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Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 1
CREACIONES DE LOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE 3º
DE ESO Y 1º DE PCPI INSPIRADAS EN LA CIUDAD
VISIGODA DE RECÓPOLIS Y SU HISTORIA. I
IES S. ISIDRO
AZUQUECA DE HENARES
CURSO 2009-2010
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 2
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 3
Anica, el odio de una madre
Ana Mª Paun
1º PCPI
“Hace tres lunas perdí a mi hijo por culpa de los
monarcas visigodos. Me obligaron a marchar a la corte
para amamantar a Recaredo ,el heredero de Leovigildo
y futuro rey de los visigodos”.
El palacio era espectacular, se erguía en la parte más alta de la ciudad. Sus
dos plantas hacían de él el edificio más elevado de la recién fundada
Recópolis. La planta inferior servía para la recepciones de los nobles y de los
visitantes del rey. El espléndido pavimento de opus igninum provocaba una
increíble sensación de riqueza nada más traspasar las puertas del palacio. Al
llegar, condujeron a Anica hasta las dependencias privadas de una de las
magníficas torres. Allí en una enorme habitación, se encontraba una inmensa
chimenea que era constantemente alimentada para que la temperatura
garantizara que el pequeño nunca sintiera frío; el suelo se vestía con una lujosa
alfombra hecha de pieles de animales, de las paredes se pendían gruesas telas
de gran valor, que impedían que el calor saliese, un enorme lecho servía de
cuna a un diminuto bebé recién nacido. Los sentimientos contradictorios
llenaron el corazón de Anica. Se sentía feliz porque sin duda su estancia allí le
garantizaría comodidades y ricos alimentos que sólo allí podría disfrutar. Pero
la amargura más profunda pesaba mucho más porque sabía que su pequeño
hijo se encaminaría a una muerte segura sin su calor y sin su alimento.
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 4
Estando en ese lugar maravilloso, lloraba amamantando a un hijo que no era
mío.
“Cada vez mi dolor pesaba más y más sobre mi pecho, las lágrimas caían
desde mis ojos cansados, yo recordaba más y más el brillo de los ojos de mi
hijo que con llantos y miradas tiernas me pedía ayuda. Con sus llantos el
parecía que no me culpaba porque hubiera nacido así, pero yo en mi interior sí
me sentía culpable por no tener un hijo sano como todos los demás. Mis ganas
de vivir se iban con cada suspiro y cada dolor de mi hijo. En esa luna llena
cuando cerró los ojos para siempre, le juré que me vengaría de los hombres
que me apartaron de él sin piedad alguna.
Mi único error fue, ser una mujer hermosa, sana, trabajadora, lo que para ellos
eran virtudes yo los veía como defectos.
Mi hijo enfermó gravemente porque con apenas tres semanas de vida le faltaba
el calor materno, la alimentación adecuada como para sobrevivi; el último día
de la semana que me tocaba ir a verlo fue el último para él. Al llegar estaba
agonizando, estaba pálido y apenas respiraba. En esa noche fría dio su último
suspiro, sentí que se me había caído el mundo encima.
En esa misma semana yo solo tenía permiso para salir de la corte un solo día,
para ver y cuidar a mi hijo.
Cuando le di la noticia al rey y le pedí permiso para ir al entierro, me lo negó sin
explicación alguna, después de largas horas llorando y suplicándole una breve
escapada al cementerio su frió y duro corazón se ablandaron y me dio permiso
de solo media hora. Siempre tenía que ir acompañaba de sus fieles soldados.
Estando allí sentía como si la tierra se me fuese debajo de los pies, me hundía,
no podía respirar, no debía, me sentía culpable por el aire que yo podía respirar
y mi hijo no, me sentía culpable por vivir más días que él, sentía que no podría
vivir con la culpa apegada sobre mi pecho toda una vida. No pude ser una
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 5
buena madre que debería haber cuidado a su hijo como lo hace cualquier
madre y como lo había hecho con mis otros hijos.
El niño, por el cual me llevaron a la corte, fue creciendo y lo quise como si
fuese mío, porque él era la única persona que llenaba el hueco que tanto me
atormentaba cada noche.
Mi hijo Rodrigo, al verme llorar siempre que salía de permiso, empezó a odiar
al Leovigildo por apartarme de él y de su difunto hermanito y por no dejarme
vivir una vida normal como todas las demás mujeres del pueblo, criando a sus
hijos, cuidando las casas y sus tierras. Por eso decidió irse por un camino sin
retorno.
La noche empezó a caer. Era una noche fría y larga que pesaba sobre sus
hombros y sus pies cansados de tanto caminar. Pero no él se paró, siguió
andando hasta lo más alto de la montaña, donde se reflejaba una inmensa luz
en una gran ventana de un caserón. Al llegar arriba ya era media noche y no se
atrevió a llamar a la puerta por timidez, se quedó durmiendo en la puerta
grande que cerraba una gran muralla que impedía ver lo que había al otro lado.
Al amanecer un monje observó que estaba durmiendo fuera y le invitó a pasar
para darle un caldo caliente que le quitase el temblor de su cuerpo. Le preguntó
a dónde se dirigía un hombrecito tan pequeño, sin madre, padre y nada que le
acompañase a parte del profundo odio y pena hacia su pobre madre. Le
acogieron ese mismo día, le pidieron que ayudase a los monjes en sus tareas
ya que no tenía a donde ir.
Un año después le enseñaron a leer y a escribir, para él leer era una gran
pasión, como la curiosidad de las cosas nuevas que le quedaban y quería
descubrir. Fue creciendo y creciendo, cuando los monjes vieron que era capaz
de hacer cualquier cosa, lo llevaron a la corte.
Estando allí su odio como el mío iba creciendo cada vez más, pero había algo
que me aliviaba, era saber que mi hijo estaba allí y sentirme la mujer más
protegida del mundo porque tenía mi gran apoyo a mi lado, era como si
hubiésemos unido fuerzas.
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 6
Los años pasaban y pasaban y Recaredo iba creciendo, tenía diez años y vio
que la única madre que tenía era yo; yo era la que le cuidaba, la que le daba el
amor que no pudo dar a su hijo. Recaredo cada vez que se hacía mayor más
se daba cuenta de las cosas, al verme sufrir día a día me preguntó si me
pasaba algo, yo le decía que no se preocupara por mí que no era nada, pero el
tiempo pasaba y decidí que era suficiente mayor para saber la verdad.
Después de contarle todos los hechos él también empezó a odiar a su padre,
por no tener piedad de un niño que podría ser él mismo y de una mujer que le
cuidó y le crió con el todo el amor del mundo. Recaredo se dio cuenta de que
lo que Leovigildo había hecho no tenía perdón de Dios.
El rey percibió que su hijo le rechazaba por algo que había en su interior, era
algo que cada vez que le miraba a los ojos le asustaba, hasta que el undécimo
cumpleaños de su hijo se atrevió a preguntarle por qué había tanto odio en su
mirada cada vez que se acercaba a él. Recaredo le recriminó lo que había
hecho y que consideraba era una crueldad, entonces el rey le repitió la
pregunta. Recaredo le confesó que sabía la verdad, todo lo que él había hecho,
sabía que apartó a una madre de su propio hijo sin piedad, sabía que ese hijo
se murió porque no tuvo el amor materno.
Leovigildo se dio cuenta de todos sus errores, su hijo no le iba a perdonar en la
vida, entonces fue cuando cayó enfermo gravemente. La culpa le comía por
dentro como la propia peste, su cuerpo se estaba debilitando cada vez más.
Después de dos meses y medio agonizando, Leovigildo falleció, el reino quedó
para el que sería el futuro rey Recaredo.
Con solo once años de edad él sabía que no podría controlar todo el reino que
heredó de su padre. Entonces fue cuando me pidió ayuda para poder gobernar
y a mi hijo le nombró su consejero.
Y todos los problemas se arreglaron, a partir de entonces los tres vivimos
felices como una gran familia, mi hijo y yo ya no teníamos a quien odiar y
Recaredo tampoco. Nos quisimos sin reproches, ni disgustos, nada del mundo
podría cambiar nuestra manera de pensar y nadie ni nada podría romper ese
vínculo.
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 7
Yo era una madre muy feliz al tener dos hijos maravillosos, me sentía orgullosa
de haberlos educado en el principio del amor y la justicia. Ellos eran
respetuosos, honrados y justos. Recaredo no fue un rey despótico, se sentía
miembro de un gran pueblo. Quería ser feliz y que todo su reino también lo
fuera, pero los designios de la historia no le permitieron hacer realidad su
sueño.
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 8
Carlota, un amor imposible
Yurena Naves Plaza
1º PCPI
Alberto era un campesino que comerciaba legumbres
frutas y cosechas de los animales de su granja. Vivía en
la parte de extramuros de ciudad que fue poblada
tardíamente, era muy conocido entre las mujeres y se
enamoró locamente de Liusa, una preciosa campesina de padre orfebre. Del
amor de ambos nació Carlota. Liusa murió y el padre de Carlota quedó al cargo
de la pequeña. Era rubia de tez tenue y de ojos despiertos verdes como el
campo en primavera. Él nunca se había fijado en ella, pero un día a Carlota se
le cayó de la cestilla donde llevaba las patatas para venderlas en el mercadillo
que se hacía todas las tardes en el centro de Recópolis. La ayudó
amablemente a recoger las patatas y a levantarse del suelo; ella se levantó y
con una mirada fija en los ojos de Alberto esbozó una sonrisa y de sus labios
carnosos de color pálido salió un amable gracias y la más bella sonrisa que
éste había visto. Él que nunca se había enamorado de una mujer sintió que ese
revoloteo de mariposas volando de un lado a otro debía ser lo que llamaban
amor o algo parecido. Día tras día en la cosecha él con su azada se iba
acercando más a Carlota con la excusa de rozar sus vestiduras para que ella
se girara y él pedirle perdón. Una noche cálida de un verano agotador, Alberto
salió a la puerta a contemplar la cosecha de la mañana siguiente, cuando
escuchó un leve estornudo, se giró y la vio con una camisa desgastada por el
uso, pero eso no estropeó su bello rostro; él clavó sus ojos fijamente en ella y
ella le devolvió la mirada esbozando una tímida sonrisa; él la invitó a sentarse
en su escaño con él ya que la cosecha entre dos se veía mejor; ella accedió, él
le tomó la mano acariciando suavemente cada poro de su piel; ella le pidió
agua, él le invitó a pasar dentro. Una vez que se refrescaron con un vaso de
agua cristalina, él la tomó por su cintura y se amaron apasionadamente.
A la mañana siguiente Carlota había desaparecido, esta pérdida se prolongó a
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 9
lo largo de cuatro meses. Apareció con una ancha saya; Alberto no se fijó en
ella porque Alberto solo se fijaba en las mujeres de cintura fina y cuerpo
exuberante. Ella con la excusa de recoger la cosecha se acercó a él y le
susurro "estoy embaraza de un hijo tuyo". Él no deseaba ser padre, la agarró
del brazo y la insinuó que era una mujer de compañía, ella le advirtió que había
sido el único hombre al que ella se entregó.
A la mañana siguiente ella le quería anunciar que su padre sabía la noticia y
que ese mismo día ella le iba a solicitar que pidiera su mano ante su anciano
padre. Vio que en no estaba en el campo de labor y en el camino tampoco, la
casa de Alberto permanecía oscura y vacía, se temió lo peor. Lloró durante
muchos días. Hasta que él apareció varias lunas después ebrio y le aseguró
que él no iba a ser responsable de su desdicha. Llegó el momento del parto de
Liusa , con tan solo diecisiete años iba a ser madre y le aterraba la idea de no
poder mantener a esa pequeña criatura, la matrona avisó de que era una niña y
era preciosa.
Carlota no la quiso ver, mandó a su viejo padre que abandonara a la niña en la
puerta de la corte de Recadero. El pobre anciano, entre lágrimas, hizo caso a
su hija pensando que por el bien de la pequeña, su hija había decidido eso ya
que en la corte había mujeres que no podían concebir niños y sería un gran
regalo. No pudo dejarla en la misma puerta, estaba llena de soldados. La dejó
en el camino más próximo a la corte y llorando y pidiendo a Dios que fuera
acogida por alguien de la corte que la deseara con todas su fuerzas y que el
futuro de aquella pequeña no se basara en el duro trabajo de los campesinos.
Alberto apareció esa misma tarde con una mujer de pelo moreno rizado y de
tez canela, pidiendo a la joven Carlota que abandonara a esa niña ya que se
había vuelto a enamorar de la mujer que le acompañaba llamada Aude, en ese
mismo instante llego el padre de Carlota y anunció que la niña ya había sido
dejada en las entrañas del bosque. Alberto se alegró de la noticia, Carlota
lloraba desconsoladamente por la indiferencia de Alberto ante lo que ella sentía
por el que era amor y de que jamás volvería a ver la cara de esa pequeña ni
escuchar su llanto sediento de leche. Ella, arrepentida de su acto, mandó a
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 10
buscar a la pequeña al bosque donde el viejo padre de Liusa la había
abandonado. Al llegar este vio que la cestita donde la pequeña había sido
abandonada, estaba vacía y sólo quedaban restos de la sangre del parto.
Corrió hacia la cama de su hija y la aseguró que la pequeña había sido
recogida por alguien que escuchó su llanto.
Egica iba de noche hacia la corte, con grandes cubos de agua para ser
utilizada en la limpieza y el mantenimiento de la corte, cuando pasó por al lado
del río vio una cesta de mimbre, se quedó mirando vio unas manos que mecían
de un lado para otro y escuchó un gran llanto. Apoyó los cubos en una piedra,
se acercó, se agachó para ver bien de cerca lo que era. Vio que era una niña y
que tenía aún colgando el cordón umbilical. La mujer que la acurrucaba se
arremangó una capa de su gran vestido y envolvió a la pequeña haciendo
calmar con su calor ese llanto. Las puertas de la corte se abrieron, ella entregó
a la pequeña a Recadero, explicó con tristeza que apenas tenía unas horas de
vida y que si no hacían algo moriría de hambre. Él la mandó llevar a una de las
mujeres de la corte que había sido madre hacía poco para que esta alimentara
a la pequeña. Egica hizo caso a Recadero y acudió a la ayuda de la mujer, le
explicó que le recién nacido había sido abandonada al lado del río y que su
llanto la alertó. La mujer tomó a la pequeña entre sus brazos, la arropó y
acercó su pecho a la boca de la pequeña, esta mamo y cesó su llanto. Una vez
que la pequeña hubo comido, Egica la llevó ante Recadero de nuevo
preguntando qué hacer con la pequeña. Ordenó que la mujer que la había dado
de mamar siguiera alimentándola durante unos meses. La mujer rogó que
dejaran que la cuidara ella ya que no podía concebir hijos; Recadero accedió
con la condición de que cuando la niña fuera mayor estuviera a su servicio.
Agica aceptó, metió a la pequeña en un gran baúl con mantas y sábanas
viejas, simulando una cuna para la pequeña. Egica cada dos horas mandaba a
la pequeña al seno de la mujer, la mujer preguntó con incertidumbre y
curiosidad cuál era el nombre de la pequeña a lo que Egica respondió que aún
no tenía nombre, la mujer barajó la idea de llamarla Carlota. Egica respondió
que era un nombre precioso para la pequeña. Carlota cumplió el primer mes de
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 11
vida, su pelo era rubio y sus ojos negros como un cielo nocturno. La pequeña
continuó criándose entre el seno de esa hermosa mujer. Cada día que pasaba
el abuelo de la pequeña se acercaba a las puertas de la corte escondido detrás
de unos frondoso árboles para ver a la pequeña paseando entre los brazos de
aquella hermosa mujer. El viejo padre de la muchacha lloraba de la emoción de
ver que aquella preciosa pequeña era día a día más parecida a su hija. El
hombre entusiasmado acudía a su casa para comentarle a su hija que la
pequeña sonreía o que a la pequeña le dolía la tripa. Aquel pobre hombre no
podía dejar de pensar en la pequeña Carlota. Cayó gravemente enfermo y día
tras día se iba poniendo peor por no ver a su nieta, él sentía que poco a poco
se moría y que no vería crecer a aquella dulce niña. La mañana siguiente el
barrio donde ellos vivían estaba de luto, el viejo padre había muerto sin ver por
última vez a su amada nieta. La pequeña cumplió su primer año y Egica sentía
que era la madre de aquella pequeña y la animaba a que dijera su primera
palabrita enseñándola a decir mamá, agua, pan o cualquier cosa sencilla para
su “hija”. Una mañana la pequeña se despertó y pronunció su primera palabra
despertando a su “madre”. Égica le pidió que repitiera aquello que había dicho
y la niña, echándose a reír, le dijo mamá. Egica sintió como si aquella niña
hubiera sido su mayor regalo. Tomó su manita y con cuidado apoyó sus frágiles
pies en el suelo ayudándola a dar su primer pasito. Al cabo de unos meses dio
su primer paso y aprendió a abrir todas las puertas de la corte. La niña abría la
puerta del dormitorio de Recaredo y Recaredo se bajaba de su cama y jugaba
con la pequeña durante horas, él también sentía que aquella niña había
aparecido por algo en especial, le traía paz, alegría, y sobre todo la sensación
de querer. La pequeña cumplió su segundo añito y con el segundo añito su
sexto diente, cada día hablaba más y correteaba más. Cuando la pequeña iba
a la cocina las amables cocineras le daban un trozo pequeño de pan. Recaredo
mandó hacer a sus sastres una muñeca hecha de trapo algodón y con
bordados de flores para que la pequeña jugara todos los días con ella y
creciera con ella. La niña recibió su regalo y nada más cogerla con sus frágiles
manitas la abrazó y le dio un beso a Recaredo. Pasaron largos años y la niña
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 12
siguió creciendo con aquella muñeca y acudiendo todas las mañanas a la
habitación de Recaredo para que jugara con ella o para que le contara alguna
historia. Cumplió cinco añitos y Recaredo contrató un preceptor para que la
pequeña aprendiera algunas cosas como de dónde provenía o simplemente a
leer o escribir. Recaredo había cogido mucho cariño a esa niña y le agradaba
tenerla cerca y cuidar de ella. La niña cumplió seis años y como toda niña
deseaba tener un vestido muy bonito con el que pareciera una princesita, se lo
pidió a Recaredo, al día siguiente la niña correteaba por toda la casa con su
vestido y decidió salir al bosque para que los que caminaban con rumbo a sus
oficios vieran que estaba preciosa. Carlota no se dio cuenta y llegó al barrio
donde vivía Liusa, ella por supuesto no conocía la cara de su madre ni sabía
quién era. Liusa la reconoció rápidamente por su cabello rizado y sus ojos
almendrados como ella, quiso alzar la voz para llamar la atención de la
pequeña pero no le salió ni una palabra, sólo se quedó petrificada al ver que la
pequeña estaba tan guapa con su vestidito y decidió no decirle nada ya que se
la veía muy feliz y muy contenta de vivir con Recaredo, Egica y la hermosa
mujer. Pasaron seis años más y la pequeña Carlota ya tenía doce años, era
toda una mujer, con modales, buena presencia, buen habla… pero Egica y
Recaredo hicieron un trato “cuando carlota pueda trabajar, trabajará para mí”
ese es el precio que Egica pagó por quedarse con la pequeña. Egica anunció a
Carlota que debía trabajar para Recaredo que se pusiera una vestidura
cómoda y nada elegante. Carlota bajo las escaleras entristecida dispuesta a
pagar el precio de su vida. Egica ese dia la enseñó a lavar la ropa en el rio,
llevar los cubos y recocer las cestas que traían los campesinos. Luiva tenía que
llevar las patatas que había cosechado a la corte y temía encontrarse con la
pequeña.
Carlota abrió el gran portón por donde entraban los campesinos y sonriendo a
Liusa dijo: “que patatas más bonitas”. Liusa sólo pudo llorar, Carlota pensó que
había dicho algo malo. “ Perdóneme señora no era mi intención ofenderla de
ninguna manera”, Liusa alzó su mirada y tomó sus frágiles manos. “ No niña,
no lloro por eso, lloro porque….” Carlota no entendió nada. “Señora por qué
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 13
llora, dígamelo por favor”. Liusa se armó de valor.” Cómo te llamas niña”.
Carlota respondió complaciente: ”Carlota señora, mi nombre es Carlota”. Liusa
pensó que era un nombre precioso. “Está bien Carlota, te diré el porqué de mis
lágrimas, te lo contaré como si fuera un cuento de acuerdo”. Carlota se sentó
en un sillita que había al lado del gran portón.”Bien la escuchó”, dijo y Liusa
decidió contárselo. “Yo di a luz a una pequeña fruto de un amor no
correspondido, esa niña fue abandonada a la mano de Dios, porque sin una
familia formada por un padre y por una madre no podía vivir, ni tampoco
rodeada de pobreza, mande a mi padre que abandonara a la pequeña en el
camino que se dirige al bosque en una cestita con una mantita blanca” .Carlota
no podía creer lo que estaba escuchando,”Señora, ¿no quería a su hija?”…” Sí
pequeña la quería y la sigo queriendo con todas mis fuerzas”….”Señora y por
qué no la busca”….” Porque ella es demasiado feliz para estropear su vida”….
”No, no creo que usted arruine la vida de su hija al contrario, señora yo crecí
felizmente en este lugar y a la que yo llamo madre en realidad no es mi madre,
me hubiera gustado estar con mi madre….aunque sea rodeada de pobreza y
recogiendo patatas….”, señaló la niña. “ Lo sé pequeña por eso lloro por la vida
que no te pude dar….”. “¿Perdone?, exclamó. ” Sí pequeña soy tu madre y no
deseo entorpecer tu vida apareciendo en tu camino, sólo deseé que fueras
feliz, solo deseé que jamás sufrieras, ni que jamás pasaras hambre”…. Carlota
no pudo responder, sólo se levantó de su silla y sin pronunciar una palabra
cogió la cesta y se dirigió a la puerta pero antes de irse le dijo unas palabras
“La felicidad es indiferente en mi vida, si mi madre nunca está en los momentos
más necesarios” y cerró la puerta. Esa conversación quedó simplemente en un
recuerdo. Liusa no apreció nunca más. Carlota cumplió catorce años y Egica
decidió que ya sabía lavar la ropa y hacer las cosas encomendadas. La mandó
al río a lavar las vestiduras de Recaredo, la pequeña fue hacia el río, dejó su
cesta, sacó unas sayas y las puso en la maderita y empezó a frotar. Brilló el sol
y Carlota llevaba demasiadas vestiduras que hacían sofocante el desempeño
de la labor. Por un segundo dejó su tarea y apartó su precioso cabello y se
desprendió de una vestidura dejando entrever un poco de su cuerpo. Al recoger
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 14
ropas se mojó la vestidura, no le dio importancia puesto que estaba sola, o eso
se imaginaba porque un soldado de Recaredo decidió ir a mirar cómo iba al rio
para que no le pasara nada a la pequeña, cuando vio los movimientos de la
pequeña, su vestidura mojada y como sus piernas asomaban por el vestido, se
acercó a ella y la abrazo por detrás girándola bruscamente y pretendiendo
hacerle el amor. Le arrancó la camisa mojada dejando al descubierto sus
pechos. El crimen fue cometido. Tras ese día decidió irse con la mujer que
aseguraba ser su madre, fue al barrio, con su cesta de mimbre llena de sus
vestiduras, era madrugada, nadie se enteró de que carlota abandonó la corte.
