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GREGORIO CONDORI MAMANI1
I
Me llamo Gregorio Condori Mamani, soy de Acopia y hace cuarenta años que llegué de mi
pueblo. Vine de mi pueblo porque no tenía padre ni madre. Era totalmente pobre y huérfano y
estaba en poder de mi madrina. Ella me cortó los cabellos; y un día, cuando ya era grandecito, me
dijo:
–Ahora que ya tienes fuerzas y los huesos duros, tienes que ir a trabajar. Te haré, pues, tu
fiambre para que vayas a buscar un trabajo, a ver si traes plata siquiera para la sal de la lawa2
que
comes. Porque como ya tienes los huesos duros y con fuerza, ya no puedo tenerte en mi poder,
manteniéndote; mañana tendrás mujer e hijos, y a lo mejor te toca una mujer que no te va a ayudar
en nada, y me puedes maldecir. Y yo no quiero que después de mi muerte, alguien me maldiga;
porque me puedo volver penante. Así, será mejor que tú solo, desde ahora, aprendas a tejer tu vida
para que mañana mantengas a tu familia.
Así me habló mi madrina. Y le dije:
–Bueno, mamá.
Entonces, desde ese día, en mi corazón se prendió, como alfiler, la idea de salir de la casa de
mi madrina para ir a buscar trabajo. Ya no podía ni dormir. En eso llegó un arriero a mi pueblo,
trayendo sal y azúcar en muchos caballos y mulas para canjear con lana, chuño y moraya. Me
dijeron que ese arriero, llamado don Jacinto Mamani, sabe llevar chiquitos al Cusco para
muchachos de sus compadres. Al saber esto, lo busqué en el corral de sus mulas, y le dije:
–Papay Jacinto, quiero que me lleves al Cusco a trabajar en la casa de tus compadres.
Al escucharme, el wiraqocha Jacinto me miró de pies a cabeza y dijo:
1Autobiografía, con la traducción y publicación de Ricardo Valderrama y Carmen Escalante. “Se trata de la
autobiografía de Gregorio Condori Mamani y de su esposa Asunta Quispe Huamán que fue publicada en edición
bilingüe en la serie "Biblioteca de la tradición oral andina" por el Centro Bartolomé de Las Casas, en el Cusco en el año
1977. El texto tuvo su origen en la oralidad: fue grabado magnéticamente, transcrito, editado, y traducido al castellano
por dos antropólogos bilingües en quechua y castellano, oriundos de la misma región de donde procedían sus
entrevistados. Desde entonces, la Autobiografía de Gregorio Condori Mamani ha sido reeditada varias veces, y
traducida al noruego, al alemán, al holandés, y más recientemente, al inglés, en una versión publicada por la
Universidad de Texas en 1996. Examinaremos el texto en su lengua original, y en las traducciones al castellano y al
inglés que se han hecho de él. Gregorio Condori Mamani, según su propio testimonio, nunca aprendió a hablar
castellano y nunca supo usar la escritura alfabética. Durante los años 70, cuando los antropólogos Ricardo Valderrama y
Carmen Escalante lo entrevistaron, él vivía con Asunta en un "pueblo joven" de los alrededores del Cusco, trabajando
como cargador en los mercados, mientras ella trabajaba de cocinera2. El libro se ha vuelto un ejemplo sobresaliente del
género de la literatura testimonial.” (Rosaleen HOWARD-MALVERDE).
2Mazamorra
–Todavía eres chico.
Ante eso, yo no sé de dónde todavía salieron mis lágrimas, y llorando le dije:
–No papá, soy huérfano, solo; mi madrina ya no quiere mantenerme.
Después me contestó:
–Entonces, me esperas el martes en el camino junto al puente de Yuracmayo.
Hasta ahora recuerdo, cuán largos fueron esos cuatro días que esperé para partir de mi pueblo.
Nunca los días fueron tan grandes y largos, como los días que esperé para venirme al Cusco. Sólo
una vez, en una faena, había escuchado al tayta Laureano Cutipa hablar del Cusco. El tayta Laureno
estaba de Alcalde Varayoq y en esa faena dijo que cuando el Inka estaba construyendo el Cusco,
donde vivieron nuestros abuelos, todo era pampa; no había cerros y el viento, dice, entraba como
toro bramador por estas pampas derribando cualquier pared o casa que levantaba el Inka. Así, un
día, el Inka había dicho a su mujer:
–¡Carajo! Este viento no me deja trabajar, voy a encerrarlo en una cancha hasta que termine
de hacer el Cusco.
De ese modo el Inka se fue a La Raya a encerrar al viento, para lo que había construido una
cancha muy grande. Ya cuando estaba arreando al viento para apresarlo, había aparecido3
el Inka
Qolla -dice que el viento pertenece al Inka Qolla, por eso en el lado Qolla hay mucho viento y es
puro pampa- el Inka Qolla le había dicho:
–¿Para qué quieres encerrar mi viento?
–Para construir mi pueblo.– Había contestado el Inka.
–Si tú quieres hacer tu pueblo, te voy a consentir que encierres mi viento sólo por un día; si no
terminas en ese día, nunca podrás acabar, porque a mi viento voy a ponerle más fuerza de la que
tiene, y barrerá con todo.
Al verse en esta situación, el Inka amarró el sol, de ese modo el tiempo se convirtió en largo
día. Cuando había terminado de construir el Cusco, su mujer le había sugerido al Inka:
–Tienes que construir hartos tajamales, porque cuando el Inka Qolla suelte al viento, lo
soplará de nuevo.
Y al comprender esto, el Inka había hecho todos los cerros que rodean al Cusco y así estos
cerros existen desde aquella vez.
Yo pensaba en esta historia: En el Inka, tratando de prolongar el día, construyendo el Cusco,
cuidándose del viento del Inka Qolla.
Entonces era tiempo de lluvias; la lluvia y la nevada caían día y noche, hasta que las lomas y
las pampas quedaban blancas, cubiertas de nieve. Creo que partimos un día martes..., casi sin saber
a dónde íbamos, porque no se veía el camino. Las mulas y los caballos andaban al tanteo, y ya por
3Sic “aperecido”.
la tarde, cuando el padre sol estaba bien inclinado, salió un ratito; los cerros se pusieron blancos,
reverberando, hasta empezaron a arder como espejos. Esto parecía haber quemado mis ojos, porque
me dio surunpi;4
ya casi de noche llegamos a una lomadita donde había una posada a donde también
había llegado otro arriero con su señora y media piara de mulas; la señora estaba embarazada, ya en
los últimos días. Cuando estábamos bajando las cargas de la piara de mulas, empezó una lluvia
fuerte y los truenos caían a nuestro lado, reventando como camaretazos muy fuertes, por lo que
todos estábamos asustados. Las mulas y los caballos, de puro susto también, querían saltar la cancha
para escaparse, hasta que el wiraqocha Jacinto ordenó a sus dos peones:
–Atajen desde los cercos; y tú, Gregorio, agarra mi mula de montar.
En medio de esa lluvia, todo mojadito, estaba agarrando la mula. La señora del arriero -
¡pobrecita!- estaba con dolores de barriga, gritando entre truenos y rayos, de puro miedo. Nunca vi
caer tantos rayos ni tronar tanto como esa noche, como queriendo hacer pampas de los cerros. Así
en la lluvia, en medio de rayos y truenos que caían a nuestro lado, la huahuita salió de su mamá,
también gritando, como asustada por la tormenta. Esa vez, ya cuando estaba por amanecer, mis ojos
empezaron a dolerme, como si me hubieran metido a los ojos ese fierro candente para marcar
caballos. Como nunca me hablan dolido con ese dolor que da ganas de arrancarse los ojos, yo
también empecé a gritar como esa señora, y en lo que estaba gritando, sentía que en mis ojos había
candela que me estaba quemando el cuerpo. En eso me dijo el peón de la señora:
–No seas bruto, indio: bájate el pantalón, amontona harta nieve y siéntate encima; verás que tu
dolor va a pasar.
Hice lo que me dijo, y llorando estaba sentado sobre la nieve, agarrando la mula; era cierto, el
dolor de mis ojos bajaba poco a poco. Pero al día siguiente, mi culo estaba hinchado, todo rojo,
como si me hubieran quemado con agua hervida, y no podía caminar.
Esta mala suerte padecí aquella vez cuando quise llegar al Cusco a emplearme como sirviente;
pero seguro mi estrella no era para llegar al Cusco a trabajar de muchacho, era más bien para estar
dando vueltas, penando pueblo tras pueblo. Porque esa vez, mis ojos y mi culo estacan hinchados
totalmente, y no podía caminar al paso de la tropa de mulas. Ellos avanzaban y yo me quedaba atrás
más y más. De esto se dieron cuenta los peones y le avisaron al patrón; el patrón ordenó a uno de
los peones para que me dejara pagado en una estancia de ovejeros y me curaran de mi mal. El peón
me dijo:
–Cuando sanes te regresas a tu casa.
Pero la noche de ese día, en la casa de estos ovejeros, estuve muy mal, ya para voltear a la
otra vida, enfermo con calentura, ya volteando los ojos. Mi cuerpo era como brasa ardiendo, pero la
dueña de la estancia me salvó. Ojalá a esta señora de buen corazón el Señor la haya hecho sentar a
su lado, porque ella es la que me salvó de lo que ya estaba caminando a la otra vida. Me curó,
4“La RAREFACCION del aire y el reflejo de los hielos produce dos enfermedades conocidas en el país [i.e. Perú] con
el nombre de Soroche y Surumpi. […] EL SURUMPI causa mayores sufrimientos y peligros. EL reflejo de los rayos del
Sol sobre las nieves produce una súbita oftalmia, ó irritación á los ojos, que á muchos les causa una ceguera instantánea,
acompañada de agudos dolores. Se evita este peligro pintando de negro los párpados, ó bien frotándoselos con nieve. El
mal ataca á veces de modo tan brusco que batallones enteros quedan privados de la vista […] ” (PAZ SOLDÁN,
Mariano Felipe, Historia del Perú Independiente, Vol. 1, p. 95).
haciendo orinar en una vasija grande a todos los de su casa, desde su esposo hasta su hijito menor.
Este orín con harta sal lo hizo hervir, y con este orín hervido me bañó todo el cuerpo de pies a
cabeza, y con una bayeta grande que calentó en el fogón, me envolvió. Así, todo mi mal era para
esto, porque al día siguiente de nuevo estaba sano. Y desde ese rato, solo, en mis adentros empecé a
pensar que podía alcanzarlos a ellos, pero vi que era difícil. Era tiempo de lluvias y no conocía los
caminos. Al verme así empecé a llorar a ocultas de los dueños de la estancia. Como yo estaba llora
y llora, el dueño de la estancia me dijo:
–Quédate con nosotros, a pastear ovejas.
Como no podía ir a ningún lugar, me quedé con ellos a pastear ovejas; así, al amanecer del
tercer día que me quedé en la estancia, estaba junto con ellos apacentando ovejas. Pero el dueño de
la estancia tenía hartos chiquitos que eran unos diablos pendencieros, que querían pegarme a
menudo. Yo no me dejaba. Ellos jode y jode, hasta que ya no había paciencia para aguantarles; yo
les hacía chillar. Por eso varias veces me fuetearon:
–Abusivo carajo, habías pegado a mis hijos.
Como me maltrataban ellos y sus hijos, y había poca comida -en las estancias siempre hay
poco de comer- no encontraba el día para irme a cualquier lugar. En lo que estaba caminando así
tras las ovejas, con el corazón puesto ya en otro pueblo, un día pasaron unos arrieros con dirección a
Acopia. Yo me fui tras ellos, dejando las ovejas que pasteaba en una lomada.
Yéndome tras esos arrieros, aparecí de nuevo en Acopia. Así, ya en Acopia, no sabía a dónde
entrar, tenía vergüenza de regresar a la casa de mi madrina. Como aquí en Acopia no había otro
hueco donde meterme, ya de noche regresé a la casa de mi madrina. Estaba entrando a su casa,
despacio, caminando con la punta de los pies para no hacerme notar con el esposo de mi madrina.
Pero este desalnado siempre me vio:
–Ah ¡carajo! Este mañoso había regresado; seguro le ha falt tado tragadera.
Ante sus palabras estaba temblando de vergüenza y sólo dije:
–Fui a trabajar.
En cambio mi madrina, creo, al verme se alegró, porque me dijo:
–¿Si ibas a trabajar por qué no avisaste?
Así aquella noche dormí en casa de mi madrina entre miedo y vergüenza. Pero al día
siguiente, de nuevo estaba en sus mandatos. Aunque yo ya no estaba en mí, siempre estaba
pensando en irme donde sea a trabajar. Así pasé algunos meses más en casa de mi madrina
sufriendo, porque fui un niño huérfano; que no sé si mi madre me parió para un casado, para un
soltero o para un viudo; no sé del todo para quién me parió mi madre, de esto sólo sabe ella, que
ahora ya es alma. Cuando era muy niño y no reventaba mi boca ni a mi nombre, mi madre me
entregó a mi madrina que no tenía hijos. Pero el esposo de esta mi madrina era muy tacaño y me
pegaba de todo, a veces hasta sangrarme, incluso de lo que comía. Sólo una vez mi tío Luis me dijo
que el pueblo donde me arrojó mi madre a esta vida es Layo, mi legítimo pueblo, donde nací.
Pensando en esto salí de Acopia para Layo, junto a un carnicero del Cusco, que caminaba por todas
partes comprando ovejas. A este carnicero le decían ladrón, porque nunca se alojaba en el pueblo,
pues siempre acampaba en un toldo al canto del pueblo. Dentro de este toldo se cocinaba. La noche
que fui donde ellos, hacía mucho frío; y como hacía mucho frío, me entré dentro del toldo, sin que
se dieran cuenta. Ya cuando estaba dentro del toldo me cogieron riéndose:
-Había entrado ladrón, -dijeron, y me amarraron los pies y las manos. Dormí con ellos en el
toldo aquella noche. Esto me sucedió cuando era qorito.5
Mi madrina, cuando se enteró, seguro que
lloraría; porque no sabe nada de mí, desde que salí de Acopia hasta ahora; seguro que lloró siempre,
porque de mí no se sabía si me había perdido subiendo al cielo, o entrando al ukhu pacha.6
Seguro
que mi madrina siempre me buscó:
–¿Dónde está mi pobre hijo? -diría.
–¿Dónde está mi Gregorio?
–¿Dónde se ha ido?
–¿Lo llevó el río?
–¿Lo enterró el cerro?
–¿Qué le ha pasado a mi Gregorio?
Así habría caminado llorando mi madrina, porque ella me quería. Pero yo, ya caminaba con el
carnicero por todas partes arreando ovejas. Íbamos siempre por detrás de las ovejas, al ritmo del
andar de estos animalitos. Así me hacían caminar, también me daban su comida; esa temporada
había bastante comida; no era como ahora escasa. Así en una de mis andanzas con estos carniceros,
un día me había dormido en la pampa de Langui. Esa pampa está llena de ichhu y q'oya.7
Mientras
dormía, estos carniceros se habían ido, abandonándome. En esa pampa, abandonado, me vi solo,
solito en la vida. Entonces empecé a corretear de estancia en estancia, de arriba-abajo, preguntando
por mis compañeros. La gente me decía:
–Hace rato han pasado por aquí.
Así, en lo que estaba caminando entre las q'oyas, llorando y penando mi suerte amarga como
la sal, una mujer de buen corazón me llevó:
–Ya no llores, hace mucho rato se han ido, -me dijo.
En la casa de esta señora estuve dos meses, pasteando sus ovejas. Un día ella viajó a Sicuani
por harina de trigo que aquella vez costaba ochenta centavos la media fanega. Esa vez circulaba
5Muy muchacho.
6Debajo de la tierra.
7Paja andina y otra yerba.
sólo la moneda blanca; ya después Benavides hizo aparecer la moneda amarilla de ahora. En ese
pueblo la señora me había entregado a unos compradores de trigo, que me llevaron a Sicuani
montado en burro:
–No podría caminar, -diciendo.
Así llegué a Sicuani, donde, de nuevo, estuve trabajando con otro carnicero. Pero este
carnicero también era otro diablo. Me pegaba mucho. Mi oreja ya no era oreja. Mi espalda ya no era
espalda. Me pegaba demasiado. Allí pasteaba vacas. En lo que pasteaba, como todo chico, me
quedaba dormido. Otras veces se me hacía tarde. De eso me pegaba, colgándome con soga de un
tirante, me daba orín fermentado con hollín:
–Toma esto. A ti te gusta, -decía.
Yo tenía que tomar aquello, por miedo a ser castigado, a ser azotado en la espalda, hasta
sangrar.
Así me hacía este cristiano, que ahora seguro ya ha muerto. Actualmente cómo estará dando
cuenta a Nuestro Señor Dios. Esto me hacía por lo que era huérfano, sin madre. En otra ocasión me
dejó al cuidado de la casa, cuando vivíamos en Acotapampa, en Sicuani. En ese tiempo, había un
gran señor hacendado apellidado Valdivia. Este hacendado tenía tierras por todas partes, y este mi
patrón decía:
-Nosotros también seremos Valdivia menor por lo menos.
Pensando así, compraba terrenitos, que en esos tiempos eran baratos. Un día cuando todos
salieron a hacer tratos sobre compra de terrenos, yo me quedé solito en la casa y no regresaron en
varios días. Entonces por juguetón, me olvidé de darles pasto a los cuyes. Como no habían comido
en varios días, los cuyes murieron y los gatos se los comieron. Al retornar luego de tres días, se
dieron cuenta que faltaban los cuyes. De ese modo empezó a castigarme:
–Habla, mañoso, seguro los has vendido. Si hablas no te voy a castigar,–decía.
Entonces, para que no me castigara más, hablé mintiendo: –Sí, los he vendido, –dije.
–Y ¿a cuánto los has vendido?
–Sólo los cambié por cuatro panes.
–Conque los has vendido, indio mañoso.
Recién vino el verdadero castigo. Me colgó..., me latigueó hasta sangrarme la espalda y
dejarme todo morado.
Otras veces cuando iba a pastear las ovejas, jugando, me quedaba dormido y mientras, las
ovejas se dañaban, se comían todos los papales y trigales que recién brotaban. Por los daños de
aquellas inocentes ovejas, aquel cristiano, por castigarme, me obligaba a bañarme en el
Huillcamayo a las cinco de la mañana, en tiempo de helada.
Este carnicero no paraba nunca en su casa, siempre estaba viajando. Yo solo tenía que estar en
la casa, pasteando los ganados; las veces que no iba de viaje, cuidaba su asnito que tenía la
costumbre de irse a Suyopampa a comer. Un día de ésos el asno desapareció definitivamente. Por
temor de ser castigado por esta pérdida, ya no volví a esa casa. Al lado de la casa de este carnicero
había un canchón donde se levantaban grandes amontonamientos de piedras; allí, en un rinconcito,
acurrucado, me oculté. En eso vi pasar a mi patrón con un zurriago grande en la mano, resoplando
de cólera. Tuve mucha suerte, seguro que Nuestro Señor me habrá ocultado; pues buscándome, no
me vio al pasar por mi lado. Entonces para que no me encontrara yo me encomendaba al papacha
Dios:
-Ocúltame, Señor, que este cristiano diablo no me vea.
Así, me fui, de noche, de Sicuani con dirección a San Pablo, por el canto del río Huillcamayo,
no por el camino, por temor de encontrarme con este diablo. En el trayecto me encontré con un
hombre y una mujer que habían estado truchando,8
así de noche. Creo que ellos se asustaron,
aunque yo también me asusté mucho. Entre asustado y asustado, temblando, me acerqué a ellos:
–¿Eres de esta vida o de la otra vida? -me dijo el hombre. -Soy de esta vida, -contesté.
–¿Quién eres y a dónde vas? -Me volvió a preguntar. -Así estoy caminando, no tengo padre.
Ellos eran runas no más, como yo, de buen corazón, porque me dijeron:
–¿Quisieras irte con nosotros?
Me dieron su fiambre sacando de su atadito. Sólo eso comí. Así regresamos a Sicuani. Yo dije
en mis adentros: como ya tengo otro patrón, ese diablo no me buscará. De Sicuani nos fuimos con
este Gumercindo Qhuru –así se llamaba– a la tierra de su mujer, al ayllu de Ariza. Aquí ellos eran
de buen corazón y alma limpia. No sé, así será mi suerte. Como he andado de casa en casa, desde
la vez que vi la luz del día, haciendo renegar a nuestro Dios; será así la suerte de los que
hemos sido arrojados a este mundo para sufrir. De esa manera -dice- los pobres curamos las heridas
de Dios que está lleno de llagas, y cuando estas heridas estén totalmente curadas, el sufrimiento
desaparecerá de este mundo. Eso nos dijo una vez en el cuartel, un cabo que era del lado de Paruro
v nosotros los soldados le dijimos:
–Cómo, carajo, cuan grandes son esas heridas que, con tanto sufrimiento, no desaparecen. Ni
que fuera mata caballo.- Y él nos respondió:
–No sean herejes, ¡carajo! ¡Ya Cuatro últimos! formarse.
Así fue.
Ahora, recordando, digo que hay más sufrimiento que antes. Esta vida ya no es para aguantar.
Esta vida está más pesada que la carga en mis espaldas. Cuando los días y los años pasan, esta
espalda siente más la carga. Así está la vida. En mi ignorancia digo, si las llagas de este Dios son
causa para tanto sufrimiento, para cuatro días de vida... ¿Por qué no se le busca y se le cura?. Así le
dije a mi mujer hace años y ella me respondió:
8Pescando.
-Dice, para eso, los extranjeros han ido en avión a la Mama Killa.9
Y como para eso, todos esos días, en las calles hablaban de que los gringos caminando una
semana en avión, habían llegado a la Mama Killa. Pero yo creo que eso es habladuría.
Así es el sufrimiento. Aquí en el Ayllu de Ariza, este hombre Gumercindo, me tenía muy
estimado, porque yo desde chiquito sabía arar con la yunta. Iba al aporque cargadito del yugo de la
yunta, y por eso me querían más. Aunque aquí mi estómago andaba bien, mi ropa siempre estaba
haraposa como ahora; esas veces que trajinaba de chacra en chacra, no sabía todavía tomar chicha
ni trago, pero comida me daban en abundancia. A veces me mandaba a trabajar donde su compadre,
o donde su amigo o familiar, por mink'a o ayni.10
Así estaba en la casa de Don Gumercindo más de
un año. Pero cierto día me pasó mala suerte. Yo creo que la mala suerte está en mí pegada como
lunar negro. Esa vez, con este mi patrón, vinimos a Sicuani en dos asnos cargados de harina de triso
para vender, y mientras trataba de montar un asno, el otro volteó una esquina, pero cuando fui tras
el asno, ya no había. Así se desapareció, se hizo noche. Volví con un solo asno: -El otro he dejado
en Sicuani, -dije.
Después salí a buscar el asno, andaba preguntando en los caminos; esa vez habían muchos
asnos; todos caminaban en asnos; no había carro, ni uno; no se conocía. En lo que andaba
buscando el asno, cerca a San Pablo me encontré con un misti.11
Y este misti me dijo:
-¡Chico! ¿dónde andas?
-Ha desaparecido mi asno y ando buscándolo, -dije.
-¡Qué va a haber tu burro! Lo habrán ocultado. Y ahora ¿a dónde vas a ir?
-Ahora que el asno ha desaparecido como tragado, ya no voy a regresar a mi casa, -contesté.
-Vamos conmigo a arrear caballo, -me dijo.
Así me fui tras el caballo de este misti. No recuerdo su nombre, porque éste, al día siguiente
me entregó a otro misti, en Maranganí. Aquí en la casa de este otro misti, esa misma mañana me
dijeron:
-Anda a pastear ovejas.
Así me convertí de nuevo en ovejero. Yendo a los cerros tras las ovejas, armé amistad con
otros chicos ovejeros, con quienes jugábamos mientras las ovejas comían, haciéndonos bolas de
trapo para patear, trompos que hacíamos de unos troncos de chachacomo. Yo no sé, hasta ahora no
he perdido esa costumbre de dormir al instante, donde me siento; siempre he sido así desde chico.
Bueno, en lo que pasteaba a las ovejitas en los cerros, mientras jugaba o mientras dormía, éstas se
9Luna.
10Trabajo comunal y trabajo por reciprocidad.
11Hombre blanco.
dañaban o el zorro se las comía. Por eso un día mi patrón me dijo:
-Tú puedes terminar con mis ovejas. Será mejor que te vayas, ya no te necesito. ¿Para qué voy
a necesitar a uno que termina con mis animales?
La ropa que me puso estaba nueva. Me la quitó y me dio la otra, toda haraposa, y me dijo:
-Anda vete.
Así me botó de su casa a la calle. Ese día, llorando todo el día, caminé por las calles de
Maranganí, hasta que al último, fui a la casa de ese misti que me entregó:
-Esto me ha sucedido, -diciendo.
También en la casa de este misti, pasteaba sus ovejas. Este tenía asnos, vacas y ovejas; pero
con él ya no iba tras los ganados de cerro en cerro; tenía canchones y wayllares,12
donde cuidaba los
rebaños; pero, yo no sé cómo, un día, una oveja se perdió, y sin más compasión me botó:
-¡Fuera mañoso, carajo! -diciendo.
