SlideShare une entreprise Scribd logo
1  sur  122
33 y 1/tercio
33 y 1/tercio

Digamos que en esta ciudad viven unos diez millones / Unos habitan agujeros,
otros habitan mansiones / Pero no hay un lugar para nosotros, mi amor / no
hay un lugar para nosotros
Alguna vez tuvimos un país y nos gustaba / Todavía lo podemos encontrar en
un atlas / Pero ahora, no podemos ir allá, mi amor / ahora no podemos ir allá
En la parroquia de nuestro pueblo crece un árbol viejo / Que cada primavera
florece de nuevo / Pero los viejos pasaportes no florecen de nuevo, mi amor /
los viejos pasaportes no florecen de nuevo
El cónsul azotó la mesa con prepotente gesto / "Si no tienen pasaportes,
oficialmente están muertos” / Pero seguimos vivos, mi amor, seguimos vivos
Fui a un comité, me ofrecieron asiento y me escucharon / Y cortésmente me
pidieron que volviera el próximo año / Pero ¿qué vamos a hacer hoy mismo, mi
amor? / ¿Qué vamos a hacer hoy mismo?
Fui a oír a los políticos, a un orador que argüía / "Si los recibimos aquí, nos
quitarán nuestro pan de cada día” / Y hablaba de ti y de mí, mi amor, hablaba
de ti y de mí
Creí que era un relámpago lo que atronaba sobre mí / Pero era Hitler sobre
Europa, diciendo: "Deben morir” / Y pensaba en nosotros, mi amor, pensaba
en nosotros
Vi un perro que pasaba muy orondo y abrigado / Vi que una puerta se abría
para que pasara un gato / Pero ellos no eran judíos alemanes, mi amor / ellos
no eran judíos alemanes
Bajé a la orilla del mar y me detuve sobre el muelle / Para ver cómo nadaban
en su libertad los peces / Apenas a unos cuantos metros, mi amor / apenas a
unos cuantos metros
Caminé por el bosque, vi en los árboles a los pájaros / Que no tienen políticos,
y cantan a su agrado / Pero no eran de la raza humana, mi amor / no eran de
la raza humana
Soñé con un edificio que llega hasta el número mil / Y tenía mil ventanas y sus
puertas eran mil / Y ninguna era para nosotros, mi amor ninguna era para
nosotros
Me paré en mitad de una explanada cuando la nieve caía / Diez mil soldados
marchaban para abajo y para arriba / buscándonos a ti y a mí, mi amor,
buscándonos


                                                                      w. auden
33 y 1/tercio

                                       equipo de redacción: 33 y 1/tercio
                              portada: composición de raúl flores iriarte
                               sobre fotografía de leordanis hernández
                          diseño de portada: damián flores iriarte




La publicación no se hace
responsable de las opiniones
expresadas por los autores.
                                          Los     responsables       de      los
                                          autores        no       expresarán
Los autores no nos hacemos                opiniones en público.
responsables de las opiniones
de la publicación.
                                          Las opiniones que usted se
                                          haga no son responsabilidad
                                          de los autores y menos si las
                                          expresa públicamente.

          si deseas contactar, dar opiniones, donar textos (sin compromisos de
                                                        publicación) escribe a:
                                                    33y1tercio@gmail.com

si no tienes el 33 y 1/3 anterior escribe a la misma dirección (prometemos
enviarlo) o descárgalo en:
                 http://revista33y1tercio.blogspot.com
33 y 1/tercio

                                      aquí
                               (a la manera de allá)



                                        on

  allen, woody (para acabar con la filosofía / para acabar con los libros de
             memorias / para acabar con las novelas policíacas

        cabrera infante, guillermo (ars poética, o el oro de la parodia

entrevista (la histeria me disolverá: 33 coma tres preguntas a michel encinosa
                                        fú

    encinosa fú, michel (buenas noches, claudia / helena y la insularidad
                                postergada
                   gumucio, rafael (la transición en trance

                         bolaño, roberto (de amberes

   dos hombres en el castillo (una conversación electrónica sobre philip k. dick

             dick, philip k. (extraños recuerdos de muerte / valis

     pérez, luis eligio (no sé, no puedo pasar / circulo / cristo en la calle

     fernández porta, eloy (retórica y punk en el relato contemporáneo

               pardo, orlando luis (horror civis: side a / side b

                            fresán, rodrigo (chucky

                  palahniuk, chuck (tripas / cuando tenga 68

                                       off

                  bonus track: villoro, juan (la frase triunfal
33 y 1/tercio

                                       on

33 y 1/3 no tuvo muchas oportunidades en la Billboard (escritura posible: Bill-
bored, a la manera de Kurt Cobain, pequeño KC sin sunshine band). Lanzada el
22 de noviembre (cualquier semejanza con el White Album de los Beatles
comienza y termina allí) del 2005, debutó en el número 182, y osciló durante
cuatro semanas en la lower half del top 200, alcanzando el número 178 como
su más alta posición (cualquier semejanza con el Unfinished music de John
Lennon comienza y termina aquí; aunque a semejanza de aquella Música Sin
Terminar, podríamos subtitular esto Literatura Sin Terminar). Por supuesto, en
las emisoras nacionales no llegamos a ninguna posición, aunque dudo de que
tengamos emisoras nacionales.
En todo caso, locales.
¿Por qué no sacaron singles?, nos preguntan por ahí, Les hubiera ayudado un
montón en las ventas. Tienen razón; podíamos haber sacado como singles
Laura llama desde Manhattan, y Luz de mi vida, fuego de mis entrañas, pero al
final decidimos que no. Ni singles, ni videoclips. Piense lo que piense la MTV de
nosotros.
O nosotros de la MTV.
Ahora continuamos aquel número con este número llamado El laberinto. Quizás
saquemos como single Helena y la insularidad postergada. Quizás no. Por lo
demás, aquí está. En Tahoma, tamaño 12. En español. Cualquier semejanza
con 33 y 1/3 comienza aquí.
No sabemos cuando termine.




                                    replay
33 y 1/tercio

                                  woody allen
 (saxofonista, también conocido como allen stewart konigsberg (new york, 1935). los
               siguientes fragmentos pertenecen a su libro Getting even)




                         para acabar con la filosofía
                                    mi filosofía


La evolución de mi filosofía se dio de la siguiente manera: mi mujer, al
invitarme a probar el primer soufflé que había hecho, dejó caer por accidente
una cucharadita del mismo sobre mi pie fracturándome varios pequeños
huesos. Acudieron los médicos, hicieron y examinaron radiografías y me
ordenaron un mes de cama. Durante la convalecencia, me concentré en la obra
de algunos de los pensadores más eximios de Occidente –una pila de libros que
yo había seleccionado para ocasiones como esta. No presté atención al orden
cronológico y empecé por Kierkegaard y Sartre, luego pasé rápidamente a
Spinoza, Hume, Kafka y Camus. No me aburrí como había temido; en cambio,
me fascinó la energía con la que esas grandes mentes atacaban resueltamente
la moral, el arte, la ética, la vida y la muerte. Recuerdo mi reacción a una
observación típicamente luminosa de Kierkegaard: «Semejante relación, que se
relaciona con su propio ser (es decir, un ser), debe haberse constituido a sí
misma, o ha sido constituida por otra.» El concepto me arrancó lágrimas de los
ojos. ¡Dios santo, pensé, ser tan inteligente! (Soy un hombre con dificultades
para escribir dos frases coherentes sobre Un día en el zoo.) La verdad es que el
pasaje me resultó totalmente incomprensible, pero ¿qué más da si Kierkegaard
se lo había pasado bien? Súbitamente me convencí de que la metafísica era lo
que siempre había querido hacer: tomé mi bolígrafo y empecé en el acto a
garabatear la primera de mis propias fantasías. La obra avanzó aprisa y en solo
dos tardes (con tiempo para echarme una siesta), completé la obra filosófica
que espero no será descubierta hasta después de mi muerte o hasta el año
3000 (lo que ocurra primero) y que modestamente creo me asegurará un lugar
privilegiado entre los pensadores de más peso en la historia. Aquí presento un
breve ejemplo del cuerpo principal de tesoros intelectuales que lego a la
posteridad, o hasta que llegue la mujer de la limpieza.