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 15
La crueldad de un rey
Marco Mayoral
1º PCPI
Estaba todo oscuro, solo se veían las estrellas,
seguí mi instinto y caminé hasta una pequeña
casa de piedra y paja, llamé a la puerta pero nadie
contesté, entré sin dudar, estaba perdido y tenía
frío, en ella encontré sólo un lecho de paja con un
niño recién nacido pálido y sin fuerzas para llorar, le cogí en brazos, estaba
frío, asustado, lo volví a dejar en el lecho de paja sin esperanzas de que le
quedara mucho de vida, en una esquina una mujer encadenada con otro niño
en brazos amamantándole, la miré tenía el mismo aspecto, pálida sin fuerzas
de tanto llorar, intentaba llegar hasta el lecho de paja donde estaba el niño pero
la cadena era demasiado corta y no llegaba. Intenté ayudarla pero me paralizó
una sombra en la ventana, no se distinguía muy bien pero se veía en su rostro
la maldad, el orgullo, la frialdad. Disfrutaba de tan espantoso panorama,
disfrutaba con cada lagrima de la joven mujer y con los últimos latidos del
pequeño en el lecho, el hombre sólo quería que amantara al otro niño,
señalándole con el dedo, ordenando que cuidara al niño que se acurrucaba en
sus brazos y dejara morir al otro, pues no merecía la pena. Salí de la casa en
busca de ese ser tan despreciable, pero solo hallé oscuridad por todos lados, la
casa había desaparecido, la mujer, el niño, todo, no quedaba más que mi ira y
mi odio hacia ese hombre .
El canto del gallo me despertó, abrí los ajos me incorporé pensando en ese
sueño que se repetía todas las noches.
Se abrió la puerta muy despacito y supe por la forma de entrar quién era la que
se aproxiamaba
-Hija, pasa, estoy despierto, dije.
-Te he oído gritar esta noche padre.
-Sí, he vuelto a soñar con ese vieja historia.
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 16
- Padre, ¿podré ver a mamá hoy?
-No hija, tu madre está muy enferma, ya te dije que no puedes pasar a ese
cuarto hasta que se ponga bien y ahora márchate.
Salió corriendo del cuarto al ver mi enfado por la pregunta, no podía seguir
mintiendo a mi hija mucho más pero algún día tendría que morir esa
despreciable mujer o debería matarla yo mismo. Me levanté y bajé las
escaleras. Me fui a mi despacho donde paso todos los días, es el único lugar
donde puedo estar solo.
Llamaron a la puerta y fui a abrirla mientras gritaba, nunca están esos malditos
esclavos cuando se les necesita, abrí la puerta y el mensajero me entregó una
carta con el sello real, el mensajero me tendió la mano pidiéndome algunas
monedas y le cerré la puerta dándole en la cara. Me dirigí a mi cuarto cerrando
la puerta tras de mí, me senté en mi escritorio y con la daga empecé a abrir la
carta con el mayor cuidado posible, cuando fui a leerla unos gritos me
sobresaltaron haciendo que me un cortara en el dedo. Esa maldita mujer había
despertado, me levanté muy enojado, subí las escaleras y me dirigí al cuarto
donde residía, me descolgué la llave del cuello y abrí la puerta cerrándola de
un portazo.
Salí del cuarto, me miré las ropas y me dirigí a mis aposentos a cambiármelas,
pero escuché llegar a mi hija, me di prisa, cuando por fin estaba aseado bajé
despacio las escaleras, mientras bajaba intentaba poner la mejor de mis caras
para no revelar el crimen cometido. Me planté frente a ella y me arrodillé, la
agarre de las manos, me miró con sorpresa aunque ya se temía lo sucedido,
me preguntó:
-¿Qué ocurre padre, por qu esa cara de tristeza?
-Tu madre…ha muerto.
-Pero me dijiste que se estaba recuperando.
- Hija ha muerto, yo me marcho, volveré al amanecer, ahora vete y no llores, no
merece la pena.
La besé y le dije al mozo de cuadra que tuviera listo el caballo, esta noche
daría otro paseo nocturno. Reanudé la marcha para llegar a tiempo a ver a
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 17
Raymundo, el médico de la familia, me dirigí a la puerta principal cruzándola lo
más rápido posible.
Cuando por fin llegue a su casa, llamé tres veces y él me abrió en persona, me
ofreció asiento y yo le expliqué lo sucedido esa tarde:
-He matado a mi mujer.
Él me miró y no supo qué decir, le ofrecí una bolsa de oro por su discreción y
otra por su ayuda, él al ver el oro no dudó en dármela,
-¿Qué puedo hacer?
Tendrás que dar fe de la muerte de mi mujer, más bien inventártela por el bien
de mi familia. Él asintió y no dijo ninguna palabra más, me levanté y Salí por la
puerta despidiéndome pero antes de irme le miré y con la mirada intenté
expresarle la discreción que esto requería y él comprendió mi mirada y asintió.
Me dirigí al palacio aprovechando que mi hija estaba en su cuarto, mandé a
todos los criados al mercado, cuando por fin se hubieron marchado me dirigí a
los aposentos en donde yacía el cadáver inerte de mi mujer. Abrí la puerta con
la llave y la cerré con cautela y sin apenas hacer ruido, al verla pensé en como
taparla y arranqué las cortinas. La envolví, pero antes de sacarla del cuarto abrí
la puerta mirando por el umbral, antes de abrirla del todo, cuando vi que nadie
podía descubrirme, tiré de las ropas y bajé los escalones con ella a rastras
hasta el primer escalón. Cuando decidí llevarla en brazos lo más rápido que
pude, bajé los escalones y me dirigí al patio de armas, la coloqué en el carro y
la tapé con una lona marrón oscuro.Volví a entrar en el palacio para ver a mi
hija antes de mi marcha pero cambié de opinión.
Caía la tarde y me dirigí hacia el patio de armas a prepararme para partir
durante la noche cuando vi, en la ventana de la almena, asomada, a mi hija,
con la mirada perdida, contemplando al cielo estrellado, avía luna llena de un
color naranja rojizo, bañaba el dulce rostro de mi hija pero savia que ese dolor
desaparecería con el tiempo, me miró con cara inocente y no puede devolverle
la mirada, me giré y me dirigí hacia el mozo de cuadra, me respondió con un
gesto, estaba todo listo, el carro cargado y tapado con una lona marrón oscura,
amarré el caballo al carro me monté, cogí las riendas y cabalgué hasta las
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 18
afueras donde nadie pudiera verme, en el camino volví a recordar ese extraño
sueño. Oscuridad por todas partes; caminé vagando por las nieblas hasta una
pequeña sepultura olvidada por los años y vi a una mujer llorando a su lado con
una mano en el pecho y otra en la sepultura. Un niño pequeño la abrazaba de
las piernas sin comprender el dolor de la madre, al verme se soltó y llamó a su
madre, la joven me miró, sacó una daga, se arrodilló y se atravesó el pecho sin
dudarlo ni un momento, no podía creer lo que estaba viendo, la sangre caía
sobre la lápida.
Un movimiento brusco del carro me despertó, tiré de las riendas para parar y
me baje, me dirigí hacia la parte de atrás del carro, saqué la pala empecé a
cavar lo más rápido que pude. Era un trabajo agotador, me arrepentí de no
llevar a uno de los esclavos para que hicieran el trabajo pero no podía
involucrarlos era mi trabajo y sólo yo podía hacerlo así que seguí cavando. Por
fin terminé, el sol salía. Salí de hoyo como pude y me dirigí al carro, quité la
lona y descubrí el cuerpo inmóvil de mi mujer la cogí de los pies y la deposité
en el suelo la envolví en la lona y la arrojé al foso donde la cubrí con tierra,
cuando por fin quedó bien cubierta disimulé la tumba con piedras y ramas, no
puse cruz ni nada pues no quería que nadie la recordara pero luego pensé en
mi hija. Lo hacía por su bien, me senté al pie de un árbol y me quedé mirando
la ciudad con la leve luz del sol saliente. Después de un rato me incorporé, me
senté en el carro y volví a casa.
Después de seis años de largas conversaciones con el rey sobre la situación
de la ciudad, me reuní con fuerzas de proponerle al rey el matrimonio de mi hija
con un joven noble; el rey no me respondió el mismo día; esperé un largo
tiempo su respuesta.
Salí de mis aposentos y bajé al gran salón donde estaba mi hija con su criada.
En ese momento me di cuenta que ya no era mi pequeña había crecido
demasiado, tenía un pelo negro azabache que le llegaba por la cintura recogida
en una coleta pulcra y ornamentada, tenía la cara ovalada con un toque de
dulzura, en eso se parecía a su difunta madre. No podía creer lo que había
crecido pero después de seis años no podía esperar otra cosa. Me acerqué y
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
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me dirigí a Loare, le pedí que me acompañara a mi despacho para hablar de un
tema concerniente a mi hija. Loare me acompañó sin decir ni una palabra con
la cabeza gacha, temiendo lo peor, estaba distante a ella pero sentía su miedo.
Le abrí la puerta cediéndole el paso y le pedí que se sentara y yo me senté a
continuación, ella con voz suave me preguntó la razón de su llamada y yo le
expliqué la boda concertada de Aleidis, mi hija, ella me miró con cara de
sorpresa, esa expresión ya me la esperaba, le contesté. Loure agachó la
cabeza y se sonrojó, con un suspiro me respondió con la misma pregunta:
-Necesito que busques a un sastre para el vestido de mi hija, el rey me enviará
una carta para decirme con quién se casará.
-¿Señor se lo habéis dicho ya a vuestra hija?
- Aún no, estoy esperando a la respuesta del rey, ya te lo he dicho. Se acabó la
conversación ve a buscar al mejor sastre.
-Sí señor.
-Vamos es para hoy, no te quedes hay parada
Ella con prisa se levantó y salió de la habitación.
-Se me olvidaba, no digas nada aún a mi hija ¿entendido?
-Sí señor
Se marchó sin mirar atrás. Mi hija llamó a la puerta, traía una carta en la mano,
entró, me la depositó en el escritorio y se marchó cerrando la puerta con la
máxima suavidad posible. Miré la carta fijamente y la cogí, sabía de quien era
esa carta, pero la solté y me quedé mirando la daga, no podía creer que aún la
guardara, pero me divertía tener algún recuerdo de esa mujer. Así que empuñé
mi daga y con impaciencia abrí la carta, la desdoble y la empecé a leer. Por fin
tenía la respuesta, pero me sorprendí de que fuera a casarse con un capitán
del ejército personal del rey. Cerré la carta y la guardé en un pequeño cofre de
madera de roble que tenía encima de mi mesa. Lo cerré y me dirigí a buscar a
mi hija para darle la noticia, la encontré sentada junto a la ventana mirando al
cielo. Me recordó a la noche en que murió su madre. Intenté llegar a ella sin
hacer ruido pero mis pasos no eran tan sigilosos como pensaba, se giró y ves
quedó mirándome fijamente hasta que pude articular palabra.
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
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-Hija, el rey ya ha concertado tu matrimonio: te casaras con Alejandro, capitán
de su guardia personal.
Mi hija no articuló palabra y me pidió permiso para marcharse y yo accedí,
contento por su emoción me senté en el gran salón a la espera de la criada con
la costurera. La boda tendría que celebrarse con rapidez, no podía esperar
mucho. La puerta se abrió, la criada entró con una hermosa joven de aspecto
familiar. Me quedé mirándola sin decir nada, intentando recordar el por qué de
su familiaridad. Me giré y me dirigí a la criada y con un tono suave y sereno le
pedí que acompañara a la joven a los aposentos de mi hija.
Partí hacia el ala norte del palacio donde concerté mi encuentro para discutir la
dote del compromiso. Mientras me dirigía hacía la estancia crucé un pasillo
desconocido para mí, con innumerables puertas, todas iluminadas con
antorchas ya casi consumidas. Era siniestro, oscuro, era el lugar donde
residían los soldados de la corte. Cuando llegué a la última puerta, una voz rota
y grave me invitó a pasar. Abrí la puerta y la persona a la que vi no era el
hombre que esperaba pasar mi hija, era viejo y demacrado por las guerras.
Pero aun así no pude hacer nada, sonreí y me senté ofreciéndole un pequeño
cofre de madera que contenía doscientas monedas de oro. Él con emoción
cogió el cofre y lo abrió para comprobar su contenido, con una mirada
avarienta, lo cerró y le acerqué el contrato de matrimonio que él con rapidez
cogió, firmó y dobló. Me lo entregó, le acerqué la mano y él me la estrechó con
un enérgico movimiento.
Cuando por fin estuve en el gran salón vi al sastre bajar rápidamente las
escaleras y marcharse sin decir nada, me sorprendió un poco y fui a ver a mi
hija. Al subir las escaleras vi a la criada nerviosa, me intentó decir todo pero yo
ya lo había deducido para entonces. Abrí la puerta de los aposentos de mi hija
con un gran estrépito para hallar lo que me imaginaba; me giré y le pregunté a
la criada dónde estaba y cuánto tiempo hacía que se había marchado. La
criada no pudo contestarme, agachó la cabeza y yo, con impulso de rabia, la
golpeé haciendo que cayera al suelo. No pude ver si se levantaba, pues me
dirigí al gran salón gritando, llamando a todos los criados, que no me hicieron
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
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esperar, y con enfado y rabia les dije:
-Id a buscar a mi hija, hasta que no la encontréis no volváis, si lo hacéis
desearéis no haber nacido.
Los criados no tardaron en marchar, me fui a mi cuarto y me senté junto a la
chimenea, no aparté la mirada del fuego.
La mujer levantó la mirada de esa pequeña lápida de piedra, yo la miré pero se
desplomó, el niño se levantó sin derramar una lágrima y se acercó a mí. Me
hizo agacharme para susurrarme al oído palabras de venganza y odio hacia la
persona que le había maldecido can el sufrimiento, me hizo jurarlo y no dudé
en aceptar el juramento: sentía cómo la venganza se apoderaba de mí como si
yo fuera el niño, como si yo fuera la mujer.
El chasquido de la leña quemándose en la chimenea me despertó. La sirvienta
de mi hija entró para decirme que habían encontrado a mi hija. Me levanté
esperanzado, pero su rostro no parecía decir lo mismo. Caía la noche no podía
creer que mi hija se suicidara por un miserable soldado, las dudas inundaron mi
cabeza, el sueño parecía cobrar sentido no podía creerlo, no podía creer lo que
estaba a punto de hacer.
Me levanté, me puse la túnica cubriéndome la cabeza, me dirigí al patio de
armas y ensillé mi caballo negro como la ceniza, monté y galopé hasta la
frontera de nuestro reino. Hacía frío pero no podía echarme atrás no quería, a
lo lejos vi las antorchas de nuestros enemigos, no me detuve ni un momento,
apreté el paso acercándome más y más hacia la frontera, un silbido que
rasgaba el aire me detuvo. El caballo cayó y yo rodé por el suelo, me levanté
rápido y levanté las manos gritando para que no lanzaran más flechas y
funcionó. Dos soldados se acercaron a mí empujándome, me agarraron y me
ataron, miré hacia atrás, contemplando a mi caballo a lo lejos con una flecha
clavada en el costado.
Me arrastraron hasta una tienda de la que salió el que parecía el superior del
ejército de los musulmanes, sacó un pequeño cuchillo y cortó las ataduras que
me oprimían las muñecas, se puso delante de mí y me preguntó el por qué de
mi presencia, le respondí:
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-He venido Para daros la información que esperáis.
El hombre sorprendido me miró y con el cuchillo en mano me señaló y me
exigió que hablara, yo le contesté que las paredes tenían oídos. Me levanté,
cogí papel y pluma y me puse a escribir. Cuando terminé, sin decir nada, me
dirigí a recuperar mi caballo para volver a la ciudad, pero los soldados me
detuvieron con varios golpes que me hicieron desplomarme. Una voz en una
lengua que no conocía les gritó y me dejaron marchar, depositándome una
carta en el bolsillo de la túnica y ofreciéndome otro caballo, pues el mío ya no
lo divisaba en el horizonte.
Por fin me alejaba de ese lugar, apreté el paso pues oí galopar a varios
caballos tras de mí, aunque no veía a nadie. Cuando por fin atravesé las
puertas de Recópolis me sentí a salvo, desmonté y fui andando hacia palacio,
de las sombras aparecieron varios soldados que me detuvieron con sus lanzas,
sonriendo me pusieron los grilletes y me golpearon. La visión se me apagaba y
los párpados me pesaban, sentí el golpe que me di al caer al suelo.
Me desperté con un gran dolor de cabeza, intenté incorporarme pero los
soldados al verme despierto ya lo hicieron por mí, me sostuvieron hasta que
me mantuve en pie.
La vista después de un rato se me aclaró y pude ver el lugar donde estaba, me
era familiar, grandes ventanales a cada lado del cuarto con cortinas verdes y
doradas, era el salón del trono pero el rey no estaba sentado en su silla, intenté
hablar con un soldado por el motivo de mi detención pero no me contestó. Me
giré para poder verle bien y entonces no podía creer quién era el capitán de la
guardia personal del rey: el marido de mi difunta hija, solo le pude formular una
pregunta aunque ya conocía la respuesta.
-¿Por qué?
No me contestó pero me obligó a ponerme rodillas y a agachar la cabeza, el
rey estaba entrando por las puertas de cedro y oro, caminando a mi lado hasta
llegar hasta el trono donde se sentó y sin apartar la mirada de mí, le preguntó
al capitán:
-¿Le has registrado?
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-Sí mi señor, hemos encontrado un carta en su túnica
-Entrégamela.
El capitán le entregó la carta, yo sabía que era mi fin, pero también sabía que
era el Suyo, eso me reconfortó. Mientras el rey leía la carta, yo me fijé en una
abertura circular en el techo que me permitía ver las estrellas y permitía el paso
de la luz por el día, no apart´r la vista de las estrellas hasta que los gritos de
furia del rey dirigidos a mí me hicieron reaccionar. Se situó delante de mí
gritándome, llamándome traidor, pero no quería escuchar sus palabras. Ordenó
a los soldados que me hicieran hablar y después de un buen rato de
apaleamientos, el rey levantó la mano para que me incorporaran y pararan.
No me quedaban fuerzas, sentía el sabor de la sangre en mi boca y
recorriéndome la cara, las puertas se abrieron y un soldado se dirigió al rey
rápidamente para decirle la noticia que yo esperaba, el soldado lo dijo alto y
claro:
-Toletum está siendo invadida.
Yo rápidamente miré al rey que después de oír la noticia, se levantó
desenfundando un puñal, me lo puso en el cuello y lo empujó, sentí el acero
frío atravesándome la garganta.
No podía oír pues no escuchaba las palabras del rey, no podía hablar pero
tampoco quería, sentía como la sangre me abandonaba para teñir el suelo de
rico opus igninum, miré el cielo pensando en aquel niño de mis sueños que por
fin había conseguido su venganza, aunque tuviera que dar su vida para
conseguirlo.
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Un amor que parecía imposible
Adrián Pérez Raya
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La estancia era fría, húmeda y oscura. A Raimundo
siempre le había gustado permanecer en ese ambiente
algo tenebroso cuando regresaba de duras campañas
militares en las que tenía que estar durante días y días
bajo el sol abrasador. Había sido más de cuarenta años
de guerras constantes y penalidades de todo tipo.
Cuarenta años al servicio de Leovigildo que nunca fueron lo suficientemente
agradecidos. Mil veces puso en peligro su vida, mil veces se salvo de milagro y
nunca una palabra de ánimo ni de reconocimiento. Él sabía que eso era así,
sabía que no debía esperar nada. Una vida entregada en cuerpo y alma a su
rey que le había impedido fundar una familia. Los soldados no tienen derecho a
ser felices. Siempre estuvo enamorado de la dulce Selena, la hija de unos
parientes lejanos llegados a Recópolis hacía treinta años para repoblar. Nunca
pudo declararle su amor aunque siempre supo que ella también le amaba.
Finalmente, harta de esperar se terminó casando con un joven campesino que
le dio la felicidad y un montón de hijos. Ella era una anciana tranquila y
hermosa que disfrutaba viendo corretear a sus múltiples nietos a su alrededor,
nunca conoció la soledad, aunque tuvo que trabajar muy duro siempre fue feliz
rodeada de los suyos. En cambio, él no tuvo esposa, no tuvo hijos, siempre
estuvo solo hasta que un buen día de abril algo fantástico ocurrió en su vida.
Caminaba paseando a las riberas del Tajo, después de una larga campaña
militar que le había causado unas terribles heridas que le acompañarían
siempre, cuando entre los juncos algo se movió. Al principio no le dio
importancia pensando que sería alguna rata de agua o algún pato, pero cuando
el ligero movimiento fue acompañado por un débil sonido parecido a un llanto,
decidió aproximarse hasta el lugar. Su sorpresa fue mayúscula cuando entre la
maleza descubrió un pequeño cestillo en cuyo interior se desperezaba un
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
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minúsculo niño recién nacido. Su primer impulso fue salir corriendo, él no
estaba acostumbrado a ver niños, sólo cuando entraban en algún poblado
enemigo y lloraban al ver el miedo en la cara de sus padres ajusticiados. Pero
decidió recoger a la criatura indefensa. Caía la noche cuando cruzo la puerta
de Toledo de la muralla de la ciudad y era noche entrada cuando llegó a su
casa con el pequeño. Nunca pudo imaginar lo importante que ese niño, al que
llamó Arcadio, sería en su vida.
Raimundo fue mi maestro desde que era pequeño, el me encontró en el rio
cuando mi madre a la que no conozco ni conocí me dejo en una cesta de
mimbre. El me recogió me dio cobijo y comida, durante todo estos años, me
enseño a combatir y luchar contra mis enemigos, también me enseñó la caza,
la doma de caballos y la pesca por si algún día tendría que valerme por mi
mismo. Es un hombre al que admiro con ternura y tengo tanto recuerdos sobre
mi infancia con él tan emocionantes… yo siempre le he querido como a un
padre, de hecho él fue quien me enseñó como a un hijo. Me llamo Arcadio y fue
gracias a él pude salir a adelante.
Ahora le veo aquí a mi lado echado en su catre a punto de fallecer. Ninguna
palabra salida de su boca solo una respiración entrecortada. Cuando me senté
a su lado me miró con una expresión triste y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Seguro que le entristecía dejarme solo en este mundo cruel y salvaje y a mí
también me daba mucha pena ver que iba a perder a la persona que más había
querido nunca. Le cogí la mano para que no se sintiera solo, en ese último
viaje, él la agarró con fuerza y una extraña sensación atravesó todo mi cuerpo.
Fue como si todo su valor, toda su vitalidad, toda la sabiduría que había
atesorado a lo largo de su vida fuera trasladada a mi cuerpo a través de su
mano. En ese momento un viento helado abrió la ventana de la habitación y
una sombra extraña pasó sobre el lecho de mi padre, un estertor removió todo
su cuerpo y en ese instante el último aliento se le escapó de su boca. Estuve
llorando amargamente hasta el amanecer. Ahora estaba realmente solo en el
mundo. Esa fue la última vez que lloré.
Ese mismo día se celebró el entierro de uno de los caballeros más valerosos
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
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de la corte, muchos compañeros de batalla acudieron a despedirte y un
emisario real nos trajo una moneda de oro enviada por el mismísimo Recaredo
para pagar el ataúd que recogería sus restos. Yo, que además del cristianismo
seguía practicando ritos precristianos, metí bajo su lengua una moneda de
bronce para que mi padre pudiera pagar al Barquero el paso al otro lado.
Al día siguiente me llamaron a la corte para ofrecerme pertenecer a la guardia
personal del que se convertirá en rey, Recaredo. Tuve que abandonar mi casa
e irme a vivir ala corte para adiestrarme en las artes de la guerra, se estaba
preparando una gran batalla contra los musulmanes que acababan de entrar en
la Península. Podía ser los últimos días de nuestras vidas sino ganábamos esa
batalla, hasta los ciudadanos se estaban preparando para combatir, se estaban
temiendo lo peor. Los herreros forjaran armas y los ejércitos partieron hacia el
sur reuniendo gente de los pueblos para combatir. La marcha fue dura y difícil,
fue muy larga, muchos caballos se murieron y esas carnes se utilizaban para
alimentar al ejercito conservándolas en sal. Yo, experto cazador, me adentraba
en el bosque con perros, algunos días había suerte y cazaba algún jabalí o
algún ciervo. Un día, en una de mis incursiones en el monte vi a uno de mis
perros desangrándose, a los pocos pasos un jabalí enorme me clavó su mirada
sanguinaria. Por primera vez sentí miedo, después de una cruenta lucha
conseguí abatirlo. Esa noche delebramos un buen banquete.
