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El cuento: El caracolillo Gustavillo
Gustavillo era un caracolillo que vivía feliz en el fondo del mar; se mecía al ritmo de las
corrientes marinas, reposaba en la arena, buscando algún rayo de sol y de vez en cuando
daba sus paseos.
Un día un cangrejo le vio y le dijo:
- ¿Puedo vivir contigo?
Gustavillo se lo pensó dos veces y al final decidió ser, como un antepasado suyo un
cangrejo ermitaño.
Empezaron a vivir juntos el cangrejo dentro del caracol y al poco comenzaron los
problemas: el cangrejo se metía las pinzas en la nariz, hacía ruidos cuando comía, no
ayudaba en la limpieza...
Una mañana Gustavillo le dijo al cangrejo todo lo que no se debía hacer, con paciencia ,
explicándole que:
- Hurgarse en la nariz, es de mala educación y además puede hacer daño
- Se mastica siempre con la boca cerrada
- Hay siempre que colaborar en la limpieza y orden de dónde se vive
El cangrejo se quedó callado, salió de la casa y se perdió durante varios días.
Cuando volvió habló con Gustavillo y entre los dos juntitos hicieron una lista de las cosas
que, para estar juntos, debían hacer para que todo funcionara bien.
A partir de ese momento se acoplaron a convivir juntos y fueron muy, muy felices, el
cangrejo, daba a Gustavillo largos paseos y el caracolillo arropaba al cangrejo cuando había
marea.
FIN
El gigante tragón. Cuentos para niños
Érase una vez una abuelita que vivía con sus tres nietas. Las tres niñas ayudaban en las
tareas del hogar por el cariño que sentían a su abuela.
Un día la abuelita les dijo que en cuanto acabaran cada una de ellas su faena de la casa,
podían bajar a la bodega a merendar pan con miel. Al poco rato la pequeña de las tres
hermanas acabó su labor y marchó a la bodega.
Cuento para niños
Nada más llegar, en la puerta y sin llegar a entrar, escuchó una voz que cantaba:
- Pequeña, pequeñita, no vengas acá, tralará, tralará...
-¿De dónde ha salido esa voz?, se preguntó la pequeña, y decidió entrar. Zas!! en ese
mismo momento el gigante Tragón la metió en un saco y la cerró.
Al cabo de media hora, la hermana mediana acabó su labor y le dijo a su abuelita que
marchaba a merendar pan con miel a la bodega.
-Está bien - le dijo la abuelita- y de paso dile a tu hermana que está tardando demasiado en
volver a casa.
-Muy bien abuela, se lo diré. En cuanto llegó a la puerta de la bodega, justo antes de entrar,
escuchó una voz que cantaba:
-Mediana, medianita, no vengas acá, tralará, tralará...
-¿Quién anda ahí? Preguntó la niña, y aunque no escuchó respuesta, decidió entrar. Zas!!
De nuevo el gigante Tragón encerró a la hermana mediana en el saco junto a la pequeña.
Pasado ya mediodía, la abuela se acercó a la hermana mayor y le preguntó
-¿Todavía no has acabado?
-Me falta poco abuelita, ya voy.
-Hazme un favor, déjalo ya, acércate a la bodega a ver que hacen tus hermanas, se está
haciendo muy tarde... Y así lo hizo, pero cuando llegó a la puerta de la bodega pudo oír a
alguien cantar:
-Mayor, mayorcita, no vengas acá, tralará, tralará... Con toda curiosidad se acercó y Zas!!!
Las tres hermanas acabaron en el saco del gigante Tragón.
Con toda la preocupación del mundo la abuelita salió a buscar a sus nietas, y al llegar a la
puerta de la bodega escuchó cantar:
-Abuela, abuelita, no vengas acá, tralará, tralará...
-Ay Dios mío, mis niñas, seguro que ese gigante Tragón las ha cogido... Pues la abuelita ya
conocía al malvado gigante.
Corrió y corrió en busca de ayuda pero no encontró a nadie, y sentada en una
roca llorando por sus nietas, se le acercó una avispa a preguntar:
-Ancianita, ¿qué le sucede? ¿Se encuentra usted bien?
-Mis nietas, las ha raptado el gigante Tragón, pobrecitas mías.
-No se preocupe abuelita, ese malvado tendrá su merecido. Enseguida la avispa avisó a
todas sus amigas del enjambre, y con voz de ataque gritaron:
-Vamos a por ese gigante malvado, hay que darle su merecido, ¡¡¡adelante compañeras!!!!
En el momento que el gigante Tragón salía de la bodega camino al bosque, todas las
avispas empezaron a picotearle sin parar. Éste salió corriendo temeroso de los picotazos y
olvidándose allá mismo del saco con las tres pequeñas.
Las niñas pudieron salvarse de las garras del gigante Tragón gracias a unas avispas muy
avispadas. Finalmente, la abuelita y sus tres adorables nietas marcharon a casa para
merendar un rico pan con miel.
FIN
Cuento infantil. El ratón Enriqueto
Enriqueto era un ratoncito tímido, de pelaje negro, dientes torcidos, ojos bizcos y oreja
maltrecha. Se quedó huérfano de padre y madre y creció en compañía de otros ratones que
hacían lo que podían para sobrevivir en un mercado de la ciudad de Guatemala.
El día de Nochebuena, como de costumbre tenían hambre y decidieron salir a buscar
comida entre los desperdicios de los contenedores que la gente iba llenando alrededor del
mercado.
Cuento que previene la obesidad infantil
Nuestro amigo Enriqueto, que era muy hábil para detectar olores y sabores, era el jefe de la
cuadrilla de buscadores y el que más y mejor comida conseguía para la familia ratonil. Esa
mañana logró reunir trozos de jamón, pizza, chorizo, frijoles volteados, nachos, platanitos
cocidos, pan francés y unas cuantas galletas navideñas.
- ¡Qué placer!, dijo Enriqueto. Todos sus amigos se reunieron y empezaron su banquete
navideño. Comieron hasta que casi reventaban sus panzas rechonchas y peludas.
Al filo de las 8 de la noche, ya ni se movieron en sus cuevas de lo llenos que estaban. Sin
embargo, Enriqueto decidió salir a ver si conseguía algo de postre. Cuando estaba por allí
merodeando… ¡¡¡PUM!!!... lo atropelló un coche.
Salió disparado al otro lado de la carretera y notó que algo caliente le salía del cuerpo.
Tiene que ser sangre. Dios mío...me estoy muriendo... a donde iré a ir a parar: al cielo de
los ratones o allí abajo ¿donde se asan?..., empezó a pensar Enriqueto. En esas estaba
cuando ya no sintió nada más y desfalleció....
Cuando por fin abrió sus ojos, se vio rodeado de ratones vestidos de blanco, y dijo:
"Entonces sí me morí y debo estar en el cielo". De pronto uno de ellos le habló, diciendo:
- ¡¡Manito Enriqueto...por fin abriste tus ojos...estás vivo!! Un buen susto fue el que se
llevó Enriqueto.
Y lo que realmente había pasado fue que cuando sus compañeros oyeron que un coche se
había estrellado contra el contenedor de basura que registraba Enriqueto, le vieron tendido
en la acera. Inmediatamente lo cogieron y se lo llevaron a su cueva, le frotaron con alcohol
el pecho, le estiraron las piernas y lo calentaron con mentol y candelas para que entrara en
calor. Enriqueto, al verse vivo, no paraba de llorar de la alegría y juró no volver a portarse
mal y ser tan glotón y comilón.
FIN
El huevo que pía. Cuentos para niños
Un cuento infantil que habla de la curiosidad de un niño y del cariño con que es tratado por
sus abuelos. Muestra lo sencillo y rico que puede representar el nacimiento de un pollito
para un niño. Y que en el campo ocurren muchas cosas nuevas a los ojos de los más
pequeños.
La gallina de plumaje dorado se levantó del escondite donde empollaba sus huevos.
Llevaba días debajo de un frondoso helecho del jardín. Mientras escarbaba buscando
gusanos en la tierra, cantaba como si se sintiera feliz.
La curiosidad de los niños
- Ca-ca-ca-ca-ca, ca-ca-ca-ca-ca… Adrién aguzó el oído para escuchar el canto monótono
de la gallina. Aquello era nuevo para él.