Trajinando por el camino grande, llorando, aparecí en el ayllu Ttiobamba, más arriba de
Maranganí, en la casa de Leandro Cutipa. Este era un paisano; no era misti; allí me quedé
nuevamente de pastor. En esta casa también tenía que cuidar las ovejas. Aquí estuve cerca de un
año. Como ya era grandecito, me enviaban como pongo, semanas enteras, a la casa del cura en
Maranganí. Antes, a los curas, en los pueblos de las provincias había que servirles por turno. Esto
hacían los priostes, personas que empiezan a hacer los cargos. Bueno, aquí no me convenía, por
eso, calladito, me perdí al pueblo de San Pablo a la casa de la señora Águeda Palomino, que no
tenía hijos ni ganado. Aquí ya también todos los días tenía que ir a traer leña de los cerros y recoger
bosta de los wayllares. Pero los dueños, que eran unos hacendados, se atajaban la leña y la bosta de
los cerros. Como yo ya era grandecito y pendejo, tenía que pelear con esos mayordomos lambes
cuando me querían quitar la leña o la bosta. Así, cuando un día fui al wayllar de ese hacendado
Zavaleta en Onocora, él mismo me quitó mi ponchito, por la leña que recogía. De modo que me
regresé sin nada:
-Así me han quitado, -diciendo.
Estando bien en esta casa, yo en mi cabeza de asno pensé y le dije a la señora Águeda:
-Mamá, iré al Señor de Huanca a vender ollas.
Así partí a esta ermita, cargado de ollas en el asno de mi patrona y en otro que fleté. Estas
ollas las compré en San Pedro y las llevé para truequear13
con maíz de la quebrada. Por una olla me
daban maíz, la mitad de la olla. Aunque la olla fuese chiquita o grande, era la mitad. Eso era sabido;
como también nadie compraba con plata, ni había ollas para plata, todo era para truequear con
víveres.
12Pajonales.
13i.e. trocar, cambiar, intercambio comercial.
Hará tres o cuatro años que volví a esta ermita con mi mujer. Ahora ya no es como antes,
donde la gente venía desde el lago de Puno, en cientos y cientos de llamas, caballos, asnos. Ahora la
ermita del Señor de Huanca es para estar asustado o zonzo; todo es plata y van carros como
hormigas.
Cuando llegué a la feria de la ermita, el mismo día cambié todas las ollas. Los asnos comían
junto con los caballos y llamas de otro ollero que era paisano de Sicuani. Así estando entropados,
comiendo todo tranquilos los asnitos, yo los separé para hacerles tomar agua. En el Señor de
Huanca, a unos pasos de la capilla, hay cuatro peñas; al pie de estas peñas hay manantes de agua
que salen de la Pachamama. El agua del primer manante es de la mamacha Virgen María. Cuando
se toma su agua, se es más cristiano, y además cura la fatiga de los viejos. El agua del segundo
manante es de San Isidro Labrador. Su agua está bendecida y hay que llevar en cántaros y botellas,
para echarla al ojo de los manantes dé riego. Así el agua del manante no escasea; siempre sale el
mismo caudal en épocas de sequía. El agua del tercer manante es del Arcángel. Ese agua es para los
niños y cuando la toman, mata sus gusanos y cura la sarna. El último manante es el que tiene más
caudal y es del saqhra demonio. Su agua no hay que tomarla, tiene maleficios; dicen que esta agua
sólo la toman los layqas para hacer sus brujerías.
Bueno, como había salido en negocio de ollas, como todo sicuaneño, llevando mí negocio en
asnos, yo quería que estos asnitos tomaran el agua de la mamacha Virgen María y se hicieran
cristianos, con suerte para cargar los negocios. Pero al poco rato los asnos estuvieron enfermos con
fiebre, eso era anuncio, mal agüero. Yo no iba a ser hombre para andar con negocios. Así, junto con
el paisano curamos a los asnos, les bañamos y qué no hicimos para quitárselos de la muerte. Pero,
carajo, estos cristianos siempre se murieron. Por eso, ese fue el día que se me partió el corazón para
el Señor de Huanca, porque dejó morir a mis asnos a su lado. Así llorando mi mala suerte, con el
corazón volteado me estaba yendo con dirección a Sicuani, cargando la carona de los asnos muertos
y me quedé en Kay-Kay. Como los asnos murieron, no había maíz. Cómo iba a regresar a mi casa
sin nada, por eso me quedé en Kay-Kay, en la casa de un misti panadero, que hacía pan dos veces a
la semana, entonces yo le ayudaba a hacer panes. Este misti era buen cristiano, no me pegaba; un
total tacaño, pero bueno; por eso haciendo panes dos veces a la semana, sólo comí dos o tres panes
durante todo el tiempo que estuve en su casa. Pero como por Kay-Kay pasaba el camino grande de
Sicuani a Cusco, un día, mi patrón, el esposo de la señora Agueda, se encontró conmigo, cara a cara
y de frente me dijo:
–¿Dónde están los burros? ¿Qué los has hecho, so mañoso?
Yo le dije:
–Se murieron con fiebre, pero aquí están las caronas.
Así, ese mismo día que nos encontramos por casualidad,14
me recogió para llevarme a
Sicuani. Aquí en Sicuani le serví durante dos años, como pago por los asnos muertos.
La señora Águeda tenía su hermanita; yo en ese tiempo ya era jovencito. Esta su hermanita se
llamaba Justinacha, con ella conversábamos comprometiéndonos, era ya como mi enamorada, y a
veces ella me decía:
14Sic. Casualildad.
–Llévame.
Cuando le preguntaba:
–¿A dónde?
Me contestaba:
–A la chacra, zonzo.
En lo que conversábamos y andábamos al campo, afianzamos nuestro compromiso; nuestros
cuerpos ya se juntaban.
Aquí en esta casa, no estuve los dos años completos, como me había dicho mi patrón.
Faltando dos o tres meses para completar el pago de los asnos, me desaparecí. Siempre quería
volver a Acopia. Es cierto que no tenía papá y mamá, pero tenía unos tíos a quienes quería saludar.
Con este pensamiento que maduró durante años en mi corazón me fui a Acopia. Como ya era
jovencito cuando llegué, ninguno de mis tíos me reconoció. Claro, yo tampoco podía reconocerlos,
ni sabía cuántos eran, pero quería siempre que me reconocieran. Y para eso, desde la madrugada,
me senté al pie de la cruz en la plaza durante el día, con la esperanza de ser reconocido. La gente
pasaba y pasaba; algunos comentaban:
–Hay un forastero sentado al lado de la cruz.
Yo estaba sin moverme, sentado, ese día. Era ya tarde, los ganados ya regresaban de lo que
fueron a pacer y yo seguía sentado allí. En eso pasó un paisano arreando una tropa de ovejas y me
preguntó:
–Joven, ¿aún sigues sentado?
–Sí, tayta, estoy esperando que algún tío venga a reconocerme. Soy Gregorio Condori
Mamani, hijo del alma Doroteo Condori Mamani.
Este nombre no era el de mi padre, era el del único tío de quien sabía su nombre.
–¡Ah!, el tayta Doroteo no es alma todavía, él está en la cárcel de Yanaoca y es mi compadre.
Entonces vamos a mi casa.
Ya en su casa me enteré que mi tío, tayta Doroteo, con sus amigos, había traído llamas del
lado de Livitaca, del ayllu Totora. Seguro no habrían podido voltear a este lado con las llamas, hasta
que en la Apacheta de Huamani se hizo alcanzar con pelo. De eso estaba en la cárcel, mi tío.
Cuando llegué a Acopia, ya era tiempo de cosecha y se necesitaba brazos. Primero anduve de
chacra en chacra, ayudando a escarbar papas. Por un día de ayuda, el pago no era en dinero; era un
atado de papas, lisas u ocas. Trabajando todo el tiempo de la cosecha, reuní harta papa como para
un troje. Al final de la cosecha un paisano me dijo:
–Quédate en mi casa, sólo me ayudarás a cuidar las ovejas.
Yo le dije:
–Bueno.
Así estaba de nuevo como ovejero, y al segundo día me fui a la estancia con las ovejas. Esta
estancia era una chocita en las faldas del cerro. Aquí viví solo, acompañado por tres perros. En esta
estancia no había agua para tomar. Todos los días, sea por la mañana o por la tarde, había que ir
como a media legua, por agua. Desde cuando el día rayaba en la punta de los cerros, diciendo
"q'aq", yo tenía que empezar a cocinar en una sola olla, tarde y mañana, para mí y para mis perros.
Durante el día caminando tras las ovejas recogía leña. Así estuve en la estancia, hasta que este mi
patrón, que era paisano, ya no se acordaba de mí como al principio que me mandaba o me traía,
aunque sea un poquito de víveres; era tacaño y tomador. Cuando me hallaba olvidado, un día, un
partido de mi patrón me propuso ir con él. Así estaba caminando de casa en casa hasta que me
cogieron para movilizable.15
15Reclutamiento militar.
II
Cuando era pollito chico y estaba en el ayllu Ariza, vino el aeroplano por lo alto, ése que
ahora llaman avión. De éste hablaban antes: en lo alto, sobre el aire, va a caminar el hombre.
¿Cómo podríamos ver al hombre caminando en el aire? ¡qué vamos a poder ver! Así como hablan
ahora por radio, por publicaciones en periódicos, que ha de haber o venir tales o cuales cosas, así la
gente antes hablaba de boca en boca: "el hombre va a caminar a trote sobre el viento". En lo que
hablaban así, llegó este animal grande con el nombre de aeroplano. Cuando llegó el aeroplano la
gente decía:
–¡Ay señor, qué animal nos ha llegado!
Y con el orín que se hace fermentar para lavarse los cabellos, hacían aspersiones al aire y con
el ajo masticado escupían:
–¡Phufh, phufh, mal agüero! ¡Qué cristiano es éste! -diciendo.
Un día, en tiempo de la era, nosotros estábamos trabajando entre doscientos a trescientos
hombres, y en eso por detrás del cerro Silquincha, apareció un pájaro grande, parecido al cóndor,
gritando como condenado. Y todos los que estábamos en la era nos asustamos. Ese rato me acordé
de un cuento que narró una vez mi tío Gumercindo, que faltando unos días para el fin de este mundo
va a venir un alqamari con cabeza de cóndor y pies de llama a avisarnos a los runas, familias del
Inka, para esperar listos el fin de este mundo. Y mi tío dijo:
–El Inkarrey, que está viviendo ahora en el Ukhu pacha, desde la vez que lo mató el señor
cura Pizarro, va a salir ese día del fin de este mundo en alcance de los runas.
Cuando el aeroplano avanzaba tomando dirección hacia nosotros, dijeron:
–Este es Taytacha milagro, que viene hacia nosotros.
Y se pusieron de rodillas a rezar: – ¡Ay, taytay, habías llegado!
Al ver que realmente se venía en dirección hacia nosotros pensé: "será, pues, taytacha
milagro". Como todos, arrodillados, murmuraban de todo al taytacha aeroplano, también en mis
adentros dije: "Ay, taytay, yo no soy pecador, siempre he trabajado la chacra ayudando a mis
padres". Y mientras decía esto, el aeroplano se pasó ruidosamente por encima de nosotros.
Entonces, como el aeroplano se pasó y no bajó a nosotros, todos los que estábamos rezando y otros
que le contaban sus pecados, nos callamos y vimos que se perdió en dirección a Sicuani. Ahí el
paqo Machaca dijo:
–Va a bajar en Sicuani, vamos a ver qué dirá, a qué habrá venido.
Unos cuantos se animaron para ir a Sicuani, pero el resto seguíamos trabajando la era. Así,
aquella vez, en todas partes la habladuría general era del aeroplano. Enrique Rondán es su chofer,
decían. También los paisanos de las alturas bajaron a preguntar si era cierto o no que un milagro
había pasado por el alto.
También antes del tren hablaban como del avión. Pero yo antes de conocerlo, sólo escuchaba
lo que hablaban: –El tren, el tren, ¿cómo será? – Se arrastra como gusano. Otros en cambio decían:
–Es animal de color negro, puro fierro, parecido a la culebra, que para caminar abre su boca,
donde tiene fuego. También había canciones del tren, cuando éste apareció, como ésta:
Dónde está mi yana machu16
ya está en Santa Rosa, mi carreta,
ya está en Kisa-Kisa.
Si es que Rosalina
no me amas,
Si es que Rosalina
no me quieres,
que me trague el yana machu.
Como todo el mundo hablaba del tren, en mí también creció la curiosidad. Ya después, cuando
fui jovencito, vi el tren en Sicuani. No me asusté, pero casi grito al verlo; era cierto su color negro y
que se parecía al gusano en su caminar. Más bien a mí me impresionó lo que jalaba mucha carga.
Esa vez sólo en una de sus plataformas habían cargado cientos de cajones de alcohol "Martínez".
Así también vi por primera vez el carro, en San Pedro. El carro, creo que era un camión
chiquito que sólo andaba con carga, porque la gente en esos tiempos andaba a pie, o en mulas,
caballos o asnos; y los que viajaban en carro eran criticados. Decían:
–Claro: tiene plata, es rico, por eso anda en carro.
Así se observaban, y por esta razón la gente casi no quería viajar en carro.
16Tren = viejo negro.
III
Meses antes que me cogieran para movilizable, yo estaba queriendo salir de Acopía a trabajar
donde sea. Y como ya había pensado irme, un día en un camino a las afueras de Acopía, me
encontré con la mujer de mi tío Doroteo, no recuerdo qué conversamos, pero al despedirme le dije:
–Ipay con suerte, ya me voy a ir y quizás ya no nos veremos.
Entonces, como aquella vez ya apestaban mis ganas a mujer y ya era jovencito maduro como
para una mujer, me dijo:
–Quédate en nuestro ayllu, junto a nosotros. Te ayudaremos a conseguir terreno y te
buscaremos una mujer.
Y yo le dije:
–Bueno.
La mujer que miraron para mí se llamaba Laureana, pero sus padres eran ricos, con muchos
ganados y extensos terrenos. Desde el día que me señalaron a ella, cada vez que hacían chacra iba a
trabajar para hacerme conocer y enamorarla. Así le estaba dando vueltas y vueltas hasta que le
hablaron de mí, de que yo era trabajador y la quería para mi mujer. Pero ella no quiso. Más bien me
insultaron ella y sus padres:
–Qué troje tiene ese viento desconocido; mi hija no va a entrar donde un forastero vagabundo
a ver su troje de piojos.
Así dijeron. Desde ese día se enojaron para mí y nunca más aceptaron mi voluntad de
ayudarles en sus chacras. Cuando pasó todo esto es que me cogieron para movilizable y ya no se
podía salir porque en todas partes preguntaban por el papel que daban a todo movilizable para saber
si estaba marchando o no. Eso de ser movilizable, era marchar al compás de "un, dos, tres" y hacer
ejercicios. Estos ejercicios consistían en correr, saltar para arriba y para abajo, llevando un palo que
decíamos arma. El entrenador era un ex-sargento del ejército, llamado Layme; éste nos dividía en
dos grupos. Un grupo era peruano y el otro era chileno. Así cada domingo después de los ejercicios
teníamos que pelear hasta sangrarnos, como soldados en la guerra. Era mucha pelea, si nos ganaban
los chilenos había castigo, igual para el que no iba los domingos a los ejercicios, lo metían al
calabozo del Gobernador, y tenía que pagar multa, trabajando un día en la chacra del Gobernador.
En esta pelea siempre había que ganar al chileno, si no: castigo o multa. Haciendo los ejercicios de
costumbre, un domingo vimos guardias que habían venido de Combapata y nos cogieron por
traición a todos los movilizables para soldados.
El sargento Layme nos hizo formar. Cuando estábamos formados, los guardias aparecieron
apuntando sus armas: entonces yo sólo dije:
-¡Ala, carajo!, éstos serán chilenos, ¡Ahora a escapar!
Esta última palabra reventó en mi boca, pero nadie intentó escapar, estábamos asustados, ya
no eran palos, eran armas. Así vinimos todos los movilizables para soldados. Cuando estuve de
movilizable era tiempo de Sánchez Cerro, quien dio orden de guerra. Tenía que haber guerra en la
frontera. El objetivo de la guerra era:
–Rescataremos Tacna y Arica.
Los chilenos se habían apoderado de Tacna y Arica, también haciendo la guerra en el antiguo
tiempo de Cristóbal Colón. Así se habían apropiado de la frontera Tacna-Arica. Ahora mismo Tacna
y Arica ya no son de nuestra patria. Si Sánchez Cerro no hubiera pensado construir un camino por el
Ukhu pacha, para emboscar a sus enemigos chilenos, la Pachatierra no le hubiera comido; habría
hecho siempre guerra por Tacna y Arica. Pero también nosotros hubiéramos muerto en la frontera.
En esta guerra, dice, el chileno quería venir hasta el Cusco, porque los soldados peruanos eran
pocos. Ya cuando estos chilenos venían por el canto de la mar-qocha, (cómo así habrían pensado los
paisanos de San Martín), al ver que había pocos soldados peruanos, éstos para espantar a los
enemigos chilenos, habían reunido cientos de tropas de llamas y a cada llama le habían amarrado
espejos en la frente. Así habíamos ganado la guerra, cuando ya murió el paisano San Martín.
Cuando estas llamas avanzaban reflejando sus espejos y levantando polvareda como nube que
cubría los cerros, los chilenos habían dicho, asustados:
-¡Ay! ¡tanta gente! El batallón peruano avanza gritando como alud.
Cuando uno mira de lejos una tropa de llamas caminando, uno ve que se parece al hombre en
su caminar, por eso los chilenos las habrían confundido con el batallón. Así el peruano había ganado
la guerra, por las llamas; por eso es que en las monedas y en las cajitas de fósforos está el retrato illa
de la llama.
Sánchez Cerro le quitó la presidencia a Leguía. Este Sánchez Cerro, había hablado en España:
–Yo voy a ser Gobierno.
Y en España le habían regalado un aeroplano para que se viniera a Lima. Pero en España le
habían preguntado:
–¿En verdad vas a entrar de Presidente? ¿Vas a ser Presidente?
–Sí, voy a entrar, –había contestado.
Entonces, cuando Augusto Leguía cumplía diez años de Gobierno, Sánchez Cerro le quitó la
Presidencia.
IV
Antes de venir para ser soldado, todos los jóvenes de mi pueblo íbamos a trabajar la chacra.
Allá nadie puede estar ni un día sin trabajar la chacra; eso no se puede. Quizá uno puede desatender
u olvidar hasta a su mujer, pero a la chacra no se puede, no se puede olvidar la chacra, la
pachamama. Si uno la olvida, también la pachamama se olvida de uno. Así es ser chacarero.
Teníamos que ir a sembrar y después de la siembra teníamos que ir a lampear. Luego las andanzas
en la cosecha; aquí es donde más se necesita gente que trabaje. Tenías que ayudar a trabajar a tus
familiares, a tus paisanos amigos, desde un día hasta semanas, de eso ellos también venían a
ayudarte cuando tú necesitabas, para esto bastaba avisarles:
–Hermano fulano, tal día hacemos chacra. –Ya, listo ¿dónde? –Y te decían el lugar. Este era el
único contrato.
Y venían a ayudarte. De todo esto nunca se pagaba en dinero: de lo que ayudabas, ni de lo que
te ayudaban. Esto era el ayni. Aquí en Cusco, he visto poco esta costumbre del ayni, desde que vine.
Los paisanos, cuando vienen aquí, se olvidan esta forma de ayudarse. Muchas veces he dicho a mi
mujer y también a otros paisanos:
–¿Por qué no hacemos ayni? Así, estas casas no estarían como huecos de ratón.
Ayni sólo hacemos algunos paisanos, entre parientes o amigos, uno que otro. Si todos
hiciéramos ayni, estas casas de Pueblos Jóvenes, no estarían como se ven, como casas de
condenados; será porque el corazón de todo paisano que se instala en el Cusco, ya no escucha las
costumbres del pueblo. Por eso todo trabajo que hay aquí en la barriada, es por plata, ya no hay
ayni.
Esta forma de ayudarse a través del ayni no sólo es en la chacra, está en todo: Te casas, te
ayudan en ayni; cuando alguien de tu familia muere, en el entierro te ayudan por ayni. Cuando en la
cosecha te faltan caballos o burros para trasladar la cosecha de papas de la chacra al troje, te prestan
en ayni, pero eso sí, todo ayni tienes que devolver con todo corazón. Si tienes estos animales y
parientes o amigos que los necesitan, tienes que prestarlos. Si uno no tiene estos caballos, burros y
otros animalitos que carguen guano no puedes hacer la chacra. A ver, ¿cómo, pues, harías si no hay
animales que carguen el guano, la semilla? Así también tiene que haber animales que caguen guano,
porque si no hay animales que caguen guano, menos habrá para cargar en la siembra o en la
cosecha. Por eso, necesariamente, tienes que ayudar en el trabajo a las personas que tienen estos
animales, por su guano, por sus animales de carga. Por eso las personas con más animales hacen
harta chacra, porque los pobres sin animales van a ayudarles, ya sea por su guano o por sus
animales de carga. Quienes no tienen animales y quieren hacer chacrita en un layme17
o, a veces,
ciertos años, se presentan dos laymes; no pueden hacer harta chacra salvo que ayuden también
hartos días a los que tienen animales.
Uno tenía que trabajar mucho cuando había dos laymes. Pero eso era sólo cuando el
17Vez o sembrar por partes para alternar la siembra adelantando el primer layme para setiembre y el segundo para
noviembre.
chakrakamayoq,18
mirando en la coca o en las estrellas determinaba dos laymes. Esto era cuando en
la coca o en las estrellas había mal agüero que anunciaba helada o granizada. Cuando el
chakrakamayoq decía: "Helada", entonces, en la siembra, se adelantaba un layme y el otro se
atrasaba.
Esto no era común, pues el chakrakamayoq era la única persona que podía empezar a sembrar.
Este chakrakamayoq tampoco podía iniciar comúnmente, cualquier día; la primera siembra tenía
que ser siempre un martes, jueves o viernes; son los días en que la pachamama está dispuesta. Ella
también es como mujer: que se pone contenta cuando le haces justo el rato que está con ganas. Así
es la pachamama19
que quiere la semilla sólo estos días y no los otros que son qollori.20
Lo mismo
era cuando el chakrakamayoq decía: "Chikchi".21
Había dos laymes y en cada layme la papa se sembraba en varios lugares y nunca en un solo
sitio. Porque cuando el chikchi viene, entra a los laymes, como abriendo un camino recto o a veces
zigzagueante, salvándose sólo los cultivos que están a los cantos.
Estos sufrimientos también pasan los paisanos pobres en el pueblo. Los paisanos con hartos
animales, claro, te ayudan si eres su pariente o amigo, pero siempre tienes que ayudarles, por eso
ellos hacen harta chacra y tienen buena cosecha, son ricos porque hay muchos paisanos que les
ayudan por su guanito, por sus animalitos de carga. Para cargar el guanito en la siembra, para cargar
la cosecha, siempre hay que hacer ayni.
También en épocas de lluvia se les ayuda a pastear las ovejas, las llamas, y en las noches a
velar contra los ladrones y los zorros. Estos zorros son mañosos, justo en las noches de lluvia o de
harta nevada, vienen a robarse los corderitos. De esta ayuda te pagaban en carne o en lana para la
bayeta.
Así yo también iba a pastear las ovejas de un compadre y en las noches velábamos ganados.
Por toda esta ayuda me pagaban en lana. Cierta vez me pagó por un mes de apacentar, con la
trasquila de una oveja; en otra ocasión les acompañaba a dormir en su casa para carne y me
pagaron, por tres meses de acompañamiento, con un borrego muerto; su carne la comimos con mi
madrina, un martes de carnaval.
Esa es la vida del chacarero-runa;22
si no tienes hartos familiares, sufres y tienes que estar
18¿Chacarero?
19La tierra.
20Qollori = interrupción de la germinación de la planta, o cualquier cosa que tiene la mala suerte de ser interrumpido su
normal proceso.
21Granizo o granizada.
22Agricultor.
haciendo ayni23
o mink'a.24
En esto de ayni uno tiene que ser cariñoso; si vienen a ayudarte, tienes
que atenderlos bien, porque si no hay cariño en tu casa, pocos vienen a colaborarte, porque algunos
paisanos van a la chacra por tomar chicha, trago. Entonces el chakrakuy es como hacer un pequeño
cargo. Era gasto; a estos paisanos que vienen a ayudarte tenías que darles, por un día, un atado de
papas; esto si la ayuda en la cosecha no es por ayni. Así en la cosecha se necesita harta gente. Si se
hace los cultivos en dos laymes, necesitas más trabajadores. Esto de hacer dos laymes era de vez en
cuando, porque siempre se hacía en un solo layme; por eso cada año en lunes carnaval, se ponía un
arariwa. Y era como un cargo para todo el año; el arariwa tenía que cuidar los cultivos de la papa,
del chikchi, de la rancha, de la helada. Para esto hacía su chocita en una lomadita, cerca del layme
de papas. Aquí tenía que estar todos los días en época de lluvia, mirando al cielo. Si el cielo se
armaba con nubes negras, era seguro para granizar, entonces el arariwa tenía que estar en su chocita
rezando –dice hay ciertas oraciones de San Ciprián para hacer pasar al chikchi–. También hacía
humear incienso y cebolla seca, y con kerosene y agua bendita hacía aspersiones en la dirección
donde había nubes negras listas para caer. Si con esto el chikchi persistía en malograr los papales, el
arariwa se desnudaba todo y así, como salido de la barriga de su madre, le hondeaba insultándole
con terrones de tierra rociados con kerosene y agua bendita.
