Libro complementario | Capitulo 2 | Abandonar la religión, abrazar la gracia | Escuela Sabática
1. 2
Abandonar la religión,
abrazar la gracia
B
art Millard es un prestigioso compositor y cantante muy conocido
en los círculos musicales cristianos de Norteamérica. Aunque parez
ca extraño, no supe de él por su música, sino por un artículo que
publicó en la edición digital de la revista Time, cuyo U'tulo era bastante su-
gerente: «Querida religión, yo renuncio a ti».1Desde que leí el título supuse
que Millard habría tenido alguna desilusión en su experiencia espiritual y
había decidido abandonar la religión cristiana y enrolarse en las filas del
ateísmo. Por suerte, mi apreciación distaba mucho de la realidad.
Luego de contar brevemente algunos episodios de su niñez, Millard declara
que él conoció la religión cuando tenía trece años de edad. Sin embargo, aque
lla era una religión vacía, pero repleta de formalismos y actividades rutinarias.
En esa religión implacable y desprovista de gracia permaneció durante más de
treinta años. ¿Valía la pena seguir participando de ese tipo de religión? Millard
responde con un categórico «no». Su renuncia a tal religión era irrevocable.
Mientras leía el artículo de Millard me trasladé a la religión judía del siglo
I d. C., esa que se practicaba cuando ocurrieron los acontecimientos que Lu
cas narra en sus obras. ¿Acaso no era aquella una religión despojada de la
gracia divina? Un vistazo al Evangelio de Lucas nos permitirá constatar que
para el judaismo parecía tener más valor la forma que el fondo; la letra de la
ley se imponía sobre el espíritu de la ley; las ceremonias externas importa
ban más que la actitud interna; los ritos tenían preeminencia sobre el amor.
Sí, es cierto que los judíos se congregaban en la sinagoga, pero eran capa
ces de interrumpir sus rezos para tratar de empujar a Cristo por un precipicio
2. 18 • Lucas: El Evangelio de la gracia
(Luc. 4: 16-30); oraban, ayunaban y procuraban preservar la santidad del
sábado, pero al mismo tiempo se indignaban cuando Jesús sanaba a una
persona enferma (Luc. 5: 33-6: 10). El sacerdote y el levita, los principales
líderes religiosos, preferían apegarse a los reglamentos rituales antes que
ayudar al necesitado de socorro (Luc. 10: 30-32). Se sentían superiores a los
demás y tenían el descaro de acudir ante la «presencia» divina y orar: «Dios,
te doy gracias porque no soy como los otros hombres» (Luc. 18: 11). Esos
mismos religiosos a la vez que pronunciaban largas oraciones, no se inmu
taban al devorar «las casas de las viudas» (Luc. 20: 47).
¿Tomaría usted parte activa en un sistema religioso como ese? Se necesita
ba con urgencia un cambio, un llamamiento a la verdadera religión; y Juan el
Bautista era el hombre indicado para completar semejante tarea.
El mensaje de Juan el Bautista
Juan surge en el escenario religioso de Palestina como el profeta de una re
ligión que halla su máxima expresión en la gracia divina y no en un formalis
mo carente de la más elemental piedad. Lucas introduce el ministerio del Bau
tista citando Isaías 40: 3-5, una declaración profética que se refería concreta
mente al regreso de los cautivos de Babilonia; sin embargo, mientras que en
Isaías los redimidos regresarían a Jerusalén, en Lucas los redimidos no regresan
a esa ciudad, sino «a la salvación de Dios». Juan es el heraldo de «la salvación»,
su misión se centra en anunciar «las buenas nuevas al pueblo» (Luc. 3: 6, 18).
El mensaje de luán, tal y como se presenta en Lucas 3: 7-14, se puede di
vidir en tres partes: a) nuestra condición espiritual (vers. 7-9); b) nuestras
posesiones (vers. 10, 11) ye) nuestro poder (vers. 12-14)7 Exploremos bre
vemente estos tres componentes de la predicación del Bautista.
