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VIENTO A FAVOR
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3
VIENTO A FAVOR
Venturas y desventuras de un marinero en apuros
Antonio Ramírez Martín
4
Autor: Antonio Ramírez
e-mail: contravento13@gmail.com
Diseño y Maquetación:
Estefanía Aragüés Salvo.
e-mail: estefer@gmail.com
Fotografías de la colección del autor.
ISBN: 978-84-613-0209-3
D. Legal: M-10115-2009
www.vientoafavor.com
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A mis hijos Toño y Sara.
A Lourdes mi mujer.
Con todo el amor del que soy
capaz.
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Índice de Contenidos
Sinopsis. Pag. 9
Prólogo. Pag. 11
Capítulo 1. Pag. 17
Inicios. Joan “ El ahogado”. “Las Guiris”
Capítulo 2. Pag. 29
El Artemisa . Mediterráneo. Pedro. Don Juan de Borbón.
Capítulo 3. Pag. 43
El Orión. La Caracola. El enano.
Capítulo 4. Pag. 57
El Sr. Paco. De Man a Palma a vela.
Capítulo 5. Pag. 75
Valerie. El padre Celso. El hombre de las profundidades.
De Funchal a Salvajes. “Albatroz”. ¡Pánico!
Capítulo 6. Pag. 115
¡El Amor! Pesca – sub. París. Crispín.
Capítulo 7. Pag. 143
Córdoba. La puta mili. Regreso al mar. Los Fiordos.
“Boca de fresa”
Capítulo 8. Pag. 171
Islandia. Caza del cachalote. Rumbo a Nueva York y Tokio. ¡Que vienen
los coreanos!
Capítulo 9. Pag. 203
Martín Regueiro, mi amigo. Espectáculos macabros.
Mar de La China . Java. El Paraíso. La Galatea . María.
Seichelles. Mauricio. Chagos. ¡Tiburones!
Capítulo 10. Pag. 263
El Annie C. De Mauricio a C. Del Cabo. Rememorando. Volver
Capítulo 11. Pag. 307
De nuevo la Albatroz. “Nana” el bombón.
Pesca en Columbretes
Capítulo 12. Pag. 351
1ª experiencia en la vida civilizada. Córdoba. Jaén.
Vuelta a la mar. El “Libertad” Juegos de cama
8
Capítulo 13. Pag. 393
Sorprendidos por el “doverman” De Rótterdam a Mar del Plata. El
Adventure. La Patagonia. Hornos. Naufragio. Isla de Juan Fernández
Capítulo 14. Pag. 443
El Ballenero. Al infierno. Mi amiga Elka. Vuelta a la vida
9
Sinopsis
No he pretendido con las páginas escritas que tienes en tus manos
querido lector, hacer nada importante.
No se trata de una novela y tampoco es una biografía. Pues se refiere
a una época larga en el tiempo e intensa en la vivencia de mi ya
lejana juventud. Si bien hace escasa referencia a los orígenes, y nula
a la trayectoria posterior de quien lo escribe, más bien diría que se
trata de una amalgama de hechos, situaciones y pedazos de vida - en
aquel tiempo aventurera y anárquica - que desparramados encima
del frágil tablero de los recuerdos, aguardan como las piezas de un
puzzle, que alguien que debería ser yo, las depure, las adorne y las
ordene.
Se trata por tanto de una rememoración sonriente de un tiempo en el
que anduve intensamente ligado al mar, y en su medio o su entorno
transcurrieron los momentos más felices y amargos de mi vida,
afición que aún hoy mantengo, y con seguridad ha marcado toda mi
existencia.
No espere el lector encontrar aquí la lección magistral de un erudito
en nada de lo que en las historias contenidas se refiere. Antes bien,
estoy seguro de que hallará gran cantidad de “errores técnicos” que a
mi juicio no desvirtúan el objetivo final de la obra. Entretenerme y
entretener. Contagiar al lector con mis emociones y mis
sentimientos, para lo cual resulta imprescindible contar con su
complicidad. Objetivo harto difícil -ya lo sé- pero al que no renuncio
a optar.
Que sonría ante la historia de mi monito Crispín arrancando la
peluca a mi vecino de mesa. Que tiemble ante las fauces de un
10
tiburón tigre en las Islas Salvajes. Que se sienta como un trozo de
mar sumergido en las transparentes aguas de “Las Chagos”. Que
sufra el acoso y derribo de un gran cachalote en las gélidas aguas del
Atlántico Norte, o me acompañe en mis correrías marineras de uno
al otro confín del mundo.
Todo ello bajo el farol de una tertulia entre amigos, con su mismo
lenguaje, y donde no está mal visto intervenir ni interferir.
La mayor parte de los personajes y situaciones que aquí aparecen,
así como la cronología de los acontecimientos, son total o
parcialmente reales, aunque siempre aderezados y condimentados
con una dosis de imaginación, imprescindible creo, para su correcta
digestión.
Si consigo arrancar de tus labios una sonrisa, o que durante su
lectura los problemas del día a día pasen a un segundo plano, mi
objetivo estará totalmente conseguido.
Gracias por tu tiempo.
El autor
11
Prólogo
Cuando en Noviembre del año 2006 recibí un correo electrónico de
Antonio, en el que me enviaba su pequeña sinopsis anunciando su
decisión de escribir unas memorias de su época marinera junto con
el primer capítulo de las mismas, no pude por menos que animarle a
que lo hiciera, de una forma tan alborozada como vehemente, para
que esa “falta de constancia” que se atribuía, no fuera nunca un
obstáculo para concluir en lo que, hoy felizmente, podemos llamar
su libro o al menos, –creo que tiene historia suficiente– su primer
libro.
Yo tenía poco conocimiento de esa etapa y lo sabido era más por
boca de terceros que por la suya propia, ya que nuestra amistad, si
bien tiene unas raíces que gozosamente cada día se manifiestan más
profundas, ha tenido durante muchos años la distancia física como
impedimento para intercambios de pasados que, a estas alturas, no
podemos por menos que calificar ya como algo remotos.
Conforme pasaban los meses del 2007 fui recibiendo las entregas y
Antonio me iba pidiendo opinión -tengo que pensar que como
consecuencia de mi actitud positiva más que por mi escaso talento
literario- lo que facilitó, además de un hermoso intercambio
epistolar, profundizar con él en ese pasado marinero, -¿sólo
marinero?-, que nos relata; al ir conociendo de primera mano los
aconteceres de su historia, y “reconociendo” a su autor en cada una
de las situaciones, me entusiasmé tanto con la lectura, que
permanentemente me venía a la mente su imagen y, sobre todo, esa
maravillosa risa con la que estoy seguro escribía muchas anécdotas,
junto a la expresión emocionada y tierna en el relato de las
experiencias más duras.
Fue en la Navidad pasada, cuando en el intermedio de una cena y
por boca de Lourdes -ahora marinero da tus velas al viento pues
12
acabo de nombrar a la Estrella Polar de tu vida- me dijeron que les
gustaría que yo escribiera el “Prólogo” de este libro que hoy tienes
en las manos; regresé a casa con la sensación de que mi reacción
pudiera haberles perecido fría, pues fue de esas ocasiones en las que
el impacto emocional recibido es de tal naturaleza, que solamente la
actitud de casi “darlo por no oído” te permite salir del trance con una
cierta entereza. Pasé como una centella de la emoción al silencio. Y
hoy me tienes aquí, querido amigo -si lo eres de Antonio también lo
eres mío- disfrutando del lujo de escribir sobre él y del regalo que
nos ha hecho a todos.
Porque estas memorias son un regalo para todos los sentidos.
Te mueve a la reflexión la situación que origina su marcha de casa;
más allá de los hechos domésticos, esa España de los 60, todavía
cuartelera, en la que la mezquindad y la opresión, la angustia y el
conformismo, el miedo y la desesperanza, dejaban poco espacio a
espíritus libres y abiertos a la vida; no se entretiene Antonio sino en
pasar deslizándose por la superficie, pues bastante trabajo tuvo con
paliar sus consecuencias como para adentrarse en sus causas. Pero
en las pocas líneas con las que describe el entorno, lo hace con tan
sencilla brillantez, que cualquiera que lo haya vivido lo recuerda
nítidamente; el bar, los obreros, el cacique, las plazas, las
inversiones en capitalización, el representante del 600, los
bocadillos, las pesetas, la calle, los vecinos -más familia que muchas
familias actuales-, el auto-stop, etc.
Tenía que escapar. Y en su huída y también en su búsqueda, se nos
manifiesta como un prodigio de supervivencia –como hombre bien
nacido le llama suerte–, en el que las percepciones de lo que le
rodea, la intuición del beneficio, el aprovechamiento de sus
cualidades y recursos, la seducción de sus habilidades, los explota
en cualquier situación, entorno y momento; el buceo “a la pesca de
lentillas” con la familia Krupp, merece un destacado lugar en la
mejor picaresca de la literatura del Siglo de Oro español. Tenemos a
lo largo del libro, múltiples ejemplos de esta extraordinaria virtud
que adquiere siempre la mayor nobleza porque jamás perjudica, ni
se aprovecha, ni lastima, ni pasa por encima de nadie. En su
supervivencia, no hay depredación. Solamente hay imaginación
13
desbordante y esa gran sabiduría acumulada a lo largo de cientos de
años por ese “talante” andaluz, por esa ambición de empatía con lo
que te rodea. Si como alguien dijo, “cultura es lo que queda en una
persona después de olvidar lo que aprendió”, esa cultura ya corría
por sus venas antes de aprender todo lo que la vida le iba a enseñar.
¡Cómo no iban a percibir su bonhomía, Pau, el Sr. Paco, Chelo,
Joan...y toda su familia de Palma!
Palma de Mallorca, que se convierte en la plataforma desde la que
se lanza casi a la vida, al mar y, en un maravilloso encuentro, al
amor. Valerie Dubois, su primer amor, deja en él una huella
imborrable y la pena ansiosa de lo que, sin terminar, se pierde;
porque la historia se pierde en las reflexiones de la desesperanza por
una parte y la comprensión de la realidad por otra. Enorme cualidad
la que evidencia Antonio y que mostrará permanentemente a lo
largo de su vida y que consiste “en ponerse en el lugar del otro”, lo
que conlleva una actitud comprensiva hacia los demás y nos sitúa a
las puertas de la paz y el equilibrio interior. ¡Qué cuidado ha tenido
siempre con que cualquier batalla perdida no derivara en rencor, ni
lastimara un corazón que, a toda costa, quiso mantener limpio como
el océano!
Nos cuenta también las relaciones con las mujeres que en esa época
pasaron por su vida y quiero destacar especialmente la enorme
ternura con la nos habla de ellas; hasta en los momentos en los que
se ve agobiado por “ballenatos” o “gusiluces” y se ríe a carcajadas
de “lo que se le viene encima”, lo hace desde la levedad con la que
se trata al material sensible. Al cristal. A la mujer. Y siempre hay
gratitud hacia ellas por recibir y devolverle todo el amor que les
entrega. Las desea, las busca, las mira, las provoca, las seduce, las
ama, pero en cualquiera de ellas y, aunque en las ocasiones más
frívolas pudiera actuar de otro modo, como decía una canción que
tanteas veces le escuché, “además de su cuerpo, siempre busca otro
valor”. Quiero adelantarte, lector atento, que el párrafo que dedica a
Juanita “una chica corriente de un barrio de Córdoba” es de lo más
hermoso y sencillo que se puede escribir de una mujer
14
Y del amor a la pasión. El mar. Lo que impregna toda su vida y
donde él se manifiesta en toda su plenitud. Antonio puede estar, pero
sin el mar no es. Como dijo A. Machado “es un hijo de la mar” y,
por tanto, la ama tan profundamente como la respeta. Y como ocurre
con las pasiones verdaderas, si están expresadas con la brillantez con
la que lo hace, contagian al más neófito; accederemos al Artemisa,
al North Star, al Orión -¡ah! el Orión- al Albatroz, al Galatea, al
Annie Comyn, al Libertad… y nos moveremos entre regalas,
imbornales, jarcias, cabuyería, flechastes, obenques, foques…
navegaremos “de ceñida”, “a orejas de mulo”, “de bolina”, “de
aleta” con la naturalidad del que lo ha hecho siempre. Porque, en la
emoción del recuerdo, la descripción de los paisajes y mares es de
tal claridad expresiva, que más que en el pasado nos sentimos en un
presente y le acompañamos en la aventura; el cielo, el sol, la lluvia,
el viento, el frío, el amanecer, el atardecer, la noche, son vividos -
perdón leídos- con una intensidad que alcanza su máximo nivel
cuando nos sumergimos con él en la mar. Colores, arenas, luces y
especies desconocidas te acompañan ya siempre; peje perros,
serviolas, abaes, viejas, sargos…se han convertido para mí en algo
inolvidable.
Pero no quiero hablar más del mar. Mucho mejor lo hace él y lo
vas a disfrutar en innumerables páginas.
A lo que quiero invitarte, amigo y lector, es una apnea imaginaria–
casi tan larga como esos cuatro minutos de Antonio– por las
profundidades de cada una de las líneas de este libro y descubras –
como en el mar– lo que nunca se ve en la superficie.
Porque en este libro hay que bucear para ver el verdadero sentido,
la emoción escondida, el impulso vital que lo arrastra a lo largo de
sus páginas y que nos descubre el porqué, por quién y para quién
está escrito.
Este libro, por encima de todo, es un recuerdo emocionado y
tierno, una declaración de admiración, gratitud y amor, para ese
“marmitón” que sin cumplir los dieciséis años se lanzó a la vida con
280 pesetas y unos bocadillos, sin más horizonte que el mundo
entero, con el rumbo que le marcaba su instinto y con un corazón
presto a empaparse de todo lo hermoso que se le ofreciera. A ese
15
chaval cuya firme determinación vital le lleva - en la frase, para mí,
más conmovedora del libro- “a perder, si es necesario, el camino de
regreso”.
Él es quien hace las gamberradas a Patxi, quien hace exhibiciones
acrobáticas, quien se larga a cantar… quien murmura a la inglesa…
y Antonio nos habla de él… porque se le escapa y vuelve a por él…
habla en primera persona, pero de él… hace piruetas con él… se ríe
con él… y, de vez en cuando, la tristeza también le embarga junto a
él…y entonces escapa de él para contarnos cosas… pero detrás está
él… ese chaval siempre está ahí. ¿Será porque quiere seguir siendo
él?
Lo cierto es que Antonio se siente orgulloso de ese “marmitón”.
Y le sobran razones.
Lo mismo nos pasa a sus amigos.
Antonio Aragüés Giménez
Mayo del 2008
16
17
Capítulo 1
Corrían los primeros meses del 63. Con mis escasos 18 años
acababa de finiquitar mi primera y más desagradable experiencia
marinera en el “Punt e Mes”, un viejo carguero en el que por matar
de una vez el gusano que bullía en mi tripa desde mis más viejos
ancestros, había tomado en Palma de Mallorca, donde llevaba más
de un año realizando diversos trabajos todos ellos de “alto nivel”:
Ayudante de cocina, camarero, salvavidas en la playa de un hotel
en Magaluf, y cosas así.
En este caso ejercía cargo nada menos que de “marmitón“.
¿Qué es el marmitón...?
Pues otro trabajo fino.
Niño pela las patatas, niño baldea la cubierta, niño prepara la
sirga, niño, niño...
Hicimos tres viajes con carga de chatarra a Kiel, en el N. de
Alemania, y para ser sincero ni el barco ni la tripulación ni la carga,
nos distinguíamos mucho entre si .
Es de esas experiencias que olvidas en cuanto se terminan porque
no hay nada que merezca la pena recordar.
Sólo me quedan nebulosas las imágenes de mis vomitinas
inacabables la primera semana, mis llantos infantiles acurrucado en
mi estrecha litera recordando a mi madre, y mi gorro de lana rojo
que no consiguió salvarme de los tremendos sabañones que lucía en
el hermoso par de orejas que me gastaba yo por aquellos tiempos
18
(siempre intentaba llevarlas dentro pero ahora me doy cuenta de que
no lo conseguía por razones obvias)
También quedaron impresas en mi recuerdo las paredes heladas
del canal de Kiel, y la admiración que me producía que con la
espesa niebla que siempre reinaba en la zona, los enormes barcos
que la transitaban y el intensísimo tráfico, no hubiera abordajes y
“castañas” a diario o por lo menos con más frecuencia, aunque por si
acaso me agarraba instintivamente a lo que tuviera más a mano,
cuando oía una de aquellas tremebundas sirenas que por preparado
que estuvieses, siempre te pegaba un susto de muerte porque te
sonaba a un palmo de donde estabas y por donde menos la
esperabas.
Como digo, la experiencia fue tan negativa que a punto estuve de
olvidarme de por vida de los barcos, pero el destino me volvió a
colocar en su estela y me animé a hacer un curso de timón que
impartían en la Escuela Náutica de Palma seguido de el de Patrón.
Allí conocí al Sr. Tomeu, director de la escuela, comodoro del
puerto, y a su vez amigo intimo de Pau, personaje que influiría de
manera decisiva en mi futuro próximo, pues me tomó por no se que
razón bajo su tutela, y entre otras mil cosas me devolvió la afición
por la navegación y el amor y el respeto al mar.
En los años siguientes anduve pegado a él que tampoco daba un
paso sin mi, y ambos sin comentarlo claramente jamás, aceptábamos
tácitamente que en algún modo yo estaba ocupando el lugar del hijo
que había perdido años atrás víctima de una terrible enfermedad, y
él, el del padre que yo hubiera querido tener.
Era un hombre cercano a los 60 años, con poca talla, pocas carnes,
y como buen mallorquín poca gracia, pero también era fuerte como
el acero, impasible y resolutivo como luego me demostraría en
multitud de ocasiones de extrema tensión, y honrado a carta cabal.
Además de conocedor profundo y experimentado en todo tipo de
mares, barcos, y formas de navegar.
Uno de aquellos días, Pau me dijo que le habían encargado
seleccionar y contratar la tripulación de un yate de alto copete que
estaban terminando de acondicionar en Astilleros Palma, propiedad
19
de D. Javier de la R., magnate mallorquín propietario del astillero y
de otros muchos negocios náuticos.
Naturalmente yo figuraba entre los elegidos para formar parte de
la referida tripulación, y días más tarde debía presentarme en el
astillero a fin de conocer al resto de sus componentes así como el
barco, y tomar posesión de mis “aposentos a bordo” (una litera y una
taquilla).
Llegué un rato antes de la hora convenida, y tras realizar la
presentación y papeleos oportunos en la oficina del propio astillero,
me acerqué acompañado por un empleado, a conocer al célebre
“Artemisa” que ya me había impresionado con su presencia al verlo
por primera vez desde el malecón.
Era un palacete flotante construido sobre la base de un casco de
hierro de 36 m. de eslora, con toda suerte de lujos y gollerías en su
interior, excepto en las dependencias de la tripulación, ¿como no?
Magnifico salón interior que se prolongaba a popa al aire libre.
Comedor con mesa ovalada para 20 comensales.
Cuatro espléndidos camarotes dobles con su baño correspondiente,
dos individuales y el del armador que era la hostia, con una cama
circular que me dejó boquiabierto etc.
Ese tipo de lujos que actualmente se ven o se adivinan con relativa
frecuencia en grandes yates en algunos puertos, y era algo
inimaginable por entonces.
Por último 2 motores de 3000 h.p. que impulsaban el “juguete” a
cerca de 18 nudos que también era velocidad record para la época.
Tras mostrarme el rancho y dependencias de la tripulación que
como se podrá entender nada tenía que ver con el resto, coloque mis
exiguas pertenencias en mi correspondiente taquilla, y me dispuse a
darme una ducha y esperar al resto de la tripulación que estaban
citados como yo esa misma tarde, aunque ya sabía por Pau que los
demás, salvo uno, no se quedarían a bordo ya que eran de la tierra y
tenían su casa en la ciudad.
Como es frecuente en Baleares en esa época del año (febrero) hacía
una tarde fría y ventosa acompañada de una llovizna pertinaz y
20
antipática. El mar, aún dentro de las dependencias del astillero,
también estaba agitado por un fuerte viento que producía una ola corta
e incómoda hasta de ver.
Había llamado mi atención a la entrada, ver a un trabajador del
astillero embutido en un traje de agua amarillo, tapado hasta las
cejas, remar en un bote literalmente como un cascaron de nuez, en
paralelo a nosotros al parecer en dirección a un “muerto” que se
observaba señalado por una boya a unos 15 o 20 metros a babor
nuestro, muy probablemente a sujetar una estacha cuyo extremo
pendía remolcado de la popa del pequeño bote.
Me encontraba como digo, bajo el chorro de la estrecha ducha
común del rancho del Artemisa, cuando comencé a oír unos
desaforados gritos de ¡¡socorro...socorro...!! ¡¡ayuda...ayuda...!!
provenientes primero de donde se encontraba el bote y luego desde
el malecón del puerto.
Sorprendido por los gritos, me asomé por el ojo de buey que tenía
un poco por encima de mi cabeza, y alcancé a ver claramente los
motivos del alboroto.
El marinero del botecito seguramente al inclinarse para hacer el
trabajo, había volcado este, el cual se encontraba boca abajo cerca
de donde el pobre marinero luchaba desesperadamente por
mantenerse a flote, lo que cada vez le resultaba más difícil ya que
como luego supe, no era precisamente un experto nadador, y además
de la ropa y el impermeable, calzaba unas grandes botas de agua
hasta la rodilla que le lastraban y le impedían moverse con cierta
agilidad.
Rápidamente me hice cargo de la situación, así como de que era el
más cercano al accidentado, con lo que tal y como me encontraba
subí en dos saltos a la cubierta, y sin dudarlo salté al agua para
intentar ayudar a aquel pobre hombre que se hundía por momentos
sin remisión.
Me separaban unos 20/25 m. de donde se hallaba, los cuales cubrí
en unas pocas brazadas, pero cuando llegué a donde creía haberlo
visto por ultima vez... ¡ya no estaba allí!... al menos en la superficie.
Me zambullí en el agua turbia y helada, y a unos 3 o 4 m. de
21
profundidad pude observar nebulosamente la mancha amarillenta del
impermeable, me acerqué a él tan rápidamente como pude, y ya de
cerca alcancé a ver el rostro del marinero, inerte, con los ojos
cerrados, y saliendo por la comisura de sus labios un ligero hilillo de
burbujas.
Temiéndome lo peor, lo tomé por la capucha del impermeable y
nadé hasta la superficie con la esperanza de estar aún a tiempo de
recuperar la vida de aquel infeliz, pero cual sería mi sorpresa
cuando me di cuenta de que el cuerpo se había desprendido y
llevaba solamente el impermeable... ¡Ya me parecía a mi que pesaba
demasiado poco...!
Volví a nadar hacia el fondo y nuevamente la suerte nos
acompañó. Allí estaba a media agua bocabajo e inmóvil. Lo agarré
de nuevo esta vez por el jersey de cuello alto que vestía, sacándolo a
la superficie, cuando ya se acercaba una barca más grande,
manejada a remo por dos hombres, que con mi ayuda, izaron al
accidentado rápidamente a bordo, y antes de que yo tuviera tiempo
de subir, salieron zumbando hacia el malecón, fuera del recinto del
astillero que les quedaba más cerca.
Una vez en tierra, entre la gente que se había arremolinado a
curiosear, se encontraba por suerte un A.T.S. que le prestó los
primeros auxilios, consiguiendo reanimarlo algo en contra de la
opinión del “respetable” allí reunido, que estaban segurísimos de
que “no salía”.
Una ambulancia lo trasladaba poco después al hospital del mar,
donde por fin lograron su recuperación total, aunque según contaron
se libró por segundos de un fatal desenlace.
Yo llegué al puerto poco después que la barca, como mi madre me
trajo al mundo, y alguna mano amiga acertó a darme uno de aquellos
impermeables amarillos, no sin que antes me diera tiempo a
observar alguna sonrisa irónica, precedida por algún gesto cómplice,
dirigido a determinadas zonas de mi expuesta anatomía, que me
hicieron gritar aunque para mi interior.
¡¡ Queda demostrado que al menos para estos menesteres… el
tamaño no importa…!!
22
Al día siguiente, la madre del marinero accidentado me regalo una
ensaimada como la rueda de un carro, que sirvió como
merendola/presentación de la tripulación completa del “Artemisa”.