                            crítica de la sinrazón pura
Al formular cualquier filosofía, la primera consideración siempre debe ser: ¿Qué
podemos saber? Es decir, qué podemos estar seguros de saber, o seguros de
qué sabemos que sabíamos, si realmente es de algún modo cognoscible. ¿O lo
habremos olvidado todo y tenemos demasiada vergüenza de decir algo?
Descartes insinuó el problema cuando escribió: «Mi mente jamás puede
conocer mi cuerpo, aunque se ha hecho bastante amiga de mis piernas». Por
cognoscible, dicho sea de paso, no quiero decir aquello que puede ser conocido
33 y 1/tercio
por medio de la percepción de los sentidos o que puede ser comprendido por la
mente, sino más bien aquello que puede decirse que es Conocido o que posee
un Conocimiento o una Conocibilidad, o algo que al menos puedas mencionar a
un amigo.
¿Podemos en realidad conocer el universo? Dios santo; no perderse en
Chinatown ya es bastante difícil. Sin embargo, el asunto es el siguiente: ¿Habrá
algo allá afuera? ¿Y por qué? ¿Por qué tendrán que hacer tanto ruido? Por
último, no cabe duda de que la característica de la realidad es que carece de
esencia. Esto no quiere decir que no tenga esencia, sino simplemente que
carece de ella. (La realidad a la que me refiero es la misma que describió
Hobbes, pero un poco más pequeña.) Por lo tanto, el dictum cartesiano
«Pienso, luego existo» podría expresarse mejor por «¡Eh, allí va Edna con el
saxofón!». Así, pues, para conocer una sustancia o una idea, debemos dudar de
ella y así, al dudar, llegamos a percibir las cualidades que posee en su estado
finito, que están en, o son realmente «la misma cosa», o «de la misma cosa», o
de algo, o de nada. Si esto está claro, podemos dejar por el momento la
epistemología.


         la dialéctica escatológica como medio de lucha contra el zona
Podemos decir que el universo consiste en una sustancia y que a esta sustancia
la llamamos átomo, o también mónada. Demócrito la denominó átomo. Leibnitz
la llamó mónada. Por fortuna, los dos hombres jamás se conocieron, de lo
contrario se hubiera armado una discusión muy aburrida. Estas partículas
fueron puestas en movimiento por alguna causa o principio fundamental, o
quizás algo se cayó en algún lugar. El asunto es que ahora ya es demasiado
tarde para remediarlo, salvo quizás comer mucho pescado crudo. Por supuesto,
esto no explica por qué el alma es inmortal. Tampoco dice nada sobre una vida
ultraterrena ni aclara la sensación que siente mi tío Sender de que le persiguen
los albanos. La relación causal entre el primer principio (es decir, Dios o viento
fuerte) y cualquier concepción teológica del ser (Ser), según Pascal, es «tan
ridícula que ni siquiera es graciosa (Graciosa)». Schopenhauer llamó a esto
voluntad, pero su médico la diagnosticó como fiebre del heno. En sus últimos
años, se amargó por eso o, más aún, por la creciente sospecha de que él no
era Mozart.


                       el cosmos por cinco dólares al día
¿Qué es, entonces, lo bello? ¿La fusión de la armonía con lo justo, o la fusión
de la armonía con algo que solo se parece a «lo justo»? Quizás la armonía se
haya fundido con «la costra terrestre» y eso es lo que nos ha estado dando
tantos problemas. La verdad, podemos estar seguros, es la belleza –o «lo
necesario». Es decir, lo que es bueno, o que posee las cualidades de «lo
bueno», da como resultado «la verdad». Si no lo da, siempre puedes apostar a
que la cosa no es bella, aunque aún puede que sea impermeable. Estoy
empezando a pensar que tenía razón antes y que todo tendría que fusionarse
con la costra. Ah, bueno.
33 y 1/tercio


                                 dos parábolas
Un hombre se acerca a un palacio. La única entrada está guardada por unos
fieros hunos que solo dejan pasar a hombres llamados Julius. El hombre trata
de sobornar a los guardias ofreciéndoles por un año las mejores partes del
pollo. Ellos ni se burlan de su oferta ni la aceptan, sino que simplemente lo
cogen por la nariz y se la tuercen hasta que parece un tornillo. El hombre dice
que tiene que entrar a la fuerza en el palacio porque le trae al emperador una
muda de calzoncillos. Al ver que los guardias siguen negándose, el hombre
empieza a bailar el charleston. Ellos parecen divertirse con su baile, pero pronto
se ponen tristes por el trato que el gobierno federal otorga a los navajos. Sin
aliento, el hombre se derrumba. Muere sin haber visto al emperador y dejando
una deuda de sesenta dólares a los de la Steinway por un piano que les había
alquilado en agosto.
Me entregan un mensaje para un general. Cabalgo y cabalgo, pero el cuartel
general del general parece distanciarse siempre más. Por último, se arroja
sobre mi una gigantesca pantera negra que me devora la mente y el corazón.
Me paso la tarde terriblemente angustiado. Por más que lo intente, no puedo
llegar al general a quien veo corriendo a lo lejos en pantalón corto y musitando
la palabra nuez moscada a sus enemigos.


                                   aforismos
Es imposible vivir la propia muerte con objetividad y, además, cantar una
canción.
El universo no es más que una idea transitoria en la mente de Dios. Es un
hermoso pensamiento, aunque bastante incómodo, sobre todo si acabas de
pagar el anticipo de una casa.
La nada eterna está muy bien si vas vestido para la ocasión.
No solo no hay Dios, sino que ¡intenta conseguir un electricista en un fin de
semana!


                                      ●●●


                 para acabar con los libros de memorias
                          memorias de los años veinte