Nuestra condición espiritual
Juan se dirige a un grupo de personas que dan por sentado que formar par
te del linaje de Abraham es suficiente para hacerlos merecedores del favor divi
no. Para ellos, la experiencia espiritual estaba supeditada a de quién soy descen
diente, y no en quién creo ni en cómo vivo lo que creo. «¿Quién os enseñó?» es la
3. 2. Abandonar la religión, abrazar la gracia * 1 9
pregunta de Juan. «¿Quién les dijo a ustedes que su abolengo les protegerá de
la ira venidera?» (ver Luc. 3:7). «Nuestro padre es Abraham», proclamaban los
judíos (ver Juan 8: 39). Y como Dios se refiere a Abraham con la cariñosa ex
presión «mi amigo» (Isa. 41: 8), ellos también presumían de ser amigos privi
legiados del Dios de Abraham.
Este sentir queda evidenciado en el testimonio que encontramos en la litera
tura extrabíblica. Por ejemplo, en Los salmos de Salomón se dice: «Tu amor reposa
en la descendencia de Abraham, los hijos de Israel» (18: 4).3El testamento de Leví
declara: «Si no fuera por Abraham, Isaac y Jacob, nuestros antepasados, ni uno
solo de mi descendencia quedaría sobre la tiena» (15:4).4En Di Misná, el natado
Abot específica que «los discípulos de Abraham, nuestro padre, gozan de este
mundo y heredan el mundo futuro» (5: 19).5
Negando semejante teología etnidsta, Juan fue muy enfático: todo el que crea
que su relación con Dios está garantizada porque lleva en su cuerpo genes de
Abraham, es parte de una «generación de víboras» (Luc. 3: 7). Quienes sustenta
ban su vida espiritual en Abraham, y no en una relación personal con el Dios de
Abraham, tenían al mismo diablo por padre (Juan 8: 44). El Bautista quiere que
su audiencia huya de esa falsa seguridad, que abandone esa religiosidad atosiga
da de ceremonias extemas que no producen cambios internos, que renuncie a
ese nacionalismo enfermizo y procure una nueva vida espiritual. La cuestión es:
¿Qué teman que hacer para lograrlo? ¿Cómo salir de ese tipo religión?
Si tuviéramos que resumir el mensaje de Juan el Bautista en una sola pa
labra, no hemos de dudar en que esta sería «arrepentimiento». En Lucas 3: 8
el término griego traducido como «arrepentimiento» es metanoias. Este voca
blo está compuesto de dos palabras: la preposición meta y el verbo noias.
literalmente significa «un cambio de mente», de opinión, de sentimientos, de
propósitos.6 Quizá usted se diga para sus adentros: «Pero había escuchado
que el arrepentimiento se limitaba a sentir dolor por el pecado». Sí, esa defi
nición es correcta desde el punto de vista etimológico. 1.a palabra «arrepenti
mientos-deriva del latín repainetere, del cual procede el vocablo «penitencia».7
En la tradición católica la penitencia es el sacramento mediante el cual el sa
cerdote perdona los pecados del que los confiesa con dolor.
Juan no habla de este tipo de arrepentimiento cuyo énfasis se centra en lo
visible, en la manifestación de sentimentalismos que no necesariamente se
hallan en sintonía con lo que sucede en el corazón. Juan procura una obra
mucho más profunda; pues el arrepentimiento, primero que nada, comporta
4. 20 • Lucas: El Evangelio de la gracia
un cambio intemo. Como judío su noción de «arrepentimiento» procede de
las fuentes veterotestamentarias. En el Antiguo Testamento el vocablo hebreo
más usual para hablar del arrepentimiento es teshuba, del cual se deriba shub,
término que significa «volver». De ahí que el arrepentimiento proclamado por
los profetas giraba en tomo «a volver a Dios». Jeremías, por ejemplo, declara:
«Volveos ahora cada uno de vuestro mal camino» (Jer. 35:15). En Zacarías 1: 3
Dios dice: «Volveos a mí». El verdadero arrepentimiento conlleva un regreso a
los brazos amorosos de Dios, nuestro verdadero Padre. Elena G. de White ex
presa esta verdad en la siguiente declaración: «El arrepentimiento es el primer
paso que debe dar todo aquel que quiera volver a Dios» (Recibiréis poder, p.
263). Si la religión que usted y yo practicamos no nos pone en contacto con
Dios, ni nos encauza hacia la casa del Padre, ¿de qué nos sirve?