Resultando casualmente que “El ahogado” (como lo llamaríamos en
adelante) era Joán Raventós, que aunque por razones obvias no
asistió a la reunión, ya que estuvo varios días hospitalizado, también
estaba previsto que formara parte de la misma, por lo que nuestra
relación continuó largo tiempo, durante el cual me demostró su
agradecimiento y afecto en repetidas ocasiones.
Este hecho fortuito, me sirvió para disfrutar de partida de una gran
simpatía y popularidad entre mis compañeros, lo cual no era poco,
habida cuenta de que todos ellos se conocían ya entre si y todos
eran mallorquines (salvo uno) lo cual es una ventaja importante
entre quienes no son especialmente propensos a mirar con buenos
ojos a gente que no sea autóctona.
Finalmente la tripulación la constituíamos además de Pau como
contramaestre y hombre de confianza, Joan el ahogado como
marinero, yo como timonel y encargado de embarcaciones auxiliares,
(dos lanchas estibadas en los costados para paseos ski etc.), Ignasi
como maquinista, Pedro como cocinero, Chelo como camarero, y D.
Ramón Vallés, capitán.
Chelo era un chico de 24 años, asturiano de Cabo Peñas, de un
pueblo llamado Luanco. Alegre como unas castañuelas y sencillo
como el mecanismo de un chupete, y aunque el Señor no lo había
llamado por ese camino, (tenía una oreja enfrente de la otra) siempre
malentonaba una canción que nunca conseguí oírle acabar, eso si,
con inconfundible deje asturiano.
¡¡¡Voy a comprá unes madreeññees... a la mía neñaaa
madreeee..!!!
Rápidamente hicimos buenas migas, pues ambos estábamos solos y
debíamos instalarnos en el barco, que días después fue fondeado
frente al astillero a fin de dejar espacio libre, hasta iniciar la
temporada que sería en Mayo, con alquileres millonarios a
23
personalidades nacionales y extranjeras que pudieran permitirse el
lujo de disfrutar aquella maravilla.
Así pasaron sus vacaciones con nosotros, D. Juan de Borbón,
padre de nuestro rey, persona encantadora y amable donde las haya.
El conde Marone Cinzano y su familia. El conde de Villapadierna.
La familia Krupp de Alemania. D. Emilio Botín, amo y señor del
Banco de Santander, tan estúpido y antipático como rico. El conde
Savage de Brantes, francés y con dos hijas jovenzuelas que daba
gusto verlas y siempre nos creaban la duda de que paisaje mirar con
más interés si el de la costa o el del barco.
Se rodó a bordo parte de la película “Los Organillos” con la por
entonces explosiva Melina Mercuri y un enjambre de tías macizas
que nos llevaban locos etc.
Navegamos hasta Odessa en el mar Negro en la costa de Rusia, y
disfrutamos de todo excepto de la navegación, pues el “Artemisa”
no estaba concebido para navegar en el sentido literal de la palabra,
en todo caso para flotar y tomar copas en su lujuriosa popa,
mostrando el poderío y las carnes morenas de los elegidos para la
gloria, que podían permitir exhibirse en tan excelso
escaparate
24
Con Pau
Joan "El Ahogado"
25
Chelo
Chelo y Pedro
26
Como digo, hice unas excelentes migas con Chelo, con el que viví
multitud de aventuras y mejores y divertidos ratos.
Aún recuerdo uno de los mejores cuando pocos días después de
conocernos, “pegamos la hebra” con dos inglesas ya maduritas, en
una discoteca que acababan de inaugurar en la Plaza Gomila de
Palma.
Tras tomar unas cervezas con ellas, las invitamos ya a altas horas
de la madrugada, a acompañarnos al lujoso barco donde
“residíamos”, pues les contamos no se que historia de que nuestra
familia nos habían dejado solos a bordo por unos días.
Ellas accedieron de mil amores, y llegados al puerto nos
dispusimos a subir a la pequeña neumática que utilizábamos para
acercarnos hasta el barco que como he referido, permanecía
fondeado en el centro de la bahía, y teníamos amarrada al muelle.
Hacía una noche de perros y ellas iban emperifolladas de lo más.
Chelo acercó la barquita del cabo de proa, y yo la sujeté del asa
lateral para que ellas subieran, pero al intentarlo la primera, no se
como, debí soltar el asa y la barca se separó del muelle en el peor
momento, con la mala fortuna de que “la dama”, con los tacones y el
bolso en la mano, se fue de culo al agua con gran estrépito y grandes
alaridos... ¡¡Oh my good...oh my good...!! ¡¡Help me...help me
please...!!
Mientras la otra berreaba y lanzaba improperios ininteligibles,
nosotros izamos a la remojada al muelle como pudimos, y para
acabarlo de arreglar, Chelo al intentar quitarle la chaqueta que
llevaba puesta y rezumaba agua a chorros, le rompió el hilo del
collar de perlas que lucía en su cuello y que debía ser valioso o ella
tenía en gran estima, porque se lanzó desesperada a recuperar las
pequeñas bolas que saltaban alegremente sobre el suelo de cemento
del muelle, cayendo muchas de ellas al agua sin remisión.
La escena en su conjunto era un cuadro de sainete digno del mejor
autor.
Las cuatro de la mañana, con un viento y un frió que pelaba,
27
debajo de la luz de una farola en el muelle solitario, una guiri dando
gritos y despotricando a los cuatro vientos, y la otra chorreando
como un pollo con el moño desmontao, la cara como un mapa de
churretes por el ½ kilo de pintura que llevaba sobre ella, tratando de
recuperar las perlas saltarinas e invocando a todos los espíritus del
firmamento británico.
No lo pude evitar y me dio un ataque de risa que me tiré al suelo
“patas arriba” sin poderme controlar. Chelo cuando me vio le pasó lo
mismo, y rodó como una peonza con las dos manos en la tripa llorando
de risa, cazando las perlas al salto que seguían cayendo de entre las
ropas de la “lady”.
Ellas, seguramente acostumbradas a un humor más sutil y
flemático como correspondía a su procedencia y abolengo, pusieron
pies en polvorosa en dirección a la lucecita verde de un taxi que
acertaba a pasar por las inmediaciones, no sin antes y con las prisas,
redondear la actuación, y la que estaba seca y que más vociferaba,
pisó con los tacones una de las perlas que continuaban esparcidas
por el suelo, dándose un “culazo” de muerte, lo que contribuyó ya a
que nos pusiéramos al borde mismo del sincope, y ellas con los ojos
fuera de las orbitas, aunque en su lengua vernácula, poner de
manifiesto su marcada antipatía por nuestras señoras madres que con
seguridad no saldrían bien paradas de la aventura.
Cuando recuperamos el resuello, y tras echar en cara su
comportamiento a la traviesa barquita culpable de que no
hubiéramos consumado como esperábamos la feliz aventura,
subimos a su lomo y nos alejamos hacia el barco dispuestos a
rematar la noche con un sueño, que reparara entre otras cosas,
nuestras maltrechas conciencias.
Hasta la próxima oportunidad…
¡¡¡Vooy a compraa uneeess maadreeñeess.. a la miaa neeññaaa..
madre...!!!
28
Chelo y yo con las inglesas.
A popa del “Artemisa”
29
Capítulo 2
Que el Artemisa no era un barco especialmente marinero lo
sabíamos todos excepto D. Javier, su propietario, que estaba tan
orgulloso de su creación que no podía aceptar que tuviera defecto
alguno.
Por eso, imprudentemente y a pesar de la opinión y los consejos
tanto de Pau como del capitán D. Ramón, decidió que viajásemos a
bordo del mismo hasta las Islas Canarias, a fin de colocarle unos
estabilizadores “Vosper” que según parece corregirían el balanceo
lateral cuando se navegara con mar de través, lo que mejoraría aún
más el confort de sus afortunados ocupantes.
Incapaces de convencer al gran jefe de que su obra maestra corría
un riesgo cierto, y por ende sus ocupantes, en una travesía de esa
naturaleza, nos dispusimos a realizar la misma en breve plazo, ya
que el viaje más el trabajo a realizar en el astillero de Las Palmas,
ocuparían bastantes días y debíamos prepararnos para comenzar la
temporada de alquileres ya comprometida, recogiendo al primer
cliente el 25 de Mayo próximo.
D. Javier seguramente con la intención de infundirnos moral y
demostrarnos su confianza en las cualidades marineras del barco, se
ofreció a realizar con nosotros la parte más comprometida del viaje,
o sea la Atlántica, desde el Estrecho de Gibraltar hasta Canarias.
Efectivamente, días después emprendimos la marcha, precedidos
por un tiempo bonancible y unas buenas condiciones de navegación,
cruzamos hasta la altura de Castellón, bajando el Mar de Alboran
sin grandes problemas hasta Algeciras, donde se nos unió D. Javier
como nos había anunciado, por lo que a bordo íbamos: el capitán,
Pau, Ignasi, Joan, Chelo y yo, además del inevitable D. Javier.
30
Pasado el Estrecho de Gibraltar, las condiciones del mar
cambiaron radicalmente poniendo en evidencia las enormes
carencias marineras del barco, que a los primeros envites del
temporal del NO que nos agarró, disparó todas las alarmas y nos
puso los pelos como escarpias, al comprobar los efectos de un par de
grandes olas, que formaron una enorme “piscina” en toda la proa, ya
que la estrecha regala y los escasos imbornales, no daban de si para
evacuar el agua que quedaba retenida por las dos puertas que
cerraban los pasillos laterales y la cristalera que daba al comedor,
que al ser de este material aumentaba el riesgo de rotura por algún
golpe de mar y... ¡apaga y vámonos!
La consecuencia fue que el barco clavó la proa, y nos tuvo cinco
días con sus noches (que se dice pronto pero hay que pasarlo)
capeando el temporal, con los “congojos” en la garganta y el resto del
cuerpo en el puente.
Se decidió forrar la cristalera del comedor con las colchonetas de
los marineros a fin de amortizar el impacto de las olas.
La ejecución del plan me tocó a mí, que era el echao palante del
equipo, con lo que me sujetaron con unos cabos a modo de arnés, y
allá me lancé, con el riesgo de que una de aquellas trombas de agua
me arrastrara, me diera un golpe o vaya Vd. a saber.
Afortunadamente el plan salió bien lo que mereció la felicitación
expresa del jefe por el “valor que había tenido”.
Al sexto día entramos de arribada en Agadir, al sur de Marruecos,
donde el barco después de su demostración quedó en reparación, y
nosotros volamos vía Casablanca, los demás a Palma y yo a
Córdoba donde pasé unos días con mi madre.
Cuando me reincorporé a la capital de Baleares, el “osado”
Artemisa ya había sido trasladado a Palma por otra tripulación de la
empresa, y allí estaba luciendo garboso su palmito, fondeado como
si nada en el centro de la bahía, sin el menor atisbo de sonrojo por el
papelón realizado.
Claro está que él sabía que valía para lo que valía, y si le hubiesen
preguntado, él hubiera preferido sin duda, que le trajeran los
“Vosper” allí, que era más barato y sobre todo más seguro.
31
Pocos días después partíamos rumbo a Niza, donde deberíamos
encontrarnos con la familia Marone Zinzano y parte de la Familia
Real Española que estarían con nosotros un mes entero.
Ni que decir tiene que anduvimos con especial ojo para cruzar el
Golfo de León, que sabíamos le había dado malísimos ratos a barcos
mucho más marineros que el nuestro, por lo que elegimos unos días
de calma chicha para realizar la travesía, y pegaditos a la costa
disfrutamos más de los comentarios de admiración que
despertábamos en los puertos en los que recalábamos, que de
realizar machadas que no nos correspondían.
Una vez en la capital de la “Côte d`azur”, por aquel entonces lugar
de absoluto relumbrón, destino obligado de la alta burguesía europea
y su inevitable comparsa, y objetivo soñado por todos los aspirantes
a serlo, nos dedicamos tras poner a punto el barco, en los días que
faltaban para recoger a los primeros clientes (conde Marone y
familia), a disfrutar los placeres que ofrecía la ciudad, que ninguno
de nosotros había tenido ocasión de conocer antes excepto yo, que sí
había probado suerte por la zona en mi peregrinar de hacía más de
dos años buscando un “curro” que llevarme a la boca.
Me hizo sonreír el recordar que a pesar de mi corta edad, las dos
veces que había estado en la famosa capital del “glamour” la
primera había sido a bordo de un modernísimo Citroen DS. 21
“Tiburón” del que me había ocupado de bajar convenientemente el
cristal de mi ventanilla, más que para ver para que me viesen, y la
segunda a lomos de un yate de súper lujo.
¡Ahí es nada mejorando por momentos! Solo faltaba aclarar que la
primera había sido en auto-stop procedente de Córdoba de donde
había salido una semana antes, y la segunda en un “yatazo”aunque
de “currito”.
Pero ¡qué importaba!… el caso es que estaba allí... que el futuro
era mío... y la vida me fluía a borbotones. Y todo todo, estaba por
llegar...
¿Alguien da más?
32
La verdad es que no entré con buen pié, pues nada más
desembarcarnos me acerqué caminando desde el puerto en dirección
al centro de la ciudad por una larga avenida que la separa, y al poco
llamó mi atención un cochazo deportivo que dio un tremendo y
chirriante frenazo delante mismo de donde yo me encontraba.
A continuación, haciendo un alarde de potencia directamente
proporcional al derroche de neumáticos que dejó en el asfalto,
reemprendió la marcha a todo trapo, y nada más arrancar se abrió la
puerta del acompañante, por donde una mujer aparentemente joven,
salió lanzada desde el interior dando tumbos sobre el piso quedando
tirada como un fardo junto al seto que separaba las dos direcciones.
Corrí instintivamente hacia ella con intención de ayudarla, y el
coche que nuevamente se había detenido a pocos metros, se acercó a
toda pastilla marcha atrás, paró, y de él se apeó vociferando en
francés un tipo grandullón y melenudo, que sin cruzar palabra
conmigo antes de que me enterara de nada, me largó un “directo”
que literalmente me sentó de culo. Acto seguido agarró a la tía de un
puñao, la metió en el coche y salió arreando. Con lo que en menos
de un minuto que sucedió todo, sin saber como, me encontré en
mitad de la carretera sentao y girando a mi alrededor estrellitas y
pajaritos como en los gráficos de los tebeos, con un ojo como un
colchón y todos los coches que pasaban “ciscándose” en mi puñetera
“mer” por no quitarme de en medio.
… ¡ Pues empezábamos bien !
33
Esa misma noche ocurrió algo que creo digno de contar aquí, ya
que fue uno de los ratos más divertidos de toda la travesía.
Habíamos salido toda la tripulación con idea de tomar una cerveza
y cenar juntos en algún garito de los que había cerca del puerto
deportivo, frecuentados por los tripulantes de los muchos barcos que
como nosotros, colmaban el famoso puerto.
Era temprano para cenar y entramos en uno de los bares al azar,
sentándonos alrededor de una de las varias mesas que había
distribuidas por el local.
Poco después advertimos por sus gestos y movimientos, que los
dos chicos que atendían, -uno la barra y otro las mesas- se “caían de
ala”, lo que provocó los consabidos comentarios y bromas al
respecto entre nosotros, y rápidamente nos dimos cuenta de que
algunos de los clientes, cojeaban también del mismo pié, lo que hizo
crecer el tono de las bromas, sin que en ningún momento nada nos
hiciera sentirnos incómodos, pues por otro lado nuestro Pedro el
cocinero, soltero y cuarentón, también sabíamos que tenía querencia,
cosa que él no negaba ni afirmaba, pero que cuando surgía el tema
respondía evasivamente con unas risitas y grititos harto elocuentes,
por lo que allí se encontraba como pez en el agua.
Rápidamente pegó la hebra con un vecino de mesa, y él que era
poco bebedor, con la euforia de la conquista, se echó al cuerpo cuatro
o cinco “cubatas” seguidos que con el estomago vacío le sentaron
como un tiro, cogiendo una “tranca” como un general, hasta el
extremo de no poder mantener la vertical ni un segundo, con lo que
decidimos llevarlo al barco y acostarlo pues no estaba en condiciones
de ir a ninguna otra parte.
Decidimos acompañarlo con Pau y Joan en un taxi, y por el
camino se me iba ocurriendo una maldad que al llegar al barco les
propuse a los otros dos que les pareció de perlas, así que ya en uno
de los camarotes donde habíamos decidido dejarlo, le bajamos los
pantalones y con una guindilla que habíamos tomado en la cocina,
partida para que le impregnara bien, le untamos bien a fondo el culo
34
por el “ojal”, y con los pantalones a medio subir lo dejamos allí que
durmiera hasta el día siguiente.
Cuando volvimos y se lo contamos a los demás, las carcajadas se
oían al otro lado del puerto, pero aún quedaba por ver la reacción de
Pedro cuando despertara y preparar nuestra actitud, por lo que tras
debatir entre risas y comentarios la que debía ser nuestra postura,
terminamos la noche por los alrededores y volvimos al barco a
dormir y esperar acontecimientos.
A la mañana siguiente nos encontrábamos desayunando en una
mesa que solíamos montar a proa, cuando apareció el susodicho
Pedro con cara de resaca, y dándose unos tremendos “rasconazos”
en el culo al tiempo que nos miraba con cara de desconfianza.
– ¡¡Vaya tela Pedrito!!... ¿ya estás vivo? – le dijo Pau –.
– Jo… ¡qué castaña!... ¿Qué pasó anoche?...
– Ah tu sabrás - ...
– Cuando nosotros nos fuimos del bar te quedaste con el rubiales
de la mesa de al lado charlando animadamente y no quisiste de
ninguna manera seguir con nosotros... ¿…?
– Pero vamos... cada uno es dueño de sus actos y todos somos ya
mayorcitos...
Y con estudiada discreción quisimos correr un tupido velo y
cambiar de conversación.
Él nos observaba de reojo y ahora trataba de disimular los picores
de sus “partes bajas”, aunque se fue para la cocina y Chelo que fue
tras él, volvió sin poder aguantar la risa porque lo sorprendió
“aliviándose” con el rabo de un tenedor, lo que desencadenó el
cachondeo general y su consiguiente mosqueo, ya que no sabía hasta
donde era la verdad ni el motivo real de nuestras mal disimuladas
caras de guasa.
35
Cena en el "Artemisa"
Pau, yo, Chelo, Ignasi, Joan, pedro
36
Durante los meses siguientes hasta mitad de Octubre que
regresamos a Palma, anduvimos prácticamente todo el Mediterráneo
y ocurrieron mil y una anécdotas de toda naturaleza.
Desde las repetidas peleas con la tripulación del “Bar Mingui”
otro barco de bandera italiana parecido al nuestro, que allá donde
nos encontrásemos –lo cual era frecuente– acabábamos a palos y
con el garito que le tocara patas arriba.
En Génova fue la leche, pues la policía nos llevó a todos al
calabozo, nos metieron a todos en la misma “jaula” hasta tomarnos
declaración y continuamos la paliza allí dentro con el consiguiente
cabreo de los carabinieri.
Nos salvó la oportuna intervención del Conde Marone que
dejando claro que aquellos eran sus dominios, con una llamada nos
puso a todos en la calle.
O la metedura de pata de Joan que acorraló a una figurante
macizorra del rodaje de “Los Organillos”, la cual para quitárselo de
encima, le dijo tu moro…tu moro… ( mañana...mañana) y él se
cogió un cabreo monumental diciendo a voz en grito, que parecería
moro pero que era mallorquín, y se pasó el día investigando quien le
había dicho a las tías que él era moro.
Cuando recalamos en Les illes de Levan frente a Saint Tropez,
donde se practicaba el nudismo y era preceptivo ir en “bolas”
incluso en la cafetería y en el pequeño supermercado que había,
bajaron a tierra Pau, Joan e Ignasi, y en cuanto vieron la primera tía
en pelota se “empalmaron” los tres y fueron todo el rato como
burros con una “trempera” de escándalo.
Era un numerazo verlos, Ignasi más viejo que el sol, con su 1.90
en medio de los otros dos, como muñequitos de feria a los lados,
todos con el culo como la leche y con el rabo tieso como un palo...
luego decían que la gente no daba crédito y aún les parecía raro.
37
Invitados por el Conde Enrico Marone Zinzano, propietario entre
otros varios negocios de las destilerías “Zinzano” conocidas en todo
el mundo por ser productoras del popular “vermouth” del mismo
nombre, nos acompañaban también sus tres hijas, Tala, María
Teresa y Ana Sandra, y los maridos de las dos primeras, ya que Ana
Sandra, la menor, era soltera.
De “Tala” la mayor, un Álvarez de Toledo, español, acartonado y
estirado como un maniquí, y que apenas si se dignaba dirigir la
palabra a la tripulación si no era para que le hicieran algún servicio.
El afortunado esposo de la segunda, Maria Teresa, (ella era una
belleza) también hispano, nada menos que el Señor Marqués de
Campoflorido, titulo nobiliario que no sé de donde procedía pero del
que el presumía la hostia, pues lo llevaba grabado literalmente hasta
en los calzoncillos. El señor marqués era un enano canijo y
esmirriado, feo con avaricia, cubierto de pelo por todas las partes de
su cuerpo menos por la que tendría que estar, la cabeza, y que si llega
a nacer tres días más tarde nace mono.
También nos acompañaron parte del viaje, principalmente en la zona
de Cerdeña, la infanta Pilar (hermana de nuestro Rey) y su reciente
marido Duque de Badajoz, que precisamente pasaban esos días su luna
de miel y ambos eran personas agradables y de buen trato para con
nosotros.
Como creo haber dicho, D. Juan de Borbón, Conde de Barcelona,
padre de nuestro Rey y Jefe de la Casa Real de España en el exilio,
era realmente un encanto. Su enorme humanidad tanto física como
en su comportamiento, su carácter afable, su trato amable y
afectuoso y su buen humor permanente, lo hacían el huésped más
cercano y cómodo de todo el pasaje.
Debo decir sin incurrir en ningún tipo de presunción, que
particularmente conmigo, tuvo, desde casi el principio de los 15 días
que permaneció a bordo, un trato especialmente agradable como al
final me demostraría.
Habíamos recibido previamente a la recogida en Cannes de este
grupo de pasajeros que obviamente se consideraba el más
importante de la temporada, una nota facilitada por la empresa
38
armadora del barco, con los títulos y datos de cada uno de los
componentes del selecto pasaje, así como el tratamiento que le
debíamos al dirigirnos a cada uno de ellos: Señor Conde, Señor
Marqués, Señor Duque, etc.
Para Don Juan el tratamiento debía ser de “Su Alteza” o “Su
Majestad”.
Hay que entender que en origen esa nota había sido facilitada por
la secretaría de la Casa del Rey en Estoril, pero desde luego nosotros
no estábamos allí para plantearnos si tenían derecho o no a dichos
tratamientos, sino para cumplir ordenes y procurar que estuvieran lo
más a gusto posible sin más complicaciones.
Quizá porque no tenía conciencia de la importancia del personaje,
yo le llamaba Don Juan a secas, y aunque evidentemente lo hacía
siempre con el máximo respeto, bromeaba con él continuamente y lo
trataba con el desparpajo y “poca vergüenza” que me habían hecho
famoso, lejos del rígido protocolo, lo que al parecer a él le encantaba
y me respondía de igual manera.
Con bastante frecuencia cuando navegábamos me pedía que le
dejara el timón, a lo que yo con gesto visiblemente contrariado hacía
algún comentario en voz baja como, que Dios nos coja confesados o
qué será de nosotros, y él con su cavernoso vozarrón:
–¿Qué rezongas por lo bajo? enano... ¿te crees que no soy capaz de
manejar este trasto mejor que tú?... tenías que ser la mitad de marino
que yo.
–El macaco este. Me decía con fingida cara de poco amigos.
Una noche navegando entre el continente y Córcega con mar de
través, él timoneó un rato y yo la última parte del viaje.
El empuje lateral de las olas crea una diferencia entre lo que se llama
rumbo real y rumbo aparente, la cual debe ser corregida en la carta y
trasladada al timón si no se quiere experimentar una variación más o
menos importante en el punto de destino, lo cual sucedió en esta
ocasión y a lo que yo sin dudarlo comenté en tono burlón sabiendo que
me estaba oyendo...
39
–...Es que aquí hacen falta menos marinos y más marineros...
