Capítulo 2 | El Gran Conflicto en el libro de Job | Escuela Sabática
1. 2
El gran conflicto
en el libro de Job
S
i nunca hemos leído el relato de lob, quizás seamos grata
mente sorprendidos por la forma en que comienza esta
clásica historia. Job es encomiado porque posee caracte
rísticas dignas de alabanza. Para algunos esta quizá sea la
declaración más impactante de todo el libro: «Había en el país de
Uz un hombre llamado Job. Era un hombre perfecto y recto, te
meroso de Dios y apartado del mal» (Job 1:1).
El relato continúa diciendo Job era padre de siete hijos y de tres
hijas. Para completar, se dice que «era el hombre más importante
de todos los orientales» (Job 1:3). Religioso, rico e importante.
Todo va bien hasta aquí.
Como un hombre religioso, él celebraba cultos de adoración a
favor de sus hijos adultos. Asumía su responsabilidad como padre
en caso de que ellos se hubieran olvidado de Dios. Nuestra admi
ración por este personaje crece a saltos. Su imagen es la de un
hombre de negocios maduro, serio y altamente exitoso.
Ese estado lo podríamos alcanzar, de ser posible, al reposar en
los brazos de Jesús, «libres y salvos de cuitas penas y dolor».1
Job era una persona sin tacha en sus relaciones con los demás.
Todos vivimos en contacto con otras personas, con Dios y con
2. 16 • El libro de Job
nuestras comunidades. Es cierto que existen «ermitaños», tanto
grupos como individuos que procuran mantenerse alejados de los
demás; sin embargo, nadie puede escapar de la presencia de Dios.2
La experiencia de Job tiene una aplicación universal. En princi
pio, cualquier cosa que experimentemos en la actualidad ya habrá
sucedido, porque como dijo Salomón: «nada hay nuevo debajo
del sol» (Ecle. 1: 9). Los detalles de nuestras experiencias indivi
duales pueden diferir, pero el punto común es que todos, tarde o
temprano, somos examinados, probados y tentados. Aunque qui
zá nuestras pruebas no sean tan graves como las de Job, todos, en
algún momento, tendremos que enfrentamos a ellas.
Sin embargo, tomando en cuenta las declaraciones del mismo
Dios (Job 1: 8), es posible vivir agradándole en cualquier momen
to, en cualquier cultura y en cualquier sistema político y a pesar
de cualquier oposición. Recuerda lo que Jesús dijo: «Para los hom
bres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son
posibles para Dios» (Mar. 10: 27).
Suponemos que Job vivía inmerso en sus propios asuntos,
cuando sin saberlo, llegó a ser el tema principal de un diálogo
entre Dios y Satanás. Hagamos una pausa y hablemos del trasfon
do de esa cósmica conversación.
Hay varias preguntas respecto al origen del mal en este mundo:
¿Quién creó al diablo? ¿Es Dios responsable del mal que hay en este
planeta?
Jesús aclaró las intenciones de Satanás: «El ladrón no viene sino
para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y
para que la tengan en abundancia» (Juan 10: 10). Mediante esta
declaración el Señor se coloca en un polo opuesto al de Satanás.
Es más, Cristo señaló que las obras del diablo estaban despro
vistas de verdad y llenas de mentiras. En ocasiones, los seres hu
manos se unen al diablo para distorsionar y corromper la verdad.
3. 2. El gran cofliao en el libro de Job 1 7
«Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro
padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio y no
ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuan
do habla mentira, de suyo habla, pues es mentiroso y padre de
mentira» (Juan 8: 44).
En otras palabras, el diablo es un asesino mentiroso que busca
destruir a Dios y usurpar el gobierno del universo. En el libro de
Job, el tema del gran conflicto aparece desde el primer capítulo.
La Biblia hace referencia a una guerra que se libró en el mismo
cielo. A esa guerra nos referimos cuando hablamos de «el gran
conflicto».
Isaías, Ezequiel y el apóstol Juan proveen información signifi
cativa acerca de dicho asunto.
Isaías 14: 12-15 lo describe así:
«¡Cómo caíste del cielo,
Lucero, hijo de la mañana!
Derribado fuiste a tierra,
tú que debilitabas a las naciones.
Tú que decías en tu corazón:
"Subiré al cielo.
En lo alto, junto a las estrellas de Dios,
levantaré mi trono
y en el monte del testimonio me sentaré,
en los extremos del norte;
sobre las alturas de las nubes subiré
y seré semejante al Altísimo".