- Abuelita, ¿qué es eso?
- Es la gallina cantando.
- Quiero verla.
- Te la mostraré de lejos, porque te puede picar.
- ¿Por qué?
- Porque está echada.
- ¿Por qué? Adrién continuó haciendo preguntas.
La abuela ya no sabía cómo satisfacer su curiosidad. Lo llevó al patio. Tan pronto vio la
gallina, quiso acercarse para cogerla, pero ésta erizó el plumaje y corrió hacia él,
amenazante.
Adrién se protegió, asustado y lloroso, en los brazos de la abuela. Fue sólo un susto. Era la
primera vez que pasaba unos días en la finca de la abuela. Había vivido sus escasos cuatro
años en la ciudad y las visitas al campo habían sido breves.
Los días en el campo eran fascinantes para él. Que su abuela hiciera tostones de un plátano
verde que cogió de una de sus matas, lo dejó embelesado. Su madre también hacía tostones,
pero los sacaba de una bolsa del congelador.
Que su abuela abriera una vaina y muchos granos de gandules, cayeran en sus manos, le
parecía un cuento. Su madre abría una lata y allí estaban los gandules. En el campo ocurrían
muchas cosas nuevas a los ojos de Adrién.
Al día siguiente, la abuela se acercó al helecho donde la gallina se ocultaba y vio gozosa
algunos cascarones esparcidos por el nido y unos polluelos aún mojados y cegatos.
Le pareció un espectáculo para su nietecito. Subió corriendo hasta la sala donde el
niño coloreaba con su abuelo.
- Ven, quiero mostrarte algo.
- ¿Qué?
- Vamos para que veas los pollitos que tuvo la gallina.
- ¿Y si me pica?
- No dejaré que te pique.
Adrién estaba maravillado, ya había tres pollitos con la gallina que los paseaba orgullosa.
- Pío- pío-pío, decían los pollitos, siguiendo a la madre. De pronto, la abuela escuchó un
piar profundo dentro de uno de los huevos que aún quedaban.
Lo cogió con extremo cuidado. Mientras el niño miraba embelesado, la abuela iba
rompiendo el cascarón. Primero apareció un diminuto pico, después la cabeza y luego el
resto del cuerpo pequeño, amarillo y mojado.
Minutos después, el pollito corría con la madre y piaba feliz.
- Ese pollito es mío.- Dijo con seguridad.
- Sí, mi amor, ese es tu pollito.
- Quiero cogerlo.
- No puedes cogerlo hasta que esté grande.
- ¿Por qué? - Porque la gallina no quiere que lo cojan.
- ¿Por qué? Antes de ella alcanzar a contestar, la gallina se acercó con su hermosa cría. Sus
cánticos distrajeron a Adrién, y la abuela creyó que se habían acabado las preguntas.- Pío-
pío-pío.
- Abuela, ¿quién les enseñó a cantar?
FIN
Irene quiere ser bruja. Cuentos infantiles
Cada mañana, Irene, arrastraba su pesada mochila y su mirada triste por delante de la tienda
de disfraces antes de ir a la escuela. Cada mañana, Irene se paraba a observar el maniquí
vestido de bruja que, con mirada amenazante, le devolvía la mirada al otro lado del
escaparate. Y cada mañana suspiraba antes de volver a arrastrar su pesada mochila en
dirección a la escuela.
Irene soñaba con convertirse en una bruja. Lo deseaba cada día, cada noche antes de
dormir, cada mañana antes de entrar en clase con la mirada baja. Irene quería ser una bruja
mala, de las de verruga en la nariz y melena alborotada, para asustar a los niños que no la
entendían.
Irene sueña con ser una bruja para espantar sus miedos
Irene quería tener un libro lleno de encantamientos. Si lo tuviera, Irene haría lo siguiente:
1. Siempre sería verano, para no tener así que ir al colegio (Irene se acababa de cambiar de
país y no terminaba de adaptarse al nuevo idioma, el francés).
2. Convertiría a los niños en gatos (le encantaban los gatos).
3. Conseguiría que el pescado supiera a chocolate (Y es que a Irene no le gustaba nada el
pescado).
Un día como otro cualquiera, Irene se paró delante del escaparate de la tienda de disfraces y
formuló su deseo: quiero ser una bruja. Y justo cuando iba a marcharse, escuchó una risa.
No era una risa cualquiera, era una verdadera y auténtica risa de bruja mala.
- Sí, sí, no me mires así. Soy yo la que me he reído – habló la bruja con voz grave – Vaya,
con que quieres ser como yo...
La bruja le preguntó por qué quería ser como ella e Irene le contó todo: lo poco que le
gustaba ir al colegio, lo mal que se entendía con sus compañeros de clase, lo desagradable
que le parecía el sabor del pescado…
- ¡Pues vaya una cosa! Esto no es motivo para convertirse en una bruja mala para toda la
vida…
Y terminó su frase con unas palabras extrañas que Irene no llegó a comprender. Lo que sí
supo enseguida es que algo había cambiado. ¡La bruja la había convertido en una gata!
- No, no, no, no…los gatos tienen que ser ellos…¡no yo! – se quejó a la bruja.
- ¡Bah! Soy una bruja mala y hago lo que me da la gana. ¿O qué creías? ¿Qué iba a
ayudarte? Para eso haberte buscado un hada. Serás una gata hasta que se rompa el
maleficio.
Irene aprende una lección sobre la importancia de enfrentarse a los problemas
Irne la gata se dirigió hacia el colegio. Nada más verla, un par de compañeros de clase se
acercaron a ella…
- Fijaros que gata más bonita. ¿Qué hará aquí en la escuela?
Al poco rato, todos los niños de su clase rodeaban a Irene, la llenaban de carantoñas y
querían jugar con ella. La llevaron a clase y la dejaron en un rincón, rodeada de cómodos
cojines. ¡Era tan agradable estar medio dormida allí, mientras la profesora enseñaba
matemáticas. A la niña le extrañó que ahora, como gata, todos le hicieran caso. Incluso le
trajeron pescado.. ¡y le gustómás que el chocolate! Eso sí que era raro. Realmente se estaba
muy bien de gata.
Pero cuando estaba pensando aquello, Irene-gata, que paseaba tranquilamente por el patio
del colegio, escuchó unos gruñidos y a lo lejos vio un enorme pastor alemán que corría
hacia ella. Muy asustada se subió a lo alto de un árbol. Irene-gata sintió más miedo que
nunca en su vida. Aún así, consiguió librarse del perro.
Irene-gata comenzó a vagar por las calles y sin darse cuenta, acabó haciendo el camino de
siempre y plantándose delante del escaparate de la tienda de disfraces. Allí seguía el
maniquí vestido de bruja.
- ¡Bruja mala! ¡Mira lo que has conseguido! Casi acabo en las garras de un perro…
Irene-gata volvió a escuchar la risa maléfica de la bruja y su voz grave.
- Pero lo has superado, igual que superarás tus problemas con los niños del colegio. No
sirve de nada huir, ni querer ser una bruja mala. Para solucionar un problema solo hay una
solución: enfrentarse a ellos. Así que, no quiero volverte a escuchar quejándote delante de
este escaparate. Demuestra a esos niños que eres una niña tan interesante y divertida como
ellos (o más). Y terminó su frase con unas palabras extrañas que Irene no llegó a
comprender. Lo que sí supo enseguida es que algo había cambiado. ¡Volvía a ser una niña!
Y la bruja volvía a ser un simple maniquí al otro lado del escaparate. Irene se fue a casa
pensativa. No contó a nadie su experiencia como gata, pero esa noche, cuando mamá puso
el pescado sobre la mesa, Irene se lo comió con ganas. ¡Estaba rico!
El niño David y la ballena.
David y la ballena es un cuento que nos habla de amistad. O mejor dicho, de cómo imagina
un niño que es un amigo. Entre otras cosas, un amigo es alguien con quien compartir
confiencias. Pero también alguien que te enseña a respetar y aprender de las las diferencias.
El cuento de amistad de David y la ballena
Llevaba cuatro días lloviendo sin parar. Los cuatro días que David y su familia llevaban
de vacaciones.