– ¡Mira tú macaco, no querrás culparme a mí de lo malo que eres
con el timón!... yo lo he llevado media hora.
– En menos tiempo se hundió el Titanic – comenté en tono zumbón.
– Mira Ramón, (al capitán)… ¡quítalo de mi vista que lo echo por
la borda!
Alguna vez con el capitán en el puente, surgían entre ellos algunos
comentarios sobre temas políticos, y en una de ellas D. Ramón –el
capitán– le preguntó si había tenido ocasión de hablar con Franco, a
lo que él sin remilgos le contestó:
– Dos veces me he entrevistado con el enano ese y las dos he
pensado que no teniendo media hostia, (textualmente) un “mierda”
así tenía jodido a todo un país como España.
– Tú sí que tienes un trabajo bonito Ramón y no el mío que es una
porquería.
– Y qué trabajo tiene su majestad si se puede saber – le dijo el capitán
– ¡Toma!... pues aspirante a rey ¿te parece poco?
Una noche navegando desde Ajaccio en Córcega hasta Porto Cervo
en Cerdeña, sobre las 4 de la madrugada, yo al timón y Pau de
puente, oímos que había alguien en la cocina que se encontraba justo
debajo de nosotros; Pau se asoma sigilosamente por la escalera y
seguidamente sube diciendo que es Don Juan trasteando por allí.
Poco después sube al puente.
- Tony, mi guardia... vete a dormir – lo hacía siempre que
navegábamos de noche y era un viaje un poco largo.
– Pero haz tú café que yo no sé dónde están las cosas... ¡Y no
me discutas! – cuando adivinó que iba a decirle que siguiera
durmiendo y no se molestara.
Bajé a la cocina, donde tampoco yo me manejaba muy bien, preparé
el café y subí tres tazas y el azucarero metálico en una bandeja; lo
coloco todo en la mesa de cartas, pongo una cucharada pequeña de
azúcar a Pau, dos para mí y le pregunto cuantas a él, a lo que me
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responde que también una. Así lo hago, lo muevo y se lo acerco. Toma
la taza, le da un sorbo, y de inmediato con mueca de asco... ¡cooññio!...
¿qué es esto? me dice escupiendo la bocanada de café… has decidido
envenenarme ¿no?... ya te veía yo venir... ¡guardias un magnicidio!...
este tío ha intentado envenenarme.
No podía dar crédito a que me hubiera salido tan malo.
– ¿Tan malo está? pregunté cortado mirando a Pau; este hizo
exactamente lo mismo, lo probó y escupió de inmediato la
bocanada... ¡Que asco...! ¿Qué has puesto aquí ?
No había mucho que descubrir... sencillamente había confundido
el azúcar con la sal... ¡para qué decir más!
Esta vez, con un cierto corte, aclaré que no había sido
intencionado, pues sabía hasta donde podía llevar la broma y donde
comenzaba a ser falta de respeto; pedí mil disculpas y no respiré el
resto de la noche, lo que D. Juan aprovechó para darme la vara, y
finalmente pasarme la mano por la cabeza con gesto afectuoso y
decir que no me preocupara, que de sobras sabía que no había sido
intencionado.
Ese fue el magnífico trato que tuvimos con Don Juan de Borbón,
que demostró que las personas con verdadera categoría no necesitan
mostrarla continuamente, emana de ellas de forma natural y cada
uno ocupa su lugar por puro instinto.
Pocos días después se despedía de nosotros y a mí particularmente
me regaló cien francos y una de las tres corbatas que llevaba, entre
las cuales me dio a elegir; pero lo que más me emocionó fue su
despedida en el puente del Artemisa:
– Tony, no creo que yo pueda hacer nada por ti ni que lo
necesites, pero si así fuera no dudes en pedírmelo. Gracias por
todo, han sido unos días preciosos gracias a vosotros.
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Concluida la temporada como digo, volvimos a casa con la
sensación de haber trabajado y pasado bien. La experiencia de haber
vivido aquel ambiente, aquellas gentes y lugares, nada tenían que
ver con ninguna otra navegación de las muchas que realicé
posteriormente, pero también con la incertidumbre de qué me
depararía el futuro inmediato, pues sabía que en una semana me
quedaría sin trabajo y debería ponerme manos a la obra.
Llegados a Palma, nada más entrar por la bocana del puerto
admirábamos el paisaje, para todos nosotros familiar, del club
náutico a estribor, los edificios en escalera que remataban en el
antiguo paseo marítimo al frente, y a babor la aún más conocida
imagen de Astilleros Palma, nuestro destino final.
Llamó particularmente nuestra atención la imagen esbelta del
casco de un velero que se encontraba en reparación en el dique seco
del astillero, no por este hecho en sí, sino por tratarse de un casco
antiguo de precioso diseño, y unas dimensiones poco habituales
comparado con los que se solían ver por allí, pues sobrepasaría los
65 pies que era ya una eslora respetable.
Una vez hubimos atracado y hecho lo más urgente, Pau, Chelo y
yo, los únicos que no teníamos quien nos esperara en la ciudad,
decidimos salir a dar una vuelta. Al cruzar el dique nos detuvimos a
curiosear el casco referido sorprendiéndonos aún más al comprobar
que era de madera.
Apareció por allí el capataz del astillero amigo de Pau y más o
menos de su quinta, con lo que la información a nuestra curiosidad
fue exhaustiva.
El barco que como ya habíamos observado tenía a su popa
grabado el bonito nombre de “Orión”, era en origen una goleta de
velacho de proa vertical de dos palos, construido hacia 1925 en San
Francisco.
Aunque había sido objeto de diferentes reformas y renovaciones,
Pau y Pep Armengol, que así se llamaba el capataz, que también
tenía grandes conocimientos y experiencia en el tema, coincidían en
que ese tipo de barcos con ese aparejo y diseño de casco, habían
42
sido de los más marineros y resistentes que habían existido,
encontrándose allí para su enésima renovación.
El casco como digo, forro de caoba sobre cuadernas de roble, ya
había sido saneado en lo necesario.
Habían sido cambiadas algunas piezas claves, así como gran parte
de la jarcia fija y móvil y toda la cabullería.
Se había instalado un juego completo de winches “Lewmark” de
dos y tres velocidades que por entonces era lo más.
Y por último, se iban a colocar dos nuevos palos de Pino Rojo de
Oregón, los cuales se encontraban tumbados junto al casco y harían
del conjunto un “anciano de 20 años”.
Su eslora total era de 22,40 m., con un desplazamiento de 126
toneladas, y el nuevo aparejo sería de goleta pura en lugar de goleta
de velacho, lo que haría su navegación algo más lenta con vientos de
flojos a moderados, pero más resistente a mares y vientos duros y de
más fácil manejo, ya que el nuevo aparejo de velas de cuchillo en
ambos palos y el anterior montaba velas cuadras en el trinquete.
No podía yo pensar, que esta amalgama de maderas, pernos,
herrajes, cabos, alambres y piezas, esparcidas sin aparente orden ni
concierto, una vez ensambladas, serían como mi casa durante los
años siguientes, sobre él pasaría los mejores y los peores momentos
de mi vida, y me marcarían para el resto de mi existencia.
43
Capítulo 3
Mr. David Lewis era el afortunado propietario del Orión.
Lo había adquirido algún tiempo atrás en una subasta en
Plymouth, con la intención de remozarlo y acondicionarlo, a fin de
realizar su máxima ilusión desde hacía mucho tiempo, completar
una vuelta al mundo sin prisas y sin competir con nadie.
Él era un magnifico marino, archiconocido en el mundillo de la
vela y las regatas transoceánicas, en muchas de las cuales ya había
participado tiempo atrás como “skipper” de su anterior barco, un
ketch de 12 m. con el que había navegado “los siete mares”.
Ahora ya con 48 años, había perdido interés por el mundo de las
regatas, aunque no por el de la navegación y más concretamente por
el de la vela. Pero en su nueva etapa se decantaba más por la
modalidad de crucero, más tranquila en el sentido de no ir contra el
tiempo, si bien no exenta de aventura y riesgo.
Era una época en que los grandes regatitas ingleses franceses y
americanos, luchaban por la hegemonía en la modalidad de “en
solitario”, siendo el inefable Ser Francis Chichester con su “Gipsy
Month III”, la referencia de la época y el “enemigo a batir“, pues
poseía en ese momento entre otros, no sólo el título de la primera
regata trasatlántica en solitario en 1960, si no el record entre
Plymouth y Nueva York en 33 días, lo que le había consagrado
como uno de los marinos modernos más completos de la historia.
La reciente victoria, en la última edición de la prestigiosa regata,
del hasta entonces desconocido Eric Tábarly, francés y novato, a
bordo de su Pen Duik IV, había puesto de nuevo “patas arriba” ese
mundo tan elitista y particular.
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Me había interesado por la vela a raíz de mi participación como
tripulante en algunas regatas organizadas por el Club Náutico de
Palma, acompañando a Pau que era fijo e imprescindible en la
tripulación del “Alcatraz,” uno de los punteros de la zona.
Aunque mi calenturienta imaginación de entonces, siempre iba
asociada la aventura imaginada a un velero bergantín, la verdad es que
tenía muchos más conocimientos del tema por lo que había leído que
por la experiencia vivida, pues la pequeña pero bien nutrida biblioteca
del Club, albergaba todo lo publicado sobre barcos, navegación,
travesías, etc., además de recibir todas las revistas, principalmente
inglesas y americanas con la información más actualizada.
Yo me movía con plena libertad por El Club, pues conocía y me
conocía todo el mundo, me pasaba allí los días cuando estaba en
Palma, ya que con bastante frecuencia me enrolaba en cualquier
barco que viajase a alguno de los principales puertos europeos,
Hamburgo, Amberes, o Rótterdam, desde donde me era más fácil
conseguir otros destinos que llamaran más mi atención, al mismo
tiempo que “hacer caja“, pues aunque tras la temporada del
Artemisa, en teoría debería poder permitirme estar un tiempo sin
trabajar, la verdad es que el h.p. del marido de mi madre, que no
merecía ni otorgarle el titulo de mi padrastro, había conseguido –no
se como– basándose en mi minoría de edad y amenazando a la
empresa, que esta le pagase a él mi sueldo de toda la temporada en
el barco, pues los tripulantes habíamos negociado con ella, que sólo
nos anticipase el 25 % del salario mensual, ya que comíamos y
dormíamos a bordo, y al finalizar la temporada el resto.
Por lo que me vi obligado a moverme rápido a fin de solucionar el
inesperado problema de tesorería que se me presentaba, si bien era
algo que en ese momento no me preocupaba en lo más mínimo,
pues ya conocía sobradamente los mecanismos para resolverlo, y
para mi que no me andaba con remilgos a la hora de aceptar
cualquier barco y cualquier destino, el tema era elemental.
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Cuando estaba en Palma, más que afición, me obsesioné con los
libros sobre el tema de la vela. Me “bebía” literalmente desde los
fantásticos relatos del famoso Capitán James Cook y su nave
“Andevour”, hasta las narraciones autobiográficas de los modernos
navegantes como los referidos Chichester y Tábarly y sus “Solo en
la regata” y “Victoria en solitario”, pasando por los clásicos
Pigafetta Vespuccio o Conrad, que me proporcionaron –como digo–
amplios conocimientos teóricos y la curiosidad vehemente de vivir
la practica.
Mi afición a la lectura se extendió a otros temas, y me “tragaba”
todo lo que caía en mis manos, y aunque ya había sentado las bases
de mi afición devorando anteriormente a los infantiles y fantásticos,
Dumas, Salgari, o Verne, había ampliado el espectro, desde la
poesía a la que me aficioné de manera especial, Lorca, Machado,
Darío, Hernández, Carnuda, Gibran, Tagore, Neruda, hasta los
clásicos, existencialistas, filósofos, o novelistas, por lo que me hice
cliente habitual de la biblioteca municipal donde además de libros
de toda índole como es de suponer, tenían una magnifica calefacción
que en los días de invierno que atravesábamos era especialmente
gratificante.
Otra de las aficiones que había desarrollado no hacía mucho era la
de la pesca-sub, que también se convirtió en una de mis grandes
pasiones, con lo que tenía aficiones de invierno y de verano, o mejor
de días buenos y malos. Esta última la practicaba principalmente con
un amiguete gallego que trabajaba en el astillero, donde tomábamos
alguna barquita prestada, y a remo nos acercábamos a una zona de
rocas fuera del puerto, donde realizábamos excelentes pesqueras, y a
expensas de ellas, grandes comilonas de hermandad, y me servían
para obsequiar a personas que me trataban especialmente bien y
agradecían sobremanera un presente de esa naturaleza. La
bibliotecaria, gente del club náutico, del astillero, etc.
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Mr. David, dueño del “ORION,” llevaba años merodeando por la
zona, pues tenía casa en Palma y le encantaban el clima y las
condiciones de mar para desarrollar lo que era su actividad principal,
navegar y navegar.
Según parece tenía algún negocio en Inglaterra que controlaba a
distancia y le permitía vivir de esa forma; y por entonces se pasaba el
día supervisando y controlando la reforma de su barco dirigida por un
ingeniero naval, según decían un figura, que frecuentemente venía de
Inglaterra.
Uno de aquellos días, Pau me comentó que “el inglés” quería
hablar con él y habían quedado esa tarde en la cafetería del club.
En conclusión, le había sondeado sobre si estaría dispuesto a
embarcarse con él en la aventura a la que antes me he referido;
terminar el barco –lo que aún costaría unos meses– conseguir
tripulación adecuada para la gran hazaña: realizar una vuelta al
globo en un tiempo que en principio calculaba de en torno a dos
años aproximadamente y... ¡más difícil todavía! pagando una
porquería, pues según él era fundamental hacerlo por afición, no por
dinero... ¡ahí queda eso!
Desde que Pau me lo expuso y antes de conocer su decisión, sabía
por como se le iluminaban los ojillos azules, que él ya estaba
decidido, y cuando se lo comenté se echó a reír y me dijo:
– Ya veo que me conoces bien pero yo a ti también, y creo que no
me equivoco si pienso que cuento contigo -
– Eres el primero a quien se lo cuento y se lo ofrezco.
Juntos lo hablamos con Joan, Chelo, Pedro e Ignasi, y de ellos sólo
Pedro se negó en redondo, Ignasi puso la condición de que con toda
libertad él podría abandonar la aventura cuando quisiera, y los
demás con pocas dudas, aceptamos con condiciones también tras
varias reuniones con el armador y capitán, que a su vez puso las
suyas entre otras la de que previamente a la salida definitiva,
sometería a la tripulación y al barco a un entrenamiento conjunto
durante el tiempo que considerara oportuno (hablaba como mínimo
de meses) naturalmente alternándolo con nuestras ocupaciones
habituales, pues evidentemente durante ese periodo nadie cobraría
47
un duro.
Una vez terminado, el “Orión” era un dulce con la más bella
estampa que desplegaba sus velas al viento en todo el contorno.
Era un gustazo navegar con él en todas las condiciones de mar
posibles.
Su interior había quedado como era de esperar de quien lo había
diseñado, cómodo y práctico, pero sin la menor concesión a lo
superfluo.
4 camarotes dobles más el del armador algo más amplio pero
también sobrio.
Un salón/comedor con los asientos y respaldos convertibles a
camas.
Una gran mesa de cartas con todo el instrumental y electrónica de
navegación (no especialmente abundante en aquel tiempo)
Una cocina bastante amplia con cuatro fuegos con sistema
“cardam”.
Tambuchos y huecos de estiba por todas partes. Dos W.C. de
bomba manual, y gran espacio de almacenamiento de víveres
congelados, empaquetados, envasados o salazonados.
Un magnifico timón de viento diseñado parcialmente por el
armador y el ingeniero, pieza que para mi era fundamental ya que yo
sería el primero en sufrirlo o disfrutarlo y de su buen
funcionamiento dependería gran parte de mi descanso, y aunque no
tenía elementos de juicio para compararlo, en las muchas veces que
lo vi funcionar, me pareció un instrumento sorprendente.
En definitiva un magnifico barco de crucero.
Recorrimos cien veces las Baleares, cruzamos el Golfo de León
con Tramontana y sin Tramontana, con Brisote y sin Brisote,
navegamos hasta Cerdeña, Córcega, Elva, Ischia, Rodas, Creta,
Corfú, las islas del Peloponeso griego, etc.
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Como es de suponer, en Palma en algún sitio tenía que vivir, y
elegí una pensión, no por lo imaginativo de su nombre, pues se hacía
llamar “La Caracola”, pero si por su situación frente al puerto al
Club Náutico y al astillero, en los edificios que en escalera unían la
zona denominada El Terreno con el paseo marítimo de Palma.
Era un edificio antiguo pero bien conservado, de cuatro plantas,
regentado por un matrimonio compuesto por el Sr. Paco, gaditano de
unos 50 años que se hacía perdonar su vagancia e indolencia natural
con una simpatía arrolladora, y su esposa la Sra. Dominique, como
se puede deducir por su nombre, francesa y de parecida edad, y
propietaria en origen del edificio que había heredado de sus padres,
motivo por el cual, él pregonaba a los cuatro vientos se había casado
con ella, pues como si no se puede uno casar con alguien que le
llama al queso “fromage”.
... - Ella si que hizo una buena boda. Solía decir con su desparpajo
habitual y su deje gaditano del que no había perdido un ápice .
– Yo si que era un braguetazo -
– Hijo de civí.
– De triconio.
– Vamos de cabo... se jubiló el pobre mío que Dios lo tenga en su
gloría.
Tenían un único hijo terminando sus estudios de ingeniero en
Barcelona.
Caí allí de pié; pues como era fijo, me asignaron una habitación en el
ultimo piso que daba a la azotea que era mía en exclusiva. Con un sol y
unas vistas al puerto esplendorosas.
Aunque con algunos inconvenientes, pues era la única de ese piso,
tenía un regular acceso, la calefacción llegaba con cierta dificultad etc.
Me resultaba independiente y barata y a mi me venía de perlas.
Tenia La Caracola 14 habitaciones.
Un saloncito acogedor para clientes con una pequeña barra de bar
y una chimenea en una esquina, un comedor impersonal, dos señoras
mallorquinas para las faenas, una excelente calefacción en invierno,
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y un mariquita catalán con una pluma que le arrastraba tres metros...
Jordi, que nada más llegar me colocó entre sus preferencias.
Poseía también una excelente cocina casera influenciada por “la
señora” con innegables reminiscencias francesas que se
manifestaban principalmente en el exceso de mantequilla en
sustitución del aceite con que condimentaba sus –por otra parte–
excelentes guisos.
Tuve el honor de descubrirle la superioridad manifiesta de los
huevos fritos con aceite de oliva, ajos y la clara con puntillita,
contra los afrancesados “a la plancha con mantequilla”... ni color.
El Sr. Paco tenía dos pasiones, el fútbol (su Cadi) y el flamenco.
Le seguían de cerca meterse con “el Jordi”, y recientemente que
yo le contara historias de mis andanzas en los barcos y en los
puertos. Flipaba con eso y las escuchaba encantado entre asombrado
y escéptico, intercalando comentarios y copas de manzanilla a
cualquier hora del día o de la noche.
A mi también me encantaba contárselas y exagerarlas o
adornarlas. Pues raramente se podía encontrar un “escuchador” más
paciente y atento.
Así que multitud de ocasiones nos daban las tantas en el saloncito,
yo sentado en cualquier parte o escenificando algún lance de la
historia en cuestión, y él indefectiblemente apoyado en la pequeña
barra del barecito, si era por la tarde con su inseparable copa de
manzanilla, y si de noche con su JB con hielo y soda que rellenaba
una y otra vez pero sin perderse palabra de mi relato, interviniendo
en función de la naturaleza del mismo, lo que ponía de manifiesto su
interés y estimulaba mi ingenio a fin de que la historia en cuestión
no perdiera en intensidad y mereciera la atención que él le
dispensaba, aunque en muchas ocasiones como digo, a base de
improvisar y exagerar parte de la misma.
Algunas veces se nos unía el inefable Jordi, con lo que la situación
ganaba en trivialidad y ligereza, y yo que conocía el percal
procuraba contribuir a su interés abundando en lo que él esperaba
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oír, y eligiendo los temas a los que era más sensible a fin de
provocar sus intervenciones que amenizaban considerablemente la
reunión, a las que con cierta frecuencia asistían también Chelo y
Pau, que aunque ninguno de los dos vivían allí, pues este último
ocupaba una habitación en casa de una hermana y Chelo había
elegido otra pensión en el barrio del “pendoneo” de la ciudad,
ambos frecuentaban “La Caracola” desde que yo era residente, y
habían tomado cierta confianza con el Sr. Paco, ya que Jordi dejaba
meridianamente claro que ninguno de los dos le gustaba, pues según
él uno era un “viejales” y el otro un ordinario.
Pues si Sr. Paco ...
En el último viaje que hicimos Chelo y yo, nos enrolamos desde
Rótterdam en un carguero que salía dos días más tarde rumbo a
Boston lo cual era un destino que nos llamaba la atención.
Como total en casi todos pagan lo mismo nos decidimos por este.
Esa noche con el trabajo ya asegurado, salimos a dar una vuelta
por el barrio “rojo” de los alrededores del puerto que es la zona de
preferencia de aquí el amigo, digo señalando con un gesto a Chelo a
lo que éste responde con una sonrisa simplona .
Y Jordi con gesto despectivo.
– ¡No esperarías que él quisiera ir a la ópera!
Bueno pues el caso es que después de cenar algo, nos metimos en
un garito que ya conocíamos y donde solía haber algún espectáculo
más o menos original.
Pero nunca habíamos visto ninguno tanto como el de esa noche...
El establecimiento tenía una pista/escenario en el centro y las
mesas distribuidas a su alrededor, aunque nosotros nos acomodamos
en la barra con idea de irnos pronto, al menos yo, pues este sabía lo
que pasaría cuando se le calentara el pico.
Había una tía macizorra haciendo un stripteese completo y
ordinario, ya que al final en lugar de dejar algo a la imaginación del
espectador, se empeñaba con posturas de contorsionista, en mostrar
con todo detalle hasta lo más recóndito de su anatomía, lo que a mi
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juicio añadía un punto de repulsa que contrarrestaba el de la posible
lujuria que pudiera provocar, si bien estoy seguro de ser el único de
los presentes que pensaba de semejante forma.
Pero eso en definitiva no tuvo importancia, el bueno fue el
siguiente. Protagonizado por una asiática, tailandesa o china debía
ser, que al principio no despertó el interés de nadie, pero después
cuando se despelotó, fue captando la atención de todo el mundo
jugando con unas pelotas parecidas a las de ping/pong haciendo el
clásico ejercicio de lanzarlas al aire y atraparlas al caer, todo ello
desde diferentes posturas y naturalmente en pelota. En una de las
veces estando boca arriba, según iban cayendo las pelotitas, con
gesto rapidísimo y certero se las iba metiendo una a una hasta 6, en
el mismísimo “canal de Panamá”.
Cuando tenía toda la munición cargada empezó a lanzarlas con tal
destreza y fuerza que llegaban hasta las últimas mesas, obligando a
sus ocupantes a cubrirse o moverse a fin de evitar el impacto
procedente de un arma tan particular.
Pero aún había más. Sin que apenas nadie se diera cuenta, pues el
personal estaba concentrado en el ejercicio de la espectacular
“artillera”, desde una esquina de la sala que daba a los camerinos,
había salido un “moreno” también delgadito y poquita cosa, con un
bigote rodeándole la boca cayéndole lacio y aceitoso hasta casi la base
del cuello, rematando y devolviendo las pelotitas, (casi todas) con un
pedazo de “tranca” que tenia cogida por la base como si de un bate de
béisbol se tratara, pero que para asombro del respetable que no pudo
reprimir un ¡Oh! de sorpresa y admiración, estaba por entre las
piernas, unida al resto de su poco generosa anatomía. Pero patas...
cualquiera hubiera jurado que tenía tres.
– Na... que lo había echao to en nabo la criatura.
comentó jocosamente el Sr. Paco.
– Ese era el delantero que le hubiera hecho farta al Cadi, si señó,
con tres patas. Con alguna le daría al balón... ¡digo yo! ¿No...?
– Que asco… –comenta Jordi con un falso gesto despectivo–
seguido de una sonrisa lánguida y un aleteo de pestañas
significativo.