Llegué por primera vez a Chicago en los años veinte para presenciar un
combate de boxeo. Ernest Hemingway estaba conmigo y ambos nos
hospedamos en el campo de entrenamiento de Jack Dempsey. Hemingway
acababa de terminar dos cuentos sobre boxeo y, si bien Gertrude Stein y yo
pensamos que eran bastante potables, creíamos que aún necesitaban cierta
33 y 1/tercio
elaboración. Le hice unas bromas a Hemingway sobre su novela en preparación
y nos reímos mucho y nos divertimos y luego nos calzamos unos guantes de
boxeo y me rompió la nariz.
Ese invierno, Alice Toklas, Picasso y yo alquilamos una villa en el sur de Francia.
En ese entonces, yo estaba trabajando en lo que me parecía que iba a ser una
gran novela americana, pero los caracteres eran demasiado pequeños y no
pude terminarla.
Por las tardes, Gertrude Stein y yo salíamos a la caza de antigüedades en las
tiendas locales, y recuerdo que, en cierta ocasión, le pregunté si consideraba
que yo tenía que hacerme escritor. En la típica manera enigmática, que a todos
nos tenía encantados, me contestó: No. Consideré que me había querido decir
que sí y, al día siguiente, partí hacia Italia. Italia me recordó mucho Chicago, en
especial Venecia, ya que ambas calles tienen canales y en las calles abundan
las estatuas y las catedrales, producto de los más grandes escultores del
Renacimiento.
En ese mes fuimos al taller de Picasso en Arles, que en aquel tiempo se llamaba
Rouen o Zurich, hasta que los franceses volvieron a bautizarlo en 1589 bajo el
reinado de Luis el Vago. (Luis fue un rey bastardo del siglo XVI que se portó
como un cerdo con todo el mundo.) Entonces, Picasso estaba a punto de
empezar lo que más tarde se conocería como el período azul, pero Gertrude
Stein y yo tomamos café con él y tuvo que empezarlo diez minutos más tarde.
Duró cuatro años y, por tanto, esos diez minutos no significaron gran cosa.
Picasso era un hombre bajo que tenía un modo gracioso de caminar poniendo
un pie delante del otro hasta que daba lo que él denominaba «un paso». Nos
reímos de sus deliciosas ideas, pero a fines de 1930, con el fascismo en alza,
había muy pocas cosas de que reírse. Tanto Gertrude Stein como yo
examinamos con meticulosidad las últimas obras de Picasso, y Gertrude Stein
opinó que «el arte, todo el arte, es simplemente la expresión de algo». Picasso
no estuvo de acuerdo, y dijo: «Déjame en paz. Estoy comiendo.» Mi opinión fue
que Picasso tenía razón: estaba comiendo.
El taller de Picasso era muy distinto al de Matisse. Mientras el de Picasso era
desordenado, en el de Matisse reinaba el más perfecto orden. Bastante curioso,
pero precisamente lo inverso era cierto. En septiembre de ese mismo año, a
Matisse se le encargó que pintara una alegoría pero, por la enfermedad de su
mujer, no pudo pintarla y, en su lugar, se le enganchó papel pintado. Recuerdo
todas esas anécdotas porque ocurrieron justo antes del invierno y todos
estábamos viviendo en un piso barato en el norte de Suiza, un lugar donde
llueve de improviso y luego del mismo modo deja de hacerlo. Juan Gris, el
cubista español, había convencido a Alice Toklas para que posara para una
naturaleza muerta y, con su típica concepción abstracta de los objetos, empezó
a romperle la cara y el cuerpo para llegar a sus básicas formas geométricas
hasta que llegó la policía y los separó. Gris era provincianamente español, y
Gertrude Stein decía que solo un español de verdad podía comportarse como
él, es decir, hablaba en castellano y a veces iba a visitar a su familia en España.
Realmente era algo maravilloso verle y oírle.
33 y 1/tercio
Recuerdo una tarde en que estábamos sentados en un alegre bar en el sur de
Francia con nuestros pies cómodamente puestos sobre taburetes en el norte de
Francia cuando, de pronto, Gertrude Stein dijo: «Estoy mareada». Picasso
pensó que se trataba de algo sumamente gracioso, y yo lo tomé como una
señal para largarme a Africa. Siete semanas después, en Kenya, nos
encontramos con Hemingway. Entonces, bronceado y con barba, empezaba ya
a madurar ese estilo tan suyo: no se le veía más que los ojos y la boca. Allá, en
el continente negro inexplorado, Hemingway había tenido que padecer, los
labios partidos más de mil veces.
¿Qué hay, Ernest?, le pregunté. Se puso a hablar sobre la muerte y las
aventuras como solo él podía hacer y, cuando me desperté, ya había levantado
las tiendas y estaba sentado al lado de una gran fogata preparando unos
aperitivos cutáneos para todos. Le hice una broma sobre su nueva barba y nos
reímos tomando unos tragos de coñac y luego nos calzamos unos guantes de
boxeo y me rompió la nariz.
Ese año fui por segunda vez a París a hablar con un compositor europeo, flaco
y nervioso, de aguileño perfil y ojos admirablemente rápidos, que algún día
llegaría a ser Igor Stravinsky, y luego, más tarde, su mejor amigo. Me hospedé
en casa de Sting y Man Ray, donde Salvador Dalí iba a cenar a menudo, y Dalí
decidió montar una exposición individual, cosa que hizo, y resultó un éxito
estrepitoso ya que apareció un solo individuo, y fue un invierno alegre y muy
francés, de los buenos.
Recuerdo una noche en que Scott Fitzgerald y su mujer regresaron a su casa
después de la fiesta de Noche Vieja. Era en abril. Hacía tres meses que no
tomaban otra cosa que champagne; una semana antes, vestidos de etiqueta,
habían arrojado su coche desde un acantilado al océano a raíz de una apuesta.
Había algo auténtico en los Fitzgerald: sus valores eran fundamentales. Eran
gente tan sencilla que cuando más tarde Grant Wood les convenció para que
posaran para su Gótico americano, recuerdo lo contentos que estaban. Zelda
me contó que, mientras posaban, Scott no paró de dejar caer al suelo la horca.
En los años siguientes creció mi amistad con Scott; la mayoría de nuestros
amigos creía que el protagonista de su última novela estaba inspirado en mi y
que mi vida estaba inspirada en su anterior novela. Acabé siendo considerado
un personaje de ficción.
Scott tenía un grave problema de disciplina y, si bien todos adorábamos a
Zelda, pensábamos que ejercía una influencia nefasta en la obra de él,
reduciendo su producción de una novela al año a una ocasional receta de
mariscos y una serie de comas.
Finalmente, en 1929, fuimos todos juntos a España. Allí, Hemingway nos
presentó a Manolete que era tan sensible que parecía una loca. Llevaba
ajustados pantalones de torero o, a veces, de ciclista. Manolete era un gran,
gran artista. Su gracia era tal que, de no haberse convertido en matador de
toros, podría haber llegado a ser un contable mundialmente famoso.
Nos divertimos mucho en España aquel año y viajamos y escribimos y
Hemingway me llevó a pescar atún y pesqué cuatro latas y nos reímos y Alice
33 y 1/tercio
Toklas me preguntó si estaba enamorado de Gertrude Stein ya que le había
dedicado un libro de poemas aunque eran de T. S. Elliot y dije que sí, que la
amaba, pero el asunto nunca podría funcionar porque ella era demasiado
inteligente para mí y Alice Toklas estuvo de acuerdo y luego nos calzamos unos
guantes de boxeo y Gertrude Stein me rompió la nariz.


                                     ●●●


                   para acabar con las novelas policíacas
                                  el gran jefe


