría tras de mi lanzándome chorros de agua y arena. Ya cansados de tanto correr y quemados por los rayos del sol, nos acomodamos en nuestras sillas y vino la calma, los meseros nos sirvieron caldo de camarón, filete de pescado, camarón empanizado, ensaladas y cerveza, que disfrutamos enormemente. 
¡Paradisiaco Acapulco! Con su arena blanca fina como granos de perlas vírgenes que incesantes reflejan los rayos del astro rey, con sus aguas cristalinas verde
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azuladas como una esmeralda gigante que se mueve suavemente, solos en la inmensidad de la playa, el ambiente iluminado por la hermosa sinfonía que producen el canto de las aves el ruido de las olas y el roce continuo de las hojas de las palmeras acariciadas por el viento. Los testigos vistiendo sus mejores galas se dieron cita llenos de grandeza y majestuosidad infinitas; Neptuno se extendía interminable sobre las aguas marinas, Júpiter se mostraba extenso en el firmamento celeste rodeado de nubes blancas, en lo alto Vulcano con sus flechas ardientes, los Euros y las musas no faltaban, y ese pequeño hombrecito liviano y alado que a base de juegos me había hecho ya su presa, el pudor y la resistencia me habían sido vencidos y mi voluntad estaba caída. Fue donde le confesé a Elisa mis pretensiones. 
Que hermosa eres Elisa, mi amor por ti es de una inmensidad incomparable que no percibe en ti mancha alguna, mi corazón ya no me pertenece, lo has apresado con la belleza de tus ojos y la languidez de tu cuello, ¡Ah! ¡Que deliciosos son tus perfumes! Mezcla de esencias y de bellas flores, como tu ¡Oh! Flor de primavera. Tus labios son como panal de abeja que destila miel, rojos como cerezas tiernas que despiden fragancias que incitan al amor, y de tu boca surge la palabra dulce y melodiosa, ¡Oh Elisa! ¡Elisa! ¡Bella mujer! Que has hecho conmigo, nunca imagine sentir lo que siento en mi corazón, me has desarmado, ¡Oh! Reina mía, ya nada es mío, ya nada me pertenece, ¡Tuya es mi vida! Ojala Venus haya escuchado mis plegarias, y me ames incesantemente y me des causas infinitas para amarte cada día mas, ¡Ah! Me basta con que me dejes amarte niña hermosa.
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¡Mi niña hermosa! Aquí tienes a un hombre postrado a tus pies, aquí tienes a un esclavo que te servirá por el resto de sus días, a un hombre que te amará con fe sincera. Elisa no supo que decir en ese momento y un estado de turbación le invadió de pronto. Me dijo que era muy lindo lo que pensaba de ella, y como no se trataba de un asunto menor, y que esta decisión daría rumbo el resto su vida; dijome que se tomaría unos días para pronunciarse en la medida correcta. Era evidente que le había gustado, el sonrojo de sus mejillas y el asomo de lágrimas furtivas fueron evidencia fiel de que había conmovido su corazón. ¡Ah! Que sorprendido estaba yo con mi discurso y la elocuencia que emanaba de mis labios, había sido tocado por los favores de Venus; ¡Jamás en mi vida! Había gozado de esta virtud tan extraña, pero al mismo tiempo tan encantadora, que si me vieran aquellos que se dicen conocedores míos, hubieran quedado igual de sorprendidos. No cabe duda, que el amor es una fuerza extraña que hace que todo sea posible, te vuelves ágil y lleno de astucia para librar las barreras que se imponen entre tú y la amada de tu corazón, y te brotan fuerzas que te hacen sentir invencible y todopoderoso, gracias ¡Oh! Citerea, Febo y a las nueve musas por la inspiración celestial y ardiente que has derramado en este, tu esclavo. ¡Ah! Mi querida Elisa, que felices hubiéramos sido, en nuestro propio paraíso; nuestros nombres se hubieran mencionado en el mundo entero, tu nombre por interminables generaciones hubiera sido pronunciado, y mi nombre siempre unido
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al tuyo, eternamente juntos, siempre los dos, existencias inseparables. Con mi naturaleza dulce y apacible, sumado a tu natural encanto y a las cualidades que te volvían agradable, muy seguro estoy de que hubiéramos sido los seres más felices sobre la faz de la tierra, yo siempre a tu lado mi querida Elisa, tú al lado mío, siempre amándote, deseándote sin cesar, pero; tu liviandad y fidelidad insuficiente mira adonde nos trajeron. 
Encontrabame en los cuernos de la luna, miel exquisita disfrutaba todos los días y alegres sinfonías alegraban mis oídos, mi dulce amada a mi lado mirándome con ojos amorosos y frases cariñosas de sus labios brotaban inundando mis sentidos, ¡que más podía anhelar! Triste mortalidad la mía y sin embargo exquisitamente disfrutaba de las complacencias del paraíso en vida. Fue en estos días, que mi querida Elisa recibió numerosas llamadas y mensajes en su móvil, que a su decir eran debido a que en su casa había causado gran revuelta el hecho de que hubiera sido mi compañera de viaje. Y como era lógico querían hablar con ella, así que Elisa tuvo que salir antes de tiempo para reunirse con su familia. Una vez que se hubo retirado, en el consultorio recibí tres llamadas de un joven que dijo ser primo de mi musa y que le urgía hablar con ella; en la tercera ocasión le pedí que me dejara el mensaje y que más tarde ella se comunicaría, y simplemente colgó el auricular. Pensando en que se trataba de algún imprevisto en su familia y dado el apremio con que la buscaba, contacte de inmediato a Elisa pero sin éxito alguno. Como ya era tarde, cerré el consultorio y me dirigí a la ciudad a una conferencia que impartiría un médico muy notable sobre el Virus del Papiloma Humano. Poco
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antes de iniciar la plática, le envié a Elisa unos mensajes para notificarle del joven que la había buscado, que no respondió; y decidí llamarle al móvil pero me enviaba al buzón o me contestaba la operadora: “El número que usted marcó está ocupado o se encuentra fuera del área de servicio, favor de llamar mas tarde. Gracias”. Entonces marqué a su casa, y me contestaron: 
- Si, bueno –era la cuñada de Elisa- 
- Buenas noches, soy Uriel; ¿Puede pasarme a Elisa?, -contesté- 
- ¡Ah!, buenas noches doctor Uriel, Elisa no se encuentra, ¿Quiere que le de un mensaje?- 
- No, gracias. ¿Sabes a donde salió? –le pregunté- 
- Si doctor, dijo que iba a la tienda a comprar algo para cenar, se fue en su coche junto con su hermano, en cuanto regrese le comento. 
- Gracias, gusto en saludarte. –dije y colgué- 
¿Habrá olvidado su teléfono? –pensé-. Entre al auditorio donde se llevaría a cabo la conferencia que ya había iniciado. El espacio estaba media luz, era un auditorio amplio, con una gran pantalla en el escenario donde desde el podio el conferenciante dirigía las presentaciones. Muy interesantes eran los datos que exponía al público que mostraba una gran comprensión del tema, sin dejar de reconocer las habilidades que mostraba como orador. En ese momento se activó
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el vibrador de mi teléfono y vi en la pantalla que me llamaba Elisa, salí del auditorio y le contesté: 
- Hola Elisa, ¿Cómo estás? 
- ¡Ay! Me siento muy mal Uriel –me contestó llorando- 
- ¿Qué te pasa Elisa?, ¡Que tienes!, -le dije con preocupación- 
- Es que me duele mucho la cabeza, es un dolor insoportable –seguía llorando- 
- ¿Ya tomaste algo? 
- ya tome una aspirina y no se me quita, he estado acostada y aun así no se me quita, -me siento muy mal y continuaba en llanto- 
- Hace una hora –le dije con apremio- envié mensajes y llame a tu teléfono y no me contestaste, 
- Es que apague el teléfono, me sentía muy mal –contesto-, ¿Qué voy a tomar?, dime por favor –me dijo entre sollozos- 
- Como no me contestabas, te marque al teléfono de tu casa y me contesto tu cuñada, y me dijo que no estabas. 
- Que le vas hacer caso, ¡Esa nunca se entera de lo que pasa en la casa!, -me dijo con un tono de enojo en su voz-,
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- No te enojes, perdóname si te he molestado, solo estoy diciendo lo que pasó, y te llame solo para enterarte de que te ha llamado al consultorio un chico que según le urgía hablar contigo. 
- Uriel, ¡No tengo que hablar con nadie!, ¡Ya me reuní con mi familia!, ¡No sé qué más quieren!, si me han dicho tanta estupidez, ¡Bah! Para que te digo esto, si ya estas dudando de lo que te estoy diciendo, -contestó molesta y curiosamente sin llanto-, que mala onda eres, yo acá muriéndome del dolor de cabeza y de la vergüenza por los señalamientos de mi familia; y tu dudando de mí, ¡Que mal plan contigo! 
- Está bien, -dije con cierta culpabilidad-, no te enojes, tomate una tableta de ketorolaco para el dolor de cabeza. Que descanses. 
- No pienses cosas malas de mí, ¡Eres lo máximo!, ¡Te quiero!, ¡Te adoro! –Me dijo con voz dulce y tierna, que me sorprendió su cambio de humor tan súbito-, hasta mañana y sueña conmigo. 
- Hasta mañana, que tengas dulces sueños. –le dije y colgué- ¡Ay! Pobre de mi querida Elisa, tanta había sido su desventura en el día, y aun en las sombras de la noche el fantasma de las desgracias no dejaba de rondarla. Tú tan sola, y valientemente enfrentas en el claustro de tu recamara los problemas y los señalamientos de tu familia, y yo en la lejanía sin poder brindarte consuelo amada mía. Diosas de la noche, aprieten con fuerza las bridas y aceleren el andar de los caballos nocturnos para que sea muy breve el viaje, y el carruaje adornado
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de fina escarcha de la aurora llegue rápidamente; para poder consolar al lucero de mi existencia. Por tu repentino dolor de cabeza y por tus lágrimas que descienden lentas sobre tu rosada mejilla igual que el agua del hielo cuando se desliza por la pendiente, puedo intuir de modo indiscutible que has sido lapidada con sus señalamientos y golpeada inmisericordemente con el flagelo de sus palabras acusadoras. ¡Ah! Que seres tan injustosy míseros, acaso se creen seres perfectos para condenarte, o es que no se han dado cuenta que son simples mortales, pecadores, hijos de hombre, concebidos en la imperfección; y que sus vidas desbordan mancha igual que la muerte se inunda de oscuridad terminal. Al día siguiente, Elisa llego tarde al consultorio. Tenía una facies de sufrimiento enorme, no se había maquillado e iba con la ropa del día anterior. ¡Cuánta conmiseración! Viví por ella en ese momento, pobre estrella mía que pecado cometiste para que te condenara tu familia, si solo has amado, y el amor es el más grande de los sentimientos, es lo que mueve al mundo, y es el mandamiento supremo de Dios. Entró al consultorio y se acomodó en una de las sillas para pacientes, apoyó los codos sobre el escritorio y puso la cabeza entre las manos. Complaciente me senté a su lado y le coloque mi brazo lleno de ternura alrededor del cuello lánguido, ella reclinó su cabeza en mi hombro. Las mejillas pueriles y rosadas fueron regadas por la lluvia incesante de sus lágrimas inmerecidas. Sus cabellos los llevaba dispersos en su espalda, y un aroma fresco cargado de sensualidad despedía de su cuello.
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Ya calmada me dijo que sus familiares la sermonearon con severidad. Su papá le amonesto el comportamiento impropio y el atrevimiento de haberme acompañado al viaje, que su trabajo estaba en el consultorio como asistente y no como compañera de viaje. La mamá harto compungida se dijo avergonzada y decepcionada del proceder de su hija, y expreso que toleraría que fuera madre soltera, o que viviera en unión libre, incluso que se divorciara, pero jamás soportaría a una impúdica en su casa. Como era de esperarse, y no gozando de independencia económica sus hermanos se sumaron a las críticas de los papás e igual advirtieron a Elisa. Los tíos se mostraron divididos en su opinión, unos la tacharon de cascos ligeros, o de liviandad, o pecadora, y le sugirieron que lo conveniente era abandonar el trabajo en el consultorio para no dar de que hablar a la gente. Pero otros tíos se sumaron a nuestra causa y dijeron que la decisión correspondía a Elisa, que aunque es contrario a las costumbres de la sociedad, si Elisa se sentía feliz a mi lado como pareja mía, pues respetaban su resolución sin discusión alguna. Fuimos al pequeño comedor, donde Karen había colocado vasos, cubiertos, platos de cerámica; y habían sido servidos en una charola pastelillos y galletas. Nos sentamos en las sillas y nos servimos café. Casi no hablamos, Elisa tenia la mirada puesta en la mesa y por instantes nuestras miradas se encontraban pero no decíamos nada. Tenia la mirada apagada, triste, ¡Todo su rostro era tristeza!, curiosamente yo esperaba que me dijera que hacer en estos momentos de incertidumbre y reclamo. Karen abandonó el comedor, no se si intencionalmente o
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porque ya había concluido su desayuno. Abracé a Elisa y ella apoyo su cabeza en mi hombro, entonces le dije que no se preocupara, si bien es cierto que los señalamientos han sido crueles y carecen de la mínima sensibilidad, no representan obstáculo alguno para que nuestros planes se concreten, correspondiéndome ella con una sonrisa. Le dije que yo la amaba por sobre todas las cosas, y que jamás me cansaría de adorarla, ya que ella llenaba todos mis sentimientos pasados y venideros, y que juntos tomados de la mano caminaríamos por la vida y enfrentaríamos al mundo entero si es posible, pero ¡Jamás! La abandonaría. ¡Lo se, Uriel! ¡Lo se! –me dijo- y por eso es que estoy muy molesta con la forma en que me han reclamado en casa, porque tú eres una buena persona, pero bueno; ya lo hicieron y ahora tenemos que enfrentar lo que venga, ¡Pero que ni sueñen que he de abandonarte!, ¡De ningún modo!, por lo pronto me voy a dar un baño que ya ves en que fachas estoy, ¡No puedo estar todo el día así!, dejarás de quererme Uriel, y eso es lo que menos quiero en la vida –dijo con seguridad y se retiró del comedor-. Ya en el ocaso del día, cuando el caballero dorado fatigado de la jornada aprieta las bridas de los caballos que jalan su carruaje en el descenso lento por el poniente, y escoltado por aglomeraciones de nubes multicolores, cansado igual yo estaba y para reconfortar mi cuerpo me di un baño con fragancias frescas a base de hierbas olorosas y almizcle. Habiéndome retirado el agua con un fino lienzo, me calce un pijama de algodón y tumbe mi cuerpo en la cama. Pensaba en
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Elisa, resultaba inevitable; en lo que le había propuesto en el viaje y en las funestas consecuencias. ¿Qué necedad la de sus familiares para que se alzaran contra Elisa? No somos los primeros seres que vivimos en esta situación, ni seremos los últimos; en las lejanías del porvenir se vislumbran historias nuevas de amantes lo mismo fugaces que indestructibles que soportaran el paso del tiempo. Antes que nosotros ya muchos han vivido situación semejante y que valientemente habían resistido los embates de la muchedumbre saliendo victorioso su amor, como Josefina y Napoleón, o Cleopatra y Julio Cesar, o Julieta y Romeo. No pude evitar que la culpabilidad se anidara como tímida paloma en mi corazón, pero era más fuerte la estela de pasión que sentía por Elisa, que la razón terminaba sucumbiendo al placer. Un dilema de difícil resolución en que me había metido, si yo cedía a los dulces caprichos y placeres de la pasión seguramente la razón me increparía: ¡Haz errado el camino, atente a las consecuencias! Y si accedía a los argumentos lógicos de la razón, seguro es que la pasión me diría: ¡Ah! Me has condenado a morir. En eso estaba yo, cuando escuche un tenue golpeteo en la puerta de mi cuarto, y la hoja se abrió lenta. Entro Elisa, recién bañada igual, con su perfume inundo la habitación y se dirigió al pequeño sillón que había en mi cuarto donde se sentó, cruzo la pierna y fijo dulcemente su mirada en mí. Tenia aun los cabellos mojados, que lucían desparramados por su espalda y a los lados reposaban los caireles sobre sus delicados hombros como mechones retorcidos, tenía el cutis fresco libre de maquillaje, vestía un pijama formado por unos pantalones a manera de mallas
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grises y una parte superior escotada en color azul marino, calzaba unas sandalias de cuero. La habitación se encontraba con una luz escaza, como la escaza claridad que se encuentra en los bosques tupidos de arboles que con dificultad dejan pasar los rayos del sol, o como aquel momento en que lento se despide el día para dar paso a la espesura de la noche, o como lo es en la aurora. La ventana estaba cerrada y las cortinas corridas, levanté mi cuerpo de la cama y me dirigí a la salida de la habitación, y cerré la puerta. Elisa no dejaba de mirarme, me senté en el borde de la cama y con una señal de mi mano la invité a que se sentara a mi lado, que complaciente acudió. Sentí en las sienes un golpe de calor exquisito, que mi sangre aceleraba la su velocidad en mis venas, y mi corazón como caballo desbocado golpeaba mi pecho. Elisa permanecía a mi lado sentada en el borde de la cama, con la mirada en el infinito y las manos posadas en sus muslos, quieta como una estatua; como el mármol que recién se extrae de la cantera. Coloqué mi brazo en torno al lánguido cuello y ella me correspondió posando su delicada mano en mi muslo. Volvió el rostro hacia el mío y nuestras miradas se encontraron, que por unos instantes llenas de curiosidad se acariciaron. Acerqué mi rostro al suyo y mis labios se posaron en los de ella, unidos por nuestras bocas en un beso largamente anhelado. Temblaba su cuerpo entre mis brazos como la espiga de trigo que es agitada por las caricias del viento, o como la espesura del follaje de los arboles que son agitados por la interminable brisa, ¡Ah! Que delicia de mujer. Ella poso sus manos en mi pecho y empujo sutilmente, hacia esfuerzos
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como queriendo separarse de mi pero sin lograr su cometido, y al mismo tiempo no deseando que yo me separara. Le retire el pijama, que por su fragilidad no resultó tarea difícil. Aun en este momento ella persistía en resistirse, y finalmente termino siendo vencida; sin causar sufrimiento, sin causar dolor, presa al fin y al cabo, de un vencimiento que se saborea cual si fuese victoria y es causa de placer infinito. ¡Po Fin!, Elisa quedo sin ropa, tenia las manos frente a si como protegiendo el busto y el monte de Venus, yacía sentada en el borde de la cama, ¡Anda! ¡No seas tímida, cuerpo de diosa, niña mía! –le dije con ternura susurrándole al oído- y con infinito amor coloqué sus manos a su lado. Entonces, pude admirarla su cuerpo en todo su esplendor, ¡Que maravilla de mujer!, todo en ti es hermoso mi niña, ¡Toda su piel era de un apiñonado exquisito!, ¡Que hombros cargados de sensualidad!, ¡Que brazos hermosos, y con que belleza languidecían al descender!, sus pechos como torres de ébano que lucían en la cúspide corolas pardas y botones erguidos, como cerezas pletóricas que deseaban ser comidas, y el vientre plano que lento descendía vertical hasta el espeso monte de citerea donde extraviado halle la fuente de la miel mas exquisita que incontenible brotaba y escurría lenta por las laderas y curvaturas de los muslos joviales, ¡Todo en ella era maravilloso!, ¡Toda ella era digno de aplauso!, ¡Que delicia de mujer! Tras la frenética entrega, y habiendo cedido gustosos al encantamiento de Febo y Venus, el cuerpo de mi amada estaba sobre el mío, escaza de fuerzas y habiendo conseguido ya extraer hasta la ultima gota del elixir de la vida, disfrutaba en sus dominios el trono ardiente recién conquistado. Dejo caer lento su cuerpo sobre mi pecho, y pude ver en sus ojos ese brillo extraño que solo se mira en la mujer
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satisfecha, sus cabellos se posaron al lado de nuestros rostros y sus labios me cubrieron de besos. Permanecimos unidos por largo tiempo, rígidos, inmóviles, con nuestras bocas entreabiertas confundiéndose nuestros alientos. Y así nos sumergimos en un profundo sueño, acunados por los brazos de Morfeo. Al amanecer, desperté yo primero, el canto de los gallos anunciaban el inicio de labores y los campesinos se dirigen a trabajar sus campos, los trabajadores de las fabricas esperan el transporte que los llevara a su trabajo. El sol aun no salía, la bóveda celeste lucia límpida y azul, y una luz escaza entraba por la ventana. Después de una noche frenética, llena de amor y poesía, donde se funden la vida y la muerte, y el cielo complaciente desciende de su trono para fundirse con la diosa terrenal, me pareció salir de un sueño celestial, que no lo fue porque tenia a mi lado el cuerpo divino del amor y en mi mano sentía un seno hermoso y delicado, plagado de besos, saboreado hasta el cansancio, frágil y puro, suave como pétalos de rosas y nardos. Ternura brotaba de mi ser ante aquella criatura bella que estaba a mi lado, recostada sobre su lado y descansando la cabeza sobre uno de mis brazos. Las curvaturas de su cuerpo estaban parcialmente cubiertas por la sabana pero podía ver la silueta que dibujaba su esplendida cadera. ¡Flor dormida! ¡Amada mía! Han sido cumplidos mis sueños y los más bellos ideales son una realidad. Tan absorto estaba yo en contemplar la belleza de su cuerpo, que de pronto despertó, una sonrisa y alegría indescriptible iluminaba su rostro, pero breve fue el gusto y poco a poco fue apagándose como la luz de una vela que se extingue, y
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llevándose las manos al rostro sollozo primero y después se ahogó en un llanto inconsolable que las mejillas rosadas con lagrimas mojo. Estaba conmovido en lo mas profundo de mi ser ante el cuadro que contemplaban mis ojos, sus lagrimas eran como agujas que se clavaban en mi piel, me lastimaban, como una gran flecha en mi corazón, me sentía avergonzado, la abrace y estuvo entre mis brazos largo rato, yo embebiendo mis labios con sus lagrimas. La miraba con ternura y amor infinitos, la carne había sido saciada en la noche, ahora era tiempo de que nuestras almas se manifestaran, lentamente irguió la cabeza y sus ojos se posaron en los míos, nuestras miradas se acariciaron sin premura y con el mas divino de los sentimientos, sus labios esbozaron una sonrisa y emitieron un te quiero, súbitamente me rodeo con sus brazos el cuello y exclamo: ¡Te amo Uriel! ¡Soy tuya! ¡Siempre tuya! ¡Tuya entera! ¡Solo tuya! Su cuerpo había sido mío en la noche, y ahora me confiaba su alma, me entregaba su alma. En correspondencia bese sus labios con el mas tierno de los besos, y así quedo sellado el pacto de amor que en el bello Acapulco le había propuesto. 