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...– ¿Asco...?– el Sr. Paco.
– Ya querría yo ver lo que te equivocabas tu de pata si hubieras
tenido que trincarle alguna.
– Lo del enano Toni, lo del enano, me apunta Chelo por lo bajo ...
– Ah... esa si que es buena...
– Esto lo presenciamos al regreso, en San Pauli, el barrio chino de
Hamburgo que es el más grande, el de más vicio, y el mas peligroso
de toda Europa, y en el que más cosas inesperadas y malas te pueden
pasar.
Con ese preámbulo ya sabía yo que al menos el Sr. Paco era todo
oídos.
– Entramos también en otro garito conocido donde habitualmente
había chicas en la barra y atendiendo las mesas las cuales eran altas
redondas y con taburetes en lugar de sillas normales.
– Nos acomodamos al azar en una de ellas, y justo en la contigua
había un tío bajito bajito –casi enano– coreano o chino debía ser por
los rasgos, de edad indefinida y rapado al cero. Con una coleta corta
en la coronilla como una brocha de afeitar, un aro metálico
sujetándosela, y otro en la oreja izquierda. Un mono con peto que a
pesar de que no pasaría del 1,50 le quedaba corto.
Cuadradote como un ladrillo con patas.
Con un morrillo como un toro. Enano también pero toro.
Y un mostacho largo y caído que terminaba de darle un aspecto de
“comeniños” siniestro.
Para más inri, se había quitado la cazadora que reposaba en otro
taburete al lado, dejando al descubierto dos brazos como mazos
torneados, y en cuyos impresionantes bíceps llevaba tatuados, en
uno una cabeza de dragón y una letanía ininteligible debajo, y en el
otro una sirena completa, casi de tamaño natural con unas letras en
vertical. Y en la parte interior de los antebrazos, en uno un barco
velero, y en el otro una cabeza de mujer con unas letras chinas
debajo que debían ser el nombre.
Era un espécimen raro pero no tanto para la clase de fauna que
abundaba en aquella selva, donde lo verdaderamente raro era tener
53
un aspecto más o menos normal.
Estaba el individuo –como digo– sentado con los pies colgando
más cerca del cuerpo que del suelo, lo que le daba un aspecto
grotesco como de marioneta o algo así.
Junto a él en la misma mesa se encontraban dos mujeres de las de
la casa, de treinta y tantos años ambas, y de las que el figura tenía
cogidas las manos en plena actitud de conquista. Él con una bebida
blanca que debía ser ron o vodka o algo parecido, y ellas con sendas
copas de algún licor amarillento.
Entonces se abrió la puerta de la calle, y apareció por ella un
gigantón de casi dos metros, con unas trazas que no tenían nada que
envidiarle al pequeñajo.
Pelo rojizo y corto encrespado e hirsuto como el de la barba, un
aro metálico en cada oreja, y un cordón de cuero rodeándole el
enorme cuello de donde pendía un gran diente de tiburón. Pantalón
azul de faena, una camiseta gastada que hacía bastante tiempo debió
ser de rayas azules y blancas, y que a duras penas alcanzaba a
cubrirle completamente la generosa tripa, y un chaquetón marinero
que también había conocido épocas mejores.
No había duda de que ambos personajes eran tripulantes de alguno
de los muchos barcos pesqueros atracados en el enorme puerto,
bacaladeros, merluceros, o balleneros probablemente.
El grandón que debía de ser de origen eslavo, vikingo, o algo así,
que no pasaba desapercibido precisamente, se fue a colocar en la
mesa justo al lado de la del bajito, pidió algo de beber y entre tanto
se puso a otear el local probablemente buscando compañía
femenina.
Tras comprobar que todas las chicas estaban ocupadas con algún
cliente, se fijó en la mesa de al lado donde había dos de ellas con el
enano referido, y sin dudarlo un momento alargó la mano y tomó a
una por el brazo haciendo que los tres ocupantes de la mesa se
volvieran a mirarlo, creo que no con mucha sorpresa porque
seguramente y aunque con cierto disimulo lo habían estado
observando desde que se les colocó de vecino. Les dijo algo en un
lenguaje que no llegamos a distinguir, y que por como se
54
desarrollaron los acontecimientos, los gestos, y demás, tengo la
completa seguridad de que la conversación transcurrió muy
aproximadamente como sigue:
... – Oye preciosa... unos tanto y otros nada... repartiros un poco,
vamos pásate tu aquí conmigo que el amigo tiene bastante con tu
amiga.
La chica lo miró dubitativa y seguidamente miró al enano para
comprobar su reacción. Éste hizo un gesto de contrariedad y le dijo
algo al pelirrojo que este no entendió pero que por el gesto y la
expresión no dudó en que la propuesta no había sido bien recibida,
no obstante lo cual el grandullón volvió a la carga.
– Venga hermano no seas egoísta, le dijo con cierta sorna, en tono
de superioridad y falsa camaradería.
–Tómate un Whiskito que invito yo y déjame la chica...
– ¡¡Camarero... Ponle un whisky aquí a... rompetechos..!!
El bajito se irguió dentro de lo que cabe, y contestó arrastrando las
palabras.
... –No quiero whisky ni nada tuyo, y la chica estaba conmigo y
sigue conmigo, déjanos en paz y no busques bronca.
El ambiente empezó a ponerse tenso cuando el otro continuó en
tono más burlón y provocador.
– ¿Cómo que no te tomas un whiskey que invito yo...?
– A mi nadie me desprecia una invitación... tu te tomas ahora
mismo un whisky a mi salud... faltaría más.
– He dicho que no tomo nada contigo y que nos dejes en paz.
– ¡Camarero... ese whisky que he pedido... que sea doble...!
–Y hasta un purito te vas a fumar conmigo... vamos que no.
Y acto seguido saca del bolsillo interior del chaquetón una purera
de la que extrae un gran habano que deposita sobre la mesa.
– Mira qué puro... más grande que tu es el puro... como para que
me digas que no.
– Que te he dicho que no quiero nada tuyo y que me dejes en paz...
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– Te dejaré en paz cuando te tomes el whisky y te fumes el puro,
repito que a mi nadie me desprecia una invitación.
Y así continuaron porfiando mientras el ambiente se iba
enrareciendo por momentos hasta el extremo de que todo el mundo
estaba ya pendiente de la discusión y del desenlace de la misma.
Por fin el camarero haciendo caso al pelirrojo, se acercó hasta la
mesa con una bandeja con una botella de whisky de marca
desconocida para mi, de esas que tienen una bola como medida en la
boca y un vaso.
– Muy bien... sírvele a mi amigo un doble.
Las chicas temiéndose lo peor, hicieron intención de bajarse del
taburete seguramente para alejarse del escenario de la situación y el
enano las detuvo con un gesto autoritario.
Haciendo impulso con el cuerpo saltó al suelo, se giró de forma
que quedaba justo enfrente del grandote, cogió el vaso de whisky
que el camarero ya había servido, y clavando los ojillos en los del
otro hizo un gesto con la cabeza... la ladeó y la echó hacia atrás de
forma que pudiera seguir mirando a los ojos de su oponente. Con la
mano que tenia libre se tapó uno de los agujeros de la nariz, con la
otra se acercó el vaso, y poco a poco sin quitar los ojos de los del
otro, se metió todo su contenido hasta la última gota por el otro
agujero sin hacer el menor gesto.
Se hizo un silencio en el bar que se oía caer la caspa.
Cuando hubo terminado la faena, el enano sin pestañear y con la
misma sangre fría, dejó el vaso sobre la mesa, cogió el puro, y se
comió medio de un gran bocado, lo masticó un par de veces tragó la
pulpa del tabaco que le salía por la comisura de los labios y se metió
el resto en la boca haciendo lo mismo que con el trozo anterior.
Todo esto sin apartar ni un instante la vista de los ojos del
pelirrojo que sin dar crédito a lo que veía no sabía como reaccionar
que no fuera ponerse de todos los colores del arco iris.
Para rematar la faena, el bajito dio un par de pasos atrás cogió por
el cuello un jarrón de cerámica que había en una de las mesas bajas,
se plantó con las piernecillas separada delante del otro y en actitud
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desafiante le increpó mordiendo las palabras y en voz que apenas
podía oírse.
– ¿Tengo que hacer alguna cosa más?...
El grandote que no se esperaba aquella reacción después de dudar
un par de veces, cogió el chaquetón con un gesto de rabia y se
dirigió precipitadamente hacia la puerta por la que desapareció sin
mirar atrás.
La gente que había seguido expectante el desarrollo del affaire,
prorrumpieron en vítores y aplausos al enano, el cual sin un gesto se
acercó a la barra, pagó lo que le pidieron, y sin más salió
dignamente entre los comentarios de admiración de la parroquia que
seguramente esperaba otro desenlace.
...– ¡Ele ahí mi enano con dos cojone!...– exclamó el Sr. Paco con
entusiasmo…
– Otro par Cadi ...defensa sentrà... elenano pa defensa sentrá...
– No veas tu que ange...
Tó los equipos un defensa sentrá como una torre...
el Cadi ... unenano con dos cojone. ¡Maravilloso!...
Entre el del nabo, y el enano arrastrando los guevos por el
Carranza... No veas tu que equipaso. Y en los carnavales ya tenían
tema pa hincharse.
– Ya me imagino yo a mi enano entrando en la barbería de mi
compadre Rafaé con la guasa que tiene...
– Buenos días don enano... ¡¡Niño... la supletoria...!!
– ¿Qué va a ser don enano ... un pelaito en la coleta...?
– Porque no querrá usté que le corte “las patillas”...
Y como el que no quiere la cosa dándole al pedal ese que sube el
sillón parriba hasta que el enano pegara con la cabecilla en el techo.
Entonces entraría algún parroquiano...
¿Qué Rafae... vuelvo cuando lo hayas pelao o cuando le hayas
cambiao el aceite…?.
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Capítulo 4
Vivíamos ya la segunda mitad de la década de los 60.
La España de charanga y pandereta que con verso certero
describiera el gran Antonio Machado, discurría en todo su
esplendor.
El espejismo del “600” aún cubría con un espeso manto gris, el
hecho de que con total impunidad una noche de aquellas, un
“picoleto” con bigote me hubiera abofeteado por el simple hecho de
estar con una turista holandesa haciendo “manitas”... juro por mis
vivos y por mis muertos que manitas nada más, sentados en un
balancín en una playa de Campastilla.
- Esto no son horas de estar en la playa - .
Había exhibido como contundente argumento el avezado agente
de la ley y el orden.
Pero yo había nacido y crecido en esa España, “devota de
Frascuelo y de Maria... de espíritu burlón y de alma quieta,” por
seguir con el símil de Machado, y no tenía ni quería tener, elementos
de juicio para comparar.
Y aunque bien es cierto que a pesar de mi edad, mi experiencia y
mi campo de juegos era casi universal, la verdad era que mis ojos
veían poco mas allá de lo que tenían delante, y la diferencia entre
San Francisco y Barcelona no pasaba de ser , que en esta última me
era más difícil encontrar un barco donde enrolarme que tuviera un
destino acorde con mis preferencias de ese momento.
Y como mucho más que el puente colgante de la primera, “era un
puente con dos cojones“.
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O que Punta Arenas era un puerto que me encantaba... pero me
importaba un pimiento si en Chile había un Franco que dirigía el
rumbo del país con mano dura o blanda, o si los españoles habían
conquistado aquellas tierras hacía mil años, a punta de espada o a
“cristazo limpio”.
Yo era un chico casi feliz con un planteamiento de vida atípico y
elemental y un desarrollado instinto de supervivencia obligado por
las circunstancias.
Echaba en falta a mi madre, era lo único que ensombrecía mi
frente, y cada vez que hablaba con ella, por entonces era conferencia
a casa de una vecina que tenía teléfono, lo pasaba mal, y siempre
acababa con los ojos arrasados en lágrimas y un nudo en la garganta
que quien me conocía bien me lo notaba de inmediato.
– ¿Que, niño... (siempre me llamaba así) has hablao con tu madre
no...?– me decía el Sr. Paco.
– No seas tonto y tráetela aquí, que se vive bien y estará en
familia.
Y verdaderamente, a falta de ella esa era mi familia.
Había conseguido rodearme de un grupo de personas que me
querían y así me lo demostraban cada día.
Y aunque me dolía aceptarlo sabía a ciencia cierta, que quizá
demasiado pronto, pero había abandonado el nido para no volver
jamás.
Abundando en ese concepto de la familiaridad con que se me
trataba, por aquel mes de abril celebramos el santo del Sr. Paco, que
como buen andaluz y con buen criterio, daba a este acontecimiento
mucha más importancia que a su cumpleaños, pues en su opinión
celebrar más de 25 años era un “contradios”.
Naturalmente yo estaba invitado a la celebración familiar que este
año parecía tener connotaciones particulares, e incluía la del cumple
que se producía también dentro de pocos días.
Y aunque se procuraba correr un tupido velo sobre los detalles,
sabíamos todos que se trataba de su primer cincuentenario, cosa que
el evitaba comentar con gesto de inocente coquetería, que a mi al
59
menos me producía un sentimiento de ternura y afecto, que con los
años y por razones obvias fui entendido cada vez mejor.
Para la ocasión que como digo yo sabía importante, mi regalo creo
que fue el que más ilusión le hizo de cuantos recibió.
Consistía, tras uno de los viajes que frecuentemente hacía a
Rótterdam, en un tocadiscos Philips modelo Primavera, de los que la
tapa superior era el altavoz, que por aquel entonces era el ultimo
grito, motivo de presunción de cualquier afortunado poseedor de
uno de ellos.
El caso es que se mostró encantado con él y así me lo demostró
agradeciéndomelo publica y efusivamente con voz entrecortada y
ojos húmedos de emoción.
El error fue darle también en ese momento los discos de flamenco
que le había comprado en Barcelona, pues la paliza que le dio al
personal con los “fandanguitos” de los Hermanos Toronjo, marcó un
antes y un después en los anales del barrio.
– ¡...Anda niño..!...dite un fandanguito como tu sabes, pa que se
mueran los feos...
...– Y el que no sepa... que vaya a la escuela...
– enga... anímate...
Me decía ya pasadito de JB a altas horas de la madrugada .
…a esa liebre no tirarleee..
cazaores de la sierraaa..
a esa liebre no tiraarle..
que está buscando en la tierraa..
madriguera pa ser maadreee..
y es mu sagrao lo que encierraaa..
– ¡¡Oleee el arte y los fandangos bien cantaos...!!
...Eso es cante ... y lo demás es leche y picón…
– Andaluz tenias que ser ...
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– ...¡¡Dale... échate otro...!! que con una ruea no anda un carro...
… Paríaaa...
tengo mi perra pariiaa...
del perro de mi compaadree...
he regalao tooas las criiaas..
pero me queda su maadree...
la mejor de Andaaluuciiaa...
– ¡¡Ole tus cojones y los fandangos de casería bien cantaos...!!
– y la letra..?.. ¿ es que no es na la letra...? Poesía pura es la letra.
– Ves, si tu en vez de tanto barco y tanta leche, te tenias que
dedicar al cante... que te lo digo yo, la guitarra es lo que tu tienes
que aprendé, y no tanto libro y tanta tontería...
… Voooyyy a compraa unes maadreeññees… a la mia neñaaa
madreeee…– se descolgó Chelo que también estaba por allí …
– … ¡¡¡Miraa tuuu,..!!! ... gallego... o de donde cojones seas...
No me lostropees ... que parece questas guardando cabras... y
hoy es mi día... y no quiero acostarme mosqueao.
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Por aquellos días “El Inglés” nos trajo la noticia de que debía
ausentarse una larga temporada por razones familiares.
Pues su padre había fallecido inesperadamente, y él debía hacerse
cargo de inmediato del negocio que tenían en Sheffield, al parecer
una pequeña fabrica de rodamientos y piezas mecánicas.
Pero que aunque sus planes obviamente sufrirían un determinado
retroceso que en ese momento no se atrevía a determinar, su
intención de hacer una vuelta al mundo con el Orión y nosotros
como tripulación seguía en pié por su parte, y que nos mantendría
informados, ya que el barco se quedaría en Palma a cargo de Pau y
el vendría cada vez que le fuera posible.
A mi la noticia no me sentó especialmente mal pues había algo que
aunque yo fingía ante mi mismo que no me preocupaba, la llevaba
dentro y temía que de alguna forma, llegado el momento de iniciar
el viaje que esperaba con gran ilusión, me condicionara de manera
determinante para poder o no realizarlo.
El tema era bien sencillo. Yo tenía cerca de 20 años y estaba al
caerme el servicio militar, ineludible e implacable en esa época. Por
lo que debería estar disponible para incorporarme en cuanto me
convocaran y olvidarme de todo un año de mi vida. Por lo que me
venía de perlas retrasarlo todo un tiempo hasta quedarme libre del
problema. Así que me dispuse a esperar y mientras tanto continué
haciendo mi vida .
El Sr. Tomeu, comodoro del puerto amigo de Pau y que me tenia
gran aprecio, me comentó que un capitán de yate que andaba por allí
y que se dedicaba al transporte de embarcaciones freelance, le había
preguntado por algún marinero que estuviera dispuesto a ayudarle a
traer un velero grande desde Inglaterra a Palma.
El tema parecía interesante ya que se trataba de un “Oceanis 44”,
uno de los mejores veleros del momento, y además el trabajo parecía
ser que estaba bien pagado, por lo que yo que era consciente de que
debería llenar las arcas lo más posible antes de que me “llamaran a
filas” como tontamente se denominaba también al tema de la “puta
mili” me interesé por el tema y me puse al habla con Diego José
62
Duarte, que no era por cierto el protagonista de ningún culebrón
como su nombre podía dar a entender. Pero si, además de un buen
marino y un buen tío, era un argentino filósofo, siempre dispuesto a
pontificar y “mostrarte el camino” en cuanto te descuidabas, que
para simplificar se hacía llamar “DD” (pero con “y” que le parecería
más inglés, o sea, DyDy).
En cuanto nos conocimos nos caímos bien.
Él rondaba los 40 años. Era un tipo de talla parecida a la mía,
rubiasco y bien plantado, de media melena rubia y lisa que era mi
envidia, ojos azules y mirada aguda e inteligente, nariz un tanto
aguileña, piel curtida por el mar y el sol, y verbo fácil y elocuente
como correspondía a su procedencia.
Me explicó el plan que no era otro que, como ya me había dicho el
Sr. Tomeu traer un barco navegando, efectivamente un OCEANIS
44, nada menos que desde Douglas, capital de la isla de Man, al N.
del Mar de Irlanda en el Canal de San George, hasta Palma.
Su propietario quería tenerlo en Baleares, y no podía, o no se
atrevía, a hacer el trabajo él mismo, lo cual tampoco era de extrañar
ya que el punto de origen del viaje, implicaba navegar nada mas y
nada menos que la zona de Gran Sol, y la temible Costa de la
Muerte, bordeando el cabo de Finisterre y toda la costa de Portugal,
si lo hacías por el camino más corto que era lo lógico con un barco
de ese porte, por lo que tenias prácticamente garantizado un
temporal detrás de otro, y una navegación dura y difícil durante la
mayor parte del viaje.
Pero también eran 250 libras en más o menos 20 días de trabajo, unas
50.000 ptas. de entonces que no era cantidad desdeñable, y a mi en el
fondo el viaje en un velero de esas características también me hacia
ilusión.
Así que tras apurar los detalles, y saber que desde el origen del
viaje, también nos acompañaría un sobrino del dueño, que ya había
navegado con él y conocía bien el barco, lo que hacía más seguro y
descansado el viaje, lo acepté y tres días más tarde salíamos DD. y
yo en avión, con destino a Douglas vía Londres, donde se nos unió
63
Jhon el sobrino, que resultó ser un tipo 6 o 7 años mayor que yo,
larguirucho y delgadito como un espagueti, y que no hablaba ni una
palabra de otro idioma que no fuera el suyo. Aunque eso no resultara
ser un inconveniente grave, ya que DD hablaba inglés con la misma
soltura y locuacidad que el español, y yo entendía y me hacía
entender en todas las lenguas vivas y muertas de la Torre de Babel y
sus alrededores.
Llegamos a la isla de Man por la tarde, y rápidamente nos fuimos
a ver el barco ya que lo previsto era dormir en él. Tras pertrecharnos
de víveres y todo lo necesario, acordamos emprender la marcha a la
mañana siguiente.
A los otros dos no les conmovió su presencia, uno porque ya lo
conocía sobradamente, y el otro porque era su trabajo, estaba
acostumbrado, y para el era un objeto a transportar, pero a mi si me
impresionó su porte y su hermosa estampa, pues no era fácil ver un
“sloop” (velero con un solo palo) de esas dimensiones. Lo normal es
que con esa eslora estuviese aparejado de “ketche” (dos palos), que
hacen más fácil y cómodo el manejo y la maniobra.
Era un barco supermoderno, con casco de acero preciosamente
pintado de azul marino, cubierta de teca bruñida y perfectamente
cuidada, y el enorme palo de aluminio de alta resistencia fabricado
precisamente en Sheffield.
Un motor volvo de 150 hp, según nos dijo Jhon, y toda suerte de
elementos complementarios de ultima generación a fin de hacer más
cómoda y segura la navegación.
Su nombre era “North Star”, registrado en Londres.
A la mañana siguiente como teníamos previsto, tras hacer las
compras pertinentes, en eso también se notaba la experiencia de DD
que cargó de cosas en las que yo ni hubiera pensado además de los
víveres necesarios para la travesía.
Desayunamos frugalmente en un pequeño restaurante del puerto, y
nos hicimos a la mar con relativamente buenas previsiones de
64
tiempo para las horas siguientes.
Ya fuera del puerto en mar abierto, izamos mayor y génova
dispuestos a disfrutar el viento de popa que entraba con fuerza
respetable, nos permitiría ahorrar combustible, y aprovechar las
condiciones naturales del barco.
Me había situado a la caña desde la salida, y estaba deseando
probar y comprobar las cualidades marineras que habían hecho de
los “Oceanis”, junto con “Swan” y alguna otra marca, los “Rolls”
del mar, y nunca mejor ocasión que una empopada fuerza 4 o 5
como la que se nos brindaba.
Colocamos velas “a orejas de mulo”, (con una vela a cada banda)
con el beneplácito de DD, que me permitió variar el rumbo un par de
grados, a fin de orientar el barco en “popa redonda”, para que el
viento siguiera exactamente la línea longitudinal del barco, el cual una
vez equilibrado y lanzado nos demostró lo que es navegar a vela y por
que hay tanta gente enamorada perdidamente de esta forma de surcar
el mar.
El espectáculo era fascinante …
El gran palo soportando sin aparente esfuerzo a la
inmaculadamente blanca vela mayor abierta totalmente a estribor,
mientras que el gran foque genovés lo hacía igualmente al lado
contrario .
Todo el conjunto recortándose en delicado equilibrio sobre el
crepúsculo vespertino, daban a la nave una apariencia casi
fantasmal, como si una enorme cometa etérea e intangible volara
sin apenas movimiento a escasos centímetros de las olas.
El barco se deslizaba rápida y silenciosamente adentrándose en el
océano y en la noche, en tanto que mi corazón de 20 años golpeaba con
fuerza mis sienes, y la estética del momento ponía mi sensibilidad a
flor de piel.
Permanecimos en silencio largas horas, ensimismados cada uno en
sus propios pensamientos. Entrada la noche y tras tomar unos
sándwiches de pollo que habíamos comprado al efecto, DD y John se
retiraron a dormir mientras yo voluntariamente me quedaba al timón
65
acordando que despertaría a uno de ellos cuando me encontrara cansado
o necesitara ayuda.
La intensidad y dirección del viento continuaron haciéndome
disfrutar de la navegación durante un buen rato, hasta que ya
avanzada la madrugada roló un par de grados al SO lo que me
obligó a corregir la posición de las velas, pasando ambas a la banda
de babor y navegar prácticamente “a un largo”.