Dice que en el chikchi andan tres hermanos, que siempre están juntos. El primero es Bernaku,
quien es el más bullanguero, de todos, que está andando siempre para arriba y para abajo, solo,
haciendo bulla, reventando. Eso es el illapa, él sólo amenaza. El segundo es Elaku, es algo bueno.
Dicen que, cuando se le insulta con las oraciones de San Ciprián y cuando se le hace aspersiones
con kerosene y agua bendita, se escapa, porque el kerosene y el agua bendita llegan quemando a sus
ojos, como ají. El último hermano es el Chanaku; es el más loco de todos, pues no respeta nada, él
es pallapero, que cuando entra a una chacra se roba todo: las papas, las habas; se lleva todos los
cultivos. Se lleva su espíritu. ¿Y cómo ha de haber cosecha si los cultivos han quedado sin espíritu?
Estos maldadosos son asunto de cuidado, porque son unos perfectos ladrones. Por eso, si el
arariwa no está vigilante a su aparición y se descuida, son capaces de llevarse todos los cultivos y
dejar el ayllu sin cosecha. Por eso, si era un buen año de abundante cosecha, había razón para que el
arariwa pudiera escarbar un surco en todas las chacras y nadie debía decir nada. Él podía escogerse
cualquier surco, grande o chiquito, de papas, ollucos, ocas. Era su voluntad y así sacaba harta
semilla. Pero si ese año era de mala cosecha, por el granizo o la helada, el pobre arariwa era
insultado. Le decían:
–Perro, carajo! ¿Acaso eres hombre? Hasta que estés dentro de las piernas de tu mujer ha
granizado; ¿dónde está la papa, carajo?
Y no le daban agasajo en martes carnaval. Pero si había buena cosecha, era fijo que tenían que
hacerlo emborrachar. Estos arariwas siempre eran gente joven: los recién casados, ésos que recién
se ponen a vivir con la mujer. Esos, claro, tenían que ser jóvenes, con fuerza como para combatir a
23Trabajo recíproco.
24Trabajo comunal o trabajo pagado con productos o alquiler de animales.
hondazos con el chikchi. Cuando el chikchi mandaba un hondazo con el rayo, el arariwa tenía que
contestarle entre insultos con otro hondazo. Cuando más liso era el arariwa, el chikchi casi nunca se
animaba a robar los cultivos.
Así son estos tres hermanos que siempre andan juntos, donde sea. La mamá de ellos es rit'i,
una viejita con la cara muy arrugada, y canosa, que siempre está sentada. De sus ojos nacen dos
grandes zanjas como acequias que surcan sus mejillas, por donde noche y día, le chorrean legañas.
Estas legañas que le chorrean son la nieve que se derrite todos los días en los cerros de respeto.
Una vez, un forastero del ayllu Pinchimuro estaba caminando por unos pajonales silenciosos;
y allí empezó a golpearle la lluvia y en lo que caminaba en esos pajonales, lo alcanzó la noche, con
su oscuridad total, y así en lo que caminaba, a lo lejos, había visto una lucecita y se dijo en sus
adentros:
–Allá hay una estancia, allí me alojaré.
Así se había acercado a esta casa. Pero, dice, no era casa estancia, sino una simple cabaña sin
cancha y sin perros que ladren. Y cuando pidió alojamiento, salió una viejita con canas que vencían
su cabeza. El forastero le había dicho:
–Alójame mamita.
Y la viejita había contestado:
–No puedo alojarte mis hijos son muy locos, te matarían.
El forastero rogó:
–¿A dónde ya puedo ir mamita? Alójame por favor
Y así ante la súplica, la viejita le había hecho pasar a su casa: -Bueno, aquí te alojarás, dijo
mostrándole un rincón.
–Te voy a tapar con una vasija y tienes que estar sin moverte.
Y así había sido.
Pero afuera, la lluvia seguía y empezó a tronar, desatándose una tormenta como para hacer
desaparecer la casa. Dice que los truenos caían con más fuerza a la puerta de la casita: ¡raqhaq,
punrun! Así, en medio de esos truenos, un hombre entró a la casa. Era el hijo mayor de rit'i.25
Después llegó también entre truenos, el otro hijo, renegando. Así empezaron a caer más truenos, y
entre trueno y trueno, llegó el chanaku, refunfuñando, quién ingresó a la casa, carajeando:
–¡Carajo! ese gran puta fulano me estaba asperjando con kerosencito. Pero, ¡carajo, siempre
lo he levantado todo!
Así ese fulano, era el nombre del arariwa del ayllu del forastero. Y por un hueco del raki
había visto, que en unas mulas había cargado papas, habas y las sogas con que amarraba las cargas a
las mulas, eran culebras vivas, coleando, de color amarillo, y en eso se había dormido el forastero.
25La nevada.
Cuando despertó ya era de día y no había la casa donde se alojó en la noche: se había dormido al
borde de una laguna.
La casa del chikchi es la mamaqocha.26
Aquí está todo lo que roban los tres hermanos: habas,
papas, maíz. Todo lo mejor está ahí, amontonado como en troje y se puede ver en las noches de San
Juan, a las doce de la noche, en luna llena. Esos runas que han muerto cogidos por el illapa,27
cuando llegan a la otra vida, se convierten en peones del chikchi y tienen que pasar toda su
existencia en esa vida cargando y descargando a las mulas del chikchi, todo lo que roban. Aunque
estos peones vivirán en abundancia de comidas, pero son maldecidos, porque ¿en qué ayllu no
maldicen al chikchi, cuando no hay cosecha?
V
Cuando mataron al presidente Sánchez Cerro, el Gobierno lo recibió Benavides. En ese
tiempo de Benavides, yo entré de soldado, cuando me trajeron de recluta, de mi pueblo Acopia. Así
estaba de soldado en el cuartel de Maruripampa durante tres años completos. En el ejército yo
estaba en la Tercera Compañía de Ametralladoras. Era conductor de una mula. Esta mi mula se
llamaba Renunciable, y con ella tenía que caminar donde sea: a las marchas de resistencia,
descansando cada legua, pues yo tenía que vivir o morir con la mula. Para que coman las mulas
había pensión mular. Allí daban cebada en grano, que se les hacía comer en costales que se les
colgaba al cuello de las mulas. En estas campañas, sea de mañana o de tarde, siempre andaba con
mi mula, no la soltaba. Para cada mula había cargadores, ellos eran los que cargaban. En cambio, yo
tenía que estar al cuidado de la mula; tenía que limpiarle sus pies, limpiarle con un trapito su moco,
lavarle su ojete con agüita, y rasquetearle después. Esas eran mis obligaciones para la mula. Los
cargadores también eran los que ponían la carona. En el cuartel ya usé fusil mosquito. Los primeros
meses que entré, usé todavía fusil máuser original. Después ya llegó el fusil mosquito, muy
chiquito. El casco también llegó junto a éstos; entonces sólo se usaba kepí. Tampoco había botas; no
había nada, sólo con bandas nos envolvíamos las pantorrillas, como con faja.
Dentro del cuartel todo es robarse. Se robaban bandas, botones, zapatos; después, cuando te
faltaba alguna prenda, te decían:
–Yo tengo, te lo vendo. Te vendo sólo en setenta centavos.
Cuando lo que ofrecían era de ti mismo.
Los soldados también teníamos nuestra pensión morral. De esa pensión te robaban tu
cacerola, tu cuchillo, tu cuchara, tu trinche, todo tu servicio. Y no había nada para pasar el rancho.
26Las lagunas.
27Rayo.
Sin esto no podías pasar el rancho, así tenías que estar sin rancho. Porque al rancho se entraba por
compañías. Cuando se perdían los servicios, le responsabilizaban al cuartelero-puerta y le decían:
–¿Por qué no has mirado lo que han robado los servicios?
Así, a mí también, una vez, me robaron mi polaca y mis zapatos.
Dentro del cuartel todo es robarse; ahí no pueden estar sin robar; todo es robarse, hasta tu
agujita te roban. Más bien aquí afuera están tranquilos. Así ahí dentro te roban tus zapatos, tu kepí,
tu cuchillito. Si no te robaban tu polaca, de tu capote cortaban los botones. Así fastidiosos eran. Y
así a la fuerza tenías que comprar o robar las cosas que te faltaban. Cuando estás de soldado, así
como al sastre no le falta su aguja, su hilo; así tenías que estar para coser con todo listo, corriente.
Si te faltaba, te llevaban a la cantina y ahí te daban las cosas que necesitabas, a cuenta de tu propina,
haciéndote descontar después de tu propina.
En el cuartel todo era robarse unos a otros. Así era su costumbre. Ahora, yo no sé cómo
sacaban afuera. Todas estas cosas se perdían en la cuadra, de noche, cuando dormíamos. Yo creo
que entraban en combina con el cuartelero para sacar. Cuando se perdía la chompa que daban en el
cuartel, también entraba a cuenta de tu propina. Y cuando tenías que salir de franco, ya no había
propina. A veces se perdía de tus zapatos sólo un lado. Eso hacían, carajo, por joderte; y también
entraba a la cuenta, porque te daban otros calzados de acuerdo a tu número. Ya cuando salí de
franco, escuchaba decir:
–Ladrón, ladrón.
Pero eso no era ser muy ladrón; en el cuartel sí, todo es robarse; no te dejan nada; ni dormir
puedes, pues, para que no te roben, tienes que dormir agarrando tus cosas. Después en las salidas de
los domingos, en la calle, te encontrabas con tus amigos, con tus paisanos, que te decían:
–¿Cómo estás? No hemos venido a visitarte. Vamos a tomar chicha.
Así te llevaban a tomar chicha. Esa vez la chicha no valía tanto; el vaso era a real. A veces
salíamos a media semana, después del tiro, pero sólo cuando hacíamos un buen puntaje. Con veinte
o veinticinco puntos ya tenías salida. Yo en tiro siempre hacía veinticinco puntos. Eso hacíamos en
la pampa del rodadero. Las salidas de los domingos eran ansiosamente esperadas. Salíamos a
pasear, a hacer cocinar con las enamoradas, porque la comida del rancho no es como aquí afuera
con sabor. Allí es como para el perro, sal botada al agua y eso no te convenía. Cuando estaba de
soldado, tenía mi enamorada, se llamaba Elenacha, era de Pomacanchi. Antes las cocineras no
salían, como ahora, todos los domingos de franco; tenían que servir día y noche, sin descanso, a sus
patrones. Pero ella, como ya sabía que yo salía cada domingo, no sé cómo se escapaba y me
esperaba, a veces, ya en la puerta del cuartel. Pero cuando estaba de soldado tenía otra, aparte de
Elena, porque las mujeres estaban paradas en la puerta del cuartel, esperando a sus hermanos, a sus
enamorados, paisanos, ahí nos conocíamos.
Los domingos, después de izar la bandera, podíamos salir hasta las diez de la noche. Pero
cuando hacías pasar esta hora, había castigos, rigor-castigo. Con este castigo no daban propina o
uno tenía que estar encerrado en el calabozo. Había también otro castigo: te quitaban tu salida de los
domingos por un mes. Estos castigos eran por lo que llegabas tarde o de lo que guapeabas borracho
a los guardias o de lo que querías pegar a los clases. Todo esto era el castigo rigor.
Los clases eran como los jueces: los cabos, los sargentos; el sargento segundo tenía que
mandar, pero el sargento primero era como nuestro padre. El sabía si tu ropa estaba gastada o no; si
el zapato ya estaba viejo, te hacía dar otro. El zapato se cambiaba cada siete meses. Si estaba
gastada tu polaca, tu chompa o tu pantalón, también te hacían dar otros; para esto pasaba revista y
teníamos que mostrarle nuestras ropas. El decía:
–"A formarse, indios. ¡Todos! Sácate la ropa interior".
Tenías que sacarte todo, se presentaba otro cabo o sargento y apuntaba:
–"Tal fulano, ya está gastado ropa".
Los sargentos y los cabos eran para respetarlos como a tus padres; de ellos no podías burlarte.
Tu banda tenía que estar bien amarrada. Tu polaca no podía estar sin botones o rota. A todo pasaban
revista. Si tu polaca estaba rota, ellos la rompían más: ¡caj - caj!
–¡Por qué, carajo, no coses ésto! ¡So gran puta, indio!
Para eso tenías que comprarte hilo, aguja, botones, crema para calzado; después, había
escobilla de dientes, para lavarse los dientes. También tenías que tener tres pañuelos limpios: Uno
era para bailar con tu enamorada, el otro era para prestarle a tu enamorada, si no tenía; y otro era
para limpiar tu moco. También había medias de lana. No acostumbraban las medias extranjeras,
como ahora.
Así era la vida de soldado; tenías que vivir o morir con lo que eras, en tu puesto. Si eras
tirador o proveedor, con eso tenías que estar reglamentado, si no, carajo, patada. En el cuartel todo
es recto, "patria servir obedecer todo". Ahí no se puede decir no a nada. Si dices no o haces de mala
voluntad, es castigo, calabozo o patadas. Si te ordenan matar a tu mamá, también tienes que hacerlo,
si no, eso no es obedecer a la patria. También en el cuartel hay abecedario para el que no sabe leer,
letras en madera ensartadas en alambre: a, b, c, d, j, k, p. Los clases enseñaban todo el abecedario, y
cuando terminabas, te daban primer año. Cuando entrabas te preguntaban:
–¿Sabes leer?
Si decías: No sé leer, traían esas letras para enseñarte. los sargentos, el subteniente. El
abecedario siempre se hacía después del almuerzo. Después del abecedario teníamos que barrer,
rasquetear a nuestras mulas. Eso era por las tardes, pero por las mañanas, así como nosotros
lustrábamos con crema los zapatos, así también teníamos que lustrar con sebo los cascos de las
mulas.
Si no hacías buen puntaje en el tiro, eras castigado: te tenían parado sobre una tarima, cargado
del morral con equipo completo y dos fusiles, durante tres horas, o hasta cuatro horas. Otro castigo
era cuando peleabas. Los cabitos te fastidiaban y, cuando al no aguantar, te dolía el corazón, tenías
que pelear. Estos cabitos te decían:
–¡Cuádrese, carajo! ¡Cuádrese, carajo!
Te pateaban y eso hacía rebalsar de cólera el corazón. Entonces, tú le decías:
–Espérate, carajo. Vamos a salir de aquí. Pasajeros no más somos. Cuando salgamos te voy a
matar, ¡carajo!
Estos mis compañeros incluso eran indios, runas como yo, porque ahí no había mistis.
Cuando ascendían a cabitos, a clase, eran bien jodidos; ahí adentro son igualitos que Dios todavía.
Después, en la noche no dormíamos comunmente, nos hacían formar afuera y después de que
estábamos formados, nos decían:
–Cuatro últimos. Sargento de semana...
Entonces todos, atropellándonos, corríamos. Teníamos que desvestirnos en un instante. Una
vez desvestidos teníamos que volver a vestirnos en un ratito. Para esto, desde antes de la prueba, ya
tenías que tener todo listo. El zapato tenía que estar listo, con los pasadores aflojados. Después de
hacer esto, dormíamos con la ropa amontonada a nuestro lado, sin movernos, pues si te movías ya te
llamaban y tenías que vestirte en un ratito y te mandaban para imaginaria, desde las diez hasta las
doce de la noche; luego venía otro relevo hasta el amanecer. Todo era aburrido, eso de estar parado,
con sueño, con frío, cuidando la puerta o la torre. Yo decía:
–Para qué se cuida tanto, carajo, si aquí no entran ladrones. Más bien cuidaríamos la ropa,
para que no roben tanto.
Así le dije a mi amigo, que era imaginaria como yo, una noche, cerca al veintiocho de julio, y
él me dijo:
–No seas cojudo, Gregorio. El sargento ha dicho que los chilenos vienen a Lima y quieren
hacer la guerra en Cusco, porque ellos se antojan las mujeres de aquí.
Y yo le dije:
–¿Y vamos a ir a la guerra por esas arrechas? Lo que es yo carajo, no suelto mi mula.
Así, en la cuadra no te dejaban dormir. Cuando estabas en dulce sueño, te despertaban y te
llevaban a relevar. Si no ibas a relevar a las dos o a las cuatro de la mañana, te hacían barrer las
cuadras y caballerizas. Hasta por gusto te hacían barrer.
Cuando ascendían, carajo, a cabito o clase, ésos ya no pisaban tierra, al soldado raso lo
miraban como a perro.
Cada semana, para salir el domingo, la propina era de dos soles cincuenta centavos.
Una vez me castigaron, todo un mes dejándome sin propina, por culpa de un cabito que me
judía mucho. Entonces, con otros amigos soldados, nos emborrachamos y yo me recogí muy tarde,
todo borracho; y a mi cabito lo carajeé, lo perseguí para pegarle. Por mí quería hasta matarlo.
Ahora pienso que la vida en el ejército es muy fácil, porque no es como antes, que había que
estar amarrando la banda, caminar a las campañas jalando a la mula...
En el ejército me enseñaron el abecedario. También firmaba mi nombre, las letras a, o, i, p,
reconocía en el papel. Pero yo creo que no tenía cabeza para el abecedario porque no aprendí. Las
letras que sabía leer y mi nombre, me olvidé al poco tiempo de salir del cuartel. Ahora dicen que los
que entran al cuartel como ésos sin ojos, salen con los ojos abiertos, sabiendo leer. Esos que no
tienen boca, también salen con la boca reventando a castellano.
Así era. Se entraba al cuartel sin ojos y sin ojos se salía, porque no podías salir con abecedario
correcto. También sin boca entrabas y sin boca salías, apenas reventando a castellano la boca. Hasta
antes de entrar al cuartel no sabía castellano; ya en el cuartel mi boca reventó al castellano. En el
cuartel esos tenientes, capitanes, no querían que hablásemos runa simi:28
-Indios, carajo, ¡castellano!- decían.
Así, a pura patada, te hacían hablar castellano los clases.
28Runa simi = quechua.
VI
De recluta me trajeron desde Combapata, en tren, al puesto de Saphi; de aquí me pasaron al
cuartel de Manuri, donde me examinaron todito el cuerpo: la boca, la nariz, las orejas, los ojos,
hasta mi pene, y me dijeron:
–Buen cholo, carajo; pasa.
Me quitaron mi ropa y me dieron traje de soldado para vestirme: polaca, chompa, morral y
zapatos.
Al día siguiente, ya de soldado, salimos a hacer ejercicios a las alturas de Saqsaywaman.
Aquí, nos enseñaron a marchar. Si no podíamos nos pegaban a patadas. Aquí, en un principio todo
fue sufrimiento, puro castigo.
Antes de entrar al ejército, yo había estado de movilizable, por lo que ya sabía esos ejercicios
y para mí fue fácil. Así, ya no me hacía pegar mucho, como los que entraron recién. Esos sí se
hacían pegar mucho. Nuestro primer cabo apellidaba Calle y ése fue el que nos enseñó a marchar y
hacer ejercicios. Era un perro desalmado. Ese, si ha muerto, no creo que esté al amparo de la mirada
de nuestro señor Dios. Debe de estar en el Coropuna, de condenado penante. Nunca vi, en la vida, a
otro como a ese cabito Calle del ejército que le gustaba pegar a un hombre. Este perro, carajo,
pateaba a mis compañeros, hasta que orinen sangre cuando no podían hacer los ejercicios. Perro era,
carajo, que hacía arder la sangre.
En el ejército no ascendí ni a cabo, porque no avanzaba en el abecedario. No podía pasar las
lecciones, era para los prácticos. Yo siempre quería ascender, por eso, muchas veces, me soñaba de
cabo, para vengarme, carajo, de lo mucho que me pegaban. Con las personas de quienes quiero
vengarme, nunca he vuelto a verme, hasta ahora. Parece29
que la pachatierra se los ha tragado, de lo
perros que eran, sin corazón.
En el cuartel nunca estuve contento. A uno lo cogen como a animal, lo meten a la bodega del
tren como a animal, y en el Cusco le cortan el cabello, le amontonan ropa y ya es soldado. Eso de
hacer ejercicios diarios, carajo; eso de estar de vigía, con sueño y frío, cuidando la puerta, no me
gustó. Tarde y mañana, carajo, hasta para orinarte están persiguiendo con:
–"Cuatro últimos. A ver cholos, a quitarse los zapatos. ¡Cuatro últimos al baño!".
Así era el ejército; toda la vida cuatro últimos, sin terminar. El ejército no es cristiano.
Mientras cargo ahora, escucho lo que habla la gente:
–El Gobierno, Lima, Velasco, ha dicho: "todos van a servir a la patria". Antes los soldados
eran puro indio, la vida del cuartel ya no es como antes, dicen.
Cuando salí de baja del cuartel, no quería ir a mi pueblo con ropa de soldado, al ver la ropa
del cuartel, los paisanos dicen:
29Sic. Parce.
–Estará de misticito, sólo hasta que le dure la ropa del Estado.
Por eso cuando salí, buscando trabajo, encontré uno para hacer adobes en el panteón, durante
dos semanas. Hicimos adobes para reponer una pared que se había caído. Después de haber hecho
los adobes; durante casi un mes, abrimos los nichos para sacar a las almas; las sacábamos y las
botábamos a un hueco. En este hueco, echándoles kerosene, se les quemaba. Así hacíamos con los
muertos, pero un día le pregunté a mi compañero de trabajo:
–¿Para qué molestamos a estas pobres almas? No vaya a ser que, con estas cosas, nuestro
Señor Dios se moleste con nosotros.
Y él me dijo:
–No tengas miedo, Gregorio. Nuestro Señor sabe que estas almas son morosas, dice no pagan
de lo que están aquí.
Hasta ahora, muchas veces, desde aquella vez que quemé a las almas, digo: No debí haber
hecho eso. Porque me sigo soñando, que unos mistis wiraqochas, ya viejos, ya jóvenes; unas
señoras vestidas con hábitos negros, jalando unos chiquitos, vienen a la puerta de mi casa, a llorar.
Muchas veces, en mi sueño, veo unos mistis, hombres, mujeres y niños, vestidos de negro, con sus
caras blancas como papel, todos juntos están llorando como muertos y desde la puerta de mi casa,
me dicen:
–Gregorio, para qué nos has quemado, nuestros cuerpos están con llagas.
Pero nunca en mis sueños los he visto entrar a mi casa, siempre me están diciendo sólo desde
la puerta:
-Gregorio, Gregorio, para qué nos has quemado, nuestros cuerpos están llenos de llagas y
ampollas.
De esto mi mujer me ha dicho:
–Seguro el día que entren a la casa, nos vamos a morir.
Para que me cure de esto, muchas veces acudí al hanpeq,30
para que les ponga alcanzo a las
almas. Pero el hanpeq dice:
–No resulta. Las almas son puro misti wiraqocha y no quieren recibir.
El primer pago y todos los pagos que recibí por los trabajos que hice como peón, fue cuando
salí de licenciado. Nuestros pagos los hacíamos agarrar –junto con mi amigo Bernaco Ttito– a la
señora Teodolinda Baca. Hasta ahora recuerdo su nombre. Era muy buena, dueña de una chichería,
en Pampa del Castillo. Aquí nos alojábamos, no pagábamos de lo que nos alojábamos, sólo
teníamos que ayudarle, sea por las mañanitas o por las tardes, a lavar su isanga. Era muy honrada, la
plata que le dábamos la guardaba en una servilleta, en uno de los cantitos guardaba lo mío y en el
otro lo de Bernaco; y así, nunca faltó un centavo.
30Hanpeq = (hampiq) el que cura, el curandero.
Como en el Cusco se podía ganar plata, haciendo cualquier cosa, como peón o cargando, para
ir a mi pueblo, después de salir de soldado, con la plata que gané me compré harta ropa: Dos
pantalones, un chaleco, un saco, una camisa, dos pares de medias blancas -de ésas que decían
alemán- eran muy bonitas, hasta la rodilla, como de los futbolistas. Todo esto me costó ocho soles.
Era como tener un terno. Por todo esto, ya no me acostumbré a mi pueblo.
En ese tiempo también cargaba por las mañanas o por las tardes. Esas veces no había plata en
sencillo como ahora. Sólo a veces pagaban en plata, cinco centavos por una cargada, y eso cuando
era de la estación al centro, o del mercado a los cantos. Un buen pago era un real. Siempre el pago
era en rocoto o en ají, que lo llevábamos a los que vendían mote. Por cinco centavos se podía
almorzar tres platos rebalsando, con grandes presas de carne. Antes se comía bien, ¡ah, eran tiempos
buenos para comer carne!
VII
Túpac Amaru era de Tungasuca, paisano, hijo de Inkas, pero un día esos enemigos españoles
lo mataron. Le habían sacado su lengua, sus ojos, desde la raíz. Así lo habían matado a Túpac
Amaru sus contrarios. Los contrarios de Túpac Amaru eran los mismos contrarios de nuestros
abuelos, los Inkas. De Inkarrey, del tiempo de los abuelos, dicen esto:
Nuestro Dios había preguntado, caminando de pueblo en pueblo:
-¿Qué trabajo quieren que les dé?
A lo que Inkarrey había contestado:
–Nosotros no queremos ninguno de tus trabajos. Está en nuestras manos todo trabajo si
queremos trabajar.
Así habían contestado:
–Nosotros hacemos caminar las piedras; con un solo hondazo construímos montañas y valles.
No necesitamos nada, sabemos de todo.
Bueno, este Dios había sido de dos caras y había ido donde el enemigo de nuestro antiguo
abuelo Inka, a España, también a caminar de pueblo en pueblo. Y les había dicho:
–¿Qué quieren? Les voy a dar trabajo. Pídanme lo que quieran.