Los días se volvieron llenos de dulzura, de dicha y de felicidad, era tanta la alegría que no cabía en mi corazón. Elisa y yo nos volvimos como uno solo, e inseparables resultaron ya nuestros caminos, adonde fuera ella me acompañaba. Durante el día buscábamos como niños traviesos el espacio aquel donde estuviéramos solos para llenarnos de besos y caricias, nos hallábamos en los cuernos de la felicidad y cualquier sitio nos resultaba celestial para nuestras manifestaciones de amor, ora en el consultorio, ora en la sala de espera, ora en el
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comedor, en todos los espacios disfrutábamos de nuestros cuerpos; sin importar la hora del día, cualquier hora era sublime si de amarnos se trataba; pero nada como la fatiga exquisita que disfrutábamos en la penumbra de nuestro cuarto cuando el sol lento se ocultaba en el horizonte. A su lado, el tiempo se volvía breve, los minutos avanzaban rápidamente y con una voracidad interminable las horas terminaban siendo devoradas sin tolerancia alguna, y como si se tratase de un suspiro había llegado el momento de cerrar el consultorio y ella de retirarse a su casa; con todo el dolor que ello suponía. 
Una noche me llamo al móvil, y con voz entrecortada me dijo que en su casa había tenido lugar nueva reunión familiar para invitarle a corregir su camino. Igual había sido reprendida por su conducta, pero; también la habían humillado y conferido toda clase de insultos; que no la bajaban de una mujer fácil, que de la liviandad había hecho su mejor herramienta de trabajo, y que no solaparían más sus escarceos. ¡En mi casa no hay lugar para una prostituta! –Dijo el padre de Elisa-. Ven por mi amor, ya no soporto esta incomprensión, llévame contigo –me dijo Elisa-. Le pedí que se tranquilizara y que en un rato pasaría a su casa para que de manera conjunta halláramos la solución más conveniente que la ocasión requería, y nos despedimos de manera breve. Treinta minutos después ya estaba estacionado frente a la casa de Elisa que ya estaba esperándome frente a la puerta de su casa, y al ver llegar mi camioneta como una chiquilla corrió hacia mí. Abrió la puerta del acompañante y subió un bolso, espérame amor –me dijo- y a grandes zancadas se dirigió de nuevo a su casa donde tras breves instantes
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regresó con dos bolsos que acomodó en la camioneta, se despidió de su tía que estaba en la puerta y subió a la camioneta. De esta forma es como Elisa se vino a vivir conmigo, no desconociendo ¡Jamás! Que era mi más grande tesoro, y como yo la amaba demasiado; resultaba imposible para mí pensar con detenimiento las cosas y de las posibles consecuencias que se pudieran generar con nuestra ligereza. 
Elisa estaba feliz, y una gran sonrisa dibujaban sus labios ¡Gracias amor! ¡Gracias! ¡Te amo vida mía! –me decía exaltada al mismo tiempo que me rodeaba el cuello con sus lánguidos brazos y me cubría el rostro con ardientes besos. Tenía los cabellos sueltos que reposaban como manada de cabras cansadas en las laderas de sus delicados hombros. Llevaba puestos una chamarra café de cuero, unos jeans que se amoldaban perfectamente bien a las curvaturas de su cuerpo y unas botas en color café. Se miraba esplendida, era una diosa que incitaba al amor. Le dije que por la hora en que nos encontrábamos, pasaría la noche en el consultorio y que al día siguiente, con más calma buscaríamos un departamento donde vivir. Llegamos al consultorio y bajamos de la camioneta, entramos al consultorio y bajamos los bolsos donde llevaba sus cosas, que acomodó en el cuarto de descanso. Elisa se acercó a mí y me rodeo con sus brazos, ¡Que calor exquisito emanaba de su cuerpo! Tenía la mirada triste y lágrimas furtivas opacaron la extraña luminosidad de sus ojos. Le di un beso tierno en sus labios, que ella correspondió con avidez y nuestros cuerpos quedaron fundidos en un largo y apasionado beso, preámbulo inmaculado a la entrega
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frenética, aquella del amor insaciable, la del dulce abandono y de la fatiga exquisita, que concluye con el febril derramamiento del elixir de la vida en el cáliz de la mujer amada, una nube termino cubriendo la luna. 
Había iniciado una vida nueva, Elisa se portaba cariñosa, y en la convivencia diaria virtudes nuevas fui descubriendo en ella que la hacían todavía más digna y encantadora a mis ojos. Llevaba apenas dos días viviendo conmigo, y la encontraba dispuesta todo el tiempo para hacer modificaciones en el hogar, a veces en la sala diciendo que esta planta luce desaliñada o que aquel cuadro esta feo y hay que arreglarlo; y en otras estaba en el cuarto acomodando sus cosas o acomodando muebles, arreglando su ropa y sus accesorios seleccionando aquellos que le permitieran verse más hermosa o simplemente arreglando su cabello para hallar un peinado que resalte su belleza. Me contó como se sintió cuando me conoció, y de las sensaciones que experimentó cuando le declare mi amor, me dijo que me tarde en hablarle de amores pues ella me deseaba desde mucho tiempo atrás, ¡Ya no aguantaba mi excitación por ti! –me decía acariciando su cuerpo con sus manos- y que para aceptar mi propuesta tuvo que pedir consejo a familiares amigos e incluso al sacerdote; y como era de esperarse todos se opusieron a tal relación, excepto sus tías y su abuela; así que tuvo que sopesar todas las opiniones y decidió por si misma aceptar vivir a mi lado, ¡Nunca me vayas abandonar! Que por ti he dejado todo –me dijo a modo de broma-. 
Ahora se mostraba con más confianza y párvula se abría ante mis ojos, como se abre el botón de una flor. Decía que me tenía un gran respeto, como el que me
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tenía la comunidad y que por eso ella se mostraba conmigo tan dulce. ¡Soy la amante del doctor! –Me decía- Algunas veces se quedaba pensativa, otras con la mirada perdida, y otras abruptamente le invadía una alegría loca y se ponía a jugar a las fuercitas o a cualquier otro juego como un par de niños. Siempre mostro gran esmero por complacerme, ya sea leyéndome un libro, o platicándome algún fragmento de las sagradas escrituras de la biblia, o buscaba mil y una bromas para hacerme reír; y en esos días de tristeza llenos de nostalgia infinita me brindaba una inocente caricia dejando escapar una tierna lágrima, o simplemente me abrazaba y acomodaba mi cabeza en su regazo ¡Mi niño! ¡Siempre estaré a tu lado! –Me decía con un aire maternal- y se ponía acariciar llena de ternura mi cabeza entre sus manos. A veces terminaba rendida por todos los detalles vividos y simplemente dejaba caer su cuerpo en la cama y se dejaba en el más tierno de los abandonos. Sin embargo vivía como llama ardiente en su corazón el recuerdo de su familia, principalmente de su madre, y en más de una ocasión derramo lágrimas dolorosas por haber abandonado el hogar en pos de un amor vacilante, cargado de incertidumbre. Ese era el más grande motivo de angustia de su frágil corazón, y siempre estuve para cobijarla entre mis brazos tratando de aliviar su amargura. Ve a casa y habla con tu mama –le decía-, habla con tu tía Julia que abogue por ti ante tu madre –encomiablemente le invitaba-, ¡Ya déjate de vaciladas! ¡Ella nunca me perdonara! Además; con que tú me quieras me basta y sobra –me contestaba terminante- ¡Ah! Aun en este momento que lo estoy contando, como añoro esos alegres días, ¡Como extraño! Sus pequeñas manos que llenas de destreza me prodigaron sendas caricias y me
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hicieron sentir más humano, ¡Plenamente humano! Me sentía con una fuerza extraordinaria, un poder indescriptible casi sobrenatural había llenado mi ser, y mi cuerpo mostraba una vitalidad sorprendente. ¡No existía sobre la faz de la tierra contrariedad que no pudiera resolver! 
Es milagroso lo que puede hacer el amor por una persona, ¡Ah! Si el amor inundara los corazones de todo ser humano, otro mundo seria el nuestro. El amor es un estado espiritual que solo es capaz de experimentar el hombre y que por eso lo coloca en la cima toda la creación divina. El amor es esa energía inagotable e imperecedera que nos hace aspirar a más. El amor es el fuego, es la concupiscencia, es la más exquisita de las lubricidades que anida el corazón humano y despierta lo más sublime de las emociones. Con el amor se ha vivido el más celestial de todos los estremecimientos, y es el que nos ha permitido gozar el más dulce y exquisito de los abandonos. El amor, es vivir la existencia para amar, y no para ser amado cuyo único y noble propósito es ver feliz al ser querido; de aquí que sea más fácil ser amante que marido. El amor es esa dulce sensación de abandono total en el regazo venerado sin importar el tiempo, el espacio o la ausencia. El amor es ese que se viste de una fuerza monstruosa que llena al ser humano de paz y plenitud infinitas. El amor es la fe, es la esperanza, es la fuerza que hace realidad lo inimaginable y que vuelve posible lo imposible. El amor es aceptar al ser amado como perfecto aun cuando está lleno de imperfecciones, es aceptar al ser amado como único aun cuando vive entre millones, es extrañar a ese ser extraordinario cuando está lejos, y robarle un beso aun sin que se rocen
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nuestros labios. El amor es la unión de dos personas, no en aquella parte de la carne; sino en la espiritual que hace que dos personas caminen por el sendero de la vida como si se tratara de un solo ser; con cuatro manos, cuatro pies, pero con un solo pensamiento, un solo corazón y una misma dirección. El amor es un te quiero, un te amo, un te extraño, o un me gusta estar a tu lado; pero también es un ¡Abrígate, que hace frio! ¡Que calor hace, aquí tienes un vaso con agua! ¿Tú sabes que cada que te pregunto como estas, te estoy diciendo te amo?, o; cuando estas enferma o ausente de casa y cuido a los niños te estoy diciendo ¡Te amo! El amor es caminar juntos el sendero de la vida abrazados, o tomados de la mano o simplemente disfrutando de la compañía del ser amado en la mañana bajo un cielo límpido y radiante, o al medio día bajo el sol ardiente, o en una tarde lluviosa, o bajo un cielo estrellado. El amor es una palabra, y como expresión que es se pronuncia con palabras: ¡Te amo! Pero como palabra que es, vive condenada a perecer devorada con amarga alegría por el espíritu avaro de Eolo, y es necesario dotar de fuerza a las palabras con hechos. ¡No bastan las palabras! O como lo dijo Platón: la mejor declaración de amor es aquella que no se hace pues el hombre que siente mucho habla poco. 
Por la mañana disfrutábamos de la caminata sin decirnos nada, o quizá unas cuantas palabras, todo nuestro lenguaje se expresaba por medio de nuestras miradas. Nos deteníamos en el ventanal, y admirábamos los volcanes que vestidos con sus trajes blancos se mostraban majestuosos trazando una exquisita y suave línea en el cielo azul. Nos gustaba respirar el aire puro y llenarnos con el
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fresco aroma a tierra mojada de la mañana. En el jardín nos deteníamos para observar la belleza de las flores, rosas, geranios, claveles y jazmines cubiertos con gotas de fina escarcha de la aurora, y oleadas de perfume abundante se percibían. En su loco y desvariado afán por demostrar que me amaba, de bellos cariños todos los días me procuraban, que terminé adicto a sus besos, a su presencia y a sus excesos. 
Dos meses vivimos juntos, y puedo decir con seguridad que fueron los días más maravillosos de mi vida, viviendo por el amor y para el amor. Mi vida la puse a sus pies, y dediqué cada uno de los instantes de mi frágil existencia en complacer sus caprichos, cosa que se facilita cuando se está perdidamente enamorado. Leíamos juntos los libros que hay en mi consultorio, unas veces de medicina, otras de política o religión, los comentaba y ella me daba sus propios comentarios, que muchas veces eran motivo de escandalosas risas; como la del espíritu dionisiaco, o del problema de la actitud de los norteamericanos. Nos sentábamos juntos en la sala de espera contemplando con parsimonia a través del cristal el cielo azul y las nubes blancas que majestuosas se alzaban en el firmamento. Algunos momentos permanecimos de pie frente al ventanal tomados de la mano y contemplábamos como hipnotizados el horizonte, algunas veces a la salida del astro rey y en otras la puesta del sol que caía lento y cansado de tan fatigado día. En otras ocasiones estábamos frente al ventanal ella recargando su cuerpo en mi pecho y yo envolviéndola con mis brazos, permanecíamos quietos y absortos durante largo tiempo escuchando los trinos de los pájaros y viendo como la negrura del velo de
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la noche iba cubriendo poco a poco la tierra. Por la noche salíamos e íbamos a cenar, siempre donde ella quería o según lo que a ella se le antojaba. Había noches que nos íbamos a cenar al restaurant, en otras ocasiones íbamos a comer antojitos mexicanos en la fonda de doña Soledad acá en el centro de la población, y algunas noches nos dirigimos a la ciudad donde comprábamos comida y nos regresábamos al consultorio que amparados por la luz tenue de la cocina o de nuestro cuarto cenábamos plácidamente mientras nuestras miradas contemplaban con espíritu monacal nuestro cuerpo cual hostia inmaculada, como preludio de aquellas noches de frenesí ardiente y de lascivia interminable que culminaba en la fatiga deliciosa por el elixir de la vida que derramaba en Elisa. 
Una noche recuerdo que ella estaba frente a la ventana abierta de codos sobre el marco del ventanal, era la noche más hermosa que jamás había visto, la luna estaba pletórica ascendiendo por el este, las estrellas se encontraban suspendidas en lo alto del cielo y destellaban una luz casi celestial. La noche era quieta, callada, ni el roce de las ramas de los árboles se atrevía a romper el silencio de la profundidad nocturna. Me acerqué a ella y me coloqué a su lado, me puse a mirarle el perfil de su bello rostro como tratando de entrar a su cabeza y escudriñar en su pensamiento. De momento levanté la mirada y juntos contemplamos la hermosura del paisaje nocturno que ante nuestros ojos se levantaba, aspiramos el fresco aroma que la tierra y la vegetación exhalaba, la luna pletórica se elevaba en el firmamento, y la osa emitía un brillo cada vez con mayor fuerza. De repente una sensación de angustia invadió mi corazón y una
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vaciedad abrumo mis sentidos, de momento ¡Todo lo tenía! Y el gran amor de mi vida conmigo estaba. Me acerque a Elisa y rodee su cuerpo con mis brazos, pose delicadamente mis labios en su hombro y ella volteó, estaba llorando, embebí mis labios con sus lágrimas y con palabras llenas de amor traté de dar consuelo a su pobre corazón. Ya hable con mi mamá, y voy a regresar a casa, ya no me quedaré contigo todas las noches –me dijo y recargo su cabeza sobre mi hombro-. 
Incansable Febo, con carácter juguetón y parlanchín a nuestra vida llegas, y alternando juego y descanso los destinos de los hombres quedan ligados, para fortuna de unos y para desventura de otros. ¡Oh niño alado, grácil y travieso, disparaste tu flecha contra mi pobre corazón y herido terminó conquistado por el filo de tu saeta! Al fin te has adueñado de mi alma y mis dominios ya no me corresponden más, en el mástil de mi corazón hoy se levanta triunfal ya tu bandera y agitada por los aires del delirio y la locura se ondea con una majestuosidad celestial ante las miles de miradas curiosas que asombradas presenciaron tan desigual batalla, sometido he terminado a la fortaleza de tu brazo y a la arista de tu flecha, tuyo es mi trono ya. 
Pero; ¿Por qué te ensañas con esa fatalidad extraña en contra mía hijo de Citerea? ¿Qué acaso no soy seguidor tuyo? ¿Acaso te has olvidado de este tu siervo que vive para complacerte y que sin cansancio muestra al mundo tu amorosa existencia? ¡Ah! ¡Cupido! ¡Cupido! El amor de la humanidad es tan inmenso como la inmensidad del agua de los ríos que se discurre como serpenteando entre las alfombras multicolores de los verdes valles y de las
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praderas vestidas de flores, o como la inmensidad del firmamento que se extiende desde un horizonte hasta el opuesto abrigado con ternura por el límpido cielo inmortal, o la inmensidad intangible de la brisa que con sus suaves caricias tierna se desliza sobre la superficie disforme de los cuerpos, o la inmensidad del fuego ardiente que a nuestras almas llena de luz y a nuestros cuerpos del ardor inagotable y exquisito que nos entrega en los brazos del amor. ¿En cuántas ocasiones hemos tenido discusiones tan acaloradas por el amor? ¿Es que has olvidado que soy fiel seguidor tuyo? ¡Ah! Qué caso tiene que te recrimine por la herida cuando me la has infringido ya, y mi corazón sin remedio se desangra con lentitud hasta que exangüe acuda la muerte en mi auxilio con su demacración triste y melancólica. 
Acaso ese es el triste destino de los fieles seguidores que transitan el camino de la vida amando al amor, adorando al amor, disfrutando del amor, ¡Sufriendo por el amor! Es que disfrutas tú niño glorioso con el sufrimiento de los que te seguimos con fidelidad ya probada en el campo de guerra de nuestras vidas, o será que como seguidores tuyos que somos hayas en nosotros únicos seres a los que puedes infringirles castigo sin que veas peligrar tu endiosamiento. ¡Anda! Niño saltarín, deja ya de perseguirnos y de martirizarnos, no te encarnices con los que te adoramos, sal a las calles que hay muchos hombres y mujeres que no creen en el amor, que no viven en el amor, que no sienten el amor, que no nacen en el amor y que mueren sin amor. ¡Oh! Glorioso descendiente de Venus mira que son muchos los mortales que no te conocen, son muchos aquellos que dudan de tu
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existencia, y son muchos aquellos que sabedores de tus deidades pasan por la vida ignorándote, desdeñándote o humillándote. Así como sabiamente y con vehemencia haces que nosotros tus adoradores caigamos rendidos a tus pies cediendo nuestros dominios a tu protestad; así debes salir al campo de batalla, ¡Como un cazador! ¡Como un guerrero! Blandiendo miles de letras ardientes como puntiagudas flechas que a los aires enviarás con la fuerza de tu arco, surcaran los límpidos cielos y con ayuda de los templados Notos caerán como lluvia sobre aquellos que te huyen. Porque; ¿No es regla que el soldado ataque al enemigo? ¿No es común que el guerrero somete al enemigo y se lanza nuevamente al campo de guerra en busca de más que pueda sumar al sometimiento? ¿Cuándo has visto tu honorable niño alado que entre amigos armen guerra? Mira a Cayo Julio Cesar que salía al campo de guerra para conseguirle esclavos al imperio romano, o ¿Acaso atacaba a sus seguidores? Deja ya de lanzar tus dardos asesinos en contra de nosotros tus seguidores, te conmino a que salgas al campo de batalla y como el gran Aquiles blandas tus flechas y las encajes en aquellos tus enemigos. 