Poco después apareció por la escotilla la figura inconfundible y
escuálida de John, que tras saludarme con un movimiento de cabeza
y una somnolienta sonrisa, corrigió mecánicamente la tensión del
foque, quizá para hacerme una demostración de su potencia y
habilidad, lo cual surtió su efecto ya que yo sabía que por la tensión
del viento no era fácil cazar más esa vela, lo que el resolvió con
suficiencia y autoridad, y ayudado por sus largas piernas, apoyó un
pie en el borde metálico de la regala y el otro en el pasamanos de la
escotilla, consiguiendo así sin gran esfuerzo ganar un palmo de
escota, lo cual hube de reconocer que mejoró el comportamiento del
barco y su rendimiento, y sobre todo dejó claro que no era ningún
novato y sabía bien de que iba aquello.
A la mañana siguiente cuando me desperté sin que hasta entonces
nadie hubiera reclamado mi presencia, miré el reloj de bitácora
colgado encima de la mesa de derrota y salté alarmado al observar
que eran cerca de las 12 del mediodía, y aunque recordaba que eran
pasadas las 5 de la mañana cuando me fui a dormir, me pareció un
abuso ese horario de incorporarme al trabajo.
Antes de salir a cubierta, ya me pareció por el ruido del viento y
de las olas sobre el casco del barco, que continuábamos navegando
con viento y mar en popa y a buena velocidad, pero cuando asomé la
cabeza me encantó el comprobar que íbamos arrastrados por un
enorme “spy”, ( vela de balón) de unos preciosos y brillantes colores
rojo azul y blanco, y a una velocidad que no bajaría de los 9 o 10
nudos.
– ¡¡ ...Ah canallas... Qué bien me habéis avisado...¡¡... ¿no...?...–
dije a modo de saludo .
– Che, esto es cosa de hombres... los nenes tienen que dormir sus
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Viento a Favor

  • 1.
  • 3. 2
  • 4. 3 VIENTO A FAVOR Venturas y desventuras de un marinero en apuros Antonio Ramírez Martín
  • 5. 4 Autor: Antonio Ramírez e-mail: contravento13@gmail.com Diseño y Maquetación: Estefanía Aragüés Salvo. e-mail: estefer@gmail.com Fotografías de la colección del autor. ISBN: 978-84-613-0209-3 D. Legal: M-10115-2009 www.vientoafavor.com
  • 6. 5 A mis hijos Toño y Sara. A Lourdes mi mujer. Con todo el amor del que soy capaz.
  • 7. 6
  • 8. 7 Índice de Contenidos Sinopsis. Pag. 9 Prólogo. Pag. 11 Capítulo 1. Pag. 17 Inicios. Joan “ El ahogado”. “Las Guiris” Capítulo 2. Pag. 29 El Artemisa . Mediterráneo. Pedro. Don Juan de Borbón. Capítulo 3. Pag. 43 El Orión. La Caracola. El enano. Capítulo 4. Pag. 57 El Sr. Paco. De Man a Palma a vela. Capítulo 5. Pag. 75 Valerie. El padre Celso. El hombre de las profundidades. De Funchal a Salvajes. “Albatroz”. ¡Pánico! Capítulo 6. Pag. 115 ¡El Amor! Pesca – sub. París. Crispín. Capítulo 7. Pag. 143 Córdoba. La puta mili. Regreso al mar. Los Fiordos. “Boca de fresa” Capítulo 8. Pag. 171 Islandia. Caza del cachalote. Rumbo a Nueva York y Tokio. ¡Que vienen los coreanos! Capítulo 9. Pag. 203 Martín Regueiro, mi amigo. Espectáculos macabros. Mar de La China . Java. El Paraíso. La Galatea . María. Seichelles. Mauricio. Chagos. ¡Tiburones! Capítulo 10. Pag. 263 El Annie C. De Mauricio a C. Del Cabo. Rememorando. Volver Capítulo 11. Pag. 307 De nuevo la Albatroz. “Nana” el bombón. Pesca en Columbretes Capítulo 12. Pag. 351 1ª experiencia en la vida civilizada. Córdoba. Jaén. Vuelta a la mar. El “Libertad” Juegos de cama
  • 9. 8 Capítulo 13. Pag. 393 Sorprendidos por el “doverman” De Rótterdam a Mar del Plata. El Adventure. La Patagonia. Hornos. Naufragio. Isla de Juan Fernández Capítulo 14. Pag. 443 El Ballenero. Al infierno. Mi amiga Elka. Vuelta a la vida
  • 10. 9 Sinopsis No he pretendido con las páginas escritas que tienes en tus manos querido lector, hacer nada importante. No se trata de una novela y tampoco es una biografía. Pues se refiere a una época larga en el tiempo e intensa en la vivencia de mi ya lejana juventud. Si bien hace escasa referencia a los orígenes, y nula a la trayectoria posterior de quien lo escribe, más bien diría que se trata de una amalgama de hechos, situaciones y pedazos de vida - en aquel tiempo aventurera y anárquica - que desparramados encima del frágil tablero de los recuerdos, aguardan como las piezas de un puzzle, que alguien que debería ser yo, las depure, las adorne y las ordene. Se trata por tanto de una rememoración sonriente de un tiempo en el que anduve intensamente ligado al mar, y en su medio o su entorno transcurrieron los momentos más felices y amargos de mi vida, afición que aún hoy mantengo, y con seguridad ha marcado toda mi existencia. No espere el lector encontrar aquí la lección magistral de un erudito en nada de lo que en las historias contenidas se refiere. Antes bien, estoy seguro de que hallará gran cantidad de “errores técnicos” que a mi juicio no desvirtúan el objetivo final de la obra. Entretenerme y entretener. Contagiar al lector con mis emociones y mis sentimientos, para lo cual resulta imprescindible contar con su complicidad. Objetivo harto difícil -ya lo sé- pero al que no renuncio a optar. Que sonría ante la historia de mi monito Crispín arrancando la peluca a mi vecino de mesa. Que tiemble ante las fauces de un
  • 11. 10 tiburón tigre en las Islas Salvajes. Que se sienta como un trozo de mar sumergido en las transparentes aguas de “Las Chagos”. Que sufra el acoso y derribo de un gran cachalote en las gélidas aguas del Atlántico Norte, o me acompañe en mis correrías marineras de uno al otro confín del mundo. Todo ello bajo el farol de una tertulia entre amigos, con su mismo lenguaje, y donde no está mal visto intervenir ni interferir. La mayor parte de los personajes y situaciones que aquí aparecen, así como la cronología de los acontecimientos, son total o parcialmente reales, aunque siempre aderezados y condimentados con una dosis de imaginación, imprescindible creo, para su correcta digestión. Si consigo arrancar de tus labios una sonrisa, o que durante su lectura los problemas del día a día pasen a un segundo plano, mi objetivo estará totalmente conseguido. Gracias por tu tiempo. El autor
  • 12. 11 Prólogo Cuando en Noviembre del año 2006 recibí un correo electrónico de Antonio, en el que me enviaba su pequeña sinopsis anunciando su decisión de escribir unas memorias de su época marinera junto con el primer capítulo de las mismas, no pude por menos que animarle a que lo hiciera, de una forma tan alborozada como vehemente, para que esa “falta de constancia” que se atribuía, no fuera nunca un obstáculo para concluir en lo que, hoy felizmente, podemos llamar su libro o al menos, –creo que tiene historia suficiente– su primer libro. Yo tenía poco conocimiento de esa etapa y lo sabido era más por boca de terceros que por la suya propia, ya que nuestra amistad, si bien tiene unas raíces que gozosamente cada día se manifiestan más profundas, ha tenido durante muchos años la distancia física como impedimento para intercambios de pasados que, a estas alturas, no podemos por menos que calificar ya como algo remotos. Conforme pasaban los meses del 2007 fui recibiendo las entregas y Antonio me iba pidiendo opinión -tengo que pensar que como consecuencia de mi actitud positiva más que por mi escaso talento literario- lo que facilitó, además de un hermoso intercambio epistolar, profundizar con él en ese pasado marinero, -¿sólo marinero?-, que nos relata; al ir conociendo de primera mano los aconteceres de su historia, y “reconociendo” a su autor en cada una de las situaciones, me entusiasmé tanto con la lectura, que permanentemente me venía a la mente su imagen y, sobre todo, esa maravillosa risa con la que estoy seguro escribía muchas anécdotas, junto a la expresión emocionada y tierna en el relato de las experiencias más duras. Fue en la Navidad pasada, cuando en el intermedio de una cena y por boca de Lourdes -ahora marinero da tus velas al viento pues
  • 13. 12 acabo de nombrar a la Estrella Polar de tu vida- me dijeron que les gustaría que yo escribiera el “Prólogo” de este libro que hoy tienes en las manos; regresé a casa con la sensación de que mi reacción pudiera haberles perecido fría, pues fue de esas ocasiones en las que el impacto emocional recibido es de tal naturaleza, que solamente la actitud de casi “darlo por no oído” te permite salir del trance con una cierta entereza. Pasé como una centella de la emoción al silencio. Y hoy me tienes aquí, querido amigo -si lo eres de Antonio también lo eres mío- disfrutando del lujo de escribir sobre él y del regalo que nos ha hecho a todos. Porque estas memorias son un regalo para todos los sentidos. Te mueve a la reflexión la situación que origina su marcha de casa; más allá de los hechos domésticos, esa España de los 60, todavía cuartelera, en la que la mezquindad y la opresión, la angustia y el conformismo, el miedo y la desesperanza, dejaban poco espacio a espíritus libres y abiertos a la vida; no se entretiene Antonio sino en pasar deslizándose por la superficie, pues bastante trabajo tuvo con paliar sus consecuencias como para adentrarse en sus causas. Pero en las pocas líneas con las que describe el entorno, lo hace con tan sencilla brillantez, que cualquiera que lo haya vivido lo recuerda nítidamente; el bar, los obreros, el cacique, las plazas, las inversiones en capitalización, el representante del 600, los bocadillos, las pesetas, la calle, los vecinos -más familia que muchas familias actuales-, el auto-stop, etc. Tenía que escapar. Y en su huída y también en su búsqueda, se nos manifiesta como un prodigio de supervivencia –como hombre bien nacido le llama suerte–, en el que las percepciones de lo que le rodea, la intuición del beneficio, el aprovechamiento de sus cualidades y recursos, la seducción de sus habilidades, los explota en cualquier situación, entorno y momento; el buceo “a la pesca de lentillas” con la familia Krupp, merece un destacado lugar en la mejor picaresca de la literatura del Siglo de Oro español. Tenemos a lo largo del libro, múltiples ejemplos de esta extraordinaria virtud que adquiere siempre la mayor nobleza porque jamás perjudica, ni se aprovecha, ni lastima, ni pasa por encima de nadie. En su supervivencia, no hay depredación. Solamente hay imaginación
  • 14. 13 desbordante y esa gran sabiduría acumulada a lo largo de cientos de años por ese “talante” andaluz, por esa ambición de empatía con lo que te rodea. Si como alguien dijo, “cultura es lo que queda en una persona después de olvidar lo que aprendió”, esa cultura ya corría por sus venas antes de aprender todo lo que la vida le iba a enseñar. ¡Cómo no iban a percibir su bonhomía, Pau, el Sr. Paco, Chelo, Joan...y toda su familia de Palma! Palma de Mallorca, que se convierte en la plataforma desde la que se lanza casi a la vida, al mar y, en un maravilloso encuentro, al amor. Valerie Dubois, su primer amor, deja en él una huella imborrable y la pena ansiosa de lo que, sin terminar, se pierde; porque la historia se pierde en las reflexiones de la desesperanza por una parte y la comprensión de la realidad por otra. Enorme cualidad la que evidencia Antonio y que mostrará permanentemente a lo largo de su vida y que consiste “en ponerse en el lugar del otro”, lo que conlleva una actitud comprensiva hacia los demás y nos sitúa a las puertas de la paz y el equilibrio interior. ¡Qué cuidado ha tenido siempre con que cualquier batalla perdida no derivara en rencor, ni lastimara un corazón que, a toda costa, quiso mantener limpio como el océano! Nos cuenta también las relaciones con las mujeres que en esa época pasaron por su vida y quiero destacar especialmente la enorme ternura con la nos habla de ellas; hasta en los momentos en los que se ve agobiado por “ballenatos” o “gusiluces” y se ríe a carcajadas de “lo que se le viene encima”, lo hace desde la levedad con la que se trata al material sensible. Al cristal. A la mujer. Y siempre hay gratitud hacia ellas por recibir y devolverle todo el amor que les entrega. Las desea, las busca, las mira, las provoca, las seduce, las ama, pero en cualquiera de ellas y, aunque en las ocasiones más frívolas pudiera actuar de otro modo, como decía una canción que tanteas veces le escuché, “además de su cuerpo, siempre busca otro valor”. Quiero adelantarte, lector atento, que el párrafo que dedica a Juanita “una chica corriente de un barrio de Córdoba” es de lo más hermoso y sencillo que se puede escribir de una mujer
  • 15. 14 Y del amor a la pasión. El mar. Lo que impregna toda su vida y donde él se manifiesta en toda su plenitud. Antonio puede estar, pero sin el mar no es. Como dijo A. Machado “es un hijo de la mar” y, por tanto, la ama tan profundamente como la respeta. Y como ocurre con las pasiones verdaderas, si están expresadas con la brillantez con la que lo hace, contagian al más neófito; accederemos al Artemisa, al North Star, al Orión -¡ah! el Orión- al Albatroz, al Galatea, al Annie Comyn, al Libertad… y nos moveremos entre regalas, imbornales, jarcias, cabuyería, flechastes, obenques, foques… navegaremos “de ceñida”, “a orejas de mulo”, “de bolina”, “de aleta” con la naturalidad del que lo ha hecho siempre. Porque, en la emoción del recuerdo, la descripción de los paisajes y mares es de tal claridad expresiva, que más que en el pasado nos sentimos en un presente y le acompañamos en la aventura; el cielo, el sol, la lluvia, el viento, el frío, el amanecer, el atardecer, la noche, son vividos - perdón leídos- con una intensidad que alcanza su máximo nivel cuando nos sumergimos con él en la mar. Colores, arenas, luces y especies desconocidas te acompañan ya siempre; peje perros, serviolas, abaes, viejas, sargos…se han convertido para mí en algo inolvidable. Pero no quiero hablar más del mar. Mucho mejor lo hace él y lo vas a disfrutar en innumerables páginas. A lo que quiero invitarte, amigo y lector, es una apnea imaginaria– casi tan larga como esos cuatro minutos de Antonio– por las profundidades de cada una de las líneas de este libro y descubras – como en el mar– lo que nunca se ve en la superficie. Porque en este libro hay que bucear para ver el verdadero sentido, la emoción escondida, el impulso vital que lo arrastra a lo largo de sus páginas y que nos descubre el porqué, por quién y para quién está escrito. Este libro, por encima de todo, es un recuerdo emocionado y tierno, una declaración de admiración, gratitud y amor, para ese “marmitón” que sin cumplir los dieciséis años se lanzó a la vida con 280 pesetas y unos bocadillos, sin más horizonte que el mundo entero, con el rumbo que le marcaba su instinto y con un corazón presto a empaparse de todo lo hermoso que se le ofreciera. A ese
  • 16. 15 chaval cuya firme determinación vital le lleva - en la frase, para mí, más conmovedora del libro- “a perder, si es necesario, el camino de regreso”. Él es quien hace las gamberradas a Patxi, quien hace exhibiciones acrobáticas, quien se larga a cantar… quien murmura a la inglesa… y Antonio nos habla de él… porque se le escapa y vuelve a por él… habla en primera persona, pero de él… hace piruetas con él… se ríe con él… y, de vez en cuando, la tristeza también le embarga junto a él…y entonces escapa de él para contarnos cosas… pero detrás está él… ese chaval siempre está ahí. ¿Será porque quiere seguir siendo él? Lo cierto es que Antonio se siente orgulloso de ese “marmitón”. Y le sobran razones. Lo mismo nos pasa a sus amigos. Antonio Aragüés Giménez Mayo del 2008
  • 17. 16
  • 18. 17 Capítulo 1 Corrían los primeros meses del 63. Con mis escasos 18 años acababa de finiquitar mi primera y más desagradable experiencia marinera en el “Punt e Mes”, un viejo carguero en el que por matar de una vez el gusano que bullía en mi tripa desde mis más viejos ancestros, había tomado en Palma de Mallorca, donde llevaba más de un año realizando diversos trabajos todos ellos de “alto nivel”: Ayudante de cocina, camarero, salvavidas en la playa de un hotel en Magaluf, y cosas así. En este caso ejercía cargo nada menos que de “marmitón“. ¿Qué es el marmitón...? Pues otro trabajo fino. Niño pela las patatas, niño baldea la cubierta, niño prepara la sirga, niño, niño... Hicimos tres viajes con carga de chatarra a Kiel, en el N. de Alemania, y para ser sincero ni el barco ni la tripulación ni la carga, nos distinguíamos mucho entre si . Es de esas experiencias que olvidas en cuanto se terminan porque no hay nada que merezca la pena recordar. Sólo me quedan nebulosas las imágenes de mis vomitinas inacabables la primera semana, mis llantos infantiles acurrucado en mi estrecha litera recordando a mi madre, y mi gorro de lana rojo que no consiguió salvarme de los tremendos sabañones que lucía en el hermoso par de orejas que me gastaba yo por aquellos tiempos
  • 19. 18 (siempre intentaba llevarlas dentro pero ahora me doy cuenta de que no lo conseguía por razones obvias) También quedaron impresas en mi recuerdo las paredes heladas del canal de Kiel, y la admiración que me producía que con la espesa niebla que siempre reinaba en la zona, los enormes barcos que la transitaban y el intensísimo tráfico, no hubiera abordajes y “castañas” a diario o por lo menos con más frecuencia, aunque por si acaso me agarraba instintivamente a lo que tuviera más a mano, cuando oía una de aquellas tremebundas sirenas que por preparado que estuvieses, siempre te pegaba un susto de muerte porque te sonaba a un palmo de donde estabas y por donde menos la esperabas. Como digo, la experiencia fue tan negativa que a punto estuve de olvidarme de por vida de los barcos, pero el destino me volvió a colocar en su estela y me animé a hacer un curso de timón que impartían en la Escuela Náutica de Palma seguido de el de Patrón. Allí conocí al Sr. Tomeu, director de la escuela, comodoro del puerto, y a su vez amigo intimo de Pau, personaje que influiría de manera decisiva en mi futuro próximo, pues me tomó por no se que razón bajo su tutela, y entre otras mil cosas me devolvió la afición por la navegación y el amor y el respeto al mar. En los años siguientes anduve pegado a él que tampoco daba un paso sin mi, y ambos sin comentarlo claramente jamás, aceptábamos tácitamente que en algún modo yo estaba ocupando el lugar del hijo que había perdido años atrás víctima de una terrible enfermedad, y él, el del padre que yo hubiera querido tener. Era un hombre cercano a los 60 años, con poca talla, pocas carnes, y como buen mallorquín poca gracia, pero también era fuerte como el acero, impasible y resolutivo como luego me demostraría en multitud de ocasiones de extrema tensión, y honrado a carta cabal. Además de conocedor profundo y experimentado en todo tipo de mares, barcos, y formas de navegar. Uno de aquellos días, Pau me dijo que le habían encargado seleccionar y contratar la tripulación de un yate de alto copete que estaban terminando de acondicionar en Astilleros Palma, propiedad
  • 20. 19 de D. Javier de la R., magnate mallorquín propietario del astillero y de otros muchos negocios náuticos. Naturalmente yo figuraba entre los elegidos para formar parte de la referida tripulación, y días más tarde debía presentarme en el astillero a fin de conocer al resto de sus componentes así como el barco, y tomar posesión de mis “aposentos a bordo” (una litera y una taquilla). Llegué un rato antes de la hora convenida, y tras realizar la presentación y papeleos oportunos en la oficina del propio astillero, me acerqué acompañado por un empleado, a conocer al célebre “Artemisa” que ya me había impresionado con su presencia al verlo por primera vez desde el malecón. Era un palacete flotante construido sobre la base de un casco de hierro de 36 m. de eslora, con toda suerte de lujos y gollerías en su interior, excepto en las dependencias de la tripulación, ¿como no? Magnifico salón interior que se prolongaba a popa al aire libre. Comedor con mesa ovalada para 20 comensales. Cuatro espléndidos camarotes dobles con su baño correspondiente, dos individuales y el del armador que era la hostia, con una cama circular que me dejó boquiabierto etc. Ese tipo de lujos que actualmente se ven o se adivinan con relativa frecuencia en grandes yates en algunos puertos, y era algo inimaginable por entonces. Por último 2 motores de 3000 h.p. que impulsaban el “juguete” a cerca de 18 nudos que también era velocidad record para la época. Tras mostrarme el rancho y dependencias de la tripulación que como se podrá entender nada tenía que ver con el resto, coloque mis exiguas pertenencias en mi correspondiente taquilla, y me dispuse a darme una ducha y esperar al resto de la tripulación que estaban citados como yo esa misma tarde, aunque ya sabía por Pau que los demás, salvo uno, no se quedarían a bordo ya que eran de la tierra y tenían su casa en la ciudad. Como es frecuente en Baleares en esa época del año (febrero) hacía una tarde fría y ventosa acompañada de una llovizna pertinaz y
  • 21. 20 antipática. El mar, aún dentro de las dependencias del astillero, también estaba agitado por un fuerte viento que producía una ola corta e incómoda hasta de ver. Había llamado mi atención a la entrada, ver a un trabajador del astillero embutido en un traje de agua amarillo, tapado hasta las cejas, remar en un bote literalmente como un cascaron de nuez, en paralelo a nosotros al parecer en dirección a un “muerto” que se observaba señalado por una boya a unos 15 o 20 metros a babor nuestro, muy probablemente a sujetar una estacha cuyo extremo pendía remolcado de la popa del pequeño bote. Me encontraba como digo, bajo el chorro de la estrecha ducha común del rancho del Artemisa, cuando comencé a oír unos desaforados gritos de ¡¡socorro...socorro...!! ¡¡ayuda...ayuda...!! provenientes primero de donde se encontraba el bote y luego desde el malecón del puerto. Sorprendido por los gritos, me asomé por el ojo de buey que tenía un poco por encima de mi cabeza, y alcancé a ver claramente los motivos del alboroto. El marinero del botecito seguramente al inclinarse para hacer el trabajo, había volcado este, el cual se encontraba boca abajo cerca de donde el pobre marinero luchaba desesperadamente por mantenerse a flote, lo que cada vez le resultaba más difícil ya que como luego supe, no era precisamente un experto nadador, y además de la ropa y el impermeable, calzaba unas grandes botas de agua hasta la rodilla que le lastraban y le impedían moverse con cierta agilidad. Rápidamente me hice cargo de la situación, así como de que era el más cercano al accidentado, con lo que tal y como me encontraba subí en dos saltos a la cubierta, y sin dudarlo salté al agua para intentar ayudar a aquel pobre hombre que se hundía por momentos sin remisión. Me separaban unos 20/25 m. de donde se hallaba, los cuales cubrí en unas pocas brazadas, pero cuando llegué a donde creía haberlo visto por ultima vez... ¡ya no estaba allí!... al menos en la superficie. Me zambullí en el agua turbia y helada, y a unos 3 o 4 m. de
  • 22. 21 profundidad pude observar nebulosamente la mancha amarillenta del impermeable, me acerqué a él tan rápidamente como pude, y ya de cerca alcancé a ver el rostro del marinero, inerte, con los ojos cerrados, y saliendo por la comisura de sus labios un ligero hilillo de burbujas. Temiéndome lo peor, lo tomé por la capucha del impermeable y nadé hasta la superficie con la esperanza de estar aún a tiempo de recuperar la vida de aquel infeliz, pero cual sería mi sorpresa cuando me di cuenta de que el cuerpo se había desprendido y llevaba solamente el impermeable... ¡Ya me parecía a mi que pesaba demasiado poco...! Volví a nadar hacia el fondo y nuevamente la suerte nos acompañó. Allí estaba a media agua bocabajo e inmóvil. Lo agarré de nuevo esta vez por el jersey de cuello alto que vestía, sacándolo a la superficie, cuando ya se acercaba una barca más grande, manejada a remo por dos hombres, que con mi ayuda, izaron al accidentado rápidamente a bordo, y antes de que yo tuviera tiempo de subir, salieron zumbando hacia el malecón, fuera del recinto del astillero que les quedaba más cerca. Una vez en tierra, entre la gente que se había arremolinado a curiosear, se encontraba por suerte un A.T.S. que le prestó los primeros auxilios, consiguiendo reanimarlo algo en contra de la opinión del “respetable” allí reunido, que estaban segurísimos de que “no salía”. Una ambulancia lo trasladaba poco después al hospital del mar, donde por fin lograron su recuperación total, aunque según contaron se libró por segundos de un fatal desenlace. Yo llegué al puerto poco después que la barca, como mi madre me trajo al mundo, y alguna mano amiga acertó a darme uno de aquellos impermeables amarillos, no sin que antes me diera tiempo a observar alguna sonrisa irónica, precedida por algún gesto cómplice, dirigido a determinadas zonas de mi expuesta anatomía, que me hicieron gritar aunque para mi interior. ¡¡ Queda demostrado que al menos para estos menesteres… el tamaño no importa…!!