Aunque a los religiosos judíos de aquel entonces les costaba aceptar el
mensaje proclamado por Juan, lo cierto es que ellos sí conocían lo trascen
dental que era el arrepentimiento en su experiencia religiosa. los rabinos ense
ñaban que Dios había creado seis cosas antes que la Ley, y una de ellas era el
arrepentimiento.8 En la tradición judía hay una ilustración que nos ayuda a
entender este asunto. En cierta ocasión le preguntaron a la Sabiduría: «¿Cuál
será el castigo de los pecadores?», y ella contestó: «El mal persigue a los peca
dores» (Prov. 13: 21). Luego le preguntaron a la Profecía, y esta respondió: «El
alma que peque, esa morirá» (Prov. 18: 4). La misma pregunta le fue hecha a
la Ley, y dijo: «Que ofrezca sacrificios». Finalmente le preguntaron a Dios, y
él contestó: «Que se arrepienta, y obtendrá el perdón. Hijos míos, ¿qué es lo
que yo les pido? "Búsquenme y vivirán" (Amos 5: 4, NVI)».
El arrepentimiento al que Juan alude es el que nos vincula directamente con
el Padre celestial; es el arrepentimiento que le otorga un sentido de plenitud a
nuestra vida. Por supuesto, volvemos a Dios también da pie a un cambio posi
tivo en nuestra actitud hacia los demás y suscitará una pregunta: «¿Qué hare
mos?». Juan dará la respuesta en los siguientes versículos.
Nuestras posesiones
Tras oír las buenas nuevas de salvación que Juan proclamaba, «la gente pre
guntaba, diciendo: "Entonces, ¿qué haremos?". Respondiendo les decía: "El que
tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo"»
(Luc. 3: 10-11).
5. 2. Abandonar la religión, abrazar la gracia *21
Esta declaración puede parecemos un tanto extraña, en cambio para los lec
tores del siglo primero era más que lógica. Según la creencia de la época los
bienes eran limitados y ya habían sido distribuidos;9la pizza tenía una canti
dad de fija de pedazos y si usted tenía más de lo que le correspondía, ello im
plicaba que usted habría despojado a alguien de lo que legítimamente le per
tenecía a esa persona.10Siguiendo esta idea, Juan podría estar diciendo que si
usted se ha adueñado de lo que le pertenece a otro, es su deber devolverlo a su
legítimo dueño. De las dos túnicas que usted tiene hay una que no es suya, por
favor, ¡entregúela al que no tiene ninguna!
En otro sentido, la palabra griega jitonas, traducida como túnica, se refiere
a la pieza interior que se colocaba por debajo del manto y era una de las
partes más sencillas de la vestimenta.11Es como si el Bautista hubiera dicho:
«No importa si lo único que usted tiene para compartir es una pequeña
pieza interior, lo que vale es que usted sea solidario con el que no tiene ni
siquiera eso». ¡Comparta lo que tiene!
Compartir lo que tenemos con los más necesitados es uno de los «fru
tos» del arrepentimiento (Luc. 3: 8). La reacción inmediata de nuestro re
greso a Dios es un regreso a nuestro prójimo. La verdadera religión no es la
que se empeña en cumplir al pie de la letra una serie de formalidades cul
tuales; más bien es la que nos motiva a satisfacer las carencias de los demás
y compartir con ellos lo poco o mucho que tenemos. En lugar de confor
mamos con la obediencia a cierta rutina religiosa, hemos de vivir para ayu
dar y servir a nuestro prójimo. Juan abrió el camino del Señor con un men
saje de solidaridad ante los que sufren; hoy nosotros abrimos el mismo camino
no predicándolo de labios para fuera sino viviendo lo que predicamos a
diario. Es ayudando a los demás como se diluye de nuestras almas el egoís
mo que fomenta una religión despojada de la gracia divina. Si usted está
genuinamente arrepentido entonces ha de compartir lo que tiene con el
que no tiene.
Nuestro poder
Dos grupos más, los publícanos y los soldados, acuden a Juan con la misma
pregunta: «Qué haremos» (Luc. 3: 12, 14). Curiosamente, según la religión de
la época ambos grupos estaban condenados a recibir el castigo eterno, porque
6. 22 • Lucas: El Evangelio de la gracia
para ellos no existía ninguna posibilidad de arrepentimiento. No obstante,
Juan no le cierra la puerta de la salvación a nadie, independientemente de la
etnia u ocupación de sus oyentes. ¿Por qué los judíos consideraban que esta
gente no merecía recibir el perdón de Dios? Porque les indignaba la manera en
que los publícanos y los soldados ejercían la autoridad que habían recibido de
Roma, el enemigo por antonomasia.