Mientras el Inka le había despreciado, aquí, en el pueblo de España, todos eran ambiciosos y
le habían pedido de todo:
-Queremos esto, aquello, – diciendo.
Por eso ahora, nosotros los runas, no sabemos hacer caminar las máquinas, los carros, esos
aparatos que caminan por lo alto como pájaros: helicópteros, aviones. No sabemos hacer ninguno de
esos aparatos, pero esos españas son prácticos, saben de todo. Así un wiraqocha españa había
inventado la luz, sólo mirando el agua, con unos vidrios inventó la luz del foco; ahora mismo, esta
luz es del agua de Calca.
Así, pues, el Inka, nuestro Inkarrey fue sobrado y no quiso trabajo. Pero esos españas,
pidieron todo tipo de trabajos, "queremos nosotros", diciendo. Por eso ahora, ellos trabajan carros,
maquinarias y ollas de fierro. Todo lo que nosotros no hacemos. Esto es porque a ellos, el propio
Dios les dio esos trabajos y no como nosotros que despreciamos los dones de Dios.
Nosotros somos peruanos, indígenas, ellos eran inka runas, pero somos sus hijos por eso
también mataron esos españas a Túpac Amaru.
Así como ahora hay monjas en el Convento Santa Teresa y en San Pedro, así, dice había
mujeres del Inka. Sacando a estas mujeres, estos españas se habían casado y ellas parieron sus hijos.
El Inka, cuando estos españas querían matarlo, había dicho:
–No me maten.
Y les hacía dar choclos de oro a sus caballos.
–Así les vamos a dar oro, pero no nos maten.
Bueno, ambicionando totalmente los españas31
habían matado a nuestro Inka. Los Inkas no
conocían papel, escritura: cuando el taytacha quería darles papel, ellos rechazaron; porque se
enviaban noticias no en papeles sino en hilos de vicuña: para malas noticias eran hilos negros; para
buenas noticias eran hilos blancos. Estos hilos eran como libros, pero los españas no querían que
existiesen y le habían dado al Inka un papel:
-Este papel habla,- diciendo.
-¿Dónde está que habla? Sonseras; quieren engañarme.
Y había botado el papel al suelo. El Inka no entendía de papeles. ¿Y cómo el papel iba a
hablar si no sabía leer? Así se hizo matar nuestro Inka. Desde esa vez ha desaparecido Inkarrey. Los
Inkas Huayna Ccapac, Inka Roca, eran sus tíos y el Inka Rumichaka era su hermano. A todos ellos
habían matado los españas.
Pero ahora yo digo:
–¿Qué dirían los españas, cuando vuelva nuestro Inka?
Así había sido la vida.
31Sic. Espinas.
VIII
Cuando salí del cuartel, al año, nos fuimos en busca de trabajo a Quincemil, con un amigo de
Pomacanchi. Porque todo el mundo se iba a Quincemil y volvía con mucho dinero.
-Hay oro en el río para sacar con la mano,- decían.
Y todos se iban. Y también yo y mi amigo nos alistamos. Así partimos para Urcos. Cuando
llegamos a Ccatcca, se hizo de noche y nos alojamos en la casa de un conocido de mi amigo. Nos
dormimos. Pero el dueño de la casa había sabido andar de noche, por ganados; era ladrón, y
trajeron, a eso de la media noche, una vaca y entre todos sus hijos y su mujer, degollaron en wayka.
En una olla grande, pusieron agua para el caldo, y así empezaron a sacar trozos de carne, uno para
caldo, otro para kanka. Al poco rato, la kanka empezó a oler por toda la casa y nosotros alojados en
un rinconcito, sobre dos cueritos, haciéndonos los dormidos, sin movernos. Comieron toda la noche,
pura carne.
Ya cuando estaba por amanecer nos invitaron un poquito de caldo. Y como no durmieron
todita la noche, comiendo carne, tampoco nos dejaron dormir a nosotros; después de tomar caldo,
nos habíamos dormido todos, hasta de día. Mientras, los dueños del ganado, junto con las
autoridades: Gobernador, Teniente y otros acompañantes, habían seguido las huellas del ganado
hasta la casa de nuestro amigo. Como los dueños habían dado parte y vinieron con otros
acompañantes, entraron a la casa. Y ya cuando estaban buscando y ante el ladrido de los perros,
despertamos. Encontraron carne en las ollas. Seguían buscando y encontraron carne trozada que
habían ocultado en la cancha, en unos costales, enterrada con guano. También a nosotros nos
encontró el Gobernador de Ocongate, y nos dijo:
–A ver, ustedes.
–No papay, somos alojados, estamos de viaje a Marcapata.
El Gobernador llamó al teniente:
–A ver, teniente, a estos ladrones.
Así nos tomaron presos.
Pero el amigo de la casa no había robado sólo una vaca, sino tres. Cargados de carne en hartas
llamas nos trajeron a la cárcel de Urcos. Aquí después de estar encerrados tres días en el calabozo,
nos sacaron para prestar nuestra declaración. Nuestro amigo declaró:
–Sí, papay, señor Juez, empujado por mis pecados, para hacer comer a mis hijitos, robé esas
vacas.
Escribieron todo lo que hablaba el amigo en el papel y el juez dijo:
–Esos alojados pasen: Gregorio Condori, prestar declaración.
Primero me preguntó a mí:
–Tú, hijo, ¿has visto lo que trajo las vacas o han traído contigo más? Avisa, hijo para ti no
habrá pena. Entonces, ¿juntos han vaqueado estas vacas?, avisa sin miedo.
–No señor, no nos hemos metido a eso nosotros. Eramos alojados. Cómo íbamos a robar esa
noche si sólo éramos alojados. Claro, el dueño de la casa caminaba esa noche, pero no hemos visto
que degolló la vaca esa noche.
En ese rato, yo pensé para mí: ya estamos perjudicados cuatro días del viaje. Avisaré lo que
comieron carne toda la noche.
–Sí, señor, han comido toda la noche?
Y el Juez:
–¿Comieron toda la noche?
–Sí, señor, han comido toda la noche.
–Y a ustedes ¿no les invitaron siquiera un poquito para comer?
–No nos dieron nada para comer.
–¿Cómo? Avisa, entonces, si han robado con ustedes más. Avisa toda la verdad, yo no te voy a
castigar.
–No, papay.
–Entonces, nada les invitó.
–Nada, papay.
Así preguntaba. Pero después volvía a preguntar:
–Y cómo ¿nada les ha invitado? ¿Ni siquiera un poquito?
Entonces, como tanto preguntaba, yo le dije:
–Sí, nos invitó sólo caldito, pero no su carne; sólo su caldito.
Y el Juez decía:
-No, hijo; ahora, de eso vas a ir a la cárcel. Ese caldo vale, era sustancia de la vaca. La carne
no vale sin el caldo, en el caldo está la sustancia. De eso vas a ir a la cárcel. Si estabas comiendo
carne robada has debido avisar a la justicia; ésa es tu culpa: no haber avisado.
Así, ese juez nos mandó a la cárcel, por haber tomado caldo invitado en la casa de un amigo.
Así es la justicia que también manda a la cárcel por seis meses, como a nosotros, por haber tomado
caldo. Esa fue la causa para no llegar a Quincemil a sacar oro del río. Yo siempre he dicho: si los
jueces y todos los mistis están comiendo carne tarde y mañana y eso también es de ganado robado y
ellos lo saben. Como ese Luis L. que es juez en Urcos, quien conversa con los ladrones, que roban
para él. Ni va a la cárcel, ni a la justicia avisa. Así es la justicia, que no tiene ojos para los mistis.
Así, en falso, por haber tomado un caldo que nos invitó un amigo, estuve en la cárcel,
injustamente.
Los primeros días que estábamos en la cárcel, los pasamos pensando, preocupados. No
teníamos nada para comer, nada para dormir, estábamos sólo con nuestros ponchitos. sin hacer
nada. Los otros presos sólo nos miraban. Ya al tercer día, empezamos a armar amistades; unos nos
decían:
–Vengan, ayúdenos a tejer.
Y otros:
–Vengan, ayúdennos a hilar.
Pero de ese oficio de hilar y tejer, no sabía nada. En mi pueblo este oficio era sólo para las
mujeres. Como en la cárcel, el que no hila o teje, no tiene nada para comer, yo también tuve que
aprender a hilar. A un comienzo sólo miraba. Así mira-mirando hilaba todo chambón. A veces
grueso, a veces delgado, pero al último, salí diestro en el oficio de hilar. Desde el día que aprendí a
hilar, la vida en la cárcel se me hizo fácil. Desde el momento que nos soltaban de la celda al patio
hilábamos hasta el rato que nos encerraban de nuevo. Dentro de las celdas también seguíamos
hilando, porque en la cárcel nunca faltaba trabajo para hilar y tejer. Traían de todas partes, en
costales, lana para hilar y tejer: ponchos, costales, frazadas, mantas. Nunca faltaba lana ya sea de
alpaca, oveja o llama. Todo esto hilábamos de día y de noche. De día todos los presos hacían sus
cosas: ya hilando, tejiendo o atendiendo a sus visitas, a su abogado, a sus testigos. Pero de noche,
todos los presos, que llegábamos quizá a doscientos, entre hombres y mujeres, estábamos
encerrados. En una celda las mujeres y en otra celda nosotros, los hombres. Aquí en nuestra celda,
los varones, todas las noches nos juntábamos en medio de velas y mecheros, haciendo círculos
como para la merienda de una faena. Aquí seguíamos hilando entre risas y sin preocupaciones,
escuchando los cuentos de los cuentesteros.32
Nunca, como en la cárcel, he escuchado tantos cuentos que hasta ahora los recuerdo todavía,
muchos de ellos.
Como el cuento de un ganadero que había ido a comprar ganado a las comunidades que están
al lado del Apu Ausangate. Este ganadero, cansado de no encontrar ganados, se había sentado frente
al Apu, sobre una roca grande. Cuando estaba así el ganadero, se le había acercado un runa vestido
a la usanza de ese lado, a preguntarle:
–¿Qué cosa haces, señor, aquí?.
–Quiero comprar ganados. Soy comprador de ganados, -había respondido.
Al escuchar esta respuesta, el runa, en un cerrar de ojos había desaparecido. Después, casi al
atardecer, mientras el ganadero seguía sentado, inmóvil sobre la misma piedra, el runa había vuelto
a aparecer para preguntarle:
-Señor, si es verdad que quieres ganados, yo te vendo. Tengo harto ganado... y también tengo
hijas que quieren casarse. Si quieres casarte, yo te hago casar con mi hija. Mi hija no ordena, yo
32¿?
ordeno.
Y el ganadero había aceptado casarse con su hija: -Bueno, vamos a que conozcas a mi hija;
como yo digo, mi hija no ordena, yo ordeno.
Así, mientras caminaban, a la mitad del cerro Ausangate se abrió la roca, como puerta; allí
habían entrado. No recuerdo si esa noche le hizo dormir con su hija o no; pero sí, que el ganadero al
día siguiente estaba como en un extraño pueblo, lleno de ganado, donde las llamas y las alpacas
cubrían como nubes los cerros.
A los pocos días, el ganadero se casó con la hija de ese runa. Pero este runa había sido el Apu
Ausangate. Por eso, para el matrimonio de su hija, el Awki Arequipa Maisisco y el Apu Cunurana se
habían llamado de cerro a cerro para ser sus padrinos.
Desde el día que el ganadero se casó, había pasado mucho tiempo hasta que un día le dijo a su
suegro:
–Papay, ya es mucho tiempo que no sé nada de mi ayllu, iré a averiguar con mi mujer más.
Él Apu había aceptado. Así habían partido contentos, con carguita en una llama que le dio su
suegro. Seguro que la carga estaba llena de plata. Caminando como marido y mujer, habían llegado
al Cusco, como todos los caminantes, cansados y sedientos. Entonces, el marido había dicho:
–Tomaremos chicha.
Pero la mujer no quería tomar; más bien le aceptó que le hiciera samincha.33
Esto es que, de
todo alimento que se ingiere o bebe, antes de tomarlo se tiene que soplar su olor a la tierra y a los
machu Awkis, pues ellos se alimentan saboreando el olor de la samincha. Como ella era hija de un
Apu, quería que le hiciera la samincha para saborear la chicha que tomamos nosotros. Pero este
bruto no entendía esto. Más bien se puso a tomar él solo, sin hacer la samincha a su mujer. Al cabo
de un rato, dice, borracho la empezó a carajear:
–Tú, carajo, no quieres tomar la chicha que tomo yo, toma, carajo; toma, carajo.
Así, este asno le había pegado. Le había echado con chicha. Como le pegó, ella desapareció
del lado del ganadero, en un abrir y cerrar de ojos, junto con la llama y la carga. Entonces, ya al día
siguiente, cuando le pasó su borrachera y al verse sin mujer, sin llama y sin carga, arrepentido, viajó
de nuevo a sentarse sobre la misma piedra en que había estado sentado antes de conocer a la hija del
Apu Ausangate. Así dice que este asno animal estaba sentado sobre la misma piedra, mañana y
tarde, durante varios días. En lo que estaba sentado, cierto día en el cerro se abrió una puerta, con
harto ruido que hacía retumbar los cerros. Era esa misma puerta por donde él había entrado a la
entraña del Ausangate. Pero esta vez, por esa puerta salió una mano gigante que lo atrapó como a
mosca y lo metió a la entraña del Ausangate, donde se encuentra hasta hoy día. No se sabe si lo
castigaron o lo mataron.
Este cuento escuché en la cárcel, y en otra ocasión escuché también otro de mismo Apu
Ausangate. Dice el Apu Ausangate había ido hasta Lima a conversar con el Gobierno, en su misma
33Ritual?
casa. Para esto el Apu se había vestido con su mejor ropa, lindo, puro oro; y como alumbrando
había entrado a la casa del Gobierno y como esta ropa no hay en ninguna parte, hasta el Gobierno le
había envidiado su ropa al Apu:
–¡Lindo, carajo!- diciendo.
Pero el Apu había ido a decirle al mismo Gobierno, que sus guardias y sus compadres
andaban matando a sus vicuñas. Si seguían matando, él se las iba a arrear al Ausangate a todas las
vicuñas y así en el mundo del Perú, no iba a haber más vicuñas.
Ya después pensé por qué ahora no hay vicuñas. Dice que han desaparecido todas. Como el
Gobierno no cumplió en decirles a los guardias "no maten a las vicuñas"... ¿O habrá dicho y no le
hicieron caso? Pero el Apu Ausangate, seguramente encolerizado, se ha arreado sus vicuñas. Por eso
no hay vicuñas ahora en el mundo del Perú.
En la cárcel, a las cinco de la tarde ya estábamos formados para pasar lista. Inmediatamente,
temprano todavía con el sol encima, ya estábamos encerrados en la celda. Las celdas eran cuartos
muy grandes, uno era para los hombres y el otro era para las mujeres. Pero, estas mujeres presas, de
día estaban en el patio junto con todos nosotros. Ellas también hilaban, tejían, cocinaban para
vender. Para todo preso en la cárcel, sea hombre o mujer, la vida era tejer o hilar. Nadie podía estar
sin trabajar. También había carpinteros y sastres, pero eran pocos. Esos que entran a la cárcel por
ladrones como nosotros, ésos eran los que más trabajaban. Ganaban harta plata hilando, tejiendo, de
ese modo tenían plata para el abogado, para el escribano, para el papel. La cárcel también es puro
plata, si no das plata al abogado, y no compras papel, puedes estar olvidado durante años, en la
cárcel.
Como uno estaba encerrado desde temprano en la celda, galpón totalmente oscuro, siempre
había algo en qué ocuparse. La celda era un solo cuarto para todos los presos, cada preso tenía un
rincón para dormir, amontonar su cama y sus cosas. Pero como siempre te hacen quedar preso,
apenas con tu ponchito... así solo te ves en la cárcel, sin cueros y sin frazada para dormir, y tienes
que pasar frío y hambre, porque en una cárcel de pueblo, hasta ahora no dan comida; te encierran
como quien dice: "que muera, carajo, este perro". Y tú, va adentro, tienes que ver por ti. Así no
podías estar sin hacer nada en la cárcel, tenías que hilar o tejer. Si no sabes tejer, tienes que aprender
a tejer, porque aquí no hay eso de: "la gente me va a ver haciendo oficio de mujer". Más bien salen
prácticos y en sus pueblos también siguen tejiendo, aunque sea a ocultas. Así también yo, en el
tiempo que estuve en la cárcel, salí práctico hilando. Porque en mi pueblo eso de hilar y tejer era
oficio sólo de mujer. Si a uno le veían con este oficio se burlaban:
–Pobre llamero, mujer de llamero.
Pero hilando me mantuve en la cárcel. Como no tenía ni ollas ni platos, ni nadie que me
llevase leña para cocinar, peor víveres, comía como en pensión, lo que cocinaba una paisana del
lado de Quiquijana; por una semana de pensión -almuerzo y comida- le pagaba ochenta centavos
que me ganaba hilando. Pero eso sí tenía que hilar todo el día y toda la noche.
De noche, la celda parecía un matrimonio, llena de velas y mecheros a kerosene. Así, entre
hilando e hilando, nos contábamos cuentos hasta altas horas de la noche. Para esto de cuentos,
Matico Quispe era especial. El era preso del pueblo de Oropesa y su mujer era de Huaro donde él
vivía. Aquí, cuando estaba de pondo tendalero, en la hacienda de un señor Díaz, cierta noche del
tendal desaparecieron tres costales de semillas de maíz. El era inocente, pero el hacendado no creía.
Más bien lo denunció en Urcos, donde su cuñado que era juez, como ladrón de su tendal. Por
eso Matico estaba preso. Matico era especial, pues desde aquella vez de la cárcel de Urcos, hasta
ahora, nunca me he topado con otro paisano que sea tan cuentestero como Matico. El era tan
cuentestero que nunca le escuché, el tiempo que estuve en la cárcel, narrar un cuento hasta dos
veces. Todo estaba listo en su cabeza.
Así también, en eso de avisarnos cuentos todas las noches, escuché de otro preso contar de la
Pachamama. Yo no sé en qué tiempo todavía nuestro Taytacha había ordenado para que de una sola
planta, con una sola raíz, creciesen todos los frutos que come el hombre. Así, en la cabeza de esta
planta tenía que estar el trigo; en sus costados, diez o cinco mazorcas de maíz y en la raíz, papas.
Aquí la Pachamama había hablado protestando, coléricamente:
–Yo no puedo dar tantos frutos. Más bien uno por cada planta con raíz aparte.
Desde esa vez la papa, el maíz v el trigo, son apartes con sus propias raíces. Si aquella vez la
Pachamama no hubiera protestado para dar simultáneamente tantos frutos en una sola planta, con
una sola raíz; también hoy las mujeres en cada parto hubieran alumbrado cinco o diez hijos, entre
varones y mujeres. A esto, todos decíamos en coro:
–O sea, ¡carajo, íbamos a ser más hartos que las hormigas!
Y Matico decía:
–Zonzos, si una planta iba a dar tantos frutos. ¿Por qué las mujeres no hubieran podido parir
hartos hijos?
Había también otro preso, cuentestero como Matico. El era del lado de Ccatcca, de la
Comunidad de Ccamara. Este ccamara estaba preso por el robo de una tropa de llamas, que le había
ocasionado a su compadre de matrimonio. Estos ccamaras, en la cárcel, eran hartos y bien machos.
Algunos de ellos vivían con sus mujeres más en la cárcel; ellas cocinaban para todos sus paisanos,
que vivían juntos. De lo que nos contó este ccamara, sólo algunas cosas recuerdo. Dice que en otros
tiempos nuestro Dios era conocido por brujo y ladrón en este mundo. Estos eran tiempos cuando
nuestro Dios tenía muchos enemigos que le perseguían:
–¿Dónde está ese brujo? ¿Dónde está ese ladrón? ¿Por aquí pasó un ladrón brujo?
Y las gentes contestaban:
–Por aquí no pasó ningún brujo ni ladrón.
Así preguntando le buscaban por todas partes. En lo que andaban preguntando pueblo tras
pueblo, un día estos enemigos se habían tropezado con San Isidro Labrador, cuando estaba
sembrando trigo. Pero, rato antes, nuestro Dios había pasado por la chacra de San Isidro Labrador,
dejándole un encargo:
–Si preguntan por mí, di: "Sí pasó, pero hace un año, cuando recién sembraba el trigo".
Al poco rato, los perseguidores de nuestro Dios, habían preguntado:
–¿Por aquí no pasó un brujo, un ladrón?
Y San Isidro Labrador, había contestado:
–Sí pasó un brujo, pero hace un año, cuando recién sembraba este trigo. Hasta el trigo ya está
maduro.
Así el trigo que estaba sembrando San Isidro Labrador, en un solo mirar, ya estaba para la
trilla.
En otra ocasión, en tiempos atrás, cuando las vacas eran de puro color negro, nuestro Dios,
aburrido de tanta persecución que le hacían, ocultó las vacas de sus enemigos, para ordeñar su
leche. Y con esa misma leche –como agua bendita– roció a la tropa de vacas. Y de ese modo las
vacas cambiaron de color, haciéndose irreconocibles ante sus dueños. Entonces los dueños
empezaron a caminar por todas partes:
–¿Qué será de mis vacas? No hay mis vacas. Hay unas vacas como las mías, pero su color es
distinto.
A partir de entonces, los enemigos de nuestro Dios dejaron de perseguirle, porque ya también
empezaron a buscar las vacas, caminando pueblo tras pueblo.
De esta manera, eso de robarse las vacas había empezado con esta chanza que hizo nuestro
Dios.
Bueno, estos ccamaras eran bien pendejos, por eso les decían azote de los pueblos. En la
cárcel más que de nadie, había que cuidarse de ellos; se te acercaban y yo no sé cómo estos brujos,
te sacaban aunque sea una aguja o tu trapito de limpiar el moco. Pero como nosotros también
éramos paisanos, que estábamos presos por ladrones, ya éramos como amigos. Ellos en el pueblo de
Urcos eran bien conocidos y nunca les faltaba cueros de lana para hilar. Siempre les traían, y los que
no teníamos lana para hilar les ayudábamos. Pero estos pendejos ccamaras eran también
interminables contando sus pendejadas.
Así, una vez a un ccamara, en el juzgado, cuando pasaba juicio oral, el juez le había
preguntado:
–Oye fulano, sí quieres salir libre, tu obligación es decir la verdad a este tribunal.
El ccamara había contestado:
–No, papá, como tú sabes, todos los pobres sabemos caminar. Yo nunca he robado esa vaca,
papá. Yo pasaba montado en mi caballo por el canto de la comunidad y esa vaca había estado
comiendo en una hondonadita. Yo, por travieso, como jugando boté una de las puntas de mi lazo y
lo dejé así, arrastrándose, pero cuando llegué a mi casa, esa maldita vaca había seguido a mi lazo,
tras mi caballo. Y ese rato, con intensa alegría, dije: ¡Gracias a nuestro Dios! Seguro esta vaquita
nos está enviando él. Pensando así, papá, señor Juez, la degollé para comerla junto con toda mi
familia. Como ves, papá, papacito, señor Juez, yo no soy ladrón. La vaca había seguido a mi lazo
hasta mi casa.
Así, para este pendejo ccamara la vaca le había seguido tras él hasta su casa. Seguro que esos
ccamaras han nacido con esta estrella, porque ellos creían que hasta los condenados se escapaban de
ellos cuando están en sus andanzas. Así también cierta noche avisaron que un ccamara, durante sus
andanzas nocturnas, se había cansado. Entonces, para descansar, había entrado a una casa
abandonada en la puna. En esta casa sólo había unos perros grandes y lanudos, que, al ver al
ccamara, se escaparon. Entonces, como el ccamara tenía hambre y cansancio, se puso a buscar
comida por todos los rincones.
Buscando encontró unas ollas repletas de mote y chicharrones y se puso a comer. Pero quería
más chicharrones y en lo que estaba buscando más ollas, encontró otras ollas llenas de chicharrones,
pero eran chicharrones de orejas de gente y las ollas de mote, eran dientes humanos. Mientras el
ccamara miraba las ollas que había comido, con los ojos que se le saltaban, a lo lejos escuchó un
grito de lamento como de una corneta y cuando los gritos de lamento estaban ya cerca a la casa, el
ccamara de un salto, se prendió como taparaku del mojinete de la casa. Entre tanto, lamentándose,
había entrado un hombre oliendo a azufre, terriblemente harapiento, lleno de llagas sangrientas en
los pies y en las manos. Era un condenado. Y entre lamento y lamento, en un instante, se comió los
chicharrones, haciendo sonar el mote de dientes como tostado de habas. Ya en lo que lamía las ollas,
husmeó:
–¿Qué es eso que huele a madeja de gente?
Busca, buscando se lamentaba y en cada lamento que daba, le salía por la nariz, como viento
fuerte, humo de azufre. En esto el palo del mojinete crujió con el peso del ccamara. Entonces el
ccamara tuvo que saltar, dando un grito descomunal sobre el condenado:
–¡Jukuy! ¡Jukuy! – diciendo.
Así cayó sobre la cabeza del condenado, y este penante escapó de su casa gritando:
–¡Wauuuuuu! Y haciendo caer al suelo su cucuruchu.
Una vez que se escapó el condenado, abandonando su casa, le robó todas sus cosas. Entonces
el ccamara, con su botín llegó a su casa diciéndole a su mujer:
–¡Trabajo también, carajo, estoy pasando! Así se avisaban estos ccamaras, no tienen miedo,
roban hasta la casa del condenado.