  • 23. 22 Al día siguiente, la madre del marinero accidentado me regalo una ensaimada como la rueda de un carro, que sirvió como merendola/presentación de la tripulación completa del “Artemisa”. Resultando casualmente que “El ahogado” (como lo llamaríamos en adelante) era Joán Raventós, que aunque por razones obvias no asistió a la reunión, ya que estuvo varios días hospitalizado, también estaba previsto que formara parte de la misma, por lo que nuestra relación continuó largo tiempo, durante el cual me demostró su agradecimiento y afecto en repetidas ocasiones. Este hecho fortuito, me sirvió para disfrutar de partida de una gran simpatía y popularidad entre mis compañeros, lo cual no era poco, habida cuenta de que todos ellos se conocían ya entre si y todos eran mallorquines (salvo uno) lo cual es una ventaja importante entre quienes no son especialmente propensos a mirar con buenos ojos a gente que no sea autóctona. Finalmente la tripulación la constituíamos además de Pau como contramaestre y hombre de confianza, Joan el ahogado como marinero, yo como timonel y encargado de embarcaciones auxiliares, (dos lanchas estibadas en los costados para paseos ski etc.), Ignasi como maquinista, Pedro como cocinero, Chelo como camarero, y D. Ramón Vallés, capitán. Chelo era un chico de 24 años, asturiano de Cabo Peñas, de un pueblo llamado Luanco. Alegre como unas castañuelas y sencillo como el mecanismo de un chupete, y aunque el Señor no lo había llamado por ese camino, (tenía una oreja enfrente de la otra) siempre malentonaba una canción que nunca conseguí oírle acabar, eso si, con inconfundible deje asturiano. ¡¡¡Voy a comprá unes madreeññees... a la mía neñaaa madreeee..!!! Rápidamente hicimos buenas migas, pues ambos estábamos solos y debíamos instalarnos en el barco, que días después fue fondeado frente al astillero a fin de dejar espacio libre, hasta iniciar la temporada que sería en Mayo, con alquileres millonarios a
  • 24. 23 personalidades nacionales y extranjeras que pudieran permitirse el lujo de disfrutar aquella maravilla. Así pasaron sus vacaciones con nosotros, D. Juan de Borbón, padre de nuestro rey, persona encantadora y amable donde las haya. El conde Marone Cinzano y su familia. El conde de Villapadierna. La familia Krupp de Alemania. D. Emilio Botín, amo y señor del Banco de Santander, tan estúpido y antipático como rico. El conde Savage de Brantes, francés y con dos hijas jovenzuelas que daba gusto verlas y siempre nos creaban la duda de que paisaje mirar con más interés si el de la costa o el del barco. Se rodó a bordo parte de la película “Los Organillos” con la por entonces explosiva Melina Mercuri y un enjambre de tías macizas que nos llevaban locos etc. Navegamos hasta Odessa en el mar Negro en la costa de Rusia, y disfrutamos de todo excepto de la navegación, pues el “Artemisa” no estaba concebido para navegar en el sentido literal de la palabra, en todo caso para flotar y tomar copas en su lujuriosa popa, mostrando el poderío y las carnes morenas de los elegidos para la gloria, que podían permitir exhibirse en tan excelso escaparate
  • 27. 26 Como digo, hice unas excelentes migas con Chelo, con el que viví multitud de aventuras y mejores y divertidos ratos. Aún recuerdo uno de los mejores cuando pocos días después de conocernos, “pegamos la hebra” con dos inglesas ya maduritas, en una discoteca que acababan de inaugurar en la Plaza Gomila de Palma. Tras tomar unas cervezas con ellas, las invitamos ya a altas horas de la madrugada, a acompañarnos al lujoso barco donde “residíamos”, pues les contamos no se que historia de que nuestra familia nos habían dejado solos a bordo por unos días. Ellas accedieron de mil amores, y llegados al puerto nos dispusimos a subir a la pequeña neumática que utilizábamos para acercarnos hasta el barco que como he referido, permanecía fondeado en el centro de la bahía, y teníamos amarrada al muelle. Hacía una noche de perros y ellas iban emperifolladas de lo más. Chelo acercó la barquita del cabo de proa, y yo la sujeté del asa lateral para que ellas subieran, pero al intentarlo la primera, no se como, debí soltar el asa y la barca se separó del muelle en el peor momento, con la mala fortuna de que “la dama”, con los tacones y el bolso en la mano, se fue de culo al agua con gran estrépito y grandes alaridos... ¡¡Oh my good...oh my good...!! ¡¡Help me...help me please...!! Mientras la otra berreaba y lanzaba improperios ininteligibles, nosotros izamos a la remojada al muelle como pudimos, y para acabarlo de arreglar, Chelo al intentar quitarle la chaqueta que llevaba puesta y rezumaba agua a chorros, le rompió el hilo del collar de perlas que lucía en su cuello y que debía ser valioso o ella tenía en gran estima, porque se lanzó desesperada a recuperar las pequeñas bolas que saltaban alegremente sobre el suelo de cemento del muelle, cayendo muchas de ellas al agua sin remisión. La escena en su conjunto era un cuadro de sainete digno del mejor autor. Las cuatro de la mañana, con un viento y un frió que pelaba,
  • 28. 27 debajo de la luz de una farola en el muelle solitario, una guiri dando gritos y despotricando a los cuatro vientos, y la otra chorreando como un pollo con el moño desmontao, la cara como un mapa de churretes por el ½ kilo de pintura que llevaba sobre ella, tratando de recuperar las perlas saltarinas e invocando a todos los espíritus del firmamento británico. No lo pude evitar y me dio un ataque de risa que me tiré al suelo “patas arriba” sin poderme controlar. Chelo cuando me vio le pasó lo mismo, y rodó como una peonza con las dos manos en la tripa llorando de risa, cazando las perlas al salto que seguían cayendo de entre las ropas de la “lady”. Ellas, seguramente acostumbradas a un humor más sutil y flemático como correspondía a su procedencia y abolengo, pusieron pies en polvorosa en dirección a la lucecita verde de un taxi que acertaba a pasar por las inmediaciones, no sin antes y con las prisas, redondear la actuación, y la que estaba seca y que más vociferaba, pisó con los tacones una de las perlas que continuaban esparcidas por el suelo, dándose un “culazo” de muerte, lo que contribuyó ya a que nos pusiéramos al borde mismo del sincope, y ellas con los ojos fuera de las orbitas, aunque en su lengua vernácula, poner de manifiesto su marcada antipatía por nuestras señoras madres que con seguridad no saldrían bien paradas de la aventura. Cuando recuperamos el resuello, y tras echar en cara su comportamiento a la traviesa barquita culpable de que no hubiéramos consumado como esperábamos la feliz aventura, subimos a su lomo y nos alejamos hacia el barco dispuestos a rematar la noche con un sueño, que reparara entre otras cosas, nuestras maltrechas conciencias. Hasta la próxima oportunidad… ¡¡¡Vooy a compraa uneeess maadreeñeess.. a la miaa neeññaaa.. madre...!!!
  • 29. 28 Chelo y yo con las inglesas. A popa del “Artemisa”
  • 30. 29 Capítulo 2 Que el Artemisa no era un barco especialmente marinero lo sabíamos todos excepto D. Javier, su propietario, que estaba tan orgulloso de su creación que no podía aceptar que tuviera defecto alguno. Por eso, imprudentemente y a pesar de la opinión y los consejos tanto de Pau como del capitán D. Ramón, decidió que viajásemos a bordo del mismo hasta las Islas Canarias, a fin de colocarle unos estabilizadores “Vosper” que según parece corregirían el balanceo lateral cuando se navegara con mar de través, lo que mejoraría aún más el confort de sus afortunados ocupantes. Incapaces de convencer al gran jefe de que su obra maestra corría un riesgo cierto, y por ende sus ocupantes, en una travesía de esa naturaleza, nos dispusimos a realizar la misma en breve plazo, ya que el viaje más el trabajo a realizar en el astillero de Las Palmas, ocuparían bastantes días y debíamos prepararnos para comenzar la temporada de alquileres ya comprometida, recogiendo al primer cliente el 25 de Mayo próximo. D. Javier seguramente con la intención de infundirnos moral y demostrarnos su confianza en las cualidades marineras del barco, se ofreció a realizar con nosotros la parte más comprometida del viaje, o sea la Atlántica, desde el Estrecho de Gibraltar hasta Canarias. Efectivamente, días después emprendimos la marcha, precedidos por un tiempo bonancible y unas buenas condiciones de navegación, cruzamos hasta la altura de Castellón, bajando el Mar de Alboran sin grandes problemas hasta Algeciras, donde se nos unió D. Javier como nos había anunciado, por lo que a bordo íbamos: el capitán, Pau, Ignasi, Joan, Chelo y yo, además del inevitable D. Javier.
  • 31. 30 Pasado el Estrecho de Gibraltar, las condiciones del mar cambiaron radicalmente poniendo en evidencia las enormes carencias marineras del barco, que a los primeros envites del temporal del NO que nos agarró, disparó todas las alarmas y nos puso los pelos como escarpias, al comprobar los efectos de un par de grandes olas, que formaron una enorme “piscina” en toda la proa, ya que la estrecha regala y los escasos imbornales, no daban de si para evacuar el agua que quedaba retenida por las dos puertas que cerraban los pasillos laterales y la cristalera que daba al comedor, que al ser de este material aumentaba el riesgo de rotura por algún golpe de mar y... ¡apaga y vámonos! La consecuencia fue que el barco clavó la proa, y nos tuvo cinco días con sus noches (que se dice pronto pero hay que pasarlo) capeando el temporal, con los “congojos” en la garganta y el resto del cuerpo en el puente. Se decidió forrar la cristalera del comedor con las colchonetas de los marineros a fin de amortizar el impacto de las olas. La ejecución del plan me tocó a mí, que era el echao palante del equipo, con lo que me sujetaron con unos cabos a modo de arnés, y allá me lancé, con el riesgo de que una de aquellas trombas de agua me arrastrara, me diera un golpe o vaya Vd. a saber. Afortunadamente el plan salió bien lo que mereció la felicitación expresa del jefe por el “valor que había tenido”. Al sexto día entramos de arribada en Agadir, al sur de Marruecos, donde el barco después de su demostración quedó en reparación, y nosotros volamos vía Casablanca, los demás a Palma y yo a Córdoba donde pasé unos días con mi madre. Cuando me reincorporé a la capital de Baleares, el “osado” Artemisa ya había sido trasladado a Palma por otra tripulación de la empresa, y allí estaba luciendo garboso su palmito, fondeado como si nada en el centro de la bahía, sin el menor atisbo de sonrojo por el papelón realizado. Claro está que él sabía que valía para lo que valía, y si le hubiesen preguntado, él hubiera preferido sin duda, que le trajeran los “Vosper” allí, que era más barato y sobre todo más seguro.
  • 32. 31 Pocos días después partíamos rumbo a Niza, donde deberíamos encontrarnos con la familia Marone Zinzano y parte de la Familia Real Española que estarían con nosotros un mes entero. Ni que decir tiene que anduvimos con especial ojo para cruzar el Golfo de León, que sabíamos le había dado malísimos ratos a barcos mucho más marineros que el nuestro, por lo que elegimos unos días de calma chicha para realizar la travesía, y pegaditos a la costa disfrutamos más de los comentarios de admiración que despertábamos en los puertos en los que recalábamos, que de realizar machadas que no nos correspondían. Una vez en la capital de la “Côte d`azur”, por aquel entonces lugar de absoluto relumbrón, destino obligado de la alta burguesía europea y su inevitable comparsa, y objetivo soñado por todos los aspirantes a serlo, nos dedicamos tras poner a punto el barco, en los días que faltaban para recoger a los primeros clientes (conde Marone y familia), a disfrutar los placeres que ofrecía la ciudad, que ninguno de nosotros había tenido ocasión de conocer antes excepto yo, que sí había probado suerte por la zona en mi peregrinar de hacía más de dos años buscando un “curro” que llevarme a la boca. Me hizo sonreír el recordar que a pesar de mi corta edad, las dos veces que había estado en la famosa capital del “glamour” la primera había sido a bordo de un modernísimo Citroen DS. 21 “Tiburón” del que me había ocupado de bajar convenientemente el cristal de mi ventanilla, más que para ver para que me viesen, y la segunda a lomos de un yate de súper lujo. ¡Ahí es nada mejorando por momentos! Solo faltaba aclarar que la primera había sido en auto-stop procedente de Córdoba de donde había salido una semana antes, y la segunda en un “yatazo”aunque de “currito”. Pero ¡qué importaba!… el caso es que estaba allí... que el futuro era mío... y la vida me fluía a borbotones. Y todo todo, estaba por llegar... ¿Alguien da más?
  • 33. 32 La verdad es que no entré con buen pié, pues nada más desembarcarnos me acerqué caminando desde el puerto en dirección al centro de la ciudad por una larga avenida que la separa, y al poco llamó mi atención un cochazo deportivo que dio un tremendo y chirriante frenazo delante mismo de donde yo me encontraba. A continuación, haciendo un alarde de potencia directamente proporcional al derroche de neumáticos que dejó en el asfalto, reemprendió la marcha a todo trapo, y nada más arrancar se abrió la puerta del acompañante, por donde una mujer aparentemente joven, salió lanzada desde el interior dando tumbos sobre el piso quedando tirada como un fardo junto al seto que separaba las dos direcciones. Corrí instintivamente hacia ella con intención de ayudarla, y el coche que nuevamente se había detenido a pocos metros, se acercó a toda pastilla marcha atrás, paró, y de él se apeó vociferando en francés un tipo grandullón y melenudo, que sin cruzar palabra conmigo antes de que me enterara de nada, me largó un “directo” que literalmente me sentó de culo. Acto seguido agarró a la tía de un puñao, la metió en el coche y salió arreando. Con lo que en menos de un minuto que sucedió todo, sin saber como, me encontré en mitad de la carretera sentao y girando a mi alrededor estrellitas y pajaritos como en los gráficos de los tebeos, con un ojo como un colchón y todos los coches que pasaban “ciscándose” en mi puñetera “mer” por no quitarme de en medio. … ¡ Pues empezábamos bien !
  • 34. 33 Esa misma noche ocurrió algo que creo digno de contar aquí, ya que fue uno de los ratos más divertidos de toda la travesía. Habíamos salido toda la tripulación con idea de tomar una cerveza y cenar juntos en algún garito de los que había cerca del puerto deportivo, frecuentados por los tripulantes de los muchos barcos que como nosotros, colmaban el famoso puerto. Era temprano para cenar y entramos en uno de los bares al azar, sentándonos alrededor de una de las varias mesas que había distribuidas por el local. Poco después advertimos por sus gestos y movimientos, que los dos chicos que atendían, -uno la barra y otro las mesas- se “caían de ala”, lo que provocó los consabidos comentarios y bromas al respecto entre nosotros, y rápidamente nos dimos cuenta de que algunos de los clientes, cojeaban también del mismo pié, lo que hizo crecer el tono de las bromas, sin que en ningún momento nada nos hiciera sentirnos incómodos, pues por otro lado nuestro Pedro el cocinero, soltero y cuarentón, también sabíamos que tenía querencia, cosa que él no negaba ni afirmaba, pero que cuando surgía el tema respondía evasivamente con unas risitas y grititos harto elocuentes, por lo que allí se encontraba como pez en el agua. Rápidamente pegó la hebra con un vecino de mesa, y él que era poco bebedor, con la euforia de la conquista, se echó al cuerpo cuatro o cinco “cubatas” seguidos que con el estomago vacío le sentaron como un tiro, cogiendo una “tranca” como un general, hasta el extremo de no poder mantener la vertical ni un segundo, con lo que decidimos llevarlo al barco y acostarlo pues no estaba en condiciones de ir a ninguna otra parte. Decidimos acompañarlo con Pau y Joan en un taxi, y por el camino se me iba ocurriendo una maldad que al llegar al barco les propuse a los otros dos que les pareció de perlas, así que ya en uno de los camarotes donde habíamos decidido dejarlo, le bajamos los pantalones y con una guindilla que habíamos tomado en la cocina, partida para que le impregnara bien, le untamos bien a fondo el culo
  • 35. 34 por el “ojal”, y con los pantalones a medio subir lo dejamos allí que durmiera hasta el día siguiente. Cuando volvimos y se lo contamos a los demás, las carcajadas se oían al otro lado del puerto, pero aún quedaba por ver la reacción de Pedro cuando despertara y preparar nuestra actitud, por lo que tras debatir entre risas y comentarios la que debía ser nuestra postura, terminamos la noche por los alrededores y volvimos al barco a dormir y esperar acontecimientos. A la mañana siguiente nos encontrábamos desayunando en una mesa que solíamos montar a proa, cuando apareció el susodicho Pedro con cara de resaca, y dándose unos tremendos “rasconazos” en el culo al tiempo que nos miraba con cara de desconfianza. – ¡¡Vaya tela Pedrito!!... ¿ya estás vivo? – le dijo Pau –. – Jo… ¡qué castaña!... ¿Qué pasó anoche?... – Ah tu sabrás - ... – Cuando nosotros nos fuimos del bar te quedaste con el rubiales de la mesa de al lado charlando animadamente y no quisiste de ninguna manera seguir con nosotros... ¿…? – Pero vamos... cada uno es dueño de sus actos y todos somos ya mayorcitos... Y con estudiada discreción quisimos correr un tupido velo y cambiar de conversación. Él nos observaba de reojo y ahora trataba de disimular los picores de sus “partes bajas”, aunque se fue para la cocina y Chelo que fue tras él, volvió sin poder aguantar la risa porque lo sorprendió “aliviándose” con el rabo de un tenedor, lo que desencadenó el cachondeo general y su consiguiente mosqueo, ya que no sabía hasta donde era la verdad ni el motivo real de nuestras mal disimuladas caras de guasa.
  • 36. 35 Cena en el "Artemisa" Pau, yo, Chelo, Ignasi, Joan, pedro
  • 37. 36 Durante los meses siguientes hasta mitad de Octubre que regresamos a Palma, anduvimos prácticamente todo el Mediterráneo y ocurrieron mil y una anécdotas de toda naturaleza. Desde las repetidas peleas con la tripulación del “Bar Mingui” otro barco de bandera italiana parecido al nuestro, que allá donde nos encontrásemos –lo cual era frecuente– acabábamos a palos y con el garito que le tocara patas arriba. En Génova fue la leche, pues la policía nos llevó a todos al calabozo, nos metieron a todos en la misma “jaula” hasta tomarnos declaración y continuamos la paliza allí dentro con el consiguiente cabreo de los carabinieri. Nos salvó la oportuna intervención del Conde Marone que dejando claro que aquellos eran sus dominios, con una llamada nos puso a todos en la calle. O la metedura de pata de Joan que acorraló a una figurante macizorra del rodaje de “Los Organillos”, la cual para quitárselo de encima, le dijo tu moro…tu moro… ( mañana...mañana) y él se cogió un cabreo monumental diciendo a voz en grito, que parecería moro pero que era mallorquín, y se pasó el día investigando quien le había dicho a las tías que él era moro. Cuando recalamos en Les illes de Levan frente a Saint Tropez, donde se practicaba el nudismo y era preceptivo ir en “bolas” incluso en la cafetería y en el pequeño supermercado que había, bajaron a tierra Pau, Joan e Ignasi, y en cuanto vieron la primera tía en pelota se “empalmaron” los tres y fueron todo el rato como burros con una “trempera” de escándalo. Era un numerazo verlos, Ignasi más viejo que el sol, con su 1.90 en medio de los otros dos, como muñequitos de feria a los lados, todos con el culo como la leche y con el rabo tieso como un palo... luego decían que la gente no daba crédito y aún les parecía raro.
  • 38. 37 Invitados por el Conde Enrico Marone Zinzano, propietario entre otros varios negocios de las destilerías “Zinzano” conocidas en todo el mundo por ser productoras del popular “vermouth” del mismo nombre, nos acompañaban también sus tres hijas, Tala, María Teresa y Ana Sandra, y los maridos de las dos primeras, ya que Ana Sandra, la menor, era soltera. De “Tala” la mayor, un Álvarez de Toledo, español, acartonado y estirado como un maniquí, y que apenas si se dignaba dirigir la palabra a la tripulación si no era para que le hicieran algún servicio. El afortunado esposo de la segunda, Maria Teresa, (ella era una belleza) también hispano, nada menos que el Señor Marqués de Campoflorido, titulo nobiliario que no sé de donde procedía pero del que el presumía la hostia, pues lo llevaba grabado literalmente hasta en los calzoncillos. El señor marqués era un enano canijo y esmirriado, feo con avaricia, cubierto de pelo por todas las partes de su cuerpo menos por la que tendría que estar, la cabeza, y que si llega a nacer tres días más tarde nace mono. También nos acompañaron parte del viaje, principalmente en la zona de Cerdeña, la infanta Pilar (hermana de nuestro Rey) y su reciente marido Duque de Badajoz, que precisamente pasaban esos días su luna de miel y ambos eran personas agradables y de buen trato para con nosotros. Como creo haber dicho, D. Juan de Borbón, Conde de Barcelona, padre de nuestro Rey y Jefe de la Casa Real de España en el exilio, era realmente un encanto. Su enorme humanidad tanto física como en su comportamiento, su carácter afable, su trato amable y afectuoso y su buen humor permanente, lo hacían el huésped más cercano y cómodo de todo el pasaje. Debo decir sin incurrir en ningún tipo de presunción, que particularmente conmigo, tuvo, desde casi el principio de los 15 días que permaneció a bordo, un trato especialmente agradable como al final me demostraría. Habíamos recibido previamente a la recogida en Cannes de este grupo de pasajeros que obviamente se consideraba el más importante de la temporada, una nota facilitada por la empresa
  • 39. 38 armadora del barco, con los títulos y datos de cada uno de los componentes del selecto pasaje, así como el tratamiento que le debíamos al dirigirnos a cada uno de ellos: Señor Conde, Señor Marqués, Señor Duque, etc. Para Don Juan el tratamiento debía ser de “Su Alteza” o “Su Majestad”. Hay que entender que en origen esa nota había sido facilitada por la secretaría de la Casa del Rey en Estoril, pero desde luego nosotros no estábamos allí para plantearnos si tenían derecho o no a dichos tratamientos, sino para cumplir ordenes y procurar que estuvieran lo más a gusto posible sin más complicaciones. Quizá porque no tenía conciencia de la importancia del personaje, yo le llamaba Don Juan a secas, y aunque evidentemente lo hacía siempre con el máximo respeto, bromeaba con él continuamente y lo trataba con el desparpajo y “poca vergüenza” que me habían hecho famoso, lejos del rígido protocolo, lo que al parecer a él le encantaba y me respondía de igual manera. Con bastante frecuencia cuando navegábamos me pedía que le dejara el timón, a lo que yo con gesto visiblemente contrariado hacía algún comentario en voz baja como, que Dios nos coja confesados o qué será de nosotros, y él con su cavernoso vozarrón: –¿Qué rezongas por lo bajo? enano... ¿te crees que no soy capaz de manejar este trasto mejor que tú?... tenías que ser la mitad de marino que yo. –El macaco este. Me decía con fingida cara de poco amigos. Una noche navegando entre el continente y Córcega con mar de través, él timoneó un rato y yo la última parte del viaje. El empuje lateral de las olas crea una diferencia entre lo que se llama rumbo real y rumbo aparente, la cual debe ser corregida en la carta y trasladada al timón si no se quiere experimentar una variación más o menos importante en el punto de destino, lo cual sucedió en esta ocasión y a lo que yo sin dudarlo comenté en tono burlón sabiendo que me estaba oyendo...