Estaba sentado en mi despacho limpiando el cañón de mi 38 y preguntándome
cuál sería mi próximo caso.
Me gusta ser detective privado. Cierto, tiene sus inconvenientes, me han dejado
más de una vez las encías hechas papilla, pero el dulce aroma de los billetes de
banco tiene también sus ventajas. No hablo siquiera de las mujeres que son
una preocupación menor para mí y que coloco, en mi escala de valores, justo
antes del acto de respirar. Por eso, cuando se abrió la puerta de mi oficina y
entró una rubia de pelo largo llamada Heather Butkiss y me dijo que era
modelo y que necesitaba mi ayuda, mis glándulas salivares se pusieron a
segregar como locas.
Tenía puestos una minifalda y un jersey ajustado, y su cuerpo describió una
serie de parábolas que podrían provocar un ataque cardíaco a un buey.
—¿Qué puedo hacer por ti, muñeca?
—Quiero que me encuentre a una persona.
—¿Una persona perdida? ¿Has hablado con la policía?
—No exactamente, señor Lupowitz.
—Llámame Kaiser, muñeca. Pues bien, ¿de quién se trata?
—Dios.
—¿Dios?
—Así es. Dios. El Creador, el Principio Universal, el Ser Supremo, el
Todopoderoso. Quiero que usted Lo encuentre.
He tenido ya en mi despacho a más de un buen bocado, pero cuando una chica
está tan buena como esta, uno debe escucharla hasta el final.
—¿Por qué?
—Kaiser, ese es asunto mío. Usted ocúpese de encontrarlo.
—Lo siento, bombón. No diste con el tipo indicado...
—Pero, ¿por qué?
33 y 1/tercio
—...a no ser que me des toda la información —dije poniéndome de pie.
—Está bien, está bien —dijo ella y se mordió el labio inferior. Enderezó las
costuras de sus medias, gesto hecho evidentemente para mí, pero, cuando
trabajo, trabajo, y no era el momento de andarse con tonterías.
—No nos apartemos del tema, nena.
—Bueno, la verdad es... que en realidad no soy modelo.
—¿No?
—No. Tampoco me llamo Heather Butkiss. Soy Claire Rosensweig, y estudio en
Vassar. Filosofía. Historia del pensamiento occidental y todo eso. Tengo que
entregar un trabajo en enero. Sobre religión occidental. Todas las chicas de la
clase entregarán estudios teóricos. Pero, yo, ¡quiero saber! El profesor
Grebanier dijo que, si alguien descubre la verdad, puede llegar a aprobar el
curso. Y mi padre me prometió un Mercedes si apruebo con sobresaliente.
Abrí un paquete de Lucky, luego otro de chiclet, y mastiqué el cigarrillo y fumé
el chiclet. La historia empezaba a interesarme. Una estudiante demasiado
mimada. Inteligente y con un cuerpo por el que reto a cualquiera haber visto
otro mejor.
—Su Dios, ¿que aspecto tiene?
—Nunca Lo he visto.
—Entonces, ¿cómo sabes que existe?
—Eso es lo que usted tiene que averiguar.
—¡Ah! ¿Con que no sabes qué aspecto tiene? ¿Ni dónde debo empezar a
buscarlo?
—No, en realidad, no. Aunque sospecho que está en todas parles. En el aire, en
cada flor, en usled y en mí... y en esta silla.
—Ya.
Así que la chica era panteísta. Tomé nota mental del detalle y dije que haría un
esfuerzo por cien dólares al día, gastos a parte y una cena con ella.
Sonrió y aceptó al acto. Bajamos juntos en el ascensor. Afuera anochecía.
Quizás Dios exista, o quizás no, pero en alguna parte de esta ciudad con
seguridad había un montón de tipos que iban a tratar de impedirme
averiguarlo.
Mi primera pista fue la del rabino Itzhak Wiseman, un clérigo local que me
debía un favor por haberle averiguado quién le ponía cerdo en el sombrero. Me
di cuenta al acto de que algo no pitaba cuando le hice unas preguntas porque
se azaró mucho. Estaba asustado.
—Por supuesto que existe ya-sabe-quién, pero no puedo siquiera pronunciar Su
nombre, de lo contrario me fulminaría en el acto. Entre nosotros, le diré que
jamás he podido comprender por qué alguien se vuelve tan quisquilloso al
pronunciar Su nombre.
33 y 1/tercio
—¿Le ha visto alguna vez?
—¿Yo? ¿Está bromeando? ¡Suerte tengo si alcanzo a ver a mis nietos!
—Entonces, ¿cómo sabe que existe?
—¿Cómo lo sé? ¡Vaya pregunta! ¿Podría comprarme un traje como éste por
catorce dólares si no hubiera nadie allá arriba? ¡Toque, toque esa gabardina!
¿Cómo puede dudar?
—¿No tiene ninguna otra prueba?
—Oiga, ¿qué es para usted el Antiguo Testamento? ¿Un plato de garbanzos?
¿Cómo cree que Moisés pudo sacar a los israelitas de Egipto? ¿Con una sonrisa
y un claque americano? Créame, ¡no se abren las aguas del mar Rojo con polvo
de rascarse! Se necesita poder.
—Así pues, es un duro, ¿eh?
—Sí, un duro. Podría pensarse que con tantos éxitos estaría más amable, pero
no.
—¿Cómo es que sabe usted tanto?
—Porque somos el Pueblo Elegido. Cuida más de nosotros que de todas Sus
demás criaturas. Este es un tema que, por cierto, también me gustaría
comentar con Él.
—¿Cuánto Le pagan para ser los elegidos?
—No me lo pregunte.
Entonces, así iba la cosa. Los judíos estaban liados con Dios hasta el cuello. El
viejo negocio de la protección. Los cuidaba mientras pasaran por caja. Y por la
manera en que el rabino Wiseman hablaba, Él encajaba lo suyo. Me metí en un
taxi y me fui al salón de billar Danny en la Décima avenida.
El gerente era un tipo pequeñito y sucio que no podía tragar.
—¿Está Chicago Phil?
—¿Quién quiere saberlo?
Lo agarré por las solapas pellizcando a la vez un poco de piel.
—¿Qué pasa, basura?
—En la sala del fondo —dijo cambiando actitud.
Chicago Phil. Falsificador, asaltante de bancos, hombre duro y ateo confeso.
—El tío nunca existió. Kaiser. Información de buena tinta. Es un bulo. No existe
tal gran jefe. Es un sindicato internacional. Casi todo en mano de sicilianos.
Pero no hay una cabeza visible. Salvo quizás el Papa.
—Tengo que ver al Papa.
—Se puede arreglar —dijo guiñando un ojo.
—¿Te dice algo el nombre Claire Rosensweig?
—No.
33 y 1/tercio
—¿Y Heather Butkiss?
—¡Eh, espera un minuto! ¡Sí, claro, ya lo tengo! Esa rubia teñida que anda por
ahí con los tipos de Radcliffe.
—¿Radcliffe? Me dijo Vassar.
—Pues, te está mintiendo. Es maestra en Radcliffe. Estuvo liada con un filósofo
durante un tiempo.
—¿Panteísta?
—No. empirista, que yo recuerde. Un tipo de poco fiar. Rechazaba
completamente a Hegel y a cualquier metodología dialéctica.
—Con que uno de esos, ¿eh?
—Sí. Primero fue batería en un trío de jazz. Luego, se dedicó al Positivismo
Lógico. Cuando el asunto le fue mal, intentó el Pragmatismo. Lo último que
supe de él fue que había robado dinero para montar un curso sobre
Schopenhauer en Columbia. A los compañeros les gustaría ponerle la mano
encima, o dar con sus libros de texto para poder revenderlos.
—Gracias, Phil.
—Hazme caso, Kaiser. No hay nadie por encima nuestro. Sólo el vacío. No
podría emitir todos esos talones falsos ni joder a la gente como lo hago si por
un segundo tuviera conciencia de un Ser Supremo. El universo es estrictamente
fenomenológico. No hay nada eterno. Nada tiene sentido.
—¿Quién ganó la quinta en Aqueduct?
—Santa Baby.
—Eso sí tiene sentido.
Tomé una cerveza en O’Rourke y traté de hilvanar todos los datos, pero no dio
resultado. Sócrates era un suicida, o por lo menos así decían. A Cristo lo
mataron. Nietzsche murió loco. Si había realmente alguien responsable de todo
eso, era lógico que quisiera que se guardara el secreto.
Y, ¿por qué había mentido Claire Rosensweig acerca de Vassar? ¿Podía haber
tenido razón Descartes? ¿Era el universo dualista? ¿O es que Kant dio en el
clavo cuando postuló la existencia de Dios por razones morales?
Aquella noche cené con Claire. Diez minutos después de que pagó la cuenta,
estábamos en la cama y, hermano, te regalo todo el pensamiento occidental.
Organizó para mí una demostración de gimnasia que se hubiera llevado la
medalla de oro en los Juegos Olímpicos de la Tía Juana. Más tarde, descansó
sobre la almohada a mi lado con sus largos cabellos rubios desparramados.
Nuestros cuerpos, desnudos aún, estaban entrelazados. Yo fumaba y miraba el
techo.
—Claire, ¿y si Kierkegaard tuviera razón?
—¿Qué quieres decir?
—Si realmente jamás se pudiera saber. Sólo tener fe.
33 y 1/tercio
—Eso es absurdo,
—No seas tan racionalista.
—Nadie es racionalista, Kaiser. —Ella encendió un cigarrillo—. Lo único que te
pido es que no empieces con la ontología. No en este momento. No podría
aguantar que fueras ontólogo conmigo, Kaiser.
Se había mosqueado. Me acerqué para besarla cuando sonó el teléfono. Ella
contestó.
—Es para ti.
La voz al otro lado de la línea era la del sargento Reed, de Homicidios.
—¿Todavía a la caza de Dios?
— Sí.
—¿Un ser Todopoderoso? ¿El Creador? ¿El Principio Universal? ¿El Ser
Supremo?
—Así es.
—Un tipo, que se ajusta a la descripción, acaba de aparecer en el depósito de
cadáveres. Mejor que venga a echarle un vistazo.
Era Él sin lugar a dudas y, por lo que quedaba de él, se trataba de un trabajo
profesional.
—Ya estaba muerto cuando Lo trajeron.
—¿Dónde Lo encontraron?
—En un depósito de la calle Delancey.
—¿Alguna pista?
—Es el trabajo de un existencialista. Estamos seguros.
—¿Cómo lo saben?
—Todo hecho muy al azar. No parece que hayan seguido ningún sistema. Un
impulso.
—¿Un crimen pasional?
—Eso es. Lo que significa que eres sospechoso, Kaiser.
—¿Por qué yo?
—Todos los muchachos del departamento conocen tus ideas sobre Jaspers.
—Eso no me convierte en un asesino.
—Aún no, pero sí en un sospechoso.
Una vez en la calle, llené mis pulmones de aire puro y traté de poner orden en
mis ideas. Tomé un taxi a Newark y caminé cien metros hasta el restaurante
italiano Giordino. Allí, en una mesa del fondo, estaba Su Santidad. Era el Papa,
seguro. Sentado con dos tipos que yo había visto media docena de veces en la
comisaría en sesiones de identificación.
33 y 1/tercio
—Siéntate —dijo levantando los ojos de sus spaghettis. Me acercó el anillo.
Sonreí mostrando todos los dientes, pero no se lo besé. Le molestó, y yo me
alegré. Un punto para mí.
—¿Te gustarían unos spaghettis?
—No gracias, Santidad. Pero siga comiendo, que no se le enfríen.
—¿No quieres nada? ¿Ni siquiera una ensalada?
—Acabo de comer.
—Como quieras, pero mira que aquí sirven una estupenda salsa Roquefort con
la ensalada. No como en el Vaticano donde es imposible conseguir una comida
decente.
—Iré al grano, Pontífice. Estoy buscando a Dios.
—Has llamado a la puerta adecuada.
—Entonces, ¿existe? —Mi pregunta les pareció divertida y se rieron. El hampón
sentado a mi lado, dijo:
—¡Eso sí tiene gracia! ¡Un chico inteligente que quiere saber si Él existe!
Moví la silla para estar más cómodo y coloqué mi pierna izquierda sobre su
dedo gordo del pie.
—¡Lo siento! —dije, pero el tipo estaba que bramaba.
El Papa tomó la palabra:
—Por supuesto que Él existe, Lupowitz. Yo soy el único que se comunica con Él.
Sólo habla a través mío.
—¿Por qué usted, amigo?
—Porque yo soy quien lleva el traje rojo.
—¿Este atuendo?
—¡No toques con esos dedos sucios! Me levanto cada mañana, me pongo este
traje rojo y, de pronto, me convierto en un gran queso. Todo está en el traje.
Imagínate si anduviera por ahí en pantalones estrechos y en nike ¿qué sería de
la cristiandad?
—¡El opio del pueblo! ¡Ya me lo temía! ¡Dios no existe!
—No lo sé. Pero, ¿qué más da? Mientras haya dinero...
—¿No le preocupa que la tintorería no le devuelva a tiempo el traje rojo y
vuelva a ser como todos nosotros?
—Uso un servicio especial de veinticuatro horas. Vale la pena gastarse un poco
más y estar seguro.
—¿El nombre Claire Rosensweig le dice algo?
—Seguro. Está en el departamento de ciencias de Bryn Mawr.
—¿Ciencias, dice? Gracias.
33 y 1/tercio
—¿Por qué?
—Por la respuesta, Pontífice.
Me metí en un taxi y crucé volando el puente George Washington. En el
camino, me detuve en mi oficina para hacer unas verificaciones rápidas.
Durante el trayecto hacia el piso de Claire, aclaré el rompecabezas. Las piezas,
por primera vez, encajaban a la perfección. Cuando llegué a su casa, ella
llevaba su diáfana bata y parecía estar preocupada por algo.
—Dios ha muerto. La policía estuvo aquí. Te están buscando. Piensan que ha
sido un existencialista.
—No, querida, fuiste tú.
—¿Qué? No hagas bromas, Kaiser.
—Tú fuiste quien lo hizo.
—¿Qué estás diciendo?
—Tú, angelito. Ni Heather Butkiss ni Claire Rosensweig, sino la doctora Ellen
Shepherd.
—¿Cómo supiste mi nombre?
—Profesora de física en Bryn Mawr. La persona más joven que llegara a estar al
frente de un departamento en esa universidad. Durante la fiesta de fin de
curso, te liaste con un músico de jazz que se inyecta mucha filosofía. Está
casado, pero eso no te detuvo. Un par de noches revoleándote con él en el
heno y ya te pareció que era el gran amor. Pero no funcionó, porque alguien se
interpuso entre los dos: ¡Dios! Ves, muñeca, él creía, o quería creer, pero tú,
con esa hermosa cabecita científica, necesitabas la certeza absoluta.
—No, Kaiser, te lo juro.
—Entonces, simulas estudiar filosofía porque eso te da la posibilidad de eliminar
ciertos obstáculos. Te deshaces de Sócrates con cierta facilidad, pero aparece
Descartes y, entonces, te sirves de Spinoza para liquidar a Descartes, y, cuando
llega Kant, también tienes que eliminarlo.
—No sabes lo que dices.
—A Leibnitz lo hiciste picadillo, pero eso no fue suficiente, porque sabías que, si
alguien oía hablar a Pascal, estabas lista; entonces, también a él había que
sacártelo de encima, pero allí fue donde cometiste el error, porque confiaste en
Martin Buber. Te falló la suerte. Creía en Dios y, por tanto, tenías que librarte
del mismo Dios y, por si fuera poco, por tus propias manos.
—¡Kaiser, estás loco!
—No, nena. Te hiciste pasar por panteísta creyendo que eso te conduciría hasta
Él, si es que Él existía, y existía. Te llevó a la fiesta Shelby y, cuando Jason no
miraba, lo mataste.
—¿Quién diablos son Shelby y Jason?
—¿Qué importancia tiene? Ahora, de cualquier modo, la vida es absurda.
33 y 1/tercio
—Kaiser —dijo ella, presa de un súbito estremecimiento—, ¿me entregarás?
—¿Cómo no, muñeca? Cuando el Ser Supremo recibe una paliza como ésta,
alguien tiene que pagar los platos rotos.
—Oh, Kaiser, podemos escaparnos juntos, lejos de aquí. Sólo nosotros dos.
Podríamos olvidar la filosofía. Establecernos en algún lugar y, tal vez, más tarde
dedicarnos a la semántica.
—Lo lamento, nena. No hay trato.
Ya estaba bañada en lágrimas cuando empezó a bajarse la bata por los
hombros. Quedó de pronto desnuda ante mí como una Venus cuyo cuerpo
parecía decirme: «Tómame, soy tuya». Una Venus cuya mano derecha me
acariciaba el pelo mientras la izquierda empuñaba una 45 que apuntaba mi
espalda.
Le descargué en el cuerpo mi 38 antes de que pudiera apretar el gatillo; dejó
caer la pistola y se dobló con un gesto de total sorpresa.
—¿Cómo pudiste hacerlo, Kaiser?
Se debilitaba rápidamente, pero me las arreglé para contarle el resto de la
historia.
—La manifestación del universo, como una idea compleja en sí misma, en
oposición al hecho de ser interior o exterior a su propia Existencia, es inherente
a la Nada conceptual en relación con cualquier forma abstracta existente, por
existir, o habiendo existido en perpetuidad sin estar sujeto a las leyes de la
física, o al análisis de ideas relacionadas con la antimateria, o la carencia de Ser
objetivo o subjetivo, y todo lo demás.
Era un concepto sutil, pero espero que lo haya entendido antes de morir.