Llovía con fuerza sobre la playa vacía, llovía sin tregua sobre el techo de la caravana en la
que el niño David y su familia inventaban maneras de pasar el tiempo, de esperar a que
aquella lluvia interminable se tomara un descanso.
Jugaron a las cartas.
Jugaron a la oca y al parchís.
Jugaron al ajedrez, a las damas y también al dominó.
Pero el tiempo no pasaba. La lluvia tampoco.
El niño David miraba por la ventana y suspiraba. Él tenía tantos proyectos para aquellas
vacaciones en el mar... Quería construir un castillo de arena e invitar a su princesa a jugar a
las palas. Quería bucear entre las olas y que las sirenas le enseñaran a respirar bajo el agua.
Quería después nadar y nadar y nadar. Llegar a alta mar y encontrarse con unos piratas de
los de parche en el ojo y pata de palo. Quería navegar con ellos por mil mares, de punta a
punta del planeta, por cada continente y cada océano. Después, cuando decidiera volver a
casa, cansado de tanto conocer mundo, lo haría subido a una enorme ballena.
Sería una ballena de piel brillante, que siempre le daría conversación, y siempre sería de lo
más interesante. Ella le contaría lo que era ser una ballena, y el niño David que no siempre
le gustaba ir a la escuela. Ella le hablaría de los cazadores furtivos, y él de lo que era ser un
pirata fugitivo. Ella, que como todas las ballenas sería vegetariana, le enseñaría a comer
placton y otras plantas, y el niño David, muy sorprendido, se lo comería como si fuera el
mejor de los bocadillos. Luego, cuando llegaran de vuelta a la playa, ella se despediría
soltando por sus pulmones un chorro de agua. Y David saldría despedido hasta la playa, a
donde llegaría hecho todo un pirata...
- David, David...¡deja de dormir! Ponte el bañador que ha salido el sol...
Así que por fin se fueron a la playa...
¿Cumpliría el niño David sus propósitos de pirata?
Cuento infantil. Carrera de zapatillas
Carrera de zapatillas, un cuento que puedes leer en Guiainfantil.com sobre el valor de la
amistad. Los valores son las reglas de conducta y actitudes según las cuales nos
comportarnos y que están de acuerdo con aquello que consideramos correcto.
Los libros, cuentos, fábulas o poemas proporcionan a los padres una herramienta perfecta
para educar en valores a los niños.
Carrera de zapatillas: cuento infantil sobre la amistad
Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron temprano
porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos
junto al lago.
También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida que no
quería ser amiga de los demás animales.
La jiraba comenzó a burlarse de sus amigos:
- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.
- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.
- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.
Y entonces, llegó la hora de la largada.
El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños
muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de
comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
- Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa.
Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos
diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos cuando
lo necesitamos.
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las hormigas,
que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados,
listos, ¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que
además había aprendido lo que significaba la amistad.
Colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.
FIN
Cuento sobre generosidad. Una lechuga no es un plato
¡Hay un gusano en mi plato!, dijo Matías haciendo gestitos con la mano como para
ahuyentarlo. El gusano primero miró el plato, después miró a Matías y luego dijo:
- ¡Glup!, parece que me equivoqué. Esta no es una hoja de lechuga.
Cuando se le pasó un poquito el miedo, Matías, que era muy curioso, se acercó a observar
muy bien a don Gusano.
Cuento infantil sobre generosidad
- ¡Vaya! -pensó- No sólo es bastante extraño y bonitos sus colores, sino que también tiene
muchas patitas. Debe estar desorientado.
- Desorientado no, apenas un poco cegato –corrigió el gusano- pero en voz tan bajita que
nadie lo escuchó.
Por un instante el gusanito detuvo su marcha, encorvó su lomo verde y miró a Matías con
sus ojitos finitos de gusano perdido.
Sonrieron cada uno a su manera. Matías, entonces, trajo una hoja de lechuga, que con
mamá sacó de la heladera.
Lo cargó sobre ella y la llevó al jardín. Don Gusano sintió el airecito y fue feliz.
Entretanto, Matías lo miraba divertido.
Pasito a paso el gusano se fue perdiendo entre las rosas con un buen bocado de lechuga
entre las mandíbulas.
Pero eso sí ¡lechuga sin condimentar!
FIN
LA AYUDA DE LOS DEMÁS
A veces, cuando nos ponemos enfermos y estamos solos, solemos agradecer la compañía de
otros para llevar con mayor facilidad nuestra recuperación. Esto era lo que pensaba un día
de verano una gallina en su casa, atacada por una tremenda gripe, al tiempo que se
lamentaba por no tener a nadie de confianza a su alrededor.
Un día, mientras la pobre gallina se recuperaba sola de su molesto resfriado, su vecino, un
gato muy egoísta y con ideas escasamente buenas, decidió visitar a la gallina para ver cómo
se encontraba o si podía ayudarla en algo para que se recuperase más pronto y con más
tranquilidad. Lamentablemente, esta tan solo era la excusa que el gato había perpetrado
para presentarse ante su vecina, y no la pensaba cumplir.
• ¡Conseguiré engañar a mi vecina, y esta, con el juicio nublado a causa de la fiebre,
me dejará entrar sin problemas! Cuando esto ocurra, me abalanzaré sobre ella hasta que tan
solo queden las plumas – Pensaba el despiadado del gato, que llevaba días sin comer y cada
vez se sentía más atrevido.
Al verle, la gallina, que era muy lista, supo muy bien a qué se debía aquella visita y decidió
exagerar los síntomas de su gripe para engañar al gato:
• ¡Qué bien que me visita! ¿Podría usted ayudarme, don gato? Necesito poner agua a
calentar para calmar mi garganta. ¿Podría usted hacerlo?- Preguntó la gallina.
El gato, convencido de que había conseguido engañar a la gallinita enferma, decidió poner
el agua a calentar. Una vez lista y bien calentita el agua, pidió al gato que le acercase su
tacita con una rica infusión. Al acercarse, la gallina batió sus alas sacando fuerzas de
flaqueza, hasta verter el agua casi hirviendo de la taza sobre la cola de su vecino. ¡Cómo
aullaba de dolor!
Y de esta forma, el gato jamás volvió a molestar a su vecina, ni mucho menos, a
provecharse de las debilidades de los demás.
El pequeño elefantito blanco
Érase una vez una manada de elefantes que vivía feliz en la selva. Todo parecía estar
rodeado de alegría, felicidad y un fuerte sentimiento de hermandad entre todos los
elefantes. Pero todo aquel entorno mágico lleno de paz se fue al traste un día en el que
nació una nueva y deseada cría de elefante.
Aquel elefante no era como los demás. ¡Su piel era toda de color blanco! Y aquella rareza
provocó entre sus demás familiares mucha desconfianza y desasosiego. En el mundo de los
elefantes todo era siempre normal, y nadie se salía de la norma, puesto que su felicidad se
basaba en caminar y en vivir todos juntos al unísono.
Pero aquel pequeño e indefenso elefantito parecía estar ya desde su primer día de vida
completamente fuera de la norma, y aquello no gustó nada a los demás elefantes, en
especial a los más viejos de la manada.
Los padres del pequeño elefante se sentían desesperados. Tampoco le encontraban
explicación a que la piel de su cría fuese de color blanco, casi brillante, pero a pesar de todo
le querían y no deseaban bajo ningún concepto que le sucediera nada malo.
Y llegó el trágico día en el que el jefe de la manada propuso abandonar al elefantito a la
orilla de un río. ¡Qué tristeza se apoderó de sus pobres padres, que se sentían divididos
entre el deber de obedecer a la manada y el deber de amar a su pobre cría!
Tras mucho pensar sobre las opciones que tenían, el padre del elefantito blanco decidió
enfrentarse al jefe de la manada. Al ver la fortaleza de aquel joven padre elefante y la
mirada de desafío que le lanzaba, el jefe de la manada se vio obligado a claudicar y a
deshacer su plan. El jefe era demasiado mayor como para enfrentarse ya a los suyos y
procuró reflexionar de nuevo sobre el tema.
Gracias a aquello el elefantito blanco, que no era otra cosa que un elefante albino, pudo
crecer junto a los suyos y vivir muy feliz. Todos aceptaron lo que la naturaleza había
creado y le dieron gracias al cielo cada mañana alzando las trompas al sol.