Después de quince largas jornadas, llegamos a Sierra morena y poco a poco vi
horrorizado como mis compañeros caían por los escarpados riscos. Era un frío
invierno, sobrevivíamos gracias a las hogueras que encendíamos con las
ramas y la madera que caía de los árboles. Al caer la noche empezamos a
buscar una gruta para guarecernos esa noche. Estaba poblada de murciélagos,
era fría y húmeda y era casi imposible hacer fuego porque toda la madera
estaba mojada. Las paredes de le la cueva estaban cubiertas de musgo y
moho.
Después de esa noche de penalidades amaneció un día soleado.
Emprendimos nuevamente la marcha y después de cinco días llegamos
agotados a las puertas de la ciudad de Sevilla, donde los árabes se
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preparaban para seguir conquistando tierras. Me entró pánico y mucho miedo
al ver a miles de soldados árabes preparándose para la batalla en el interior de
la ciudad.
Eran beréberes, el color de sus rostros era oscuro y parecían demonios. Iban
totalmente armados, cada uno llevaba dos espadas y varias dagas, una
armadura plateada que relucía al sol y un fuerte casco con una cresta de
plumas rojas, que les hacían invulnerables. Estaban organizados en formación
de ataque y se adiestraban en el tiro con arco y lanzamiento de jabalina.
Tenían una puntería increíble. Seríamos presa fácil. Moriríamos todos.
Fui a informar al capitán de mi ejercito y este reunió a sus hombres de
confianza, entre los que estaba yo para preparar la estrategia. Después de
varias horas llegamos a la conclusión de que un enfrentamiento directo era un
suicidio.
Decidimos envenenar las aguas. Al caer la noche me dirigía hacia el acueducto
por el que pasa toda el agua de Sevilla, estaba vigilado por algunos beréberes.
Tenía que ser sigiloso y hábil, sólo llevaba el veneno y un pequeño machete
con el que maté a dos de esos vigilantes. Al final conseguí echar el veneno en
las aguas. Murieron muchos, también inocentes. Cuando se dieron cuenta los
que se salvaron salieron a buscar culpables.
De Sevilla a Córdoba había un desfiladero por el que pasaba el rio
Guadalquivir, al lado un camino. Allí les íbamos a tender una emboscada. Al
amanecer, vimos en el horizonte que se acercaban: eran unos dos mil
hombres. Preparamos unas rocas en un altozano, al pasar por debajo se las
lanzamos. Luego llegó la batalla cuerpo a cuerpo, pero les superábamos en
número y sólo murieron unos pocos de los nuestros. Les arrebatamos todas
sus armas y sus caballos, atrapamos a uno de los beréberes como rehén para
que nos confesaran los planes que tenían para atacar Toledo y el norte.
Cuando le quitamos la armadura descubrimos que era una mujer. Era
guapísima, morena con unos rizos largísimos, con los ojos verdes como
esmeraldas.
La torturamos cruelmente para sacarle la información que necesitábamos. Sólo
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cuando un hierro candente quemó su cara, confesó los planes del ejercito
árabe que estaba iniciando la conquista de Hispania.
Decidimos encerrarla en una cueva escondida de las montañas que rodeaban
Corduba, porque estábamos seguros de que nos sería útil para un futuro
intercambio de rehenes. Esa noche estuvo delirando, seguramente por las
graves heridas que le hicimos; me encargaron llevarle alimentos y curar sus
heridas. Le proporcioné un cuenco de leche de una vaca que habíamos robado
en un pueblo cercano y una trucha que había pescado en el rio Guadalquivir.
Me sorprendió que ella supiese hablar latín, mediante esa lengua podíamos
comunicarnos. Me dijo que se llamaba Suleima y me dio las gracias por llevarle
comida y una manta con la que se protegía de los fríos de las noches en la
sierra; me habló de su triste pasado.
Sus padres fueron asesinados por unos bandidos en su lejana ciudad de
Túnez. Ella pudo librase porque se escondió entre la maleza del bosque.
Se crió como una niña salvaje durante años alimentándose de animales que
podía cazar y las hierbas silvestres; compartió cobijo con unos ciervos que
habitaban en una gruta próxima. Así transcurrió su vida hasta que un pequeño
ejército del emir acampó en un claro del bosque. En ese momento decidió
unirse a los únicos seres humanos que había visto en muchos años. Lo difícil
era como conseguirlo. La suerte corrió de su lado. Uno de los soldados fue a
bañarse a las aguas de un lago cercano. Desnudó su cuerpo fuerte y lleno de
cicatrices de guerra, dejando sus vestiduras al lado del fuego. El pobre infeliz
se dirigió hacia el centro del lago, sin saber que precisamente allí encontraría
su muerte.
Ella fue aceptada por sus compañeros después de demostrar su valentía y se
les fue olvidando que era una mujer. Su valor en el combate, su fuerza física,
su habilidad en los asaltos, su crueldad con los enemigos… la hicieron
convertirse en el soldado más famoso del ejército del emir.
Ella estaba sorprendida al descubrir en su corazón sentimientos que nunca
había experimentado. Arcadio le despertaba una ternura… un amor
desconocidos. Habría hecho por él cualquier cosa, incluso convertirse y
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renegar de su fe, pero dudaba de que él sintiera lo mismo. Si pudiera
confesarle su amor…
Yo me había enamorado perdidamente de Suleima, me encantaba su mirada
aterciopelada, sus fuertes piernas de guerrera, sus manos expresivas que se
movían como palomas cuando hablaba, su risa e incluso su llanto.
Mi mejor amigo me avisó del peligro que suponía mi amor hacía Suleima. Sin
duda sería entendido como una traición y a los traidores se les colgaba. Pero
era demasiado tarde, su amor estaba por encima del miedo, de la prudencia…
Una noche se fue a pasarla con ella, pero le pillaron unos compañeros que le
tenían mucha envidia y le dijeron que iban a informar al sargento.
Él tuvo que tomar la decisión más importarse de toda su vida: quedarse y que
la mataran o huir con ella; decidió jugarse la vida y huyendo con ella. Cogió
todas las provisiones que pudo. Cuando se le acabaron, tuvo que salir a cazar,
se adentró en el bosque y casi encontró la muerte, peleó con una manada de
lobos, con una antorcha les espanto. Esos días se alimentaron de uno de los
lobos que mató.
Al llegar a Ovetun tras un largo y duro camino, intentaron quedarse allí pero
había llegado la noticia de que era un traidor. Se vieron obligados de nuevo a
huir, salieron en dirección al norte de Francia, al reino de los Francos. El
camino fue muy largo y duro, el frío les helaba los huesos, no tenían nada de
comer. Muchos días no comían nada, estaban muy débiles si no les aceptaban
en su nuevo destino morirían.
Cuando llegaron a la región del Aude les acogieron: a él le dieron trabajo como
domador de caballos y ella, como era una gran conocedora de los secretos de
las plantas, fue empleada en el monasterio para curar enfermos.
Allí encontraron su felicidad.
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
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Agata, la doncella valiente
Melisa Terrón
(1º PCPI)
Agata, a pesar de haber sido engendrada por Samara,
una de las meretrices más conocidas de Recópolis, se
había criado bajo la protección y el amor de su madre.
Samara estaba perdidamente enamorada de Arcadio,
uno de los soldados más hermosos y valientes de la
guardia personal de Leovigildo. Ninguno de los dos
habían conocido el amor de una familia ya que se
habían criado lejos de sus padres legítimos. Samara había decidido cuidar a
esa niña que había sido el único de los vástagos fruto de un amor verdadero
porque ella siempre había estado enamorada de Arcadio. Muchos habían sido
los embarazos que no habían llegado a término por terribles abortos que la
bruja Carava le había provocado… Cuando Agata cumplió doce años su madre
consiguió acumular una importante cantidad de dinero, lo que la permitió
acordar un matrimonio con un apuesto joven, Luján, hijo mayor de una familia
de humildes y buenos campesinos.
Este matrimonio, aunque de conveniencia, fue para Agata la salvación de un
futuro incierto que habría estado marcado con total seguridad por la profesión
de su madre. Luján nunca estuvo enamorado de ella pero la seguridad que le
daría la importante dote de su esposa le hizo aceptar la mano de la joven.
Además le parecía una mujer muy apetecible, sus ojos tintados por la miel
hacían que su mirada fuera dulce y prometedora, sus anchas caderas amplias
y bien contorneadas y sus pechos turgentes hacían pensar que iba a ser una
estupenda madre y una excelente amante,… en realidad Luján la miraba como
una posesión que además de hijos le proporcionaría un gran placer, pero
ningún sentimiento de amor o ternura le despertaba aquella espléndida mujer.
Agata estaba muy enamorada de Luján, le parecía apuesto, fuerte y, aunque su
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carácter era muy fuerte y en ocasiones agresivo, ella tenía nublada la vista por
el amor. Su noche de bodas le despertó sentimientos contradictorios, su
violencia y falta de sensibilidad le provocaron un daño atroz pero la seguridad
que le daba el poder tener hijos fuertes y saludables como él merecía la pena.
A pesar de sus desplantes y de sus malos modos, Agata siempre lo trató con
cariño y dulzura y perdonó todos sus malos gestos.
“Así pasaron los meses y nació mi primer hijo al que llamamos Aitor, en honor
de un lejano pariente vascón de mi marido. El niño se crió fuerte y sano”.
Al cabo del tiempo decidieron tener otro hijo, Agata sufría mucho y luchaba
contra viento y marea para conseguir el amor de Luján.
“Intentaba seducirle nuevamente poniéndome mis mejores vestidos, me lavaba
con agua de romero y rosas, coloreaba mis mejillas y mis labios, pero él seguía
sin enamorarse de mí. Una noche llegó a casa, había bebido, me agarró
bruscamente y me llevó al dormitorio, me tumbó encima del jergón, se tumbo
encima de mí y me empezó a besar. Era la primera vez que hacíamos el amor
tan dulcemente. Después de ese día, noté que mi cuerpo cambiaba, mis
pechos iban aumentado, al igual que mis caderas, vómitos y mareos me
asaltaban todas las mañanas. Una noche fría de invierno, un dolor intenso me
arrancaba las entrañas, sentía cómo me desgarraba por dentro. De madrugada
sentí cómo por mis piernas caía un chorro cálido de sangre. Perdí a los dos
mellizos, mi marido me culpaba, me decía que yo los había matado. Un nuevo
muchacho había venido a la ciudad, era guapo moreno con ojos verdes, su
cuerpo era tan corpulento que todas las mujeres se fijaban en él, vivía a
nuestro lado, se dedicaba a cultivar tierras. Yo poco a poco me fui enamorando
de él. Hasta que un día cruzamos nuestras miradas, a partir de ese día nos
veíamos día sí y día no. Nuestro encuentros eran en un campo de trigo fuera
de Recópolis, él me hacía sentir lo que mi marido nunca había sido capaz. Una
mañana de verano me levanté nuevamente presa de los vómitos y a los nueve
meses nació un precioso niño al que llamé Luján, era de mi vecino y nadie lo
sabía, mi marido estaba muy contento y parecía que poco a poco se iba
enamorando de mí. Yo seguía viéndome con mi vecino a escondidas. Hasta
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que un día él me anunció que tenía que ir al sur para encontrarse con el
ejército musulmán, me dijo que iba a poner en peligro su vida para defendernos
contra los musulmanes y que siempre estaría pensando en mí, en mis caricias
y en mis besos. Yo lloré amargamente, él era el único hombre que me había
amado de verdad, sin intereses y sin esperar nada.
Los días se hacían muy largos y tenía que hacer auténticos esfuerzos para
sacarlo de mi mente. Cuando mi marido me acariciaba, me acordaba de él, de
esos días en nuestros reencuentros en el campo. A los dos años, llegó el
emisario del rey, comunicando que la campaña contra los árabes había sido
una masacre, que habían muerto muchas personas y entre esas personas
estaba él, me sentí desfallecer, todo me lo tenía que guardar, mi sufrimiento, mi
angustia, todo… Pero también el pensar que tenía un hijo suyo me hacía feliz.
Todo había cambiado en casa, mi marido me atendía más, se preocupaba por
mí y por los niños.
Pasó mucho tiempo y yo ya me había recuperado de la muerte de mi amante.
Todo era perfecto en mi vida, mi marido me amaba…
mis hijos eran sanos y fuertes… Nada más podía desear. Seguro que aquello
era lo más parecido a la felicidad absoluta.
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Un destino desgraciado
Lorena Capilla
(1º PCPI)
Fue la única alegría que tuvo su madre a lo largo
de una larga vida de incertidumbres, dolores, penas
y sinsabores. Nadie podía imaginar lo desgraciada
que aquella hermosa dama había sido a lo largo de
su vida. Bertha fue obligada a casarse con Rodrigo
en un matrimonio de conveniencia que ella nunca deseó. Él, diez años mayor
que la joven, era un hombre sin escrúpulos, obsesionado con medrar en la
corte, siempre daba la mejor de sus caras a todos los nobles y dirigentes que
podían apoyar su empresa y en su proyecto era fundamental el matrimonio con
una noble goda para llegar cerca del poder. Nadie hubo tan ávido de poder en
aquellos tiempos como Rodrigo, el consejeroreal.
Cuando sólo tenía quince años Bertha tuvo que casarse en la gran basílica con
Rodrigo que, a pesar de sus treinta años, seguía siendo un hombre fuerte y
atractivo. A partir de ahí comenzaron las lágrimas, el sufrimiento y el dolor. Él
nunca le dio un beso de amor, ni una caricia ni una mirada cómplice, por el
contrario sólo desaires e indiferencia. La noche de bodas se convirtió en un
tormento, él la tomó violentamente arrancándole sus ricos vestidos y
destrozando el maravilloso collar de perlas herencia de todas las mujeres de su
linaje y que se había convertido en una especie de símbolo de protección. Sin
su collar protector, sin una madre a la confesar sus penas… su vida sería un
infierno. Con el paso de las lunas sintió que su cuerpo adolescente ya no era el
mismo. Algo estaba cambiando en su interior. Una noche lluviosa, el que iba a
ser el heredero de Rodrigo que estaba creciendo en sus entrañas desapareció
en un charco de lágrimas y sangre. Tantos sinsabores y disgustos habían
provocado la pérdida. Rodrigo le retiró la palabra a su esposa, la acusaba de
haber matado a su sucesor y decidió enclaustrarla en el convento próximo a la
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basílica… Pronto se daría cuenta que para legitimar su posición necesitaba un
heredero. Una cálida noche de primavera volvió a arrancarle con extrema
crueldad su hábito y nuevamente la tomó para sembrar al que tenía que
sucederle. Nueve meses después nació Aleydis provocando una ira terrible en
Rodrigo ya que el necesitaba un varón.
Siempre creí que mi madre era presa de una terrible enfermedad contagiosa.
Nunca me dejaron acercarme a verla. Sabía que vivía en el ala norte del
palacio pero los guardianes de mi padre no me permitieron nunca atravesar las
puertas que daban a su alcoba. Sólo una de las damas de compañía de mi
madre, Blanca, me hacía llegar de vez en cuando cariñosas cartas suyas en las
que contaba lo mucho que me quería, cuanto me añoraba y lo duro que era
para ella estar lejos de mí. Nunca me dijo cuál era su enfermedad, nunca me
habló de mi padre. Yo me crié con Blanca y otras damas de la corte. La que
más me quiso y me enseñó fue la anciana Loure, era una mujer sabia y
cariñosa. Me educó en el arte de la danza, de la música, de la poesía y el
canto, me enseñó a gobernar un hogar, me mostró los secretos de la
seducción, también con ella aprendí a bordar y a cuidar de los ancianos y los
niños. En definitiva, hizo de mí una auténtica dama. Luego supe que todo lo
había hecho por orden de mi padre que quería hacer de mí una dama deseable
por caballeros de alta alcurnia. Pero yo sé que Loure me quiso como una hija.
Una mañana Loure me dijo: - “Aleydis, niña, vas a acompañarme hoy al
mercado; tenemos que comprar algo muy especial”.
- “Como vos digáis, Loure”, respondí amablemente intentando ocultar mi
emoción ante tamaña aventura ya que yo nunca, con mis catorce años, había
ido al mercado.
El paseo por el mercado fue agradable. El olor de las verduras perfumaba el
ambiente. Luore parecía algo extraña esa mañana, algo en su cara me quería
decir algo y cuando la preguntaba me cambiaba de tema insistiendo en que
mirara los puestos. Ese día había mucha gente, gente que nunca había visto y
pensaba que no iba a ver nunca. De repente un cruce de miradas con un
caballero que hablaba con el que parecía el dueño del puesto. El caballero
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tendría unos diecisiete años y unos ojos verdes que hicieron que me olvidara
por un instante el rostro de Loure que seguía con gesto de disgusto: -“Aleydis
volvamos a palacio”.
-“Como vos digáis señora”.
La vuelta se me hizo eterna parecía como si nunca se acabará el camino, yo
seguía pensando en el caballero del mercado y una sonrisa picarona me
delató: -“Señorita Aleydis, ¿ha visto algo en el mercado que le haya gustado?”
-“No, nada. Solo que…todo me pareció muy agradable, la gente me parecía
muy feliz. Prometedme que me traeréis otro día”
-“Se lo prometo señora”.
Al llegar a palacio, el ambiente tétrico me produjo un escalofrío. Mi padre
bajaba las escaleras de la entrada con rostro de tristeza, mientras bajaba me
empecé a dar cuenta de que algo malo pasaba.
Loure y él se intercambiaron miradas, entonces mi padre se arrodilló ante mí y
me confesó la que iba a ser la peor noticia de mi vida:- “¿Qué ocurre padre, por
qué esa cara de tristeza?”, le pregunté asustada.
- Tu madre…ha muerto.
- ¿Pero me dijiste que se estaba recuperando?
- Lo siento hija ha muerto, yo me marcho volveré al amanecer ahora vete y no
llores no merece la pena.
Mi padre se levantó y se retiró saliendo por la puerta principal, mientras yo me
quedé con Loure.
A los pocos segundos rompí a llorar, mientras Loure me contaba que tarde o
temprano debía pasar. Caí al suelo sin fuerzas Loure me cogió y me recostó en
sus rodillas. La tristeza inundó mi cuerpo y mi criada al verme tan débil me llevó
a mi alcoba y me dejó reposar.
Aquella frase se repetía en mi cabeza:
“No llores, no merece la pena.”
Me desperté al día siguiente pensando que todo había sido un mal sueño y
decidí ir a buscar a mi padre. Por el camino me encontré con Loure.
-¿Qué tal se encuentra señorita Aleydis?
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-Mejor, pero debo hablar con mi padre de la muerte de mi madre.
- Me pareció verle en el patio.
- Gracias Loure.
Decidí salir al patio después de cinco largos minutos esperando la pregunta
correcta, una vez encontrada abrí la puerta y salí.
El sol brillaba más que nunca, aunque no hacía calor y al fondo mi padre se iba
acercando. Ni un saludo, ni una mirada, pasó sin más.
-¡Padre!, dije casi sin voz.
No se dio la vuelta. Abrió la puerta y entró a palacio. Después de seis años
todo seguía igual, mi padre, Loure…
-Aleydis debería comer un poco o enfermará.
-Loure, ¿qué le pasa a mi padre conmigo, tendría que ser yo la que no le
hablará por lo de mi…, una voz que procedía del despacho de mi padre avisó a
Loure interrumpiendo nuestra conversación.
-Sí, señor, contestó Loure y salió de el comedor.
Tanto secreto entre mi padre y Loure me abrió la mente, iba a cometer un error
haciéndolo, pero lo hice…Las estancias de mi padre estaban al final de un
largo pasillo. Detrás de la puerta se escuchaba a mi padre hablando con mi
cuidadora. Me acerqué y con cautela me dispuse a escuchar su conversación:
- Necesito que busques a un sastre para el vestido de mi hija, el rey me enviará
una carta para decirme con quién se casará.
-¿Señor se lo ha dicho a su hija?
- Aún no, estoy esperando la respuesta del rey…
No quise escuchar nada más, era suficiente; me quedé en blanco, pero pude
irme antes de que saliera Loure. Regresé al comedor e intenté esconder mis
sentimientos para que Loure no sospechara.
Loure se marchó al mercado y yo aproveché para ir a ver a mi padre a ver si
me comentaba algo de la boda, cogí una carta para disimular y caminé hacia
su estancia. Llamé a la puerta y sin que me diera permiso me coloqué delante
de él, le dejé la carta encima de su escritorio, esperé unos segundos y me
marché. No me dijo nada ni siquiera me miró, lo único que pude ver fue que
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estaba escribiendo algo y seguro que no era nada bueno.
Loure no regresaba del mercado y yo estaba sentada en el comedor sola junto
a la ventana mirando por el cristal pensando en mi madre.
De repente, escuché un ruido detrás de mí, sentí miedo, pero al pensar que
podría ser Loure me di la vuelta. La sorpresa fue mayor al ver a mi padre con
cara de seriedad mientras se acercaba hacia mí. Me quedé mirándolo
fijamente. Entonces fue cuando me lo dijo:
-Hija tengo una noticia que darte, seguro que te alegras.
-¿Qué pasa padre?
-Hoy he recibido la carta del rey para tu matrimonio. Te casarás con Alejandro,
soldado de la guardia personal del rey.
Entonces le miré sorprendida y salí corriendo a mi cuarto a pensar en todo. Era
normal lo de las bodas pero nunca pensé que me pasaría a mí. Entendí porque
Loure me enseñaba tantas cosas, sólo lo hizo para cuando me casara con un
hombre para que le sirviera mientras mi padre disfrutaba de su triunfo.
Loure regresó. Entró a mi cuarto y al verme llorar me dijo:
-¿Se lo ha contado todo su padre, señora?
-Sí, pero no entiendo porque ahora.
-Cuando se cumplen los quince años es lo que pasa, por eso te enseñe tanto.
- Loure a mí lo que más me entristece es que no me lo contaras cuando te lo
dijo mi padre.
-No pude, trabajo para el, no le podía traicionar, era él el que te lo tenía que
contar.
Loure miró al suelo, levantó la cabeza con una sonrisa y se metió la mano en el
bolsillo, sacando una nota. “Me la dio para vos un muchacho muy agradable, su
padre me dijo que no se lo diera, pero eso es algo que tenéis que decidir vos.
Considérelo una disculpa señorita Aleydis, ahora me tengo que ir, la llamaré
cuando la cena esté preparada”.
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Loure abrió la puerta y se fue dejándome la nota encima de mi lecho.
Leí la nota: “Te espero a media noche en tu ventana” Llevábamos dos meses
viéndonos a media noche. Él era puntual y a la hora justa estaba allí todos los
martes, subía por las enredaderas de mi ventana y entraba a mis aposentos.
Álvaro me juraba amor eterno y fidelidad, esas cosas que un soldado enviado
por el rey para juntar territorios me daría. Todo iba estupendo pero nos
cansamos pronto de vernos a escondidas, yo no podía estar sin él el resto del
día o de la semana y él sin mí tampoco. Decidimos hacer una locura, fugarnos.
Todo estaba preparado para esa noche, comida, bebida y algo para
resguardarnos del frío y él sabía lugares en el bosque para escondernos. Salió
el primero por la ventana cuidadosamente para no hacer ruido y levantar
sospechas, luego bajé yo. Todo iba sobre ruedas hasta que el mayordomo nos
descubrió.
-Aleydis, ¿dónde os dirigís a estas altas horas de la noche?
-Iba a dar una vuelta me encontraba mal, enseguida vuelvo, no saldré de los
alrededores.
- Si no regresa le contaré a su padre lo ocurrido y le desvelaré la clase de visitas
que tenéis los martes a estas horas.