Ahora qué será de los ccamaras, seguro deben seguir en el mismo camino, porque ellos han
nacido con esa estrella. Por eso eran hasta chistosos, como un ccamara que en un año cae a la cárcel
hasta tres veces: la primera vez que lo soltaron, al mes ya estaba robando una tropa de ovejas y para
su mala suerte lo capturaron. Entonces de nuevo lo habían despachado desde Ccatcca a la cárcel de
Urcos. Después de haber estado seis meses nuevamente en la cárcel de Urcos, había salido pagando
caución. Entonces este zamarro, el mismo día que lo soltaron de la cárcel por segunda vez, se había
ido arreando un toro que encontró en las afueras del pueblo de Urcos. Seguro que el toro era de
algún misti conocido de Urcos, porque cuando preguntaron por el toro, avisaron fácilmente:
–Tal fulano está llevando-, diciendo.
En casos de robo, cuando la persona que busca es sólo un runa chacarero sin amigos de
confianza, qué le van a avisar, ni los parientes así que hayan visto el acto mismo del robo, no le
avisan. Porque si los ladrones se enteraran siquiera por noticia de que el robo que hicieron está por
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Vidas Andinas: Gregorio Condori y Asunta Quispe

  • 1.
  • 2. GREGORIO CONDORI MAMANI1 I Me llamo Gregorio Condori Mamani, soy de Acopia y hace cuarenta años que llegué de mi pueblo. Vine de mi pueblo porque no tenía padre ni madre. Era totalmente pobre y huérfano y estaba en poder de mi madrina. Ella me cortó los cabellos; y un día, cuando ya era grandecito, me dijo: –Ahora que ya tienes fuerzas y los huesos duros, tienes que ir a trabajar. Te haré, pues, tu fiambre para que vayas a buscar un trabajo, a ver si traes plata siquiera para la sal de la lawa2 que comes. Porque como ya tienes los huesos duros y con fuerza, ya no puedo tenerte en mi poder, manteniéndote; mañana tendrás mujer e hijos, y a lo mejor te toca una mujer que no te va a ayudar en nada, y me puedes maldecir. Y yo no quiero que después de mi muerte, alguien me maldiga; porque me puedo volver penante. Así, será mejor que tú solo, desde ahora, aprendas a tejer tu vida para que mañana mantengas a tu familia. Así me habló mi madrina. Y le dije: –Bueno, mamá. Entonces, desde ese día, en mi corazón se prendió, como alfiler, la idea de salir de la casa de mi madrina para ir a buscar trabajo. Ya no podía ni dormir. En eso llegó un arriero a mi pueblo, trayendo sal y azúcar en muchos caballos y mulas para canjear con lana, chuño y moraya. Me dijeron que ese arriero, llamado don Jacinto Mamani, sabe llevar chiquitos al Cusco para muchachos de sus compadres. Al saber esto, lo busqué en el corral de sus mulas, y le dije: –Papay Jacinto, quiero que me lleves al Cusco a trabajar en la casa de tus compadres. Al escucharme, el wiraqocha Jacinto me miró de pies a cabeza y dijo: 1Autobiografía, con la traducción y publicación de Ricardo Valderrama y Carmen Escalante. “Se trata de la autobiografía de Gregorio Condori Mamani y de su esposa Asunta Quispe Huamán que fue publicada en edición bilingüe en la serie "Biblioteca de la tradición oral andina" por el Centro Bartolomé de Las Casas, en el Cusco en el año 1977. El texto tuvo su origen en la oralidad: fue grabado magnéticamente, transcrito, editado, y traducido al castellano por dos antropólogos bilingües en quechua y castellano, oriundos de la misma región de donde procedían sus entrevistados. Desde entonces, la Autobiografía de Gregorio Condori Mamani ha sido reeditada varias veces, y traducida al noruego, al alemán, al holandés, y más recientemente, al inglés, en una versión publicada por la Universidad de Texas en 1996. Examinaremos el texto en su lengua original, y en las traducciones al castellano y al inglés que se han hecho de él. Gregorio Condori Mamani, según su propio testimonio, nunca aprendió a hablar castellano y nunca supo usar la escritura alfabética. Durante los años 70, cuando los antropólogos Ricardo Valderrama y Carmen Escalante lo entrevistaron, él vivía con Asunta en un "pueblo joven" de los alrededores del Cusco, trabajando como cargador en los mercados, mientras ella trabajaba de cocinera2. El libro se ha vuelto un ejemplo sobresaliente del género de la literatura testimonial.” (Rosaleen HOWARD-MALVERDE). 2Mazamorra
  • 3. –Todavía eres chico. Ante eso, yo no sé de dónde todavía salieron mis lágrimas, y llorando le dije: –No papá, soy huérfano, solo; mi madrina ya no quiere mantenerme. Después me contestó: –Entonces, me esperas el martes en el camino junto al puente de Yuracmayo. Hasta ahora recuerdo, cuán largos fueron esos cuatro días que esperé para partir de mi pueblo. Nunca los días fueron tan grandes y largos, como los días que esperé para venirme al Cusco. Sólo una vez, en una faena, había escuchado al tayta Laureano Cutipa hablar del Cusco. El tayta Laureno estaba de Alcalde Varayoq y en esa faena dijo que cuando el Inka estaba construyendo el Cusco, donde vivieron nuestros abuelos, todo era pampa; no había cerros y el viento, dice, entraba como toro bramador por estas pampas derribando cualquier pared o casa que levantaba el Inka. Así, un día, el Inka había dicho a su mujer: –¡Carajo! Este viento no me deja trabajar, voy a encerrarlo en una cancha hasta que termine de hacer el Cusco. De ese modo el Inka se fue a La Raya a encerrar al viento, para lo que había construido una cancha muy grande. Ya cuando estaba arreando al viento para apresarlo, había aparecido3 el Inka Qolla -dice que el viento pertenece al Inka Qolla, por eso en el lado Qolla hay mucho viento y es puro pampa- el Inka Qolla le había dicho: –¿Para qué quieres encerrar mi viento? –Para construir mi pueblo.– Había contestado el Inka. –Si tú quieres hacer tu pueblo, te voy a consentir que encierres mi viento sólo por un día; si no terminas en ese día, nunca podrás acabar, porque a mi viento voy a ponerle más fuerza de la que tiene, y barrerá con todo. Al verse en esta situación, el Inka amarró el sol, de ese modo el tiempo se convirtió en largo día. Cuando había terminado de construir el Cusco, su mujer le había sugerido al Inka: –Tienes que construir hartos tajamales, porque cuando el Inka Qolla suelte al viento, lo soplará de nuevo. Y al comprender esto, el Inka había hecho todos los cerros que rodean al Cusco y así estos cerros existen desde aquella vez. Yo pensaba en esta historia: En el Inka, tratando de prolongar el día, construyendo el Cusco, cuidándose del viento del Inka Qolla. Entonces era tiempo de lluvias; la lluvia y la nevada caían día y noche, hasta que las lomas y las pampas quedaban blancas, cubiertas de nieve. Creo que partimos un día martes..., casi sin saber a dónde íbamos, porque no se veía el camino. Las mulas y los caballos andaban al tanteo, y ya por 3Sic “aperecido”.
  • 4. la tarde, cuando el padre sol estaba bien inclinado, salió un ratito; los cerros se pusieron blancos, reverberando, hasta empezaron a arder como espejos. Esto parecía haber quemado mis ojos, porque me dio surunpi;4 ya casi de noche llegamos a una lomadita donde había una posada a donde también había llegado otro arriero con su señora y media piara de mulas; la señora estaba embarazada, ya en los últimos días. Cuando estábamos bajando las cargas de la piara de mulas, empezó una lluvia fuerte y los truenos caían a nuestro lado, reventando como camaretazos muy fuertes, por lo que todos estábamos asustados. Las mulas y los caballos, de puro susto también, querían saltar la cancha para escaparse, hasta que el wiraqocha Jacinto ordenó a sus dos peones: –Atajen desde los cercos; y tú, Gregorio, agarra mi mula de montar. En medio de esa lluvia, todo mojadito, estaba agarrando la mula. La señora del arriero - ¡pobrecita!- estaba con dolores de barriga, gritando entre truenos y rayos, de puro miedo. Nunca vi caer tantos rayos ni tronar tanto como esa noche, como queriendo hacer pampas de los cerros. Así en la lluvia, en medio de rayos y truenos que caían a nuestro lado, la huahuita salió de su mamá, también gritando, como asustada por la tormenta. Esa vez, ya cuando estaba por amanecer, mis ojos empezaron a dolerme, como si me hubieran metido a los ojos ese fierro candente para marcar caballos. Como nunca me hablan dolido con ese dolor que da ganas de arrancarse los ojos, yo también empecé a gritar como esa señora, y en lo que estaba gritando, sentía que en mis ojos había candela que me estaba quemando el cuerpo. En eso me dijo el peón de la señora: –No seas bruto, indio: bájate el pantalón, amontona harta nieve y siéntate encima; verás que tu dolor va a pasar. Hice lo que me dijo, y llorando estaba sentado sobre la nieve, agarrando la mula; era cierto, el dolor de mis ojos bajaba poco a poco. Pero al día siguiente, mi culo estaba hinchado, todo rojo, como si me hubieran quemado con agua hervida, y no podía caminar. Esta mala suerte padecí aquella vez cuando quise llegar al Cusco a emplearme como sirviente; pero seguro mi estrella no era para llegar al Cusco a trabajar de muchacho, era más bien para estar dando vueltas, penando pueblo tras pueblo. Porque esa vez, mis ojos y mi culo estacan hinchados totalmente, y no podía caminar al paso de la tropa de mulas. Ellos avanzaban y yo me quedaba atrás más y más. De esto se dieron cuenta los peones y le avisaron al patrón; el patrón ordenó a uno de los peones para que me dejara pagado en una estancia de ovejeros y me curaran de mi mal. El peón me dijo: –Cuando sanes te regresas a tu casa. Pero la noche de ese día, en la casa de estos ovejeros, estuve muy mal, ya para voltear a la otra vida, enfermo con calentura, ya volteando los ojos. Mi cuerpo era como brasa ardiendo, pero la dueña de la estancia me salvó. Ojalá a esta señora de buen corazón el Señor la haya hecho sentar a su lado, porque ella es la que me salvó de lo que ya estaba caminando a la otra vida. Me curó, 4“La RAREFACCION del aire y el reflejo de los hielos produce dos enfermedades conocidas en el país [i.e. Perú] con el nombre de Soroche y Surumpi. […] EL SURUMPI causa mayores sufrimientos y peligros. EL reflejo de los rayos del Sol sobre las nieves produce una súbita oftalmia, ó irritación á los ojos, que á muchos les causa una ceguera instantánea, acompañada de agudos dolores. Se evita este peligro pintando de negro los párpados, ó bien frotándoselos con nieve. El mal ataca á veces de modo tan brusco que batallones enteros quedan privados de la vista […] ” (PAZ SOLDÁN, Mariano Felipe, Historia del Perú Independiente, Vol. 1, p. 95).
  • 5. haciendo orinar en una vasija grande a todos los de su casa, desde su esposo hasta su hijito menor. Este orín con harta sal lo hizo hervir, y con este orín hervido me bañó todo el cuerpo de pies a cabeza, y con una bayeta grande que calentó en el fogón, me envolvió. Así, todo mi mal era para esto, porque al día siguiente de nuevo estaba sano. Y desde ese rato, solo, en mis adentros empecé a pensar que podía alcanzarlos a ellos, pero vi que era difícil. Era tiempo de lluvias y no conocía los caminos. Al verme así empecé a llorar a ocultas de los dueños de la estancia. Como yo estaba llora y llora, el dueño de la estancia me dijo: –Quédate con nosotros, a pastear ovejas. Como no podía ir a ningún lugar, me quedé con ellos a pastear ovejas; así, al amanecer del tercer día que me quedé en la estancia, estaba junto con ellos apacentando ovejas. Pero el dueño de la estancia tenía hartos chiquitos que eran unos diablos pendencieros, que querían pegarme a menudo. Yo no me dejaba. Ellos jode y jode, hasta que ya no había paciencia para aguantarles; yo les hacía chillar. Por eso varias veces me fuetearon: –Abusivo carajo, habías pegado a mis hijos. Como me maltrataban ellos y sus hijos, y había poca comida -en las estancias siempre hay poco de comer- no encontraba el día para irme a cualquier lugar. En lo que estaba caminando así tras las ovejas, con el corazón puesto ya en otro pueblo, un día pasaron unos arrieros con dirección a Acopia. Yo me fui tras ellos, dejando las ovejas que pasteaba en una lomada. Yéndome tras esos arrieros, aparecí de nuevo en Acopia. Así, ya en Acopia, no sabía a dónde entrar, tenía vergüenza de regresar a la casa de mi madrina. Como aquí en Acopia no había otro hueco donde meterme, ya de noche regresé a la casa de mi madrina. Estaba entrando a su casa, despacio, caminando con la punta de los pies para no hacerme notar con el esposo de mi madrina. Pero este desalnado siempre me vio: –Ah ¡carajo! Este mañoso había regresado; seguro le ha falt tado tragadera. Ante sus palabras estaba temblando de vergüenza y sólo dije: –Fui a trabajar. En cambio mi madrina, creo, al verme se alegró, porque me dijo: –¿Si ibas a trabajar por qué no avisaste? Así aquella noche dormí en casa de mi madrina entre miedo y vergüenza. Pero al día siguiente, de nuevo estaba en sus mandatos. Aunque yo ya no estaba en mí, siempre estaba pensando en irme donde sea a trabajar. Así pasé algunos meses más en casa de mi madrina sufriendo, porque fui un niño huérfano; que no sé si mi madre me parió para un casado, para un soltero o para un viudo; no sé del todo para quién me parió mi madre, de esto sólo sabe ella, que ahora ya es alma. Cuando era muy niño y no reventaba mi boca ni a mi nombre, mi madre me entregó a mi madrina que no tenía hijos. Pero el esposo de esta mi madrina era muy tacaño y me pegaba de todo, a veces hasta sangrarme, incluso de lo que comía. Sólo una vez mi tío Luis me dijo que el pueblo donde me arrojó mi madre a esta vida es Layo, mi legítimo pueblo, donde nací.
  • 6. Pensando en esto salí de Acopia para Layo, junto a un carnicero del Cusco, que caminaba por todas partes comprando ovejas. A este carnicero le decían ladrón, porque nunca se alojaba en el pueblo, pues siempre acampaba en un toldo al canto del pueblo. Dentro de este toldo se cocinaba. La noche que fui donde ellos, hacía mucho frío; y como hacía mucho frío, me entré dentro del toldo, sin que se dieran cuenta. Ya cuando estaba dentro del toldo me cogieron riéndose: -Había entrado ladrón, -dijeron, y me amarraron los pies y las manos. Dormí con ellos en el toldo aquella noche. Esto me sucedió cuando era qorito.5 Mi madrina, cuando se enteró, seguro que lloraría; porque no sabe nada de mí, desde que salí de Acopia hasta ahora; seguro que lloró siempre, porque de mí no se sabía si me había perdido subiendo al cielo, o entrando al ukhu pacha.6 Seguro que mi madrina siempre me buscó: –¿Dónde está mi pobre hijo? -diría. –¿Dónde está mi Gregorio? –¿Dónde se ha ido? –¿Lo llevó el río? –¿Lo enterró el cerro? –¿Qué le ha pasado a mi Gregorio? Así habría caminado llorando mi madrina, porque ella me quería. Pero yo, ya caminaba con el carnicero por todas partes arreando ovejas. Íbamos siempre por detrás de las ovejas, al ritmo del andar de estos animalitos. Así me hacían caminar, también me daban su comida; esa temporada había bastante comida; no era como ahora escasa. Así en una de mis andanzas con estos carniceros, un día me había dormido en la pampa de Langui. Esa pampa está llena de ichhu y q'oya.7 Mientras dormía, estos carniceros se habían ido, abandonándome. En esa pampa, abandonado, me vi solo, solito en la vida. Entonces empecé a corretear de estancia en estancia, de arriba-abajo, preguntando por mis compañeros. La gente me decía: –Hace rato han pasado por aquí. Así, en lo que estaba caminando entre las q'oyas, llorando y penando mi suerte amarga como la sal, una mujer de buen corazón me llevó: –Ya no llores, hace mucho rato se han ido, -me dijo. En la casa de esta señora estuve dos meses, pasteando sus ovejas. Un día ella viajó a Sicuani por harina de trigo que aquella vez costaba ochenta centavos la media fanega. Esa vez circulaba 5Muy muchacho. 6Debajo de la tierra. 7Paja andina y otra yerba.
  • 7. sólo la moneda blanca; ya después Benavides hizo aparecer la moneda amarilla de ahora. En ese pueblo la señora me había entregado a unos compradores de trigo, que me llevaron a Sicuani montado en burro: –No podría caminar, -diciendo. Así llegué a Sicuani, donde, de nuevo, estuve trabajando con otro carnicero. Pero este carnicero también era otro diablo. Me pegaba mucho. Mi oreja ya no era oreja. Mi espalda ya no era espalda. Me pegaba demasiado. Allí pasteaba vacas. En lo que pasteaba, como todo chico, me quedaba dormido. Otras veces se me hacía tarde. De eso me pegaba, colgándome con soga de un tirante, me daba orín fermentado con hollín: –Toma esto. A ti te gusta, -decía. Yo tenía que tomar aquello, por miedo a ser castigado, a ser azotado en la espalda, hasta sangrar. Así me hacía este cristiano, que ahora seguro ya ha muerto. Actualmente cómo estará dando cuenta a Nuestro Señor Dios. Esto me hacía por lo que era huérfano, sin madre. En otra ocasión me dejó al cuidado de la casa, cuando vivíamos en Acotapampa, en Sicuani. En ese tiempo, había un gran señor hacendado apellidado Valdivia. Este hacendado tenía tierras por todas partes, y este mi patrón decía: -Nosotros también seremos Valdivia menor por lo menos. Pensando así, compraba terrenitos, que en esos tiempos eran baratos. Un día cuando todos salieron a hacer tratos sobre compra de terrenos, yo me quedé solito en la casa y no regresaron en varios días. Entonces por juguetón, me olvidé de darles pasto a los cuyes. Como no habían comido en varios días, los cuyes murieron y los gatos se los comieron. Al retornar luego de tres días, se dieron cuenta que faltaban los cuyes. De ese modo empezó a castigarme: –Habla, mañoso, seguro los has vendido. Si hablas no te voy a castigar,–decía. Entonces, para que no me castigara más, hablé mintiendo: –Sí, los he vendido, –dije. –Y ¿a cuánto los has vendido? –Sólo los cambié por cuatro panes. –Conque los has vendido, indio mañoso. Recién vino el verdadero castigo. Me colgó..., me latigueó hasta sangrarme la espalda y dejarme todo morado. Otras veces cuando iba a pastear las ovejas, jugando, me quedaba dormido y mientras, las ovejas se dañaban, se comían todos los papales y trigales que recién brotaban. Por los daños de aquellas inocentes ovejas, aquel cristiano, por castigarme, me obligaba a bañarme en el Huillcamayo a las cinco de la mañana, en tiempo de helada. Este carnicero no paraba nunca en su casa, siempre estaba viajando. Yo solo tenía que estar en la casa, pasteando los ganados; las veces que no iba de viaje, cuidaba su asnito que tenía la
  • 8. costumbre de irse a Suyopampa a comer. Un día de ésos el asno desapareció definitivamente. Por temor de ser castigado por esta pérdida, ya no volví a esa casa. Al lado de la casa de este carnicero había un canchón donde se levantaban grandes amontonamientos de piedras; allí, en un rinconcito, acurrucado, me oculté. En eso vi pasar a mi patrón con un zurriago grande en la mano, resoplando de cólera. Tuve mucha suerte, seguro que Nuestro Señor me habrá ocultado; pues buscándome, no me vio al pasar por mi lado. Entonces para que no me encontrara yo me encomendaba al papacha Dios: -Ocúltame, Señor, que este cristiano diablo no me vea. Así, me fui, de noche, de Sicuani con dirección a San Pablo, por el canto del río Huillcamayo, no por el camino, por temor de encontrarme con este diablo. En el trayecto me encontré con un hombre y una mujer que habían estado truchando,8 así de noche. Creo que ellos se asustaron, aunque yo también me asusté mucho. Entre asustado y asustado, temblando, me acerqué a ellos: –¿Eres de esta vida o de la otra vida? -me dijo el hombre. -Soy de esta vida, -contesté. –¿Quién eres y a dónde vas? -Me volvió a preguntar. -Así estoy caminando, no tengo padre. Ellos eran runas no más, como yo, de buen corazón, porque me dijeron: –¿Quisieras irte con nosotros? Me dieron su fiambre sacando de su atadito. Sólo eso comí. Así regresamos a Sicuani. Yo dije en mis adentros: como ya tengo otro patrón, ese diablo no me buscará. De Sicuani nos fuimos con este Gumercindo Qhuru –así se llamaba– a la tierra de su mujer, al ayllu de Ariza. Aquí ellos eran de buen corazón y alma limpia. No sé, así será mi suerte. Como he andado de casa en casa, desde la vez que vi la luz del día, haciendo renegar a nuestro Dios; será así la suerte de los que hemos sido arrojados a este mundo para sufrir. De esa manera -dice- los pobres curamos las heridas de Dios que está lleno de llagas, y cuando estas heridas estén totalmente curadas, el sufrimiento desaparecerá de este mundo. Eso nos dijo una vez en el cuartel, un cabo que era del lado de Paruro v nosotros los soldados le dijimos: –Cómo, carajo, cuan grandes son esas heridas que, con tanto sufrimiento, no desaparecen. Ni que fuera mata caballo.- Y él nos respondió: –No sean herejes, ¡carajo! ¡Ya Cuatro últimos! formarse. Así fue. Ahora, recordando, digo que hay más sufrimiento que antes. Esta vida ya no es para aguantar. Esta vida está más pesada que la carga en mis espaldas. Cuando los días y los años pasan, esta espalda siente más la carga. Así está la vida. En mi ignorancia digo, si las llagas de este Dios son causa para tanto sufrimiento, para cuatro días de vida... ¿Por qué no se le busca y se le cura?. Así le dije a mi mujer hace años y ella me respondió: 8Pescando.
  • 9. -Dice, para eso, los extranjeros han ido en avión a la Mama Killa.9 Y como para eso, todos esos días, en las calles hablaban de que los gringos caminando una semana en avión, habían llegado a la Mama Killa. Pero yo creo que eso es habladuría. Así es el sufrimiento. Aquí en el Ayllu de Ariza, este hombre Gumercindo, me tenía muy estimado, porque yo desde chiquito sabía arar con la yunta. Iba al aporque cargadito del yugo de la yunta, y por eso me querían más. Aunque aquí mi estómago andaba bien, mi ropa siempre estaba haraposa como ahora; esas veces que trajinaba de chacra en chacra, no sabía todavía tomar chicha ni trago, pero comida me daban en abundancia. A veces me mandaba a trabajar donde su compadre, o donde su amigo o familiar, por mink'a o ayni.10 Así estaba en la casa de Don Gumercindo más de un año. Pero cierto día me pasó mala suerte. Yo creo que la mala suerte está en mí pegada como lunar negro. Esa vez, con este mi patrón, vinimos a Sicuani en dos asnos cargados de harina de triso para vender, y mientras trataba de montar un asno, el otro volteó una esquina, pero cuando fui tras el asno, ya no había. Así se desapareció, se hizo noche. Volví con un solo asno: -El otro he dejado en Sicuani, -dije. Después salí a buscar el asno, andaba preguntando en los caminos; esa vez habían muchos asnos; todos caminaban en asnos; no había carro, ni uno; no se conocía. En lo que andaba buscando el asno, cerca a San Pablo me encontré con un misti.11 Y este misti me dijo: -¡Chico! ¿dónde andas? -Ha desaparecido mi asno y ando buscándolo, -dije. -¡Qué va a haber tu burro! Lo habrán ocultado. Y ahora ¿a dónde vas a ir? -Ahora que el asno ha desaparecido como tragado, ya no voy a regresar a mi casa, -contesté. -Vamos conmigo a arrear caballo, -me dijo. Así me fui tras el caballo de este misti. No recuerdo su nombre, porque éste, al día siguiente me entregó a otro misti, en Maranganí. Aquí en la casa de este otro misti, esa misma mañana me dijeron: -Anda a pastear ovejas. Así me convertí de nuevo en ovejero. Yendo a los cerros tras las ovejas, armé amistad con otros chicos ovejeros, con quienes jugábamos mientras las ovejas comían, haciéndonos bolas de trapo para patear, trompos que hacíamos de unos troncos de chachacomo. Yo no sé, hasta ahora no he perdido esa costumbre de dormir al instante, donde me siento; siempre he sido así desde chico. Bueno, en lo que pasteaba a las ovejitas en los cerros, mientras jugaba o mientras dormía, éstas se 9Luna. 10Trabajo comunal y trabajo por reciprocidad. 11Hombre blanco.