Y todo comenzó a ir tan bien desde entonces para los elefantes en la selva, que a la muerte
del jefe, ya muy anciano, decidieron proponer al elefante blanco como su digno sucesor.
¡Se había ganado el amor y la confianza de toda la manada! Y sus padres se vieron
colmados de gratitud y felicidad el resto de sus vidas.
El dragón de las palabras : Cuento infantil
Hace mucho, mucho tiempo…, a finales de la era de los dragones y los castillos, circulaba
una leyenda en torno a una bruja tremendamente malvada.
En muchos lugares se había oído y asegurado su existencia y, aunque nadie reconocía
haberla visto jamás, todos parecían saber cosas de ella. Habitaba en un castillo lejano de
Europa, pero, se decía que era tan poderosa que a todas partes del mundo podía hacer llegar
su maldad.
Convencida de que los libros conducían a los hombres al progreso y a la libertad, aquella
malvada bruja no quería que el pueblo conociese la lectura, y al dragón de su castillo, todos
y cada uno de los libros que se escribían en el mundo, le hacía tragar. La bruja tenía miedo
de que la gente leyese y aprendiese a pensar y, tras ello, la despojasen de su castillo, de su
poder, y de toda su maldad.
Así, fueron pasando los años y los hombres, poco a poco, se olvidaron de leer y de pensar.
Los niños, por su parte, crecieron comunicándose por señas, balbuceando palabras aisladas
que jamás veían escritas en ningún lugar, y cuyo significado no llegaban a comprender y
nadie les sabía enseñar ya.
El dragón de la horrible bruja, que observaba con profunda tristeza lo que había conseguido
finalmente, y hasta donde había llegado su maldad, decidió luchar contra ella y poder
devolver así a los hombres su dignidad. Frente a la bruja, el dragón abrió sus fauces
decidido a expulsar una gran bola de fuego, como aquella que había hecho arder todos y
cada uno de los libros robados por la bruja en la boca de su estómago.
Pero de la boca del dragón no salía fuego, lo que provocó una carcajada de tal magnitud en
la bruja malvada, que según dice la leyenda, dio origen a varios terremotos en la tierra. El
dragón del temido castillo solo expulsaba palabras, de tantos libros como se había comido.
Impresionado, el dragón sopló y sopló hasta sacar de su interior la última de las letras
robadas. Y estas, poco a poco, fueron dando forma a las palabras, las palabras a las frases, y
las oraciones a todos y cada uno de los libros perdidos. ¡Qué espectáculo de formas y
colores se veía! Las vocales danzaban y giraban dando vueltas como locas, y los personajes
de cuento más famosos buscaban ansiosos su hogar, revoloteando sobre los rostros
perplejos de la muchedumbre, que se había agolpado, ante el ruido, frente al castillo de la
malvada bruja.
De esta forma, el esfuerzo del dragón fue debilitando el poder de la bruja, que quedó
finalmente sepultada bajo las toneladas de libros que el dragón consiguió devolver al
mundo tras sus grandes bocanadas de aliento.
Y, como por obra de un milagro, los hombres fueron recuperando la libertad y la cordura, y
los niños ordenando sus ideas en sus pequeñas cabezas y hablando de nuevo con fluidez.
Todos, muy felices, fueron recogiendo cada uno de los libros, dispuestos a colocarlos en las
bibliotecas, en las escuelas…, y en las humildes estanterías de sus casas. Tras ello, se
dirigieron al dragón para agradecerle el haberles liberado de la terrible maldición de la
bruja. No pudieron, sin embargo, dar las gracias al dragón, que había dado en su lucha ante
la malvada bruja, hasta la última gota de su feroz aliento.
Si oís en algún lugar el rumor de una leyenda que comienza diciendo, «érase una vez el
dragón de las palabras», corred hacia un libro cercano, agarradlo fuerte, leedlo, y dad
gracias. Algunos aún dicen, que para que no desaparezca ni nos falte nunca más un libro,
aquel dragón nos vigila y nos guarda…
Cuando era verano | Cuento infantil colectivo
El verano para mí era un cúmulo de sensaciones maravillosas. Se iniciaba con un grupito de
mariposas en el estómago, que parecían vaticinarme siempre la llegada de un verano
prometedor. Le seguía el ansia por zambullirme en abundantes masas de agua dulce o
salada, de un color azul celeste tan brillante, como esperaba el tono del cielo durante toda la
estación estival. Pero pasado el tiempo, de pronto, nada. No sentía las mariposas, no quería
zambullirme en los tonos azules del agua, no lograba percibir los matices de los colores
destellantes… Algo había cambiado. Era como si no lograra captar lo que años atrás el
verano traía consigo: toda esa gama de contrastes, de colores en el cielo, todos esos verdes
en los árboles. . . Sentía que algo tenía que hacer. De nuevo se avecinaba la estación estival,
y qué mejor oportunidad que aquella para apreciar la inmensidad del mar, el devenir de las
olas, el gusto de la brisa en el rostro…o el profundo cantar surgido del océano, cuando nada
más que el mismo se manifiesta en la noche bajo el tímido manto de un cachito de luna. Un
sonido más preciado si cabe, si se escuchaba caminando descalza sobre la arena, como me
había enseñado la abuela Lina en aquellos primeros días de costa. Era como si la naturaleza
te hablara.
Decidí entonces descalzarme de nuevo, como antaño, y cerrando los ojos casi parecía que el
verano seguía siendo prometedor, o que el agua azulada y cristalina no había cambiado en
nada, que todo seguía como antes. Y en mi estómago, continuaban las mismas mariposas
que jugaban revoltosas al llegar al pueblo o presentir su presencia. Los recuerdos se
agolpaban con la arena ardiente bajo los pies: la abuela, los primeros y miedosos
chapuzones, la ansiedad al divisar el pueblo en lontananza…o los ojos negros de Pedrito,
mi primer amor. Observando el agua, de nuevo me entraban las mismas ganas de
zambullirme a lo loco, y hasta me parecía divisarle acercándose junto a mí. Que traicionero
podía ser el sol en la playa tras muchas horas de intenso calor…y cuánta la magia que
brindaba el verano a los niños bajo su escenario teñido de ocres y todo tipo de tonos
amarillos, terrosos y matices dorados. Un color, un sabor, una promesa o una simple
mirada, eran suficientes para hacer de un solo verano el más prometedor y feliz de todos.
Abrí los ojos, que se inundaron de mar, y me zambullí en el agua con el propósito de
refrescarme la cabeza y lograr despejar, finalmente, toda aquella confusión. Al sacudirla
hacia el exterior con fuerza, miles de gotas de agua, como cristales rotos de un tono
multicolor, danzaron a mi alrededor. Aquellas gotas terminaron de conducirme hacia la
respuesta que necesitaba…Ahora ya sabía qué había cambiado, y aunque la nostalgia
muchas veces podía ser agridulce…también podía convertirse en un relato de lo más
encantador.
El Vagabundo y la Luna | Cuento infantil
Érase una vez un extraño hombrecillo que moraba entre las sombras de una ciudad. Prefería
la noche al día, y al alba, se acomodaba sobre los tejados más mullidos de la capital. La
gente, que nada de él conocía, acostumbraba a susurrar a su espalda mientras el hombrecillo
dormía, ajeno a los demás.
– ¡Pobre vagabundo! –se lamentaban los más bondadosos– ¡Qué vida tan desgraciada
tendrá!
A aquel extraño vecino le acompañaba siempre un gato, lleno de tantas manchas que
parecía vestido de lunares, y ¡hasta unas botitas blancas parecía calzar!
Poco más poseía aquel hombre, salvo una pequeña flauta que le alegraba las noches,
mientras todos dormían y él despertaba. Y sin embargo, era el hombre más rico de la
ciudad.
Cuando la ciudad dormía todo se tornaba de paz y tranquilidad por las calles y recovecos de
aquel lugar. Solo un pequeño hombrecillo y su gato de cien manchas, permanecían en aquel
momento con los ojos abiertos. Aquel vagabundo (como le llamaban), hacía entonces
sonar su flauta llenando las avenidas de alegría, color y magia. Sentado a los pies de la
mismísima luna, cada noche silbaba el músico al viento todas las melodías que recordaba.