Mi vida entera la he dedicado al amor, yo he vivido por el amor, ¡He vivido para el amor! Y justo es que me tengas entre tu tropa como el más ferviente de tus adoradores, cuántas mujeres se han dejado sumergir entre mis brazos y han disfrutado de mis favores, innumerables mujeres son las que han dado cobijo a mis sienes en su regazo en la fatiga exquisita cuando inmerecidamente me han colmado con sus delicias y como miel exquisita he visto rebosar entre mis labios.
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¡Ah! Cuantas veces me has hecho presa de tus caprichos glorioso Febo, y como el más fiel de tus vasallos siempre he seguido al pie de la letra cada uno de tus designios sin objetar una sola de tus ardientes palabras. ¡He vivido complaciéndote! Toda mi vida he pasado dejándome llevar por tus apetitos. ¡He vivido venerándote! Cuantas veces lo has requerido te he colocado en el altar de mi corazón vestido tu cuerpo con purpureas vestiduras y tu cabeza adornada con una corona de laurel como el emperador de mi corazón. ¡He vivido sin albedrio! Siempre que me has sometido a tus inconstancias la voluntad y la razón he abandonado pues rebosantes de altanería y con egoísmo majadero intervienen en contra de las pasiones. 
Todo lo he dejado en tus manos amado niño alado, y he seguido cada una de tus ordenanzas hasta conquistar a la que se vestía con aires de grandeza y que llena de soberbia y arrogancia se alzaba imponente, parecía inconquistable; pero termino sometida a mis letras, a mis brazos; a mis placeres. Y ahora; tras el derramamiento transparente y balsámico en el campo de batalla, tras las interminables noches de entrega ardiente cubiertas con las vestiduras de eros, unas en el tálamo y otras bajo la luna de plata rodeada de diamantes en la profundidad del cielo; ahora he terminado prisionero de mi presa, he terminado como servidor en el reino conquistado y me someto con una amarga alegría como el más humilde de los esclavos de la reina conquistada. Mi razón ha sido condenada en el más oscuro de los abandonos y en el más cruel e infame de los etéreos, mi voluntad se viste con el mas lúgubre de las decepciones y de la barca
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en que conducía mi vida se ha arrojado a las trémulas aguas del olvido para morir en el fondo arrastrado por los remolinos, y mi amor propio ha sido confinado en el más oscuro de los calabozos condenado a perecer ante la ignominia e indiferencia de mi yo. Triste final el mío, sirviendo al dios del amor y sirviendo a mi conquista, pero; si algo me sirve de consuelo, he sido glorificado con el más exquisito de los abandonos, ¡He sido tocado con tus bendiciones! ¡He sido bendecido con las gloriosas vibraciones del encanto de Venus! He sido bañado por las deliciosas mieles que con impetuosidad inagotable se escurrían por las laderas corpóreas. 
Así fue como has herido mi alma, así fue como hundiste inmisericordemente la punta de tus flechas en el abismo de mi corazón, y hoy me veo sumergido en las libaciones estruendosas de gruesas lágrimas que inagotables emanan de mis ojos hasta quedar en la más completa aridez las oquedades. Has vencido ya, ya no soy dueño de mis días, basto solo un breve encuentro, en un fortuito encuentro conocí a Elisa; la niña de mi vida, la dama de mis quimeras, luz de armonía, encanto de colores, poseedora de mis sueños, aroma de mis flores. Mujer de pose divina y mirada profunda que me hizo recordar a la “madre del reposo”, que con aire cálido y maternal cobijaba en su regazo a un pequeño mientras sus labios lo arrullaban con una suave entonación. ¡Ah! Como recuerdo ese día ¡Triste día! ¡Feliz día será en mis recuerdos! Primero un lento acercamiento, después una tenue sonrisa, y el contacto se hizo más cercano. Luego vino un detalle y la compañía en la calle, una débil caricia y un beso suave, preámbulo del febril
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escarceo que resulta en cadena ¡Bendita cadena! Difícil de romper. Pobre de mí que indocto vivía del porvenir, y hoy me tiene prisionero el amor. 
En ese estado me encontraba yo, viviendo días de plena dicha e incomparable felicidad, y las mieles del amor inundaban el grial de mi corazón; pero ciertas mañanas me sentía con un estado anímico abatido como si pesadas cadenas me mantuvieran en las profundidades del más oscuro abismo. Estaba mi ánimo por los suelos, fatídicamente deprimente era mi visión de las cosas y de la vida, se trataba de ese estado que no logramos describir ni en el más horrendo de nuestros sueños, donde la fantasía y la realidad las confundimos y de una gota de agua hacemos una tempestad. Trabajaba poco, comía poco y por las noches no lograba conciliar el sueño, sea por pesadillas o sea por insomnio, o sea por tanto pensar en mi hermosa Elisa. Por la mañana mi cuerpo se sentía con una fatiga extrema, al borde de la extenuación, como si hubiera caminado mil leguas. Todo me resultaba insoportable, aun lo más bello tenía la apariencia antiestética y me era difícil tomar decisiones. Todo me resultaba tan complicado y desconocido, hasta lo cotidiano resultaba embarazoso; sentía que la camisa y el pantalón me apretaban, o que había aumentado de peso, o que era de un color poco agradable, o que ninguna prenda lograba armonía. ¡Esto no me gusta! ¡Aquello me desagrada! ¡aquel me pone de malas! Así me dirigía al trabajo y solo lograba llegar asirme a un sillón donde recostaba mi cuerpo en toda su largueza y ponía a trabajar mi memoria en busca de algún momento de mi vida que resultara feliz y enalteciera mi deprimente estado anímico.
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La situación de mi estado emocional no era el más agradable, y por lo mismo es que me separaba de Elisa para evitar platicar con ella y terminar de alguna manera confrontados. Así que me las ingeniaba para hallar la manera y la forma de agradar a Elisa, y evitar una discusión en estos pésimos momentos de mi vida. Pero a veces la vida no cumple antojos, y lo que tanta aversión mostramos es lo primero que nos sucede. En una de esas tardes y con el estado de ánimo como lo he descrito, me encontraba recostado en el sofá de la sala de espera, pensando, ¡Solo pensando! Cuando se acercó Elisa y me acaricio la frente con su tierna mano, ¿Qué te pasa pequeño? –Me pregunto angustiada-, nada solo es que estoy pensando sobre algunos asuntos familiares –le dije-. Comenzó hablarme de dios, y de la esencia divina del creador, así como de algunos párrafos de la biblia y yo abrumado e insatisfecho rompí en irónicas burlas que estropearon el día. Era como si dos personas opuestas vivieran en mí. Uno bueno y uno malo. Pues esta parte mala era la que surgía en esos momentos de abatimiento mortal. Elisa por su parte se limitaba a sonreír, no decía nada, me miraba con aire maternal, y hasta llena de ternura acariciaba mi cuerpo como tratando de apaciguarme. Yo sé que hay días malos –me decía- pero si buscas a dios el iluminara tu camino y tu corazón, aunque poco he vivido contigo, sé que eres un hombre bondadoso, pero en ocasiones veo con tristeza que dos seres habitan en tu interior, y luchan permanentemente por vencer uno sobre el otro. Deja que salga vencedor el ser bueno, deja que sea el bien el que domine tus pensamientos y que tus actos sean resultado de la bondad de tu corazón. Cuando sientas que el ser perverso esta en ti, olvídate de todo y disfruta de mis brazos, y abandona tu cuerpo en mí.
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Era una tarde fría, con el firmamento lleno de nubes, y una suave brisa se percibía en el exterior agitando las ramas de los árboles, las milpas engalanadas con sus vestidos verdes se extendían majestuosas a todo lo largo de los campos coqueteando con sus hojas a las caricias del viento, los pinos y ocotes se alzaban imperiales que pesadamente se mecían con el viento, numerosas nubes ascendiendo por el oriente, los pájaros cantaban alegremente y el olor a tierra húmeda impregnaba el aire que se respiraba, el sol lentamente desciende por el poniente oculto parcialmente por nubes naranja y escarlata en el horizonte como apaciguando su cansancio por el recorrido del día, las ramas de los árboles murmuraban agitadas por el viento, un aroma a rosas y jazmines exhalaban los floreros del altar y las paredes de las casas se tornaban grises y plata reflejando los rayos últimos del sol; todo digno de admiración. 
En eso estábamos, cuando de pronto escuchamos un silbido, yo no le di importancia porque es frecuente que pasen los jóvenes y silben la tonadilla de alguna canción o hasta incluso lo hacen para comunicarse con alguna otra persona. El caso es que Elisa se levantó rápidamente del sofá donde estaba descansando y con pasos rápidos se dirigió hacia el ventanal donde se detuvo a mirar a la calle a través de los cristales, lentamente abrió la ventana. Inquieto y un tanto extrañado por lo sucedido me levante del sofá y camine hacia la ventana parándome a un lado de Elisa. Vi que entre risas bromas y empujones iban caminando por la acera de enfrente tres jóvenes y dos jovencitas. Elisa no perdía detalle de la escena, permanecía muda y anonadada ante lo que veían sus ojos,
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esa quietud y atención exagerados resultaban para mí un tanto insólitos, sobre todo porque se trataba de unos jóvenes y perfectos desconocidos. Los jóvenes, reían, gritaban, manoteaban y se empujaban, uno de ellos fue empujado hacia el consultorio, y este se acercó tímidamente a la puerta principal emitiendo nuevamente el silbido que dio origen a todo este movimiento. ¿Qué querrá ese joven, Elisa? –Le pregunté-, no lo sé –me contestó-, vamos querida, tu escuchaste el silbido –le dije sin intención alguna como queriendo molestar a Elisa dado el estado emocional en que me encontraba -, ¡No! ¡Yo no le llamé! –Me contestó Elisa sorprendida-, ve a ver que quiere o dile que se retire –le indique a Elisa-, y acto seguido Elisa salió del consultorio y hablo con el joven muy tranquilamente y sonriendo, como si se conocieran. Cuando hubo entrado Elisa al consultorio, nos sentamos en el sofá nuevamente. Elisa permanecía callada, con la mirada puesta en la puerta del consultorio. 
-¿Qué te pasa Elisa? –le pregunté-, 
- ¡Nada amor! –me decía-, 
- ¿Quién es ese joven? –le pregunté- 
- ¡No lo sé! –Me contestó- 
- Tú lo conoces, porque cuando silbo reconociste el sonido y con paso presuroso te dirigiste al ventanal. ¿Quién es Elisa? –nuevamente preguntaba- 
- Es un vecino mío, y que a veces nos ayuda en la casa. Es amigo de mi hermano, pero nada más. ¿Satisfecho? –Me dijo con cierta ironía-
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- Pero tú le llamaste –le dije señalando la puerta con mi mano izquierda-, el no vino hasta la puerta porque se le haya ocurrido, ¡Tú le llamaste! 
- ¡Oye! ¡Qué te pasa! –Me dijo molesta-, yo no le llamé, el solo se acercó a la puerta del consultorio 
- ¡Así nada más! ¡Como por arte de magia! –le dije burlonamente- 
- Pues si lo quieres creer, y sino ¡Allá tú! –Me dijo y se levantó del sofá- 
Elisa se retiro de la salita en que estábamos descansando y conversando. Yo permanecí en ese estado de hartazgo con mi cuerpo recostado en el sofá un rato más pensando en el día embarazoso en que nada me complacía y que afortunadamente estaba por concluir, sin embargo; una casualidad del destino quiso que mantuviera abierta mi mente para descubrir quién era en realidad la que vivía conmigo, pero ¡Oh necio de mí! No supe dar interpretación a escena tan confusa y tan clara al mismo tiempo, y preferí hacer de Elisa una víctima de mi mal día. Así que me levante del sofá y me dirigí al cuarto de descanso. 
Para corregir el camino y alegrar a Elisa quise jugarle una broma y con el mayor sigilo posible camine hasta llegar a la puerta del cuarto, hice algo de ruido al abrir la puerta y entre al cuarto. Elisa estaba tendida en la cama reposando sobre su espalda y manipulando su celular, como cuando se escribe un mensaje, y al verse sorprendida con discreto apresuramiento giro su cuerpo sobre su costado izquierdo y muy ingeniosamente coloco su móvil bajo la almohada. Acuéstate amor –me dijo-, yo no había perdido detalle en el rápido movimiento de Elisa y miraba hacia donde había colocado su teléfono, ¿A quién le escribías Elisa? –Le
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pregunté-, ella seguía acostada sobre su costado, con los ojos cerrados como si estuviera dormitando y la respiración pausada como si nada le preocupaba, ¡A nadie amor! –Me contestó- ven pequeño abrígame con tu brazos –tiernamente me dijo-. Lentamente me acomode a su lado y le dije que lo sentía mucho, que me arrepentía por haberme expresado como lo hice y por haber dudado de ella cuando el chico se acercó al consultorio. ¡Ay Uriel! No te preocupes ya olvídalo, somos como dos chiquillos, sin malicia y con la más pura de las inocencias nos amamos y nos hemos entregado a los brazos del amor, tu duda carece de sentido, si eres tu ¡Solo tú! Lo que más amo en la vida, y lo que menos quiero es que tengamos dificultades, abrázame –me dijo al mismo tiempo que pegaba su cuerpo al mío-. 
Si ya de por si me sentía mal, con esta excesiva benevolencia y fatuidad de Elisa, de un golpe había acabado con el escaso amor propio que me quedaba. Soy un malvado –me decía-, ¡Cómo es posible que dedique mis horas atormentando a esta bella criatura con mis dudas inextricables! –Pensaba para mis adentros-. ¿Será posible que me porte así con ella? Hemos platicado en numerosas ocasiones sobre nuestra vida y nuestros planes, tenemos proyectos para el resto de nuestras vidas, ¿Por qué la duda? O mejor dicho ¿Por qué la sospecha? Pero de que, o de quien. ¡No puede ser! Mi corazón fue presa de los más dolorosos presentimientos. Esa manifestación excesiva de bellos sentimientos por parte de Elisa, lejos de apaciguar mi coraje, hizo que estremecedoras ideas cayeran en mi mente, que por el momento anímico eran como semilla cayendo en tierra fértil.
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¿Por qué se había acercado ese joven? ¿Por qué escondió el móvil bajo la almohada? ¿Por qué en lugar de estar enojada conmigo, me colma de cariños? Que era lo que me pasaba, acaso; ¿Estaba celoso? No, no puede ser. Pero entonces, ¡Qué es lo que siento! Porque en estos pocos minutos he perdido la paz. 
Elisa permanecía entre mis brazos, dormitaba abrigada por el calor que emanaba de mi cuerpo, sus cabellos reposaban sobre mi brazo y un blando seno hallaba acomodo en mi mano. El sol de la tarde se asomaba tenue por la ventana, numerosos ruiseñores emitían su canto entre el follaje de los árboles y una brisa suave producía en las cortinas movimientos ondulantes, mientras obnubilaba mis sentimientos con una lluvia de estrepitosos temores y mis sentidos con el embriagador perfume de Elisa. 
Mi naturaleza es de un carácter dulce y apacible, y no soy muy dado a dejarme influenciar por lo que se dice de mi o de aquellos que me interesan, y menos de murmuraciones en contra de Elisa. Siempre he sido de las personas que hacen caso omiso de los comentarios, y con mucho cuidado procedo para acreditar algún hecho antes de creer en lo que dice la gente. Algunas veces los comentarios son propagados con la clara intención de perjudicar a quien van dirigidos y en otras con astucia y alevosía del infame las murmuraciones se visten de hermosos atuendos bajo las más encantadoras adulaciones y los resultados son peores. Por eso es que no hago caso a murmuraciones, sean buenas, o sean malas; y prefiero comprobar cualquier hecho antes de hacer caso a las palabras que se dicen con
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tanta vehemencia entre la gente. En este caso no iba a ser la excepción, ya diversos comentarios se habían hecho en torno a Elisa, pero como su fiel seguidor nunca tomé en cuenta, creía en ella, creía en el amor, ¡Miles de comentarios no eran suficientes para terminar con nuestro idilio! Pero un solo acto desleal terminaría con nuestro amor: por tu espíritu hablaran los hechos, siempre le decía. 
En ese momento vivía la peor de mis pesadillas, el peor de mis tormentos, en un santiamén llegaron a mi mente aquellos fugaces recuerdos de engaños y traiciones que creía olvidados y como alfileres se clavaban en mi corazón. Es como aquellos que resultan secuestrados, los familiares reciben la noticia y llevan a cabo el trato solo con los encargados a través del teléfono; y una vez que llegan a un acuerdo y convienen resolver el conflicto, entregan la víctima. Pasa el tiempo pero esos momentos quedan grabados para siempre en la memoria de los afectados, y para curarse del inmenso trauma, en su medio tienen que modificar muchos hábitos y costumbres, y toda una serie de características del entorno tienen que ser transformados ¡Hasta el tono del timbre de los teléfonos! Pero resulta, que un día, en algún extraño lugar, repiquetea un teléfono con el mismo timbre que el que utilizaban cuando estaba secuestrado, y una desbandada de pensamientos y temores llegan al corazón. Eso es lo que me paso con Elisa. Con su amor creía enterrados en lo más profundo de un abismo la traición y el engaño que viví en otros tiempos, y creí desterrados muy lejos los celos. Ahora estaba confundido, mis sentimientos embotados ensombrecían mi pensamiento e impedían a la razón emitir juicios correctos como la situación lo ameritaba, y el
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triste corazón persistía en su necedad con el amor. Mente y razón, contra sentimientos y corazón. ¿Qué era aquello? ¿En qué terrible dilema estaba metido? Ahora me encontraba en el interminable y eterno conflicto entre estos dos grandes entidades, ¡Vaya dialogo tan deprimente! ¿Y si pierdo a Elisa? –Decía el corazón-. ¡No es la única mujer sobre la faz de la tierra! –Decía la razón-. ¿Y si me engaña? –Decía el corazón-. ¡No puede engañarte, te necesita! –Decía la razón-. ¿Y si algo tiene que ver con ese joven? ¡Déjala, que se vaya! ¿Y si en algo estoy fallando? ¡Eres único, encantador, pero eres ser humano! ¿Y si nos vamos lejos? ¡Al engaño no escaparas! ¿Por qué le hablo tan amigablemente a ese joven? ¡Porque es su vecino, y además es joven! ¿Por qué en lugar de enojarse conmigo me colma de cariños? ¡Porque te quiere! ¿Por qué me dejo en la sala de espera? ¡Porque la ofendiste! ¿Por qué se sorprendió cuando llegue al cuarto? ¡Porque se asustó! ¿Por qué escondió el teléfono bajo la almohada? ¡No te fijes en poquedades! ¿Alguna llamada acaso? ¡No elucubres! ¿Por qué suceden estas cosas? ¡Así es la vida! ¿Por qué me siento mal? ¡Porque eres ser humano! ¿Por qué me causa sufrimiento? ¡El sufrimiento fortalece el alma! ¿Qué hare si me deja? ¡Muchas cosas bellas! ¿Podré vivir sin ella? ¡Mejor que ahora! ¿Me oculta algo? ¡Necio, no te atormentes! ¿Por qué temo ser engañado? Porque tú eres uno de ellos ¿Por qué pagan bien con mal? Así está escrito en las sagradas escrituras ¿Por qué existe el mal? Para contrarrestar el bien. ¿Por qué me siento solo? Porque estas lleno de sospechas y desconfías de la gente. ¿Por qué no duermo bien? Porque te matas pensando en ella. ¿Por qué me miente? Mira dentro de ti. ¿Porque sufro con el amor? Porque amas. ¿Por qué los demás no sufren? Porque
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viven. ¿Acaso los demás no aman? Aman el placer. ¿Y qué es el placer? Disfrutar sin amar. ¿Por qué sufro? ¡Ah! No te gusta el sufrimiento, entonces cura de una vez por todos tus males y muere. ¿Morir? Tú lo has dicho. 
