1. Instituto Hijas de María Auxiliadora
Provincia “San Juan Bosco”
Caracas – Venezuela
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PERFIL BIOGRÁFICO DE SOR MARIA WACHTLER
Nace en Zanegg (Hungría), el 05 – 08 -1935.
Muere en San Antonio de los Altos, Venezuela el 05- 09- 2016.
1ª Profesión en Rottenluck - Alemania el 05 -08 -1953
Profesión Perpetua en Rottenluck - Alemania el 05 – 08 – 1961
María nació 1935 en Zanegg, zona de frontera entre Hungría y
Austria. Hija de Lorenzo Wachtler y María Gruber, junto a sus dos
hermanos formaron un hogar que pronto experimentó el drama de la guerra que los obligó a
refugiarse en Austria para luego establecerse en Alemania.
Desde que estuvo en el Kinder le llamó la atención la vida de las religiosas que la educaban y luego
participando en el oratorio con otras religiosas, el interés se transformó en deseo de imitarlas. Fue su
hermano Hans quien la hizo conocer a las Hijas de María Auxiliadora, de las cuales quedaría prendada
por el trabajo que realizaban con los niños y jóvenes. Las estrecheces sufridas durante sus primeros
años no hicieron mella en ella, dado que en Austria, según contaba María, no le hicieron sentir su
situación de refugiada. El trabajo de niñera durante su juventud y el contacto con salesianos con
quienes colaboraban las FMA, acrecentó su deseo de dedicar su vida a la educación de los niños y
jóvenes. Con 16 años ingresó al Instituto y guardó siempre gratos recuerdos de los años de formación.
María narraba como le encantaban las clases en las que los sacerdotes le explicaban la Sagrada
Escritura y la doctrina cristiana, sobretodo recordaba su añoranza, en estos años de formación, de
poder estar ya! en medio de los niños y jóvenes. Hizo su primera profesión en Rottenbuck -Alemania-
en 1955. Sus primeros años de vida religiosa los transcurrió en Austria como maestra de primaria, la
tarea evangelizadora la atraía y el deseo de hacer que muchos conocieran a Jesús, especialmente
aquellos que se encontraban en zonas alejadas de la civilización y que por ello no habían aún recibido
el anuncio del Evangelio. Esta pasión porque otros pudieran conocer al Dios que llenaba su vida y la
transformaba cada día, le hizo en 1959 hacer la petición misionera, sin embargo su joven Provincia no
se podía desprender de ella inmediatamente. Sor María fue un apóstol y una misionera con la
oración, hizo de su entrega cotidiana una ofrenda por las misiones. Finalmente, en 1964 le llegó la
ansiada respuesta, su petición misionera había sido aceptada. Le siguió un año de preparación
misionera en Turín-Italia y posteriormente el anuncio de su destino: las misiones amazonenses de
Venezuela. Sor María serena y dichosa atravesó el Atlántico deseosa de poder comunicar a muchos la
noticia que Jesús es capaz de llenar una vida y darle sentido. El 26 de octubre de 1965, el “Verdi”
atracó en el puerto de la Guaira y Sor María fue recibida por sor Ernestina Dávila, ecónoma
inspectorial. Se dirigió a Caracas en donde permaneció hasta el 12 de enero de 1966 día en el que
emprendió viaja hacia el Plantanal, su primera comunidad. Podemos imaginar el esfuerzo que supuso
para Sor María el aprendizaje del castellano y las graciosas frases que articulaba en su deseo de
asimilar pronto la cultura, este ejercicio, su historia personal de éxodo y la experiencia de vivir como
refugiada en un país extranjero la prepararon para vivir con profundidad la inculturación. La
obediencia la llevó a trabajar entre los yanomami, etnia ubicada en la zona fronteriza entre Venezuela
y Brasil. Junto con las hermanas y los hermanos salesianos formaron una comunidad dedicada a la
primera evangelización. Anuncio realizado en sus primeros tiempos, sólo con el testimonio de vida.
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Era la propuesta del evangelio y sus valores sin palabras, con la cercanía y la sencillez de la vida
cotidiana, los yanomamis debían experimentar el “algo nuevo” que la presencia de los misioneros
traía y los llevara a interrogarse sobre el por qué de esas actitudes nuevas e inusuales como el
perdón, la solidaridad, la verdad y de esa bondad infinita. Sor María vio poco a poco realizado, no sólo
su sueño sino la misión que el Señor le había encomendado. Las misioneras que la acompañaron en
estas primeras horas, testimonian que Sor María trataba a los nativos con respeto, sabía serles
cercana; equilibraba la atención con la exigencia. Intentaba ser justa y misericordiosa con todos,
especialmente con los indígenas. Intentó promover acciones que pudieron hacer productivos a los
yanomamis, la educación para el trabajo y las coordinación de pequeñas empresas con ellos fue
complementando el anuncio del evangelio. Poco a poco fueron aprendiendo a confeccionar
mosquiteros, chinchorros... y fue consolidándose la Watota que significa el arte del tejido y se fue
formando la cooperativa Suyao que en castellano significa “Shaponos unidos yanomami”. Junto a esto
fueron creciendo otros proyectos, que incluyeron de modo preferencial la promoción de las mujeres a
través de la producción de casabe un alimento elaborado a base de yuca.