– ¡Qué dichoso y afortunado me siento aquí sentado! – comentaba a menudo el músico
acariciando a su curioso y pintoresco gato.
Arropadito por un buen manto de estrellas, tocaba y tocaba sin darse cuenta la noche entera,
y cuando todos comenzaban a despertar volvía junto a su gato a buscar tejados mullidos
donde poder reposar.
Así una y otra vez hasta que acabase el día, y la noche y la música tuviesen de nuevo lugar.

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El cuento

  • 1. El cuento: El caracolillo Gustavillo Gustavillo era un caracolillo que vivía feliz en el fondo del mar; se mecía al ritmo de las corrientes marinas, reposaba en la arena, buscando algún rayo de sol y de vez en cuando daba sus paseos. Un día un cangrejo le vio y le dijo: - ¿Puedo vivir contigo? Gustavillo se lo pensó dos veces y al final decidió ser, como un antepasado suyo un cangrejo ermitaño. Empezaron a vivir juntos el cangrejo dentro del caracol y al poco comenzaron los problemas: el cangrejo se metía las pinzas en la nariz, hacía ruidos cuando comía, no ayudaba en la limpieza... Una mañana Gustavillo le dijo al cangrejo todo lo que no se debía hacer, con paciencia , explicándole que: - Hurgarse en la nariz, es de mala educación y además puede hacer daño - Se mastica siempre con la boca cerrada - Hay siempre que colaborar en la limpieza y orden de dónde se vive El cangrejo se quedó callado, salió de la casa y se perdió durante varios días. Cuando volvió habló con Gustavillo y entre los dos juntitos hicieron una lista de las cosas que, para estar juntos, debían hacer para que todo funcionara bien. A partir de ese momento se acoplaron a convivir juntos y fueron muy, muy felices, el cangrejo, daba a Gustavillo largos paseos y el caracolillo arropaba al cangrejo cuando había marea. FIN
  • 2. El gigante tragón. Cuentos para niños Érase una vez una abuelita que vivía con sus tres nietas. Las tres niñas ayudaban en las tareas del hogar por el cariño que sentían a su abuela. Un día la abuelita les dijo que en cuanto acabaran cada una de ellas su faena de la casa, podían bajar a la bodega a merendar pan con miel. Al poco rato la pequeña de las tres hermanas acabó su labor y marchó a la bodega. Cuento para niños Nada más llegar, en la puerta y sin llegar a entrar, escuchó una voz que cantaba: - Pequeña, pequeñita, no vengas acá, tralará, tralará... -¿De dónde ha salido esa voz?, se preguntó la pequeña, y decidió entrar. Zas!! en ese mismo momento el gigante Tragón la metió en un saco y la cerró. Al cabo de media hora, la hermana mediana acabó su labor y le dijo a su abuelita que marchaba a merendar pan con miel a la bodega. -Está bien - le dijo la abuelita- y de paso dile a tu hermana que está tardando demasiado en volver a casa. -Muy bien abuela, se lo diré. En cuanto llegó a la puerta de la bodega, justo antes de entrar, escuchó una voz que cantaba: -Mediana, medianita, no vengas acá, tralará, tralará... -¿Quién anda ahí? Preguntó la niña, y aunque no escuchó respuesta, decidió entrar. Zas!! De nuevo el gigante Tragón encerró a la hermana mediana en el saco junto a la pequeña. Pasado ya mediodía, la abuela se acercó a la hermana mayor y le preguntó -¿Todavía no has acabado? -Me falta poco abuelita, ya voy. -Hazme un favor, déjalo ya, acércate a la bodega a ver que hacen tus hermanas, se está haciendo muy tarde... Y así lo hizo, pero cuando llegó a la puerta de la bodega pudo oír a alguien cantar: -Mayor, mayorcita, no vengas acá, tralará, tralará... Con toda curiosidad se acercó y Zas!!! Las tres hermanas acabaron en el saco del gigante Tragón. Con toda la preocupación del mundo la abuelita salió a buscar a sus nietas, y al llegar a la puerta de la bodega escuchó cantar: -Abuela, abuelita, no vengas acá, tralará, tralará... -Ay Dios mío, mis niñas, seguro que ese gigante Tragón las ha cogido... Pues la abuelita ya conocía al malvado gigante. Corrió y corrió en busca de ayuda pero no encontró a nadie, y sentada en una roca llorando por sus nietas, se le acercó una avispa a preguntar: -Ancianita, ¿qué le sucede? ¿Se encuentra usted bien? -Mis nietas, las ha raptado el gigante Tragón, pobrecitas mías. -No se preocupe abuelita, ese malvado tendrá su merecido. Enseguida la avispa avisó a todas sus amigas del enjambre, y con voz de ataque gritaron:
  • 3. -Vamos a por ese gigante malvado, hay que darle su merecido, ¡¡¡adelante compañeras!!!! En el momento que el gigante Tragón salía de la bodega camino al bosque, todas las avispas empezaron a picotearle sin parar. Éste salió corriendo temeroso de los picotazos y olvidándose allá mismo del saco con las tres pequeñas. Las niñas pudieron salvarse de las garras del gigante Tragón gracias a unas avispas muy avispadas. Finalmente, la abuelita y sus tres adorables nietas marcharon a casa para merendar un rico pan con miel. FIN
  • 4. Cuento infantil. El ratón Enriqueto Enriqueto era un ratoncito tímido, de pelaje negro, dientes torcidos, ojos bizcos y oreja maltrecha. Se quedó huérfano de padre y madre y creció en compañía de otros ratones que hacían lo que podían para sobrevivir en un mercado de la ciudad de Guatemala. El día de Nochebuena, como de costumbre tenían hambre y decidieron salir a buscar comida entre los desperdicios de los contenedores que la gente iba llenando alrededor del mercado. Cuento que previene la obesidad infantil Nuestro amigo Enriqueto, que era muy hábil para detectar olores y sabores, era el jefe de la cuadrilla de buscadores y el que más y mejor comida conseguía para la familia ratonil. Esa mañana logró reunir trozos de jamón, pizza, chorizo, frijoles volteados, nachos, platanitos cocidos, pan francés y unas cuantas galletas navideñas. - ¡Qué placer!, dijo Enriqueto. Todos sus amigos se reunieron y empezaron su banquete navideño. Comieron hasta que casi reventaban sus panzas rechonchas y peludas. Al filo de las 8 de la noche, ya ni se movieron en sus cuevas de lo llenos que estaban. Sin embargo, Enriqueto decidió salir a ver si conseguía algo de postre. Cuando estaba por allí merodeando… ¡¡¡PUM!!!... lo atropelló un coche. Salió disparado al otro lado de la carretera y notó que algo caliente le salía del cuerpo. Tiene que ser sangre. Dios mío...me estoy muriendo... a donde iré a ir a parar: al cielo de los ratones o allí abajo ¿donde se asan?..., empezó a pensar Enriqueto. En esas estaba cuando ya no sintió nada más y desfalleció.... Cuando por fin abrió sus ojos, se vio rodeado de ratones vestidos de blanco, y dijo: "Entonces sí me morí y debo estar en el cielo". De pronto uno de ellos le habló, diciendo: - ¡¡Manito Enriqueto...por fin abriste tus ojos...estás vivo!! Un buen susto fue el que se llevó Enriqueto. Y lo que realmente había pasado fue que cuando sus compañeros oyeron que un coche se había estrellado contra el contenedor de basura que registraba Enriqueto, le vieron tendido en la acera. Inmediatamente lo cogieron y se lo llevaron a su cueva, le frotaron con alcohol el pecho, le estiraron las piernas y lo calentaron con mentol y candelas para que entrara en calor. Enriqueto, al verse vivo, no paraba de llorar de la alegría y juró no volver a portarse mal y ser tan glotón y comilón. FIN
  • 5. El huevo que pía. Cuentos para niños Un cuento infantil que habla de la curiosidad de un niño y del cariño con que es tratado por sus abuelos. Muestra lo sencillo y rico que puede representar el nacimiento de un pollito para un niño. Y que en el campo ocurren muchas cosas nuevas a los ojos de los más pequeños. La gallina de plumaje dorado se levantó del escondite donde empollaba sus huevos. Llevaba días debajo de un frondoso helecho del jardín. Mientras escarbaba buscando gusanos en la tierra, cantaba como si se sintiera feliz. La curiosidad de los niños - Ca-ca-ca-ca-ca, ca-ca-ca-ca-ca… Adrién aguzó el oído para escuchar el canto monótono de la gallina. Aquello era nuevo para él. - Abuelita, ¿qué es eso? - Es la gallina cantando. - Quiero verla. - Te la mostraré de lejos, porque te puede picar. - ¿Por qué? - Porque está echada. - ¿Por qué? Adrién continuó haciendo preguntas. La abuela ya no sabía cómo satisfacer su curiosidad. Lo llevó al patio. Tan pronto vio la gallina, quiso acercarse para cogerla, pero ésta erizó el plumaje y corrió hacia él, amenazante. Adrién se protegió, asustado y lloroso, en los brazos de la abuela. Fue sólo un susto. Era la primera vez que pasaba unos días en la finca de la abuela. Había vivido sus escasos cuatro años en la ciudad y las visitas al campo habían sido breves. Los días en el campo eran fascinantes para él. Que su abuela hiciera tostones de un plátano verde que cogió de una de sus matas, lo dejó embelesado. Su madre también hacía tostones, pero los sacaba de una bolsa del congelador. Que su abuela abriera una vaina y muchos granos de gandules, cayeran en sus manos, le parecía un cuento. Su madre abría una lata y allí estaban los gandules. En el campo ocurrían muchas cosas nuevas a los ojos de Adrién. Al día siguiente, la abuela se acercó al helecho donde la gallina se ocultaba y vio gozosa algunos cascarones esparcidos por el nido y unos polluelos aún mojados y cegatos. Le pareció un espectáculo para su nietecito. Subió corriendo hasta la sala donde el niño coloreaba con su abuelo. - Ven, quiero mostrarte algo. - ¿Qué? - Vamos para que veas los pollitos que tuvo la gallina. - ¿Y si me pica?