El mayordomo se fue sin mirar atrás, no pareció importarle si me iba a volvía a mi
alcoba, aunque estaba claro lo que haría. Me despedí de Álvaro lamentándolo
mucho y regresé a mis aposentos. El día de la boda se acercaba y mi padre ya
había firmado los papeles con Alejandro. Pensé en más opciones para
escaparme con Álvaro y solo se me ocurrió una. Decidí ir al mercado y hablar
con alguna persona capaz de fabricar el más potente veneno. Entre tanta gente
logré localizar a la pitonisa, una de las más famosas de Recópolis. Al verla de
frente me di cuenta de que algo extraño estaba a punto de pasar, era igual que
yo, y ella pareció darse cuenta. Me invitó a pasar aunque con mirada fija en mí.
-Me dijeron que vos podía hacer el brebaje que pidieran.
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-“Sí, decidme para que lo quiere y yo lo haré para vos.
-Necesito un veneno lo menos doloroso posible
-¿Para qué necesita una muchacha tan joven un brebaje tan mortífero.
-Eso es problema mío no de vos, ¿para cuándo lo podría tener?
-Espere un momento y lo tendrá en un instante.
Espere poco hasta que me lo trajo, la duda de saber porqué se parecía tanto a
mí me aguijonó el cerebro y con voz entrecortada le pregunté: “¿Tenéis
familia?”
-Contestaría lo mismo que me dijo vos antes pero yo también quiero saber el
porqué de nuestro parecido. Vivo con mi madre y mi padre murió, aunque por
lo que ven mis ojos muy muerto no debe estar ya que mi madre más hijas no
tuvo.
-¿Queréis decir que mi padre es el de vos?”
Me quedé en blanco mientras Amelia, la pitonisa, me miraba con un rostro
pálido esperando una contestación.
-Me tengo que marchar, tengo prisa, deberías hablar con mi padre para zanjar
este asunto.
Huí asustada con paso rápido. El martes se acercaba y yo cada día estaba
más nerviosa.Un día antes decidí hablar con mi padre pero su ausencia cada
día destacaba más y no puede ni despedirme de él. Loure preparaba las cosas
de mi boda y me planteé decírselo pero no lo hice por miedo. Pasé una noche
de espanto, no dejaba de tener pesadillas sobre la noche del martes. ¿Qué
pasaría si yo me lo tomo y él no?, ¿y si no está de acuerdo con hacerlo? No
sabía qué hacer, no lo dudé más. El martes llegó entre nervios y dudas, pero
conseguí disimular mi terror. Llegaron las doce y allí estaba él, Álvaro, puntual
como siempre. No le dejé subir, bajé yo, lo abracé como nunca, lo cogí de la
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mano y lo llevé al bosque corriendo para que el mayordomo no nos
descubriera.
Una vez llegamos al bosque se lo expliqué todo: “He tenido una idea, aunque
no sé si te gustará…He pensado que, ya que no nos dejan vivir nuestro amor,
podríamos…” No puede concluir, la cara de Álvaro iba cambiando de una
sonrisa a una cara asustada. “No encuentro otra salida, yo lo haré de todas
formas, nunca me casaré con alguien que no seas tú”, concluí.
-Ni yo, yo solo vivo por ti Aleydis y estaré a tu lado hasta la muerte.
-He pensado en suicidarnos, tomando un brebaje, por nuestro amor para que
mi padre no tenga lo que desea y vos y yo nos amemos en otra vida.
- Por ti lo que sea, yo lo tomaré primero.
-Prefiero ser yo, no quiero ver cómo muere mi amado.
Ingerí el brebaje que la pitonisa del mercado me vendió, al principio no pasaba
nada, de hecho me dio tiempo a ver cómo Rodrigo entre lágrimas se lo bebía,
luego caímos los dos al suelo. Álvaro me apretó la mano en sus últimos
segundos de vida y mirándonos empezamos una nueva vida juntos más allá.
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Un destino desgraciado
Ainhoa Acosta
(1º PCPI)
La cabaña era un lugar cálido y
confortable, marcado por la presencia
femenina. En ella tres mujeres pasan los días tejiendo en un enorme telar de
madera. Son costureras. Compran a buen precio la lana que los esquiladores
de las villas cercanas le ofrecen y luego la trabajan día y noche
primorosamente para conseguir las telas más delicadas y famosas de la
ciudad. Elaboran paños más rústicos para los campesinos pero la corte les
encarga hermosos trajes para las damas y túnicas para los caballeros.
La costurera de más edad, Adela, se afana en tejer un gran paño de tela que
tintará de púrpura para una ocasión muy especial: los esponsales del consejero
real, Rodrigo, y su prometida Bertha. La mujer joven que la ayuda, Amalia, es
su hija mayor y Aridei, la pequeña, se encarga de cocinar y limpiar la humilde
casa. Ellas tres fueron abandonadas por su padre cuando Amalia tenía dos
años y Aridei acababa de nacer. Su madre nunca quiso hablarles de su padre,
Ellas habían crecido solas y su mundo era sustentado por una madre fuerte y
capaz de sacarlas adelante.
Siempre he querido ser la mejor costurera de la corte, mi madre me ha
preparado para ello, aunque mi abuela materna que vivió con nosotros hasta
hace unos años se empeñó también en enseñarme los secretos de las runas,
esos legendarios símbolos de su pueblo, los celtas, que son capaces de
hablarnos de nuestro futuro. Desde que era una niña de no más de cinco años
aquella anciana de rasgos marcados, cuerpo frágil y vestida siempre con una
túnica parda me enseñó los secretos del lenguaje de los animales, de los
árboles y esos signos cargados de magia. Marat, mi abuela, había pertenecido
a un antiguo linaje de origen celta y ella siempre había sido nuestra protectora.
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Incluso ahora después de muerta se me solía aparecer en sueños para
avisarme de los peligros que me acechaban. Fue increíble lo que me ocurrió
una noche que pudo cambiar mi vida. Volvía de las afueras de la ciudad
después de haber ido a comprar carísimo lino para confeccionar un vestido de
bodas para Bertha, cuando un individuo de aspecto feroz me asaltó con
intenciones evidentes. De pronto un tremendo viento se levantó sin explicación
alguna, un relámpago rasgó el cielo y la imagen de mi abuela apareció en
mitad del camino. Como podéis imaginar el malhechor se dio a la fuga.
Yo que simplemente era una muchachilla sencilla y cordial, con un largo
cabello enrizado negro y de estatura mediana. No podía imaginar que alguien
pudiera tener un mínimo de interés por mí. Esa noche tal vez fue el peor miedo
que pasé en mis veintidos años de vida, nunca me había ocurrido algo tan
innecesario y a la vez tan vulgar por parte de ese hombre. Podría haber sido
alguien que me conociera…o tal vez un simple vagabundo, no lo sé, no sé si tal
vez alguien quería hacerme daño, solo sé que esa noche pude escapar
afortunadamente de los brazos de ese anciano. No le reconocí la cara, yo solía
conocer a la gente del pueblo pero a él en este caso no. Tenía un olor
tabernario muy conocido, debe ser un hombre bebido por los caminos de
aquella oscura calle solitaria, era irremediablemente imposible olvidar aquel
rostro sucio y maloliente. Llegué a mi casa, con el pecho ardiendo de tanto
correr por el camino tan oscuro. No había ni una simple luz que me guiara para
encontrar la salida, al fin llegar a mi casa. Cuando atravesé el umbral no le
quise decir nada a mi amada madre, ya que estaba tan susceptible y triste por
los pensamientos que tenía en algunas ocasiones. Abrí la puerta con toda mi
tristeza por todo lo que me había podido pasar y no pasó gracias a que pude
escapar. Allí estaba ella en su silla de mimbre balanceándose de un lado a
otro, al lado de la chimenea antigua y tejiendo una pequeña blusa de lana. Mi
madre que ha sido toda la vida una mujer muy trabajadora, a la que le gustaba
ayudar a la gente más humilde y necesitada de aquel pueblo, que nunca había
hecho daño a nadie, pero a ella sí. Cuando mi padre nos abandonó al principio
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ella decidió no hablarnos nunca más sobre él. Pero…¿Por qué nos
abandonaría?.
Más allá de la casa, delante, por el camino que lleva a la aldea vecina, vive una
pitonisa famosa por sus pócimas y hechizos, me gustaría que me ofreciera
algún filtro para seducir. Decidí ir a verla. Caminando hacía aquel lugar,
empecé a sentir algo raro en mi interior, un presentimiento, algo me inquieta y
me atrae rápidamente hacía aquel lugar, hacía aquella mujer. Llegué. Ella
estaba con la mirada clavada en el suelo, un sudor frío recorrió mi cuerpo y con
voz temblorosa le conté mis problemas con mi marido, para que me pudiera
aconsejar. Durante la conversación, las dos mostrábamos los mismo gestos y
la misma mirada. Cuando terminé de contarle toda mi historia, ella miró hacia
abajo, y me aconsejó: “Os voy a dar una pócima del amor, que te devolverá
tus encantos”. Regresé a mi hogar y cuando él llegó le eché tres gotas del
brebaje en nuestra humilde colación. No dio resultado. A la mañana siguiente,
me allegué nuevamente hasta la cabaña de la hechicera, pero allí no había
nadie, solo el viento fuerte y lento. Otra vez se presentó el espíritu de mi amada
abuela, me asusté. Algo pasaba, ella me quería decir algo, sus palabras
simplemente fueron: “La muchacha a la que esperas, es muy especial para ti”.
Yo me quedé sorprendida, caída la noche, no podía dormir, no paraba de
pensar qué era ese sentimiento hacia a ella.
A la mañana siguiente y después del mediodía me puse mi larga túnica y volví
a aquel lugar siguiendo lo que se había convertido en un rito.. Allí estaba ella,
empezamos a conversar, yo le llevé unas calzas para que la poción amorosa
fuera más potente. Intercambiamos miradas un par de veces, y yo me decidí a
decirle que me echara las cartas; ella aceptó. De pronto, se quedó pálida, yo no
sabía quá había visto. Me asusté, entonces ella me confesó: “Por favor
siéntate, las cartas me han comunicado algo muy delicado y sorprendente”. No
podía imaginar qué pasaba, se frotó los ojos y frunció el ceño.“No sé cómo
empezar, no sé cómo, ni qué ha pasado para que las cartas me comuniquen
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que vos y yo somos hermanas de padre”. Me recorrió un sudor gélido y
entonces comprendí lo que me pasó la mañana anterior con mi abuela.
Creo que desde entonces me sentí protegida.
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Amor de rey
Yurena Naves
(1º PCPI)
Alberto era un campesino que llevaba
legumbres frutas y cosechas de los
animales de su granja. Vivía en las próximidades de las ruinas que fue poblada
por en los últimos decenios de vida de la gran Recópolis. Era muy valorado
entre las mujeres y se enamoró locamente de Liuva, una preciosa muchacha
de padre orfebre que vivía en el mismo barrio que él. Su madre murió y el
padre de Carlota quedó al cargo de la pequeña Liuva. Era rubia, de tez
ambarina y de ojos expresivos de un color verdes como los campos. Él nunca
se había fijado en ella, pero un día a Carlota se le cayó la cestilla donde llevaba
las patatas para vender en el mercado. Él la ayudó amablemente y ella se
levantó y con la mirada clavada en los ojos de Alberto, esbozó una sonrisa, la
mas bella sonrisa que este había visto. Se enamoró perdidamente. Una noche
cálida de un verano agotador, Alberto salió a la puerta a contemplar la cosecha
de la mañana siguiente cuando escuchó un leve estornudo, se giró y vio su
bello rostro. Él le tomó la mano acariciando suavemente cada poro de su piel,
ella le pidió agua, él le invitó a pasar dentro de su humilde hogar, y aquella fue
la noche más hermosa para ambos.
Liuva desapareció y al cabo de cuatro lunas regresó con una vestidura ancha.
Alberto no se fijó en ella porque sólo se fijaba en las mujeres de cintura fina y
cuerpo exuberante. Finalmente Liuva le confesó que estaba esperando un hijo
suyo. Él la insultó y negó ser el padre. Huyó de allí y dejó desolada a la joven
madre, cuando quedaban pocas jornadas para el alumbramiento él apareció
ebrio y le aseguró que no iba a ser responsable de tal desdicha. Nació una niña
y era preciosa.
Liuva no la quiso ver mandó a su viejo padre que abandonara a la niña en la
puerta de la corte de Recadero. El anciano la dejó en el camino más próximo a
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la corte, llorando y suplicando a Dios que fuera acogida por alguien de la corte
que la deseara con todas su fuerzas.
Alberto apareció esa misma tarde con una mujer de pelo moreno rizado y de
tez canela, pidiendo a la joven que abandonara a esa niña ya que se había
vuelto a enamorar de la mujer que le acompañaba, llamada Aude. En ese
mismo instante llegó el padre de Carlota que anunció que la niña ya había sido
dejada en las entrañas del bosque. Alberto se alegró de la noticia, Liuva lloraba
desconsoladamente por la indiferencia de Alberto y la pena del abandono de su
hija.
Egica iba de noche hacia la corte, con grandes cubos de agua para la limpieza
de la corte, cuando pasó por la ribera del río vio una cesta de mimbre, se
quedó mirando, se agachó para ver lo que era. Era una niña que tenía aún
colgando el cordón umbilical. Se arremangó una capa de su gran vestido y
envolvió a la pequeña haciendo calmar con su calor el llanto. Las puertas de la
corte se abrieron, ella entregó a la pequeña a Recadero, explicó con tristeza
que moriría de hambre si no hacían algo por remediarlo. El rey mandó llamar a
una nodriza. La mujer tomó a la pequeña entre sus brazos, la arropó y acercó
su pecho a la boca de la pequeña, esta mamó y cesó su llanto. Egica suplicó al
rey que dejara que ella tomara a la pequeña por hija. Recadero aceptó con la
condición de que cuando la niña fuera mayor estuviera a su servicio. Egica
llamó a la niña Carlota. Cuando cumplió el primer mes de vida, su pelo era
rubio y sus ojos negros como el azabache. Cada día que pasaba el abuelo de
la pequeña se acercaba a las puertas de la corte escondido detrás de unos
frondoso árboles para ver a la pequeña paseando entre los brazos de aquella
hermosa mujer. El viejo padre de la muchacha lloraba de la emoción al ver que
aquella preciosa pequeña era día a día más parecida a su hija, el hombre
entusiasmado acudía a su casa para comentarle a su hija que la pequeña
sonreía o que a la pequeña le dolía la tripa. Un duro invierno enfermó y día tras
día se iba sumiendo en una profunda tristeza por no ver a su nieta. A los pocos
días el barrio donde ellos vivían estaba de luto: el viejo padre había muerto sin
ver por última vez a su amada nieta. La pequeña cumplió su primer año y Egica
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sentía que era su madre y la animaba a que dijera su primera palabrita
enseñándola a decir mama, agua, pan o cualquier cosa sencilla para su “hija”.
Una mañana la pequeña se despertó y pronunció su primera palabra
despertando a su “madre”. Al cabo de unos meses dio su primer paso y
aprendió a abrir todas las puertas de la corte. La niña abría la puerta del
dormitorio de Recaredo y éste se bajaba de su cama y jugaba con la pequeña
durante horas. Él también sentía que aquella niña había aparecido por algo en
especial, le traía paz, alegría, y sobre todo la sensación de querer. Recaredo
mando hacer a sus sastres una muñeca hecha de trapo algodón y con
bordados de flores para que la pequeña jugara todos los días con ella y
creciera con ella, la niña recibió su regalo y al cogerla con sus frágiles manitas
la abrazo y le dio un beso a Recaredo. Pasaron largos años y la niña siguió
creciendo con aquella muñeca y acudiendo todas las mañanas a la habitación
del rey para que jugara con ella o para que le contara alguna historia. La niña
fue creciendo y un buen día decidió salir al bosque para que los que caminaban
con rumbo a sus oficios vieran su hermoso vestido. Carlota llegó al barrio
donde vivía Liuva, ella por supuesto no conocía la cara de su madre ni sabia
quién era pero Liuva la reconoció rápidamente por su cabello rizado y sus ojos
almendrados como los suyos; quiso alzar la voz para llamar la atención de la
pequeña pero no le salió ni una palabra, solo se quedó petrificada al ver que la
pequeña estaba tan guapa con su vestidito y decidió no decir nada ya que se la
veía muy feliz de vivir con en la corte. Pasaron doce primaveras y Carlota
estaba convirtiéndose en toda una mujer, una perfecta dama de la corte real;
pero Egica y Recaredo habían hecho un trato. Egica anunció a Carlota que
debía trabajar para la corte. Egica ese dia la enseñó a lavar la ropa en el rio,
llevar los cubos y recoger las cestas que traían los campesinos. Luiva tenía que
llevar las patatas que había cosechado a la corte y temía encontrarse con la
pequeña.
Carlota abrió el gran portó por donde entraban los campesinos y sonriendo a
Luiva dijo: “ ¡Qué patatas más apetitosas!” Luiva sólo pudo llorar, Carlota pensó
que había dicho algo malo. “ Perdóneme señora no era mi intención ofenderla
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de ninguna manera”. Luiva alzó su mirada y tomó sus frágiles manos. “No niña,
no lloro por eso, lloro porque….” Carlota no entendió nada. “Señora por qué
llora, dígamelo por favor”. Luiva se armó de valor. “¿Cómo te llamas niña?”
Carlota respondió complaciente: “Carlota señora, mi nombre es Carlota”.
-“Está bien Carlota, te diré el porqué de mis lágrimas, te lo contaré como si
fuera un cuento ¿de acuerdo?”. Carlota se sentó en un sillita que había al lado
del gran portón.
-Yo di a luz a una pequeña fruto de un amor no correspondido, esa niña fue
abandonada, mandé a mi padre que depositará a la pequeña en el camino que
se dirige al bosque en una cestita con una mantita blanca.
Carlota no podía creer lo que estaba escuchando.”Señora ¿no quería a su
hija?”…
-Sí pequeña la quería y la sigo queriendo con todas mis fuerzas
-Señora y por qué no la busca.
-Porque ella es demasiado feliz para estropear su vida.
-No, no creo que usted arruine la vida de su hija al contrario, señora yo crecí
feliz mente en este lugar, y a la que yo llamo madre en realidad no es mi
madre, me hubiera gustado estar con mi madre….aunque sea rodeada de
pobreza y recogiendo patatas
-Lo sé pequeña por eso lloro por la vida que no te pude dar, pequeña soy tu
madre y no deseo entorpecer tu vida apareciendo en tu camino, sólo deseé que
fueras feliz, solo deseé que jamás sufrieras, y que jamás pasaras hambre.
Carlota no pudo responder, sólo se levantó de su silla y sin pronunciar una
palabra cogió la cesta y se dirigió a la puerta pero antes de irse le dijo unas
palabras :“La felicidad es indiferente en mi vida si mi madre nunca ha estado en
los momentos más necesarios” y cerró la puerta.
Esa conversación quedó simplemente en un recuerdo, Liuva no apareció nunca
más. Carlota cumplió catorce años y Egica decidió que ya sabía lavar la ropa y
hacer las cosas encomendadas, la mandó al rio a lavar las vestiduras de
Recaredo; la pequeña fue hacia el río, hacia sol y carlota llevaba demasías
vestiduras que hacían sofocante el desempeño de la labor. Recaredo decidió ir
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a mirar cómo iba al rio para que no le pasara nada a la pequeña. El rey se
había enamorado de ella y al verla con sus ropas mojadas no pudo controlar su
impulso. Tras ese día Carlota decidió irse con la mujer que aseguraba ser su
madre, nadie se enteró de que había abandonado la corte.
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La monja Selena
Beatrice Alexuta
(1º PCPI)
Selena era la hija pequeña de Rodrigo, el Consejero
del Rey. Al no tener una dote tan importante como
Aleidys, la primogénita no tendrá otra alternativa que
profesar el celibato y ofrecerse sólo a Dios. A la edad de catorce años la
llevaron al pequeño monasterio que se construyó anexo a la basílica donde
Recaredo juraría fidelidad a su padre Leovigildo. Cuando entró en el
majestuoso edificio le impresionó la altura de las bóvedas, los colores
increíbles que proyectaban los cristales trabajados de los vanos de los gruesos
muros y, sobre todo, el intenso olor a incienso que lo inundaba todo. La celda
que le fue asignada era un espacio pequeño, oscuro, frío, tenebroso, con sólo
un camastro en el que había una ruda manta y un estrecho colchón de paja. Un
crucifijo de latón era el único ornamento del lugar. El refectorio, donde se
reunían los cinco miembros de la comunidad, era un pequeño espacio que
también servía de comedor. La gran sorpresa fue la biblioteca del humilde
cenobio. Décadas atrás cuando los romanos se marcharon de las villas
cercanas, los visigodos rescataron de sus casas un sinfín de manuscritos que
contenían obras de la Antigüedad Clásica. El anciano Rodolfo, monje desde
hacía más de cincuenta años, guardó, clasificó y cuidó de los libros como si
fueran sus hijos y él fue el que enseñó a Selena, su más preciado tesoro,
aprender a leer. Así se puso en contacto con la dormida cultura clásica
escondida en un centenar de volúmenes saqueados de una antigua quinta
romana… Allí descubrió a Platón y a Aristóteles y, a través de ellos, los cuentos
indios del Panchatrata y también a los árabes.
“Lo único que me quedaba de mi infancia era una cruz visigoda de mucho
valor, repujada en oro y piedras preciosas muy brillantes: esmeraldas,
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 51
rubíes…la cruz visigoda que llevaba significaba mucho para mí era lo único que
quedaba de la herencia mi padre.
En el convento vivían cuatro monjas más y un monje, llamado Rodolfo que fue
el que me enseño a escribir, leer y aprender idiomas, las monjas que vivían
conmigo eran cuatro se llamaban: Katerina, joven y hermosa, un poco
reservada era muy simpática; a Blanca le gustaban mucho las cosas sobre la
Antigüedad; Frue era hermosa y adorable a pesar de haber tenido un pasado
triste; y por último Kelsi era la más anciana. Ella y Rodolfo siempre estaban
pendiente de cada una de nosotras. El tiempo pasaba y un buen día Rodolfo
me mostró las Metamorfosis de Ovidio. Sus historias de amor cambiaron mi
vida. También me impresionaron los comentarios del apocalipsis y sus
descripciones del fin del mundo ...
Al pasar unos meses , una mañana de verano muy calurosa, salí al mercado
hacía un sol resplandeciente que iluminaba mi cabello dorado y mis ojos azules
como el cielo. Allí encontré a un joven muchacho, Carlos, que cambiaría mi
destino. Decidí huir con él en busca de la felicidad.
Pese a tantos ratos de nerviosismo e impaciencia, por fin llegó la hora para ir al
bosque, que hasta entonces me parecía un laberinto oscuro y muy peligroso
para cruzarlo, pero esa noche parecía un bosque encantado donde se iba a
encontrar con el que era el hombre de su vida. “Eres la mujer más hermosa
que he visto en todos estos años que tengo de vida, mi corazón me dice que no
quiere pasar un minuto más sin ti, me gustaría pasar el resto de mi vida junto a
ti dime que aceptas mi propuesta de fugarnos al mundo sin rumbo alguno, sin
un lugar fijo a una isla desierta donde viva solamente nuestro amor”. La
respuesta no podía ser otra: “Yo también he estado pensando en ti, porque
eres un hombre maravilloso con una belleza interior extrema, y me gustaría
pasar el resto de mi vida junto a ti, aceptó tu propuesta sin duda alguna para
irnos al fin del mundo, quiero ser feliz y mi felicidad esta junto a ti”.
Selena y Carlos se fugaron en esa misma noche oscura iluminados por la luna
llena que cada vez les guiaba más hacia su destino.