Por ejemplo, los recaudadores de impuestos eran tenidos por los rabi
nos «como ladrones y bandidos».12A causa de su trabajo, no tenían ni si
quiera el derecho de comparecer como testigos ante un tribunal. Eran vin
culados con los bandidos, los paganos, las prostitutas, los tramposos, los
adúlteros, los asesinos. Con razón la gente solía decir que «a los recaudado
res de impuestos y a los publícanos les es difícil la penitencia [el arrepenti
miento]».13Cuando un judío se hada «publicano», de inmediato era expul
sado del círculo familiar, social o religioso, y de la única manera que podía
ser readmitido consistía en que renunciara a su cargo. Sin embargo, Juan
rechaza ese concepto, y no les ordena renunciar a su trabajo, lo que les pide
es que sean «humanos» al cumplir con su deber: «No cobren más de lo que
deben cobrar» (Luc. 3: 13, DHH).
Con respecto a los soldados, el Comentario bíblico adventista registra esta ati
nada dedaradón: «El abuso de poder que practicaban los soldados era el pecado
dominante sobre el cual debían obtener la victoria [...[. Juan no condenó a los
soldados por ser soldados, sino que destacó que debían ejercer su autoridad
con justida y misericordia».14Como los publícanos, los soldados tampoco te
man que abandonar sus labores ni cambiar de ocupadón, pero Juan sí les pide
que reformen la manera en la que tratan a la pobladón.
De paso, Juan desarrolló su ministerio profético muy cerca de la comu
nidad de Qumran, y los esenios sí demandaban que publícanos, soldados
o cualquiera que participara de un trabajo proscrito por sus tradiciones re
ligiosas abandonaran sus labores rutinarias si de verdad querían ser admi
tidos en su grupo.
La religión que promueve Juan no es egocéntrica. La persona que se ha arre
pentido de sus pecados y que ha conducido su vida por los caminos del Señor
siempre dará evidencia de ello en el tipo de relación que tenga con su prójimo.
Si nosotros amamos a Dios y amamos a los demás usaremos nuestras posesio
nes y nuestro poder para el bien de quienes nos rodean.15Cuando nuestras ac
ciones en favor de otros son el fruto de nuestro arrepentimiento, damos eviden-
7. 2. Abandonar la religión, abrazar la gracia * 23
das irrefutables de que estamos viviendo la verdadera religión, la que está baña
da de justida y misericordia. Ahí radica la evidenda externa de que hemos
«vuelto» a Dios.
La predicación de Juan fue tan impactante que todo «el pueblo estaba a la
expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cris
to» (Luc. 3: 15). Era imprescindible despejar la duda en cuanto a quién era el
verdadero Mesías. Ha llegado el momento de que Juan nos presente a Jesús.
Juan nos presenta a Jesús
En todos los Evangelios la predicación de Juan sirve de antesala a la pre-
sentadón de Jesús como el Mesías que había de venir (Mat. 3: 1-12; Mar. 1:
2-9; Luc. 3: 1-20; Juan 1: 19-28). Es parte central de la misión del Bautista
«marcar el camino a los que quieren seguir a Jesús».16Juan está al servicio de
Uno que es «más poderoso» que él (Luc. 3: 16). La razón por la que este nue
vo personaje es «más poderoso» radicaba en que mientras Juan solo podía
bautizar con agua, el Mesías lo haría con el «Espíritu Santo» (Luc. 3: 16).
Lucas, a diferenda de Mateo y Marcos, no ofrece muchos detalles de la
presentación que Juan hace de Cristo. Solo se limita a dedr: «Acontedó que
cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado y, mientras
oraba, el cielo se abrió y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corpo
ral, como paloma; y vino una voz del cielo que deda: "Tú eres mi Hijo ama
do; en ti tengo complacencia"» (Luc. 3: 21, 22).
Si el bautismo de Juan era un «bautismo de arrepentimiento para per
dón de pecados» (Luc. 3:3), ¿por qué Jesús predsó ser bautizado? ¿Acaso ne
cesitaba arrepentirse de algún pecado? ¡Por supuesto que no! Y el mismo
Juan reconodó que Jesús no tenía que ser bautizado y se opuso a que el Señor
participara de dicha ceremonia (ver Mat. 3: 13-17). Sin embargo, Cristo in
sistió en que debía ser bautizado por Juan. ¿Por qué?