Mas tú derribado eres hasta el seol,
a lo profundo de la fosa».
4. 18 • El libro de Job
Fíjese que a este personaje se le llama «Lucero, hijo de la maña
na». En la Vulgata latina, esa frase es traducida como «Lucifer»,
que literalmente significa: «Lucero de la mañana».
Esta criatura ocupó un elevado puesto como querubín protec
tor, estuvo en la misma presencia de Dios hasta que decidió inten
tar colocarse por encima del Todopoderoso y usurpar el trono.
Trató de conquistar el cielo a la fuerza, pero fue derrotado y echa
do a la tierra, tal y como lo expresa Juan en Apocalipsis: «Entonces
hubo una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra
el dragón. Luchaban el dragón y sus ángeles, pero no prevalecie
ron ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera
el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Sata
nás, el cual engaña al mundo entero. Fue arrojado a la tierra y sus
ángeles fueron arrojados con él» (Apoc. 12: 7-9).
El gran conflicto, la guerra entre Dios y Satanás, comenzó en el
cielo debido a que Lucifer no se sometió a la autoridad de Dios.
Él fue derrotado y echado fuera, y en la actualidad ha sumergido
al mundo en la miseria y el dolor.
¿Qué motivó ese conflicto cósmico? Ezequiel 28 es un oráculo
profético en contra del rey de Tiro. Sin embargo, los expositores
bíblicos también han encontrado en ese pasaje una condena en
contra del antiguo ser angélico que estuvo en la presencia de Dios
y que fue echado de allí.
«Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría,
y de acabada hermosura.
En Edén, en el huerto de Dios, estuviste.
De toda piedra preciosa era tu vestidura:
de cornerina, topacio, jaspe,
crisólito, berilo y ónice;
de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro.
5. 2. El gran coflicto en el libro de Job 1 9
¡Los primores de tus tamboriles y flautas
fueron preparados para ti en el día de tu creación!
Tú, querubín grande, protector,
yo te puse en el santo monte de Dios.
Allí estuviste, y en medio de las piedras de fuego
te paseabas.
Perfecto eras en todos tus caminos
desde el día en que fuiste creado
hasta que se halló en ti maldad.
A causa de tu intenso trato comercial,
te llenaste de iniquidad
y pecaste,
por lo cual yo te eché del monte de Dios
y te arrojé de entre las piedras del fuego,
querubín protector.
Se enalteció tu corazón
a causa de tu hermosura,
corrompiste tu sabiduría
a causa de tu esplendor;
yo te arrojaré por tierra,
y delante de los reyes
te pondré por espectáculo» (Eze. 28:12-17).
Aquí tenemos una breve historia de Satanás. Un ser creado, que
se llenó de orgullo a causa de su inteligencia, belleza física y otros
atributos. Un quembín que tuvo el privilegio de estar en la pre
sencia del Todopoderoso hasta que la maldad, la iniquidad y el
pecado de forma misteriosa anidaron en él.
En realidad, el diablo se creó a sí mismo. Él era un personaje ma
ravilloso, dotado con la capacidad de amar, adorar y servir a Dios
para siempre. Aunque Lucifer había sido creado para glorificar y servir
6. 20 • El libro de Job
a Dios, al ceder a los impulsos de su propio corazón se transformó en
el diablo, y por ello tuvo que ser arrojado del cielo a la tierra. Por lo
que nos dicen Isaías, Ezequiel y Juan es que nos encontramos con
Satanás al inicio del libro de Job.
Los primeros dos capítulos describen un encuentro entre Dios
y sus hijos (Job 1: 6, 7 y 2: 1). «Un día acudieron a presentarse
delante de Jehová los hijos de Dios, y entre ellos vino también
Satanás. Dijo Jehová a Satanás: "¿De dónde vienes?" Respondien
do Satanás a Jehová, dijo: "De rodear la tierra y andar por ella"».
No sabemos en qué lugar se celebró la reunión. Sin embargo,
es poco probable que la misma haya sido en el cielo. Es más, Ele
na de White escribió lo siguiente, obviamente describiendo la es
cena de una visión que ella habría recibido, y detallando parte de
la historia de Satanás:
«Satanás tembló al contemplar su obra. Meditaba a solas en
el pasado, el presente y sus planes para el futuro. Su pode
rosa contextura temblaba como si fuera sacudida por una
tempestad. Entonces pasó un ángel del cielo. Lo llamó y le
suplicó que le consiguiera una entrevista con Cristo. Le fue
concedida. Entonces le dijo al Hijo de Dios que se había arre
pentido de su rebelión y deseaba obtener nuevamente el fa
vor de Dios. Deseaba ocupar el lugar que Dios le había asig
nado previamente, y permanecer bajo su sabia dirección.