  • 6. - No dejaré que te pique. Adrién estaba maravillado, ya había tres pollitos con la gallina que los paseaba orgullosa. - Pío- pío-pío, decían los pollitos, siguiendo a la madre. De pronto, la abuela escuchó un piar profundo dentro de uno de los huevos que aún quedaban. Lo cogió con extremo cuidado. Mientras el niño miraba embelesado, la abuela iba rompiendo el cascarón. Primero apareció un diminuto pico, después la cabeza y luego el resto del cuerpo pequeño, amarillo y mojado. Minutos después, el pollito corría con la madre y piaba feliz. - Ese pollito es mío.- Dijo con seguridad. - Sí, mi amor, ese es tu pollito. - Quiero cogerlo. - No puedes cogerlo hasta que esté grande. - ¿Por qué? - Porque la gallina no quiere que lo cojan. - ¿Por qué? Antes de ella alcanzar a contestar, la gallina se acercó con su hermosa cría. Sus cánticos distrajeron a Adrién, y la abuela creyó que se habían acabado las preguntas.- Pío- pío-pío. - Abuela, ¿quién les enseñó a cantar? FIN
  • 7. Irene quiere ser bruja. Cuentos infantiles Cada mañana, Irene, arrastraba su pesada mochila y su mirada triste por delante de la tienda de disfraces antes de ir a la escuela. Cada mañana, Irene se paraba a observar el maniquí vestido de bruja que, con mirada amenazante, le devolvía la mirada al otro lado del escaparate. Y cada mañana suspiraba antes de volver a arrastrar su pesada mochila en dirección a la escuela. Irene soñaba con convertirse en una bruja. Lo deseaba cada día, cada noche antes de dormir, cada mañana antes de entrar en clase con la mirada baja. Irene quería ser una bruja mala, de las de verruga en la nariz y melena alborotada, para asustar a los niños que no la entendían. Irene sueña con ser una bruja para espantar sus miedos Irene quería tener un libro lleno de encantamientos. Si lo tuviera, Irene haría lo siguiente: 1. Siempre sería verano, para no tener así que ir al colegio (Irene se acababa de cambiar de país y no terminaba de adaptarse al nuevo idioma, el francés). 2. Convertiría a los niños en gatos (le encantaban los gatos). 3. Conseguiría que el pescado supiera a chocolate (Y es que a Irene no le gustaba nada el pescado). Un día como otro cualquiera, Irene se paró delante del escaparate de la tienda de disfraces y formuló su deseo: quiero ser una bruja. Y justo cuando iba a marcharse, escuchó una risa. No era una risa cualquiera, era una verdadera y auténtica risa de bruja mala. - Sí, sí, no me mires así. Soy yo la que me he reído – habló la bruja con voz grave – Vaya, con que quieres ser como yo... La bruja le preguntó por qué quería ser como ella e Irene le contó todo: lo poco que le gustaba ir al colegio, lo mal que se entendía con sus compañeros de clase, lo desagradable que le parecía el sabor del pescado… - ¡Pues vaya una cosa! Esto no es motivo para convertirse en una bruja mala para toda la vida… Y terminó su frase con unas palabras extrañas que Irene no llegó a comprender. Lo que sí supo enseguida es que algo había cambiado. ¡La bruja la había convertido en una gata! - No, no, no, no…los gatos tienen que ser ellos…¡no yo! – se quejó a la bruja. - ¡Bah! Soy una bruja mala y hago lo que me da la gana. ¿O qué creías? ¿Qué iba a ayudarte? Para eso haberte buscado un hada. Serás una gata hasta que se rompa el maleficio. Irene aprende una lección sobre la importancia de enfrentarse a los problemas Irne la gata se dirigió hacia el colegio. Nada más verla, un par de compañeros de clase se acercaron a ella… - Fijaros que gata más bonita. ¿Qué hará aquí en la escuela? Al poco rato, todos los niños de su clase rodeaban a Irene, la llenaban de carantoñas y querían jugar con ella. La llevaron a clase y la dejaron en un rincón, rodeada de cómodos cojines. ¡Era tan agradable estar medio dormida allí, mientras la profesora enseñaba matemáticas. A la niña le extrañó que ahora, como gata, todos le hicieran caso. Incluso le
  • 8. trajeron pescado.. ¡y le gustómás que el chocolate! Eso sí que era raro. Realmente se estaba muy bien de gata. Pero cuando estaba pensando aquello, Irene-gata, que paseaba tranquilamente por el patio del colegio, escuchó unos gruñidos y a lo lejos vio un enorme pastor alemán que corría hacia ella. Muy asustada se subió a lo alto de un árbol. Irene-gata sintió más miedo que nunca en su vida. Aún así, consiguió librarse del perro. Irene-gata comenzó a vagar por las calles y sin darse cuenta, acabó haciendo el camino de siempre y plantándose delante del escaparate de la tienda de disfraces. Allí seguía el maniquí vestido de bruja. - ¡Bruja mala! ¡Mira lo que has conseguido! Casi acabo en las garras de un perro… Irene-gata volvió a escuchar la risa maléfica de la bruja y su voz grave. - Pero lo has superado, igual que superarás tus problemas con los niños del colegio. No sirve de nada huir, ni querer ser una bruja mala. Para solucionar un problema solo hay una solución: enfrentarse a ellos. Así que, no quiero volverte a escuchar quejándote delante de este escaparate. Demuestra a esos niños que eres una niña tan interesante y divertida como ellos (o más). Y terminó su frase con unas palabras extrañas que Irene no llegó a comprender. Lo que sí supo enseguida es que algo había cambiado. ¡Volvía a ser una niña! Y la bruja volvía a ser un simple maniquí al otro lado del escaparate. Irene se fue a casa pensativa. No contó a nadie su experiencia como gata, pero esa noche, cuando mamá puso el pescado sobre la mesa, Irene se lo comió con ganas. ¡Estaba rico!