  • 40. 39 –...Es que aquí hacen falta menos marinos y más marineros... – ¡Mira tú macaco, no querrás culparme a mí de lo malo que eres con el timón!... yo lo he llevado media hora. – En menos tiempo se hundió el Titanic – comenté en tono zumbón. – Mira Ramón, (al capitán)… ¡quítalo de mi vista que lo echo por la borda! Alguna vez con el capitán en el puente, surgían entre ellos algunos comentarios sobre temas políticos, y en una de ellas D. Ramón –el capitán– le preguntó si había tenido ocasión de hablar con Franco, a lo que él sin remilgos le contestó: – Dos veces me he entrevistado con el enano ese y las dos he pensado que no teniendo media hostia, (textualmente) un “mierda” así tenía jodido a todo un país como España. – Tú sí que tienes un trabajo bonito Ramón y no el mío que es una porquería. – Y qué trabajo tiene su majestad si se puede saber – le dijo el capitán – ¡Toma!... pues aspirante a rey ¿te parece poco? Una noche navegando desde Ajaccio en Córcega hasta Porto Cervo en Cerdeña, sobre las 4 de la madrugada, yo al timón y Pau de puente, oímos que había alguien en la cocina que se encontraba justo debajo de nosotros; Pau se asoma sigilosamente por la escalera y seguidamente sube diciendo que es Don Juan trasteando por allí. Poco después sube al puente. - Tony, mi guardia... vete a dormir – lo hacía siempre que navegábamos de noche y era un viaje un poco largo. – Pero haz tú café que yo no sé dónde están las cosas... ¡Y no me discutas! – cuando adivinó que iba a decirle que siguiera durmiendo y no se molestara. Bajé a la cocina, donde tampoco yo me manejaba muy bien, preparé el café y subí tres tazas y el azucarero metálico en una bandeja; lo coloco todo en la mesa de cartas, pongo una cucharada pequeña de azúcar a Pau, dos para mí y le pregunto cuantas a él, a lo que me
  • 41. 40 responde que también una. Así lo hago, lo muevo y se lo acerco. Toma la taza, le da un sorbo, y de inmediato con mueca de asco... ¡cooññio!... ¿qué es esto? me dice escupiendo la bocanada de café… has decidido envenenarme ¿no?... ya te veía yo venir... ¡guardias un magnicidio!... este tío ha intentado envenenarme. No podía dar crédito a que me hubiera salido tan malo. – ¿Tan malo está? pregunté cortado mirando a Pau; este hizo exactamente lo mismo, lo probó y escupió de inmediato la bocanada... ¡Que asco...! ¿Qué has puesto aquí ? No había mucho que descubrir... sencillamente había confundido el azúcar con la sal... ¡para qué decir más! Esta vez, con un cierto corte, aclaré que no había sido intencionado, pues sabía hasta donde podía llevar la broma y donde comenzaba a ser falta de respeto; pedí mil disculpas y no respiré el resto de la noche, lo que D. Juan aprovechó para darme la vara, y finalmente pasarme la mano por la cabeza con gesto afectuoso y decir que no me preocupara, que de sobras sabía que no había sido intencionado. Ese fue el magnífico trato que tuvimos con Don Juan de Borbón, que demostró que las personas con verdadera categoría no necesitan mostrarla continuamente, emana de ellas de forma natural y cada uno ocupa su lugar por puro instinto. Pocos días después se despedía de nosotros y a mí particularmente me regaló cien francos y una de las tres corbatas que llevaba, entre las cuales me dio a elegir; pero lo que más me emocionó fue su despedida en el puente del Artemisa: – Tony, no creo que yo pueda hacer nada por ti ni que lo necesites, pero si así fuera no dudes en pedírmelo. Gracias por todo, han sido unos días preciosos gracias a vosotros.
  • 42. 41 Concluida la temporada como digo, volvimos a casa con la sensación de haber trabajado y pasado bien. La experiencia de haber vivido aquel ambiente, aquellas gentes y lugares, nada tenían que ver con ninguna otra navegación de las muchas que realicé posteriormente, pero también con la incertidumbre de qué me depararía el futuro inmediato, pues sabía que en una semana me quedaría sin trabajo y debería ponerme manos a la obra. Llegados a Palma, nada más entrar por la bocana del puerto admirábamos el paisaje, para todos nosotros familiar, del club náutico a estribor, los edificios en escalera que remataban en el antiguo paseo marítimo al frente, y a babor la aún más conocida imagen de Astilleros Palma, nuestro destino final. Llamó particularmente nuestra atención la imagen esbelta del casco de un velero que se encontraba en reparación en el dique seco del astillero, no por este hecho en sí, sino por tratarse de un casco antiguo de precioso diseño, y unas dimensiones poco habituales comparado con los que se solían ver por allí, pues sobrepasaría los 65 pies que era ya una eslora respetable. Una vez hubimos atracado y hecho lo más urgente, Pau, Chelo y yo, los únicos que no teníamos quien nos esperara en la ciudad, decidimos salir a dar una vuelta. Al cruzar el dique nos detuvimos a curiosear el casco referido sorprendiéndonos aún más al comprobar que era de madera. Apareció por allí el capataz del astillero amigo de Pau y más o menos de su quinta, con lo que la información a nuestra curiosidad fue exhaustiva. El barco que como ya habíamos observado tenía a su popa grabado el bonito nombre de “Orión”, era en origen una goleta de velacho de proa vertical de dos palos, construido hacia 1925 en San Francisco. Aunque había sido objeto de diferentes reformas y renovaciones, Pau y Pep Armengol, que así se llamaba el capataz, que también tenía grandes conocimientos y experiencia en el tema, coincidían en que ese tipo de barcos con ese aparejo y diseño de casco, habían
  • 43. 42 sido de los más marineros y resistentes que habían existido, encontrándose allí para su enésima renovación. El casco como digo, forro de caoba sobre cuadernas de roble, ya había sido saneado en lo necesario. Habían sido cambiadas algunas piezas claves, así como gran parte de la jarcia fija y móvil y toda la cabullería. Se había instalado un juego completo de winches “Lewmark” de dos y tres velocidades que por entonces era lo más. Y por último, se iban a colocar dos nuevos palos de Pino Rojo de Oregón, los cuales se encontraban tumbados junto al casco y harían del conjunto un “anciano de 20 años”. Su eslora total era de 22,40 m., con un desplazamiento de 126 toneladas, y el nuevo aparejo sería de goleta pura en lugar de goleta de velacho, lo que haría su navegación algo más lenta con vientos de flojos a moderados, pero más resistente a mares y vientos duros y de más fácil manejo, ya que el nuevo aparejo de velas de cuchillo en ambos palos y el anterior montaba velas cuadras en el trinquete. No podía yo pensar, que esta amalgama de maderas, pernos, herrajes, cabos, alambres y piezas, esparcidas sin aparente orden ni concierto, una vez ensambladas, serían como mi casa durante los años siguientes, sobre él pasaría los mejores y los peores momentos de mi vida, y me marcarían para el resto de mi existencia.
  • 44. 43 Capítulo 3 Mr. David Lewis era el afortunado propietario del Orión. Lo había adquirido algún tiempo atrás en una subasta en Plymouth, con la intención de remozarlo y acondicionarlo, a fin de realizar su máxima ilusión desde hacía mucho tiempo, completar una vuelta al mundo sin prisas y sin competir con nadie. Él era un magnifico marino, archiconocido en el mundillo de la vela y las regatas transoceánicas, en muchas de las cuales ya había participado tiempo atrás como “skipper” de su anterior barco, un ketch de 12 m. con el que había navegado “los siete mares”. Ahora ya con 48 años, había perdido interés por el mundo de las regatas, aunque no por el de la navegación y más concretamente por el de la vela. Pero en su nueva etapa se decantaba más por la modalidad de crucero, más tranquila en el sentido de no ir contra el tiempo, si bien no exenta de aventura y riesgo. Era una época en que los grandes regatitas ingleses franceses y americanos, luchaban por la hegemonía en la modalidad de “en solitario”, siendo el inefable Ser Francis Chichester con su “Gipsy Month III”, la referencia de la época y el “enemigo a batir“, pues poseía en ese momento entre otros, no sólo el título de la primera regata trasatlántica en solitario en 1960, si no el record entre Plymouth y Nueva York en 33 días, lo que le había consagrado como uno de los marinos modernos más completos de la historia. La reciente victoria, en la última edición de la prestigiosa regata, del hasta entonces desconocido Eric Tábarly, francés y novato, a bordo de su Pen Duik IV, había puesto de nuevo “patas arriba” ese mundo tan elitista y particular.
  • 45. 44 Me había interesado por la vela a raíz de mi participación como tripulante en algunas regatas organizadas por el Club Náutico de Palma, acompañando a Pau que era fijo e imprescindible en la tripulación del “Alcatraz,” uno de los punteros de la zona. Aunque mi calenturienta imaginación de entonces, siempre iba asociada la aventura imaginada a un velero bergantín, la verdad es que tenía muchos más conocimientos del tema por lo que había leído que por la experiencia vivida, pues la pequeña pero bien nutrida biblioteca del Club, albergaba todo lo publicado sobre barcos, navegación, travesías, etc., además de recibir todas las revistas, principalmente inglesas y americanas con la información más actualizada. Yo me movía con plena libertad por El Club, pues conocía y me conocía todo el mundo, me pasaba allí los días cuando estaba en Palma, ya que con bastante frecuencia me enrolaba en cualquier barco que viajase a alguno de los principales puertos europeos, Hamburgo, Amberes, o Rótterdam, desde donde me era más fácil conseguir otros destinos que llamaran más mi atención, al mismo tiempo que “hacer caja“, pues aunque tras la temporada del Artemisa, en teoría debería poder permitirme estar un tiempo sin trabajar, la verdad es que el h.p. del marido de mi madre, que no merecía ni otorgarle el titulo de mi padrastro, había conseguido –no se como– basándose en mi minoría de edad y amenazando a la empresa, que esta le pagase a él mi sueldo de toda la temporada en el barco, pues los tripulantes habíamos negociado con ella, que sólo nos anticipase el 25 % del salario mensual, ya que comíamos y dormíamos a bordo, y al finalizar la temporada el resto. Por lo que me vi obligado a moverme rápido a fin de solucionar el inesperado problema de tesorería que se me presentaba, si bien era algo que en ese momento no me preocupaba en lo más mínimo, pues ya conocía sobradamente los mecanismos para resolverlo, y para mi que no me andaba con remilgos a la hora de aceptar cualquier barco y cualquier destino, el tema era elemental.
  • 46. 45 Cuando estaba en Palma, más que afición, me obsesioné con los libros sobre el tema de la vela. Me “bebía” literalmente desde los fantásticos relatos del famoso Capitán James Cook y su nave “Andevour”, hasta las narraciones autobiográficas de los modernos navegantes como los referidos Chichester y Tábarly y sus “Solo en la regata” y “Victoria en solitario”, pasando por los clásicos Pigafetta Vespuccio o Conrad, que me proporcionaron –como digo– amplios conocimientos teóricos y la curiosidad vehemente de vivir la practica. Mi afición a la lectura se extendió a otros temas, y me “tragaba” todo lo que caía en mis manos, y aunque ya había sentado las bases de mi afición devorando anteriormente a los infantiles y fantásticos, Dumas, Salgari, o Verne, había ampliado el espectro, desde la poesía a la que me aficioné de manera especial, Lorca, Machado, Darío, Hernández, Carnuda, Gibran, Tagore, Neruda, hasta los clásicos, existencialistas, filósofos, o novelistas, por lo que me hice cliente habitual de la biblioteca municipal donde además de libros de toda índole como es de suponer, tenían una magnifica calefacción que en los días de invierno que atravesábamos era especialmente gratificante. Otra de las aficiones que había desarrollado no hacía mucho era la de la pesca-sub, que también se convirtió en una de mis grandes pasiones, con lo que tenía aficiones de invierno y de verano, o mejor de días buenos y malos. Esta última la practicaba principalmente con un amiguete gallego que trabajaba en el astillero, donde tomábamos alguna barquita prestada, y a remo nos acercábamos a una zona de rocas fuera del puerto, donde realizábamos excelentes pesqueras, y a expensas de ellas, grandes comilonas de hermandad, y me servían para obsequiar a personas que me trataban especialmente bien y agradecían sobremanera un presente de esa naturaleza. La bibliotecaria, gente del club náutico, del astillero, etc.
  • 47. 46 Mr. David, dueño del “ORION,” llevaba años merodeando por la zona, pues tenía casa en Palma y le encantaban el clima y las condiciones de mar para desarrollar lo que era su actividad principal, navegar y navegar. Según parece tenía algún negocio en Inglaterra que controlaba a distancia y le permitía vivir de esa forma; y por entonces se pasaba el día supervisando y controlando la reforma de su barco dirigida por un ingeniero naval, según decían un figura, que frecuentemente venía de Inglaterra. Uno de aquellos días, Pau me comentó que “el inglés” quería hablar con él y habían quedado esa tarde en la cafetería del club. En conclusión, le había sondeado sobre si estaría dispuesto a embarcarse con él en la aventura a la que antes me he referido; terminar el barco –lo que aún costaría unos meses– conseguir tripulación adecuada para la gran hazaña: realizar una vuelta al globo en un tiempo que en principio calculaba de en torno a dos años aproximadamente y... ¡más difícil todavía! pagando una porquería, pues según él era fundamental hacerlo por afición, no por dinero... ¡ahí queda eso! Desde que Pau me lo expuso y antes de conocer su decisión, sabía por como se le iluminaban los ojillos azules, que él ya estaba decidido, y cuando se lo comenté se echó a reír y me dijo: – Ya veo que me conoces bien pero yo a ti también, y creo que no me equivoco si pienso que cuento contigo - – Eres el primero a quien se lo cuento y se lo ofrezco. Juntos lo hablamos con Joan, Chelo, Pedro e Ignasi, y de ellos sólo Pedro se negó en redondo, Ignasi puso la condición de que con toda libertad él podría abandonar la aventura cuando quisiera, y los demás con pocas dudas, aceptamos con condiciones también tras varias reuniones con el armador y capitán, que a su vez puso las suyas entre otras la de que previamente a la salida definitiva, sometería a la tripulación y al barco a un entrenamiento conjunto durante el tiempo que considerara oportuno (hablaba como mínimo de meses) naturalmente alternándolo con nuestras ocupaciones habituales, pues evidentemente durante ese periodo nadie cobraría
  • 48. 47 un duro. Una vez terminado, el “Orión” era un dulce con la más bella estampa que desplegaba sus velas al viento en todo el contorno. Era un gustazo navegar con él en todas las condiciones de mar posibles. Su interior había quedado como era de esperar de quien lo había diseñado, cómodo y práctico, pero sin la menor concesión a lo superfluo. 4 camarotes dobles más el del armador algo más amplio pero también sobrio. Un salón/comedor con los asientos y respaldos convertibles a camas. Una gran mesa de cartas con todo el instrumental y electrónica de navegación (no especialmente abundante en aquel tiempo) Una cocina bastante amplia con cuatro fuegos con sistema “cardam”. Tambuchos y huecos de estiba por todas partes. Dos W.C. de bomba manual, y gran espacio de almacenamiento de víveres congelados, empaquetados, envasados o salazonados. Un magnifico timón de viento diseñado parcialmente por el armador y el ingeniero, pieza que para mi era fundamental ya que yo sería el primero en sufrirlo o disfrutarlo y de su buen funcionamiento dependería gran parte de mi descanso, y aunque no tenía elementos de juicio para compararlo, en las muchas veces que lo vi funcionar, me pareció un instrumento sorprendente. En definitiva un magnifico barco de crucero. Recorrimos cien veces las Baleares, cruzamos el Golfo de León con Tramontana y sin Tramontana, con Brisote y sin Brisote, navegamos hasta Cerdeña, Córcega, Elva, Ischia, Rodas, Creta, Corfú, las islas del Peloponeso griego, etc.
  • 49. 48 Como es de suponer, en Palma en algún sitio tenía que vivir, y elegí una pensión, no por lo imaginativo de su nombre, pues se hacía llamar “La Caracola”, pero si por su situación frente al puerto al Club Náutico y al astillero, en los edificios que en escalera unían la zona denominada El Terreno con el paseo marítimo de Palma. Era un edificio antiguo pero bien conservado, de cuatro plantas, regentado por un matrimonio compuesto por el Sr. Paco, gaditano de unos 50 años que se hacía perdonar su vagancia e indolencia natural con una simpatía arrolladora, y su esposa la Sra. Dominique, como se puede deducir por su nombre, francesa y de parecida edad, y propietaria en origen del edificio que había heredado de sus padres, motivo por el cual, él pregonaba a los cuatro vientos se había casado con ella, pues como si no se puede uno casar con alguien que le llama al queso “fromage”. ... - Ella si que hizo una buena boda. Solía decir con su desparpajo habitual y su deje gaditano del que no había perdido un ápice . – Yo si que era un braguetazo - – Hijo de civí. – De triconio. – Vamos de cabo... se jubiló el pobre mío que Dios lo tenga en su gloría. Tenían un único hijo terminando sus estudios de ingeniero en Barcelona. Caí allí de pié; pues como era fijo, me asignaron una habitación en el ultimo piso que daba a la azotea que era mía en exclusiva. Con un sol y unas vistas al puerto esplendorosas. Aunque con algunos inconvenientes, pues era la única de ese piso, tenía un regular acceso, la calefacción llegaba con cierta dificultad etc. Me resultaba independiente y barata y a mi me venía de perlas. Tenia La Caracola 14 habitaciones. Un saloncito acogedor para clientes con una pequeña barra de bar y una chimenea en una esquina, un comedor impersonal, dos señoras mallorquinas para las faenas, una excelente calefacción en invierno,
  • 50. 49 y un mariquita catalán con una pluma que le arrastraba tres metros... Jordi, que nada más llegar me colocó entre sus preferencias. Poseía también una excelente cocina casera influenciada por “la señora” con innegables reminiscencias francesas que se manifestaban principalmente en el exceso de mantequilla en sustitución del aceite con que condimentaba sus –por otra parte– excelentes guisos. Tuve el honor de descubrirle la superioridad manifiesta de los huevos fritos con aceite de oliva, ajos y la clara con puntillita, contra los afrancesados “a la plancha con mantequilla”... ni color. El Sr. Paco tenía dos pasiones, el fútbol (su Cadi) y el flamenco. Le seguían de cerca meterse con “el Jordi”, y recientemente que yo le contara historias de mis andanzas en los barcos y en los puertos. Flipaba con eso y las escuchaba encantado entre asombrado y escéptico, intercalando comentarios y copas de manzanilla a cualquier hora del día o de la noche. A mi también me encantaba contárselas y exagerarlas o adornarlas. Pues raramente se podía encontrar un “escuchador” más paciente y atento. Así que multitud de ocasiones nos daban las tantas en el saloncito, yo sentado en cualquier parte o escenificando algún lance de la historia en cuestión, y él indefectiblemente apoyado en la pequeña barra del barecito, si era por la tarde con su inseparable copa de manzanilla, y si de noche con su JB con hielo y soda que rellenaba una y otra vez pero sin perderse palabra de mi relato, interviniendo en función de la naturaleza del mismo, lo que ponía de manifiesto su interés y estimulaba mi ingenio a fin de que la historia en cuestión no perdiera en intensidad y mereciera la atención que él le dispensaba, aunque en muchas ocasiones como digo, a base de improvisar y exagerar parte de la misma. Algunas veces se nos unía el inefable Jordi, con lo que la situación ganaba en trivialidad y ligereza, y yo que conocía el percal procuraba contribuir a su interés abundando en lo que él esperaba
  • 51. 50 oír, y eligiendo los temas a los que era más sensible a fin de provocar sus intervenciones que amenizaban considerablemente la reunión, a las que con cierta frecuencia asistían también Chelo y Pau, que aunque ninguno de los dos vivían allí, pues este último ocupaba una habitación en casa de una hermana y Chelo había elegido otra pensión en el barrio del “pendoneo” de la ciudad, ambos frecuentaban “La Caracola” desde que yo era residente, y habían tomado cierta confianza con el Sr. Paco, ya que Jordi dejaba meridianamente claro que ninguno de los dos le gustaba, pues según él uno era un “viejales” y el otro un ordinario. Pues si Sr. Paco ... En el último viaje que hicimos Chelo y yo, nos enrolamos desde Rótterdam en un carguero que salía dos días más tarde rumbo a Boston lo cual era un destino que nos llamaba la atención. Como total en casi todos pagan lo mismo nos decidimos por este. Esa noche con el trabajo ya asegurado, salimos a dar una vuelta por el barrio “rojo” de los alrededores del puerto que es la zona de preferencia de aquí el amigo, digo señalando con un gesto a Chelo a lo que éste responde con una sonrisa simplona . Y Jordi con gesto despectivo. – ¡No esperarías que él quisiera ir a la ópera! Bueno pues el caso es que después de cenar algo, nos metimos en un garito que ya conocíamos y donde solía haber algún espectáculo más o menos original. Pero nunca habíamos visto ninguno tanto como el de esa noche... El establecimiento tenía una pista/escenario en el centro y las mesas distribuidas a su alrededor, aunque nosotros nos acomodamos en la barra con idea de irnos pronto, al menos yo, pues este sabía lo que pasaría cuando se le calentara el pico. Había una tía macizorra haciendo un stripteese completo y ordinario, ya que al final en lugar de dejar algo a la imaginación del espectador, se empeñaba con posturas de contorsionista, en mostrar con todo detalle hasta lo más recóndito de su anatomía, lo que a mi
  • 52. 51 juicio añadía un punto de repulsa que contrarrestaba el de la posible lujuria que pudiera provocar, si bien estoy seguro de ser el único de los presentes que pensaba de semejante forma. Pero eso en definitiva no tuvo importancia, el bueno fue el siguiente. Protagonizado por una asiática, tailandesa o china debía ser, que al principio no despertó el interés de nadie, pero después cuando se despelotó, fue captando la atención de todo el mundo jugando con unas pelotas parecidas a las de ping/pong haciendo el clásico ejercicio de lanzarlas al aire y atraparlas al caer, todo ello desde diferentes posturas y naturalmente en pelota. En una de las veces estando boca arriba, según iban cayendo las pelotitas, con gesto rapidísimo y certero se las iba metiendo una a una hasta 6, en el mismísimo “canal de Panamá”. Cuando tenía toda la munición cargada empezó a lanzarlas con tal destreza y fuerza que llegaban hasta las últimas mesas, obligando a sus ocupantes a cubrirse o moverse a fin de evitar el impacto procedente de un arma tan particular. Pero aún había más. Sin que apenas nadie se diera cuenta, pues el personal estaba concentrado en el ejercicio de la espectacular “artillera”, desde una esquina de la sala que daba a los camerinos, había salido un “moreno” también delgadito y poquita cosa, con un bigote rodeándole la boca cayéndole lacio y aceitoso hasta casi la base del cuello, rematando y devolviendo las pelotitas, (casi todas) con un pedazo de “tranca” que tenia cogida por la base como si de un bate de béisbol se tratara, pero que para asombro del respetable que no pudo reprimir un ¡Oh! de sorpresa y admiración, estaba por entre las piernas, unida al resto de su poco generosa anatomía. Pero patas... cualquiera hubiera jurado que tenía tres. – Na... que lo había echao to en nabo la criatura. comentó jocosamente el Sr. Paco. – Ese era el delantero que le hubiera hecho farta al Cadi, si señó, con tres patas. Con alguna le daría al balón... ¡digo yo! ¿No...? – Que asco… –comenta Jordi con un falso gesto despectivo– seguido de una sonrisa lánguida y un aleteo de pestañas significativo.