Muy intenso era el dialogo que sostenían la razón y el corazón, cada uno con sus argumentos, válidos; pero no lograban acuerdo alguno. Elisa despertó, y me dio un beso lleno de ternura en la frente. Se levantó de la cama, se arregló con esmero y la lleve a su casa. Yo regresé al consultorio. 
Como les decía con anterioridad, me encontraba en uno de esos días donde nada ni nadie me agradaban, y el esfuerzo para estar bien hasta conmigo mismo era mayúsculo. Y en estos mismos días es cuando con mayor facilidad solemos comenzar alguna actividad y aun sin terminarla, iniciamos otra; es el tiempo de lo inconcluso. Estos días constituyen también tierra fértil para la ociosidad ¡Madre de todos los males! ¡Ay de aquel que busque consuelo en el regazo de la reina del ocio! Me encontraba en el consultorio leyendo un artículo acerca de las lesiones residuales posteriores a los tratamientos conservadores, y de repente me dio por leer un libro; busque en los anaqueles de mi librero y tomé la biblia, y la abrí al azar, y me halle en el Eclesiástico con la siguiente estrofa: 
“No te entregues a mujer alguna, a punto de que se convierta en ama de tu fuerza. / Nunca vayas a ver una mujer perdida, no sea que caigas en sus lazos. / No seas amigo de ninguna cantadora, no sea que vaya a cogerte en sus intrigas. / No fijes tu mirada en una muchacha, no sea que caigas e incurras en castigo por ella. / No te hagas de queridas, no sea que pierdas tu herencia. / No andes mirando a todos lados por las calles de una ciudad, ni te pongas a vagar por sus barrios desiertos. / Desvía tus ojos de mujer de buenas formas, no fijes tu mirada en la belleza de otro hombre; porque muchos se descarriaron a causa de una mujer bella, y la hermosura enciende la pasión como fuego. / Nunca comas con la mujer de otro hombre, ni vayas a embriagarte con ella bebiendo su vino; no sea que tu corazón se incline hacia ella, y para tu ruina te ahogues en sangre”
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Quede atónito ante las frases que veían mis ojos y que caían en mi corazón como si se tratara de una sentencia. ¡La Biblia! un libro donde se agrupan todos los escritos sagrados de una de las más grandes religiones del mundo, ¡Escrito por Dios! Dicen muchos de sus devotos; y hablando de la mujer de esta manera. Vaya consejo para los hombres, difícil de cumplir por cierto. En buen momento, decidí leer. Deje la Biblia en su sitio, mas confundido se hallaban mis pensamientos, y mi corazón se había transformado en una maraña de sentimientos. Regresé mi atención extraviada a la computadora, y me percaté que habían llegado varios mensajes en la bandeja de entrada de mi correo electrónico, así que ingresé a mi cuenta y en uno de ellos decía: “X ha comentado una fotografía en la que apareces…” y como X era una persona importante dentro de mis contactos, ingresé a mi cuenta en las redes sociales, donde leí el mensaje completo. Ya estando en esta red social, no pude evitar entrar a la página de Elisa, y; ¡Oh, que terrible sorpresa que me llevé! Encontré un mensaje que recientemente había sido publicado: 
“Te amo Elisa hermosa, sabes cada día te amo más, eres muy encantadora, mi princesa hermosa, mañana te veo a la hora de siempre. Ok? Descansa. Te quiere Rigo” 
Mis ojos quedaron fijos en la pantalla de la computadora, pareciera que un extraño hipnotismo se hubiera apoderado de mi voluntad, pero una y otra vez recorría con la mirada el mensaje escrito con tanta vehemencia. Me levanté del sillón y camine en el consultorio a pasos rápidos, ¿Quién es ese tal Rigo? ¿Por qué escribe ese mensaje a Elisa? –me preguntaba desconcertado-. Debe ser un amigo –me
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Para Elisa

  • 1. 1 Jaime Garza Para Elisa
  • 2. 2 Este libro no está escrito para aquellos que se dicen cultos, ni educadores o moralistas. No piensen hallar en estas líneas consejos, principios o valores que moderen la convivencia del hombre, tampoco esperen encontrar en este escrito razonamientos profundos ni pensamiento filosófico, que solo confunden las mentes ya de por si aturdidas por el mundo. Y mucho menos piensen encontrar en estas letras reglas de buen comportamiento. Se trata más bien de algo común, de lo convencional, de aquello que la condición humana está haciendo a un lado, y se deja llevar por lo que dictan la sociedad, la moral y las leyes en turno. Estas palabras son el resultado de la libertad y de la conciencia libre del pensamiento del hombre. Es el fruto de una concepción realista del mundo, de la perversión y del libertinaje, pasión desbordante que incita, que deleita los sentidos y que nubla la razón. Es más bien un acercamiento a los sentimientos subyugados a la pasión, de la voluptuosidad y lubricidad etéreos, placeres corruptores pero que no se pueden condenar a morir ahogados. El cruel posicionamiento ante una pasión desmedida, en la reflexión del protagonista, que pretendiendo aliviar su dolor causado por el estilete de la pasión clavado en su corazón, finalmente decide curarse y retira la letal daga, hallándose con la sorpresa desagradable, de que el dolor, pese a ya no tener la daga, sigue vigente. Deseo con esto encontrar respuesta entre muchos hombres y mujeres, que ahora sabedores del origen de su mal, y conscientes de que se ha establecido un certero diagnóstico, puedan curarse, arrancando el filo de la daga ardiente de la pasión, si es que para ello tuviesen valor.
  • 3. 3 Punza tu ausencia, Púa lacerante de la pasión, que perdura cual fuego calcinante, de las emanaciones del radiante sol. ¡Interminable, como un eterno atardecer! Triste, latente; tiene mi alma en suspenso, inconmensurable me ronda, como la muerte al condenado, te miro en el ayer, me veo a tu lado, y te recuerdo hoy; ya sin enfado.
  • 4. 4 Una vez concluidos mis estudios, y habiendo recibido el diploma que me acreditaba como médico especialista en ginecología y obstetricia, tuve que seguir el camino que todo recién graduado recorre: buscar trabajo. Yo estaba fascinado con la idea de vivir en la ciudad, no queriendo decir con ello que no extrañaba esos tiempos en que viví en mi pueblo, pero en la ciudad todo estaba a mi alcance, sea turismo, o cultura, o entretenimiento. Sin embargo; por asuntos personales que surgieron de último momento, tuve que regresar a mi tierra natal, por lo que conseguí trabajo en uno de los hospitales del sector salud, y al mismo tiempo abrí un consultorio. En el consultorio atendía como médico general, aunque me interesaba especialmente en captar pacientes embarazadas. Como el consultorio me dio excelentes resultados, requerí del apoyo de una persona que me auxilie en mis procedimientos y de otra para la limpieza del establecimiento. Los días se sucedieron uno tras otro y desaparecieron como fantasmas en la inmensa mansión del tiempo, mi trabajo en el hospital del sector salud se volvió estable, y en la comunidad donde atendía a los enfermos mi nombre comenzó a ser mencionado con más frecuencia de tal suerte que se daban cita pacientes de otros municipios, de los estados vecinos e incluso algunos pacientes que radican en la unión americana se trasladaban para ser atendidos conmigo. Todo marchaba sobre ruedas, y con resultados favorables e inesperados si consideramos que era un total desconocido. Debido a que soy una persona de carácter dulce y amable que disfruta de la estabilidad, me gusta aplicar esas cualidades en todos los terrenos de mi vida, y el área laboral no fue la excepción,
  • 5. 5 por lo que las dos personas que laboraban en el consultorio desde un inicio las mantuve el mayor tiempo posible auxiliándome, hasta que por motivos personales dejaron el trabajo y me quede sin ayudantes. Con el objetivo de hallar personal interesado en trabajar conmigo, pero sobre todo que tuviera el perfil para ayudarme en el consultorio, publique una convocatoria en internet. Varios días se requirieron para tal fin, y solo pude reclutar a la persona encargada de la limpieza del local, pero no encontraba a la persona adecuada para que me ayudara en la recepción y en mis procedimientos. Recibí solicitudes de distintas personas, realice entrevistas, pero ninguna cumplía el perfil o mejor dicho: ninguna me satisfacía. Por esos días, tuvo lugar una fiesta en casa de una de mis pacientes que me invito cordialmente, y yo acudí decidido a pasarla bien. Ya caía la tarde, el sol estaba en el poniente ocultado parcialmente por el horizonte. Era una fiesta de tres años y se realizaba en armonía, se hallaban los payasos que con sus ocurrencias hacían reír lo mismo a pequeños que a mayores. Justo en ese momento se hicieron presentes tres mujeres, que resultaba imposible no mirarlas, tanto por su belleza; como porque una de ellas, la mas joven; quizá con catorce años iba vestida como una autentica cortesana, tenía el cabello recogido por una diadema, el rostro lucia con maquillaje en exceso y un lunar había sido estampado en la mejilla derecha, el vestido era de color rosa mexicano que arriba era ampliamente escotado y abajo terminaba en la parte más alta de los muslos, lo tenia muy ajustado que se amoldaba perfectamente en las curvaturas de su cuerpo, parecía que lo llevaba
  • 6. 6 pegado en la piel, resaltando sus atributos y se delineaba la diminuta tanga. Calzaba unas zapatillas blancas de tacón sumamente alto y el aroma de un perfume escandaloso despedía a su paso. Iba masticando goma de mascar. Las otras dos mujeres que acompañaban a la fresca joven eran de mayor edad e iban vestidas muy a modo para la ocasión y una de ellas llevaba un niño en su regazo. Se acomodaron en las sillas de la mesa donde me encontraba, yo me servía vino en ese momento que amablemente les ofrecí y gustosas aceptaron. Considerado ese como el momento propicio, nos presentamos sin desviar nunca mi atención en las tres mujeres, pero en especial de aquella que llevaba el niño en brazos. La mujer tenia como veinte años, sin duda joven y bella ante los ojos de muchos, vestía una blusa de manga larga color hueso cerrada por botones al frente, llevaba una falda amplia de algodón color café con vivos dorados que caía libre haciendo pliegues por debajo de las rodillas, calzaba unas sandalias de cuero. Llevaba la cabeza cubierta con una frazada de color dorado con flores escarlata bordados delicadamente, asomando tímidamente unos cabellos negros en su frente. El rostro ovalado, de cutis delicado y bien cuidado, tenia una frente breve, unos ojos cafés enmarcados por unas cejas pobladasy sombreados por unas pestañas escazas. Una curvatura ardiente y fina dibujaba los labios de su boca. En su regazo tenía un niño que dormía plácidamente, sostenido por un rebozo de algodón en color azul turquesa. La mujer vigilaba el sueño del infante, lo contemplaba con una mirada amorosa, y lo arrullaba con los latidos de su corazón. Yo veía embelesado el bello cuadro que estaba ante mis ojos, que no
  • 7. 7 pude evitar pensar en la Virgen delle vía. Platicamos brevemente, era soez el lenguaje que pronunciaba la jovencita y su risa escandalosa, pero dulce y meloso la de sus acompañantes. Unos minutos mas tarde, me despedí de mi anfitriona, de las hermosas mujeres que hicieron agradable mi estancia, y me retire de tan agradable conmemoración. En el consultorio, Karen realizaba con esmero las actividades de limpieza y poco a poco iba mostrando soltura en el puesto. La convocatoria poco efecto había tenido y ya casi nadie acudía para el puesto en la recepción. Mientras tanto; yo tenía que hacer las actividades de recepción y ayudante al mismo tiempo que las propias como médico, y me resultaba muy complicado; por lo que finalmente me dije: al carajo todo, voy a poner un cartel frente al consultorio solicitando personal y la primera persona que llegue la contrato. Y así fue, instale una cartulina color verde fluorescente frente al consultorio, con la siguiente leyenda: “Se solicita empleada para recepción”, ni una hora pasó cuando repiqueteó el timbre del consultorio, la chica de limpieza abrió y me aviso que me esperaba una joven que quería el trabajo. Eran como las dos de la tarde, los rayos del sol caían inclementes y un ambiente bochornoso inundaba el lugar, poca gente caminaba por las calles. En la sala de espera estaban sentadas dos mujeres, una joven como de veinte años y la otra como de cuarenta, las dos personas vestidas de negro y a pesar del intenso calor sofocante portaban suéter, llevaban bajo el brazo un folder color manila, y tenían la apariencia de haber caminado mucho.
  • 8. 8 Buenas tardes, por favor pasen al consultorio –les dije mientras abría la puerta del consultorio-, si doctor, gracias –me contestaron al mismo tiempo que se levantaron y se encaminaron hacia el consultorio-. Se acomodaron en las sillas que ocupan los pacientes cuando acuden a consulta en el área de entrevista, yo me senté en el sillón frente a ellas como si se tratara de una consulta. ¡Cual sería mi sorpresa! La joven que estaba frente a mi era la joven que en la fiesta de tres años llevaba el niño en sus brazos, la misma que me hizo recordar la pintura de Roberto Ferruzzi, pude reconocerla a pesar de que su vestimenta era diferente; aunque me pareció que ella no me reconoció. -Buenas tardes, soy el doctor Uriel, ¿En qué puedo servirles? La mujer mayor sonrió y volteo hacia la joven, como tratando de ocultar la ansiedad que tenía, y tras un breve instante hablo: mi nombre es Julia, ella es mi sobrina Elisa y venimos a verlo por lo del empleo. Esta mañana hemos tenido que atender algunos asuntos personales por este rumbo y ahorita que pasamos frente a su consultorio vimos la cartulina en la que solicita una empleada, y queremos saber de qué trabajo se trata. El consultorio, perfectamente ordenado, con sus paredes blancas impecables que reflejaban la luz blanca proveniente de las lámparas, la pequeña ventana del consultorio estaba cubierta con una cortina romana color azul rey que daba paso sutilmente a los rayos solares que formaban abanicos blanquecinos y azulosos, en una de las paredes estaba una puerta de madera finamente detallada que servía de marco para un hermoso vitral que exponía el gran báculo con las dos
  • 9. 9 serpientes enrolladas y las alas de mercurio, que daba acceso al área destinada a la exploración de los enfermos, en otra pared se encontraban marcos de madera uniformes en color que exponen a los visitantes los títulos y reconocimientos que el médico había logrado en su carrera, la computadora permanecía encendida, con el protector de pantalla activado, y en los altavoces se escuchaba una música suave y delicada para los oídos, lenta y pausada en ritmo que correspondía a la Bagatelle No. 25 de Beethoven, mejor conocida como: “Para Elisa”. Las dos mujeres permanecían quietas, vestían un atuendo discreto aunque impropio para el calor sofocante del exterior, sus rostros no tenían un aire de notables, parecían de clase humilde. Julia era una mujer de estatura media con grandes manos curtidas por el trabajo, de piel morena y en la cara tenia marcadas las líneas de expresión que le daban una edad mayor, el cabello negro abundante con líneas grises atado en dos trenzas unidas en la espalda, sus ojos cafés sombreados por unas largas pestañas permanecían quietos y resignados mirando el consultorio con una expresión curiosa de lejanía e indiferencia. Elisa se mostraba tensa, los hombros elevados y los músculos del cuello rígidos, se notaban las pulsaciones de las arterias en su lánguido cuello, yacían sus manos entrelazadas reposando sobre sus piernas. Es correcto señora Julia, -exclamé- hace ya varios días en que no tengo ayudantes y ha sido una tarea difícil conseguirlos. En días recientes vino la chica que les abrió la puerta y ha sido una excelente colaboradora en la limpieza de las
  • 10. 10 instalaciones, no obstante; requiero de una persona que me ayude en el área de recepción por lo que coloque esa cartulina. - Entonces necesita una persona para que le ayude en la recepción –dijo Julia-. - Así es, -Les dije mirándolas a ambas- que reciba a los pacientes, que lleve la agenda de citas, que reciba mi correspondencia y que realice algunos documentos de los pacientes, ¿Usted quiere trabajar? - No doctor, -Me contesto Julia- no lo digo por mí, me gustaría que mi sobrina trabajara con usted. Ella ha desempeñado distintas actividades, y segura estoy que puede realizar las tareas que le indicara. - Y tú qué dices Elisa –le pregunte- Elisa en ese momento separó sus manos, las colocó con las palmas apoyadas en los muslos, las deslizó sutilmente sobre la tela de su pantalón, irguió la cabeza y me miro a los ojos; parpadeó, suspiró profundamente y con una voz tenue pero dulce a los oídos me dijo: Pues si doctor, quizá soy joven, y carezco de experiencia en algo así como lo que usted acaba de mencionar, pero debe saber que tengo veinte años y desde los quince me incorpore al campo laboral que por motivos que no vienen al caso mencionar he tenido que abandonar los estudios y contribuir con los gastos de la casa. Me siento importante al trabajar y participar en el sustento de mi familia sin
  • 11. 11 importar las actividades que tenga que desempeñar. Cuando se han requerido mis servicios en el campo ahí los he ofrecido puntualmente, lo mismo en la venta de productos, en restaurants, o como encargada en un mostrador vendiendo desde los artículos más conocidos hasta los artículos más extraños. Hace unos días por razones de fuerza mayor, no me presenté en mi trabajo y fui despedida. Hoy mi tía y yo venimos a arreglar algunos asuntos con un vecino suyo y como vimos la cartulina, nos tomamos el atrevimiento de platicar con usted, o mejor dicho; le estoy pidiendo que me dé la oportunidad de trabajar con usted. - Pero me has dicho que no tienes ninguna experiencia en las actividades que te he mencionado –le dije a Elisa sonriendo- - No veo dificultad en ello doctor, -Me dijo con tranquilidad- si usted me enseña tenga la seguridad de que hare correctamente las tareas, yo estoy en la mejor disposición de trabajar en lo que usted me asigne, y con el salario que usted crea conveniente, ya no soportaría estar un día más desempleada. –completó- - Bueno, no hablemos más –les dije-, preséntate mañana a trabajar, me traes los siguientes documentos -le extendí una hoja donde estaban anotados los requisitos-, y ya mañana veremos lo del horario y los días de trabajo, así como las actividades que realizarás. Confío en que todo saldrá bien, pues la buena disposición que has mostrado en este momento será de gran ayuda para sortear todos los obstáculos que se presenten.