  • 9. El niño David y la ballena. David y la ballena es un cuento que nos habla de amistad. O mejor dicho, de cómo imagina un niño que es un amigo. Entre otras cosas, un amigo es alguien con quien compartir confiencias. Pero también alguien que te enseña a respetar y aprender de las las diferencias. El cuento de amistad de David y la ballena Llevaba cuatro días lloviendo sin parar. Los cuatro días que David y su familia llevaban de vacaciones. Llovía con fuerza sobre la playa vacía, llovía sin tregua sobre el techo de la caravana en la que el niño David y su familia inventaban maneras de pasar el tiempo, de esperar a que aquella lluvia interminable se tomara un descanso. Jugaron a las cartas. Jugaron a la oca y al parchís. Jugaron al ajedrez, a las damas y también al dominó. Pero el tiempo no pasaba. La lluvia tampoco. El niño David miraba por la ventana y suspiraba. Él tenía tantos proyectos para aquellas vacaciones en el mar... Quería construir un castillo de arena e invitar a su princesa a jugar a las palas. Quería bucear entre las olas y que las sirenas le enseñaran a respirar bajo el agua. Quería después nadar y nadar y nadar. Llegar a alta mar y encontrarse con unos piratas de los de parche en el ojo y pata de palo. Quería navegar con ellos por mil mares, de punta a punta del planeta, por cada continente y cada océano. Después, cuando decidiera volver a casa, cansado de tanto conocer mundo, lo haría subido a una enorme ballena. Sería una ballena de piel brillante, que siempre le daría conversación, y siempre sería de lo más interesante. Ella le contaría lo que era ser una ballena, y el niño David que no siempre le gustaba ir a la escuela. Ella le hablaría de los cazadores furtivos, y él de lo que era ser un pirata fugitivo. Ella, que como todas las ballenas sería vegetariana, le enseñaría a comer placton y otras plantas, y el niño David, muy sorprendido, se lo comería como si fuera el mejor de los bocadillos. Luego, cuando llegaran de vuelta a la playa, ella se despediría soltando por sus pulmones un chorro de agua. Y David saldría despedido hasta la playa, a donde llegaría hecho todo un pirata... - David, David...¡deja de dormir! Ponte el bañador que ha salido el sol... Así que por fin se fueron a la playa... ¿Cumpliría el niño David sus propósitos de pirata?
  • 10. Cuento infantil. Carrera de zapatillas Carrera de zapatillas, un cuento que puedes leer en Guiainfantil.com sobre el valor de la amistad. Los valores son las reglas de conducta y actitudes según las cuales nos comportarnos y que están de acuerdo con aquello que consideramos correcto. Los libros, cuentos, fábulas o poemas proporcionan a los padres una herramienta perfecta para educar en valores a los niños. Carrera de zapatillas: cuento infantil sobre la amistad Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron temprano porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos junto al lago. También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida que no quería ser amiga de los demás animales. La jiraba comenzó a burlarse de sus amigos: - Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta. - Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo. - Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga. Y entonces, llegó la hora de la largada. El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados. La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada. Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas! - Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa. Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le dijo: - Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo necesitamos. Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones. Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados, listos, ¡YA! Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que además había aprendido lo que significaba la amistad. Colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son. FIN
  • 11. Cuento sobre generosidad. Una lechuga no es un plato ¡Hay un gusano en mi plato!, dijo Matías haciendo gestitos con la mano como para ahuyentarlo. El gusano primero miró el plato, después miró a Matías y luego dijo: - ¡Glup!, parece que me equivoqué. Esta no es una hoja de lechuga. Cuando se le pasó un poquito el miedo, Matías, que era muy curioso, se acercó a observar muy bien a don Gusano. Cuento infantil sobre generosidad - ¡Vaya! -pensó- No sólo es bastante extraño y bonitos sus colores, sino que también tiene muchas patitas. Debe estar desorientado. - Desorientado no, apenas un poco cegato –corrigió el gusano- pero en voz tan bajita que nadie lo escuchó. Por un instante el gusanito detuvo su marcha, encorvó su lomo verde y miró a Matías con sus ojitos finitos de gusano perdido. Sonrieron cada uno a su manera. Matías, entonces, trajo una hoja de lechuga, que con mamá sacó de la heladera. Lo cargó sobre ella y la llevó al jardín. Don Gusano sintió el airecito y fue feliz. Entretanto, Matías lo miraba divertido. Pasito a paso el gusano se fue perdiendo entre las rosas con un buen bocado de lechuga entre las mandíbulas. Pero eso sí ¡lechuga sin condimentar! FIN
  • 12. LA AYUDA DE LOS DEMÁS A veces, cuando nos ponemos enfermos y estamos solos, solemos agradecer la compañía de otros para llevar con mayor facilidad nuestra recuperación. Esto era lo que pensaba un día de verano una gallina en su casa, atacada por una tremenda gripe, al tiempo que se lamentaba por no tener a nadie de confianza a su alrededor. Un día, mientras la pobre gallina se recuperaba sola de su molesto resfriado, su vecino, un gato muy egoísta y con ideas escasamente buenas, decidió visitar a la gallina para ver cómo se encontraba o si podía ayudarla en algo para que se recuperase más pronto y con más tranquilidad. Lamentablemente, esta tan solo era la excusa que el gato había perpetrado para presentarse ante su vecina, y no la pensaba cumplir. • ¡Conseguiré engañar a mi vecina, y esta, con el juicio nublado a causa de la fiebre, me dejará entrar sin problemas! Cuando esto ocurra, me abalanzaré sobre ella hasta que tan solo queden las plumas – Pensaba el despiadado del gato, que llevaba días sin comer y cada vez se sentía más atrevido. Al verle, la gallina, que era muy lista, supo muy bien a qué se debía aquella visita y decidió exagerar los síntomas de su gripe para engañar al gato: • ¡Qué bien que me visita! ¿Podría usted ayudarme, don gato? Necesito poner agua a calentar para calmar mi garganta. ¿Podría usted hacerlo?- Preguntó la gallina. El gato, convencido de que había conseguido engañar a la gallinita enferma, decidió poner el agua a calentar. Una vez lista y bien calentita el agua, pidió al gato que le acercase su tacita con una rica infusión. Al acercarse, la gallina batió sus alas sacando fuerzas de flaqueza, hasta verter el agua casi hirviendo de la taza sobre la cola de su vecino. ¡Cómo aullaba de dolor! Y de esta forma, el gato jamás volvió a molestar a su vecina, ni mucho menos, a provecharse de las debilidades de los demás.
  • 13. El pequeño elefantito blanco Érase una vez una manada de elefantes que vivía feliz en la selva. Todo parecía estar rodeado de alegría, felicidad y un fuerte sentimiento de hermandad entre todos los elefantes. Pero todo aquel entorno mágico lleno de paz se fue al traste un día en el que nació una nueva y deseada cría de elefante. Aquel elefante no era como los demás. ¡Su piel era toda de color blanco! Y aquella rareza provocó entre sus demás familiares mucha desconfianza y desasosiego. En el mundo de los elefantes todo era siempre normal, y nadie se salía de la norma, puesto que su felicidad se basaba en caminar y en vivir todos juntos al unísono. Pero aquel pequeño e indefenso elefantito parecía estar ya desde su primer día de vida completamente fuera de la norma, y aquello no gustó nada a los demás elefantes, en especial a los más viejos de la manada. Los padres del pequeño elefante se sentían desesperados. Tampoco le encontraban explicación a que la piel de su cría fuese de color blanco, casi brillante, pero a pesar de todo le querían y no deseaban bajo ningún concepto que le sucediera nada malo. Y llegó el trágico día en el que el jefe de la manada propuso abandonar al elefantito a la orilla de un río. ¡Qué tristeza se apoderó de sus pobres padres, que se sentían divididos entre el deber de obedecer a la manada y el deber de amar a su pobre cría! Tras mucho pensar sobre las opciones que tenían, el padre del elefantito blanco decidió enfrentarse al jefe de la manada. Al ver la fortaleza de aquel joven padre elefante y la mirada de desafío que le lanzaba, el jefe de la manada se vio obligado a claudicar y a deshacer su plan. El jefe era demasiado mayor como para enfrentarse ya a los suyos y procuró reflexionar de nuevo sobre el tema. Gracias a aquello el elefantito blanco, que no era otra cosa que un elefante albino, pudo crecer junto a los suyos y vivir muy feliz. Todos aceptaron lo que la naturaleza había creado y le dieron gracias al cielo cada mañana alzando las trompas al sol. Y todo comenzó a ir tan bien desde entonces para los elefantes en la selva, que a la muerte del jefe, ya muy anciano, decidieron proponer al elefante blanco como su digno sucesor. ¡Se había ganado el amor y la confianza de toda la manada! Y sus padres se vieron colmados de gratitud y felicidad el resto de sus vidas.