Un viaje al pasado: la vida en Recópolis
1º PCPI Página 52
GISELA, LA BRUJA
Desiré Espinar
(1º PCPI)
A pesar de la imposición del Cristianismo como
única fe, el pueblo llano sigue con sus prácticas
paganas de origen celta y precristiano. Gisela, frente
a lo que le sucedió Amalia, fue enseñada por una
bruja en las artes adivinatorias, conoce el poder de las plantas (que pueden dar
la vida o quitarla, que pueden provocar el amor más enloquecido o el odio más
cruel, que pueden quitar una verruga o provocar un parto, o hacer que una
mujer estéril engendre…). Su infancia en manos de Caraba, la bruja que se
convirtió en su madre cuando fue abandonada en la puerta de su choza, había
sido agridulce. Desde el amanecer marchaba de la mano de anciana a lo más
profundo del bosque donde recogían todo tipo de hierbas y raíces para elaborar
sus pócimas. Al llegar a la choza había que clasificar todo lo recolectado y
comenzar la elaboración de untos, brebajes y conjuros. La noche más terrible
de su vida sólo tenía diez años, había una enigmática luna llena que ilumina
todo el bosque. Un viento helado cortaba la fina piel de la niña, tiritones y
escalofríos hacían que fuera tropezando constantemente hasta que llegaron al
cruce de caminos. Allí, en medio, se erigía una horca y colgado de ella pendía
un ajusticiado. Su cuerpo medio devorado ya por los buitres presentaba un
rostro de dolor que quedó gravado para siempre en su recuerdo: la lengua
hinchada salía de la boca amoratada, las cuencas de los ojos habían sido ya
vaciados por las alimañas, un pie había desaparecido, seguramente devorado
por los lobos… La vieja Caraba la obligó a cavar debajo del cadáver mientras
éste se zarandeaba de un lado a otro: la leyenda decía que una virgen debía
extraer la mandrágora de debajo de un ahorcado.
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  • 2. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 2
  • 3. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 3 Anica, el odio de una madre Ana Mª Paun 1º PCPI “Hace tres lunas perdí a mi hijo por culpa de los monarcas visigodos. Me obligaron a marchar a la corte para amamantar a Recaredo ,el heredero de Leovigildo y futuro rey de los visigodos”. El palacio era espectacular, se erguía en la parte más alta de la ciudad. Sus dos plantas hacían de él el edificio más elevado de la recién fundada Recópolis. La planta inferior servía para la recepciones de los nobles y de los visitantes del rey. El espléndido pavimento de opus igninum provocaba una increíble sensación de riqueza nada más traspasar las puertas del palacio. Al llegar, condujeron a Anica hasta las dependencias privadas de una de las magníficas torres. Allí en una enorme habitación, se encontraba una inmensa chimenea que era constantemente alimentada para que la temperatura garantizara que el pequeño nunca sintiera frío; el suelo se vestía con una lujosa alfombra hecha de pieles de animales, de las paredes se pendían gruesas telas de gran valor, que impedían que el calor saliese, un enorme lecho servía de cuna a un diminuto bebé recién nacido. Los sentimientos contradictorios llenaron el corazón de Anica. Se sentía feliz porque sin duda su estancia allí le garantizaría comodidades y ricos alimentos que sólo allí podría disfrutar. Pero la amargura más profunda pesaba mucho más porque sabía que su pequeño hijo se encaminaría a una muerte segura sin su calor y sin su alimento.
  • 4. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 4 Estando en ese lugar maravilloso, lloraba amamantando a un hijo que no era mío. “Cada vez mi dolor pesaba más y más sobre mi pecho, las lágrimas caían desde mis ojos cansados, yo recordaba más y más el brillo de los ojos de mi hijo que con llantos y miradas tiernas me pedía ayuda. Con sus llantos el parecía que no me culpaba porque hubiera nacido así, pero yo en mi interior sí me sentía culpable por no tener un hijo sano como todos los demás. Mis ganas de vivir se iban con cada suspiro y cada dolor de mi hijo. En esa luna llena cuando cerró los ojos para siempre, le juré que me vengaría de los hombres que me apartaron de él sin piedad alguna. Mi único error fue, ser una mujer hermosa, sana, trabajadora, lo que para ellos eran virtudes yo los veía como defectos. Mi hijo enfermó gravemente porque con apenas tres semanas de vida le faltaba el calor materno, la alimentación adecuada como para sobrevivi; el último día de la semana que me tocaba ir a verlo fue el último para él. Al llegar estaba agonizando, estaba pálido y apenas respiraba. En esa noche fría dio su último suspiro, sentí que se me había caído el mundo encima. En esa misma semana yo solo tenía permiso para salir de la corte un solo día, para ver y cuidar a mi hijo. Cuando le di la noticia al rey y le pedí permiso para ir al entierro, me lo negó sin explicación alguna, después de largas horas llorando y suplicándole una breve escapada al cementerio su frió y duro corazón se ablandaron y me dio permiso de solo media hora. Siempre tenía que ir acompañaba de sus fieles soldados. Estando allí sentía como si la tierra se me fuese debajo de los pies, me hundía, no podía respirar, no debía, me sentía culpable por el aire que yo podía respirar y mi hijo no, me sentía culpable por vivir más días que él, sentía que no podría vivir con la culpa apegada sobre mi pecho toda una vida. No pude ser una
  • 5. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 5 buena madre que debería haber cuidado a su hijo como lo hace cualquier madre y como lo había hecho con mis otros hijos. El niño, por el cual me llevaron a la corte, fue creciendo y lo quise como si fuese mío, porque él era la única persona que llenaba el hueco que tanto me atormentaba cada noche. Mi hijo Rodrigo, al verme llorar siempre que salía de permiso, empezó a odiar al Leovigildo por apartarme de él y de su difunto hermanito y por no dejarme vivir una vida normal como todas las demás mujeres del pueblo, criando a sus hijos, cuidando las casas y sus tierras. Por eso decidió irse por un camino sin retorno. La noche empezó a caer. Era una noche fría y larga que pesaba sobre sus hombros y sus pies cansados de tanto caminar. Pero no él se paró, siguió andando hasta lo más alto de la montaña, donde se reflejaba una inmensa luz en una gran ventana de un caserón. Al llegar arriba ya era media noche y no se atrevió a llamar a la puerta por timidez, se quedó durmiendo en la puerta grande que cerraba una gran muralla que impedía ver lo que había al otro lado. Al amanecer un monje observó que estaba durmiendo fuera y le invitó a pasar para darle un caldo caliente que le quitase el temblor de su cuerpo. Le preguntó a dónde se dirigía un hombrecito tan pequeño, sin madre, padre y nada que le acompañase a parte del profundo odio y pena hacia su pobre madre. Le acogieron ese mismo día, le pidieron que ayudase a los monjes en sus tareas ya que no tenía a donde ir. Un año después le enseñaron a leer y a escribir, para él leer era una gran pasión, como la curiosidad de las cosas nuevas que le quedaban y quería descubrir. Fue creciendo y creciendo, cuando los monjes vieron que era capaz de hacer cualquier cosa, lo llevaron a la corte. Estando allí su odio como el mío iba creciendo cada vez más, pero había algo que me aliviaba, era saber que mi hijo estaba allí y sentirme la mujer más protegida del mundo porque tenía mi gran apoyo a mi lado, era como si hubiésemos unido fuerzas.
  • 6. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 6 Los años pasaban y pasaban y Recaredo iba creciendo, tenía diez años y vio que la única madre que tenía era yo; yo era la que le cuidaba, la que le daba el amor que no pudo dar a su hijo. Recaredo cada vez que se hacía mayor más se daba cuenta de las cosas, al verme sufrir día a día me preguntó si me pasaba algo, yo le decía que no se preocupara por mí que no era nada, pero el tiempo pasaba y decidí que era suficiente mayor para saber la verdad. Después de contarle todos los hechos él también empezó a odiar a su padre, por no tener piedad de un niño que podría ser él mismo y de una mujer que le cuidó y le crió con el todo el amor del mundo. Recaredo se dio cuenta de que lo que Leovigildo había hecho no tenía perdón de Dios. El rey percibió que su hijo le rechazaba por algo que había en su interior, era algo que cada vez que le miraba a los ojos le asustaba, hasta que el undécimo cumpleaños de su hijo se atrevió a preguntarle por qué había tanto odio en su mirada cada vez que se acercaba a él. Recaredo le recriminó lo que había hecho y que consideraba era una crueldad, entonces el rey le repitió la pregunta. Recaredo le confesó que sabía la verdad, todo lo que él había hecho, sabía que apartó a una madre de su propio hijo sin piedad, sabía que ese hijo se murió porque no tuvo el amor materno. Leovigildo se dio cuenta de todos sus errores, su hijo no le iba a perdonar en la vida, entonces fue cuando cayó enfermo gravemente. La culpa le comía por dentro como la propia peste, su cuerpo se estaba debilitando cada vez más. Después de dos meses y medio agonizando, Leovigildo falleció, el reino quedó para el que sería el futuro rey Recaredo. Con solo once años de edad él sabía que no podría controlar todo el reino que heredó de su padre. Entonces fue cuando me pidió ayuda para poder gobernar y a mi hijo le nombró su consejero. Y todos los problemas se arreglaron, a partir de entonces los tres vivimos felices como una gran familia, mi hijo y yo ya no teníamos a quien odiar y Recaredo tampoco. Nos quisimos sin reproches, ni disgustos, nada del mundo podría cambiar nuestra manera de pensar y nadie ni nada podría romper ese vínculo.
  • 7. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 7 Yo era una madre muy feliz al tener dos hijos maravillosos, me sentía orgullosa de haberlos educado en el principio del amor y la justicia. Ellos eran respetuosos, honrados y justos. Recaredo no fue un rey despótico, se sentía miembro de un gran pueblo. Quería ser feliz y que todo su reino también lo fuera, pero los designios de la historia no le permitieron hacer realidad su sueño.
  • 8. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 8 Carlota, un amor imposible Yurena Naves Plaza 1º PCPI Alberto era un campesino que comerciaba legumbres frutas y cosechas de los animales de su granja. Vivía en la parte de extramuros de ciudad que fue poblada tardíamente, era muy conocido entre las mujeres y se enamoró locamente de Liusa, una preciosa campesina de padre orfebre. Del amor de ambos nació Carlota. Liusa murió y el padre de Carlota quedó al cargo de la pequeña. Era rubia de tez tenue y de ojos despiertos verdes como el campo en primavera. Él nunca se había fijado en ella, pero un día a Carlota se le cayó de la cestilla donde llevaba las patatas para venderlas en el mercadillo que se hacía todas las tardes en el centro de Recópolis. La ayudó amablemente a recoger las patatas y a levantarse del suelo; ella se levantó y con una mirada fija en los ojos de Alberto esbozó una sonrisa y de sus labios carnosos de color pálido salió un amable gracias y la más bella sonrisa que éste había visto. Él que nunca se había enamorado de una mujer sintió que ese revoloteo de mariposas volando de un lado a otro debía ser lo que llamaban amor o algo parecido. Día tras día en la cosecha él con su azada se iba acercando más a Carlota con la excusa de rozar sus vestiduras para que ella se girara y él pedirle perdón. Una noche cálida de un verano agotador, Alberto salió a la puerta a contemplar la cosecha de la mañana siguiente, cuando escuchó un leve estornudo, se giró y la vio con una camisa desgastada por el uso, pero eso no estropeó su bello rostro; él clavó sus ojos fijamente en ella y ella le devolvió la mirada esbozando una tímida sonrisa; él la invitó a sentarse en su escaño con él ya que la cosecha entre dos se veía mejor; ella accedió, él le tomó la mano acariciando suavemente cada poro de su piel; ella le pidió agua, él le invitó a pasar dentro. Una vez que se refrescaron con un vaso de agua cristalina, él la tomó por su cintura y se amaron apasionadamente. A la mañana siguiente Carlota había desaparecido, esta pérdida se prolongó a
  • 9. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 9 lo largo de cuatro meses. Apareció con una ancha saya; Alberto no se fijó en ella porque Alberto solo se fijaba en las mujeres de cintura fina y cuerpo exuberante. Ella con la excusa de recoger la cosecha se acercó a él y le susurro "estoy embaraza de un hijo tuyo". Él no deseaba ser padre, la agarró del brazo y la insinuó que era una mujer de compañía, ella le advirtió que había sido el único hombre al que ella se entregó. A la mañana siguiente ella le quería anunciar que su padre sabía la noticia y que ese mismo día ella le iba a solicitar que pidiera su mano ante su anciano padre. Vio que en no estaba en el campo de labor y en el camino tampoco, la casa de Alberto permanecía oscura y vacía, se temió lo peor. Lloró durante muchos días. Hasta que él apareció varias lunas después ebrio y le aseguró que él no iba a ser responsable de su desdicha. Llegó el momento del parto de Liusa , con tan solo diecisiete años iba a ser madre y le aterraba la idea de no poder mantener a esa pequeña criatura, la matrona avisó de que era una niña y era preciosa. Carlota no la quiso ver, mandó a su viejo padre que abandonara a la niña en la puerta de la corte de Recadero. El pobre anciano, entre lágrimas, hizo caso a su hija pensando que por el bien de la pequeña, su hija había decidido eso ya que en la corte había mujeres que no podían concebir niños y sería un gran regalo. No pudo dejarla en la misma puerta, estaba llena de soldados. La dejó en el camino más próximo a la corte y llorando y pidiendo a Dios que fuera acogida por alguien de la corte que la deseara con todas su fuerzas y que el futuro de aquella pequeña no se basara en el duro trabajo de los campesinos. Alberto apareció esa misma tarde con una mujer de pelo moreno rizado y de tez canela, pidiendo a la joven Carlota que abandonara a esa niña ya que se había vuelto a enamorar de la mujer que le acompañaba llamada Aude, en ese mismo instante llego el padre de Carlota y anunció que la niña ya había sido dejada en las entrañas del bosque. Alberto se alegró de la noticia, Carlota lloraba desconsoladamente por la indiferencia de Alberto ante lo que ella sentía por el que era amor y de que jamás volvería a ver la cara de esa pequeña ni escuchar su llanto sediento de leche. Ella, arrepentida de su acto, mandó a
  • 10. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 10 buscar a la pequeña al bosque donde el viejo padre de Liusa la había abandonado. Al llegar este vio que la cestita donde la pequeña había sido abandonada, estaba vacía y sólo quedaban restos de la sangre del parto. Corrió hacia la cama de su hija y la aseguró que la pequeña había sido recogida por alguien que escuchó su llanto. Egica iba de noche hacia la corte, con grandes cubos de agua para ser utilizada en la limpieza y el mantenimiento de la corte, cuando pasó por al lado del río vio una cesta de mimbre, se quedó mirando vio unas manos que mecían de un lado para otro y escuchó un gran llanto. Apoyó los cubos en una piedra, se acercó, se agachó para ver bien de cerca lo que era. Vio que era una niña y que tenía aún colgando el cordón umbilical. La mujer que la acurrucaba se arremangó una capa de su gran vestido y envolvió a la pequeña haciendo calmar con su calor ese llanto. Las puertas de la corte se abrieron, ella entregó a la pequeña a Recadero, explicó con tristeza que apenas tenía unas horas de vida y que si no hacían algo moriría de hambre. Él la mandó llevar a una de las mujeres de la corte que había sido madre hacía poco para que esta alimentara a la pequeña. Egica hizo caso a Recadero y acudió a la ayuda de la mujer, le explicó que le recién nacido había sido abandonada al lado del río y que su llanto la alertó. La mujer tomó a la pequeña entre sus brazos, la arropó y acercó su pecho a la boca de la pequeña, esta mamo y cesó su llanto. Una vez que la pequeña hubo comido, Egica la llevó ante Recadero de nuevo preguntando qué hacer con la pequeña. Ordenó que la mujer que la había dado de mamar siguiera alimentándola durante unos meses. La mujer rogó que dejaran que la cuidara ella ya que no podía concebir hijos; Recadero accedió con la condición de que cuando la niña fuera mayor estuviera a su servicio. Agica aceptó, metió a la pequeña en un gran baúl con mantas y sábanas viejas, simulando una cuna para la pequeña. Egica cada dos horas mandaba a la pequeña al seno de la mujer, la mujer preguntó con incertidumbre y curiosidad cuál era el nombre de la pequeña a lo que Egica respondió que aún no tenía nombre, la mujer barajó la idea de llamarla Carlota. Egica respondió que era un nombre precioso para la pequeña. Carlota cumplió el primer mes de
  • 11. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 11 vida, su pelo era rubio y sus ojos negros como un cielo nocturno. La pequeña continuó criándose entre el seno de esa hermosa mujer. Cada día que pasaba el abuelo de la pequeña se acercaba a las puertas de la corte escondido detrás de unos frondoso árboles para ver a la pequeña paseando entre los brazos de aquella hermosa mujer. El viejo padre de la muchacha lloraba de la emoción de ver que aquella preciosa pequeña era día a día más parecida a su hija. El hombre entusiasmado acudía a su casa para comentarle a su hija que la pequeña sonreía o que a la pequeña le dolía la tripa. Aquel pobre hombre no podía dejar de pensar en la pequeña Carlota. Cayó gravemente enfermo y día tras día se iba poniendo peor por no ver a su nieta, él sentía que poco a poco se moría y que no vería crecer a aquella dulce niña. La mañana siguiente el barrio donde ellos vivían estaba de luto, el viejo padre había muerto sin ver por última vez a su amada nieta. La pequeña cumplió su primer año y Egica sentía que era la madre de aquella pequeña y la animaba a que dijera su primera palabrita enseñándola a decir mamá, agua, pan o cualquier cosa sencilla para su “hija”. Una mañana la pequeña se despertó y pronunció su primera palabra despertando a su “madre”. Égica le pidió que repitiera aquello que había dicho y la niña, echándose a reír, le dijo mamá. Egica sintió como si aquella niña hubiera sido su mayor regalo. Tomó su manita y con cuidado apoyó sus frágiles pies en el suelo ayudándola a dar su primer pasito. Al cabo de unos meses dio su primer paso y aprendió a abrir todas las puertas de la corte. La niña abría la puerta del dormitorio de Recaredo y Recaredo se bajaba de su cama y jugaba con la pequeña durante horas, él también sentía que aquella niña había aparecido por algo en especial, le traía paz, alegría, y sobre todo la sensación de querer. La pequeña cumplió su segundo añito y con el segundo añito su sexto diente, cada día hablaba más y correteaba más. Cuando la pequeña iba a la cocina las amables cocineras le daban un trozo pequeño de pan. Recaredo mandó hacer a sus sastres una muñeca hecha de trapo algodón y con bordados de flores para que la pequeña jugara todos los días con ella y creciera con ella. La niña recibió su regalo y nada más cogerla con sus frágiles manitas la abrazó y le dio un beso a Recaredo. Pasaron largos años y la niña
  • 12. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 12 siguió creciendo con aquella muñeca y acudiendo todas las mañanas a la habitación de Recaredo para que jugara con ella o para que le contara alguna historia. Cumplió cinco añitos y Recaredo contrató un preceptor para que la pequeña aprendiera algunas cosas como de dónde provenía o simplemente a leer o escribir. Recaredo había cogido mucho cariño a esa niña y le agradaba tenerla cerca y cuidar de ella. La niña cumplió seis años y como toda niña deseaba tener un vestido muy bonito con el que pareciera una princesita, se lo pidió a Recaredo, al día siguiente la niña correteaba por toda la casa con su vestido y decidió salir al bosque para que los que caminaban con rumbo a sus oficios vieran que estaba preciosa. Carlota no se dio cuenta y llegó al barrio donde vivía Liusa, ella por supuesto no conocía la cara de su madre ni sabía quién era. Liusa la reconoció rápidamente por su cabello rizado y sus ojos almendrados como ella, quiso alzar la voz para llamar la atención de la pequeña pero no le salió ni una palabra, sólo se quedó petrificada al ver que la pequeña estaba tan guapa con su vestidito y decidió no decirle nada ya que se la veía muy feliz y muy contenta de vivir con Recaredo, Egica y la hermosa mujer. Pasaron seis años más y la pequeña Carlota ya tenía doce años, era toda una mujer, con modales, buena presencia, buen habla… pero Egica y Recaredo hicieron un trato “cuando carlota pueda trabajar, trabajará para mí” ese es el precio que Egica pagó por quedarse con la pequeña. Egica anunció a Carlota que debía trabajar para Recaredo que se pusiera una vestidura cómoda y nada elegante. Carlota bajo las escaleras entristecida dispuesta a pagar el precio de su vida. Egica ese dia la enseñó a lavar la ropa en el rio, llevar los cubos y recocer las cestas que traían los campesinos. Luiva tenía que llevar las patatas que había cosechado a la corte y temía encontrarse con la pequeña. Carlota abrió el gran portón por donde entraban los campesinos y sonriendo a Liusa dijo: “que patatas más bonitas”. Liusa sólo pudo llorar, Carlota pensó que había dicho algo malo. “ Perdóneme señora no era mi intención ofenderla de ninguna manera”, Liusa alzó su mirada y tomó sus frágiles manos. “ No niña, no lloro por eso, lloro porque….” Carlota no entendió nada. “Señora por qué
  • 13. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 13 llora, dígamelo por favor”. Liusa se armó de valor.” Cómo te llamas niña”. Carlota respondió complaciente: ”Carlota señora, mi nombre es Carlota”. Liusa pensó que era un nombre precioso. “Está bien Carlota, te diré el porqué de mis lágrimas, te lo contaré como si fuera un cuento de acuerdo”. Carlota se sentó en un sillita que había al lado del gran portón.”Bien la escuchó”, dijo y Liusa decidió contárselo. “Yo di a luz a una pequeña fruto de un amor no correspondido, esa niña fue abandonada a la mano de Dios, porque sin una familia formada por un padre y por una madre no podía vivir, ni tampoco rodeada de pobreza, mande a mi padre que abandonara a la pequeña en el camino que se dirige al bosque en una cestita con una mantita blanca” .Carlota no podía creer lo que estaba escuchando,”Señora, ¿no quería a su hija?”…” Sí pequeña la quería y la sigo queriendo con todas mis fuerzas”….”Señora y por qué no la busca”….” Porque ella es demasiado feliz para estropear su vida”…. ”No, no creo que usted arruine la vida de su hija al contrario, señora yo crecí felizmente en este lugar y a la que yo llamo madre en realidad no es mi madre, me hubiera gustado estar con mi madre….aunque sea rodeada de pobreza y recogiendo patatas….”, señaló la niña. “ Lo sé pequeña por eso lloro por la vida que no te pude dar….”. “¿Perdone?, exclamó. ” Sí pequeña soy tu madre y no deseo entorpecer tu vida apareciendo en tu camino, sólo deseé que fueras feliz, solo deseé que jamás sufrieras, ni que jamás pasaras hambre”…. Carlota no pudo responder, sólo se levantó de su silla y sin pronunciar una palabra cogió la cesta y se dirigió a la puerta pero antes de irse le dijo unas palabras “La felicidad es indiferente en mi vida, si mi madre nunca está en los momentos más necesarios” y cerró la puerta. Esa conversación quedó simplemente en un recuerdo. Liusa no apreció nunca más. Carlota cumplió catorce años y Egica decidió que ya sabía lavar la ropa y hacer las cosas encomendadas. La mandó al río a lavar las vestiduras de Recaredo, la pequeña fue hacia el río, dejó su cesta, sacó unas sayas y las puso en la maderita y empezó a frotar. Brilló el sol y Carlota llevaba demasiadas vestiduras que hacían sofocante el desempeño de la labor. Por un segundo dejó su tarea y apartó su precioso cabello y se desprendió de una vestidura dejando entrever un poco de su cuerpo. Al recoger
  • 14. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 14 ropas se mojó la vestidura, no le dio importancia puesto que estaba sola, o eso se imaginaba porque un soldado de Recaredo decidió ir a mirar cómo iba al rio para que no le pasara nada a la pequeña, cuando vio los movimientos de la pequeña, su vestidura mojada y como sus piernas asomaban por el vestido, se acercó a ella y la abrazo por detrás girándola bruscamente y pretendiendo hacerle el amor. Le arrancó la camisa mojada dejando al descubierto sus pechos. El crimen fue cometido. Tras ese día decidió irse con la mujer que aseguraba ser su madre, fue al barrio, con su cesta de mimbre llena de sus vestiduras, era madrugada, nadie se enteró de que carlota abandonó la corte.