  • 53. 52 ...– ¿Asco...?– el Sr. Paco. – Ya querría yo ver lo que te equivocabas tu de pata si hubieras tenido que trincarle alguna. – Lo del enano Toni, lo del enano, me apunta Chelo por lo bajo ... – Ah... esa si que es buena... – Esto lo presenciamos al regreso, en San Pauli, el barrio chino de Hamburgo que es el más grande, el de más vicio, y el mas peligroso de toda Europa, y en el que más cosas inesperadas y malas te pueden pasar. Con ese preámbulo ya sabía yo que al menos el Sr. Paco era todo oídos. – Entramos también en otro garito conocido donde habitualmente había chicas en la barra y atendiendo las mesas las cuales eran altas redondas y con taburetes en lugar de sillas normales. – Nos acomodamos al azar en una de ellas, y justo en la contigua había un tío bajito bajito –casi enano– coreano o chino debía ser por los rasgos, de edad indefinida y rapado al cero. Con una coleta corta en la coronilla como una brocha de afeitar, un aro metálico sujetándosela, y otro en la oreja izquierda. Un mono con peto que a pesar de que no pasaría del 1,50 le quedaba corto. Cuadradote como un ladrillo con patas. Con un morrillo como un toro. Enano también pero toro. Y un mostacho largo y caído que terminaba de darle un aspecto de “comeniños” siniestro. Para más inri, se había quitado la cazadora que reposaba en otro taburete al lado, dejando al descubierto dos brazos como mazos torneados, y en cuyos impresionantes bíceps llevaba tatuados, en uno una cabeza de dragón y una letanía ininteligible debajo, y en el otro una sirena completa, casi de tamaño natural con unas letras en vertical. Y en la parte interior de los antebrazos, en uno un barco velero, y en el otro una cabeza de mujer con unas letras chinas debajo que debían ser el nombre. Era un espécimen raro pero no tanto para la clase de fauna que abundaba en aquella selva, donde lo verdaderamente raro era tener
  • 54. 53 un aspecto más o menos normal. Estaba el individuo –como digo– sentado con los pies colgando más cerca del cuerpo que del suelo, lo que le daba un aspecto grotesco como de marioneta o algo así. Junto a él en la misma mesa se encontraban dos mujeres de las de la casa, de treinta y tantos años ambas, y de las que el figura tenía cogidas las manos en plena actitud de conquista. Él con una bebida blanca que debía ser ron o vodka o algo parecido, y ellas con sendas copas de algún licor amarillento. Entonces se abrió la puerta de la calle, y apareció por ella un gigantón de casi dos metros, con unas trazas que no tenían nada que envidiarle al pequeñajo. Pelo rojizo y corto encrespado e hirsuto como el de la barba, un aro metálico en cada oreja, y un cordón de cuero rodeándole el enorme cuello de donde pendía un gran diente de tiburón. Pantalón azul de faena, una camiseta gastada que hacía bastante tiempo debió ser de rayas azules y blancas, y que a duras penas alcanzaba a cubrirle completamente la generosa tripa, y un chaquetón marinero que también había conocido épocas mejores. No había duda de que ambos personajes eran tripulantes de alguno de los muchos barcos pesqueros atracados en el enorme puerto, bacaladeros, merluceros, o balleneros probablemente. El grandón que debía de ser de origen eslavo, vikingo, o algo así, que no pasaba desapercibido precisamente, se fue a colocar en la mesa justo al lado de la del bajito, pidió algo de beber y entre tanto se puso a otear el local probablemente buscando compañía femenina. Tras comprobar que todas las chicas estaban ocupadas con algún cliente, se fijó en la mesa de al lado donde había dos de ellas con el enano referido, y sin dudarlo un momento alargó la mano y tomó a una por el brazo haciendo que los tres ocupantes de la mesa se volvieran a mirarlo, creo que no con mucha sorpresa porque seguramente y aunque con cierto disimulo lo habían estado observando desde que se les colocó de vecino. Les dijo algo en un lenguaje que no llegamos a distinguir, y que por como se
  • 55. 54 desarrollaron los acontecimientos, los gestos, y demás, tengo la completa seguridad de que la conversación transcurrió muy aproximadamente como sigue: ... – Oye preciosa... unos tanto y otros nada... repartiros un poco, vamos pásate tu aquí conmigo que el amigo tiene bastante con tu amiga. La chica lo miró dubitativa y seguidamente miró al enano para comprobar su reacción. Éste hizo un gesto de contrariedad y le dijo algo al pelirrojo que este no entendió pero que por el gesto y la expresión no dudó en que la propuesta no había sido bien recibida, no obstante lo cual el grandullón volvió a la carga. – Venga hermano no seas egoísta, le dijo con cierta sorna, en tono de superioridad y falsa camaradería. –Tómate un Whiskito que invito yo y déjame la chica... – ¡¡Camarero... Ponle un whisky aquí a... rompetechos..!! El bajito se irguió dentro de lo que cabe, y contestó arrastrando las palabras. ... –No quiero whisky ni nada tuyo, y la chica estaba conmigo y sigue conmigo, déjanos en paz y no busques bronca. El ambiente empezó a ponerse tenso cuando el otro continuó en tono más burlón y provocador. – ¿Cómo que no te tomas un whiskey que invito yo...? – A mi nadie me desprecia una invitación... tu te tomas ahora mismo un whisky a mi salud... faltaría más. – He dicho que no tomo nada contigo y que nos dejes en paz. – ¡Camarero... ese whisky que he pedido... que sea doble...! –Y hasta un purito te vas a fumar conmigo... vamos que no. Y acto seguido saca del bolsillo interior del chaquetón una purera de la que extrae un gran habano que deposita sobre la mesa. – Mira qué puro... más grande que tu es el puro... como para que me digas que no. – Que te he dicho que no quiero nada tuyo y que me dejes en paz...
  • 56. 55 – Te dejaré en paz cuando te tomes el whisky y te fumes el puro, repito que a mi nadie me desprecia una invitación. Y así continuaron porfiando mientras el ambiente se iba enrareciendo por momentos hasta el extremo de que todo el mundo estaba ya pendiente de la discusión y del desenlace de la misma. Por fin el camarero haciendo caso al pelirrojo, se acercó hasta la mesa con una bandeja con una botella de whisky de marca desconocida para mi, de esas que tienen una bola como medida en la boca y un vaso. – Muy bien... sírvele a mi amigo un doble. Las chicas temiéndose lo peor, hicieron intención de bajarse del taburete seguramente para alejarse del escenario de la situación y el enano las detuvo con un gesto autoritario. Haciendo impulso con el cuerpo saltó al suelo, se giró de forma que quedaba justo enfrente del grandote, cogió el vaso de whisky que el camarero ya había servido, y clavando los ojillos en los del otro hizo un gesto con la cabeza... la ladeó y la echó hacia atrás de forma que pudiera seguir mirando a los ojos de su oponente. Con la mano que tenia libre se tapó uno de los agujeros de la nariz, con la otra se acercó el vaso, y poco a poco sin quitar los ojos de los del otro, se metió todo su contenido hasta la última gota por el otro agujero sin hacer el menor gesto. Se hizo un silencio en el bar que se oía caer la caspa. Cuando hubo terminado la faena, el enano sin pestañear y con la misma sangre fría, dejó el vaso sobre la mesa, cogió el puro, y se comió medio de un gran bocado, lo masticó un par de veces tragó la pulpa del tabaco que le salía por la comisura de los labios y se metió el resto en la boca haciendo lo mismo que con el trozo anterior. Todo esto sin apartar ni un instante la vista de los ojos del pelirrojo que sin dar crédito a lo que veía no sabía como reaccionar que no fuera ponerse de todos los colores del arco iris. Para rematar la faena, el bajito dio un par de pasos atrás cogió por el cuello un jarrón de cerámica que había en una de las mesas bajas, se plantó con las piernecillas separada delante del otro y en actitud
  • 57. 56 desafiante le increpó mordiendo las palabras y en voz que apenas podía oírse. – ¿Tengo que hacer alguna cosa más?... El grandote que no se esperaba aquella reacción después de dudar un par de veces, cogió el chaquetón con un gesto de rabia y se dirigió precipitadamente hacia la puerta por la que desapareció sin mirar atrás. La gente que había seguido expectante el desarrollo del affaire, prorrumpieron en vítores y aplausos al enano, el cual sin un gesto se acercó a la barra, pagó lo que le pidieron, y sin más salió dignamente entre los comentarios de admiración de la parroquia que seguramente esperaba otro desenlace. ...– ¡Ele ahí mi enano con dos cojone!...– exclamó el Sr. Paco con entusiasmo… – Otro par Cadi ...defensa sentrà... elenano pa defensa sentrá... – No veas tu que ange... Tó los equipos un defensa sentrá como una torre... el Cadi ... unenano con dos cojone. ¡Maravilloso!... Entre el del nabo, y el enano arrastrando los guevos por el Carranza... No veas tu que equipaso. Y en los carnavales ya tenían tema pa hincharse. – Ya me imagino yo a mi enano entrando en la barbería de mi compadre Rafaé con la guasa que tiene... – Buenos días don enano... ¡¡Niño... la supletoria...!! – ¿Qué va a ser don enano ... un pelaito en la coleta...? – Porque no querrá usté que le corte “las patillas”... Y como el que no quiere la cosa dándole al pedal ese que sube el sillón parriba hasta que el enano pegara con la cabecilla en el techo. Entonces entraría algún parroquiano... ¿Qué Rafae... vuelvo cuando lo hayas pelao o cuando le hayas cambiao el aceite…?.
  • 58. 57 Capítulo 4 Vivíamos ya la segunda mitad de la década de los 60. La España de charanga y pandereta que con verso certero describiera el gran Antonio Machado, discurría en todo su esplendor. El espejismo del “600” aún cubría con un espeso manto gris, el hecho de que con total impunidad una noche de aquellas, un “picoleto” con bigote me hubiera abofeteado por el simple hecho de estar con una turista holandesa haciendo “manitas”... juro por mis vivos y por mis muertos que manitas nada más, sentados en un balancín en una playa de Campastilla. - Esto no son horas de estar en la playa - . Había exhibido como contundente argumento el avezado agente de la ley y el orden. Pero yo había nacido y crecido en esa España, “devota de Frascuelo y de Maria... de espíritu burlón y de alma quieta,” por seguir con el símil de Machado, y no tenía ni quería tener, elementos de juicio para comparar. Y aunque bien es cierto que a pesar de mi edad, mi experiencia y mi campo de juegos era casi universal, la verdad era que mis ojos veían poco mas allá de lo que tenían delante, y la diferencia entre San Francisco y Barcelona no pasaba de ser , que en esta última me era más difícil encontrar un barco donde enrolarme que tuviera un destino acorde con mis preferencias de ese momento. Y como mucho más que el puente colgante de la primera, “era un puente con dos cojones“.
  • 59. 58 O que Punta Arenas era un puerto que me encantaba... pero me importaba un pimiento si en Chile había un Franco que dirigía el rumbo del país con mano dura o blanda, o si los españoles habían conquistado aquellas tierras hacía mil años, a punta de espada o a “cristazo limpio”. Yo era un chico casi feliz con un planteamiento de vida atípico y elemental y un desarrollado instinto de supervivencia obligado por las circunstancias. Echaba en falta a mi madre, era lo único que ensombrecía mi frente, y cada vez que hablaba con ella, por entonces era conferencia a casa de una vecina que tenía teléfono, lo pasaba mal, y siempre acababa con los ojos arrasados en lágrimas y un nudo en la garganta que quien me conocía bien me lo notaba de inmediato. – ¿Que, niño... (siempre me llamaba así) has hablao con tu madre no...?– me decía el Sr. Paco. – No seas tonto y tráetela aquí, que se vive bien y estará en familia. Y verdaderamente, a falta de ella esa era mi familia. Había conseguido rodearme de un grupo de personas que me querían y así me lo demostraban cada día. Y aunque me dolía aceptarlo sabía a ciencia cierta, que quizá demasiado pronto, pero había abandonado el nido para no volver jamás. Abundando en ese concepto de la familiaridad con que se me trataba, por aquel mes de abril celebramos el santo del Sr. Paco, que como buen andaluz y con buen criterio, daba a este acontecimiento mucha más importancia que a su cumpleaños, pues en su opinión celebrar más de 25 años era un “contradios”. Naturalmente yo estaba invitado a la celebración familiar que este año parecía tener connotaciones particulares, e incluía la del cumple que se producía también dentro de pocos días. Y aunque se procuraba correr un tupido velo sobre los detalles, sabíamos todos que se trataba de su primer cincuentenario, cosa que el evitaba comentar con gesto de inocente coquetería, que a mi al
  • 60. 59 menos me producía un sentimiento de ternura y afecto, que con los años y por razones obvias fui entendido cada vez mejor. Para la ocasión que como digo yo sabía importante, mi regalo creo que fue el que más ilusión le hizo de cuantos recibió. Consistía, tras uno de los viajes que frecuentemente hacía a Rótterdam, en un tocadiscos Philips modelo Primavera, de los que la tapa superior era el altavoz, que por aquel entonces era el ultimo grito, motivo de presunción de cualquier afortunado poseedor de uno de ellos. El caso es que se mostró encantado con él y así me lo demostró agradeciéndomelo publica y efusivamente con voz entrecortada y ojos húmedos de emoción. El error fue darle también en ese momento los discos de flamenco que le había comprado en Barcelona, pues la paliza que le dio al personal con los “fandanguitos” de los Hermanos Toronjo, marcó un antes y un después en los anales del barrio. – ¡...Anda niño..!...dite un fandanguito como tu sabes, pa que se mueran los feos... ...– Y el que no sepa... que vaya a la escuela... – enga... anímate... Me decía ya pasadito de JB a altas horas de la madrugada . …a esa liebre no tirarleee.. cazaores de la sierraaa.. a esa liebre no tiraarle.. que está buscando en la tierraa.. madriguera pa ser maadreee.. y es mu sagrao lo que encierraaa.. – ¡¡Oleee el arte y los fandangos bien cantaos...!! ...Eso es cante ... y lo demás es leche y picón… – Andaluz tenias que ser ...
  • 61. 60 – ...¡¡Dale... échate otro...!! que con una ruea no anda un carro... … Paríaaa... tengo mi perra pariiaa... del perro de mi compaadree... he regalao tooas las criiaas.. pero me queda su maadree... la mejor de Andaaluuciiaa... – ¡¡Ole tus cojones y los fandangos de casería bien cantaos...!! – y la letra..?.. ¿ es que no es na la letra...? Poesía pura es la letra. – Ves, si tu en vez de tanto barco y tanta leche, te tenias que dedicar al cante... que te lo digo yo, la guitarra es lo que tu tienes que aprendé, y no tanto libro y tanta tontería... … Voooyyy a compraa unes maadreeññees… a la mia neñaaa madreeee…– se descolgó Chelo que también estaba por allí … – … ¡¡¡Miraa tuuu,..!!! ... gallego... o de donde cojones seas... No me lostropees ... que parece questas guardando cabras... y hoy es mi día... y no quiero acostarme mosqueao.
  • 62. 61 Por aquellos días “El Inglés” nos trajo la noticia de que debía ausentarse una larga temporada por razones familiares. Pues su padre había fallecido inesperadamente, y él debía hacerse cargo de inmediato del negocio que tenían en Sheffield, al parecer una pequeña fabrica de rodamientos y piezas mecánicas. Pero que aunque sus planes obviamente sufrirían un determinado retroceso que en ese momento no se atrevía a determinar, su intención de hacer una vuelta al mundo con el Orión y nosotros como tripulación seguía en pié por su parte, y que nos mantendría informados, ya que el barco se quedaría en Palma a cargo de Pau y el vendría cada vez que le fuera posible. A mi la noticia no me sentó especialmente mal pues había algo que aunque yo fingía ante mi mismo que no me preocupaba, la llevaba dentro y temía que de alguna forma, llegado el momento de iniciar el viaje que esperaba con gran ilusión, me condicionara de manera determinante para poder o no realizarlo. El tema era bien sencillo. Yo tenía cerca de 20 años y estaba al caerme el servicio militar, ineludible e implacable en esa época. Por lo que debería estar disponible para incorporarme en cuanto me convocaran y olvidarme de todo un año de mi vida. Por lo que me venía de perlas retrasarlo todo un tiempo hasta quedarme libre del problema. Así que me dispuse a esperar y mientras tanto continué haciendo mi vida . El Sr. Tomeu, comodoro del puerto amigo de Pau y que me tenia gran aprecio, me comentó que un capitán de yate que andaba por allí y que se dedicaba al transporte de embarcaciones freelance, le había preguntado por algún marinero que estuviera dispuesto a ayudarle a traer un velero grande desde Inglaterra a Palma. El tema parecía interesante ya que se trataba de un “Oceanis 44”, uno de los mejores veleros del momento, y además el trabajo parecía ser que estaba bien pagado, por lo que yo que era consciente de que debería llenar las arcas lo más posible antes de que me “llamaran a filas” como tontamente se denominaba también al tema de la “puta mili” me interesé por el tema y me puse al habla con Diego José
  • 63. 62 Duarte, que no era por cierto el protagonista de ningún culebrón como su nombre podía dar a entender. Pero si, además de un buen marino y un buen tío, era un argentino filósofo, siempre dispuesto a pontificar y “mostrarte el camino” en cuanto te descuidabas, que para simplificar se hacía llamar “DD” (pero con “y” que le parecería más inglés, o sea, DyDy). En cuanto nos conocimos nos caímos bien. Él rondaba los 40 años. Era un tipo de talla parecida a la mía, rubiasco y bien plantado, de media melena rubia y lisa que era mi envidia, ojos azules y mirada aguda e inteligente, nariz un tanto aguileña, piel curtida por el mar y el sol, y verbo fácil y elocuente como correspondía a su procedencia. Me explicó el plan que no era otro que, como ya me había dicho el Sr. Tomeu traer un barco navegando, efectivamente un OCEANIS 44, nada menos que desde Douglas, capital de la isla de Man, al N. del Mar de Irlanda en el Canal de San George, hasta Palma. Su propietario quería tenerlo en Baleares, y no podía, o no se atrevía, a hacer el trabajo él mismo, lo cual tampoco era de extrañar ya que el punto de origen del viaje, implicaba navegar nada mas y nada menos que la zona de Gran Sol, y la temible Costa de la Muerte, bordeando el cabo de Finisterre y toda la costa de Portugal, si lo hacías por el camino más corto que era lo lógico con un barco de ese porte, por lo que tenias prácticamente garantizado un temporal detrás de otro, y una navegación dura y difícil durante la mayor parte del viaje. Pero también eran 250 libras en más o menos 20 días de trabajo, unas 50.000 ptas. de entonces que no era cantidad desdeñable, y a mi en el fondo el viaje en un velero de esas características también me hacia ilusión. Así que tras apurar los detalles, y saber que desde el origen del viaje, también nos acompañaría un sobrino del dueño, que ya había navegado con él y conocía bien el barco, lo que hacía más seguro y descansado el viaje, lo acepté y tres días más tarde salíamos DD. y yo en avión, con destino a Douglas vía Londres, donde se nos unió
  • 64. 63 Jhon el sobrino, que resultó ser un tipo 6 o 7 años mayor que yo, larguirucho y delgadito como un espagueti, y que no hablaba ni una palabra de otro idioma que no fuera el suyo. Aunque eso no resultara ser un inconveniente grave, ya que DD hablaba inglés con la misma soltura y locuacidad que el español, y yo entendía y me hacía entender en todas las lenguas vivas y muertas de la Torre de Babel y sus alrededores. Llegamos a la isla de Man por la tarde, y rápidamente nos fuimos a ver el barco ya que lo previsto era dormir en él. Tras pertrecharnos de víveres y todo lo necesario, acordamos emprender la marcha a la mañana siguiente. A los otros dos no les conmovió su presencia, uno porque ya lo conocía sobradamente, y el otro porque era su trabajo, estaba acostumbrado, y para el era un objeto a transportar, pero a mi si me impresionó su porte y su hermosa estampa, pues no era fácil ver un “sloop” (velero con un solo palo) de esas dimensiones. Lo normal es que con esa eslora estuviese aparejado de “ketche” (dos palos), que hacen más fácil y cómodo el manejo y la maniobra. Era un barco supermoderno, con casco de acero preciosamente pintado de azul marino, cubierta de teca bruñida y perfectamente cuidada, y el enorme palo de aluminio de alta resistencia fabricado precisamente en Sheffield. Un motor volvo de 150 hp, según nos dijo Jhon, y toda suerte de elementos complementarios de ultima generación a fin de hacer más cómoda y segura la navegación. Su nombre era “North Star”, registrado en Londres. A la mañana siguiente como teníamos previsto, tras hacer las compras pertinentes, en eso también se notaba la experiencia de DD que cargó de cosas en las que yo ni hubiera pensado además de los víveres necesarios para la travesía. Desayunamos frugalmente en un pequeño restaurante del puerto, y nos hicimos a la mar con relativamente buenas previsiones de
  • 65. 64 tiempo para las horas siguientes. Ya fuera del puerto en mar abierto, izamos mayor y génova dispuestos a disfrutar el viento de popa que entraba con fuerza respetable, nos permitiría ahorrar combustible, y aprovechar las condiciones naturales del barco. Me había situado a la caña desde la salida, y estaba deseando probar y comprobar las cualidades marineras que habían hecho de los “Oceanis”, junto con “Swan” y alguna otra marca, los “Rolls” del mar, y nunca mejor ocasión que una empopada fuerza 4 o 5 como la que se nos brindaba. Colocamos velas “a orejas de mulo”, (con una vela a cada banda) con el beneplácito de DD, que me permitió variar el rumbo un par de grados, a fin de orientar el barco en “popa redonda”, para que el viento siguiera exactamente la línea longitudinal del barco, el cual una vez equilibrado y lanzado nos demostró lo que es navegar a vela y por que hay tanta gente enamorada perdidamente de esta forma de surcar el mar. El espectáculo era fascinante … El gran palo soportando sin aparente esfuerzo a la inmaculadamente blanca vela mayor abierta totalmente a estribor, mientras que el gran foque genovés lo hacía igualmente al lado contrario . Todo el conjunto recortándose en delicado equilibrio sobre el crepúsculo vespertino, daban a la nave una apariencia casi fantasmal, como si una enorme cometa etérea e intangible volara sin apenas movimiento a escasos centímetros de las olas. El barco se deslizaba rápida y silenciosamente adentrándose en el océano y en la noche, en tanto que mi corazón de 20 años golpeaba con fuerza mis sienes, y la estética del momento ponía mi sensibilidad a flor de piel. Permanecimos en silencio largas horas, ensimismados cada uno en sus propios pensamientos. Entrada la noche y tras tomar unos sándwiches de pollo que habíamos comprado al efecto, DD y John se retiraron a dormir mientras yo voluntariamente me quedaba al timón
  • 66. 65 acordando que despertaría a uno de ellos cuando me encontrara cansado o necesitara ayuda. La intensidad y dirección del viento continuaron haciéndome disfrutar de la navegación durante un buen rato, hasta que ya avanzada la madrugada roló un par de grados al SO lo que me obligó a corregir la posición de las velas, pasando ambas a la banda de babor y navegar prácticamente “a un largo”. Poco después apareció por la escotilla la figura inconfundible y escuálida de John, que tras saludarme con un movimiento de cabeza y una somnolienta sonrisa, corrigió mecánicamente la tensión del foque, quizá para hacerme una demostración de su potencia y habilidad, lo cual surtió su efecto ya que yo sabía que por la tensión del viento no era fácil cazar más esa vela, lo que el resolvió con suficiencia y autoridad, y ayudado por sus largas piernas, apoyó un pie en el borde metálico de la regala y el otro en el pasamanos de la escotilla, consiguiendo así sin gran esfuerzo ganar un palmo de escota, lo cual hube de reconocer que mejoró el comportamiento del barco y su rendimiento, y sobre todo dejó claro que no era ningún novato y sabía bien de que iba aquello. A la mañana siguiente cuando me desperté sin que hasta entonces nadie hubiera reclamado mi presencia, miré el reloj de bitácora colgado encima de la mesa de derrota y salté alarmado al observar que eran cerca de las 12 del mediodía, y aunque recordaba que eran pasadas las 5 de la mañana cuando me fui a dormir, me pareció un abuso ese horario de incorporarme al trabajo. Antes de salir a cubierta, ya me pareció por el ruido del viento y de las olas sobre el casco del barco, que continuábamos navegando con viento y mar en popa y a buena velocidad, pero cuando asomé la cabeza me encantó el comprobar que íbamos arrastrados por un enorme “spy”, ( vela de balón) de unos preciosos y brillantes colores rojo azul y blanco, y a una velocidad que no bajaría de los 9 o 10 nudos. – ¡¡ ...Ah canallas... Qué bien me habéis avisado...¡¡... ¿no...?...– dije a modo de saludo . – Che, esto es cosa de hombres... los nenes tienen que dormir sus