                                     replay
33 y 1/tercio

                         guillermo cabrera infante
                           (gibara, 1929 – londres, 2005).




                     ars poética, o el oro de la parodia
                                   (transcripción)


Esta charla debía llamarse «Parodio no por odio». Pero creí que si tenía un
título en latín ustedes pensarían que soy un hombre culto, cuando soy un
hombre oculto. Oculto detrás de mis gafas, oculto detrás de mi nombre, oculto
detrás de las palabras. Una de esas palabras es parodia. Todos la conocemos,
aunque nadie recuerda que está emparentada con paranoia —o manía
persecutoria. Afortunadamente parodia queda cerca de parótido que, como las
parótidas, tiene que ver con el oído, no con el odio. Parodia y paronomasia,
jugar con las palabras, son vocablos vecinos. Se puede hacer parodia sin
paronomasia, pero muchas veces la paronomasia es una parodia de una sola
palabra. ParonomAsia es una tierra donde abundan las parodias. De ese Oriente
vengo y voy.

Mamá yo quiero saber
de dónde son las parodias.
Yo las quiero, tú las odias.
¿De dónde serán?
¿Serán de La Habana?
Tierra vana, soberana.
Mamá, ¿por qué tú las odias?

Así paro días y paro noches. Éste es un introito. Ahora el exergo:

Hay gente que odia la parodia.
VLADIMIR NABOKOV

Y una opinión antagónica:

Nunca he hecho un secreto de mi enemiga por las parodias.
GOETHE

Una canción declara a la felicidad una quimera. La felicidad no es una quimera
sino otra invención griega: una parodia. En inglés felicity es felicidad de estilo, y
33 y 1/tercio
la parodia consiste en conseguir la felicidad por la infelicidad, mostrando que un
estilo o todos los estilos son como el hombre mismo: no importa lo felices que
hayan sido alguna vez, al final son siempre infelices. Estilo, destino. Styles
always become stale —y mueren todos en su propia parodia que es su salsa.
Pero, mientras dura, es bueno saber que felicidad viene de felix en latín.
Prefiero el félix de los ingenios a ese fénix que arde cada cien años de rabia
inútil que lo consume —para nacer de nuevo de sus cenizas frías. Esta hazaña,
Manuel, es tan dudosa como ver un habano consumido surgir del cenicero,
fénix consumado. Me pregunto, ¿un ave vestida de asbesto sería la felicidad
final del fénix? Nadie puede responderme, ni siquiera como a Narciso su Eco en
nombre de la rosa.
Para el fénix la felicidad entonces no es una quimera, monstruosa colega, sino
una quemada. Es por esa leve quemadura que dura, que comienza el fénix a
arder que da gusto. Al menos le da gusto al fénix, que arde de tarde en tarde.
La felicidad, más félix que fénix, es algo que vive para nacer pero todavía no ha
nacido. Nuestra felicidad viene de felicitas en latín. (Absent thee from felicity
awhile, le pide en inglés el moribundo danés a Horacio: To tell my story, y no
es la historia de la felicidad, pues Hamlet era un melancólico tenaz.) Felicitas,
decíamos antes de que Hamlet dictaminara The rest is silence, viene de
fecundus, y fecundo, Facundo, viene de feto. Para los latinos —se ruega no
confundir con los latinoamericanos— nacer era una felicidad. Esos romanos
escasos no conocían la superpoblación, mucho menos la explosión de la
población por la eliminación (favor de notar la brutal rima prima) de la
mortandad infantil, que a su vez ha obligado al control de la natalidad por la
vasectomía o unión de los vasos deferentes en versos diferentes. La felicidad
entre nosotros no viene de feto, sino de la ausencia del feto o de que la posible
portadora del feto no sea fecunda. La felicidad no es una niñera, es una
quimera. Quimera en la mitología era un monstruo primo del fénix que echaba
fuego por todos sus orificios: ése era su oficio. Pero los griegos jugaban con
fuego en sus mitos más íntimos y en sus guerra frígidas. Además de inventar el
fuego fatuo: fuego inútil, fuego fofo.
Ahora un poco de esa historia más antigua, mito mutuo. Prometeo, uno de los
titanes, era en su juventud poco más que un prestidigitador de sombrero de
copa y capa, cuando se le ocurrió inventar al hombre. ¡Presto! Y lo hizo, ya
sabemos que lo hizo. Pero lo hizo de la arcilla más barata. El hombre, como el
ladrillo, para cocer necesitaba el fuego, y Prometeo, ceramista, lo robó de la
fragua de Hefesto, nefasto a quien algunos íntimos llamaban Vulcano. Estos
sicofantes de Hefesto, en efecto, vivían y morían bajo Vulcano. Al conocer el
robo de la llama eterna, Vulcano eruptó en ira, expelió gases y vomitó lava.
Zeus, lava la lava, condenó a Prometeo a un martirio que duró duro mientras
duró: los dioses, como se sabe, no mueren, sólo se transforman. Pero no pudo
cumplir Prometeo lo prometido y no tuvo tiempo de crear a la mujer. Zeus,
celoso, se encargó de hacer a la mujer a su medida y la llamó Pandora y le
regaló para la boda una caja cofre. Dentro del estuche, aparentes bombones
pero en realidad una bomba, estaban todos los males del mundo —incluyendo,
por supuesto, el feminismo, que es como llamar al pan, vino. «Recuerda no
abrir la caja de Pandora, Pandorita», recomendó Zeus con un guiño, insinuando
33 y 1/tercio
que la caja tenía resonancias sexuales. Pero Pandora abrió su caja y —bueno—
aquí estamos: hijos de una caja y un ladrillo. Mientras tanto, Prometeo padecía
eterno. Pero el hombre vive demostrando que todo ardor perecerá. Eso se
llama divorcio.
Una de las consecuencias del «fuego prometeico», como lo llama Shakespeare,
fue el conmovido monólogo de Otelo, marido que, extrañamente, no quiere
matar a su mujer: Put out the light. Ese soliloquio ha causado parejas parodias
por amor y desdén de Desdémona. Otra consecuencia fue la invención del
fuego griego, arma terrible, tanto como el arma atómica ahora, inventada por
Arquímedes, el hombre que fue eureka. Era un arma tan temida que la
Convención de Ciudades Egregias prohibió su uso, a menos que se empleara en
contiendas convencionales.
Arquímedes, que había planeado un uso comercial para su fuego no fatuo (para
emplearlo, por ejemplo, en revivir al fénix), se sintió agredido en Agrigento.
¡Agria gente! Movido por la furia inventó la palanca y amenazó a su vez con
mover al mundo por diez días. Murió buscando apoyo.


(PAUSA)