  • 15. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 15 La crueldad de un rey Marco Mayoral 1º PCPI Estaba todo oscuro, solo se veían las estrellas, seguí mi instinto y caminé hasta una pequeña casa de piedra y paja, llamé a la puerta pero nadie contesté, entré sin dudar, estaba perdido y tenía frío, en ella encontré sólo un lecho de paja con un niño recién nacido pálido y sin fuerzas para llorar, le cogí en brazos, estaba frío, asustado, lo volví a dejar en el lecho de paja sin esperanzas de que le quedara mucho de vida, en una esquina una mujer encadenada con otro niño en brazos amamantándole, la miré tenía el mismo aspecto, pálida sin fuerzas de tanto llorar, intentaba llegar hasta el lecho de paja donde estaba el niño pero la cadena era demasiado corta y no llegaba. Intenté ayudarla pero me paralizó una sombra en la ventana, no se distinguía muy bien pero se veía en su rostro la maldad, el orgullo, la frialdad. Disfrutaba de tan espantoso panorama, disfrutaba con cada lagrima de la joven mujer y con los últimos latidos del pequeño en el lecho, el hombre sólo quería que amantara al otro niño, señalándole con el dedo, ordenando que cuidara al niño que se acurrucaba en sus brazos y dejara morir al otro, pues no merecía la pena. Salí de la casa en busca de ese ser tan despreciable, pero solo hallé oscuridad por todos lados, la casa había desaparecido, la mujer, el niño, todo, no quedaba más que mi ira y mi odio hacia ese hombre . El canto del gallo me despertó, abrí los ajos me incorporé pensando en ese sueño que se repetía todas las noches. Se abrió la puerta muy despacito y supe por la forma de entrar quién era la que se aproxiamaba -Hija, pasa, estoy despierto, dije. -Te he oído gritar esta noche padre. -Sí, he vuelto a soñar con ese vieja historia.
  • 16. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 16 - Padre, ¿podré ver a mamá hoy? -No hija, tu madre está muy enferma, ya te dije que no puedes pasar a ese cuarto hasta que se ponga bien y ahora márchate. Salió corriendo del cuarto al ver mi enfado por la pregunta, no podía seguir mintiendo a mi hija mucho más pero algún día tendría que morir esa despreciable mujer o debería matarla yo mismo. Me levanté y bajé las escaleras. Me fui a mi despacho donde paso todos los días, es el único lugar donde puedo estar solo. Llamaron a la puerta y fui a abrirla mientras gritaba, nunca están esos malditos esclavos cuando se les necesita, abrí la puerta y el mensajero me entregó una carta con el sello real, el mensajero me tendió la mano pidiéndome algunas monedas y le cerré la puerta dándole en la cara. Me dirigí a mi cuarto cerrando la puerta tras de mí, me senté en mi escritorio y con la daga empecé a abrir la carta con el mayor cuidado posible, cuando fui a leerla unos gritos me sobresaltaron haciendo que me un cortara en el dedo. Esa maldita mujer había despertado, me levanté muy enojado, subí las escaleras y me dirigí al cuarto donde residía, me descolgué la llave del cuello y abrí la puerta cerrándola de un portazo. Salí del cuarto, me miré las ropas y me dirigí a mis aposentos a cambiármelas, pero escuché llegar a mi hija, me di prisa, cuando por fin estaba aseado bajé despacio las escaleras, mientras bajaba intentaba poner la mejor de mis caras para no revelar el crimen cometido. Me planté frente a ella y me arrodillé, la agarre de las manos, me miró con sorpresa aunque ya se temía lo sucedido, me preguntó: -¿Qué ocurre padre, por qu esa cara de tristeza? -Tu madre…ha muerto. -Pero me dijiste que se estaba recuperando. - Hija ha muerto, yo me marcho, volveré al amanecer, ahora vete y no llores, no merece la pena. La besé y le dije al mozo de cuadra que tuviera listo el caballo, esta noche daría otro paseo nocturno. Reanudé la marcha para llegar a tiempo a ver a
  • 17. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 17 Raymundo, el médico de la familia, me dirigí a la puerta principal cruzándola lo más rápido posible. Cuando por fin llegue a su casa, llamé tres veces y él me abrió en persona, me ofreció asiento y yo le expliqué lo sucedido esa tarde: -He matado a mi mujer. Él me miró y no supo qué decir, le ofrecí una bolsa de oro por su discreción y otra por su ayuda, él al ver el oro no dudó en dármela, -¿Qué puedo hacer? Tendrás que dar fe de la muerte de mi mujer, más bien inventártela por el bien de mi familia. Él asintió y no dijo ninguna palabra más, me levanté y Salí por la puerta despidiéndome pero antes de irme le miré y con la mirada intenté expresarle la discreción que esto requería y él comprendió mi mirada y asintió. Me dirigí al palacio aprovechando que mi hija estaba en su cuarto, mandé a todos los criados al mercado, cuando por fin se hubieron marchado me dirigí a los aposentos en donde yacía el cadáver inerte de mi mujer. Abrí la puerta con la llave y la cerré con cautela y sin apenas hacer ruido, al verla pensé en como taparla y arranqué las cortinas. La envolví, pero antes de sacarla del cuarto abrí la puerta mirando por el umbral, antes de abrirla del todo, cuando vi que nadie podía descubrirme, tiré de las ropas y bajé los escalones con ella a rastras hasta el primer escalón. Cuando decidí llevarla en brazos lo más rápido que pude, bajé los escalones y me dirigí al patio de armas, la coloqué en el carro y la tapé con una lona marrón oscuro.Volví a entrar en el palacio para ver a mi hija antes de mi marcha pero cambié de opinión. Caía la tarde y me dirigí hacia el patio de armas a prepararme para partir durante la noche cuando vi, en la ventana de la almena, asomada, a mi hija, con la mirada perdida, contemplando al cielo estrellado, avía luna llena de un color naranja rojizo, bañaba el dulce rostro de mi hija pero savia que ese dolor desaparecería con el tiempo, me miró con cara inocente y no puede devolverle la mirada, me giré y me dirigí hacia el mozo de cuadra, me respondió con un gesto, estaba todo listo, el carro cargado y tapado con una lona marrón oscura, amarré el caballo al carro me monté, cogí las riendas y cabalgué hasta las
  • 18. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 18 afueras donde nadie pudiera verme, en el camino volví a recordar ese extraño sueño. Oscuridad por todas partes; caminé vagando por las nieblas hasta una pequeña sepultura olvidada por los años y vi a una mujer llorando a su lado con una mano en el pecho y otra en la sepultura. Un niño pequeño la abrazaba de las piernas sin comprender el dolor de la madre, al verme se soltó y llamó a su madre, la joven me miró, sacó una daga, se arrodilló y se atravesó el pecho sin dudarlo ni un momento, no podía creer lo que estaba viendo, la sangre caía sobre la lápida. Un movimiento brusco del carro me despertó, tiré de las riendas para parar y me baje, me dirigí hacia la parte de atrás del carro, saqué la pala empecé a cavar lo más rápido que pude. Era un trabajo agotador, me arrepentí de no llevar a uno de los esclavos para que hicieran el trabajo pero no podía involucrarlos era mi trabajo y sólo yo podía hacerlo así que seguí cavando. Por fin terminé, el sol salía. Salí de hoyo como pude y me dirigí al carro, quité la lona y descubrí el cuerpo inmóvil de mi mujer la cogí de los pies y la deposité en el suelo la envolví en la lona y la arrojé al foso donde la cubrí con tierra, cuando por fin quedó bien cubierta disimulé la tumba con piedras y ramas, no puse cruz ni nada pues no quería que nadie la recordara pero luego pensé en mi hija. Lo hacía por su bien, me senté al pie de un árbol y me quedé mirando la ciudad con la leve luz del sol saliente. Después de un rato me incorporé, me senté en el carro y volví a casa. Después de seis años de largas conversaciones con el rey sobre la situación de la ciudad, me reuní con fuerzas de proponerle al rey el matrimonio de mi hija con un joven noble; el rey no me respondió el mismo día; esperé un largo tiempo su respuesta. Salí de mis aposentos y bajé al gran salón donde estaba mi hija con su criada. En ese momento me di cuenta que ya no era mi pequeña había crecido demasiado, tenía un pelo negro azabache que le llegaba por la cintura recogida en una coleta pulcra y ornamentada, tenía la cara ovalada con un toque de dulzura, en eso se parecía a su difunta madre. No podía creer lo que había crecido pero después de seis años no podía esperar otra cosa. Me acerqué y
  • 19. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 19 me dirigí a Loare, le pedí que me acompañara a mi despacho para hablar de un tema concerniente a mi hija. Loare me acompañó sin decir ni una palabra con la cabeza gacha, temiendo lo peor, estaba distante a ella pero sentía su miedo. Le abrí la puerta cediéndole el paso y le pedí que se sentara y yo me senté a continuación, ella con voz suave me preguntó la razón de su llamada y yo le expliqué la boda concertada de Aleidis, mi hija, ella me miró con cara de sorpresa, esa expresión ya me la esperaba, le contesté. Loure agachó la cabeza y se sonrojó, con un suspiro me respondió con la misma pregunta: -Necesito que busques a un sastre para el vestido de mi hija, el rey me enviará una carta para decirme con quién se casará. -¿Señor se lo habéis dicho ya a vuestra hija? - Aún no, estoy esperando a la respuesta del rey, ya te lo he dicho. Se acabó la conversación ve a buscar al mejor sastre. -Sí señor. -Vamos es para hoy, no te quedes hay parada Ella con prisa se levantó y salió de la habitación. -Se me olvidaba, no digas nada aún a mi hija ¿entendido? -Sí señor Se marchó sin mirar atrás. Mi hija llamó a la puerta, traía una carta en la mano, entró, me la depositó en el escritorio y se marchó cerrando la puerta con la máxima suavidad posible. Miré la carta fijamente y la cogí, sabía de quien era esa carta, pero la solté y me quedé mirando la daga, no podía creer que aún la guardara, pero me divertía tener algún recuerdo de esa mujer. Así que empuñé mi daga y con impaciencia abrí la carta, la desdoble y la empecé a leer. Por fin tenía la respuesta, pero me sorprendí de que fuera a casarse con un capitán del ejército personal del rey. Cerré la carta y la guardé en un pequeño cofre de madera de roble que tenía encima de mi mesa. Lo cerré y me dirigí a buscar a mi hija para darle la noticia, la encontré sentada junto a la ventana mirando al cielo. Me recordó a la noche en que murió su madre. Intenté llegar a ella sin hacer ruido pero mis pasos no eran tan sigilosos como pensaba, se giró y ves quedó mirándome fijamente hasta que pude articular palabra.
  • 20. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 20 -Hija, el rey ya ha concertado tu matrimonio: te casaras con Alejandro, capitán de su guardia personal. Mi hija no articuló palabra y me pidió permiso para marcharse y yo accedí, contento por su emoción me senté en el gran salón a la espera de la criada con la costurera. La boda tendría que celebrarse con rapidez, no podía esperar mucho. La puerta se abrió, la criada entró con una hermosa joven de aspecto familiar. Me quedé mirándola sin decir nada, intentando recordar el por qué de su familiaridad. Me giré y me dirigí a la criada y con un tono suave y sereno le pedí que acompañara a la joven a los aposentos de mi hija. Partí hacia el ala norte del palacio donde concerté mi encuentro para discutir la dote del compromiso. Mientras me dirigía hacía la estancia crucé un pasillo desconocido para mí, con innumerables puertas, todas iluminadas con antorchas ya casi consumidas. Era siniestro, oscuro, era el lugar donde residían los soldados de la corte. Cuando llegué a la última puerta, una voz rota y grave me invitó a pasar. Abrí la puerta y la persona a la que vi no era el hombre que esperaba pasar mi hija, era viejo y demacrado por las guerras. Pero aun así no pude hacer nada, sonreí y me senté ofreciéndole un pequeño cofre de madera que contenía doscientas monedas de oro. Él con emoción cogió el cofre y lo abrió para comprobar su contenido, con una mirada avarienta, lo cerró y le acerqué el contrato de matrimonio que él con rapidez cogió, firmó y dobló. Me lo entregó, le acerqué la mano y él me la estrechó con un enérgico movimiento. Cuando por fin estuve en el gran salón vi al sastre bajar rápidamente las escaleras y marcharse sin decir nada, me sorprendió un poco y fui a ver a mi hija. Al subir las escaleras vi a la criada nerviosa, me intentó decir todo pero yo ya lo había deducido para entonces. Abrí la puerta de los aposentos de mi hija con un gran estrépito para hallar lo que me imaginaba; me giré y le pregunté a la criada dónde estaba y cuánto tiempo hacía que se había marchado. La criada no pudo contestarme, agachó la cabeza y yo, con impulso de rabia, la golpeé haciendo que cayera al suelo. No pude ver si se levantaba, pues me dirigí al gran salón gritando, llamando a todos los criados, que no me hicieron
  • 21. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 21 esperar, y con enfado y rabia les dije: -Id a buscar a mi hija, hasta que no la encontréis no volváis, si lo hacéis desearéis no haber nacido. Los criados no tardaron en marchar, me fui a mi cuarto y me senté junto a la chimenea, no aparté la mirada del fuego. La mujer levantó la mirada de esa pequeña lápida de piedra, yo la miré pero se desplomó, el niño se levantó sin derramar una lágrima y se acercó a mí. Me hizo agacharme para susurrarme al oído palabras de venganza y odio hacia la persona que le había maldecido can el sufrimiento, me hizo jurarlo y no dudé en aceptar el juramento: sentía cómo la venganza se apoderaba de mí como si yo fuera el niño, como si yo fuera la mujer. El chasquido de la leña quemándose en la chimenea me despertó. La sirvienta de mi hija entró para decirme que habían encontrado a mi hija. Me levanté esperanzado, pero su rostro no parecía decir lo mismo. Caía la noche no podía creer que mi hija se suicidara por un miserable soldado, las dudas inundaron mi cabeza, el sueño parecía cobrar sentido no podía creerlo, no podía creer lo que estaba a punto de hacer. Me levanté, me puse la túnica cubriéndome la cabeza, me dirigí al patio de armas y ensillé mi caballo negro como la ceniza, monté y galopé hasta la frontera de nuestro reino. Hacía frío pero no podía echarme atrás no quería, a lo lejos vi las antorchas de nuestros enemigos, no me detuve ni un momento, apreté el paso acercándome más y más hacia la frontera, un silbido que rasgaba el aire me detuvo. El caballo cayó y yo rodé por el suelo, me levanté rápido y levanté las manos gritando para que no lanzaran más flechas y funcionó. Dos soldados se acercaron a mí empujándome, me agarraron y me ataron, miré hacia atrás, contemplando a mi caballo a lo lejos con una flecha clavada en el costado. Me arrastraron hasta una tienda de la que salió el que parecía el superior del ejército de los musulmanes, sacó un pequeño cuchillo y cortó las ataduras que me oprimían las muñecas, se puso delante de mí y me preguntó el por qué de mi presencia, le respondí:
  • 22. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 22 -He venido Para daros la información que esperáis. El hombre sorprendido me miró y con el cuchillo en mano me señaló y me exigió que hablara, yo le contesté que las paredes tenían oídos. Me levanté, cogí papel y pluma y me puse a escribir. Cuando terminé, sin decir nada, me dirigí a recuperar mi caballo para volver a la ciudad, pero los soldados me detuvieron con varios golpes que me hicieron desplomarme. Una voz en una lengua que no conocía les gritó y me dejaron marchar, depositándome una carta en el bolsillo de la túnica y ofreciéndome otro caballo, pues el mío ya no lo divisaba en el horizonte. Por fin me alejaba de ese lugar, apreté el paso pues oí galopar a varios caballos tras de mí, aunque no veía a nadie. Cuando por fin atravesé las puertas de Recópolis me sentí a salvo, desmonté y fui andando hacia palacio, de las sombras aparecieron varios soldados que me detuvieron con sus lanzas, sonriendo me pusieron los grilletes y me golpearon. La visión se me apagaba y los párpados me pesaban, sentí el golpe que me di al caer al suelo. Me desperté con un gran dolor de cabeza, intenté incorporarme pero los soldados al verme despierto ya lo hicieron por mí, me sostuvieron hasta que me mantuve en pie. La vista después de un rato se me aclaró y pude ver el lugar donde estaba, me era familiar, grandes ventanales a cada lado del cuarto con cortinas verdes y doradas, era el salón del trono pero el rey no estaba sentado en su silla, intenté hablar con un soldado por el motivo de mi detención pero no me contestó. Me giré para poder verle bien y entonces no podía creer quién era el capitán de la guardia personal del rey: el marido de mi difunta hija, solo le pude formular una pregunta aunque ya conocía la respuesta. -¿Por qué? No me contestó pero me obligó a ponerme rodillas y a agachar la cabeza, el rey estaba entrando por las puertas de cedro y oro, caminando a mi lado hasta llegar hasta el trono donde se sentó y sin apartar la mirada de mí, le preguntó al capitán: -¿Le has registrado?
  • 23. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 23 -Sí mi señor, hemos encontrado un carta en su túnica -Entrégamela. El capitán le entregó la carta, yo sabía que era mi fin, pero también sabía que era el Suyo, eso me reconfortó. Mientras el rey leía la carta, yo me fijé en una abertura circular en el techo que me permitía ver las estrellas y permitía el paso de la luz por el día, no apart´r la vista de las estrellas hasta que los gritos de furia del rey dirigidos a mí me hicieron reaccionar. Se situó delante de mí gritándome, llamándome traidor, pero no quería escuchar sus palabras. Ordenó a los soldados que me hicieran hablar y después de un buen rato de apaleamientos, el rey levantó la mano para que me incorporaran y pararan. No me quedaban fuerzas, sentía el sabor de la sangre en mi boca y recorriéndome la cara, las puertas se abrieron y un soldado se dirigió al rey rápidamente para decirle la noticia que yo esperaba, el soldado lo dijo alto y claro: -Toletum está siendo invadida. Yo rápidamente miré al rey que después de oír la noticia, se levantó desenfundando un puñal, me lo puso en el cuello y lo empujó, sentí el acero frío atravesándome la garganta. No podía oír pues no escuchaba las palabras del rey, no podía hablar pero tampoco quería, sentía como la sangre me abandonaba para teñir el suelo de rico opus igninum, miré el cielo pensando en aquel niño de mis sueños que por fin había conseguido su venganza, aunque tuviera que dar su vida para conseguirlo.