Jesús decidió bautizarse no porque fuera pecador, sino para identificarse
con los pecadores, un hecho que se hace evidente en todo el Evangelio de
Lucas. En este sentido Elena G. de White declaró: «Jesús no recibió el bau
tismo como confesión de culpabilidad propia. Se identificó con los pecado
res, dando los pasos que debemos dar, y haciendo la obra que debemos ha
cer» {El Deseado de todas las gentes, cap. 11, p. 88).
8. 24 • Lucas: El Evangelio de la gracia
Pero el bautismo no solo identificó a Cristo con los pecadores, sino tam
bién con la Deidad. Una vez y fue bautizado, Jesús comenzó a orar, «mientras
oraba, el cielo se abrió y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal,
como paloma; y vino una voz del cielo que deda: "Tú eres mi Hijo amado; en
ti tengo complacencia"» (Luc. 3: 21, 22). Su oración llegó hasta al délo y la
presenda del Dios trinitario se manifestó ante la multitud. El Espíritu Santo
descendió en forma de paloma y el Padre ratificó la investidura de Cristo como
el Mesías. Esta manifestadón trinitaria disiparía de la mente de los presentes la
idea de que Jesús se bautizó porque era pecador, pues el Padre lo ha confirma
do como su Hijo.17Lucas ofrece una evidencia pública y contundente de que el
cielo y la tierra ya tienen un vínculo en común: el Hijo de Dios que se ha hecho
hombre. ¿Significaba esto que antes de su bautismo Jesús no era Hijo de Dios
como sostenían los ebionitas? No, porque desde antes de su nacimiento ya
Jesús había redbido el título de «Hijo de Dios» (Luc. 1: 35), y cuando tenía
doce años él ya era consdente de que Dios era su Padre (ver Luc. 2: 49).
En Lucas 3: 21, 22 el evangelista combina dos pasajes del Antiguo Testa
mento: Salmo 2: 7 e Isaías 42: l.18En el primero, que prodama «tú eres mi
hijo», se hace alusión al momento cuando los reyes eran entronizados. Al de-
darar en su bautismo a Jesús como «mi Hijo», el Padre está «entronizando» un
nuevo rey que gobernará sobre un nuevo reino. Con su bautismo, Jesús dio
inido al reino de la gracia, el reino del perdón, el reino de la libertad del poder
del pecado (ver Mar. 1:14, 15; Luc. 4: 43). El segundo pasaje, donde aparece la
expresión en quien «tengo complacenda», es una referenda concreta al Siervo
de Dios, ese místico personaje que vendría a cumplir su mesiánica misión por
medio del servido a Dios y del sufrimiento en favor de los seres humanos. El
bautismo nos presenta al Rey que vino al mundo no para ser servido sino
para servir (ver Mar. 10: 45).
La frase «Tú eres mi Hijo amado» evoca el sacrifido de Isaac en Génesis 22.
Dios hará lo que Abraham no hizo: entregar a su «Hijo amado» por todos no
sotros. Precisamente, ahí radicará el punto de partida de la primera tentación.
¿Cómo es posible que Dios haya decidido sacrificar a su propio «Hijo ama
do» para salvar a los pecadores?
9. 2. Abandonar la religión, abrazar la gracia *2 5
Victoria sobre la tentación
Antes de abordar las tentaciones de Jesús, conviene que repasemos la in
troducción que hace Lucas a dicho episodio. «Jesús, lleno del Espíritu Santo,
se volvió al Jordán y era conducido por el Espíritu en el desierto» (Luc. 4:1, BJ).
La palabra griega traducida como «era conducido» es egeto. El hecho de que
el verbo esté en imperfecto pasado no sugiere que el Espíritu llevó a Jesús al
desierto para que fuera tentado, como lo expresan varias versiones de la Bi
blia (RV95, DHH, NVI), sino que el Espíritu lo conducía, lo guiaba, mientras
Cristo era tentado en el mismo desierto. Es decir, el Espíritu orientaba a Jesús
a fin de que el Señor pudiera encontrar una salida airosa para cada tentación.