Tal vez alguno entre ustedes habrá advertido que llevo unos diez minutos
haciendo parodia sin que se note, como el buen burgués de Molière que
hablaba en prosa y no lo sabía. «Pero cómo, ¿yo también hablo en prosa?» Sí
señor, sí, y ha hablado usted en prosa toda su vida. Pero, ¿y entonces la
parodia? Todos debíamos hacer parodia a sabiendas: parodiar por odiar,
parodiar para no odiar. Debíamos vivir en Parodia, estado de sitio incómodo
para los que hablan en prosa y no lo saben. Tampoco saben ellos que la
parodia es una forma de poesía en prosa, como ya demostró Aristófanes en
Grecia hace 2500 años con un par de parodias.
La parodia puede ser grosera o sutil, como la trompetilla que imita un viento o
como el aire de un gesto. En Sir Topaz, Chaucer parodia a Molière desde el
portal de la Edad Media, «Por Dios», dice su anfitrión airado, «su puerca rima
no vale un mojón duro... Escriba cosas en que haya alegría y no alergia». «Con
gusto», responde nuestro poeta medieval y moderno, «le voy a contar una
cosita que yo me sé en prosa». Para el gran Godofredo Chaucer, a quien no se
merece la poesía hay que darle prosa prúsica como un ácido. Pero la parodia,
gorda, puede llegar a la vulgaridad —que no está mal del todo: todo lo que es
popular es siempre vulgar. Hay una larga digresión en un libro que yo me sé en
que el narrador hace una defensa vehemente de la vulgaridad. Allí, pedante,
pudiente, ese álter ego altanero muestra que la raíz de vulgaridad es vulgus, y
vulgus en latín quiere decir el pueblo, de donde viene lo popular. Todo folklore
es vulgar. También lo es cualquier literatura popular. Los novelones de la
televisión son formas de una tragedia a la que el jabón ha lavado hasta dejarla
en sólo espuma. Los trapos de seda sucios se exhiben ahora en público por
muy privados que sean. La radio, creo, era más dada a la comedia y fue mi
primera escuela de parodias.
33 y 1/tercio
La parodia sutil corre siempre el riesgo de hacerse invisible, mera paráfrasis,
para confundirse con el objeto parodiado. Ésta era la ambición de Max
Beerbohm, escritor inglés, que al parodiar tanto y tan bien a Henry James,
consiguió que el meticuloso novelista americano que quería pasar por inglés, al
preguntarle un periodista por su estilo, no echó mano a su estilográfica sino
que respondió sin malicia en el país de la maravilla: «¡Pregúntele usted al joven
Beerbohm!», dijo James, «que parece saber más de mi estilo que yo mismo».
Esa declaración era un doble homenaje: un elogio al homenaje que Beerbohm
había hecho antes a James, y el homenaje de James al reconocer la parodia
como fuente de conocimiento del estilo. No es necesario, creo, que les enseñe
ahora muestras del estilo de James ni de la parodia de Beerbohm, porque no
he venido a hablar de ellos y su afán está en los libros: pertenece a la biblioteca
en arte y en parte. Pero quiero decirles que Henry James, al final, era una
parodia de Henry James al principio, mientras Beerbohm, camaleón literario,
seguía haciendo parodias a pares, a mares, adoptando el color local de cada
autor, cada vez más feliz, cada vez menos escritor: la parodia es el estilo
gráfico. James completó su propia parodia de americano que deseaba ser inglés
más que nada en la vida, y murió siendo un súbito súbdito de Su Majestad
Británica que hablaba con acento de Boston. Debo anunciarles que yo he
empezado por donde terminó James y soy súbdito de otra Majestad Británica,
Isabel II, que Dios y la penicilina guarden. Creo que es pertinente avisarles que
soy el único escritor inglés que escribe en cubano y el único escritor cubano
que escribe en inglés de Inglaterra. Pero la parodia da para más. Paridora. Para
reidora.
Hablando de improbables ingleses, quiero recordarles un dicho inglés que dice
que la familiaridad engendra siempre desprecio. Es por ello que tantos
proverbios, lemas, refranes, aforismos y frases hechas, además del ocasional
jingle oído por la radio, que la televisión hace odiovisual —y en esta palabra,
odio viene de detesto no de texto—, nos parecen insoportablemente familiares,
más odiosos que sosos. Alguien observó que el primer hombre que comparó a
la mujer con una rosa era un poeta, pero el segundo, que dijo que la mujer era
como una rosa, era un idiota detestable por detectable. Quiero añadir de mi
parte que el poeta que cogió a una mujer como una rosa debió sufrir las
espinas.
Hablando de poetas, mujeres y rosas, es evidente que de una manera o de otra
todos somos idiotas alguna vez en la vida. Creo que fue Andy Warhol, artista
pop, quien dijo que todos merecíamos ser idiotas al menos durante quince
minutos. ¿O dijo famosos en vez de fatuos? Siempre somos loros literarios,
dados a repetir la voz del amo de ocasión. Para evitar parecer ser siempre
idiota o loro está el oro de la parodia. (Por favor, que ningún bilingüe entre
ustedes acentúe el parecido entre parodia y parrot: pan y parodia para el loro.)
Por medio de la parodia se puede decir que la mujer es una rosa, dos mujeres
una risa y la tercera una rusa. (Según estadísticas hechas públicas por la Unión
Soviética, una de cada tres mujeres nacidas en Rusia es rusa, las otras dos son
rusos o al menos parecen rusos: he vivido en el monstruo y conozco esas
extrañas. Las mejores mujeres barbudas están en circos rusos: cuando una
rusa ve las barbas de su vecina arder, pone las suyas en asbesto.) La
33 y 1/tercio
familiaridad engendra ahora aprecio y es el contento de la parodia: no se puede
parodiar más que lo familiar. Sólo mi estancia en Siberia me permite decir que
a Iberia le faltará una ese pero la comida es la misma, a menos que se vuele
entre comisarios. Entonces, si uno ve las barbas del compañero de viaje
ardiendo, es por el vodka de los caribes, el Barbacardí, inventado por un
español. ¡Bah caribe!
Hablando de españoles con zetas que se beben, hay un refrán, odioso por
repetido, que declara con énfasis español que quien hace un cesto hace un
ciento. Yo he transformado esta nadería tejedora en algo más excitante y
peligroso: Quien hace incesto hace un ciento. Mi refrán es tal vez más caro que
el otro adagio de plagio, pero mi versión es por lo menos más temida. No hay
duda de que, entre hacer un cesto de paja o cometer incesto, cuál es la
actividad más aburrida. Instrucciones: Estire y doble la paja, insértela en la
ranura, vuelva a repetir el proceso. Ad nauseam. Mientras que el papa Borgia,
su hijo Cesare de daga y toga, y la nunca decepcionante Lucrecia, hija y
amante, que ya antes de Lucrecer cazaba incestos sin red, atrapándolos con las
enaguas, entre las aguas: esos tres Borgia y alguien más hubieran estado de
acuerdo conmigo. Aviso: se ruega echar los papeles al incesto.
De regreso a épocas más divertidas en que los italianos no descubrían América,
como Colón, para terminar siendo un distrito en Washington y un circo en
Nueva York y un país al sur del continente, mientras un segundo que llegó
tercero se quedaba con el resto. Fue ese Americano Vespucci que ahora rima
con Gucci. De vuelta a Roma, donde el papa era el padrino que escribía Maffia
con dos efes: figlio e figlia. En el Renacimiento, un cardenal no sólo era un
eclesiástico vistiendo ropas de color subido, sino un hombre, y era también el
nombre de un pecado de moda, como un perfume. Call me Cardinal Sin. Las
mujeres por sus partes eran como un escándalo carnal, llenas de cardenales
como iban. Arriba ellas descollaban descotadas y descocadas. Mientras tanto,
en la ciudad de los rascacielos, en Little Italy, los Borgias no rimaban todavía
con órgias.
Esta digresión puede parecerles a ustedes una agresión, pero está hecha con
amor eterno. No puede ser una violación porque es un palíndromo: amor a
Roma. Si no a Roma al menos a Lucrecia, que cantaba un madrigal (And the
Church belongs to Daddy), Little Lu, Lulu que se negaba a crecer: Petra Pun.
De ésa, de ella, yo habría sido padre y hermano cariñosos. Palimpsesto pal
incesto. O témpora, o amores. Teníamos entre nosotros a un papa Borges que
no pudo ser nunca un Borgia. Una falla técnica le impidió cometer incesto: no
tuvo hijas. Ni hijos. Sólo tuvo libros y aunque sabía llevárselos a la cama, nunca
pudo hacer otra cosa que leerlos en silencio —labios que no se mueven, dedos
que acarician las páginas: están en Braille y son pecado nuevo.
Pasemos de la mala lengua a la lengua que nunca pudo ser mala. Otro lugar
común oral. Algunos son capaces de decir, «Mi lengua es la más hermosa de
todas», sin referirse para nada al órgano que llevan oculto en la boca. Hablan
del idioma que exhiben cada vez que abren los labios. La idea de que una
lengua pueda ser la más bella es, si se mira de cerca la lengua, perfectamente
absurda. Es como acercarse a un muro y decirle: «Dime, muro, la verdad, ¿no
33 y 1/tercio
es mi lengua una beldad?», y el muro repetir como un eco de pared: Veldá. Es
casi peor que ese dicho enemigo de Chesterton, que dice, «Con mi patria,
cierta o errada». Añadió Chesterton, metafísico del humor: «Eso es como decir
con mi madre ebria o sobria». Ahora lo que quiere decir el hablante (o peor
aún, el escribiente: no tienen ustedes idea de cuántos escritores creen a ciegas,
y por supuesto a sordas, que el español es un idioma idóneo, cuando es sólo el
latín del pobre) es que esa voz ha estado en contacto íntimo con su lengua por
tanto tiempo que se le ha hecho familiar, y de ahí la ha convertido en bella. La
familiaridad atrae la belleza como la luz al insecto (el que alumbra a un insecto
deslumbra a un ciento), y en ese caso la belleza está sólo en la oreja del
oyente. Para mí la familiaridad trae siempre tedio, si no odio. De tanto oír una
lengua termina uno por estar hasta los ojos de esa rapsodia que odia. Ésta fue
la razón por la que Van Gogh, que no podía sacarse los ojos como Edipo, se
cercenó una oreja. Este holandés errático no sabía soportar la lengua viperina
de Gauguin, el francés, idioma dado a repetir cada declaración hasta el hastío.
De ahí que los franceses inventaran una palabra, ennui, que parece contener
todo el aburrimiento de París —es decir, del mundo.
Una frase española que ha prosperado en América en velorios, funerarias y
entierros (y no es Viva la muerte) y en otras acciones dolorosas, es dicha
siempre en voz baja, fenómeno curioso en una lengua, la española, que hay
que hablar alto para entenderse mejor, y demasiado alto para no entenderse
nunca. En español hay suspiros pero no hay susurros. Ese suspiro social en
momentos tristes es: «No somos nada». Que puede quedar convertido
enseguida en un ninguneo nada fúnebre: «No somos nadie». Hay variación que
apenas me atrevo a repetir aquí, donde los ángeles no se aventuran, pero
como un inadvertido me entrometo en lugar tan sagrado como una tumba. Esta
variante atroz la encontré en un inodoro y creo que debo ser excusado por
repetir lo que es literatura de letrina. Decía esta variación —parodia popular,
frase hecha física feliz por el folklore, ese ¡No somos nada!, metafísica que es
ahora mea tu física—, declaraba ese graffito gráfico: NO SOMOS NALGA. Éste
es el pueblo parodiando en público lo privado, enriqueciendo las eses y las
enes, mostrando que la mejor lengua es aquella que se saca en burla y se
muestra roja, móvil, viva.
He venido a hablarles esta noche no de mi lengua sino de mi estilo. Debo
decirles que no tengo ninguno. La frase «El estilo soy yo», dicha por Gustave
Flaubert, o «El estilo es el hombre», según Buffon, no tienen para mí ningún
sentido. Estilizar viene de demasiado estilo y de estilo viene estilete. El estilo no
soy yo, son los otros, que es el infierno literario. La noción de estilo ha
terminado hasta en Francia, tierra que, si no inventó el estilo, necesitaba
haberlo hecho, por la cantidad de eruditos del estilo que han nacido bajo los
tilos de París. ¿Puede un estilo nacer bajo un tilo? Estilo, además, rima con
sigilo y escribir es como un complot. Dijo Danton: De l'audace, encore de
l'audace, toujours de l'audace, que viene muy bien a esta charla considerada
como una asamblea. No falta más que la guiñotina.
La parodia es una forma del delirio de persecución: perseguir un modelo hasta
hacerlo delirar o tocar la lira. Si piensan que me repito es porque los respeto.
Es lo que consigue su sonrisa o su risa y hasta su carcajada. La parodia es
33 y 1/tercio
además parienta pobre de la paradoja, opinión que se hace notar por su
espíritu de contradicción. Es decir dicción contraria: donde dicen sí, yo digo no.
La parodia es el espejo aberrante del alma seria, del lector serio, del autor
serio: la importancia de ser serio es para darse importancia. Es sabido que los
espejos cómicos (si te reflejo te aberro) no se ven más que en las ferias, junto
a la muñeca gorda que ríe toda la noche o el portero flaco vestido de negro que
convoca o suplica: Pasen, señores, pasen y nos describe acto seguido los
monstruos de la diversión que son los sueños de la razón comercial.
Mi parodia continúa como empezó —no por odio, sin odio, nada de odio. Pero
la parodia no es amor, es humor. Sé que parodia y parásito se parecen y el
diccionario reconoce el parentesco. Si ustedes creen que he hecho crecer mi
prosa parásita pero alegre en vegetación más triste, piensen siempre que he
abonado una semilla para que produzca frutos, que he trepado a un árbol ajeno
para adornarlo, que, como la orquídea, supe ser flor desde una rama seca.
Estas casi cursis imágenes vegetales se me ocurren ahora porque es cierto que
la parodia se nutre de un alimento extraño, que a veces, como el maná, cae del
cielo. Hay ocasiones en que el maná es un misterio y el único alimento en el
desierto literario. Así lo declara una versión del son:

Maná, yo quiero saber
de dónde son las parodias.
Son de la lengua,
son de la burla
y encantan en vano.