  • 12. 12 - Gracias doctor, no le fallaré, -dijo Elisa- no se va arrepentir de haberme contratado. Se despidieron Julia y Elisa con una cortesía poco habitual y se retiraron del consultorio. Al día siguiente todas las actividades se realizaron con normalidad, la mañana era fresca y un viento suave acariciaba las mejillas de los transeúntes, la tierra aún permanecía húmeda y en el ambiente se percibía las exhalaciones de la tierra mojada como testigo inequívoco de la lluvia que durante la noche había sucedido, el cielo era claro y transparente, se veía una línea delgada azul en el horizonte perfectamente dibujada por la montaña, el sol apareció por el lado oriente como un gran guerrero con su escudo dorado y resplandeciente. En las calles se escuchaba el ruido de la gente que se dirigían a realizar sus actividades habituales, unos al campo, otros a la ciudad. Sonaban los claxon de los coches y de las unidades de transporte público. Se escucha el ladrido lejano de los perros, y los gritos cercanos de los niños que se dirigen a la escuela. Uriel fue el primero en llegar al consultorio, y estuvo trabajando en su computadora personal preparando una conferencia que en días próximos tenía que presentar. Poco antes de las ocho de la mañana repiqueteó el timbre de la entrada del consultorio, y Uriel acudió para abrir la puerta; era Elisa que enseguida entró y se sentó en una de las bancas de la sala de espera; al poco rato llego Karen. Los tres pasaron a un cuarto de las mismas instalaciones que estaba habilitado como un pequeño comedor. El espacio era pequeño, con la puerta de acceso del lado oriente y una pequeña ventana en el poniente, las paredes blancas finas
  • 13. 13 perfectamente detalladas que resplandecían con la luz blanca de la bella lámpara que pendía del techo. El piso de mármol blanco y rosado perfectamente pulido reflejaba la luz en haces multicolores hacia el plafón que daba la apariencia de tener brillo propio. El mobiliario era austero y solo había lo necesario para preparar alimentos. Se sentaron en las sillas, y un aroma a delicadas flores impregno el ambiente, resultado perfecto de la mezcla de jazmines con sándalo y almizcle: era el perfume de Elisa. Karen encendió la cafetera y colocó agua en el recipiente de cristal, en la mesa fueron puestos los platos y vasos de cerámica; cucharas, cuchillos y tenedores de acero inoxidable; y fueron ofrecidos café, azúcar, leche, galletas y panecillos. Platicaron de temas diversos, de política y de religión, de música y películas, de las actividades que habían desempeñado en su vida laboral, de cuentos e historias de la comunidad; considerando tal vez algunos puntos como irrelevantes, pero se estaba iniciando una nueva etapa y el propósito de Uriel era claro: generar un clima de confianza entre sus colaboradores. Ese día Elisa se veía bien, vestía elegante pero discreta. Llevaba una blusa blanca de manga larga perfectamente abotonada hasta el cuello y descendía por fuera del pantalón hasta sus caderas. Vestía pantalón tipo sastre en color negro, y calzaba unos zapatos de vestir con tacón bajo. Una curva vehemente dibujaba su boca con delgados labios. Los cabellos negros estaban desparramados por su espalda, indomables se esparcían cuando caminaba y descansaban sobre sus
  • 14. 14 hombros. Llevaba pendientes de piedras blancas que parecían perlas. Una fugaz fragancia despedía a su paso, llena de sensualidad y frescura. Los siguientes días se volvieron tranquilos y llenos de armonía, Uriel se dedicaba por completo a las actividades como médico, y sus colaboradores le auxiliaban en sus respectivas tareas. Karen tenía ya un dominio completo de las actividades de limpieza y de los exhaustivos de las instalaciones y en ocasiones colaboraba en alguna actividad administrativa. Elisa aprendía muy rápido, se mostraba amable con la gente, siempre tenia disposición para realizar sus actividades y puntualmente entregaba los informes que le eran requeridos. Cada vez que tenia duda sobre alguna actividad o si consideraba que algún error había cometido, se acercaba a Uriel quien amablemente le ayudaba. Uriel tenía treinta y cinco años, estaba casado y tenía dos hijas, ambas niñas de cuatro y dos años. Llevaba una vida llena de tranquilidad, sobria y equilibrada, que muchos de los que me conocían se asombraban por semejante orden, pero; como se ha dicho anteriormente esa era su naturaleza y no demandaba de su parte esfuerzo alguno. Uriel estaba metido todo el día en el consultorio, atendiendo a sus pacientes, y cuando no había pacientes, se dedicaba a satisfacer algunas de sus inquietudes escuchando música, o disfrutando de una película, o leyendo algún libro. Casi no salía del consultorio, y cuando lo hacía; era para ir a su casa o para visitar a sus padres. Los vicios para el médico no existían, y las andanzas, o las fiestas, o las visitas a algún bar; no las realizaba desde que era un estudiante en la facultad de medicina, y hasta eso en contadas ocasiones; ya que dedicó
  • 15. 15 gran parte de su tiempo en los estudios, que ahora le daban buenos frutos y fama. Habían pasado ya tres meses desde que Elisa llego al consultorio, se había adaptado muy bien al ambiente. Había resultado ser una excelente compañera y en los ratos en que no tenía trabajo en su oficina, le ayudaba a Karen en las labores de limpieza. Por su parte, Uriel no tenía queja alguna de ella, y le entregaba de manera puntual la correspondencia y los informes que le solicitaba. Ya era costumbre la reunión de las nueve de la mañana en el pequeño comedor para tomar café que acompañaban con galletas o pan, y a las dos de la tarde para disfrutar de la comida principal que traían al consultorio de la fonda de doña Soledad. Elisa y Karen preparaban la mesa y los utensilios para degustar los alimentos, y Uriel llegaba al comedor cuando según sus cálculos, todo ya estaba listo. Todo iba conforme lo esperado, hasta que un día; cuando Uriel llegó al consultorio notó que salía una jovencita como de quince años, le pareció una mujer hermosa, una belleza. Paso al lado de su auto y pudo contemplarla con detenimiento, ella le sonrió y Uriel le correspondió. Cuando entró al consultorio, casi de inmediato Elisa entro a la oficina del médico para entregarle la correspondencia que había llegado y le pidió que se sentara. ¡Qué bonita mujer! – Dijo Uriel encantado- ¿Quién era? – Le preguntó a Elisa-. Es mi hermana doctor – contesto con tranquilidad-. ¡Ah! Debes cuidarla, porque un día de estos te la roban –señaló Uriel-.
  • 16. 16 A partir de ese día, Elisa modifico su forma de vestir; Cambio el pantalón tipo sastre por unos jeans ajustados, y las blusas holgadas con botones hasta el cuello por blusas ajustadas y en su mayoría muy escotada, luciendo en todo su esplendor su cuello y sus bien torneados hombros. Ya no usaba zapato de piso, calzaba guaraches, botas o zapatillas. Pero siempre se veía divina. Ese día en particular, Elisa se veía elegante, llevaba una blusa color hueso que descendía hasta sus caderas formando pliegues delicados y un pantalón de mezclilla en color natural ajustado a sus hermosas caderas como si estuviese pegado a las curvas de su carne, calzaba unas sandalias de piel con piedras blancas incrustadas. Su bello rostro ovalado con una gracia indescriptible, lucía una frente despejada con unas cejas medianamente pobladas arqueadas que servían de marco para unos extraños ojos cafés que ostentaban unas cortas pestañas que al descender daban una escaza sombra. La nariz era recta y breve con sus aperturas pequeñas. Las mejillas sonrosadas de cutis excelente, y una cereza ardiente insinuaba su boca con delgados labios. Los cabellos negros estaban bellamente recogidos en alto con sumo cuidado y una coleta descendía lenta entre sus hombros que alegre se meneaba con su andar. Llevaba un collar, pendientes y un brazalete de piedras blancas engarzadas bellamente elaborados. El perfume de Elisa era una fragancia fresca, sensual y radiante; que poseía al mismo tiempo el encanto dulce de la inocencia y el delicado toque de la sensualidad, parecía proceder de su carne apiñonada más bien que de los vestidos.
  • 17. 17 Sus visitas a la sala de consulta se hicieron más frecuentes, y platicábamos durante largo rato favoreciendo con ello que la observaba con mayor detenimiento. Poco tiempo basto para considerar a Elisa como la muchacha más bella del universo, yo; que nunca había tenido la temeridad de mirar de esa manera a una mujer, ni había tenido pensamientos maliciosos hacia mujer alguna; ahora estaba padeciendo tremendos impulsos y, sensaciones jamás conocidas por mí. Visiblemente aturdido con los encantos de Elisa, se hallaban extasiados mis sentidos por sus visitas constantes en mi consultorio, cualquier excusa resultaba encantadora ya sea para que ella me visitara en el consultorio, o bien; que yo la visitara en la recepción, visitas que siempre terminaban en largas pláticas donde yo no perdía la oportunidad de llenarme con sus encantos. A pesar de ser mas joven que yo, no mostraba turbación alguna, sabia muy bien lo que ocasionaba su presencia en mi ser, poco a poco se iba apoderando de mi voluntad, y lentamente formo parte importante en mis sentimientos. Aceptaba con agrado mi galantería sin molestia o incomodidad. Y he aquí lo más divino y elocuente del lenguaje del amor, lejos de rehuirme; sus acciones llenas de sutileza facilitaban el encantamiento recíproco, ya sea reclinándose sobre mi escritorio y yo le elogiaba su belleza muy cerca a su oído, o sea que por ociosidad se sentaba en el sillón de la sala de espera y yo me sentaba a su lado acariciándole su pequeño pie con el mío; pero no había detalle alguno que no estuviera salpicado por las mieles de la pasión. Yo le adornaba con flores, y ella me regalaba la más bella de sus sonrisas; yo le ofrecía chocolates y ella
  • 18. 18 correspondía con un “gracias, que lindo”. El insistir fue continuo, y al momento en que les cuento esta historia, yo diría sin equivocación que la insistencia fue de los dos; al grado de que no estoy seguro si yo la conquiste, o el conquistado yo fui. Me tenía hasta el delirio, y un loco frenesí se apoderaba de mis sentidos, imágenes voluptuosas llenaban mi mente y su figura ardiente ya no podía separar de mi pensamiento. Miles de sentimientos cargados de placer jamás experimentados inundaban mi corazón. Mi cuerpo se estremecía con solo pensar en ella, sentía que la sangre se me agolpaba en el pecho, y cuando estábamos juntos los tejidos se me inflamaban, cantidad de flujos acelerados recorrían todo mi cuerpo y un delirio me invadía que me impedía hablar. La soñaba entre mis brazos, besando sus labios rojos y recorriendo su cuerpo con mis manos con una ansiedad infinita. No podía más, ya no era posible posponer ese encuentro delicioso, largamente anhelado; y por fin decidí avanzar hacia aquella diosa del amor. Una tarde estaba yo en mi consultorio trabajando en la computadora, tenia la puerta abierta, y ella estaba en la recepción trabajando en unos documentos que le había solicitado. De momento cerro sus documentos y entro a mi consultorio, se sentó en una de las sillas de los pacientes, y me dijo que estaba cansada, pero que afortunadamente ya iba terminar su turno. Le dije que igual yo estaba cansado y aburrido. Platicamos largo rato y me dijo que tenía algunos problemas en casa, pero estaba confiada en que con el dialogo familiar tendrían solución. Le dije que no hay problema que no tenga solución, y que por muy desalentador que fuera el
  • 19. 19 panorama con el esfuerzo conjunto todo iba a mejorar. Aparte de estar trabajando en la computadora, estaba leyendo algún libro de poesía, y le leí algunos versos de poetas como Nervo, Sabines, y Neruda. Escucho encantada los poemas breves, y sabedor de que no habría mejor oportunidad para hablarle de amores; le dedique el siguiente poema: (Obtenido del Cantar de los cantares) Amiga mía: He aquí que tú eres hermosa; tus labios como hilo de grana,y tú habla hermosa; tus mejillas, como cachos de granada detrás de tu velo. tu cuello, como la torre de David, edificada para armería; mil escudos están colgados en ella, todos escudos de valientes. Toda tú eres hermosa, en ti no veo mancha alguna, ven conmigo; prendiste mi corazón, amiga mía; has apresado mi corazón con uno de tus ojos, con una gargantilla de tu cuello. ¡Cuán hermosos son tus amores, amiga mía! ¡Cuánto mejores que el vino tus amores! ¡Y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas!
  • 20. 20 como panal de miel destilan tus labios, oh amiga; miel y leche hay debajo de tu lengua; y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano. Ella leyó el mensaje, doblo el papelito y lo guardo en su bolso. Me dijo que era lindo lo que pensaba de ella y que se sentía muy bien. Apague la computadora y cerramos el consultorio. Fue la primera vez que pase a dejarla a su casa. Yo estaba todo el día en el consultorio y empleaba el tiempo para atender mis pacientes, aunque a veces salía de la comunidad para atender mis asuntos externos al consultorio, y luego cuando regresaba ella me recibía con una dulce ansiedad cargada de sonrisas, me veía a través de las ventanas y presurosa se adelantaba ella misma a abrirme la puerta. Mi pasión por Elisa iba en aumento, y note que ella no se quedaba atrás, se las ingeniaba para demostrarme lo importante que era yo en su vida. A partir de ese día los acercamientos se hicieron todavía mas continuos, se la pasaba horas enteras en mi consultorio platicando de miles de cosas, escuchábamos canciones veíamos películas o simplemente nos contemplábamos. Así mismo, conjuntamente decidíamos que desayunar o que comer, y en más de una ocasión juntos preparamos los alimentos en el pequeño comedor; pero nunca se dio un beso o caricia furtiva. Para propiciar el acercamiento más íntimo la invite a salir, y ella acepto con gusto. Note como las mejillas se le enrojecían y los ojos le brillaban de una manera tan
  • 21. 21 especial, y lo digo porque más adelante pude ver esos ojos de cerca, y pude distinguir ese brillo tan peculiar. La cite en la ciudad, llegue puntual al sitio acordado y ella ya estaba ahí, lucia espectacular, subió a mi camioneta y partimos. Hablamos muy poco durante el viaje, pero como íbamos a tanta velocidad cuando nos dimos cuenta ya estábamos en Cuetzalan, y ahí decidimos hacer alto. Recorrimos varios lugares de interés de la bella población y nos detuvimos en un restaurant donde disfrutamos alimentos y bebidas propias de la región. Me platico que sus papas eran aun jóvenes y que estaban separados por los problemas tan frecuentes que vivían. El papá poco aportaba para la economía familiar y la mayoría de veces nada, por lo que la mamá tenía que trabajar en lo que fuera para mantener la casa. Me dijo que tenía tres hermanos menores que ella, que no estudiaban pero que tampoco mostraban interés en trabajar para contribuir a la economía familiar. Finalmente; ella era la mayor de los hermanos, presumió de ser una excelente estudiante, pero que tuvo que abandonar los estudios por la escasez de recurso monetario, y pues tuvo que incorporarse al trabajo para sumarse al abastecimiento de recursos del hogar. Me dijo que había trabajado en diferentes actividades, pero la que le resultaba más chusca era el que había desempeñado muy breve ¡De apenas doce horas! Como mesera en un restaurante. Ahora se encontraba conmigo trabajando, y creía que la diosa fortuna por fin le había sonreído, sabia que era inteligente y que aprovecharía la oportunidad, quizá única en su vida, para estudiar una carrera universitaria. Ya cayendo la tarde, subimos a la camioneta y nos regresamos a la
  • 22. 22 ciudad donde ella bajo despidiéndose con un dulce beso en la mejilla, que yo disfrute mucho. En el consultorio la convivencia entre Elisa y yo se hizo de más confianza, e iba descubriendo cualidades y virtudes agradables para mí. Su talento era natural, su ingenio e inteligencia me impresionaron cuando se trataba de aprender algún procedimiento o actividad que le enseñaba. Desbordaba en dulzura, su noble corazón no tenia sitio para sentimientos negativos, y su belleza henchida de encantos hacían que fueran cada vez más fuertes las cadenas que me sujetaban a ella; cadenas que felizmente aceptaba yo; y que había tomado ya la decisión de no separarme jamás de ella, mi dulce Elisa. Otro día la invite a salir, pase a su casa por ella antes de que saliera el sol, llene el tanque de combustible de la camioneta y nos sumergimos en un largo viaje por las carreteras. Avanzamos rápidamente, y contrario a lo que se dio en el primer viaje, ahora nos encontrábamos charlando muy amistosamente, como si nos conociéramos de toda la vida. Me narró pasajes de su vida con más detalle, desde su niñez hasta el momento actual, alegrías y tristezas, logros e ilusiones; pero sobre todo; habló de los sueños y ambiciones del porvenir. Inicialmente decidimos viajar a México y pasar el día como turistas en el distrito federal, pero como llegamos temprano, dijimos: mejor vamos a Cuernavaca para pasar el día en un balneario, y como no había mucho tráfico por la autopista llegamos muy pronto, entonces dijimos: mejor vayamos a Acapulco; y así lo
  • 23. 23 hicimos. Llegamos al maravilloso puerto como a eso de las trece horas, lucía tranquilo y despejado, y libremente circulamos por las calles hasta llegar a la costera. Como no íbamos preparados para un día de playa, hicimos alto en una tienda comercial donde compramos todo lo necesario para esta aventura de playa. Posteriormente nos encaminamos de nuevo a la costera y nos hospedamos en un hotel ¡Por un día! Presurosos e inquietos abordamos el elevador y descendimos en el piso donde se encontraba la habitación que nos habían asignado, y yo con cierto nerviosismo abrí la puerta del cuarto y entramos en la habitación. Ella se metió al baño para darse una ducha y vestirse con el traje de baño recién adquirido, mientras yo yacía en la cama mirando la televisión. Después lo hicimos a la inversa. Cuando los dos estuvimos preparados, salimos a la playa y nos instalamos bajo una sombrilla donde dejamos nuestras cosas, y nos sumergimos en las aguas verde azuladas de la bella costa de Acapulco. Jugamos como dos chiquillos, corríamos uno tras otro, nos derribábamos en las aguas, yo maldosamente le tomaba sus pequeños pies y la arrastraba hacia la profundidad de la playa, ella se incorporaba y corría tras de mi lanzándome chorros de agua y arena. Ya cansados de tanto correr y quemados por los rayos del sol, nos acomodamos en nuestras sillas y vino la calma, los meseros nos sirvieron caldo de camarón, filete de pescado, camarón empanizado, ensaladas y cerveza, que disfrutamos enormemente. ¡Paradisiaco Acapulco! Con su arena blanca fina como granos de perlas vírgenes que incesantes reflejan los rayos del astro rey, con sus aguas cristalinas verde
  • 24. 24 azuladas como una esmeralda gigante que se mueve suavemente, solos en la inmensidad de la playa, el ambiente iluminado por la hermosa sinfonía que producen el canto de las aves el ruido de las olas y el roce continuo de las hojas de las palmeras acariciadas por el viento. Los testigos vistiendo sus mejores galas se dieron cita llenos de grandeza y majestuosidad infinitas; Neptuno se extendía interminable sobre las aguas marinas, Júpiter se mostraba extenso en el firmamento celeste rodeado de nubes blancas, en lo alto Vulcano con sus flechas ardientes, los Euros y las musas no faltaban, y ese pequeño hombrecito liviano y alado que a base de juegos me había hecho ya su presa, el pudor y la resistencia me habían sido vencidos y mi voluntad estaba caída. Fue donde le confesé a Elisa mis pretensiones. Que hermosa eres Elisa, mi amor por ti es de una inmensidad incomparable que no percibe en ti mancha alguna, mi corazón ya no me pertenece, lo has apresado con la belleza de tus ojos y la languidez de tu cuello, ¡Ah! ¡Que deliciosos son tus perfumes! Mezcla de esencias y de bellas flores, como tu ¡Oh! Flor de primavera. Tus labios son como panal de abeja que destila miel, rojos como cerezas tiernas que despiden fragancias que incitan al amor, y de tu boca surge la palabra dulce y melodiosa, ¡Oh Elisa! ¡Elisa! ¡Bella mujer! Que has hecho conmigo, nunca imagine sentir lo que siento en mi corazón, me has desarmado, ¡Oh! Reina mía, ya nada es mío, ya nada me pertenece, ¡Tuya es mi vida! Ojala Venus haya escuchado mis plegarias, y me ames incesantemente y me des causas infinitas para amarte cada día mas, ¡Ah! Me basta con que me dejes amarte niña hermosa.