  • 24. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 24 Un amor que parecía imposible Adrián Pérez Raya 1º PCPI La estancia era fría, húmeda y oscura. A Raimundo siempre le había gustado permanecer en ese ambiente algo tenebroso cuando regresaba de duras campañas militares en las que tenía que estar durante días y días bajo el sol abrasador. Había sido más de cuarenta años de guerras constantes y penalidades de todo tipo. Cuarenta años al servicio de Leovigildo que nunca fueron lo suficientemente agradecidos. Mil veces puso en peligro su vida, mil veces se salvo de milagro y nunca una palabra de ánimo ni de reconocimiento. Él sabía que eso era así, sabía que no debía esperar nada. Una vida entregada en cuerpo y alma a su rey que le había impedido fundar una familia. Los soldados no tienen derecho a ser felices. Siempre estuvo enamorado de la dulce Selena, la hija de unos parientes lejanos llegados a Recópolis hacía treinta años para repoblar. Nunca pudo declararle su amor aunque siempre supo que ella también le amaba. Finalmente, harta de esperar se terminó casando con un joven campesino que le dio la felicidad y un montón de hijos. Ella era una anciana tranquila y hermosa que disfrutaba viendo corretear a sus múltiples nietos a su alrededor, nunca conoció la soledad, aunque tuvo que trabajar muy duro siempre fue feliz rodeada de los suyos. En cambio, él no tuvo esposa, no tuvo hijos, siempre estuvo solo hasta que un buen día de abril algo fantástico ocurrió en su vida. Caminaba paseando a las riberas del Tajo, después de una larga campaña militar que le había causado unas terribles heridas que le acompañarían siempre, cuando entre los juncos algo se movió. Al principio no le dio importancia pensando que sería alguna rata de agua o algún pato, pero cuando el ligero movimiento fue acompañado por un débil sonido parecido a un llanto, decidió aproximarse hasta el lugar. Su sorpresa fue mayúscula cuando entre la maleza descubrió un pequeño cestillo en cuyo interior se desperezaba un
  • 25. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 25 minúsculo niño recién nacido. Su primer impulso fue salir corriendo, él no estaba acostumbrado a ver niños, sólo cuando entraban en algún poblado enemigo y lloraban al ver el miedo en la cara de sus padres ajusticiados. Pero decidió recoger a la criatura indefensa. Caía la noche cuando cruzo la puerta de Toledo de la muralla de la ciudad y era noche entrada cuando llegó a su casa con el pequeño. Nunca pudo imaginar lo importante que ese niño, al que llamó Arcadio, sería en su vida. Raimundo fue mi maestro desde que era pequeño, el me encontró en el rio cuando mi madre a la que no conozco ni conocí me dejo en una cesta de mimbre. El me recogió me dio cobijo y comida, durante todo estos años, me enseño a combatir y luchar contra mis enemigos, también me enseñó la caza, la doma de caballos y la pesca por si algún día tendría que valerme por mi mismo. Es un hombre al que admiro con ternura y tengo tanto recuerdos sobre mi infancia con él tan emocionantes… yo siempre le he querido como a un padre, de hecho él fue quien me enseñó como a un hijo. Me llamo Arcadio y fue gracias a él pude salir a adelante. Ahora le veo aquí a mi lado echado en su catre a punto de fallecer. Ninguna palabra salida de su boca solo una respiración entrecortada. Cuando me senté a su lado me miró con una expresión triste y los ojos se le llenaron de lágrimas. Seguro que le entristecía dejarme solo en este mundo cruel y salvaje y a mí también me daba mucha pena ver que iba a perder a la persona que más había querido nunca. Le cogí la mano para que no se sintiera solo, en ese último viaje, él la agarró con fuerza y una extraña sensación atravesó todo mi cuerpo. Fue como si todo su valor, toda su vitalidad, toda la sabiduría que había atesorado a lo largo de su vida fuera trasladada a mi cuerpo a través de su mano. En ese momento un viento helado abrió la ventana de la habitación y una sombra extraña pasó sobre el lecho de mi padre, un estertor removió todo su cuerpo y en ese instante el último aliento se le escapó de su boca. Estuve llorando amargamente hasta el amanecer. Ahora estaba realmente solo en el mundo. Esa fue la última vez que lloré. Ese mismo día se celebró el entierro de uno de los caballeros más valerosos
  • 26. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 26 de la corte, muchos compañeros de batalla acudieron a despedirte y un emisario real nos trajo una moneda de oro enviada por el mismísimo Recaredo para pagar el ataúd que recogería sus restos. Yo, que además del cristianismo seguía practicando ritos precristianos, metí bajo su lengua una moneda de bronce para que mi padre pudiera pagar al Barquero el paso al otro lado. Al día siguiente me llamaron a la corte para ofrecerme pertenecer a la guardia personal del que se convertirá en rey, Recaredo. Tuve que abandonar mi casa e irme a vivir ala corte para adiestrarme en las artes de la guerra, se estaba preparando una gran batalla contra los musulmanes que acababan de entrar en la Península. Podía ser los últimos días de nuestras vidas sino ganábamos esa batalla, hasta los ciudadanos se estaban preparando para combatir, se estaban temiendo lo peor. Los herreros forjaran armas y los ejércitos partieron hacia el sur reuniendo gente de los pueblos para combatir. La marcha fue dura y difícil, fue muy larga, muchos caballos se murieron y esas carnes se utilizaban para alimentar al ejercito conservándolas en sal. Yo, experto cazador, me adentraba en el bosque con perros, algunos días había suerte y cazaba algún jabalí o algún ciervo. Un día, en una de mis incursiones en el monte vi a uno de mis perros desangrándose, a los pocos pasos un jabalí enorme me clavó su mirada sanguinaria. Por primera vez sentí miedo, después de una cruenta lucha conseguí abatirlo. Esa noche delebramos un buen banquete. Después de quince largas jornadas, llegamos a Sierra morena y poco a poco vi horrorizado como mis compañeros caían por los escarpados riscos. Era un frío invierno, sobrevivíamos gracias a las hogueras que encendíamos con las ramas y la madera que caía de los árboles. Al caer la noche empezamos a buscar una gruta para guarecernos esa noche. Estaba poblada de murciélagos, era fría y húmeda y era casi imposible hacer fuego porque toda la madera estaba mojada. Las paredes de le la cueva estaban cubiertas de musgo y moho. Después de esa noche de penalidades amaneció un día soleado. Emprendimos nuevamente la marcha y después de cinco días llegamos agotados a las puertas de la ciudad de Sevilla, donde los árabes se
  • 27. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 27 preparaban para seguir conquistando tierras. Me entró pánico y mucho miedo al ver a miles de soldados árabes preparándose para la batalla en el interior de la ciudad. Eran beréberes, el color de sus rostros era oscuro y parecían demonios. Iban totalmente armados, cada uno llevaba dos espadas y varias dagas, una armadura plateada que relucía al sol y un fuerte casco con una cresta de plumas rojas, que les hacían invulnerables. Estaban organizados en formación de ataque y se adiestraban en el tiro con arco y lanzamiento de jabalina. Tenían una puntería increíble. Seríamos presa fácil. Moriríamos todos. Fui a informar al capitán de mi ejercito y este reunió a sus hombres de confianza, entre los que estaba yo para preparar la estrategia. Después de varias horas llegamos a la conclusión de que un enfrentamiento directo era un suicidio. Decidimos envenenar las aguas. Al caer la noche me dirigía hacia el acueducto por el que pasa toda el agua de Sevilla, estaba vigilado por algunos beréberes. Tenía que ser sigiloso y hábil, sólo llevaba el veneno y un pequeño machete con el que maté a dos de esos vigilantes. Al final conseguí echar el veneno en las aguas. Murieron muchos, también inocentes. Cuando se dieron cuenta los que se salvaron salieron a buscar culpables. De Sevilla a Córdoba había un desfiladero por el que pasaba el rio Guadalquivir, al lado un camino. Allí les íbamos a tender una emboscada. Al amanecer, vimos en el horizonte que se acercaban: eran unos dos mil hombres. Preparamos unas rocas en un altozano, al pasar por debajo se las lanzamos. Luego llegó la batalla cuerpo a cuerpo, pero les superábamos en número y sólo murieron unos pocos de los nuestros. Les arrebatamos todas sus armas y sus caballos, atrapamos a uno de los beréberes como rehén para que nos confesaran los planes que tenían para atacar Toledo y el norte. Cuando le quitamos la armadura descubrimos que era una mujer. Era guapísima, morena con unos rizos largísimos, con los ojos verdes como esmeraldas. La torturamos cruelmente para sacarle la información que necesitábamos. Sólo
  • 28. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 28 cuando un hierro candente quemó su cara, confesó los planes del ejercito árabe que estaba iniciando la conquista de Hispania. Decidimos encerrarla en una cueva escondida de las montañas que rodeaban Corduba, porque estábamos seguros de que nos sería útil para un futuro intercambio de rehenes. Esa noche estuvo delirando, seguramente por las graves heridas que le hicimos; me encargaron llevarle alimentos y curar sus heridas. Le proporcioné un cuenco de leche de una vaca que habíamos robado en un pueblo cercano y una trucha que había pescado en el rio Guadalquivir. Me sorprendió que ella supiese hablar latín, mediante esa lengua podíamos comunicarnos. Me dijo que se llamaba Suleima y me dio las gracias por llevarle comida y una manta con la que se protegía de los fríos de las noches en la sierra; me habló de su triste pasado. Sus padres fueron asesinados por unos bandidos en su lejana ciudad de Túnez. Ella pudo librase porque se escondió entre la maleza del bosque. Se crió como una niña salvaje durante años alimentándose de animales que podía cazar y las hierbas silvestres; compartió cobijo con unos ciervos que habitaban en una gruta próxima. Así transcurrió su vida hasta que un pequeño ejército del emir acampó en un claro del bosque. En ese momento decidió unirse a los únicos seres humanos que había visto en muchos años. Lo difícil era como conseguirlo. La suerte corrió de su lado. Uno de los soldados fue a bañarse a las aguas de un lago cercano. Desnudó su cuerpo fuerte y lleno de cicatrices de guerra, dejando sus vestiduras al lado del fuego. El pobre infeliz se dirigió hacia el centro del lago, sin saber que precisamente allí encontraría su muerte. Ella fue aceptada por sus compañeros después de demostrar su valentía y se les fue olvidando que era una mujer. Su valor en el combate, su fuerza física, su habilidad en los asaltos, su crueldad con los enemigos… la hicieron convertirse en el soldado más famoso del ejército del emir. Ella estaba sorprendida al descubrir en su corazón sentimientos que nunca había experimentado. Arcadio le despertaba una ternura… un amor desconocidos. Habría hecho por él cualquier cosa, incluso convertirse y
  • 29. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 29 renegar de su fe, pero dudaba de que él sintiera lo mismo. Si pudiera confesarle su amor… Yo me había enamorado perdidamente de Suleima, me encantaba su mirada aterciopelada, sus fuertes piernas de guerrera, sus manos expresivas que se movían como palomas cuando hablaba, su risa e incluso su llanto. Mi mejor amigo me avisó del peligro que suponía mi amor hacía Suleima. Sin duda sería entendido como una traición y a los traidores se les colgaba. Pero era demasiado tarde, su amor estaba por encima del miedo, de la prudencia… Una noche se fue a pasarla con ella, pero le pillaron unos compañeros que le tenían mucha envidia y le dijeron que iban a informar al sargento. Él tuvo que tomar la decisión más importarse de toda su vida: quedarse y que la mataran o huir con ella; decidió jugarse la vida y huyendo con ella. Cogió todas las provisiones que pudo. Cuando se le acabaron, tuvo que salir a cazar, se adentró en el bosque y casi encontró la muerte, peleó con una manada de lobos, con una antorcha les espanto. Esos días se alimentaron de uno de los lobos que mató. Al llegar a Ovetun tras un largo y duro camino, intentaron quedarse allí pero había llegado la noticia de que era un traidor. Se vieron obligados de nuevo a huir, salieron en dirección al norte de Francia, al reino de los Francos. El camino fue muy largo y duro, el frío les helaba los huesos, no tenían nada de comer. Muchos días no comían nada, estaban muy débiles si no les aceptaban en su nuevo destino morirían. Cuando llegaron a la región del Aude les acogieron: a él le dieron trabajo como domador de caballos y ella, como era una gran conocedora de los secretos de las plantas, fue empleada en el monasterio para curar enfermos. Allí encontraron su felicidad.
  • 30. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 30 Agata, la doncella valiente Melisa Terrón (1º PCPI) Agata, a pesar de haber sido engendrada por Samara, una de las meretrices más conocidas de Recópolis, se había criado bajo la protección y el amor de su madre. Samara estaba perdidamente enamorada de Arcadio, uno de los soldados más hermosos y valientes de la guardia personal de Leovigildo. Ninguno de los dos habían conocido el amor de una familia ya que se habían criado lejos de sus padres legítimos. Samara había decidido cuidar a esa niña que había sido el único de los vástagos fruto de un amor verdadero porque ella siempre había estado enamorada de Arcadio. Muchos habían sido los embarazos que no habían llegado a término por terribles abortos que la bruja Carava le había provocado… Cuando Agata cumplió doce años su madre consiguió acumular una importante cantidad de dinero, lo que la permitió acordar un matrimonio con un apuesto joven, Luján, hijo mayor de una familia de humildes y buenos campesinos. Este matrimonio, aunque de conveniencia, fue para Agata la salvación de un futuro incierto que habría estado marcado con total seguridad por la profesión de su madre. Luján nunca estuvo enamorado de ella pero la seguridad que le daría la importante dote de su esposa le hizo aceptar la mano de la joven. Además le parecía una mujer muy apetecible, sus ojos tintados por la miel hacían que su mirada fuera dulce y prometedora, sus anchas caderas amplias y bien contorneadas y sus pechos turgentes hacían pensar que iba a ser una estupenda madre y una excelente amante,… en realidad Luján la miraba como una posesión que además de hijos le proporcionaría un gran placer, pero ningún sentimiento de amor o ternura le despertaba aquella espléndida mujer. Agata estaba muy enamorada de Luján, le parecía apuesto, fuerte y, aunque su
  • 31. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 31 carácter era muy fuerte y en ocasiones agresivo, ella tenía nublada la vista por el amor. Su noche de bodas le despertó sentimientos contradictorios, su violencia y falta de sensibilidad le provocaron un daño atroz pero la seguridad que le daba el poder tener hijos fuertes y saludables como él merecía la pena. A pesar de sus desplantes y de sus malos modos, Agata siempre lo trató con cariño y dulzura y perdonó todos sus malos gestos. “Así pasaron los meses y nació mi primer hijo al que llamamos Aitor, en honor de un lejano pariente vascón de mi marido. El niño se crió fuerte y sano”. Al cabo del tiempo decidieron tener otro hijo, Agata sufría mucho y luchaba contra viento y marea para conseguir el amor de Luján. “Intentaba seducirle nuevamente poniéndome mis mejores vestidos, me lavaba con agua de romero y rosas, coloreaba mis mejillas y mis labios, pero él seguía sin enamorarse de mí. Una noche llegó a casa, había bebido, me agarró bruscamente y me llevó al dormitorio, me tumbó encima del jergón, se tumbo encima de mí y me empezó a besar. Era la primera vez que hacíamos el amor tan dulcemente. Después de ese día, noté que mi cuerpo cambiaba, mis pechos iban aumentado, al igual que mis caderas, vómitos y mareos me asaltaban todas las mañanas. Una noche fría de invierno, un dolor intenso me arrancaba las entrañas, sentía cómo me desgarraba por dentro. De madrugada sentí cómo por mis piernas caía un chorro cálido de sangre. Perdí a los dos mellizos, mi marido me culpaba, me decía que yo los había matado. Un nuevo muchacho había venido a la ciudad, era guapo moreno con ojos verdes, su cuerpo era tan corpulento que todas las mujeres se fijaban en él, vivía a nuestro lado, se dedicaba a cultivar tierras. Yo poco a poco me fui enamorando de él. Hasta que un día cruzamos nuestras miradas, a partir de ese día nos veíamos día sí y día no. Nuestro encuentros eran en un campo de trigo fuera de Recópolis, él me hacía sentir lo que mi marido nunca había sido capaz. Una mañana de verano me levanté nuevamente presa de los vómitos y a los nueve meses nació un precioso niño al que llamé Luján, era de mi vecino y nadie lo sabía, mi marido estaba muy contento y parecía que poco a poco se iba enamorando de mí. Yo seguía viéndome con mi vecino a escondidas. Hasta
  • 32. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 32 que un día él me anunció que tenía que ir al sur para encontrarse con el ejército musulmán, me dijo que iba a poner en peligro su vida para defendernos contra los musulmanes y que siempre estaría pensando en mí, en mis caricias y en mis besos. Yo lloré amargamente, él era el único hombre que me había amado de verdad, sin intereses y sin esperar nada. Los días se hacían muy largos y tenía que hacer auténticos esfuerzos para sacarlo de mi mente. Cuando mi marido me acariciaba, me acordaba de él, de esos días en nuestros reencuentros en el campo. A los dos años, llegó el emisario del rey, comunicando que la campaña contra los árabes había sido una masacre, que habían muerto muchas personas y entre esas personas estaba él, me sentí desfallecer, todo me lo tenía que guardar, mi sufrimiento, mi angustia, todo… Pero también el pensar que tenía un hijo suyo me hacía feliz. Todo había cambiado en casa, mi marido me atendía más, se preocupaba por mí y por los niños. Pasó mucho tiempo y yo ya me había recuperado de la muerte de mi amante. Todo era perfecto en mi vida, mi marido me amaba… mis hijos eran sanos y fuertes… Nada más podía desear. Seguro que aquello era lo más parecido a la felicidad absoluta.
  • 33. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 33 Un destino desgraciado Lorena Capilla (1º PCPI) Fue la única alegría que tuvo su madre a lo largo de una larga vida de incertidumbres, dolores, penas y sinsabores. Nadie podía imaginar lo desgraciada que aquella hermosa dama había sido a lo largo de su vida. Bertha fue obligada a casarse con Rodrigo en un matrimonio de conveniencia que ella nunca deseó. Él, diez años mayor que la joven, era un hombre sin escrúpulos, obsesionado con medrar en la corte, siempre daba la mejor de sus caras a todos los nobles y dirigentes que podían apoyar su empresa y en su proyecto era fundamental el matrimonio con una noble goda para llegar cerca del poder. Nadie hubo tan ávido de poder en aquellos tiempos como Rodrigo, el consejeroreal. Cuando sólo tenía quince años Bertha tuvo que casarse en la gran basílica con Rodrigo que, a pesar de sus treinta años, seguía siendo un hombre fuerte y atractivo. A partir de ahí comenzaron las lágrimas, el sufrimiento y el dolor. Él nunca le dio un beso de amor, ni una caricia ni una mirada cómplice, por el contrario sólo desaires e indiferencia. La noche de bodas se convirtió en un tormento, él la tomó violentamente arrancándole sus ricos vestidos y destrozando el maravilloso collar de perlas herencia de todas las mujeres de su linaje y que se había convertido en una especie de símbolo de protección. Sin su collar protector, sin una madre a la confesar sus penas… su vida sería un infierno. Con el paso de las lunas sintió que su cuerpo adolescente ya no era el mismo. Algo estaba cambiando en su interior. Una noche lluviosa, el que iba a ser el heredero de Rodrigo que estaba creciendo en sus entrañas desapareció en un charco de lágrimas y sangre. Tantos sinsabores y disgustos habían provocado la pérdida. Rodrigo le retiró la palabra a su esposa, la acusaba de haber matado a su sucesor y decidió enclaustrarla en el convento próximo a la
  • 34. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 34 basílica… Pronto se daría cuenta que para legitimar su posición necesitaba un heredero. Una cálida noche de primavera volvió a arrancarle con extrema crueldad su hábito y nuevamente la tomó para sembrar al que tenía que sucederle. Nueve meses después nació Aleydis provocando una ira terrible en Rodrigo ya que el necesitaba un varón. Siempre creí que mi madre era presa de una terrible enfermedad contagiosa. Nunca me dejaron acercarme a verla. Sabía que vivía en el ala norte del palacio pero los guardianes de mi padre no me permitieron nunca atravesar las puertas que daban a su alcoba. Sólo una de las damas de compañía de mi madre, Blanca, me hacía llegar de vez en cuando cariñosas cartas suyas en las que contaba lo mucho que me quería, cuanto me añoraba y lo duro que era para ella estar lejos de mí. Nunca me dijo cuál era su enfermedad, nunca me habló de mi padre. Yo me crié con Blanca y otras damas de la corte. La que más me quiso y me enseñó fue la anciana Loure, era una mujer sabia y cariñosa. Me educó en el arte de la danza, de la música, de la poesía y el canto, me enseñó a gobernar un hogar, me mostró los secretos de la seducción, también con ella aprendí a bordar y a cuidar de los ancianos y los niños. En definitiva, hizo de mí una auténtica dama. Luego supe que todo lo había hecho por orden de mi padre que quería hacer de mí una dama deseable por caballeros de alta alcurnia. Pero yo sé que Loure me quiso como una hija. Una mañana Loure me dijo: - “Aleydis, niña, vas a acompañarme hoy al mercado; tenemos que comprar algo muy especial”. - “Como vos digáis, Loure”, respondí amablemente intentando ocultar mi emoción ante tamaña aventura ya que yo nunca, con mis catorce años, había ido al mercado. El paseo por el mercado fue agradable. El olor de las verduras perfumaba el ambiente. Luore parecía algo extraña esa mañana, algo en su cara me quería decir algo y cuando la preguntaba me cambiaba de tema insistiendo en que mirara los puestos. Ese día había mucha gente, gente que nunca había visto y pensaba que no iba a ver nunca. De repente un cruce de miradas con un caballero que hablaba con el que parecía el dueño del puesto. El caballero
  • 35. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 35 tendría unos diecisiete años y unos ojos verdes que hicieron que me olvidara por un instante el rostro de Loure que seguía con gesto de disgusto: -“Aleydis volvamos a palacio”. -“Como vos digáis señora”. La vuelta se me hizo eterna parecía como si nunca se acabará el camino, yo seguía pensando en el caballero del mercado y una sonrisa picarona me delató: -“Señorita Aleydis, ¿ha visto algo en el mercado que le haya gustado?” -“No, nada. Solo que…todo me pareció muy agradable, la gente me parecía muy feliz. Prometedme que me traeréis otro día” -“Se lo prometo señora”. Al llegar a palacio, el ambiente tétrico me produjo un escalofrío. Mi padre bajaba las escaleras de la entrada con rostro de tristeza, mientras bajaba me empecé a dar cuenta de que algo malo pasaba. Loure y él se intercambiaron miradas, entonces mi padre se arrodilló ante mí y me confesó la que iba a ser la peor noticia de mi vida:- “¿Qué ocurre padre, por qué esa cara de tristeza?”, le pregunté asustada. - Tu madre…ha muerto. - ¿Pero me dijiste que se estaba recuperando? - Lo siento hija ha muerto, yo me marcho volveré al amanecer ahora vete y no llores no merece la pena. Mi padre se levantó y se retiró saliendo por la puerta principal, mientras yo me quedé con Loure. A los pocos segundos rompí a llorar, mientras Loure me contaba que tarde o temprano debía pasar. Caí al suelo sin fuerzas Loure me cogió y me recostó en sus rodillas. La tristeza inundó mi cuerpo y mi criada al verme tan débil me llevó a mi alcoba y me dejó reposar. Aquella frase se repetía en mi cabeza: “No llores, no merece la pena.” Me desperté al día siguiente pensando que todo había sido un mal sueño y decidí ir a buscar a mi padre. Por el camino me encontré con Loure. -¿Qué tal se encuentra señorita Aleydis?
  • 36. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 36 -Mejor, pero debo hablar con mi padre de la muerte de mi madre. - Me pareció verle en el patio. - Gracias Loure. Decidí salir al patio después de cinco largos minutos esperando la pregunta correcta, una vez encontrada abrí la puerta y salí. El sol brillaba más que nunca, aunque no hacía calor y al fondo mi padre se iba acercando. Ni un saludo, ni una mirada, pasó sin más. -¡Padre!, dije casi sin voz. No se dio la vuelta. Abrió la puerta y entró a palacio. Después de seis años todo seguía igual, mi padre, Loure… -Aleydis debería comer un poco o enfermará. -Loure, ¿qué le pasa a mi padre conmigo, tendría que ser yo la que no le hablará por lo de mi…, una voz que procedía del despacho de mi padre avisó a Loure interrumpiendo nuestra conversación. -Sí, señor, contestó Loure y salió de el comedor. Tanto secreto entre mi padre y Loure me abrió la mente, iba a cometer un error haciéndolo, pero lo hice…Las estancias de mi padre estaban al final de un largo pasillo. Detrás de la puerta se escuchaba a mi padre hablando con mi cuidadora. Me acerqué y con cautela me dispuse a escuchar su conversación: - Necesito que busques a un sastre para el vestido de mi hija, el rey me enviará una carta para decirme con quién se casará. -¿Señor se lo ha dicho a su hija? - Aún no, estoy esperando la respuesta del rey… No quise escuchar nada más, era suficiente; me quedé en blanco, pero pude irme antes de que saliera Loure. Regresé al comedor e intenté esconder mis sentimientos para que Loure no sospechara. Loure se marchó al mercado y yo aproveché para ir a ver a mi padre a ver si me comentaba algo de la boda, cogí una carta para disimular y caminé hacia su estancia. Llamé a la puerta y sin que me diera permiso me coloqué delante de él, le dejé la carta encima de su escritorio, esperé unos segundos y me marché. No me dijo nada ni siquiera me miró, lo único que pude ver fue que
  • 37. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 37 estaba escribiendo algo y seguro que no era nada bueno. Loure no regresaba del mercado y yo estaba sentada en el comedor sola junto a la ventana mirando por el cristal pensando en mi madre. De repente, escuché un ruido detrás de mí, sentí miedo, pero al pensar que podría ser Loure me di la vuelta. La sorpresa fue mayor al ver a mi padre con cara de seriedad mientras se acercaba hacia mí. Me quedé mirándolo fijamente. Entonces fue cuando me lo dijo: -Hija tengo una noticia que darte, seguro que te alegras. -¿Qué pasa padre? -Hoy he recibido la carta del rey para tu matrimonio. Te casarás con Alejandro, soldado de la guardia personal del rey. Entonces le miré sorprendida y salí corriendo a mi cuarto a pensar en todo. Era normal lo de las bodas pero nunca pensé que me pasaría a mí. Entendí porque Loure me enseñaba tantas cosas, sólo lo hizo para cuando me casara con un hombre para que le sirviera mientras mi padre disfrutaba de su triunfo. Loure regresó. Entró a mi cuarto y al verme llorar me dijo: -¿Se lo ha contado todo su padre, señora? -Sí, pero no entiendo porque ahora. -Cuando se cumplen los quince años es lo que pasa, por eso te enseñe tanto. - Loure a mí lo que más me entristece es que no me lo contaras cuando te lo dijo mi padre. -No pude, trabajo para el, no le podía traicionar, era él el que te lo tenía que contar. Loure miró al suelo, levantó la cabeza con una sonrisa y se metió la mano en el bolsillo, sacando una nota. “Me la dio para vos un muchacho muy agradable, su padre me dijo que no se lo diera, pero eso es algo que tenéis que decidir vos. Considérelo una disculpa señorita Aleydis, ahora me tengo que ir, la llamaré cuando la cena esté preparada”.
  • 38. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 38 Loure abrió la puerta y se fue dejándome la nota encima de mi lecho. Leí la nota: “Te espero a media noche en tu ventana” Llevábamos dos meses viéndonos a media noche. Él era puntual y a la hora justa estaba allí todos los martes, subía por las enredaderas de mi ventana y entraba a mis aposentos. Álvaro me juraba amor eterno y fidelidad, esas cosas que un soldado enviado por el rey para juntar territorios me daría. Todo iba estupendo pero nos cansamos pronto de vernos a escondidas, yo no podía estar sin él el resto del día o de la semana y él sin mí tampoco. Decidimos hacer una locura, fugarnos. Todo estaba preparado para esa noche, comida, bebida y algo para resguardarnos del frío y él sabía lugares en el bosque para escondernos. Salió el primero por la ventana cuidadosamente para no hacer ruido y levantar sospechas, luego bajé yo. Todo iba sobre ruedas hasta que el mayordomo nos descubrió. -Aleydis, ¿dónde os dirigís a estas altas horas de la noche? -Iba a dar una vuelta me encontraba mal, enseguida vuelvo, no saldré de los alrededores. - Si no regresa le contaré a su padre lo ocurrido y le desvelaré la clase de visitas que tenéis los martes a estas horas. El mayordomo se fue sin mirar atrás, no pareció importarle si me iba a volvía a mi alcoba, aunque estaba claro lo que haría. Me despedí de Álvaro lamentándolo mucho y regresé a mis aposentos. El día de la boda se acercaba y mi padre ya había firmado los papeles con Alejandro. Pensé en más opciones para escaparme con Álvaro y solo se me ocurrió una. Decidí ir al mercado y hablar con alguna persona capaz de fabricar el más potente veneno. Entre tanta gente logré localizar a la pitonisa, una de las más famosas de Recópolis. Al verla de frente me di cuenta de que algo extraño estaba a punto de pasar, era igual que yo, y ella pareció darse cuenta. Me invitó a pasar aunque con mirada fija en mí. -Me dijeron que vos podía hacer el brebaje que pidieran.