  • 10. dañaban o el zorro se las comía. Por eso un día mi patrón me dijo: -Tú puedes terminar con mis ovejas. Será mejor que te vayas, ya no te necesito. ¿Para qué voy a necesitar a uno que termina con mis animales? La ropa que me puso estaba nueva. Me la quitó y me dio la otra, toda haraposa, y me dijo: -Anda vete. Así me botó de su casa a la calle. Ese día, llorando todo el día, caminé por las calles de Maranganí, hasta que al último, fui a la casa de ese misti que me entregó: -Esto me ha sucedido, -diciendo. También en la casa de este misti, pasteaba sus ovejas. Este tenía asnos, vacas y ovejas; pero con él ya no iba tras los ganados de cerro en cerro; tenía canchones y wayllares,12 donde cuidaba los rebaños; pero, yo no sé cómo, un día, una oveja se perdió, y sin más compasión me botó: -¡Fuera mañoso, carajo! -diciendo. Trajinando por el camino grande, llorando, aparecí en el ayllu Ttiobamba, más arriba de Maranganí, en la casa de Leandro Cutipa. Este era un paisano; no era misti; allí me quedé nuevamente de pastor. En esta casa también tenía que cuidar las ovejas. Aquí estuve cerca de un año. Como ya era grandecito, me enviaban como pongo, semanas enteras, a la casa del cura en Maranganí. Antes, a los curas, en los pueblos de las provincias había que servirles por turno. Esto hacían los priostes, personas que empiezan a hacer los cargos. Bueno, aquí no me convenía, por eso, calladito, me perdí al pueblo de San Pablo a la casa de la señora Águeda Palomino, que no tenía hijos ni ganado. Aquí ya también todos los días tenía que ir a traer leña de los cerros y recoger bosta de los wayllares. Pero los dueños, que eran unos hacendados, se atajaban la leña y la bosta de los cerros. Como yo ya era grandecito y pendejo, tenía que pelear con esos mayordomos lambes cuando me querían quitar la leña o la bosta. Así, cuando un día fui al wayllar de ese hacendado Zavaleta en Onocora, él mismo me quitó mi ponchito, por la leña que recogía. De modo que me regresé sin nada: -Así me han quitado, -diciendo. Estando bien en esta casa, yo en mi cabeza de asno pensé y le dije a la señora Águeda: -Mamá, iré al Señor de Huanca a vender ollas. Así partí a esta ermita, cargado de ollas en el asno de mi patrona y en otro que fleté. Estas ollas las compré en San Pedro y las llevé para truequear13 con maíz de la quebrada. Por una olla me daban maíz, la mitad de la olla. Aunque la olla fuese chiquita o grande, era la mitad. Eso era sabido; como también nadie compraba con plata, ni había ollas para plata, todo era para truequear con víveres. 12Pajonales. 13i.e. trocar, cambiar, intercambio comercial.
  • 11. Hará tres o cuatro años que volví a esta ermita con mi mujer. Ahora ya no es como antes, donde la gente venía desde el lago de Puno, en cientos y cientos de llamas, caballos, asnos. Ahora la ermita del Señor de Huanca es para estar asustado o zonzo; todo es plata y van carros como hormigas. Cuando llegué a la feria de la ermita, el mismo día cambié todas las ollas. Los asnos comían junto con los caballos y llamas de otro ollero que era paisano de Sicuani. Así estando entropados, comiendo todo tranquilos los asnitos, yo los separé para hacerles tomar agua. En el Señor de Huanca, a unos pasos de la capilla, hay cuatro peñas; al pie de estas peñas hay manantes de agua que salen de la Pachamama. El agua del primer manante es de la mamacha Virgen María. Cuando se toma su agua, se es más cristiano, y además cura la fatiga de los viejos. El agua del segundo manante es de San Isidro Labrador. Su agua está bendecida y hay que llevar en cántaros y botellas, para echarla al ojo de los manantes dé riego. Así el agua del manante no escasea; siempre sale el mismo caudal en épocas de sequía. El agua del tercer manante es del Arcángel. Ese agua es para los niños y cuando la toman, mata sus gusanos y cura la sarna. El último manante es el que tiene más caudal y es del saqhra demonio. Su agua no hay que tomarla, tiene maleficios; dicen que esta agua sólo la toman los layqas para hacer sus brujerías. Bueno, como había salido en negocio de ollas, como todo sicuaneño, llevando mí negocio en asnos, yo quería que estos asnitos tomaran el agua de la mamacha Virgen María y se hicieran cristianos, con suerte para cargar los negocios. Pero al poco rato los asnos estuvieron enfermos con fiebre, eso era anuncio, mal agüero. Yo no iba a ser hombre para andar con negocios. Así, junto con el paisano curamos a los asnos, les bañamos y qué no hicimos para quitárselos de la muerte. Pero, carajo, estos cristianos siempre se murieron. Por eso, ese fue el día que se me partió el corazón para el Señor de Huanca, porque dejó morir a mis asnos a su lado. Así llorando mi mala suerte, con el corazón volteado me estaba yendo con dirección a Sicuani, cargando la carona de los asnos muertos y me quedé en Kay-Kay. Como los asnos murieron, no había maíz. Cómo iba a regresar a mi casa sin nada, por eso me quedé en Kay-Kay, en la casa de un misti panadero, que hacía pan dos veces a la semana, entonces yo le ayudaba a hacer panes. Este misti era buen cristiano, no me pegaba; un total tacaño, pero bueno; por eso haciendo panes dos veces a la semana, sólo comí dos o tres panes durante todo el tiempo que estuve en su casa. Pero como por Kay-Kay pasaba el camino grande de Sicuani a Cusco, un día, mi patrón, el esposo de la señora Agueda, se encontró conmigo, cara a cara y de frente me dijo: –¿Dónde están los burros? ¿Qué los has hecho, so mañoso? Yo le dije: –Se murieron con fiebre, pero aquí están las caronas. Así, ese mismo día que nos encontramos por casualidad,14 me recogió para llevarme a Sicuani. Aquí en Sicuani le serví durante dos años, como pago por los asnos muertos. La señora Águeda tenía su hermanita; yo en ese tiempo ya era jovencito. Esta su hermanita se llamaba Justinacha, con ella conversábamos comprometiéndonos, era ya como mi enamorada, y a veces ella me decía: 14Sic. Casualildad.
  • 12. –Llévame. Cuando le preguntaba: –¿A dónde? Me contestaba: –A la chacra, zonzo. En lo que conversábamos y andábamos al campo, afianzamos nuestro compromiso; nuestros cuerpos ya se juntaban. Aquí en esta casa, no estuve los dos años completos, como me había dicho mi patrón. Faltando dos o tres meses para completar el pago de los asnos, me desaparecí. Siempre quería volver a Acopia. Es cierto que no tenía papá y mamá, pero tenía unos tíos a quienes quería saludar. Con este pensamiento que maduró durante años en mi corazón me fui a Acopia. Como ya era jovencito cuando llegué, ninguno de mis tíos me reconoció. Claro, yo tampoco podía reconocerlos, ni sabía cuántos eran, pero quería siempre que me reconocieran. Y para eso, desde la madrugada, me senté al pie de la cruz en la plaza durante el día, con la esperanza de ser reconocido. La gente pasaba y pasaba; algunos comentaban: –Hay un forastero sentado al lado de la cruz. Yo estaba sin moverme, sentado, ese día. Era ya tarde, los ganados ya regresaban de lo que fueron a pacer y yo seguía sentado allí. En eso pasó un paisano arreando una tropa de ovejas y me preguntó: –Joven, ¿aún sigues sentado? –Sí, tayta, estoy esperando que algún tío venga a reconocerme. Soy Gregorio Condori Mamani, hijo del alma Doroteo Condori Mamani. Este nombre no era el de mi padre, era el del único tío de quien sabía su nombre. –¡Ah!, el tayta Doroteo no es alma todavía, él está en la cárcel de Yanaoca y es mi compadre. Entonces vamos a mi casa. Ya en su casa me enteré que mi tío, tayta Doroteo, con sus amigos, había traído llamas del lado de Livitaca, del ayllu Totora. Seguro no habrían podido voltear a este lado con las llamas, hasta que en la Apacheta de Huamani se hizo alcanzar con pelo. De eso estaba en la cárcel, mi tío. Cuando llegué a Acopia, ya era tiempo de cosecha y se necesitaba brazos. Primero anduve de chacra en chacra, ayudando a escarbar papas. Por un día de ayuda, el pago no era en dinero; era un atado de papas, lisas u ocas. Trabajando todo el tiempo de la cosecha, reuní harta papa como para un troje. Al final de la cosecha un paisano me dijo: –Quédate en mi casa, sólo me ayudarás a cuidar las ovejas. Yo le dije: –Bueno.
  • 13. Así estaba de nuevo como ovejero, y al segundo día me fui a la estancia con las ovejas. Esta estancia era una chocita en las faldas del cerro. Aquí viví solo, acompañado por tres perros. En esta estancia no había agua para tomar. Todos los días, sea por la mañana o por la tarde, había que ir como a media legua, por agua. Desde cuando el día rayaba en la punta de los cerros, diciendo "q'aq", yo tenía que empezar a cocinar en una sola olla, tarde y mañana, para mí y para mis perros. Durante el día caminando tras las ovejas recogía leña. Así estuve en la estancia, hasta que este mi patrón, que era paisano, ya no se acordaba de mí como al principio que me mandaba o me traía, aunque sea un poquito de víveres; era tacaño y tomador. Cuando me hallaba olvidado, un día, un partido de mi patrón me propuso ir con él. Así estaba caminando de casa en casa hasta que me cogieron para movilizable.15 15Reclutamiento militar.
  • 14. II Cuando era pollito chico y estaba en el ayllu Ariza, vino el aeroplano por lo alto, ése que ahora llaman avión. De éste hablaban antes: en lo alto, sobre el aire, va a caminar el hombre. ¿Cómo podríamos ver al hombre caminando en el aire? ¡qué vamos a poder ver! Así como hablan ahora por radio, por publicaciones en periódicos, que ha de haber o venir tales o cuales cosas, así la gente antes hablaba de boca en boca: "el hombre va a caminar a trote sobre el viento". En lo que hablaban así, llegó este animal grande con el nombre de aeroplano. Cuando llegó el aeroplano la gente decía: –¡Ay señor, qué animal nos ha llegado! Y con el orín que se hace fermentar para lavarse los cabellos, hacían aspersiones al aire y con el ajo masticado escupían: –¡Phufh, phufh, mal agüero! ¡Qué cristiano es éste! -diciendo. Un día, en tiempo de la era, nosotros estábamos trabajando entre doscientos a trescientos hombres, y en eso por detrás del cerro Silquincha, apareció un pájaro grande, parecido al cóndor, gritando como condenado. Y todos los que estábamos en la era nos asustamos. Ese rato me acordé de un cuento que narró una vez mi tío Gumercindo, que faltando unos días para el fin de este mundo va a venir un alqamari con cabeza de cóndor y pies de llama a avisarnos a los runas, familias del Inka, para esperar listos el fin de este mundo. Y mi tío dijo: –El Inkarrey, que está viviendo ahora en el Ukhu pacha, desde la vez que lo mató el señor cura Pizarro, va a salir ese día del fin de este mundo en alcance de los runas. Cuando el aeroplano avanzaba tomando dirección hacia nosotros, dijeron: –Este es Taytacha milagro, que viene hacia nosotros. Y se pusieron de rodillas a rezar: – ¡Ay, taytay, habías llegado! Al ver que realmente se venía en dirección hacia nosotros pensé: "será, pues, taytacha milagro". Como todos, arrodillados, murmuraban de todo al taytacha aeroplano, también en mis adentros dije: "Ay, taytay, yo no soy pecador, siempre he trabajado la chacra ayudando a mis padres". Y mientras decía esto, el aeroplano se pasó ruidosamente por encima de nosotros. Entonces, como el aeroplano se pasó y no bajó a nosotros, todos los que estábamos rezando y otros que le contaban sus pecados, nos callamos y vimos que se perdió en dirección a Sicuani. Ahí el paqo Machaca dijo: –Va a bajar en Sicuani, vamos a ver qué dirá, a qué habrá venido. Unos cuantos se animaron para ir a Sicuani, pero el resto seguíamos trabajando la era. Así, aquella vez, en todas partes la habladuría general era del aeroplano. Enrique Rondán es su chofer, decían. También los paisanos de las alturas bajaron a preguntar si era cierto o no que un milagro había pasado por el alto. También antes del tren hablaban como del avión. Pero yo antes de conocerlo, sólo escuchaba
  • 15. lo que hablaban: –El tren, el tren, ¿cómo será? – Se arrastra como gusano. Otros en cambio decían: –Es animal de color negro, puro fierro, parecido a la culebra, que para caminar abre su boca, donde tiene fuego. También había canciones del tren, cuando éste apareció, como ésta: Dónde está mi yana machu16 ya está en Santa Rosa, mi carreta, ya está en Kisa-Kisa. Si es que Rosalina no me amas, Si es que Rosalina no me quieres, que me trague el yana machu. Como todo el mundo hablaba del tren, en mí también creció la curiosidad. Ya después, cuando fui jovencito, vi el tren en Sicuani. No me asusté, pero casi grito al verlo; era cierto su color negro y que se parecía al gusano en su caminar. Más bien a mí me impresionó lo que jalaba mucha carga. Esa vez sólo en una de sus plataformas habían cargado cientos de cajones de alcohol "Martínez". Así también vi por primera vez el carro, en San Pedro. El carro, creo que era un camión chiquito que sólo andaba con carga, porque la gente en esos tiempos andaba a pie, o en mulas, caballos o asnos; y los que viajaban en carro eran criticados. Decían: –Claro: tiene plata, es rico, por eso anda en carro. Así se observaban, y por esta razón la gente casi no quería viajar en carro. 16Tren = viejo negro.
  • 16. III Meses antes que me cogieran para movilizable, yo estaba queriendo salir de Acopía a trabajar donde sea. Y como ya había pensado irme, un día en un camino a las afueras de Acopía, me encontré con la mujer de mi tío Doroteo, no recuerdo qué conversamos, pero al despedirme le dije: –Ipay con suerte, ya me voy a ir y quizás ya no nos veremos. Entonces, como aquella vez ya apestaban mis ganas a mujer y ya era jovencito maduro como para una mujer, me dijo: –Quédate en nuestro ayllu, junto a nosotros. Te ayudaremos a conseguir terreno y te buscaremos una mujer. Y yo le dije: –Bueno. La mujer que miraron para mí se llamaba Laureana, pero sus padres eran ricos, con muchos ganados y extensos terrenos. Desde el día que me señalaron a ella, cada vez que hacían chacra iba a trabajar para hacerme conocer y enamorarla. Así le estaba dando vueltas y vueltas hasta que le hablaron de mí, de que yo era trabajador y la quería para mi mujer. Pero ella no quiso. Más bien me insultaron ella y sus padres: –Qué troje tiene ese viento desconocido; mi hija no va a entrar donde un forastero vagabundo a ver su troje de piojos. Así dijeron. Desde ese día se enojaron para mí y nunca más aceptaron mi voluntad de ayudarles en sus chacras. Cuando pasó todo esto es que me cogieron para movilizable y ya no se podía salir porque en todas partes preguntaban por el papel que daban a todo movilizable para saber si estaba marchando o no. Eso de ser movilizable, era marchar al compás de "un, dos, tres" y hacer ejercicios. Estos ejercicios consistían en correr, saltar para arriba y para abajo, llevando un palo que decíamos arma. El entrenador era un ex-sargento del ejército, llamado Layme; éste nos dividía en dos grupos. Un grupo era peruano y el otro era chileno. Así cada domingo después de los ejercicios teníamos que pelear hasta sangrarnos, como soldados en la guerra. Era mucha pelea, si nos ganaban los chilenos había castigo, igual para el que no iba los domingos a los ejercicios, lo metían al calabozo del Gobernador, y tenía que pagar multa, trabajando un día en la chacra del Gobernador. En esta pelea siempre había que ganar al chileno, si no: castigo o multa. Haciendo los ejercicios de costumbre, un domingo vimos guardias que habían venido de Combapata y nos cogieron por traición a todos los movilizables para soldados. El sargento Layme nos hizo formar. Cuando estábamos formados, los guardias aparecieron apuntando sus armas: entonces yo sólo dije: -¡Ala, carajo!, éstos serán chilenos, ¡Ahora a escapar! Esta última palabra reventó en mi boca, pero nadie intentó escapar, estábamos asustados, ya no eran palos, eran armas. Así vinimos todos los movilizables para soldados. Cuando estuve de
  • 17. movilizable era tiempo de Sánchez Cerro, quien dio orden de guerra. Tenía que haber guerra en la frontera. El objetivo de la guerra era: –Rescataremos Tacna y Arica. Los chilenos se habían apoderado de Tacna y Arica, también haciendo la guerra en el antiguo tiempo de Cristóbal Colón. Así se habían apropiado de la frontera Tacna-Arica. Ahora mismo Tacna y Arica ya no son de nuestra patria. Si Sánchez Cerro no hubiera pensado construir un camino por el Ukhu pacha, para emboscar a sus enemigos chilenos, la Pachatierra no le hubiera comido; habría hecho siempre guerra por Tacna y Arica. Pero también nosotros hubiéramos muerto en la frontera. En esta guerra, dice, el chileno quería venir hasta el Cusco, porque los soldados peruanos eran pocos. Ya cuando estos chilenos venían por el canto de la mar-qocha, (cómo así habrían pensado los paisanos de San Martín), al ver que había pocos soldados peruanos, éstos para espantar a los enemigos chilenos, habían reunido cientos de tropas de llamas y a cada llama le habían amarrado espejos en la frente. Así habíamos ganado la guerra, cuando ya murió el paisano San Martín. Cuando estas llamas avanzaban reflejando sus espejos y levantando polvareda como nube que cubría los cerros, los chilenos habían dicho, asustados: -¡Ay! ¡tanta gente! El batallón peruano avanza gritando como alud. Cuando uno mira de lejos una tropa de llamas caminando, uno ve que se parece al hombre en su caminar, por eso los chilenos las habrían confundido con el batallón. Así el peruano había ganado la guerra, por las llamas; por eso es que en las monedas y en las cajitas de fósforos está el retrato illa de la llama. Sánchez Cerro le quitó la presidencia a Leguía. Este Sánchez Cerro, había hablado en España: –Yo voy a ser Gobierno. Y en España le habían regalado un aeroplano para que se viniera a Lima. Pero en España le habían preguntado: –¿En verdad vas a entrar de Presidente? ¿Vas a ser Presidente? –Sí, voy a entrar, –había contestado. Entonces, cuando Augusto Leguía cumplía diez años de Gobierno, Sánchez Cerro le quitó la Presidencia.
  • 18. IV Antes de venir para ser soldado, todos los jóvenes de mi pueblo íbamos a trabajar la chacra. Allá nadie puede estar ni un día sin trabajar la chacra; eso no se puede. Quizá uno puede desatender u olvidar hasta a su mujer, pero a la chacra no se puede, no se puede olvidar la chacra, la pachamama. Si uno la olvida, también la pachamama se olvida de uno. Así es ser chacarero. Teníamos que ir a sembrar y después de la siembra teníamos que ir a lampear. Luego las andanzas en la cosecha; aquí es donde más se necesita gente que trabaje. Tenías que ayudar a trabajar a tus familiares, a tus paisanos amigos, desde un día hasta semanas, de eso ellos también venían a ayudarte cuando tú necesitabas, para esto bastaba avisarles: –Hermano fulano, tal día hacemos chacra. –Ya, listo ¿dónde? –Y te decían el lugar. Este era el único contrato. Y venían a ayudarte. De todo esto nunca se pagaba en dinero: de lo que ayudabas, ni de lo que te ayudaban. Esto era el ayni. Aquí en Cusco, he visto poco esta costumbre del ayni, desde que vine. Los paisanos, cuando vienen aquí, se olvidan esta forma de ayudarse. Muchas veces he dicho a mi mujer y también a otros paisanos: –¿Por qué no hacemos ayni? Así, estas casas no estarían como huecos de ratón. Ayni sólo hacemos algunos paisanos, entre parientes o amigos, uno que otro. Si todos hiciéramos ayni, estas casas de Pueblos Jóvenes, no estarían como se ven, como casas de condenados; será porque el corazón de todo paisano que se instala en el Cusco, ya no escucha las costumbres del pueblo. Por eso todo trabajo que hay aquí en la barriada, es por plata, ya no hay ayni. Esta forma de ayudarse a través del ayni no sólo es en la chacra, está en todo: Te casas, te ayudan en ayni; cuando alguien de tu familia muere, en el entierro te ayudan por ayni. Cuando en la cosecha te faltan caballos o burros para trasladar la cosecha de papas de la chacra al troje, te prestan en ayni, pero eso sí, todo ayni tienes que devolver con todo corazón. Si tienes estos animales y parientes o amigos que los necesitan, tienes que prestarlos. Si uno no tiene estos caballos, burros y otros animalitos que carguen guano no puedes hacer la chacra. A ver, ¿cómo, pues, harías si no hay animales que carguen el guano, la semilla? Así también tiene que haber animales que caguen guano, porque si no hay animales que caguen guano, menos habrá para cargar en la siembra o en la cosecha. Por eso, necesariamente, tienes que ayudar en el trabajo a las personas que tienen estos animales, por su guano, por sus animales de carga. Por eso las personas con más animales hacen harta chacra, porque los pobres sin animales van a ayudarles, ya sea por su guano o por sus animales de carga. Quienes no tienen animales y quieren hacer chacrita en un layme17 o, a veces, ciertos años, se presentan dos laymes; no pueden hacer harta chacra salvo que ayuden también hartos días a los que tienen animales. Uno tenía que trabajar mucho cuando había dos laymes. Pero eso era sólo cuando el 17Vez o sembrar por partes para alternar la siembra adelantando el primer layme para setiembre y el segundo para noviembre.
  • 19. chakrakamayoq,18 mirando en la coca o en las estrellas determinaba dos laymes. Esto era cuando en la coca o en las estrellas había mal agüero que anunciaba helada o granizada. Cuando el chakrakamayoq decía: "Helada", entonces, en la siembra, se adelantaba un layme y el otro se atrasaba. Esto no era común, pues el chakrakamayoq era la única persona que podía empezar a sembrar. Este chakrakamayoq tampoco podía iniciar comúnmente, cualquier día; la primera siembra tenía que ser siempre un martes, jueves o viernes; son los días en que la pachamama está dispuesta. Ella también es como mujer: que se pone contenta cuando le haces justo el rato que está con ganas. Así es la pachamama19 que quiere la semilla sólo estos días y no los otros que son qollori.20 Lo mismo era cuando el chakrakamayoq decía: "Chikchi".21 Había dos laymes y en cada layme la papa se sembraba en varios lugares y nunca en un solo sitio. Porque cuando el chikchi viene, entra a los laymes, como abriendo un camino recto o a veces zigzagueante, salvándose sólo los cultivos que están a los cantos. Estos sufrimientos también pasan los paisanos pobres en el pueblo. Los paisanos con hartos animales, claro, te ayudan si eres su pariente o amigo, pero siempre tienes que ayudarles, por eso ellos hacen harta chacra y tienen buena cosecha, son ricos porque hay muchos paisanos que les ayudan por su guanito, por sus animalitos de carga. Para cargar el guanito en la siembra, para cargar la cosecha, siempre hay que hacer ayni. También en épocas de lluvia se les ayuda a pastear las ovejas, las llamas, y en las noches a velar contra los ladrones y los zorros. Estos zorros son mañosos, justo en las noches de lluvia o de harta nevada, vienen a robarse los corderitos. De esta ayuda te pagaban en carne o en lana para la bayeta. Así yo también iba a pastear las ovejas de un compadre y en las noches velábamos ganados. Por toda esta ayuda me pagaban en lana. Cierta vez me pagó por un mes de apacentar, con la trasquila de una oveja; en otra ocasión les acompañaba a dormir en su casa para carne y me pagaron, por tres meses de acompañamiento, con un borrego muerto; su carne la comimos con mi madrina, un martes de carnaval. Esa es la vida del chacarero-runa;22 si no tienes hartos familiares, sufres y tienes que estar 18¿Chacarero? 19La tierra. 20Qollori = interrupción de la germinación de la planta, o cualquier cosa que tiene la mala suerte de ser interrumpido su normal proceso. 21Granizo o granizada. 22Agricultor.