  • 25. 25 ¡Mi niña hermosa! Aquí tienes a un hombre postrado a tus pies, aquí tienes a un esclavo que te servirá por el resto de sus días, a un hombre que te amará con fe sincera. Elisa no supo que decir en ese momento y un estado de turbación le invadió de pronto. Me dijo que era muy lindo lo que pensaba de ella, y como no se trataba de un asunto menor, y que esta decisión daría rumbo el resto su vida; dijome que se tomaría unos días para pronunciarse en la medida correcta. Era evidente que le había gustado, el sonrojo de sus mejillas y el asomo de lágrimas furtivas fueron evidencia fiel de que había conmovido su corazón. ¡Ah! Que sorprendido estaba yo con mi discurso y la elocuencia que emanaba de mis labios, había sido tocado por los favores de Venus; ¡Jamás en mi vida! Había gozado de esta virtud tan extraña, pero al mismo tiempo tan encantadora, que si me vieran aquellos que se dicen conocedores míos, hubieran quedado igual de sorprendidos. No cabe duda, que el amor es una fuerza extraña que hace que todo sea posible, te vuelves ágil y lleno de astucia para librar las barreras que se imponen entre tú y la amada de tu corazón, y te brotan fuerzas que te hacen sentir invencible y todopoderoso, gracias ¡Oh! Citerea, Febo y a las nueve musas por la inspiración celestial y ardiente que has derramado en este, tu esclavo. ¡Ah! Mi querida Elisa, que felices hubiéramos sido, en nuestro propio paraíso; nuestros nombres se hubieran mencionado en el mundo entero, tu nombre por interminables generaciones hubiera sido pronunciado, y mi nombre siempre unido
  • 26. 26 al tuyo, eternamente juntos, siempre los dos, existencias inseparables. Con mi naturaleza dulce y apacible, sumado a tu natural encanto y a las cualidades que te volvían agradable, muy seguro estoy de que hubiéramos sido los seres más felices sobre la faz de la tierra, yo siempre a tu lado mi querida Elisa, tú al lado mío, siempre amándote, deseándote sin cesar, pero; tu liviandad y fidelidad insuficiente mira adonde nos trajeron. Encontrabame en los cuernos de la luna, miel exquisita disfrutaba todos los días y alegres sinfonías alegraban mis oídos, mi dulce amada a mi lado mirándome con ojos amorosos y frases cariñosas de sus labios brotaban inundando mis sentidos, ¡que más podía anhelar! Triste mortalidad la mía y sin embargo exquisitamente disfrutaba de las complacencias del paraíso en vida. Fue en estos días, que mi querida Elisa recibió numerosas llamadas y mensajes en su móvil, que a su decir eran debido a que en su casa había causado gran revuelta el hecho de que hubiera sido mi compañera de viaje. Y como era lógico querían hablar con ella, así que Elisa tuvo que salir antes de tiempo para reunirse con su familia. Una vez que se hubo retirado, en el consultorio recibí tres llamadas de un joven que dijo ser primo de mi musa y que le urgía hablar con ella; en la tercera ocasión le pedí que me dejara el mensaje y que más tarde ella se comunicaría, y simplemente colgó el auricular. Pensando en que se trataba de algún imprevisto en su familia y dado el apremio con que la buscaba, contacte de inmediato a Elisa pero sin éxito alguno. Como ya era tarde, cerré el consultorio y me dirigí a la ciudad a una conferencia que impartiría un médico muy notable sobre el Virus del Papiloma Humano. Poco
  • 27. 27 antes de iniciar la plática, le envié a Elisa unos mensajes para notificarle del joven que la había buscado, que no respondió; y decidí llamarle al móvil pero me enviaba al buzón o me contestaba la operadora: “El número que usted marcó está ocupado o se encuentra fuera del área de servicio, favor de llamar mas tarde. Gracias”. Entonces marqué a su casa, y me contestaron: - Si, bueno –era la cuñada de Elisa- - Buenas noches, soy Uriel; ¿Puede pasarme a Elisa?, -contesté- - ¡Ah!, buenas noches doctor Uriel, Elisa no se encuentra, ¿Quiere que le de un mensaje?- - No, gracias. ¿Sabes a donde salió? –le pregunté- - Si doctor, dijo que iba a la tienda a comprar algo para cenar, se fue en su coche junto con su hermano, en cuanto regrese le comento. - Gracias, gusto en saludarte. –dije y colgué- ¿Habrá olvidado su teléfono? –pensé-. Entre al auditorio donde se llevaría a cabo la conferencia que ya había iniciado. El espacio estaba media luz, era un auditorio amplio, con una gran pantalla en el escenario donde desde el podio el conferenciante dirigía las presentaciones. Muy interesantes eran los datos que exponía al público que mostraba una gran comprensión del tema, sin dejar de reconocer las habilidades que mostraba como orador. En ese momento se activó
  • 28. 28 el vibrador de mi teléfono y vi en la pantalla que me llamaba Elisa, salí del auditorio y le contesté: - Hola Elisa, ¿Cómo estás? - ¡Ay! Me siento muy mal Uriel –me contestó llorando- - ¿Qué te pasa Elisa?, ¡Que tienes!, -le dije con preocupación- - Es que me duele mucho la cabeza, es un dolor insoportable –seguía llorando- - ¿Ya tomaste algo? - ya tome una aspirina y no se me quita, he estado acostada y aun así no se me quita, -me siento muy mal y continuaba en llanto- - Hace una hora –le dije con apremio- envié mensajes y llame a tu teléfono y no me contestaste, - Es que apague el teléfono, me sentía muy mal –contesto-, ¿Qué voy a tomar?, dime por favor –me dijo entre sollozos- - Como no me contestabas, te marque al teléfono de tu casa y me contesto tu cuñada, y me dijo que no estabas. - Que le vas hacer caso, ¡Esa nunca se entera de lo que pasa en la casa!, -me dijo con un tono de enojo en su voz-,
  • 29. 29 - No te enojes, perdóname si te he molestado, solo estoy diciendo lo que pasó, y te llame solo para enterarte de que te ha llamado al consultorio un chico que según le urgía hablar contigo. - Uriel, ¡No tengo que hablar con nadie!, ¡Ya me reuní con mi familia!, ¡No sé qué más quieren!, si me han dicho tanta estupidez, ¡Bah! Para que te digo esto, si ya estas dudando de lo que te estoy diciendo, -contestó molesta y curiosamente sin llanto-, que mala onda eres, yo acá muriéndome del dolor de cabeza y de la vergüenza por los señalamientos de mi familia; y tu dudando de mí, ¡Que mal plan contigo! - Está bien, -dije con cierta culpabilidad-, no te enojes, tomate una tableta de ketorolaco para el dolor de cabeza. Que descanses. - No pienses cosas malas de mí, ¡Eres lo máximo!, ¡Te quiero!, ¡Te adoro! –Me dijo con voz dulce y tierna, que me sorprendió su cambio de humor tan súbito-, hasta mañana y sueña conmigo. - Hasta mañana, que tengas dulces sueños. –le dije y colgué- ¡Ay! Pobre de mi querida Elisa, tanta había sido su desventura en el día, y aun en las sombras de la noche el fantasma de las desgracias no dejaba de rondarla. Tú tan sola, y valientemente enfrentas en el claustro de tu recamara los problemas y los señalamientos de tu familia, y yo en la lejanía sin poder brindarte consuelo amada mía. Diosas de la noche, aprieten con fuerza las bridas y aceleren el andar de los caballos nocturnos para que sea muy breve el viaje, y el carruaje adornado
  • 30. 30 de fina escarcha de la aurora llegue rápidamente; para poder consolar al lucero de mi existencia. Por tu repentino dolor de cabeza y por tus lágrimas que descienden lentas sobre tu rosada mejilla igual que el agua del hielo cuando se desliza por la pendiente, puedo intuir de modo indiscutible que has sido lapidada con sus señalamientos y golpeada inmisericordemente con el flagelo de sus palabras acusadoras. ¡Ah! Que seres tan injustosy míseros, acaso se creen seres perfectos para condenarte, o es que no se han dado cuenta que son simples mortales, pecadores, hijos de hombre, concebidos en la imperfección; y que sus vidas desbordan mancha igual que la muerte se inunda de oscuridad terminal. Al día siguiente, Elisa llego tarde al consultorio. Tenía una facies de sufrimiento enorme, no se había maquillado e iba con la ropa del día anterior. ¡Cuánta conmiseración! Viví por ella en ese momento, pobre estrella mía que pecado cometiste para que te condenara tu familia, si solo has amado, y el amor es el más grande de los sentimientos, es lo que mueve al mundo, y es el mandamiento supremo de Dios. Entró al consultorio y se acomodó en una de las sillas para pacientes, apoyó los codos sobre el escritorio y puso la cabeza entre las manos. Complaciente me senté a su lado y le coloque mi brazo lleno de ternura alrededor del cuello lánguido, ella reclinó su cabeza en mi hombro. Las mejillas pueriles y rosadas fueron regadas por la lluvia incesante de sus lágrimas inmerecidas. Sus cabellos los llevaba dispersos en su espalda, y un aroma fresco cargado de sensualidad despedía de su cuello.
  • 31. 31 Ya calmada me dijo que sus familiares la sermonearon con severidad. Su papá le amonesto el comportamiento impropio y el atrevimiento de haberme acompañado al viaje, que su trabajo estaba en el consultorio como asistente y no como compañera de viaje. La mamá harto compungida se dijo avergonzada y decepcionada del proceder de su hija, y expreso que toleraría que fuera madre soltera, o que viviera en unión libre, incluso que se divorciara, pero jamás soportaría a una impúdica en su casa. Como era de esperarse, y no gozando de independencia económica sus hermanos se sumaron a las críticas de los papás e igual advirtieron a Elisa. Los tíos se mostraron divididos en su opinión, unos la tacharon de cascos ligeros, o de liviandad, o pecadora, y le sugirieron que lo conveniente era abandonar el trabajo en el consultorio para no dar de que hablar a la gente. Pero otros tíos se sumaron a nuestra causa y dijeron que la decisión correspondía a Elisa, que aunque es contrario a las costumbres de la sociedad, si Elisa se sentía feliz a mi lado como pareja mía, pues respetaban su resolución sin discusión alguna. Fuimos al pequeño comedor, donde Karen había colocado vasos, cubiertos, platos de cerámica; y habían sido servidos en una charola pastelillos y galletas. Nos sentamos en las sillas y nos servimos café. Casi no hablamos, Elisa tenia la mirada puesta en la mesa y por instantes nuestras miradas se encontraban pero no decíamos nada. Tenia la mirada apagada, triste, ¡Todo su rostro era tristeza!, curiosamente yo esperaba que me dijera que hacer en estos momentos de incertidumbre y reclamo. Karen abandonó el comedor, no se si intencionalmente o
  • 32. 32 porque ya había concluido su desayuno. Abracé a Elisa y ella apoyo su cabeza en mi hombro, entonces le dije que no se preocupara, si bien es cierto que los señalamientos han sido crueles y carecen de la mínima sensibilidad, no representan obstáculo alguno para que nuestros planes se concreten, correspondiéndome ella con una sonrisa. Le dije que yo la amaba por sobre todas las cosas, y que jamás me cansaría de adorarla, ya que ella llenaba todos mis sentimientos pasados y venideros, y que juntos tomados de la mano caminaríamos por la vida y enfrentaríamos al mundo entero si es posible, pero ¡Jamás! La abandonaría. ¡Lo se, Uriel! ¡Lo se! –me dijo- y por eso es que estoy muy molesta con la forma en que me han reclamado en casa, porque tú eres una buena persona, pero bueno; ya lo hicieron y ahora tenemos que enfrentar lo que venga, ¡Pero que ni sueñen que he de abandonarte!, ¡De ningún modo!, por lo pronto me voy a dar un baño que ya ves en que fachas estoy, ¡No puedo estar todo el día así!, dejarás de quererme Uriel, y eso es lo que menos quiero en la vida –dijo con seguridad y se retiró del comedor-. Ya en el ocaso del día, cuando el caballero dorado fatigado de la jornada aprieta las bridas de los caballos que jalan su carruaje en el descenso lento por el poniente, y escoltado por aglomeraciones de nubes multicolores, cansado igual yo estaba y para reconfortar mi cuerpo me di un baño con fragancias frescas a base de hierbas olorosas y almizcle. Habiéndome retirado el agua con un fino lienzo, me calce un pijama de algodón y tumbe mi cuerpo en la cama. Pensaba en
  • 33. 33 Elisa, resultaba inevitable; en lo que le había propuesto en el viaje y en las funestas consecuencias. ¿Qué necedad la de sus familiares para que se alzaran contra Elisa? No somos los primeros seres que vivimos en esta situación, ni seremos los últimos; en las lejanías del porvenir se vislumbran historias nuevas de amantes lo mismo fugaces que indestructibles que soportaran el paso del tiempo. Antes que nosotros ya muchos han vivido situación semejante y que valientemente habían resistido los embates de la muchedumbre saliendo victorioso su amor, como Josefina y Napoleón, o Cleopatra y Julio Cesar, o Julieta y Romeo. No pude evitar que la culpabilidad se anidara como tímida paloma en mi corazón, pero era más fuerte la estela de pasión que sentía por Elisa, que la razón terminaba sucumbiendo al placer. Un dilema de difícil resolución en que me había metido, si yo cedía a los dulces caprichos y placeres de la pasión seguramente la razón me increparía: ¡Haz errado el camino, atente a las consecuencias! Y si accedía a los argumentos lógicos de la razón, seguro es que la pasión me diría: ¡Ah! Me has condenado a morir. En eso estaba yo, cuando escuche un tenue golpeteo en la puerta de mi cuarto, y la hoja se abrió lenta. Entro Elisa, recién bañada igual, con su perfume inundo la habitación y se dirigió al pequeño sillón que había en mi cuarto donde se sentó, cruzo la pierna y fijo dulcemente su mirada en mí. Tenia aun los cabellos mojados, que lucían desparramados por su espalda y a los lados reposaban los caireles sobre sus delicados hombros como mechones retorcidos, tenía el cutis fresco libre de maquillaje, vestía un pijama formado por unos pantalones a manera de mallas
  • 34. 34 grises y una parte superior escotada en color azul marino, calzaba unas sandalias de cuero. La habitación se encontraba con una luz escaza, como la escaza claridad que se encuentra en los bosques tupidos de arboles que con dificultad dejan pasar los rayos del sol, o como aquel momento en que lento se despide el día para dar paso a la espesura de la noche, o como lo es en la aurora. La ventana estaba cerrada y las cortinas corridas, levanté mi cuerpo de la cama y me dirigí a la salida de la habitación, y cerré la puerta. Elisa no dejaba de mirarme, me senté en el borde de la cama y con una señal de mi mano la invité a que se sentara a mi lado, que complaciente acudió. Sentí en las sienes un golpe de calor exquisito, que mi sangre aceleraba la su velocidad en mis venas, y mi corazón como caballo desbocado golpeaba mi pecho. Elisa permanecía a mi lado sentada en el borde de la cama, con la mirada en el infinito y las manos posadas en sus muslos, quieta como una estatua; como el mármol que recién se extrae de la cantera. Coloqué mi brazo en torno al lánguido cuello y ella me correspondió posando su delicada mano en mi muslo. Volvió el rostro hacia el mío y nuestras miradas se encontraron, que por unos instantes llenas de curiosidad se acariciaron. Acerqué mi rostro al suyo y mis labios se posaron en los de ella, unidos por nuestras bocas en un beso largamente anhelado. Temblaba su cuerpo entre mis brazos como la espiga de trigo que es agitada por las caricias del viento, o como la espesura del follaje de los arboles que son agitados por la interminable brisa, ¡Ah! Que delicia de mujer. Ella poso sus manos en mi pecho y empujo sutilmente, hacia esfuerzos
  • 35. 35 como queriendo separarse de mi pero sin lograr su cometido, y al mismo tiempo no deseando que yo me separara. Le retire el pijama, que por su fragilidad no resultó tarea difícil. Aun en este momento ella persistía en resistirse, y finalmente termino siendo vencida; sin causar sufrimiento, sin causar dolor, presa al fin y al cabo, de un vencimiento que se saborea cual si fuese victoria y es causa de placer infinito. ¡Po Fin!, Elisa quedo sin ropa, tenia las manos frente a si como protegiendo el busto y el monte de Venus, yacía sentada en el borde de la cama, ¡Anda! ¡No seas tímida, cuerpo de diosa, niña mía! –le dije con ternura susurrándole al oído- y con infinito amor coloqué sus manos a su lado. Entonces, pude admirarla su cuerpo en todo su esplendor, ¡Que maravilla de mujer!, todo en ti es hermoso mi niña, ¡Toda su piel era de un apiñonado exquisito!, ¡Que hombros cargados de sensualidad!, ¡Que brazos hermosos, y con que belleza languidecían al descender!, sus pechos como torres de ébano que lucían en la cúspide corolas pardas y botones erguidos, como cerezas pletóricas que deseaban ser comidas, y el vientre plano que lento descendía vertical hasta el espeso monte de citerea donde extraviado halle la fuente de la miel mas exquisita que incontenible brotaba y escurría lenta por las laderas y curvaturas de los muslos joviales, ¡Todo en ella era maravilloso!, ¡Toda ella era digno de aplauso!, ¡Que delicia de mujer! Tras la frenética entrega, y habiendo cedido gustosos al encantamiento de Febo y Venus, el cuerpo de mi amada estaba sobre el mío, escaza de fuerzas y habiendo conseguido ya extraer hasta la ultima gota del elixir de la vida, disfrutaba en sus dominios el trono ardiente recién conquistado. Dejo caer lento su cuerpo sobre mi pecho, y pude ver en sus ojos ese brillo extraño que solo se mira en la mujer
  • 36. 36 satisfecha, sus cabellos se posaron al lado de nuestros rostros y sus labios me cubrieron de besos. Permanecimos unidos por largo tiempo, rígidos, inmóviles, con nuestras bocas entreabiertas confundiéndose nuestros alientos. Y así nos sumergimos en un profundo sueño, acunados por los brazos de Morfeo. Al amanecer, desperté yo primero, el canto de los gallos anunciaban el inicio de labores y los campesinos se dirigen a trabajar sus campos, los trabajadores de las fabricas esperan el transporte que los llevara a su trabajo. El sol aun no salía, la bóveda celeste lucia límpida y azul, y una luz escaza entraba por la ventana. Después de una noche frenética, llena de amor y poesía, donde se funden la vida y la muerte, y el cielo complaciente desciende de su trono para fundirse con la diosa terrenal, me pareció salir de un sueño celestial, que no lo fue porque tenia a mi lado el cuerpo divino del amor y en mi mano sentía un seno hermoso y delicado, plagado de besos, saboreado hasta el cansancio, frágil y puro, suave como pétalos de rosas y nardos. Ternura brotaba de mi ser ante aquella criatura bella que estaba a mi lado, recostada sobre su lado y descansando la cabeza sobre uno de mis brazos. Las curvaturas de su cuerpo estaban parcialmente cubiertas por la sabana pero podía ver la silueta que dibujaba su esplendida cadera. ¡Flor dormida! ¡Amada mía! Han sido cumplidos mis sueños y los más bellos ideales son una realidad. Tan absorto estaba yo en contemplar la belleza de su cuerpo, que de pronto despertó, una sonrisa y alegría indescriptible iluminaba su rostro, pero breve fue el gusto y poco a poco fue apagándose como la luz de una vela que se extingue, y
  • 37. 37 llevándose las manos al rostro sollozo primero y después se ahogó en un llanto inconsolable que las mejillas rosadas con lagrimas mojo. Estaba conmovido en lo mas profundo de mi ser ante el cuadro que contemplaban mis ojos, sus lagrimas eran como agujas que se clavaban en mi piel, me lastimaban, como una gran flecha en mi corazón, me sentía avergonzado, la abrace y estuvo entre mis brazos largo rato, yo embebiendo mis labios con sus lagrimas. La miraba con ternura y amor infinitos, la carne había sido saciada en la noche, ahora era tiempo de que nuestras almas se manifestaran, lentamente irguió la cabeza y sus ojos se posaron en los míos, nuestras miradas se acariciaron sin premura y con el mas divino de los sentimientos, sus labios esbozaron una sonrisa y emitieron un te quiero, súbitamente me rodeo con sus brazos el cuello y exclamo: ¡Te amo Uriel! ¡Soy tuya! ¡Siempre tuya! ¡Tuya entera! ¡Solo tuya! Su cuerpo había sido mío en la noche, y ahora me confiaba su alma, me entregaba su alma. En correspondencia bese sus labios con el mas tierno de los besos, y así quedo sellado el pacto de amor que en el bello Acapulco le había propuesto. Los días se volvieron llenos de dulzura, de dicha y de felicidad, era tanta la alegría que no cabía en mi corazón. Elisa y yo nos volvimos como uno solo, e inseparables resultaron ya nuestros caminos, adonde fuera ella me acompañaba. Durante el día buscábamos como niños traviesos el espacio aquel donde estuviéramos solos para llenarnos de besos y caricias, nos hallábamos en los cuernos de la felicidad y cualquier sitio nos resultaba celestial para nuestras manifestaciones de amor, ora en el consultorio, ora en la sala de espera, ora en el
  • 38. 38 comedor, en todos los espacios disfrutábamos de nuestros cuerpos; sin importar la hora del día, cualquier hora era sublime si de amarnos se trataba; pero nada como la fatiga exquisita que disfrutábamos en la penumbra de nuestro cuarto cuando el sol lento se ocultaba en el horizonte. A su lado, el tiempo se volvía breve, los minutos avanzaban rápidamente y con una voracidad interminable las horas terminaban siendo devoradas sin tolerancia alguna, y como si se tratase de un suspiro había llegado el momento de cerrar el consultorio y ella de retirarse a su casa; con todo el dolor que ello suponía. Una noche me llamo al móvil, y con voz entrecortada me dijo que en su casa había tenido lugar nueva reunión familiar para invitarle a corregir su camino. Igual había sido reprendida por su conducta, pero; también la habían humillado y conferido toda clase de insultos; que no la bajaban de una mujer fácil, que de la liviandad había hecho su mejor herramienta de trabajo, y que no solaparían más sus escarceos. ¡En mi casa no hay lugar para una prostituta! –Dijo el padre de Elisa-. Ven por mi amor, ya no soporto esta incomprensión, llévame contigo –me dijo Elisa-. Le pedí que se tranquilizara y que en un rato pasaría a su casa para que de manera conjunta halláramos la solución más conveniente que la ocasión requería, y nos despedimos de manera breve. Treinta minutos después ya estaba estacionado frente a la casa de Elisa que ya estaba esperándome frente a la puerta de su casa, y al ver llegar mi camioneta como una chiquilla corrió hacia mí. Abrió la puerta del acompañante y subió un bolso, espérame amor –me dijo- y a grandes zancadas se dirigió de nuevo a su casa donde tras breves instantes