  • 39. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 39 -“Sí, decidme para que lo quiere y yo lo haré para vos. -Necesito un veneno lo menos doloroso posible -¿Para qué necesita una muchacha tan joven un brebaje tan mortífero. -Eso es problema mío no de vos, ¿para cuándo lo podría tener? -Espere un momento y lo tendrá en un instante. Espere poco hasta que me lo trajo, la duda de saber porqué se parecía tanto a mí me aguijonó el cerebro y con voz entrecortada le pregunté: “¿Tenéis familia?” -Contestaría lo mismo que me dijo vos antes pero yo también quiero saber el porqué de nuestro parecido. Vivo con mi madre y mi padre murió, aunque por lo que ven mis ojos muy muerto no debe estar ya que mi madre más hijas no tuvo. -¿Queréis decir que mi padre es el de vos?” Me quedé en blanco mientras Amelia, la pitonisa, me miraba con un rostro pálido esperando una contestación. -Me tengo que marchar, tengo prisa, deberías hablar con mi padre para zanjar este asunto. Huí asustada con paso rápido. El martes se acercaba y yo cada día estaba más nerviosa.Un día antes decidí hablar con mi padre pero su ausencia cada día destacaba más y no puede ni despedirme de él. Loure preparaba las cosas de mi boda y me planteé decírselo pero no lo hice por miedo. Pasé una noche de espanto, no dejaba de tener pesadillas sobre la noche del martes. ¿Qué pasaría si yo me lo tomo y él no?, ¿y si no está de acuerdo con hacerlo? No sabía qué hacer, no lo dudé más. El martes llegó entre nervios y dudas, pero conseguí disimular mi terror. Llegaron las doce y allí estaba él, Álvaro, puntual como siempre. No le dejé subir, bajé yo, lo abracé como nunca, lo cogí de la
  • 40. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 40 mano y lo llevé al bosque corriendo para que el mayordomo no nos descubriera. Una vez llegamos al bosque se lo expliqué todo: “He tenido una idea, aunque no sé si te gustará…He pensado que, ya que no nos dejan vivir nuestro amor, podríamos…” No puede concluir, la cara de Álvaro iba cambiando de una sonrisa a una cara asustada. “No encuentro otra salida, yo lo haré de todas formas, nunca me casaré con alguien que no seas tú”, concluí. -Ni yo, yo solo vivo por ti Aleydis y estaré a tu lado hasta la muerte. -He pensado en suicidarnos, tomando un brebaje, por nuestro amor para que mi padre no tenga lo que desea y vos y yo nos amemos en otra vida. - Por ti lo que sea, yo lo tomaré primero. -Prefiero ser yo, no quiero ver cómo muere mi amado. Ingerí el brebaje que la pitonisa del mercado me vendió, al principio no pasaba nada, de hecho me dio tiempo a ver cómo Rodrigo entre lágrimas se lo bebía, luego caímos los dos al suelo. Álvaro me apretó la mano en sus últimos segundos de vida y mirándonos empezamos una nueva vida juntos más allá.
  • 41. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 41 Un destino desgraciado Ainhoa Acosta (1º PCPI) La cabaña era un lugar cálido y confortable, marcado por la presencia femenina. En ella tres mujeres pasan los días tejiendo en un enorme telar de madera. Son costureras. Compran a buen precio la lana que los esquiladores de las villas cercanas le ofrecen y luego la trabajan día y noche primorosamente para conseguir las telas más delicadas y famosas de la ciudad. Elaboran paños más rústicos para los campesinos pero la corte les encarga hermosos trajes para las damas y túnicas para los caballeros. La costurera de más edad, Adela, se afana en tejer un gran paño de tela que tintará de púrpura para una ocasión muy especial: los esponsales del consejero real, Rodrigo, y su prometida Bertha. La mujer joven que la ayuda, Amalia, es su hija mayor y Aridei, la pequeña, se encarga de cocinar y limpiar la humilde casa. Ellas tres fueron abandonadas por su padre cuando Amalia tenía dos años y Aridei acababa de nacer. Su madre nunca quiso hablarles de su padre, Ellas habían crecido solas y su mundo era sustentado por una madre fuerte y capaz de sacarlas adelante. Siempre he querido ser la mejor costurera de la corte, mi madre me ha preparado para ello, aunque mi abuela materna que vivió con nosotros hasta hace unos años se empeñó también en enseñarme los secretos de las runas, esos legendarios símbolos de su pueblo, los celtas, que son capaces de hablarnos de nuestro futuro. Desde que era una niña de no más de cinco años aquella anciana de rasgos marcados, cuerpo frágil y vestida siempre con una túnica parda me enseñó los secretos del lenguaje de los animales, de los árboles y esos signos cargados de magia. Marat, mi abuela, había pertenecido a un antiguo linaje de origen celta y ella siempre había sido nuestra protectora.
  • 42. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 42 Incluso ahora después de muerta se me solía aparecer en sueños para avisarme de los peligros que me acechaban. Fue increíble lo que me ocurrió una noche que pudo cambiar mi vida. Volvía de las afueras de la ciudad después de haber ido a comprar carísimo lino para confeccionar un vestido de bodas para Bertha, cuando un individuo de aspecto feroz me asaltó con intenciones evidentes. De pronto un tremendo viento se levantó sin explicación alguna, un relámpago rasgó el cielo y la imagen de mi abuela apareció en mitad del camino. Como podéis imaginar el malhechor se dio a la fuga. Yo que simplemente era una muchachilla sencilla y cordial, con un largo cabello enrizado negro y de estatura mediana. No podía imaginar que alguien pudiera tener un mínimo de interés por mí. Esa noche tal vez fue el peor miedo que pasé en mis veintidos años de vida, nunca me había ocurrido algo tan innecesario y a la vez tan vulgar por parte de ese hombre. Podría haber sido alguien que me conociera…o tal vez un simple vagabundo, no lo sé, no sé si tal vez alguien quería hacerme daño, solo sé que esa noche pude escapar afortunadamente de los brazos de ese anciano. No le reconocí la cara, yo solía conocer a la gente del pueblo pero a él en este caso no. Tenía un olor tabernario muy conocido, debe ser un hombre bebido por los caminos de aquella oscura calle solitaria, era irremediablemente imposible olvidar aquel rostro sucio y maloliente. Llegué a mi casa, con el pecho ardiendo de tanto correr por el camino tan oscuro. No había ni una simple luz que me guiara para encontrar la salida, al fin llegar a mi casa. Cuando atravesé el umbral no le quise decir nada a mi amada madre, ya que estaba tan susceptible y triste por los pensamientos que tenía en algunas ocasiones. Abrí la puerta con toda mi tristeza por todo lo que me había podido pasar y no pasó gracias a que pude escapar. Allí estaba ella en su silla de mimbre balanceándose de un lado a otro, al lado de la chimenea antigua y tejiendo una pequeña blusa de lana. Mi madre que ha sido toda la vida una mujer muy trabajadora, a la que le gustaba ayudar a la gente más humilde y necesitada de aquel pueblo, que nunca había hecho daño a nadie, pero a ella sí. Cuando mi padre nos abandonó al principio
  • 43. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 43 ella decidió no hablarnos nunca más sobre él. Pero…¿Por qué nos abandonaría?. Más allá de la casa, delante, por el camino que lleva a la aldea vecina, vive una pitonisa famosa por sus pócimas y hechizos, me gustaría que me ofreciera algún filtro para seducir. Decidí ir a verla. Caminando hacía aquel lugar, empecé a sentir algo raro en mi interior, un presentimiento, algo me inquieta y me atrae rápidamente hacía aquel lugar, hacía aquella mujer. Llegué. Ella estaba con la mirada clavada en el suelo, un sudor frío recorrió mi cuerpo y con voz temblorosa le conté mis problemas con mi marido, para que me pudiera aconsejar. Durante la conversación, las dos mostrábamos los mismo gestos y la misma mirada. Cuando terminé de contarle toda mi historia, ella miró hacia abajo, y me aconsejó: “Os voy a dar una pócima del amor, que te devolverá tus encantos”. Regresé a mi hogar y cuando él llegó le eché tres gotas del brebaje en nuestra humilde colación. No dio resultado. A la mañana siguiente, me allegué nuevamente hasta la cabaña de la hechicera, pero allí no había nadie, solo el viento fuerte y lento. Otra vez se presentó el espíritu de mi amada abuela, me asusté. Algo pasaba, ella me quería decir algo, sus palabras simplemente fueron: “La muchacha a la que esperas, es muy especial para ti”. Yo me quedé sorprendida, caída la noche, no podía dormir, no paraba de pensar qué era ese sentimiento hacia a ella. A la mañana siguiente y después del mediodía me puse mi larga túnica y volví a aquel lugar siguiendo lo que se había convertido en un rito.. Allí estaba ella, empezamos a conversar, yo le llevé unas calzas para que la poción amorosa fuera más potente. Intercambiamos miradas un par de veces, y yo me decidí a decirle que me echara las cartas; ella aceptó. De pronto, se quedó pálida, yo no sabía quá había visto. Me asusté, entonces ella me confesó: “Por favor siéntate, las cartas me han comunicado algo muy delicado y sorprendente”. No podía imaginar qué pasaba, se frotó los ojos y frunció el ceño.“No sé cómo empezar, no sé cómo, ni qué ha pasado para que las cartas me comuniquen
  • 44. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 44 que vos y yo somos hermanas de padre”. Me recorrió un sudor gélido y entonces comprendí lo que me pasó la mañana anterior con mi abuela. Creo que desde entonces me sentí protegida.
  • 45. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 45 Amor de rey Yurena Naves (1º PCPI) Alberto era un campesino que llevaba legumbres frutas y cosechas de los animales de su granja. Vivía en las próximidades de las ruinas que fue poblada por en los últimos decenios de vida de la gran Recópolis. Era muy valorado entre las mujeres y se enamoró locamente de Liuva, una preciosa muchacha de padre orfebre que vivía en el mismo barrio que él. Su madre murió y el padre de Carlota quedó al cargo de la pequeña Liuva. Era rubia, de tez ambarina y de ojos expresivos de un color verdes como los campos. Él nunca se había fijado en ella, pero un día a Carlota se le cayó la cestilla donde llevaba las patatas para vender en el mercado. Él la ayudó amablemente y ella se levantó y con la mirada clavada en los ojos de Alberto, esbozó una sonrisa, la mas bella sonrisa que este había visto. Se enamoró perdidamente. Una noche cálida de un verano agotador, Alberto salió a la puerta a contemplar la cosecha de la mañana siguiente cuando escuchó un leve estornudo, se giró y vio su bello rostro. Él le tomó la mano acariciando suavemente cada poro de su piel, ella le pidió agua, él le invitó a pasar dentro de su humilde hogar, y aquella fue la noche más hermosa para ambos. Liuva desapareció y al cabo de cuatro lunas regresó con una vestidura ancha. Alberto no se fijó en ella porque sólo se fijaba en las mujeres de cintura fina y cuerpo exuberante. Finalmente Liuva le confesó que estaba esperando un hijo suyo. Él la insultó y negó ser el padre. Huyó de allí y dejó desolada a la joven madre, cuando quedaban pocas jornadas para el alumbramiento él apareció ebrio y le aseguró que no iba a ser responsable de tal desdicha. Nació una niña y era preciosa. Liuva no la quiso ver mandó a su viejo padre que abandonara a la niña en la puerta de la corte de Recadero. El anciano la dejó en el camino más próximo a
  • 46. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 46 la corte, llorando y suplicando a Dios que fuera acogida por alguien de la corte que la deseara con todas su fuerzas. Alberto apareció esa misma tarde con una mujer de pelo moreno rizado y de tez canela, pidiendo a la joven que abandonara a esa niña ya que se había vuelto a enamorar de la mujer que le acompañaba, llamada Aude. En ese mismo instante llegó el padre de Carlota que anunció que la niña ya había sido dejada en las entrañas del bosque. Alberto se alegró de la noticia, Liuva lloraba desconsoladamente por la indiferencia de Alberto y la pena del abandono de su hija. Egica iba de noche hacia la corte, con grandes cubos de agua para la limpieza de la corte, cuando pasó por la ribera del río vio una cesta de mimbre, se quedó mirando, se agachó para ver lo que era. Era una niña que tenía aún colgando el cordón umbilical. Se arremangó una capa de su gran vestido y envolvió a la pequeña haciendo calmar con su calor el llanto. Las puertas de la corte se abrieron, ella entregó a la pequeña a Recadero, explicó con tristeza que moriría de hambre si no hacían algo por remediarlo. El rey mandó llamar a una nodriza. La mujer tomó a la pequeña entre sus brazos, la arropó y acercó su pecho a la boca de la pequeña, esta mamó y cesó su llanto. Egica suplicó al rey que dejara que ella tomara a la pequeña por hija. Recadero aceptó con la condición de que cuando la niña fuera mayor estuviera a su servicio. Egica llamó a la niña Carlota. Cuando cumplió el primer mes de vida, su pelo era rubio y sus ojos negros como el azabache. Cada día que pasaba el abuelo de la pequeña se acercaba a las puertas de la corte escondido detrás de unos frondoso árboles para ver a la pequeña paseando entre los brazos de aquella hermosa mujer. El viejo padre de la muchacha lloraba de la emoción al ver que aquella preciosa pequeña era día a día más parecida a su hija, el hombre entusiasmado acudía a su casa para comentarle a su hija que la pequeña sonreía o que a la pequeña le dolía la tripa. Un duro invierno enfermó y día tras día se iba sumiendo en una profunda tristeza por no ver a su nieta. A los pocos días el barrio donde ellos vivían estaba de luto: el viejo padre había muerto sin ver por última vez a su amada nieta. La pequeña cumplió su primer año y Egica
  • 47. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 47 sentía que era su madre y la animaba a que dijera su primera palabrita enseñándola a decir mama, agua, pan o cualquier cosa sencilla para su “hija”. Una mañana la pequeña se despertó y pronunció su primera palabra despertando a su “madre”. Al cabo de unos meses dio su primer paso y aprendió a abrir todas las puertas de la corte. La niña abría la puerta del dormitorio de Recaredo y éste se bajaba de su cama y jugaba con la pequeña durante horas. Él también sentía que aquella niña había aparecido por algo en especial, le traía paz, alegría, y sobre todo la sensación de querer. Recaredo mando hacer a sus sastres una muñeca hecha de trapo algodón y con bordados de flores para que la pequeña jugara todos los días con ella y creciera con ella, la niña recibió su regalo y al cogerla con sus frágiles manitas la abrazo y le dio un beso a Recaredo. Pasaron largos años y la niña siguió creciendo con aquella muñeca y acudiendo todas las mañanas a la habitación del rey para que jugara con ella o para que le contara alguna historia. La niña fue creciendo y un buen día decidió salir al bosque para que los que caminaban con rumbo a sus oficios vieran su hermoso vestido. Carlota llegó al barrio donde vivía Liuva, ella por supuesto no conocía la cara de su madre ni sabia quién era pero Liuva la reconoció rápidamente por su cabello rizado y sus ojos almendrados como los suyos; quiso alzar la voz para llamar la atención de la pequeña pero no le salió ni una palabra, solo se quedó petrificada al ver que la pequeña estaba tan guapa con su vestidito y decidió no decir nada ya que se la veía muy feliz de vivir con en la corte. Pasaron doce primaveras y Carlota estaba convirtiéndose en toda una mujer, una perfecta dama de la corte real; pero Egica y Recaredo habían hecho un trato. Egica anunció a Carlota que debía trabajar para la corte. Egica ese dia la enseñó a lavar la ropa en el rio, llevar los cubos y recoger las cestas que traían los campesinos. Luiva tenía que llevar las patatas que había cosechado a la corte y temía encontrarse con la pequeña. Carlota abrió el gran portó por donde entraban los campesinos y sonriendo a Luiva dijo: “ ¡Qué patatas más apetitosas!” Luiva sólo pudo llorar, Carlota pensó que había dicho algo malo. “ Perdóneme señora no era mi intención ofenderla
  • 48. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 48 de ninguna manera”. Luiva alzó su mirada y tomó sus frágiles manos. “No niña, no lloro por eso, lloro porque….” Carlota no entendió nada. “Señora por qué llora, dígamelo por favor”. Luiva se armó de valor. “¿Cómo te llamas niña?” Carlota respondió complaciente: “Carlota señora, mi nombre es Carlota”. -“Está bien Carlota, te diré el porqué de mis lágrimas, te lo contaré como si fuera un cuento ¿de acuerdo?”. Carlota se sentó en un sillita que había al lado del gran portón. -Yo di a luz a una pequeña fruto de un amor no correspondido, esa niña fue abandonada, mandé a mi padre que depositará a la pequeña en el camino que se dirige al bosque en una cestita con una mantita blanca. Carlota no podía creer lo que estaba escuchando.”Señora ¿no quería a su hija?”… -Sí pequeña la quería y la sigo queriendo con todas mis fuerzas -Señora y por qué no la busca. -Porque ella es demasiado feliz para estropear su vida. -No, no creo que usted arruine la vida de su hija al contrario, señora yo crecí feliz mente en este lugar, y a la que yo llamo madre en realidad no es mi madre, me hubiera gustado estar con mi madre….aunque sea rodeada de pobreza y recogiendo patatas -Lo sé pequeña por eso lloro por la vida que no te pude dar, pequeña soy tu madre y no deseo entorpecer tu vida apareciendo en tu camino, sólo deseé que fueras feliz, solo deseé que jamás sufrieras, y que jamás pasaras hambre. Carlota no pudo responder, sólo se levantó de su silla y sin pronunciar una palabra cogió la cesta y se dirigió a la puerta pero antes de irse le dijo unas palabras :“La felicidad es indiferente en mi vida si mi madre nunca ha estado en los momentos más necesarios” y cerró la puerta. Esa conversación quedó simplemente en un recuerdo, Liuva no apareció nunca más. Carlota cumplió catorce años y Egica decidió que ya sabía lavar la ropa y hacer las cosas encomendadas, la mandó al rio a lavar las vestiduras de Recaredo; la pequeña fue hacia el río, hacia sol y carlota llevaba demasías vestiduras que hacían sofocante el desempeño de la labor. Recaredo decidió ir
  • 49. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 49 a mirar cómo iba al rio para que no le pasara nada a la pequeña. El rey se había enamorado de ella y al verla con sus ropas mojadas no pudo controlar su impulso. Tras ese día Carlota decidió irse con la mujer que aseguraba ser su madre, nadie se enteró de que había abandonado la corte.
  • 50. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 50 La monja Selena Beatrice Alexuta (1º PCPI) Selena era la hija pequeña de Rodrigo, el Consejero del Rey. Al no tener una dote tan importante como Aleidys, la primogénita no tendrá otra alternativa que profesar el celibato y ofrecerse sólo a Dios. A la edad de catorce años la llevaron al pequeño monasterio que se construyó anexo a la basílica donde Recaredo juraría fidelidad a su padre Leovigildo. Cuando entró en el majestuoso edificio le impresionó la altura de las bóvedas, los colores increíbles que proyectaban los cristales trabajados de los vanos de los gruesos muros y, sobre todo, el intenso olor a incienso que lo inundaba todo. La celda que le fue asignada era un espacio pequeño, oscuro, frío, tenebroso, con sólo un camastro en el que había una ruda manta y un estrecho colchón de paja. Un crucifijo de latón era el único ornamento del lugar. El refectorio, donde se reunían los cinco miembros de la comunidad, era un pequeño espacio que también servía de comedor. La gran sorpresa fue la biblioteca del humilde cenobio. Décadas atrás cuando los romanos se marcharon de las villas cercanas, los visigodos rescataron de sus casas un sinfín de manuscritos que contenían obras de la Antigüedad Clásica. El anciano Rodolfo, monje desde hacía más de cincuenta años, guardó, clasificó y cuidó de los libros como si fueran sus hijos y él fue el que enseñó a Selena, su más preciado tesoro, aprender a leer. Así se puso en contacto con la dormida cultura clásica escondida en un centenar de volúmenes saqueados de una antigua quinta romana… Allí descubrió a Platón y a Aristóteles y, a través de ellos, los cuentos indios del Panchatrata y también a los árabes. “Lo único que me quedaba de mi infancia era una cruz visigoda de mucho valor, repujada en oro y piedras preciosas muy brillantes: esmeraldas,
  • 51. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 51 rubíes…la cruz visigoda que llevaba significaba mucho para mí era lo único que quedaba de la herencia mi padre. En el convento vivían cuatro monjas más y un monje, llamado Rodolfo que fue el que me enseño a escribir, leer y aprender idiomas, las monjas que vivían conmigo eran cuatro se llamaban: Katerina, joven y hermosa, un poco reservada era muy simpática; a Blanca le gustaban mucho las cosas sobre la Antigüedad; Frue era hermosa y adorable a pesar de haber tenido un pasado triste; y por último Kelsi era la más anciana. Ella y Rodolfo siempre estaban pendiente de cada una de nosotras. El tiempo pasaba y un buen día Rodolfo me mostró las Metamorfosis de Ovidio. Sus historias de amor cambiaron mi vida. También me impresionaron los comentarios del apocalipsis y sus descripciones del fin del mundo ... Al pasar unos meses , una mañana de verano muy calurosa, salí al mercado hacía un sol resplandeciente que iluminaba mi cabello dorado y mis ojos azules como el cielo. Allí encontré a un joven muchacho, Carlos, que cambiaría mi destino. Decidí huir con él en busca de la felicidad. Pese a tantos ratos de nerviosismo e impaciencia, por fin llegó la hora para ir al bosque, que hasta entonces me parecía un laberinto oscuro y muy peligroso para cruzarlo, pero esa noche parecía un bosque encantado donde se iba a encontrar con el que era el hombre de su vida. “Eres la mujer más hermosa que he visto en todos estos años que tengo de vida, mi corazón me dice que no quiere pasar un minuto más sin ti, me gustaría pasar el resto de mi vida junto a ti dime que aceptas mi propuesta de fugarnos al mundo sin rumbo alguno, sin un lugar fijo a una isla desierta donde viva solamente nuestro amor”. La respuesta no podía ser otra: “Yo también he estado pensando en ti, porque eres un hombre maravilloso con una belleza interior extrema, y me gustaría pasar el resto de mi vida junto a ti, aceptó tu propuesta sin duda alguna para irnos al fin del mundo, quiero ser feliz y mi felicidad esta junto a ti”. Selena y Carlos se fugaron en esa misma noche oscura iluminados por la luna llena que cada vez les guiaba más hacia su destino.
  • 52. Un viaje al pasado: la vida en Recópolis 1º PCPI Página 52 GISELA, LA BRUJA Desiré Espinar (1º PCPI) A pesar de la imposición del Cristianismo como única fe, el pueblo llano sigue con sus prácticas paganas de origen celta y precristiano. Gisela, frente a lo que le sucedió Amalia, fue enseñada por una bruja en las artes adivinatorias, conoce el poder de las plantas (que pueden dar la vida o quitarla, que pueden provocar el amor más enloquecido o el odio más cruel, que pueden quitar una verruga o provocar un parto, o hacer que una mujer estéril engendre…). Su infancia en manos de Caraba, la bruja que se convirtió en su madre cuando fue abandonada en la puerta de su choza, había sido agridulce. Desde el amanecer marchaba de la mano de anciana a lo más profundo del bosque donde recogían todo tipo de hierbas y raíces para elaborar sus pócimas. Al llegar a la choza había que clasificar todo lo recolectado y comenzar la elaboración de untos, brebajes y conjuros. La noche más terrible de su vida sólo tenía diez años, había una enigmática luna llena que ilumina todo el bosque. Un viento helado cortaba la fina piel de la niña, tiritones y escalofríos hacían que fuera tropezando constantemente hasta que llegaron al cruce de caminos. Allí, en medio, se erigía una horca y colgado de ella pendía un ajusticiado. Su cuerpo medio devorado ya por los buitres presentaba un rostro de dolor que quedó gravado para siempre en su recuerdo: la lengua hinchada salía de la boca amoratada, las cuencas de los ojos habían sido ya vaciados por las alimañas, un pie había desaparecido, seguramente devorado por los lobos… La vieja Caraba la obligó a cavar debajo del cadáver mientras éste se zarandeaba de un lado a otro: la leyenda decía que una virgen debía extraer la mandrágora de debajo de un ahorcado.