Así como Dios guió a Israel durante los cuarenta años que el pueblo estuvo
deambulando por el desierto, de igual modo el Espíritu guiará a Jesús duran
te los cuarenta días de ayuno, oración y pruebas que pasará en el desierto.19
Cristo «fue hecho idóneo para el conflicto mediante la permanencia del Es
píritu Santo en él» (El Deseado de todas las gentes, cap. 12, p. 102).
Lucas dice que mientras Jesús «era conducido por el Espíritu», también
«fue tentado por el diablo» (Luc. 4: 2). Ser guiado por el Espíritu no impli
ca que ya no tengamos que luchar contra nuestro mortal enemigo. Precisa
mente, es la dirección provista por el Espíritu cuando estamos enfrascados
en un conflicto cuerpd a cuerpo contra las fuerzas del mal lo que finalmen
te nos dará la victoria sobre los ardides satánicos.
Nunca hemos de suponer que un seguidor de Cristo, una vez bautizado,
ya no tiene más conflictos espirituales o de otra índole. En su Homilía sobre
Mateo 13, Juan Crisóstomo lo expresó de esta manera: «Como el Señor todo
lo hacía para nuestra enseñanza, quiso también ser conducido al desierto y
trabar allí un combate con el diablo, a fin de que los bautizados, si después
de su bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si
no fuera de esperar».20
La primera tentación: ¿Eres el Hijo de Dios?
Lo primero que el diablo intentó fue sembrar dudas respecto a la rela
ción filial entre Jesús y el Padre. En el bautismo el Padre proclamó que
Cristo era su Hijo. Pero si era su Hijo, ¿por qué lo entregaría a la muerte?
10. 26 • Lucas: El Evangelio de la gracia
«Si eres Hijo de Dios...». ¿Necesitaba Jesús convertir las piedras en pan para
saber que verdaderamente era el Hijo de Dios? Claro que no. De hacerlo
habría caído en las redes de un juego endiablado. Jesús era Hijo de Dios por
que así lo había dicho el Padre. La palabra del Padre era más que suficiente.
La petición del tentador para que Jesús convirtiera la piedra en pan era
una manera solapada de inducir a Cristo a independizarse de su Padre. En
lugar de seguir un mmbo independentista Jesús confirmó su sumisión vo
luntaria al Padre al decir: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda
palabra de Dios» (Luc. 4: 4). Aunque lo que está de moda es que cada cual
firme su propia «declaración de independencia», en cuanto a la vida espiri
tual lo mejor será declarar nuestra total dependencia de Dios y de su Palabra.
Así lo hizo Cristo, ¿acaso no haremos lo mismo?
La segunda tentación: ¿Quieres gloria?
En la segunda tentación el enemigo le ofrece a Jesús todos los reinos de la
tierra. Aunque lo parezca, esta no es una oferta presuntuosa. El mismo Señor
llamó a Satanás «el príncipe de este mundo» (Juan 12: 31). Jesús podía con
vertirse en el nuevo emperador del planeta si tan solo rendía su adoración a
Satanás. Es como si el diablo le dijera: «Mientras que tu Padre lo único que
tiene para ti es una cruz, yo tengo para ti un reino. Deja a tu Padre y únete a
mí. ¿No te parece que mi oferta es más atractiva?».
El diablo asegura que tiene «el poder y la gloria» de los reinos terrenales y
con mucha jactancia declara: «Y a quien quiero la doy» (Luc. 4: 5). Esto reve
la el carácter usurpador del enemigo de la humanidad. En Daniel 4: 32, se
declara sin ambages que el «Altísimo tiene el dominio en el reino de los hom
bres, y lo da a quien él quiere». El diablo no tiene nada permanente que ofre
cer. Su gloria y su poder son efímeros, no resistirán la prueba del tiempo. Sí,
el diablo ofrece «gloria» y «poder», pero nada de eso le pertenece.
«Vete de mí, Satanás» (Luc. 4: 8), esa fue la respuesta de Jesús a los ofre
cimientos de grandeza mundanal y pasajera. Aceptar dicha propuesta, en
lugar de darle poder más bien le habría quitado el poder que ya tenía. El
Señor consiguió «pleno poder» en «el cielo y en la tierra» (Mat. 28: 18,
LPH) al seguir al pie de la letra la voluntad de su Padre. El verdadero poder
radica en adorar y servir a Dios. Si usted es de lo que procuran alcanzar la
11. 2. Abandonar la religión, abrazar la gracia * 27
gloria, recuerde que ella solo se encuentra sometiendo nuestra vida ante el
Señor de la gloria. La gloria de Cristo se manifestaría en la cruz del calvario,
no en un trono terrenal.
