1. El Gato Negro
No espero ni pido que nadie crea el extraño aunque simple relato que voy a escribir. Estaría
completamente loco si lo esperase, pues mis sentidos rechazan su evidencia. Pero no estoy
loco, y sé perfectamente que esto no es un sueño.
Me gustaban, de forma singular, los animales. Nunca me sentía tan feliz como cuando les
daba de comer y los acariciaba. Hay algo en el generoso amor de un animal que llega
directamente al corazón del que con frecuencia ha probado la falsa amistad y frágil fidelidad
del hombre. Me casé y tuve la alegría de que mi mujer compartiera mis preferencias.
Teníamos un montón de mascotas y un gato.
Pluto- se llamaba el gato- era mi favorito y mi camarada. Nuestra amistad duró varios años,
hasta que mi temperamento y mi carácter, por causa del demonio Intemperancia, se
alteraron radicalmente. Terminé recurriendo a la violencia física. Incluso Pluto, que ya
empezaba a ser viejo y, por tanto, irritable, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal
humor.
Una noche, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Como cuando lo agarré, me
mordió ligeramente la mano, saqué un cortaplumas y deliberadamente le arranqué un ojo.
Fue como si la raíz de mi alma se separaba de un golpe del cuerpo; y una maldad más que
diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser.
Mientras que el gato mejoraba lentamente, un espíritu de perversidad se presentó en mi
caída final. Una mañana le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un
árbol. Lo ahorqué porque recordaba que me había querido.
La noche del día en que cometí ese acto cruel me despertaron gritos de «¡Fuego!» Todo
quedó destruído. Todas las paredes, salvo una, se habían desplomado. La que quedaba en
pie había aguantado la acción del fuegoy en su superficie aparecía la figura de un gato con
una cuerda a su alrededor. El asombro y el terror me dominaron.
Durante meses no pude librarme del fantasma del gato. Llegué incluso a lamentar la pérdida
del mismo y a buscar otro animal de la misma especie, y de apariencia parecida, que
pudiera ocupar su lugar.
Una noche, medio borracho, me encontraba en una taberna y me llamó la atención un gato
negro. Era un gato exactamente igual a Pluto, salvo en un detalle. Este gato mostraba una
gran mancha blanca que le cubría casi todo el pecho. Pareció encantado de mis caricias y
al irme a casa, se mostró dispuesto a acompañarme. Había encontrado al animal que
estaba buscando.
Se acostumbró en seguida a nuestra casa y se convirtió en el favorito de mi mujer. Pronto,
sentí que nacía en mí una antipatía hacia el animal. Lentamente tales sentimientos de
disgusto y molestia se transformaron en la amargura del odio. Lo que probablemente
2. contribuyó a aumentarlo fue descubrir, a la mañana siguiente que aquel gato, igual a Pluto,
no tenía un ojo.
¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte! ¡Pensar
que una bestia era capaz de producir una angustia tan insoportable sobre mí, un hombre
creado a imagen y semejanza de Dios!
Un día, el nuevo gato me acompañó a nuestro destrozado sótano. Mientras bajábamos las
escaleras, este casi me hizo caer de cabeza, por lo que me desesperé casi hasta volverme
loco. Alzando un hacha lancé un golpe que hubiera causado la muerte instantánea del
animal. Pero la mano de mi mujer lo detuvo. Su intervención me llenó de una rabia más que
demoníaca; y le hundí el hacha en su cabeza. En seguida, cayó muerta a mis pies.
Consumado el asesinato, me dediqué a ocultar el cuerpo. Saqué fácilmente los ladrillos de
una falsa chimenea que yacía en una de las paredes y coloqué con cuidado el cuerpo
contra la pared interior. Está no mostraba la menor señal de haber sido alterada. Triunfante
me dije: «Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano» El paso siguiente consistió en
buscar a la bestia que había causado tanta desgracia, pero aparentemente esta huyó.
A los cuatro días, un grupo de policías entró en la casa y procedió a una inspección. Mi
escondite era inescrutable, no sentí la menor inquietud. Mi corazón latía tranquilamente
como el de quien duerme en la inocencia. Luego de recorrer cada rincón de la casa,
satisfechos, decidieron marcharse.
-Caballeros- dije-, me alegro de haber aclarado sus sospechas. Les deseo felicidad y un
poco más de cortesía. Por cierto, esta casa está muy bien construida... estas paredes son
de gran solidez-
Golpeé fuertemente la pared en donde estaba el cadáver. Una voz me contestó dentro de la
tumba. Un quejido, ahogado y entrecortado al principio, como el sollozar de un niño, que
luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo grito.
Completamente anormal e inhumano. Un aullido, mezcla de horror y de triunfo.
El cadáver apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja
boca abierta y el único ojo de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me
había llevado al asesinato y cuya voz delatora me entregaba ahora al verdugo. ¡Había
emparedado al monstruo en la tumba!
Por Juana Pérez Muñiz