  • 39. 39 regresó con dos bolsos que acomodó en la camioneta, se despidió de su tía que estaba en la puerta y subió a la camioneta. De esta forma es como Elisa se vino a vivir conmigo, no desconociendo ¡Jamás! Que era mi más grande tesoro, y como yo la amaba demasiado; resultaba imposible para mí pensar con detenimiento las cosas y de las posibles consecuencias que se pudieran generar con nuestra ligereza. Elisa estaba feliz, y una gran sonrisa dibujaban sus labios ¡Gracias amor! ¡Gracias! ¡Te amo vida mía! –me decía exaltada al mismo tiempo que me rodeaba el cuello con sus lánguidos brazos y me cubría el rostro con ardientes besos. Tenía los cabellos sueltos que reposaban como manada de cabras cansadas en las laderas de sus delicados hombros. Llevaba puestos una chamarra café de cuero, unos jeans que se amoldaban perfectamente bien a las curvaturas de su cuerpo y unas botas en color café. Se miraba esplendida, era una diosa que incitaba al amor. Le dije que por la hora en que nos encontrábamos, pasaría la noche en el consultorio y que al día siguiente, con más calma buscaríamos un departamento donde vivir. Llegamos al consultorio y bajamos de la camioneta, entramos al consultorio y bajamos los bolsos donde llevaba sus cosas, que acomodó en el cuarto de descanso. Elisa se acercó a mí y me rodeo con sus brazos, ¡Que calor exquisito emanaba de su cuerpo! Tenía la mirada triste y lágrimas furtivas opacaron la extraña luminosidad de sus ojos. Le di un beso tierno en sus labios, que ella correspondió con avidez y nuestros cuerpos quedaron fundidos en un largo y apasionado beso, preámbulo inmaculado a la entrega
  • 40. 40 frenética, aquella del amor insaciable, la del dulce abandono y de la fatiga exquisita, que concluye con el febril derramamiento del elixir de la vida en el cáliz de la mujer amada, una nube termino cubriendo la luna. Había iniciado una vida nueva, Elisa se portaba cariñosa, y en la convivencia diaria virtudes nuevas fui descubriendo en ella que la hacían todavía más digna y encantadora a mis ojos. Llevaba apenas dos días viviendo conmigo, y la encontraba dispuesta todo el tiempo para hacer modificaciones en el hogar, a veces en la sala diciendo que esta planta luce desaliñada o que aquel cuadro esta feo y hay que arreglarlo; y en otras estaba en el cuarto acomodando sus cosas o acomodando muebles, arreglando su ropa y sus accesorios seleccionando aquellos que le permitieran verse más hermosa o simplemente arreglando su cabello para hallar un peinado que resalte su belleza. Me contó como se sintió cuando me conoció, y de las sensaciones que experimentó cuando le declare mi amor, me dijo que me tarde en hablarle de amores pues ella me deseaba desde mucho tiempo atrás, ¡Ya no aguantaba mi excitación por ti! –me decía acariciando su cuerpo con sus manos- y que para aceptar mi propuesta tuvo que pedir consejo a familiares amigos e incluso al sacerdote; y como era de esperarse todos se opusieron a tal relación, excepto sus tías y su abuela; así que tuvo que sopesar todas las opiniones y decidió por si misma aceptar vivir a mi lado, ¡Nunca me vayas abandonar! Que por ti he dejado todo –me dijo a modo de broma-. Ahora se mostraba con más confianza y párvula se abría ante mis ojos, como se abre el botón de una flor. Decía que me tenía un gran respeto, como el que me
  • 41. 41 tenía la comunidad y que por eso ella se mostraba conmigo tan dulce. ¡Soy la amante del doctor! –Me decía- Algunas veces se quedaba pensativa, otras con la mirada perdida, y otras abruptamente le invadía una alegría loca y se ponía a jugar a las fuercitas o a cualquier otro juego como un par de niños. Siempre mostro gran esmero por complacerme, ya sea leyéndome un libro, o platicándome algún fragmento de las sagradas escrituras de la biblia, o buscaba mil y una bromas para hacerme reír; y en esos días de tristeza llenos de nostalgia infinita me brindaba una inocente caricia dejando escapar una tierna lágrima, o simplemente me abrazaba y acomodaba mi cabeza en su regazo ¡Mi niño! ¡Siempre estaré a tu lado! –Me decía con un aire maternal- y se ponía acariciar llena de ternura mi cabeza entre sus manos. A veces terminaba rendida por todos los detalles vividos y simplemente dejaba caer su cuerpo en la cama y se dejaba en el más tierno de los abandonos. Sin embargo vivía como llama ardiente en su corazón el recuerdo de su familia, principalmente de su madre, y en más de una ocasión derramo lágrimas dolorosas por haber abandonado el hogar en pos de un amor vacilante, cargado de incertidumbre. Ese era el más grande motivo de angustia de su frágil corazón, y siempre estuve para cobijarla entre mis brazos tratando de aliviar su amargura. Ve a casa y habla con tu mama –le decía-, habla con tu tía Julia que abogue por ti ante tu madre –encomiablemente le invitaba-, ¡Ya déjate de vaciladas! ¡Ella nunca me perdonara! Además; con que tú me quieras me basta y sobra –me contestaba terminante- ¡Ah! Aun en este momento que lo estoy contando, como añoro esos alegres días, ¡Como extraño! Sus pequeñas manos que llenas de destreza me prodigaron sendas caricias y me
  • 42. 42 hicieron sentir más humano, ¡Plenamente humano! Me sentía con una fuerza extraordinaria, un poder indescriptible casi sobrenatural había llenado mi ser, y mi cuerpo mostraba una vitalidad sorprendente. ¡No existía sobre la faz de la tierra contrariedad que no pudiera resolver! Es milagroso lo que puede hacer el amor por una persona, ¡Ah! Si el amor inundara los corazones de todo ser humano, otro mundo seria el nuestro. El amor es un estado espiritual que solo es capaz de experimentar el hombre y que por eso lo coloca en la cima toda la creación divina. El amor es esa energía inagotable e imperecedera que nos hace aspirar a más. El amor es el fuego, es la concupiscencia, es la más exquisita de las lubricidades que anida el corazón humano y despierta lo más sublime de las emociones. Con el amor se ha vivido el más celestial de todos los estremecimientos, y es el que nos ha permitido gozar el más dulce y exquisito de los abandonos. El amor, es vivir la existencia para amar, y no para ser amado cuyo único y noble propósito es ver feliz al ser querido; de aquí que sea más fácil ser amante que marido. El amor es esa dulce sensación de abandono total en el regazo venerado sin importar el tiempo, el espacio o la ausencia. El amor es ese que se viste de una fuerza monstruosa que llena al ser humano de paz y plenitud infinitas. El amor es la fe, es la esperanza, es la fuerza que hace realidad lo inimaginable y que vuelve posible lo imposible. El amor es aceptar al ser amado como perfecto aun cuando está lleno de imperfecciones, es aceptar al ser amado como único aun cuando vive entre millones, es extrañar a ese ser extraordinario cuando está lejos, y robarle un beso aun sin que se rocen
  • 43. 43 nuestros labios. El amor es la unión de dos personas, no en aquella parte de la carne; sino en la espiritual que hace que dos personas caminen por el sendero de la vida como si se tratara de un solo ser; con cuatro manos, cuatro pies, pero con un solo pensamiento, un solo corazón y una misma dirección. El amor es un te quiero, un te amo, un te extraño, o un me gusta estar a tu lado; pero también es un ¡Abrígate, que hace frio! ¡Que calor hace, aquí tienes un vaso con agua! ¿Tú sabes que cada que te pregunto como estas, te estoy diciendo te amo?, o; cuando estas enferma o ausente de casa y cuido a los niños te estoy diciendo ¡Te amo! El amor es caminar juntos el sendero de la vida abrazados, o tomados de la mano o simplemente disfrutando de la compañía del ser amado en la mañana bajo un cielo límpido y radiante, o al medio día bajo el sol ardiente, o en una tarde lluviosa, o bajo un cielo estrellado. El amor es una palabra, y como expresión que es se pronuncia con palabras: ¡Te amo! Pero como palabra que es, vive condenada a perecer devorada con amarga alegría por el espíritu avaro de Eolo, y es necesario dotar de fuerza a las palabras con hechos. ¡No bastan las palabras! O como lo dijo Platón: la mejor declaración de amor es aquella que no se hace pues el hombre que siente mucho habla poco. Por la mañana disfrutábamos de la caminata sin decirnos nada, o quizá unas cuantas palabras, todo nuestro lenguaje se expresaba por medio de nuestras miradas. Nos deteníamos en el ventanal, y admirábamos los volcanes que vestidos con sus trajes blancos se mostraban majestuosos trazando una exquisita y suave línea en el cielo azul. Nos gustaba respirar el aire puro y llenarnos con el
  • 44. 44 fresco aroma a tierra mojada de la mañana. En el jardín nos deteníamos para observar la belleza de las flores, rosas, geranios, claveles y jazmines cubiertos con gotas de fina escarcha de la aurora, y oleadas de perfume abundante se percibían. En su loco y desvariado afán por demostrar que me amaba, de bellos cariños todos los días me procuraban, que terminé adicto a sus besos, a su presencia y a sus excesos. Dos meses vivimos juntos, y puedo decir con seguridad que fueron los días más maravillosos de mi vida, viviendo por el amor y para el amor. Mi vida la puse a sus pies, y dediqué cada uno de los instantes de mi frágil existencia en complacer sus caprichos, cosa que se facilita cuando se está perdidamente enamorado. Leíamos juntos los libros que hay en mi consultorio, unas veces de medicina, otras de política o religión, los comentaba y ella me daba sus propios comentarios, que muchas veces eran motivo de escandalosas risas; como la del espíritu dionisiaco, o del problema de la actitud de los norteamericanos. Nos sentábamos juntos en la sala de espera contemplando con parsimonia a través del cristal el cielo azul y las nubes blancas que majestuosas se alzaban en el firmamento. Algunos momentos permanecimos de pie frente al ventanal tomados de la mano y contemplábamos como hipnotizados el horizonte, algunas veces a la salida del astro rey y en otras la puesta del sol que caía lento y cansado de tan fatigado día. En otras ocasiones estábamos frente al ventanal ella recargando su cuerpo en mi pecho y yo envolviéndola con mis brazos, permanecíamos quietos y absortos durante largo tiempo escuchando los trinos de los pájaros y viendo como la negrura del velo de
  • 45. 45 la noche iba cubriendo poco a poco la tierra. Por la noche salíamos e íbamos a cenar, siempre donde ella quería o según lo que a ella se le antojaba. Había noches que nos íbamos a cenar al restaurant, en otras ocasiones íbamos a comer antojitos mexicanos en la fonda de doña Soledad acá en el centro de la población, y algunas noches nos dirigimos a la ciudad donde comprábamos comida y nos regresábamos al consultorio que amparados por la luz tenue de la cocina o de nuestro cuarto cenábamos plácidamente mientras nuestras miradas contemplaban con espíritu monacal nuestro cuerpo cual hostia inmaculada, como preludio de aquellas noches de frenesí ardiente y de lascivia interminable que culminaba en la fatiga deliciosa por el elixir de la vida que derramaba en Elisa. Una noche recuerdo que ella estaba frente a la ventana abierta de codos sobre el marco del ventanal, era la noche más hermosa que jamás había visto, la luna estaba pletórica ascendiendo por el este, las estrellas se encontraban suspendidas en lo alto del cielo y destellaban una luz casi celestial. La noche era quieta, callada, ni el roce de las ramas de los árboles se atrevía a romper el silencio de la profundidad nocturna. Me acerqué a ella y me coloqué a su lado, me puse a mirarle el perfil de su bello rostro como tratando de entrar a su cabeza y escudriñar en su pensamiento. De momento levanté la mirada y juntos contemplamos la hermosura del paisaje nocturno que ante nuestros ojos se levantaba, aspiramos el fresco aroma que la tierra y la vegetación exhalaba, la luna pletórica se elevaba en el firmamento, y la osa emitía un brillo cada vez con mayor fuerza. De repente una sensación de angustia invadió mi corazón y una
  • 46. 46 vaciedad abrumo mis sentidos, de momento ¡Todo lo tenía! Y el gran amor de mi vida conmigo estaba. Me acerque a Elisa y rodee su cuerpo con mis brazos, pose delicadamente mis labios en su hombro y ella volteó, estaba llorando, embebí mis labios con sus lágrimas y con palabras llenas de amor traté de dar consuelo a su pobre corazón. Ya hable con mi mamá, y voy a regresar a casa, ya no me quedaré contigo todas las noches –me dijo y recargo su cabeza sobre mi hombro-. Incansable Febo, con carácter juguetón y parlanchín a nuestra vida llegas, y alternando juego y descanso los destinos de los hombres quedan ligados, para fortuna de unos y para desventura de otros. ¡Oh niño alado, grácil y travieso, disparaste tu flecha contra mi pobre corazón y herido terminó conquistado por el filo de tu saeta! Al fin te has adueñado de mi alma y mis dominios ya no me corresponden más, en el mástil de mi corazón hoy se levanta triunfal ya tu bandera y agitada por los aires del delirio y la locura se ondea con una majestuosidad celestial ante las miles de miradas curiosas que asombradas presenciaron tan desigual batalla, sometido he terminado a la fortaleza de tu brazo y a la arista de tu flecha, tuyo es mi trono ya. Pero; ¿Por qué te ensañas con esa fatalidad extraña en contra mía hijo de Citerea? ¿Qué acaso no soy seguidor tuyo? ¿Acaso te has olvidado de este tu siervo que vive para complacerte y que sin cansancio muestra al mundo tu amorosa existencia? ¡Ah! ¡Cupido! ¡Cupido! El amor de la humanidad es tan inmenso como la inmensidad del agua de los ríos que se discurre como serpenteando entre las alfombras multicolores de los verdes valles y de las
  • 47. 47 praderas vestidas de flores, o como la inmensidad del firmamento que se extiende desde un horizonte hasta el opuesto abrigado con ternura por el límpido cielo inmortal, o la inmensidad intangible de la brisa que con sus suaves caricias tierna se desliza sobre la superficie disforme de los cuerpos, o la inmensidad del fuego ardiente que a nuestras almas llena de luz y a nuestros cuerpos del ardor inagotable y exquisito que nos entrega en los brazos del amor. ¿En cuántas ocasiones hemos tenido discusiones tan acaloradas por el amor? ¿Es que has olvidado que soy fiel seguidor tuyo? ¡Ah! Qué caso tiene que te recrimine por la herida cuando me la has infringido ya, y mi corazón sin remedio se desangra con lentitud hasta que exangüe acuda la muerte en mi auxilio con su demacración triste y melancólica. Acaso ese es el triste destino de los fieles seguidores que transitan el camino de la vida amando al amor, adorando al amor, disfrutando del amor, ¡Sufriendo por el amor! Es que disfrutas tú niño glorioso con el sufrimiento de los que te seguimos con fidelidad ya probada en el campo de guerra de nuestras vidas, o será que como seguidores tuyos que somos hayas en nosotros únicos seres a los que puedes infringirles castigo sin que veas peligrar tu endiosamiento. ¡Anda! Niño saltarín, deja ya de perseguirnos y de martirizarnos, no te encarnices con los que te adoramos, sal a las calles que hay muchos hombres y mujeres que no creen en el amor, que no viven en el amor, que no sienten el amor, que no nacen en el amor y que mueren sin amor. ¡Oh! Glorioso descendiente de Venus mira que son muchos los mortales que no te conocen, son muchos aquellos que dudan de tu
  • 48. 48 existencia, y son muchos aquellos que sabedores de tus deidades pasan por la vida ignorándote, desdeñándote o humillándote. Así como sabiamente y con vehemencia haces que nosotros tus adoradores caigamos rendidos a tus pies cediendo nuestros dominios a tu protestad; así debes salir al campo de batalla, ¡Como un cazador! ¡Como un guerrero! Blandiendo miles de letras ardientes como puntiagudas flechas que a los aires enviarás con la fuerza de tu arco, surcaran los límpidos cielos y con ayuda de los templados Notos caerán como lluvia sobre aquellos que te huyen. Porque; ¿No es regla que el soldado ataque al enemigo? ¿No es común que el guerrero somete al enemigo y se lanza nuevamente al campo de guerra en busca de más que pueda sumar al sometimiento? ¿Cuándo has visto tu honorable niño alado que entre amigos armen guerra? Mira a Cayo Julio Cesar que salía al campo de guerra para conseguirle esclavos al imperio romano, o ¿Acaso atacaba a sus seguidores? Deja ya de lanzar tus dardos asesinos en contra de nosotros tus seguidores, te conmino a que salgas al campo de batalla y como el gran Aquiles blandas tus flechas y las encajes en aquellos tus enemigos. Mi vida entera la he dedicado al amor, yo he vivido por el amor, ¡He vivido para el amor! Y justo es que me tengas entre tu tropa como el más ferviente de tus adoradores, cuántas mujeres se han dejado sumergir entre mis brazos y han disfrutado de mis favores, innumerables mujeres son las que han dado cobijo a mis sienes en su regazo en la fatiga exquisita cuando inmerecidamente me han colmado con sus delicias y como miel exquisita he visto rebosar entre mis labios.
  • 49. 49 ¡Ah! Cuantas veces me has hecho presa de tus caprichos glorioso Febo, y como el más fiel de tus vasallos siempre he seguido al pie de la letra cada uno de tus designios sin objetar una sola de tus ardientes palabras. ¡He vivido complaciéndote! Toda mi vida he pasado dejándome llevar por tus apetitos. ¡He vivido venerándote! Cuantas veces lo has requerido te he colocado en el altar de mi corazón vestido tu cuerpo con purpureas vestiduras y tu cabeza adornada con una corona de laurel como el emperador de mi corazón. ¡He vivido sin albedrio! Siempre que me has sometido a tus inconstancias la voluntad y la razón he abandonado pues rebosantes de altanería y con egoísmo majadero intervienen en contra de las pasiones. Todo lo he dejado en tus manos amado niño alado, y he seguido cada una de tus ordenanzas hasta conquistar a la que se vestía con aires de grandeza y que llena de soberbia y arrogancia se alzaba imponente, parecía inconquistable; pero termino sometida a mis letras, a mis brazos; a mis placeres. Y ahora; tras el derramamiento transparente y balsámico en el campo de batalla, tras las interminables noches de entrega ardiente cubiertas con las vestiduras de eros, unas en el tálamo y otras bajo la luna de plata rodeada de diamantes en la profundidad del cielo; ahora he terminado prisionero de mi presa, he terminado como servidor en el reino conquistado y me someto con una amarga alegría como el más humilde de los esclavos de la reina conquistada. Mi razón ha sido condenada en el más oscuro de los abandonos y en el más cruel e infame de los etéreos, mi voluntad se viste con el mas lúgubre de las decepciones y de la barca
  • 50. 50 en que conducía mi vida se ha arrojado a las trémulas aguas del olvido para morir en el fondo arrastrado por los remolinos, y mi amor propio ha sido confinado en el más oscuro de los calabozos condenado a perecer ante la ignominia e indiferencia de mi yo. Triste final el mío, sirviendo al dios del amor y sirviendo a mi conquista, pero; si algo me sirve de consuelo, he sido glorificado con el más exquisito de los abandonos, ¡He sido tocado con tus bendiciones! ¡He sido bendecido con las gloriosas vibraciones del encanto de Venus! He sido bañado por las deliciosas mieles que con impetuosidad inagotable se escurrían por las laderas corpóreas. Así fue como has herido mi alma, así fue como hundiste inmisericordemente la punta de tus flechas en el abismo de mi corazón, y hoy me veo sumergido en las libaciones estruendosas de gruesas lágrimas que inagotables emanan de mis ojos hasta quedar en la más completa aridez las oquedades. Has vencido ya, ya no soy dueño de mis días, basto solo un breve encuentro, en un fortuito encuentro conocí a Elisa; la niña de mi vida, la dama de mis quimeras, luz de armonía, encanto de colores, poseedora de mis sueños, aroma de mis flores. Mujer de pose divina y mirada profunda que me hizo recordar a la “madre del reposo”, que con aire cálido y maternal cobijaba en su regazo a un pequeño mientras sus labios lo arrullaban con una suave entonación. ¡Ah! Como recuerdo ese día ¡Triste día! ¡Feliz día será en mis recuerdos! Primero un lento acercamiento, después una tenue sonrisa, y el contacto se hizo más cercano. Luego vino un detalle y la compañía en la calle, una débil caricia y un beso suave, preámbulo del febril
  • 51. 51 escarceo que resulta en cadena ¡Bendita cadena! Difícil de romper. Pobre de mí que indocto vivía del porvenir, y hoy me tiene prisionero el amor. En ese estado me encontraba yo, viviendo días de plena dicha e incomparable felicidad, y las mieles del amor inundaban el grial de mi corazón; pero ciertas mañanas me sentía con un estado anímico abatido como si pesadas cadenas me mantuvieran en las profundidades del más oscuro abismo. Estaba mi ánimo por los suelos, fatídicamente deprimente era mi visión de las cosas y de la vida, se trataba de ese estado que no logramos describir ni en el más horrendo de nuestros sueños, donde la fantasía y la realidad las confundimos y de una gota de agua hacemos una tempestad. Trabajaba poco, comía poco y por las noches no lograba conciliar el sueño, sea por pesadillas o sea por insomnio, o sea por tanto pensar en mi hermosa Elisa. Por la mañana mi cuerpo se sentía con una fatiga extrema, al borde de la extenuación, como si hubiera caminado mil leguas. Todo me resultaba insoportable, aun lo más bello tenía la apariencia antiestética y me era difícil tomar decisiones. Todo me resultaba tan complicado y desconocido, hasta lo cotidiano resultaba embarazoso; sentía que la camisa y el pantalón me apretaban, o que había aumentado de peso, o que era de un color poco agradable, o que ninguna prenda lograba armonía. ¡Esto no me gusta! ¡Aquello me desagrada! ¡aquel me pone de malas! Así me dirigía al trabajo y solo lograba llegar asirme a un sillón donde recostaba mi cuerpo en toda su largueza y ponía a trabajar mi memoria en busca de algún momento de mi vida que resultara feliz y enalteciera mi deprimente estado anímico.