  • 14. El dragón de las palabras : Cuento infantil Hace mucho, mucho tiempo…, a finales de la era de los dragones y los castillos, circulaba una leyenda en torno a una bruja tremendamente malvada. En muchos lugares se había oído y asegurado su existencia y, aunque nadie reconocía haberla visto jamás, todos parecían saber cosas de ella. Habitaba en un castillo lejano de Europa, pero, se decía que era tan poderosa que a todas partes del mundo podía hacer llegar su maldad. Convencida de que los libros conducían a los hombres al progreso y a la libertad, aquella malvada bruja no quería que el pueblo conociese la lectura, y al dragón de su castillo, todos y cada uno de los libros que se escribían en el mundo, le hacía tragar. La bruja tenía miedo de que la gente leyese y aprendiese a pensar y, tras ello, la despojasen de su castillo, de su poder, y de toda su maldad. Así, fueron pasando los años y los hombres, poco a poco, se olvidaron de leer y de pensar. Los niños, por su parte, crecieron comunicándose por señas, balbuceando palabras aisladas que jamás veían escritas en ningún lugar, y cuyo significado no llegaban a comprender y nadie les sabía enseñar ya. El dragón de la horrible bruja, que observaba con profunda tristeza lo que había conseguido finalmente, y hasta donde había llegado su maldad, decidió luchar contra ella y poder devolver así a los hombres su dignidad. Frente a la bruja, el dragón abrió sus fauces decidido a expulsar una gran bola de fuego, como aquella que había hecho arder todos y cada uno de los libros robados por la bruja en la boca de su estómago. Pero de la boca del dragón no salía fuego, lo que provocó una carcajada de tal magnitud en la bruja malvada, que según dice la leyenda, dio origen a varios terremotos en la tierra. El dragón del temido castillo solo expulsaba palabras, de tantos libros como se había comido. Impresionado, el dragón sopló y sopló hasta sacar de su interior la última de las letras robadas. Y estas, poco a poco, fueron dando forma a las palabras, las palabras a las frases, y las oraciones a todos y cada uno de los libros perdidos. ¡Qué espectáculo de formas y colores se veía! Las vocales danzaban y giraban dando vueltas como locas, y los personajes de cuento más famosos buscaban ansiosos su hogar, revoloteando sobre los rostros perplejos de la muchedumbre, que se había agolpado, ante el ruido, frente al castillo de la malvada bruja. De esta forma, el esfuerzo del dragón fue debilitando el poder de la bruja, que quedó finalmente sepultada bajo las toneladas de libros que el dragón consiguió devolver al mundo tras sus grandes bocanadas de aliento. Y, como por obra de un milagro, los hombres fueron recuperando la libertad y la cordura, y los niños ordenando sus ideas en sus pequeñas cabezas y hablando de nuevo con fluidez. Todos, muy felices, fueron recogiendo cada uno de los libros, dispuestos a colocarlos en las bibliotecas, en las escuelas…, y en las humildes estanterías de sus casas. Tras ello, se dirigieron al dragón para agradecerle el haberles liberado de la terrible maldición de la bruja. No pudieron, sin embargo, dar las gracias al dragón, que había dado en su lucha ante la malvada bruja, hasta la última gota de su feroz aliento. Si oís en algún lugar el rumor de una leyenda que comienza diciendo, «érase una vez el dragón de las palabras», corred hacia un libro cercano, agarradlo fuerte, leedlo, y dad gracias. Algunos aún dicen, que para que no desaparezca ni nos falte nunca más un libro, aquel dragón nos vigila y nos guarda…
  • 15. Cuando era verano | Cuento infantil colectivo El verano para mí era un cúmulo de sensaciones maravillosas. Se iniciaba con un grupito de mariposas en el estómago, que parecían vaticinarme siempre la llegada de un verano prometedor. Le seguía el ansia por zambullirme en abundantes masas de agua dulce o salada, de un color azul celeste tan brillante, como esperaba el tono del cielo durante toda la estación estival. Pero pasado el tiempo, de pronto, nada. No sentía las mariposas, no quería zambullirme en los tonos azules del agua, no lograba percibir los matices de los colores destellantes… Algo había cambiado. Era como si no lograra captar lo que años atrás el verano traía consigo: toda esa gama de contrastes, de colores en el cielo, todos esos verdes en los árboles. . . Sentía que algo tenía que hacer. De nuevo se avecinaba la estación estival, y qué mejor oportunidad que aquella para apreciar la inmensidad del mar, el devenir de las olas, el gusto de la brisa en el rostro…o el profundo cantar surgido del océano, cuando nada más que el mismo se manifiesta en la noche bajo el tímido manto de un cachito de luna. Un sonido más preciado si cabe, si se escuchaba caminando descalza sobre la arena, como me había enseñado la abuela Lina en aquellos primeros días de costa. Era como si la naturaleza te hablara. Decidí entonces descalzarme de nuevo, como antaño, y cerrando los ojos casi parecía que el verano seguía siendo prometedor, o que el agua azulada y cristalina no había cambiado en nada, que todo seguía como antes. Y en mi estómago, continuaban las mismas mariposas que jugaban revoltosas al llegar al pueblo o presentir su presencia. Los recuerdos se agolpaban con la arena ardiente bajo los pies: la abuela, los primeros y miedosos chapuzones, la ansiedad al divisar el pueblo en lontananza…o los ojos negros de Pedrito, mi primer amor. Observando el agua, de nuevo me entraban las mismas ganas de zambullirme a lo loco, y hasta me parecía divisarle acercándose junto a mí. Que traicionero podía ser el sol en la playa tras muchas horas de intenso calor…y cuánta la magia que brindaba el verano a los niños bajo su escenario teñido de ocres y todo tipo de tonos amarillos, terrosos y matices dorados. Un color, un sabor, una promesa o una simple mirada, eran suficientes para hacer de un solo verano el más prometedor y feliz de todos. Abrí los ojos, que se inundaron de mar, y me zambullí en el agua con el propósito de refrescarme la cabeza y lograr despejar, finalmente, toda aquella confusión. Al sacudirla hacia el exterior con fuerza, miles de gotas de agua, como cristales rotos de un tono multicolor, danzaron a mi alrededor. Aquellas gotas terminaron de conducirme hacia la respuesta que necesitaba…Ahora ya sabía qué había cambiado, y aunque la nostalgia muchas veces podía ser agridulce…también podía convertirse en un relato de lo más encantador.
  • 16. El Vagabundo y la Luna | Cuento infantil Érase una vez un extraño hombrecillo que moraba entre las sombras de una ciudad. Prefería la noche al día, y al alba, se acomodaba sobre los tejados más mullidos de la capital. La gente, que nada de él conocía, acostumbraba a susurrar a su espalda mientras el hombrecillo dormía, ajeno a los demás. – ¡Pobre vagabundo! –se lamentaban los más bondadosos– ¡Qué vida tan desgraciada tendrá! A aquel extraño vecino le acompañaba siempre un gato, lleno de tantas manchas que parecía vestido de lunares, y ¡hasta unas botitas blancas parecía calzar! Poco más poseía aquel hombre, salvo una pequeña flauta que le alegraba las noches, mientras todos dormían y él despertaba. Y sin embargo, era el hombre más rico de la ciudad. Cuando la ciudad dormía todo se tornaba de paz y tranquilidad por las calles y recovecos de aquel lugar. Solo un pequeño hombrecillo y su gato de cien manchas, permanecían en aquel momento con los ojos abiertos. Aquel vagabundo (como le llamaban), hacía entonces sonar su flauta llenando las avenidas de alegría, color y magia. Sentado a los pies de la mismísima luna, cada noche silbaba el músico al viento todas las melodías que recordaba. – ¡Qué dichoso y afortunado me siento aquí sentado! – comentaba a menudo el músico acariciando a su curioso y pintoresco gato. Arropadito por un buen manto de estrellas, tocaba y tocaba sin darse cuenta la noche entera, y cuando todos comenzaban a despertar volvía junto a su gato a buscar tejados mullidos donde poder reposar. Así una y otra vez hasta que acabase el día, y la noche y la música tuviesen de nuevo lugar.