  • 20. haciendo ayni23 o mink'a.24 En esto de ayni uno tiene que ser cariñoso; si vienen a ayudarte, tienes que atenderlos bien, porque si no hay cariño en tu casa, pocos vienen a colaborarte, porque algunos paisanos van a la chacra por tomar chicha, trago. Entonces el chakrakuy es como hacer un pequeño cargo. Era gasto; a estos paisanos que vienen a ayudarte tenías que darles, por un día, un atado de papas; esto si la ayuda en la cosecha no es por ayni. Así en la cosecha se necesita harta gente. Si se hace los cultivos en dos laymes, necesitas más trabajadores. Esto de hacer dos laymes era de vez en cuando, porque siempre se hacía en un solo layme; por eso cada año en lunes carnaval, se ponía un arariwa. Y era como un cargo para todo el año; el arariwa tenía que cuidar los cultivos de la papa, del chikchi, de la rancha, de la helada. Para esto hacía su chocita en una lomadita, cerca del layme de papas. Aquí tenía que estar todos los días en época de lluvia, mirando al cielo. Si el cielo se armaba con nubes negras, era seguro para granizar, entonces el arariwa tenía que estar en su chocita rezando –dice hay ciertas oraciones de San Ciprián para hacer pasar al chikchi–. También hacía humear incienso y cebolla seca, y con kerosene y agua bendita hacía aspersiones en la dirección donde había nubes negras listas para caer. Si con esto el chikchi persistía en malograr los papales, el arariwa se desnudaba todo y así, como salido de la barriga de su madre, le hondeaba insultándole con terrones de tierra rociados con kerosene y agua bendita. Dice que en el chikchi andan tres hermanos, que siempre están juntos. El primero es Bernaku, quien es el más bullanguero, de todos, que está andando siempre para arriba y para abajo, solo, haciendo bulla, reventando. Eso es el illapa, él sólo amenaza. El segundo es Elaku, es algo bueno. Dicen que, cuando se le insulta con las oraciones de San Ciprián y cuando se le hace aspersiones con kerosene y agua bendita, se escapa, porque el kerosene y el agua bendita llegan quemando a sus ojos, como ají. El último hermano es el Chanaku; es el más loco de todos, pues no respeta nada, él es pallapero, que cuando entra a una chacra se roba todo: las papas, las habas; se lleva todos los cultivos. Se lleva su espíritu. ¿Y cómo ha de haber cosecha si los cultivos han quedado sin espíritu? Estos maldadosos son asunto de cuidado, porque son unos perfectos ladrones. Por eso, si el arariwa no está vigilante a su aparición y se descuida, son capaces de llevarse todos los cultivos y dejar el ayllu sin cosecha. Por eso, si era un buen año de abundante cosecha, había razón para que el arariwa pudiera escarbar un surco en todas las chacras y nadie debía decir nada. Él podía escogerse cualquier surco, grande o chiquito, de papas, ollucos, ocas. Era su voluntad y así sacaba harta semilla. Pero si ese año era de mala cosecha, por el granizo o la helada, el pobre arariwa era insultado. Le decían: –Perro, carajo! ¿Acaso eres hombre? Hasta que estés dentro de las piernas de tu mujer ha granizado; ¿dónde está la papa, carajo? Y no le daban agasajo en martes carnaval. Pero si había buena cosecha, era fijo que tenían que hacerlo emborrachar. Estos arariwas siempre eran gente joven: los recién casados, ésos que recién se ponen a vivir con la mujer. Esos, claro, tenían que ser jóvenes, con fuerza como para combatir a 23Trabajo recíproco. 24Trabajo comunal o trabajo pagado con productos o alquiler de animales.
  • 21. hondazos con el chikchi. Cuando el chikchi mandaba un hondazo con el rayo, el arariwa tenía que contestarle entre insultos con otro hondazo. Cuando más liso era el arariwa, el chikchi casi nunca se animaba a robar los cultivos. Así son estos tres hermanos que siempre andan juntos, donde sea. La mamá de ellos es rit'i, una viejita con la cara muy arrugada, y canosa, que siempre está sentada. De sus ojos nacen dos grandes zanjas como acequias que surcan sus mejillas, por donde noche y día, le chorrean legañas. Estas legañas que le chorrean son la nieve que se derrite todos los días en los cerros de respeto. Una vez, un forastero del ayllu Pinchimuro estaba caminando por unos pajonales silenciosos; y allí empezó a golpearle la lluvia y en lo que caminaba en esos pajonales, lo alcanzó la noche, con su oscuridad total, y así en lo que caminaba, a lo lejos, había visto una lucecita y se dijo en sus adentros: –Allá hay una estancia, allí me alojaré. Así se había acercado a esta casa. Pero, dice, no era casa estancia, sino una simple cabaña sin cancha y sin perros que ladren. Y cuando pidió alojamiento, salió una viejita con canas que vencían su cabeza. El forastero le había dicho: –Alójame mamita. Y la viejita había contestado: –No puedo alojarte mis hijos son muy locos, te matarían. El forastero rogó: –¿A dónde ya puedo ir mamita? Alójame por favor Y así ante la súplica, la viejita le había hecho pasar a su casa: -Bueno, aquí te alojarás, dijo mostrándole un rincón. –Te voy a tapar con una vasija y tienes que estar sin moverte. Y así había sido. Pero afuera, la lluvia seguía y empezó a tronar, desatándose una tormenta como para hacer desaparecer la casa. Dice que los truenos caían con más fuerza a la puerta de la casita: ¡raqhaq, punrun! Así, en medio de esos truenos, un hombre entró a la casa. Era el hijo mayor de rit'i.25 Después llegó también entre truenos, el otro hijo, renegando. Así empezaron a caer más truenos, y entre trueno y trueno, llegó el chanaku, refunfuñando, quién ingresó a la casa, carajeando: –¡Carajo! ese gran puta fulano me estaba asperjando con kerosencito. Pero, ¡carajo, siempre lo he levantado todo! Así ese fulano, era el nombre del arariwa del ayllu del forastero. Y por un hueco del raki había visto, que en unas mulas había cargado papas, habas y las sogas con que amarraba las cargas a las mulas, eran culebras vivas, coleando, de color amarillo, y en eso se había dormido el forastero. 25La nevada.
  • 22. Cuando despertó ya era de día y no había la casa donde se alojó en la noche: se había dormido al borde de una laguna. La casa del chikchi es la mamaqocha.26 Aquí está todo lo que roban los tres hermanos: habas, papas, maíz. Todo lo mejor está ahí, amontonado como en troje y se puede ver en las noches de San Juan, a las doce de la noche, en luna llena. Esos runas que han muerto cogidos por el illapa,27 cuando llegan a la otra vida, se convierten en peones del chikchi y tienen que pasar toda su existencia en esa vida cargando y descargando a las mulas del chikchi, todo lo que roban. Aunque estos peones vivirán en abundancia de comidas, pero son maldecidos, porque ¿en qué ayllu no maldicen al chikchi, cuando no hay cosecha? V Cuando mataron al presidente Sánchez Cerro, el Gobierno lo recibió Benavides. En ese tiempo de Benavides, yo entré de soldado, cuando me trajeron de recluta, de mi pueblo Acopia. Así estaba de soldado en el cuartel de Maruripampa durante tres años completos. En el ejército yo estaba en la Tercera Compañía de Ametralladoras. Era conductor de una mula. Esta mi mula se llamaba Renunciable, y con ella tenía que caminar donde sea: a las marchas de resistencia, descansando cada legua, pues yo tenía que vivir o morir con la mula. Para que coman las mulas había pensión mular. Allí daban cebada en grano, que se les hacía comer en costales que se les colgaba al cuello de las mulas. En estas campañas, sea de mañana o de tarde, siempre andaba con mi mula, no la soltaba. Para cada mula había cargadores, ellos eran los que cargaban. En cambio, yo tenía que estar al cuidado de la mula; tenía que limpiarle sus pies, limpiarle con un trapito su moco, lavarle su ojete con agüita, y rasquetearle después. Esas eran mis obligaciones para la mula. Los cargadores también eran los que ponían la carona. En el cuartel ya usé fusil mosquito. Los primeros meses que entré, usé todavía fusil máuser original. Después ya llegó el fusil mosquito, muy chiquito. El casco también llegó junto a éstos; entonces sólo se usaba kepí. Tampoco había botas; no había nada, sólo con bandas nos envolvíamos las pantorrillas, como con faja. Dentro del cuartel todo es robarse. Se robaban bandas, botones, zapatos; después, cuando te faltaba alguna prenda, te decían: –Yo tengo, te lo vendo. Te vendo sólo en setenta centavos. Cuando lo que ofrecían era de ti mismo. Los soldados también teníamos nuestra pensión morral. De esa pensión te robaban tu cacerola, tu cuchillo, tu cuchara, tu trinche, todo tu servicio. Y no había nada para pasar el rancho. 26Las lagunas. 27Rayo.
  • 23. Sin esto no podías pasar el rancho, así tenías que estar sin rancho. Porque al rancho se entraba por compañías. Cuando se perdían los servicios, le responsabilizaban al cuartelero-puerta y le decían: –¿Por qué no has mirado lo que han robado los servicios? Así, a mí también, una vez, me robaron mi polaca y mis zapatos. Dentro del cuartel todo es robarse; ahí no pueden estar sin robar; todo es robarse, hasta tu agujita te roban. Más bien aquí afuera están tranquilos. Así ahí dentro te roban tus zapatos, tu kepí, tu cuchillito. Si no te robaban tu polaca, de tu capote cortaban los botones. Así fastidiosos eran. Y así a la fuerza tenías que comprar o robar las cosas que te faltaban. Cuando estás de soldado, así como al sastre no le falta su aguja, su hilo; así tenías que estar para coser con todo listo, corriente. Si te faltaba, te llevaban a la cantina y ahí te daban las cosas que necesitabas, a cuenta de tu propina, haciéndote descontar después de tu propina. En el cuartel todo era robarse unos a otros. Así era su costumbre. Ahora, yo no sé cómo sacaban afuera. Todas estas cosas se perdían en la cuadra, de noche, cuando dormíamos. Yo creo que entraban en combina con el cuartelero para sacar. Cuando se perdía la chompa que daban en el cuartel, también entraba a cuenta de tu propina. Y cuando tenías que salir de franco, ya no había propina. A veces se perdía de tus zapatos sólo un lado. Eso hacían, carajo, por joderte; y también entraba a la cuenta, porque te daban otros calzados de acuerdo a tu número. Ya cuando salí de franco, escuchaba decir: –Ladrón, ladrón. Pero eso no era ser muy ladrón; en el cuartel sí, todo es robarse; no te dejan nada; ni dormir puedes, pues, para que no te roben, tienes que dormir agarrando tus cosas. Después en las salidas de los domingos, en la calle, te encontrabas con tus amigos, con tus paisanos, que te decían: –¿Cómo estás? No hemos venido a visitarte. Vamos a tomar chicha. Así te llevaban a tomar chicha. Esa vez la chicha no valía tanto; el vaso era a real. A veces salíamos a media semana, después del tiro, pero sólo cuando hacíamos un buen puntaje. Con veinte o veinticinco puntos ya tenías salida. Yo en tiro siempre hacía veinticinco puntos. Eso hacíamos en la pampa del rodadero. Las salidas de los domingos eran ansiosamente esperadas. Salíamos a pasear, a hacer cocinar con las enamoradas, porque la comida del rancho no es como aquí afuera con sabor. Allí es como para el perro, sal botada al agua y eso no te convenía. Cuando estaba de soldado, tenía mi enamorada, se llamaba Elenacha, era de Pomacanchi. Antes las cocineras no salían, como ahora, todos los domingos de franco; tenían que servir día y noche, sin descanso, a sus patrones. Pero ella, como ya sabía que yo salía cada domingo, no sé cómo se escapaba y me esperaba, a veces, ya en la puerta del cuartel. Pero cuando estaba de soldado tenía otra, aparte de Elena, porque las mujeres estaban paradas en la puerta del cuartel, esperando a sus hermanos, a sus enamorados, paisanos, ahí nos conocíamos. Los domingos, después de izar la bandera, podíamos salir hasta las diez de la noche. Pero cuando hacías pasar esta hora, había castigos, rigor-castigo. Con este castigo no daban propina o uno tenía que estar encerrado en el calabozo. Había también otro castigo: te quitaban tu salida de los domingos por un mes. Estos castigos eran por lo que llegabas tarde o de lo que guapeabas borracho a los guardias o de lo que querías pegar a los clases. Todo esto era el castigo rigor.
  • 24. Los clases eran como los jueces: los cabos, los sargentos; el sargento segundo tenía que mandar, pero el sargento primero era como nuestro padre. El sabía si tu ropa estaba gastada o no; si el zapato ya estaba viejo, te hacía dar otro. El zapato se cambiaba cada siete meses. Si estaba gastada tu polaca, tu chompa o tu pantalón, también te hacían dar otros; para esto pasaba revista y teníamos que mostrarle nuestras ropas. El decía: –"A formarse, indios. ¡Todos! Sácate la ropa interior". Tenías que sacarte todo, se presentaba otro cabo o sargento y apuntaba: –"Tal fulano, ya está gastado ropa". Los sargentos y los cabos eran para respetarlos como a tus padres; de ellos no podías burlarte. Tu banda tenía que estar bien amarrada. Tu polaca no podía estar sin botones o rota. A todo pasaban revista. Si tu polaca estaba rota, ellos la rompían más: ¡caj - caj! –¡Por qué, carajo, no coses ésto! ¡So gran puta, indio! Para eso tenías que comprarte hilo, aguja, botones, crema para calzado; después, había escobilla de dientes, para lavarse los dientes. También tenías que tener tres pañuelos limpios: Uno era para bailar con tu enamorada, el otro era para prestarle a tu enamorada, si no tenía; y otro era para limpiar tu moco. También había medias de lana. No acostumbraban las medias extranjeras, como ahora. Así era la vida de soldado; tenías que vivir o morir con lo que eras, en tu puesto. Si eras tirador o proveedor, con eso tenías que estar reglamentado, si no, carajo, patada. En el cuartel todo es recto, "patria servir obedecer todo". Ahí no se puede decir no a nada. Si dices no o haces de mala voluntad, es castigo, calabozo o patadas. Si te ordenan matar a tu mamá, también tienes que hacerlo, si no, eso no es obedecer a la patria. También en el cuartel hay abecedario para el que no sabe leer, letras en madera ensartadas en alambre: a, b, c, d, j, k, p. Los clases enseñaban todo el abecedario, y cuando terminabas, te daban primer año. Cuando entrabas te preguntaban: –¿Sabes leer? Si decías: No sé leer, traían esas letras para enseñarte. los sargentos, el subteniente. El abecedario siempre se hacía después del almuerzo. Después del abecedario teníamos que barrer, rasquetear a nuestras mulas. Eso era por las tardes, pero por las mañanas, así como nosotros lustrábamos con crema los zapatos, así también teníamos que lustrar con sebo los cascos de las mulas. Si no hacías buen puntaje en el tiro, eras castigado: te tenían parado sobre una tarima, cargado del morral con equipo completo y dos fusiles, durante tres horas, o hasta cuatro horas. Otro castigo era cuando peleabas. Los cabitos te fastidiaban y, cuando al no aguantar, te dolía el corazón, tenías que pelear. Estos cabitos te decían: –¡Cuádrese, carajo! ¡Cuádrese, carajo! Te pateaban y eso hacía rebalsar de cólera el corazón. Entonces, tú le decías: –Espérate, carajo. Vamos a salir de aquí. Pasajeros no más somos. Cuando salgamos te voy a
  • 25. matar, ¡carajo! Estos mis compañeros incluso eran indios, runas como yo, porque ahí no había mistis. Cuando ascendían a cabitos, a clase, eran bien jodidos; ahí adentro son igualitos que Dios todavía. Después, en la noche no dormíamos comunmente, nos hacían formar afuera y después de que estábamos formados, nos decían: –Cuatro últimos. Sargento de semana... Entonces todos, atropellándonos, corríamos. Teníamos que desvestirnos en un instante. Una vez desvestidos teníamos que volver a vestirnos en un ratito. Para esto, desde antes de la prueba, ya tenías que tener todo listo. El zapato tenía que estar listo, con los pasadores aflojados. Después de hacer esto, dormíamos con la ropa amontonada a nuestro lado, sin movernos, pues si te movías ya te llamaban y tenías que vestirte en un ratito y te mandaban para imaginaria, desde las diez hasta las doce de la noche; luego venía otro relevo hasta el amanecer. Todo era aburrido, eso de estar parado, con sueño, con frío, cuidando la puerta o la torre. Yo decía: –Para qué se cuida tanto, carajo, si aquí no entran ladrones. Más bien cuidaríamos la ropa, para que no roben tanto. Así le dije a mi amigo, que era imaginaria como yo, una noche, cerca al veintiocho de julio, y él me dijo: –No seas cojudo, Gregorio. El sargento ha dicho que los chilenos vienen a Lima y quieren hacer la guerra en Cusco, porque ellos se antojan las mujeres de aquí. Y yo le dije: –¿Y vamos a ir a la guerra por esas arrechas? Lo que es yo carajo, no suelto mi mula. Así, en la cuadra no te dejaban dormir. Cuando estabas en dulce sueño, te despertaban y te llevaban a relevar. Si no ibas a relevar a las dos o a las cuatro de la mañana, te hacían barrer las cuadras y caballerizas. Hasta por gusto te hacían barrer. Cuando ascendían, carajo, a cabito o clase, ésos ya no pisaban tierra, al soldado raso lo miraban como a perro. Cada semana, para salir el domingo, la propina era de dos soles cincuenta centavos. Una vez me castigaron, todo un mes dejándome sin propina, por culpa de un cabito que me judía mucho. Entonces, con otros amigos soldados, nos emborrachamos y yo me recogí muy tarde, todo borracho; y a mi cabito lo carajeé, lo perseguí para pegarle. Por mí quería hasta matarlo. Ahora pienso que la vida en el ejército es muy fácil, porque no es como antes, que había que estar amarrando la banda, caminar a las campañas jalando a la mula... En el ejército me enseñaron el abecedario. También firmaba mi nombre, las letras a, o, i, p, reconocía en el papel. Pero yo creo que no tenía cabeza para el abecedario porque no aprendí. Las letras que sabía leer y mi nombre, me olvidé al poco tiempo de salir del cuartel. Ahora dicen que los que entran al cuartel como ésos sin ojos, salen con los ojos abiertos, sabiendo leer. Esos que no tienen boca, también salen con la boca reventando a castellano.
  • 26. Así era. Se entraba al cuartel sin ojos y sin ojos se salía, porque no podías salir con abecedario correcto. También sin boca entrabas y sin boca salías, apenas reventando a castellano la boca. Hasta antes de entrar al cuartel no sabía castellano; ya en el cuartel mi boca reventó al castellano. En el cuartel esos tenientes, capitanes, no querían que hablásemos runa simi:28 -Indios, carajo, ¡castellano!- decían. Así, a pura patada, te hacían hablar castellano los clases. 28Runa simi = quechua.
  • 27. VI De recluta me trajeron desde Combapata, en tren, al puesto de Saphi; de aquí me pasaron al cuartel de Manuri, donde me examinaron todito el cuerpo: la boca, la nariz, las orejas, los ojos, hasta mi pene, y me dijeron: –Buen cholo, carajo; pasa. Me quitaron mi ropa y me dieron traje de soldado para vestirme: polaca, chompa, morral y zapatos. Al día siguiente, ya de soldado, salimos a hacer ejercicios a las alturas de Saqsaywaman. Aquí, nos enseñaron a marchar. Si no podíamos nos pegaban a patadas. Aquí, en un principio todo fue sufrimiento, puro castigo. Antes de entrar al ejército, yo había estado de movilizable, por lo que ya sabía esos ejercicios y para mí fue fácil. Así, ya no me hacía pegar mucho, como los que entraron recién. Esos sí se hacían pegar mucho. Nuestro primer cabo apellidaba Calle y ése fue el que nos enseñó a marchar y hacer ejercicios. Era un perro desalmado. Ese, si ha muerto, no creo que esté al amparo de la mirada de nuestro señor Dios. Debe de estar en el Coropuna, de condenado penante. Nunca vi, en la vida, a otro como a ese cabito Calle del ejército que le gustaba pegar a un hombre. Este perro, carajo, pateaba a mis compañeros, hasta que orinen sangre cuando no podían hacer los ejercicios. Perro era, carajo, que hacía arder la sangre. En el ejército no ascendí ni a cabo, porque no avanzaba en el abecedario. No podía pasar las lecciones, era para los prácticos. Yo siempre quería ascender, por eso, muchas veces, me soñaba de cabo, para vengarme, carajo, de lo mucho que me pegaban. Con las personas de quienes quiero vengarme, nunca he vuelto a verme, hasta ahora. Parece29 que la pachatierra se los ha tragado, de lo perros que eran, sin corazón. En el cuartel nunca estuve contento. A uno lo cogen como a animal, lo meten a la bodega del tren como a animal, y en el Cusco le cortan el cabello, le amontonan ropa y ya es soldado. Eso de hacer ejercicios diarios, carajo; eso de estar de vigía, con sueño y frío, cuidando la puerta, no me gustó. Tarde y mañana, carajo, hasta para orinarte están persiguiendo con: –"Cuatro últimos. A ver cholos, a quitarse los zapatos. ¡Cuatro últimos al baño!". Así era el ejército; toda la vida cuatro últimos, sin terminar. El ejército no es cristiano. Mientras cargo ahora, escucho lo que habla la gente: –El Gobierno, Lima, Velasco, ha dicho: "todos van a servir a la patria". Antes los soldados eran puro indio, la vida del cuartel ya no es como antes, dicen. Cuando salí de baja del cuartel, no quería ir a mi pueblo con ropa de soldado, al ver la ropa del cuartel, los paisanos dicen: 29Sic. Parce.
  • 28. –Estará de misticito, sólo hasta que le dure la ropa del Estado. Por eso cuando salí, buscando trabajo, encontré uno para hacer adobes en el panteón, durante dos semanas. Hicimos adobes para reponer una pared que se había caído. Después de haber hecho los adobes; durante casi un mes, abrimos los nichos para sacar a las almas; las sacábamos y las botábamos a un hueco. En este hueco, echándoles kerosene, se les quemaba. Así hacíamos con los muertos, pero un día le pregunté a mi compañero de trabajo: –¿Para qué molestamos a estas pobres almas? No vaya a ser que, con estas cosas, nuestro Señor Dios se moleste con nosotros. Y él me dijo: –No tengas miedo, Gregorio. Nuestro Señor sabe que estas almas son morosas, dice no pagan de lo que están aquí. Hasta ahora, muchas veces, desde aquella vez que quemé a las almas, digo: No debí haber hecho eso. Porque me sigo soñando, que unos mistis wiraqochas, ya viejos, ya jóvenes; unas señoras vestidas con hábitos negros, jalando unos chiquitos, vienen a la puerta de mi casa, a llorar. Muchas veces, en mi sueño, veo unos mistis, hombres, mujeres y niños, vestidos de negro, con sus caras blancas como papel, todos juntos están llorando como muertos y desde la puerta de mi casa, me dicen: –Gregorio, para qué nos has quemado, nuestros cuerpos están con llagas. Pero nunca en mis sueños los he visto entrar a mi casa, siempre me están diciendo sólo desde la puerta: -Gregorio, Gregorio, para qué nos has quemado, nuestros cuerpos están llenos de llagas y ampollas. De esto mi mujer me ha dicho: –Seguro el día que entren a la casa, nos vamos a morir. Para que me cure de esto, muchas veces acudí al hanpeq,30 para que les ponga alcanzo a las almas. Pero el hanpeq dice: –No resulta. Las almas son puro misti wiraqocha y no quieren recibir. El primer pago y todos los pagos que recibí por los trabajos que hice como peón, fue cuando salí de licenciado. Nuestros pagos los hacíamos agarrar –junto con mi amigo Bernaco Ttito– a la señora Teodolinda Baca. Hasta ahora recuerdo su nombre. Era muy buena, dueña de una chichería, en Pampa del Castillo. Aquí nos alojábamos, no pagábamos de lo que nos alojábamos, sólo teníamos que ayudarle, sea por las mañanitas o por las tardes, a lavar su isanga. Era muy honrada, la plata que le dábamos la guardaba en una servilleta, en uno de los cantitos guardaba lo mío y en el otro lo de Bernaco; y así, nunca faltó un centavo. 30Hanpeq = (hampiq) el que cura, el curandero.
  • 29. Como en el Cusco se podía ganar plata, haciendo cualquier cosa, como peón o cargando, para ir a mi pueblo, después de salir de soldado, con la plata que gané me compré harta ropa: Dos pantalones, un chaleco, un saco, una camisa, dos pares de medias blancas -de ésas que decían alemán- eran muy bonitas, hasta la rodilla, como de los futbolistas. Todo esto me costó ocho soles. Era como tener un terno. Por todo esto, ya no me acostumbré a mi pueblo. En ese tiempo también cargaba por las mañanas o por las tardes. Esas veces no había plata en sencillo como ahora. Sólo a veces pagaban en plata, cinco centavos por una cargada, y eso cuando era de la estación al centro, o del mercado a los cantos. Un buen pago era un real. Siempre el pago era en rocoto o en ají, que lo llevábamos a los que vendían mote. Por cinco centavos se podía almorzar tres platos rebalsando, con grandes presas de carne. Antes se comía bien, ¡ah, eran tiempos buenos para comer carne!