Cristo lloró ante la desgracia de Satanás, pero le dijo, comu
nicándole la decisión de Dios, que nunca más sería recibido
en el cielo, pues este no podía ser expuesto al peligro. Todo
el cielo se malograría si se lo recibía otra vez, porque el pe
cado y la rebelión se habían originado en él. Las semillas de
la rebelión todavía estaban dentro de él».3
Luego, afirma unos párrafos más adelante:
7. 2. El gran coflicto en el libro de Job 2 1
«Dios sabía que una rebelión tan decidida no permanecería
inactiva. Satanás inventaría medios para importunar a los
ángeles celestiales y mostrar desdén por la autoridad divina.
Como no pudo lograr que lo admitieran en el cielo, montó
guardia en la entrada misma de él, para mofarse de los án
geles y buscar contiendas con ellos cuando entraban y sa
lían. Procuraría destruir la felicidad de Adán y Eva. Trataría
de incitarlos a la rebelión, con plena conciencia de que eso
produciría tristeza en el cielo».4
De las declaraciones anteriores podemos deducir que las reu
niones descritas en Job 1 y 2, no se llevaron a cabo en el cielo. En
dichos concilios, Satanás obviamente afirmó ser el representante
del planeta Tierra y la respuesta de Dios fue preguntarle si se había
fijado en Job (Job 1: 8).
Satanás tomó la declaración divina como un desafío y le recla
mó a Dios que la lealtad de Job no era legítima, sino comprada.
Dios fue acusado, para los efectos, de soborno.
El conflicto tiene que ver con el señorío, la adoración y la leal
tad. En su intento de obtener todo lo anterior, Satanás representó
falsamente a Dios ante la hueste celestial, ante Adán y Eva en el
Edén y ante todo ser humano que ha nacido desde entonces, in
cluyéndonos a nosotros.
El único que puede reprender exitosamente al diablo, ¡es Dios!
(Zac. 3: 2.) El Nuevo Testamento nos dice: «Someteos, pues, a
Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Sant. 4: 7).
Jesús derrotó al diablo en el desierto usando las Escrituras (Mat.
4: 1-11). Esas palabras conquistaron el poder de Satanás en aquel
momento y lo harán hoy y siempre.
Jesús es nuestro ejemplo en el gran conflicto. Él venció al dia
blo, a Satanás, le quitó el dominio cuando murió en la cruz y pagó
8. 22 • El libro de Job
el precio de la redención, tal y como se profetizó en Génesis 3:15.
Mediante su muerte en la cruz del Calvario, Jesús atrae a todos a
sí (Juan 12: 31, 32). Y del mismo modo en que lo sacó del cielo,
él sacará a Satanás de nuestras vidas cuando le permitamos ser el
señor soberano de nuestra vida.
Somos vencedores por la sangre de Cristo. Nos justifica por la
fe que tenemos en lo que hizo por nosotros. Al obtener la victoria
sobre la muerte, Cristo ha echado por tierra el poder de las fuerzas
del mal.
En resumen, mientras que la rectitud de Job implica madurez y
no necesariamente perfección, su vida lo convierte en un ejemplo
contundente de que Satanás no es el dueño del planeta. Satanás
no podía atacar a Job sin el permiso de Dios. Dios tiene el derecho
de proteger a su siervo, como Creador y como Redentor. Los que
se someten a su autoridad, amor, gracia y misericordia se colocan
bajo su amante protección (Apoc. 7: 1-3; Sal. 91: 7; 143: 9).
Este episodio revela el gran conflicto que arropa al mundo, des
de el Edén hasta la tierra nueva. Todos seremos tentados y proba
dos. Aunque quizá no encontremos una respuesta al qué, por qué,
cuándo o cómo, sí podemos confiar en que Dios cuida de noso
tros en todo momento.
Referencias
1. Himnario adventista, n° 374.
2. Salmo 139: 8.
3. Elena G. de White, La historia de la redención, cap 3, p. 26.
4. Ibíd., p.27.