Tercera tentación: ¿Quieres protección?
Una vez más Satanás quiere sembrar dudas en Jesús con respecto a su
posición como Hijo de Dios. En las primeras dos tentaciones, Jesús arreme
tió contra el diablo usando las Escrituras (Luc. 4: 4, 8); ahora Satanás usará
esa misma Escritura para lanzar su ataque final: «Si eres Hijo de Dios, tírate
de aquí abajo, pues escrito está: "A sus ángeles mandará acerca de ti, que te
guarden", y "En las manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie
en piedra"» (Luc. 4: 9-11). Es decir, «si las palabras divinas que has estado
citando para fundamentar tu rechazo a mis ofertas son tan fiables como
dices, entonces échate abajo porque según ellas Dios te cuidará».
Satanás está citando el Salmo 91, uno de los salmos más conocidos de
toda la Biblia; sin embargo, como lo hizo con Eva, el enemigo está tergiver
sando la Palabra para hacerla decir lo que no dice (Gen. 2:15-17; 3: 2-5). Al citar
el Salmo, el tentador asegura que los ángeles guardarán a Jesús, pero ha omi
tido una parte muy significativa. He aquí la versión original: «Pues a sus án
geles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos» (Sal. 91: 11).
Al no citar la frase «en todos tus caminos», probablemente Satanás «tenía el
propósito de oscurecer el hecho de que tenemos derecho de reclamar el cui
dado protector de Dios solo cuando andamos por los caminos que Dios es
coge. Satanás bien sabía que cuando un hombre se aparta del camino estre
cho y recto, se aleja del terreno escogido por Dios y se coloca en la tierra he
chizada del enemigo».21
¿Cuál era el camino de Cristo? La cruz. Si Jesús quería la protección del
cielo, eptonces tenía que seguir el camino que el délo había elegido para él. Y
eso fue lo que hizo. Y por su lealtad a Dios su victoria «fue tan completa como
lo había sido el fracaso de Adán» (El Deseado de todas las gentes, cap. 13, p. 109).
Del mismo modo en que la derrota de Adán significó nuestra derrota, la
victoria de Jesús también es nuestra victoria. «No podemos salvamos a noso
tros mismos del poder del tentador; él venció a la humanidad, y cuando
nosotros tratamos de resistirle con nuestra propia fuerza caemos víctimas de
12. 28 • Lucas: El Evangelio de la gracia
sus designios; pero "torre fuerte es el nombre de Jehová: a él correrá el justo,
y será levantado". Satanás tiembla y huye delante del alma más débil que
busca refugio en ese nombre poderoso» (ibíd.)
Comentando el Salmo 60, Agustín de Hipona escribió: «Cristo era ten
tado por el diablo y en Cristo eras tentado tú, porque Cristo tomó tu carne
y te dio salvación, tomó tu mortalidad y te dio su vida, tomó de ti las inju
rias y te dio los honores, y toma ahora tu tentación para darte la victoria. Si
fuimos tentados en Él, vencimos también al diablo en Él».22
¿Qué haremos?
Volvamos al artículo de Bart Millard que mencioné en la introducción.
Millard escribió: «Hice todo lo que la religión me dijo que hiciera durante
mucho tiempo solo para terminar frustrado, mareado y hastiado. Yo no podía
mantener el ritmo. No importa cuánto lo intentara, nunca era suficiente. Así
que decidí dejarlo. Y lo hice». ¿Por qué? Porque la religión que había conoci
do Millard era radicalmente distinta a la que enseñaron Juan y Jesús. Millard
comprendió que:
□ La religión dice: «Entrega el 110%». La gracia dice: «Descansa en la obra
completa de la cruz».
□ La religión dice: «Ser bueno es el comienzo». La gracia dice: «Cristo
crucificado es suficiente».
□ La religión dice: «Hazlo bien». La gracia dice: «Estaré contigo cuando te
equivoques».
□ La religión dice: «Agrada a Dios». La gracia dice: «Confía en Dios».
□ La religión dice: «Entrega más». La gracia dice: «Renuncia».