  • 52. 52 La situación de mi estado emocional no era el más agradable, y por lo mismo es que me separaba de Elisa para evitar platicar con ella y terminar de alguna manera confrontados. Así que me las ingeniaba para hallar la manera y la forma de agradar a Elisa, y evitar una discusión en estos pésimos momentos de mi vida. Pero a veces la vida no cumple antojos, y lo que tanta aversión mostramos es lo primero que nos sucede. En una de esas tardes y con el estado de ánimo como lo he descrito, me encontraba recostado en el sofá de la sala de espera, pensando, ¡Solo pensando! Cuando se acercó Elisa y me acaricio la frente con su tierna mano, ¿Qué te pasa pequeño? –Me pregunto angustiada-, nada solo es que estoy pensando sobre algunos asuntos familiares –le dije-. Comenzó hablarme de dios, y de la esencia divina del creador, así como de algunos párrafos de la biblia y yo abrumado e insatisfecho rompí en irónicas burlas que estropearon el día. Era como si dos personas opuestas vivieran en mí. Uno bueno y uno malo. Pues esta parte mala era la que surgía en esos momentos de abatimiento mortal. Elisa por su parte se limitaba a sonreír, no decía nada, me miraba con aire maternal, y hasta llena de ternura acariciaba mi cuerpo como tratando de apaciguarme. Yo sé que hay días malos –me decía- pero si buscas a dios el iluminara tu camino y tu corazón, aunque poco he vivido contigo, sé que eres un hombre bondadoso, pero en ocasiones veo con tristeza que dos seres habitan en tu interior, y luchan permanentemente por vencer uno sobre el otro. Deja que salga vencedor el ser bueno, deja que sea el bien el que domine tus pensamientos y que tus actos sean resultado de la bondad de tu corazón. Cuando sientas que el ser perverso esta en ti, olvídate de todo y disfruta de mis brazos, y abandona tu cuerpo en mí.
  • 53. 53 Era una tarde fría, con el firmamento lleno de nubes, y una suave brisa se percibía en el exterior agitando las ramas de los árboles, las milpas engalanadas con sus vestidos verdes se extendían majestuosas a todo lo largo de los campos coqueteando con sus hojas a las caricias del viento, los pinos y ocotes se alzaban imperiales que pesadamente se mecían con el viento, numerosas nubes ascendiendo por el oriente, los pájaros cantaban alegremente y el olor a tierra húmeda impregnaba el aire que se respiraba, el sol lentamente desciende por el poniente oculto parcialmente por nubes naranja y escarlata en el horizonte como apaciguando su cansancio por el recorrido del día, las ramas de los árboles murmuraban agitadas por el viento, un aroma a rosas y jazmines exhalaban los floreros del altar y las paredes de las casas se tornaban grises y plata reflejando los rayos últimos del sol; todo digno de admiración. En eso estábamos, cuando de pronto escuchamos un silbido, yo no le di importancia porque es frecuente que pasen los jóvenes y silben la tonadilla de alguna canción o hasta incluso lo hacen para comunicarse con alguna otra persona. El caso es que Elisa se levantó rápidamente del sofá donde estaba descansando y con pasos rápidos se dirigió hacia el ventanal donde se detuvo a mirar a la calle a través de los cristales, lentamente abrió la ventana. Inquieto y un tanto extrañado por lo sucedido me levante del sofá y camine hacia la ventana parándome a un lado de Elisa. Vi que entre risas bromas y empujones iban caminando por la acera de enfrente tres jóvenes y dos jovencitas. Elisa no perdía detalle de la escena, permanecía muda y anonadada ante lo que veían sus ojos,
  • 54. 54 esa quietud y atención exagerados resultaban para mí un tanto insólitos, sobre todo porque se trataba de unos jóvenes y perfectos desconocidos. Los jóvenes, reían, gritaban, manoteaban y se empujaban, uno de ellos fue empujado hacia el consultorio, y este se acercó tímidamente a la puerta principal emitiendo nuevamente el silbido que dio origen a todo este movimiento. ¿Qué querrá ese joven, Elisa? –Le pregunté-, no lo sé –me contestó-, vamos querida, tu escuchaste el silbido –le dije sin intención alguna como queriendo molestar a Elisa dado el estado emocional en que me encontraba -, ¡No! ¡Yo no le llamé! –Me contestó Elisa sorprendida-, ve a ver que quiere o dile que se retire –le indique a Elisa-, y acto seguido Elisa salió del consultorio y hablo con el joven muy tranquilamente y sonriendo, como si se conocieran. Cuando hubo entrado Elisa al consultorio, nos sentamos en el sofá nuevamente. Elisa permanecía callada, con la mirada puesta en la puerta del consultorio. -¿Qué te pasa Elisa? –le pregunté-, - ¡Nada amor! –me decía-, - ¿Quién es ese joven? –le pregunté- - ¡No lo sé! –Me contestó- - Tú lo conoces, porque cuando silbo reconociste el sonido y con paso presuroso te dirigiste al ventanal. ¿Quién es Elisa? –nuevamente preguntaba- - Es un vecino mío, y que a veces nos ayuda en la casa. Es amigo de mi hermano, pero nada más. ¿Satisfecho? –Me dijo con cierta ironía-
  • 55. 55 - Pero tú le llamaste –le dije señalando la puerta con mi mano izquierda-, el no vino hasta la puerta porque se le haya ocurrido, ¡Tú le llamaste! - ¡Oye! ¡Qué te pasa! –Me dijo molesta-, yo no le llamé, el solo se acercó a la puerta del consultorio - ¡Así nada más! ¡Como por arte de magia! –le dije burlonamente- - Pues si lo quieres creer, y sino ¡Allá tú! –Me dijo y se levantó del sofá- Elisa se retiro de la salita en que estábamos descansando y conversando. Yo permanecí en ese estado de hartazgo con mi cuerpo recostado en el sofá un rato más pensando en el día embarazoso en que nada me complacía y que afortunadamente estaba por concluir, sin embargo; una casualidad del destino quiso que mantuviera abierta mi mente para descubrir quién era en realidad la que vivía conmigo, pero ¡Oh necio de mí! No supe dar interpretación a escena tan confusa y tan clara al mismo tiempo, y preferí hacer de Elisa una víctima de mi mal día. Así que me levante del sofá y me dirigí al cuarto de descanso. Para corregir el camino y alegrar a Elisa quise jugarle una broma y con el mayor sigilo posible camine hasta llegar a la puerta del cuarto, hice algo de ruido al abrir la puerta y entre al cuarto. Elisa estaba tendida en la cama reposando sobre su espalda y manipulando su celular, como cuando se escribe un mensaje, y al verse sorprendida con discreto apresuramiento giro su cuerpo sobre su costado izquierdo y muy ingeniosamente coloco su móvil bajo la almohada. Acuéstate amor –me dijo-, yo no había perdido detalle en el rápido movimiento de Elisa y miraba hacia donde había colocado su teléfono, ¿A quién le escribías Elisa? –Le
  • 56. 56 pregunté-, ella seguía acostada sobre su costado, con los ojos cerrados como si estuviera dormitando y la respiración pausada como si nada le preocupaba, ¡A nadie amor! –Me contestó- ven pequeño abrígame con tu brazos –tiernamente me dijo-. Lentamente me acomode a su lado y le dije que lo sentía mucho, que me arrepentía por haberme expresado como lo hice y por haber dudado de ella cuando el chico se acercó al consultorio. ¡Ay Uriel! No te preocupes ya olvídalo, somos como dos chiquillos, sin malicia y con la más pura de las inocencias nos amamos y nos hemos entregado a los brazos del amor, tu duda carece de sentido, si eres tu ¡Solo tú! Lo que más amo en la vida, y lo que menos quiero es que tengamos dificultades, abrázame –me dijo al mismo tiempo que pegaba su cuerpo al mío-. Si ya de por si me sentía mal, con esta excesiva benevolencia y fatuidad de Elisa, de un golpe había acabado con el escaso amor propio que me quedaba. Soy un malvado –me decía-, ¡Cómo es posible que dedique mis horas atormentando a esta bella criatura con mis dudas inextricables! –Pensaba para mis adentros-. ¿Será posible que me porte así con ella? Hemos platicado en numerosas ocasiones sobre nuestra vida y nuestros planes, tenemos proyectos para el resto de nuestras vidas, ¿Por qué la duda? O mejor dicho ¿Por qué la sospecha? Pero de que, o de quien. ¡No puede ser! Mi corazón fue presa de los más dolorosos presentimientos. Esa manifestación excesiva de bellos sentimientos por parte de Elisa, lejos de apaciguar mi coraje, hizo que estremecedoras ideas cayeran en mi mente, que por el momento anímico eran como semilla cayendo en tierra fértil.
  • 57. 57 ¿Por qué se había acercado ese joven? ¿Por qué escondió el móvil bajo la almohada? ¿Por qué en lugar de estar enojada conmigo, me colma de cariños? Que era lo que me pasaba, acaso; ¿Estaba celoso? No, no puede ser. Pero entonces, ¡Qué es lo que siento! Porque en estos pocos minutos he perdido la paz. Elisa permanecía entre mis brazos, dormitaba abrigada por el calor que emanaba de mi cuerpo, sus cabellos reposaban sobre mi brazo y un blando seno hallaba acomodo en mi mano. El sol de la tarde se asomaba tenue por la ventana, numerosos ruiseñores emitían su canto entre el follaje de los árboles y una brisa suave producía en las cortinas movimientos ondulantes, mientras obnubilaba mis sentimientos con una lluvia de estrepitosos temores y mis sentidos con el embriagador perfume de Elisa. Mi naturaleza es de un carácter dulce y apacible, y no soy muy dado a dejarme influenciar por lo que se dice de mi o de aquellos que me interesan, y menos de murmuraciones en contra de Elisa. Siempre he sido de las personas que hacen caso omiso de los comentarios, y con mucho cuidado procedo para acreditar algún hecho antes de creer en lo que dice la gente. Algunas veces los comentarios son propagados con la clara intención de perjudicar a quien van dirigidos y en otras con astucia y alevosía del infame las murmuraciones se visten de hermosos atuendos bajo las más encantadoras adulaciones y los resultados son peores. Por eso es que no hago caso a murmuraciones, sean buenas, o sean malas; y prefiero comprobar cualquier hecho antes de hacer caso a las palabras que se dicen con
  • 58. 58 tanta vehemencia entre la gente. En este caso no iba a ser la excepción, ya diversos comentarios se habían hecho en torno a Elisa, pero como su fiel seguidor nunca tomé en cuenta, creía en ella, creía en el amor, ¡Miles de comentarios no eran suficientes para terminar con nuestro idilio! Pero un solo acto desleal terminaría con nuestro amor: por tu espíritu hablaran los hechos, siempre le decía. En ese momento vivía la peor de mis pesadillas, el peor de mis tormentos, en un santiamén llegaron a mi mente aquellos fugaces recuerdos de engaños y traiciones que creía olvidados y como alfileres se clavaban en mi corazón. Es como aquellos que resultan secuestrados, los familiares reciben la noticia y llevan a cabo el trato solo con los encargados a través del teléfono; y una vez que llegan a un acuerdo y convienen resolver el conflicto, entregan la víctima. Pasa el tiempo pero esos momentos quedan grabados para siempre en la memoria de los afectados, y para curarse del inmenso trauma, en su medio tienen que modificar muchos hábitos y costumbres, y toda una serie de características del entorno tienen que ser transformados ¡Hasta el tono del timbre de los teléfonos! Pero resulta, que un día, en algún extraño lugar, repiquetea un teléfono con el mismo timbre que el que utilizaban cuando estaba secuestrado, y una desbandada de pensamientos y temores llegan al corazón. Eso es lo que me paso con Elisa. Con su amor creía enterrados en lo más profundo de un abismo la traición y el engaño que viví en otros tiempos, y creí desterrados muy lejos los celos. Ahora estaba confundido, mis sentimientos embotados ensombrecían mi pensamiento e impedían a la razón emitir juicios correctos como la situación lo ameritaba, y el
  • 59. 59 triste corazón persistía en su necedad con el amor. Mente y razón, contra sentimientos y corazón. ¿Qué era aquello? ¿En qué terrible dilema estaba metido? Ahora me encontraba en el interminable y eterno conflicto entre estos dos grandes entidades, ¡Vaya dialogo tan deprimente! ¿Y si pierdo a Elisa? –Decía el corazón-. ¡No es la única mujer sobre la faz de la tierra! –Decía la razón-. ¿Y si me engaña? –Decía el corazón-. ¡No puede engañarte, te necesita! –Decía la razón-. ¿Y si algo tiene que ver con ese joven? ¡Déjala, que se vaya! ¿Y si en algo estoy fallando? ¡Eres único, encantador, pero eres ser humano! ¿Y si nos vamos lejos? ¡Al engaño no escaparas! ¿Por qué le hablo tan amigablemente a ese joven? ¡Porque es su vecino, y además es joven! ¿Por qué en lugar de enojarse conmigo me colma de cariños? ¡Porque te quiere! ¿Por qué me dejo en la sala de espera? ¡Porque la ofendiste! ¿Por qué se sorprendió cuando llegue al cuarto? ¡Porque se asustó! ¿Por qué escondió el teléfono bajo la almohada? ¡No te fijes en poquedades! ¿Alguna llamada acaso? ¡No elucubres! ¿Por qué suceden estas cosas? ¡Así es la vida! ¿Por qué me siento mal? ¡Porque eres ser humano! ¿Por qué me causa sufrimiento? ¡El sufrimiento fortalece el alma! ¿Qué hare si me deja? ¡Muchas cosas bellas! ¿Podré vivir sin ella? ¡Mejor que ahora! ¿Me oculta algo? ¡Necio, no te atormentes! ¿Por qué temo ser engañado? Porque tú eres uno de ellos ¿Por qué pagan bien con mal? Así está escrito en las sagradas escrituras ¿Por qué existe el mal? Para contrarrestar el bien. ¿Por qué me siento solo? Porque estas lleno de sospechas y desconfías de la gente. ¿Por qué no duermo bien? Porque te matas pensando en ella. ¿Por qué me miente? Mira dentro de ti. ¿Porque sufro con el amor? Porque amas. ¿Por qué los demás no sufren? Porque
  • 60. 60 viven. ¿Acaso los demás no aman? Aman el placer. ¿Y qué es el placer? Disfrutar sin amar. ¿Por qué sufro? ¡Ah! No te gusta el sufrimiento, entonces cura de una vez por todos tus males y muere. ¿Morir? Tú lo has dicho. Muy intenso era el dialogo que sostenían la razón y el corazón, cada uno con sus argumentos, válidos; pero no lograban acuerdo alguno. Elisa despertó, y me dio un beso lleno de ternura en la frente. Se levantó de la cama, se arregló con esmero y la lleve a su casa. Yo regresé al consultorio. Como les decía con anterioridad, me encontraba en uno de esos días donde nada ni nadie me agradaban, y el esfuerzo para estar bien hasta conmigo mismo era mayúsculo. Y en estos mismos días es cuando con mayor facilidad solemos comenzar alguna actividad y aun sin terminarla, iniciamos otra; es el tiempo de lo inconcluso. Estos días constituyen también tierra fértil para la ociosidad ¡Madre de todos los males! ¡Ay de aquel que busque consuelo en el regazo de la reina del ocio! Me encontraba en el consultorio leyendo un artículo acerca de las lesiones residuales posteriores a los tratamientos conservadores, y de repente me dio por leer un libro; busque en los anaqueles de mi librero y tomé la biblia, y la abrí al azar, y me halle en el Eclesiástico con la siguiente estrofa: “No te entregues a mujer alguna, a punto de que se convierta en ama de tu fuerza. / Nunca vayas a ver una mujer perdida, no sea que caigas en sus lazos. / No seas amigo de ninguna cantadora, no sea que vaya a cogerte en sus intrigas. / No fijes tu mirada en una muchacha, no sea que caigas e incurras en castigo por ella. / No te hagas de queridas, no sea que pierdas tu herencia. / No andes mirando a todos lados por las calles de una ciudad, ni te pongas a vagar por sus barrios desiertos. / Desvía tus ojos de mujer de buenas formas, no fijes tu mirada en la belleza de otro hombre; porque muchos se descarriaron a causa de una mujer bella, y la hermosura enciende la pasión como fuego. / Nunca comas con la mujer de otro hombre, ni vayas a embriagarte con ella bebiendo su vino; no sea que tu corazón se incline hacia ella, y para tu ruina te ahogues en sangre”
  • 61. 61 Quede atónito ante las frases que veían mis ojos y que caían en mi corazón como si se tratara de una sentencia. ¡La Biblia! un libro donde se agrupan todos los escritos sagrados de una de las más grandes religiones del mundo, ¡Escrito por Dios! Dicen muchos de sus devotos; y hablando de la mujer de esta manera. Vaya consejo para los hombres, difícil de cumplir por cierto. En buen momento, decidí leer. Deje la Biblia en su sitio, mas confundido se hallaban mis pensamientos, y mi corazón se había transformado en una maraña de sentimientos. Regresé mi atención extraviada a la computadora, y me percaté que habían llegado varios mensajes en la bandeja de entrada de mi correo electrónico, así que ingresé a mi cuenta y en uno de ellos decía: “X ha comentado una fotografía en la que apareces…” y como X era una persona importante dentro de mis contactos, ingresé a mi cuenta en las redes sociales, donde leí el mensaje completo. Ya estando en esta red social, no pude evitar entrar a la página de Elisa, y; ¡Oh, que terrible sorpresa que me llevé! Encontré un mensaje que recientemente había sido publicado: “Te amo Elisa hermosa, sabes cada día te amo más, eres muy encantadora, mi princesa hermosa, mañana te veo a la hora de siempre. Ok? Descansa. Te quiere Rigo” Mis ojos quedaron fijos en la pantalla de la computadora, pareciera que un extraño hipnotismo se hubiera apoderado de mi voluntad, pero una y otra vez recorría con la mirada el mensaje escrito con tanta vehemencia. Me levanté del sillón y camine en el consultorio a pasos rápidos, ¿Quién es ese tal Rigo? ¿Por qué escribe ese mensaje a Elisa? –me preguntaba desconcertado-. Debe ser un amigo –me