  • 30. VII Túpac Amaru era de Tungasuca, paisano, hijo de Inkas, pero un día esos enemigos españoles lo mataron. Le habían sacado su lengua, sus ojos, desde la raíz. Así lo habían matado a Túpac Amaru sus contrarios. Los contrarios de Túpac Amaru eran los mismos contrarios de nuestros abuelos, los Inkas. De Inkarrey, del tiempo de los abuelos, dicen esto: Nuestro Dios había preguntado, caminando de pueblo en pueblo: -¿Qué trabajo quieren que les dé? A lo que Inkarrey había contestado: –Nosotros no queremos ninguno de tus trabajos. Está en nuestras manos todo trabajo si queremos trabajar. Así habían contestado: –Nosotros hacemos caminar las piedras; con un solo hondazo construímos montañas y valles. No necesitamos nada, sabemos de todo. Bueno, este Dios había sido de dos caras y había ido donde el enemigo de nuestro antiguo abuelo Inka, a España, también a caminar de pueblo en pueblo. Y les había dicho: –¿Qué quieren? Les voy a dar trabajo. Pídanme lo que quieran. Mientras el Inka le había despreciado, aquí, en el pueblo de España, todos eran ambiciosos y le habían pedido de todo: -Queremos esto, aquello, – diciendo. Por eso ahora, nosotros los runas, no sabemos hacer caminar las máquinas, los carros, esos aparatos que caminan por lo alto como pájaros: helicópteros, aviones. No sabemos hacer ninguno de esos aparatos, pero esos españas son prácticos, saben de todo. Así un wiraqocha españa había inventado la luz, sólo mirando el agua, con unos vidrios inventó la luz del foco; ahora mismo, esta luz es del agua de Calca. Así, pues, el Inka, nuestro Inkarrey fue sobrado y no quiso trabajo. Pero esos españas, pidieron todo tipo de trabajos, "queremos nosotros", diciendo. Por eso ahora, ellos trabajan carros, maquinarias y ollas de fierro. Todo lo que nosotros no hacemos. Esto es porque a ellos, el propio Dios les dio esos trabajos y no como nosotros que despreciamos los dones de Dios. Nosotros somos peruanos, indígenas, ellos eran inka runas, pero somos sus hijos por eso también mataron esos españas a Túpac Amaru. Así como ahora hay monjas en el Convento Santa Teresa y en San Pedro, así, dice había mujeres del Inka. Sacando a estas mujeres, estos españas se habían casado y ellas parieron sus hijos. El Inka, cuando estos españas querían matarlo, había dicho:
  • 31. –No me maten. Y les hacía dar choclos de oro a sus caballos. –Así les vamos a dar oro, pero no nos maten. Bueno, ambicionando totalmente los españas31 habían matado a nuestro Inka. Los Inkas no conocían papel, escritura: cuando el taytacha quería darles papel, ellos rechazaron; porque se enviaban noticias no en papeles sino en hilos de vicuña: para malas noticias eran hilos negros; para buenas noticias eran hilos blancos. Estos hilos eran como libros, pero los españas no querían que existiesen y le habían dado al Inka un papel: -Este papel habla,- diciendo. -¿Dónde está que habla? Sonseras; quieren engañarme. Y había botado el papel al suelo. El Inka no entendía de papeles. ¿Y cómo el papel iba a hablar si no sabía leer? Así se hizo matar nuestro Inka. Desde esa vez ha desaparecido Inkarrey. Los Inkas Huayna Ccapac, Inka Roca, eran sus tíos y el Inka Rumichaka era su hermano. A todos ellos habían matado los españas. Pero ahora yo digo: –¿Qué dirían los españas, cuando vuelva nuestro Inka? Así había sido la vida. 31Sic. Espinas.
  • 32. VIII Cuando salí del cuartel, al año, nos fuimos en busca de trabajo a Quincemil, con un amigo de Pomacanchi. Porque todo el mundo se iba a Quincemil y volvía con mucho dinero. -Hay oro en el río para sacar con la mano,- decían. Y todos se iban. Y también yo y mi amigo nos alistamos. Así partimos para Urcos. Cuando llegamos a Ccatcca, se hizo de noche y nos alojamos en la casa de un conocido de mi amigo. Nos dormimos. Pero el dueño de la casa había sabido andar de noche, por ganados; era ladrón, y trajeron, a eso de la media noche, una vaca y entre todos sus hijos y su mujer, degollaron en wayka. En una olla grande, pusieron agua para el caldo, y así empezaron a sacar trozos de carne, uno para caldo, otro para kanka. Al poco rato, la kanka empezó a oler por toda la casa y nosotros alojados en un rinconcito, sobre dos cueritos, haciéndonos los dormidos, sin movernos. Comieron toda la noche, pura carne. Ya cuando estaba por amanecer nos invitaron un poquito de caldo. Y como no durmieron todita la noche, comiendo carne, tampoco nos dejaron dormir a nosotros; después de tomar caldo, nos habíamos dormido todos, hasta de día. Mientras, los dueños del ganado, junto con las autoridades: Gobernador, Teniente y otros acompañantes, habían seguido las huellas del ganado hasta la casa de nuestro amigo. Como los dueños habían dado parte y vinieron con otros acompañantes, entraron a la casa. Y ya cuando estaban buscando y ante el ladrido de los perros, despertamos. Encontraron carne en las ollas. Seguían buscando y encontraron carne trozada que habían ocultado en la cancha, en unos costales, enterrada con guano. También a nosotros nos encontró el Gobernador de Ocongate, y nos dijo: –A ver, ustedes. –No papay, somos alojados, estamos de viaje a Marcapata. El Gobernador llamó al teniente: –A ver, teniente, a estos ladrones. Así nos tomaron presos. Pero el amigo de la casa no había robado sólo una vaca, sino tres. Cargados de carne en hartas llamas nos trajeron a la cárcel de Urcos. Aquí después de estar encerrados tres días en el calabozo, nos sacaron para prestar nuestra declaración. Nuestro amigo declaró: –Sí, papay, señor Juez, empujado por mis pecados, para hacer comer a mis hijitos, robé esas vacas. Escribieron todo lo que hablaba el amigo en el papel y el juez dijo: –Esos alojados pasen: Gregorio Condori, prestar declaración. Primero me preguntó a mí:
  • 33. –Tú, hijo, ¿has visto lo que trajo las vacas o han traído contigo más? Avisa, hijo para ti no habrá pena. Entonces, ¿juntos han vaqueado estas vacas?, avisa sin miedo. –No señor, no nos hemos metido a eso nosotros. Eramos alojados. Cómo íbamos a robar esa noche si sólo éramos alojados. Claro, el dueño de la casa caminaba esa noche, pero no hemos visto que degolló la vaca esa noche. En ese rato, yo pensé para mí: ya estamos perjudicados cuatro días del viaje. Avisaré lo que comieron carne toda la noche. –Sí, señor, han comido toda la noche? Y el Juez: –¿Comieron toda la noche? –Sí, señor, han comido toda la noche. –Y a ustedes ¿no les invitaron siquiera un poquito para comer? –No nos dieron nada para comer. –¿Cómo? Avisa, entonces, si han robado con ustedes más. Avisa toda la verdad, yo no te voy a castigar. –No, papay. –Entonces, nada les invitó. –Nada, papay. Así preguntaba. Pero después volvía a preguntar: –Y cómo ¿nada les ha invitado? ¿Ni siquiera un poquito? Entonces, como tanto preguntaba, yo le dije: –Sí, nos invitó sólo caldito, pero no su carne; sólo su caldito. Y el Juez decía: -No, hijo; ahora, de eso vas a ir a la cárcel. Ese caldo vale, era sustancia de la vaca. La carne no vale sin el caldo, en el caldo está la sustancia. De eso vas a ir a la cárcel. Si estabas comiendo carne robada has debido avisar a la justicia; ésa es tu culpa: no haber avisado. Así, ese juez nos mandó a la cárcel, por haber tomado caldo invitado en la casa de un amigo. Así es la justicia que también manda a la cárcel por seis meses, como a nosotros, por haber tomado caldo. Esa fue la causa para no llegar a Quincemil a sacar oro del río. Yo siempre he dicho: si los jueces y todos los mistis están comiendo carne tarde y mañana y eso también es de ganado robado y ellos lo saben. Como ese Luis L. que es juez en Urcos, quien conversa con los ladrones, que roban para él. Ni va a la cárcel, ni a la justicia avisa. Así es la justicia, que no tiene ojos para los mistis. Así, en falso, por haber tomado un caldo que nos invitó un amigo, estuve en la cárcel,
  • 34. injustamente. Los primeros días que estábamos en la cárcel, los pasamos pensando, preocupados. No teníamos nada para comer, nada para dormir, estábamos sólo con nuestros ponchitos. sin hacer nada. Los otros presos sólo nos miraban. Ya al tercer día, empezamos a armar amistades; unos nos decían: –Vengan, ayúdenos a tejer. Y otros: –Vengan, ayúdennos a hilar. Pero de ese oficio de hilar y tejer, no sabía nada. En mi pueblo este oficio era sólo para las mujeres. Como en la cárcel, el que no hila o teje, no tiene nada para comer, yo también tuve que aprender a hilar. A un comienzo sólo miraba. Así mira-mirando hilaba todo chambón. A veces grueso, a veces delgado, pero al último, salí diestro en el oficio de hilar. Desde el día que aprendí a hilar, la vida en la cárcel se me hizo fácil. Desde el momento que nos soltaban de la celda al patio hilábamos hasta el rato que nos encerraban de nuevo. Dentro de las celdas también seguíamos hilando, porque en la cárcel nunca faltaba trabajo para hilar y tejer. Traían de todas partes, en costales, lana para hilar y tejer: ponchos, costales, frazadas, mantas. Nunca faltaba lana ya sea de alpaca, oveja o llama. Todo esto hilábamos de día y de noche. De día todos los presos hacían sus cosas: ya hilando, tejiendo o atendiendo a sus visitas, a su abogado, a sus testigos. Pero de noche, todos los presos, que llegábamos quizá a doscientos, entre hombres y mujeres, estábamos encerrados. En una celda las mujeres y en otra celda nosotros, los hombres. Aquí en nuestra celda, los varones, todas las noches nos juntábamos en medio de velas y mecheros, haciendo círculos como para la merienda de una faena. Aquí seguíamos hilando entre risas y sin preocupaciones, escuchando los cuentos de los cuentesteros.32 Nunca, como en la cárcel, he escuchado tantos cuentos que hasta ahora los recuerdo todavía, muchos de ellos. Como el cuento de un ganadero que había ido a comprar ganado a las comunidades que están al lado del Apu Ausangate. Este ganadero, cansado de no encontrar ganados, se había sentado frente al Apu, sobre una roca grande. Cuando estaba así el ganadero, se le había acercado un runa vestido a la usanza de ese lado, a preguntarle: –¿Qué cosa haces, señor, aquí?. –Quiero comprar ganados. Soy comprador de ganados, -había respondido. Al escuchar esta respuesta, el runa, en un cerrar de ojos había desaparecido. Después, casi al atardecer, mientras el ganadero seguía sentado, inmóvil sobre la misma piedra, el runa había vuelto a aparecer para preguntarle: -Señor, si es verdad que quieres ganados, yo te vendo. Tengo harto ganado... y también tengo hijas que quieren casarse. Si quieres casarte, yo te hago casar con mi hija. Mi hija no ordena, yo 32¿?
  • 35. ordeno. Y el ganadero había aceptado casarse con su hija: -Bueno, vamos a que conozcas a mi hija; como yo digo, mi hija no ordena, yo ordeno. Así, mientras caminaban, a la mitad del cerro Ausangate se abrió la roca, como puerta; allí habían entrado. No recuerdo si esa noche le hizo dormir con su hija o no; pero sí, que el ganadero al día siguiente estaba como en un extraño pueblo, lleno de ganado, donde las llamas y las alpacas cubrían como nubes los cerros. A los pocos días, el ganadero se casó con la hija de ese runa. Pero este runa había sido el Apu Ausangate. Por eso, para el matrimonio de su hija, el Awki Arequipa Maisisco y el Apu Cunurana se habían llamado de cerro a cerro para ser sus padrinos. Desde el día que el ganadero se casó, había pasado mucho tiempo hasta que un día le dijo a su suegro: –Papay, ya es mucho tiempo que no sé nada de mi ayllu, iré a averiguar con mi mujer más. Él Apu había aceptado. Así habían partido contentos, con carguita en una llama que le dio su suegro. Seguro que la carga estaba llena de plata. Caminando como marido y mujer, habían llegado al Cusco, como todos los caminantes, cansados y sedientos. Entonces, el marido había dicho: –Tomaremos chicha. Pero la mujer no quería tomar; más bien le aceptó que le hiciera samincha.33 Esto es que, de todo alimento que se ingiere o bebe, antes de tomarlo se tiene que soplar su olor a la tierra y a los machu Awkis, pues ellos se alimentan saboreando el olor de la samincha. Como ella era hija de un Apu, quería que le hiciera la samincha para saborear la chicha que tomamos nosotros. Pero este bruto no entendía esto. Más bien se puso a tomar él solo, sin hacer la samincha a su mujer. Al cabo de un rato, dice, borracho la empezó a carajear: –Tú, carajo, no quieres tomar la chicha que tomo yo, toma, carajo; toma, carajo. Así, este asno le había pegado. Le había echado con chicha. Como le pegó, ella desapareció del lado del ganadero, en un abrir y cerrar de ojos, junto con la llama y la carga. Entonces, ya al día siguiente, cuando le pasó su borrachera y al verse sin mujer, sin llama y sin carga, arrepentido, viajó de nuevo a sentarse sobre la misma piedra en que había estado sentado antes de conocer a la hija del Apu Ausangate. Así dice que este asno animal estaba sentado sobre la misma piedra, mañana y tarde, durante varios días. En lo que estaba sentado, cierto día en el cerro se abrió una puerta, con harto ruido que hacía retumbar los cerros. Era esa misma puerta por donde él había entrado a la entraña del Ausangate. Pero esta vez, por esa puerta salió una mano gigante que lo atrapó como a mosca y lo metió a la entraña del Ausangate, donde se encuentra hasta hoy día. No se sabe si lo castigaron o lo mataron. Este cuento escuché en la cárcel, y en otra ocasión escuché también otro de mismo Apu Ausangate. Dice el Apu Ausangate había ido hasta Lima a conversar con el Gobierno, en su misma 33Ritual?
  • 36. casa. Para esto el Apu se había vestido con su mejor ropa, lindo, puro oro; y como alumbrando había entrado a la casa del Gobierno y como esta ropa no hay en ninguna parte, hasta el Gobierno le había envidiado su ropa al Apu: –¡Lindo, carajo!- diciendo. Pero el Apu había ido a decirle al mismo Gobierno, que sus guardias y sus compadres andaban matando a sus vicuñas. Si seguían matando, él se las iba a arrear al Ausangate a todas las vicuñas y así en el mundo del Perú, no iba a haber más vicuñas. Ya después pensé por qué ahora no hay vicuñas. Dice que han desaparecido todas. Como el Gobierno no cumplió en decirles a los guardias "no maten a las vicuñas"... ¿O habrá dicho y no le hicieron caso? Pero el Apu Ausangate, seguramente encolerizado, se ha arreado sus vicuñas. Por eso no hay vicuñas ahora en el mundo del Perú. En la cárcel, a las cinco de la tarde ya estábamos formados para pasar lista. Inmediatamente, temprano todavía con el sol encima, ya estábamos encerrados en la celda. Las celdas eran cuartos muy grandes, uno era para los hombres y el otro era para las mujeres. Pero, estas mujeres presas, de día estaban en el patio junto con todos nosotros. Ellas también hilaban, tejían, cocinaban para vender. Para todo preso en la cárcel, sea hombre o mujer, la vida era tejer o hilar. Nadie podía estar sin trabajar. También había carpinteros y sastres, pero eran pocos. Esos que entran a la cárcel por ladrones como nosotros, ésos eran los que más trabajaban. Ganaban harta plata hilando, tejiendo, de ese modo tenían plata para el abogado, para el escribano, para el papel. La cárcel también es puro plata, si no das plata al abogado, y no compras papel, puedes estar olvidado durante años, en la cárcel. Como uno estaba encerrado desde temprano en la celda, galpón totalmente oscuro, siempre había algo en qué ocuparse. La celda era un solo cuarto para todos los presos, cada preso tenía un rincón para dormir, amontonar su cama y sus cosas. Pero como siempre te hacen quedar preso, apenas con tu ponchito... así solo te ves en la cárcel, sin cueros y sin frazada para dormir, y tienes que pasar frío y hambre, porque en una cárcel de pueblo, hasta ahora no dan comida; te encierran como quien dice: "que muera, carajo, este perro". Y tú, va adentro, tienes que ver por ti. Así no podías estar sin hacer nada en la cárcel, tenías que hilar o tejer. Si no sabes tejer, tienes que aprender a tejer, porque aquí no hay eso de: "la gente me va a ver haciendo oficio de mujer". Más bien salen prácticos y en sus pueblos también siguen tejiendo, aunque sea a ocultas. Así también yo, en el tiempo que estuve en la cárcel, salí práctico hilando. Porque en mi pueblo eso de hilar y tejer era oficio sólo de mujer. Si a uno le veían con este oficio se burlaban: –Pobre llamero, mujer de llamero. Pero hilando me mantuve en la cárcel. Como no tenía ni ollas ni platos, ni nadie que me llevase leña para cocinar, peor víveres, comía como en pensión, lo que cocinaba una paisana del lado de Quiquijana; por una semana de pensión -almuerzo y comida- le pagaba ochenta centavos que me ganaba hilando. Pero eso sí tenía que hilar todo el día y toda la noche. De noche, la celda parecía un matrimonio, llena de velas y mecheros a kerosene. Así, entre hilando e hilando, nos contábamos cuentos hasta altas horas de la noche. Para esto de cuentos, Matico Quispe era especial. El era preso del pueblo de Oropesa y su mujer era de Huaro donde él vivía. Aquí, cuando estaba de pondo tendalero, en la hacienda de un señor Díaz, cierta noche del
  • 37. tendal desaparecieron tres costales de semillas de maíz. El era inocente, pero el hacendado no creía. Más bien lo denunció en Urcos, donde su cuñado que era juez, como ladrón de su tendal. Por eso Matico estaba preso. Matico era especial, pues desde aquella vez de la cárcel de Urcos, hasta ahora, nunca me he topado con otro paisano que sea tan cuentestero como Matico. El era tan cuentestero que nunca le escuché, el tiempo que estuve en la cárcel, narrar un cuento hasta dos veces. Todo estaba listo en su cabeza. Así también, en eso de avisarnos cuentos todas las noches, escuché de otro preso contar de la Pachamama. Yo no sé en qué tiempo todavía nuestro Taytacha había ordenado para que de una sola planta, con una sola raíz, creciesen todos los frutos que come el hombre. Así, en la cabeza de esta planta tenía que estar el trigo; en sus costados, diez o cinco mazorcas de maíz y en la raíz, papas. Aquí la Pachamama había hablado protestando, coléricamente: –Yo no puedo dar tantos frutos. Más bien uno por cada planta con raíz aparte. Desde esa vez la papa, el maíz v el trigo, son apartes con sus propias raíces. Si aquella vez la Pachamama no hubiera protestado para dar simultáneamente tantos frutos en una sola planta, con una sola raíz; también hoy las mujeres en cada parto hubieran alumbrado cinco o diez hijos, entre varones y mujeres. A esto, todos decíamos en coro: –O sea, ¡carajo, íbamos a ser más hartos que las hormigas! Y Matico decía: –Zonzos, si una planta iba a dar tantos frutos. ¿Por qué las mujeres no hubieran podido parir hartos hijos? Había también otro preso, cuentestero como Matico. El era del lado de Ccatcca, de la Comunidad de Ccamara. Este ccamara estaba preso por el robo de una tropa de llamas, que le había ocasionado a su compadre de matrimonio. Estos ccamaras, en la cárcel, eran hartos y bien machos. Algunos de ellos vivían con sus mujeres más en la cárcel; ellas cocinaban para todos sus paisanos, que vivían juntos. De lo que nos contó este ccamara, sólo algunas cosas recuerdo. Dice que en otros tiempos nuestro Dios era conocido por brujo y ladrón en este mundo. Estos eran tiempos cuando nuestro Dios tenía muchos enemigos que le perseguían: –¿Dónde está ese brujo? ¿Dónde está ese ladrón? ¿Por aquí pasó un ladrón brujo? Y las gentes contestaban: –Por aquí no pasó ningún brujo ni ladrón. Así preguntando le buscaban por todas partes. En lo que andaban preguntando pueblo tras pueblo, un día estos enemigos se habían tropezado con San Isidro Labrador, cuando estaba sembrando trigo. Pero, rato antes, nuestro Dios había pasado por la chacra de San Isidro Labrador, dejándole un encargo: –Si preguntan por mí, di: "Sí pasó, pero hace un año, cuando recién sembraba el trigo". Al poco rato, los perseguidores de nuestro Dios, habían preguntado:
  • 38. –¿Por aquí no pasó un brujo, un ladrón? Y San Isidro Labrador, había contestado: –Sí pasó un brujo, pero hace un año, cuando recién sembraba este trigo. Hasta el trigo ya está maduro. Así el trigo que estaba sembrando San Isidro Labrador, en un solo mirar, ya estaba para la trilla. En otra ocasión, en tiempos atrás, cuando las vacas eran de puro color negro, nuestro Dios, aburrido de tanta persecución que le hacían, ocultó las vacas de sus enemigos, para ordeñar su leche. Y con esa misma leche –como agua bendita– roció a la tropa de vacas. Y de ese modo las vacas cambiaron de color, haciéndose irreconocibles ante sus dueños. Entonces los dueños empezaron a caminar por todas partes: –¿Qué será de mis vacas? No hay mis vacas. Hay unas vacas como las mías, pero su color es distinto. A partir de entonces, los enemigos de nuestro Dios dejaron de perseguirle, porque ya también empezaron a buscar las vacas, caminando pueblo tras pueblo. De esta manera, eso de robarse las vacas había empezado con esta chanza que hizo nuestro Dios. Bueno, estos ccamaras eran bien pendejos, por eso les decían azote de los pueblos. En la cárcel más que de nadie, había que cuidarse de ellos; se te acercaban y yo no sé cómo estos brujos, te sacaban aunque sea una aguja o tu trapito de limpiar el moco. Pero como nosotros también éramos paisanos, que estábamos presos por ladrones, ya éramos como amigos. Ellos en el pueblo de Urcos eran bien conocidos y nunca les faltaba cueros de lana para hilar. Siempre les traían, y los que no teníamos lana para hilar les ayudábamos. Pero estos pendejos ccamaras eran también interminables contando sus pendejadas. Así, una vez a un ccamara, en el juzgado, cuando pasaba juicio oral, el juez le había preguntado: –Oye fulano, sí quieres salir libre, tu obligación es decir la verdad a este tribunal. El ccamara había contestado: –No, papá, como tú sabes, todos los pobres sabemos caminar. Yo nunca he robado esa vaca, papá. Yo pasaba montado en mi caballo por el canto de la comunidad y esa vaca había estado comiendo en una hondonadita. Yo, por travieso, como jugando boté una de las puntas de mi lazo y lo dejé así, arrastrándose, pero cuando llegué a mi casa, esa maldita vaca había seguido a mi lazo, tras mi caballo. Y ese rato, con intensa alegría, dije: ¡Gracias a nuestro Dios! Seguro esta vaquita nos está enviando él. Pensando así, papá, señor Juez, la degollé para comerla junto con toda mi familia. Como ves, papá, papacito, señor Juez, yo no soy ladrón. La vaca había seguido a mi lazo hasta mi casa. Así, para este pendejo ccamara la vaca le había seguido tras él hasta su casa. Seguro que esos
  • 39. ccamaras han nacido con esta estrella, porque ellos creían que hasta los condenados se escapaban de ellos cuando están en sus andanzas. Así también cierta noche avisaron que un ccamara, durante sus andanzas nocturnas, se había cansado. Entonces, para descansar, había entrado a una casa abandonada en la puna. En esta casa sólo había unos perros grandes y lanudos, que, al ver al ccamara, se escaparon. Entonces, como el ccamara tenía hambre y cansancio, se puso a buscar comida por todos los rincones. Buscando encontró unas ollas repletas de mote y chicharrones y se puso a comer. Pero quería más chicharrones y en lo que estaba buscando más ollas, encontró otras ollas llenas de chicharrones, pero eran chicharrones de orejas de gente y las ollas de mote, eran dientes humanos. Mientras el ccamara miraba las ollas que había comido, con los ojos que se le saltaban, a lo lejos escuchó un grito de lamento como de una corneta y cuando los gritos de lamento estaban ya cerca a la casa, el ccamara de un salto, se prendió como taparaku del mojinete de la casa. Entre tanto, lamentándose, había entrado un hombre oliendo a azufre, terriblemente harapiento, lleno de llagas sangrientas en los pies y en las manos. Era un condenado. Y entre lamento y lamento, en un instante, se comió los chicharrones, haciendo sonar el mote de dientes como tostado de habas. Ya en lo que lamía las ollas, husmeó: –¿Qué es eso que huele a madeja de gente? Busca, buscando se lamentaba y en cada lamento que daba, le salía por la nariz, como viento fuerte, humo de azufre. En esto el palo del mojinete crujió con el peso del ccamara. Entonces el ccamara tuvo que saltar, dando un grito descomunal sobre el condenado: –¡Jukuy! ¡Jukuy! – diciendo. Así cayó sobre la cabeza del condenado, y este penante escapó de su casa gritando: –¡Wauuuuuu! Y haciendo caer al suelo su cucuruchu. Una vez que se escapó el condenado, abandonando su casa, le robó todas sus cosas. Entonces el ccamara, con su botín llegó a su casa diciéndole a su mujer: –¡Trabajo también, carajo, estoy pasando! Así se avisaban estos ccamaras, no tienen miedo, roban hasta la casa del condenado. Ahora qué será de los ccamaras, seguro deben seguir en el mismo camino, porque ellos han nacido con esa estrella. Por eso eran hasta chistosos, como un ccamara que en un año cae a la cárcel hasta tres veces: la primera vez que lo soltaron, al mes ya estaba robando una tropa de ovejas y para su mala suerte lo capturaron. Entonces de nuevo lo habían despachado desde Ccatcca a la cárcel de Urcos. Después de haber estado seis meses nuevamente en la cárcel de Urcos, había salido pagando caución. Entonces este zamarro, el mismo día que lo soltaron de la cárcel por segunda vez, se había ido arreando un toro que encontró en las afueras del pueblo de Urcos. Seguro que el toro era de algún misti conocido de Urcos, porque cuando preguntaron por el toro, avisaron fácilmente: –Tal fulano está llevando-, diciendo. En casos de robo, cuando la persona que busca es sólo un runa chacarero sin amigos de confianza, qué le van a avisar, ni los parientes así que hayan visto el acto mismo del robo, no le avisan. Porque si los ladrones se enteraran siquiera por noticia de que el robo que hicieron está por