¿Qué prefiere usted? ¿Cumplir con los requisitos de la religión o ampa
rarse en la gracia de Cristo? Los judíos se apegaron a su religión y rechaza
ron el mensaje de gracia predicado tanto por Juan el Bautista como por Je
sús, y terminaron «frustrados, mareados y hastiados», ¿es eso lo que usted
quiere?
Juan y Jesús nos llaman a proclamar «las buenas nuevas de salvación», ese
evangelio que nos pone en contacto con Dios y con nuestros semejantes.
Juan y Jesús nos proponen alcanzar la victoria no por lo que hagamos noso
13. 2. Abandonar la religión, abrazar la gracia • 29
tros, sino por lo que Dios haga en nosotros. Juan el Bautista y Jesús nos em
plazan a salir de la religión de nuestros propios caminos para que sigamos
los caminos de Dios aunque estos terminen en la cruz.
La pregunta que hemos de responder es: y nosotros, ¿qué haremos? Una
sabia decisión sería esta: ¡Abandonemos la religión raquítica basada en mé
ritos y aceptemos la gracia inmerecida!
Referencias:
1Bart Millard, «Dear Religión, I Quit You!», http://time.com/65522/dear-religion-i-quit-you/. Consul
tado el 18 de noviembre de 2014.
2Scot McKnight, The Jesús Creed: Loving God, Loving Others (Brewster, Massachusetts: Paredete Press,
204), pp. 71, 72.
3A. Piñero Sáenz, «Los salmos de Salomón» en Apócrifos del Antiguo Testamento, A. Diez Macho y A.
Piñero Sáenz, eds. (Madrid: Edidones Cristiandad, 2002), t. III, p. 76.
4Antonio Piñero, «El testamento de los doce patriarcas» en Apócrifos del Antiguo Testamento, A. Diez
Macho, ed. (Madrid: Edidones Cristiandad, 1982), t. V, p. 76.
5Carlos del Valle, ed. La Misná (Salamanca: Edidones Sígueme, 1997), p. 855.
6J. Behm, «Metanoéo, metánoia» en Theological Dictionaryofthe NewTestament, Gerhard Kittel y Gerhard
Friedrich, eds. (Grand Rapids, Michigan: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 2006), t. IV, pp.
976, 977.
7Joan Coromines, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana (Madrid: Editorial Gredos, 2008),
p. 44.
8Las demás eran: el paraíso, el infierno, el glorioso trono de Dios, el templo y el nombre del Mesías.
9Bruce J. Malina y Richard L. Rohrbaugh, Los evangelios sinópticos y la cultura mediterránea del siglo I:
Comentarios desde las ciencias sociales (Estella: Editorial Verbo Divino, 2002), p. 393.
10Ibíd.
11W. E. Vine, Diccionario expositivode palabras del Antiguo yNuevo Testamento exhaustivo de Vine (Nashville:
Grupo Nelson, 2007), p. 922. Mark Strauss, «Luke» en Zondervan Ilustrated Bible Backgrounds Commen-
tary, Clinton E. Amold, ed. (Grand Rapids, Michigan, 2002), vol. 1, p. 355.
12O. Michel,«telones» en Theological Dictionaryofthe New Testament, Gerhard Kittel y Gerhard Friedrich,
eds. (Grand Rapids, Michigan: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 2006), t. VII, p. 101.
13Joachim Jeremías, Jerusálén en tiempos deJesús: Estudio económico ysocial del mundo del Nuevo Testamen
to (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1980), p. 322.
14Francis D. Nichol, ed. Comentario bíblico adventista (Buenos Aires, ACES, 1984), t. 5, p. 702.
15McKnight, The Jesús Creed, p. 72.
16Santiago García, El Evangelio de Lucas (Henao: Editorial Desdée De Brouwer, 2012), p. 113.
17John Nollad, Luke 1-9:20, Word Biblical Commentary (Nashville: Thomas Nelson, 2000), vol. 35A,
p. 160.
18Darrel L. Bock, A Theology ofLuke and Acts (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 2012), p. 179.
19David E. Garland, Luke, Zondervan Exegetical Commentary on the New Testament, Clinton E. Ar-
nold, ed. (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 2011), p. 179.
20Frandsco Femández-Carvajal, Antología de textos (Madrid: Edidones Palabra, 2003), p. 926.
21Nichol, Comentario bíblico adventista pp. 304, 305.
22Femández-Carvajal, Antología de textos, p. 926.