A Sor María le toco las horas bella de los inicios y las fundaciones en el Alto Orinoco, una poesía no
exenta de sacrificio, temores, sustos por las culebras o animales que circundaban las vivienda, los
raudales en los ríos, las noches varados en algún pequeño desembarcadero, cobijados en algún
pequeño xapono. No faltaron las enfermedades, tributo casi obligatorio de los misioneros. El
paludismo era común y Sor María con su serena sonrisa, durante las fiebres y temblores, repetía: “no
hay tiempo para descansar”. Todos la experimentaron como una mujer sencilla y bondadosa, no hacía
alardes de lo que sabía y de los dotes que la adornaban. Sabía cinco idiomas y como pocos
misioneros, logró el dominio de la lengua yanomami, pero no era solo esto lo que abría los corazones
de los indígenas, sino su bondad, su preocupación, su finura al enseñar haciendo que el otro
mantuviera su dignidad. Por 51 años estuvo en territorio amazonense, periodo interrumpido sólo en
dos ocasiones, un año trascurrido en la comunidad de Guasipati y otro año para reforzar su formación
misionera en Roma.
Sor María amó profundamente a los yanomamis y esto lo percibimos no sólo sus hermanas, sino
también la gente que desde Austria y Alemania acompañaba y seguía con entusiasmo su entrega
misionera. Sobre ella escribieron muchos artículos resaltando su heroísmo cotidiano, hecho de
entrega generosa, de sacrificio constante realizado sin dramatismo. La misma Sor María escribía:
"Nunca me consideré víctima en mi trabajo". Su gran preocupación fue preservar, en la medida del
posible las costumbres y tradiciones yanomamis. Sufría al pensar que el contacto con las culturas
modernas pudiera deslumbrar a los indígenas y hacerles perder su identidad y la riqueza de sus
orígenes. Esto sin embargo, no frenó su esfuerzo por procurar que la misión contara con los
establecimientos de salud y las medicinas necesarias que aliviaran las enfermedades. Se igual manera,
fomentó y sostuvo la experiencia de cooperativismo y trabajo entre los indígenas. Por ello, los
yanomamis no se cansaban de decirle: “tú nos quieres”.
Decidida en la realización del proyecto de evangelización no faltaron los momentos de dificultad en la
búsqueda del bien, los pensamientos encontrados, no obstante recuerdan algunas misioneras, si bien
era firme en sus ideas con ella se podía dialogar y llegar a un acuerdo por el bien de la misión.
Incansable en el anuncio del evangelio, se dedicaba con esmero a la catequesis y a la preparación de
los predicadores de los xabonos, los instruía y los acompañaba para evaluar su gradual progreso.
Junto a los otros misioneros tuvieron en la misión la pedagogía y la paciencia del sembrador, que
espera el tiempo propicio y oportuno para sembrar y luego espera con sosiego que el fruto madure.
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Sólo después de casi una década pudo presenciar el bautismo de los primeros yanomamis. De esta
manera, el trabajo evangelizador en la Amazonía venezolana marcó una pauta para otros procesos
evangelizadores en la Iglesia. Sor María unió al anuncio del Evangelio, su preocupación por luchar con
sus hermanas contra el avance de la malaria y de otras enfermedades peligrosas, estudió enfermería y
supo crear una extensa red de comunicación y colaboración con las personas que atraídas por su
testimonio, desde Alemania y Austria ofrecían sus aportes en medicinas y donativos. Las hermanas
manifiestan que por las maños de Sor María pasaban considerables sumas dinero fruto de la
generosidad de muchos bienhechores. Todo era empleado con rectitud en beneficio de los
yanomamis y con el debido consentimiento de las superioras, a quienes Sor María profesaba un
cariño maduro. Su sentido de pertenencia a la Provincia y al Instituto fue grande, supo gozar con las
alegrías y tristezas y estuvo siempre disponible para colaborar en todo, nunca dijo no ante la
obediencia. Prestó diversos servicios en las comunidades donde estuvo, fue maestra, directora,
ecónoma, responsable de los ambientes comunitarios, catequista siempre y en todo momento. Las
hermanas recuerdan su sólida piedad, su amor a Dios sin afectaciones, sino más bien concreto en el
amor al prójimo, en el perdón, en el “voy yo salesiano”. Fue una mujer extremadamente generosa y
muy austera con su persona, se podría decir que fue salesiana en todo, pero en la pobreza fue como
el santo de Asís, contenta de no poseer nada y serena sólo con lo indispensable, “no necesito nada”
era una de sus frases habituales.
