2. Daniel era un joven judío que, con pocos años, fue deportado a
Babilonia, cuando Jerusalén fue tomada por los caldeos del rey
Nabucodonosor. Pero Dios lo escogió como profeta para todos los
judíos que habían sido deportados con él.
3. A los pocos años el reino de los caldeos fue derrotado y conquistado
por los persas del rey Darío. El nuevo rey apreciaba a Daniel por su
sabiduría y su don de profecía y lo hizo su consejero, por encima de
los ministros y gobernadores de su reino.
4. Éstos se pusieron de acuerdo para acabar con Daniel. Acudieron al rey
Darío y le dijeron para adularle: “Que se ordene en todo el reino que
cualquiera que en el espacio de treinta días haga una petición a
cualquier dios fuera de ti sea”.
5. El rey se sintió halagado por la idea y firmó el edicto. Según la leyes de
los persas un edicto firmado por el rey era irrevocable incluso por el
propio rey que lo había firmado.
6. Los enemigos de Daniel le vieron rezando a Dios y acudieron al rey para
recordarle el edicto que había firmado y acusaron a Daniel. Al rey le
entristeció mucho la noticia e intentó salvar a Daniel, pero la ley que
había firmado no se lo permitía.
7. El rey hizo traer a Daniel y le dijo: “Ojalá tu Dios te salve”, e hizo que
Daniel fuera arrojado a un foso lleno de leones. Sobre la boca del foso
se puso una gran piedra con el sello real para que nadie pudiera
salvarlo.
8. El rey Darío no comió ni durmió aquella noche, apenado por Daniel.
Por la mañana se levantó y fue al foso de los leones y llamó con tristes
voces, pensando que Daniel ya estaría muerto: “Daniel, ¿te ha librado
tu Dios de los leones?”
9. Daniel gritó: “El ángel de Dios ha cerrado la boca de los leones". El
rey mandó que lo sacaran del foso y no hallaron en él herida alguna
porque había tenido confianza en Dios, y prefirió rezar a Dios antes
que obedecer a los hombres.
10. Texto e imágenes
Revista Gesto, Nº 138
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