Su trabajo incansable la hizo acreedora de diversos reconocimientos: el Estado venezolano en 1988 la
honró con un sello; en Austria, la región de Tirolo le otorgó una medalla por su insigne labor. En 1996
le concedieron el “Premio Arzobispo Oscar Romero " del Movimiento de los Hombres Católicos de
Austria en el que se destacaba su trabajo por la educación bilingüe.
Sin ruido, Sor María escribió una gramática de la lengua yanomami, participó en la traducción de
algunos textos y también quiso dejar plasmado en un pequeño libro su experiencia misionera, a este
escrito le puso el nombre: “Y los caobos crecieron”. Imagen que alude a las pequeñas plantas
sembradas por el Padre Berno, que al tiempo de su llegada al Alto Orinoco eran muy pequeñas, como
lo recordaba una anciana indígena: “Sor María cuando llegaste los caobos eran pequeños, ahora han
crecido”. Los caobos han crecido como las generaciones de yanomamis educados por los misioneros y
en especial por Sor María. Los ríos Orinoco y Amazonas podrían narrar las travesías difíciles realizadas
por Sor María en compañía de Sor Albertina y otras misioneras. Algunas, entradas en años, otras
jóvenes junioras aprendices de la sabiduría de estas mujeres fuertes y apasionadas por el Evangelio.
Mientras el Gobierno venezolano hace algunos años declaraba esta zona protegida, restringida al
turismo, la silvicultura y la minería para salvaguardar la cultura y al pueblo yanomami, Sor María y la
comunidad apostólica permanecían firmes al lado de los yanomamis, fieles custodios de su cultura. El
gobierno y las autoridades reconocieron siempre la autoridad moral de los misioneros por su
incansable entre, fueron considerados los pocos "criollos" que podían permanecer en esta área.
El avanzar de los años no mermó el entusiasmo y la entrega misionera de Sor María, los continuos
paludismos que tuvo que enfrentar no lograron arrancarle ninguna queja, todo lo contrario. Sor María
tranquilizaba a las hermanas diciéndoles: “esto pasa pronto… no es nada”.
Hace algunos meses atrás una subida de tensión le causó algunas dificultades en el habla y la
memoria, pero apenas recuperada, volvió a su tierra amazonense. En su tierra natal la esperaban y
deseaban su presencia para festejar sus 50 años de misionera, sin embargo, ella declinó la invitación,
quería celebrar y cantar su magníficat al Señor como siempre lo había hecho en la sencillez de la
comunidad apostólica, con los catequistas, los catecúmenos y entre sus amados yanomamis.
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Hace unas semanas, una fiebre violenta la postró en cama y luego le sobrevinieron algunas
complicaciones. La dificultad de transporte aéreo de la zona de misión dificultó su traslado, la espera
se hizo larga para ella y para quienes desde Caracas deseábamos aliviarla. En La Esmeralda y Puerto
Ayacucho le brindaron las atenciones que fueron posibles para estabilizarla. Narra una hermana que
la acompañó en esos días: “A pesar de la situación deplorable del hospital ella no se lamentó. Todo le
parecía bien y no se quejaba”. Sor María aceptó con serenidad su partida de la misión, se abandonó
en las manos del Padre y con su generosidad habitual, se desprendió de la tierra a la que le entregó
toda su vida.
En Caracas, los exámenes revelaron las complicaciones de salud que se presentaban. Ella manifestó su
deseo de no ser llevada a la clínica, quería estar entre sus hermanas, ya estaba pronta y ya se había
entregado a su Dios amado. El agravarse de su estado hizo necesaria su hospitalización y pronto llegó
el Señor a llevársela al Cielo.
Queremos repetir ahora las palabras que te dijimos en la celebración de tus 50 años de misionera.
Gracias querida Sor María a nombre de tantas personas que han recibido el influjo evangelizador que
te quemaba dentro. Vidas como la tuya son una gloria para el Instituto y para la Iglesia. Tus hermanas
te amamos, te admiramos. En un día como hoy lo que nos sale del alma es un canto agradecido a
quien te dio la vida. Tu hermosa existencia atraiga vocaciones misioneras de tu talla. Este será el
mejor de los regalos que el Señor puede darnos. Recibe nuestro gracias. Tu vida nos animas a ser
como tú: Todas de Dios y todas de la gente.