Conrad decía que la literatura como arte debía tener su justificación en cada
línea. Creo, casi con Conrad, que toda escritura debe tener su justificación en
cada palabra. Para ello es necesario usar la palabra como si fuera una línea:
algo más que una palabra y más larga que una frase. Hasta un refrán latino
sirve para que el adagio sea siempre alegre: Nulla dies cine linea, donde cine
viene de cinema: Voy al cine. Como ven, para conseguir mi propósito uso la
paronomasia aliada a la parodia que no odia. La otra figura retórica, la
paronomasia, no más, tan griega y ajena, es lo que todo el mundo conoce hoy
día como pun, como el refrán al pun pun y al vino vino. Fue Lewis Carroll, en
sus libros de ALICIA, el primer escritor que dio al pun su carácter elegante,
usado en la gran literatura aunque con el pretexto de un cuento para niñas no
ñoñas. Respetabilidad a la que según los gramáticos sajones no podía aspirar el
reverendo por ser el pun (no las niñas) la forma más inferior del ingenio.
Carroll, con el sí de sus niñas, fue un precursor. El Reverendo Dogson, su alias
inter pares, ha llegado muy lejos viajando en su pun púber, niñas como ninfas,
meninas que son musas paradisíacas. La película Dreamchild lo exalta, lo
excita, y el periódico madrileño Diario 16 publica en sus clasificados privados,
para uso púbico, esta parodia pudenda de una pupila: Alicia, ojos verdes, rubia,
delicada, de 18 años, te invita al país de las maravillas. Este guiño perverso, de
ojo meneado, es un homenaje impúdico al pudoroso autor victoriano.
33 y 1/tercio
James Joyce hizo al pun inexpunnable al declararlo sagrado, hostia de letras.
Indicó, reivindicó, que la fundación del cristianismo se hizo en efecto sobre un
pun. Es aquel en que Cristo llama a Simón a su lado y ladeado le propone: «Tú
eres Pedro y sobre tu piedra edificaré mi iglesia». Para poder ver ese pun
funcionando a la perfección hay que oírlo en francés, idioma en que Pierre el
nombre y pierre, la piedra, comparten el mismo sonido. Joyce, irlandés exiliado,
podría haber separado a la Iglesia católica de la anglicana y hacer decir a Jesús
en español: «Sobre ti edificaré mi inglesia.» Esta última variante es a la vez pun
y parodia. Hablar del pun me llevaría a navegar por mares de locura verbal. Me
limitaré a la parodia, parda y pura:


En el monte seco y pardo
tiene el leopardo su abrigo.
Yo tengo más que el leopardo
porque tengo un buen abrigo
hecho de piel de leopardo.

Firmado: OJOS   PARDOS.



Para mí, como habrán visto (y oído), no hay más que escritura y parodia. No
otra cosa hace el lenguaje (el español es, por ejemplo, una parodia del latín)
que procede por la creación, la repetición y la destrucción para la creación. Voy
a demostrarlo aquí in situ, in vivo, in corpore. El latín, de Petronio a Rabelais,
es la lengua de la parodia, que se moviliza recorriéndolos desde modelos
griegos a obsesiones francesas: La Odisea, O diosa sea, el amor, la merde y lo
que los latinos llamaban cacata carta y, franceses in fraganti, la divine bouteille.
Como habrán visto, parodiar no es por odiar: Petronio era un cortesano que no
odió nunca a Nerón aunque lo condenara a muerte, y Rabelais amaba el vino,
las palabras y el papel higiénico, en ese desorden. En Gargantúa y Pantagruel
hay una lista larga de posibles rollos para evitar el mal olor. Vive la Fragance!

(PAUSA)

Quiero decirles cómo escribí algunas de mis parodias contándoles cómo concebí
una sola de ellas, la primera —que dio origen a las demás que aparecen en mi
libro Tres tristes tigres.

(HACER EL CUENTO DE LA CAVA EN LA EMBAJADA EN BRUSELAS)

Desde entonces he quedado marcado con una flor de lis en el hombro. Antes
era un periodista, ahora soy un parodista. Es, en definitiva, lo que un Ministro
de Cultura cubano llamó, en serio, los gases del oficio. Este ciudadano
inminente, al explicar la súbita desaparición del Máximo Líder ante la televisión,
33 y 1/tercio
declaró: «El Primer Ministro goza de un perfecto estado de salud. Solamente
padece un foco neumático en un pulmón.» Hijo más de Mrs. Malaprop que de
Marx, estuvo en este augusto recinto y al regresar a La Habana, después de
una estancia cultural en París y de cenar en el Elíseo con el anterior jefe del
Estado, confesó: «Y hasta estuve en la Soborna.» Ante estas parodias
máximas, ustedes pensarán que soy un escritor realista —y hasta realista
socialista. Pero tengo que confesar que estos borborigmos son los ruidos de las
tripas de las tropas.
En mis días de bachillerato, cuando aprendí que ir a clases era la peor manera
de educarse, que fueron los días de ocio que formaron mi humor, había una
canción, compuesta por un compositor extraordinario que adoptó el insólito
seudónimo de Ñico Saquito. Su canción, que era el hit del momento, se quejaba
melodiosa de otras canciones, también de moda, que hablaban con diversas
voces. Una decía que la luna tenía amores con un gitano, otra comentaba que
un negro llamado Facundo no trabajaba nunca, y finalmente un pasodoble
mexicano cantaba a un torero llamado Silverio que tenía un hermano muerto,
Carmelo, también torero, que solía verlo torear desde el cielo. Nuestro Ñico,
ángel vengador musical, concibió una letanía letal para acabar con estos ritmos
persistentes, insistente. Decía así su parodia no por odio:

Qué ganas tengo
de que la luna se case,
Facundo trabaje
y a Carmelo le tapen el hoyo
que tiene en el cielo
por donde mirar.

Ahora, casi cincuenta años después, participo de ese humor popular paródico,
periódico, de situaciones que pueden no ser ya tan populares. Mejor que yo lo
expresa ese Ñico en otra de sus canciones inmensamente célebres y al mismo
tiempo particularmente idiosincráticas, con un humor que no se ofrece, ay,
todos los días. Aquí parodia es lo contrario de parroquia: no hay arte más
universal. Cito un fragmento de María Cristina, la canción tal vez más conocida
del Señor Saquito:

   María Cristina me quiere gobernar
   y yo le sigo, le sigo la corriente,
   porque no quiero que diga la gente
   que María Cristina me quiere gobernar.


Olvídense, por favor, de la música —porque yo no puedo tararear una canción,
33 y 1/tercio
mucho menos cantarla. Pero oigan cómo la letra expone un tema de orden
ético y filosófico que ha tratado con profunda seriedad germánica alguien tan
versado en metafísicas como Guillermo Federico Hegel: el mismo Hegel
venerado por los hermanos Marx y Engels. Esta canción no es más que la
ilustración poética del tema del amo y del esclavo que Hegel llama dialéctica del
predominio.
Observen que María Cristina, que es, por supuesto, una mujer, colocada en su
eterna situación de dominada, quiere gobernar al narrador, marido o amante, y
convertirse en dominatrix. Mientras el interpelado, a su vez, cede a las
intentonas de dominio absoluto de su mujer, haciendo ver que cede a sus
demandas (le sigue la corriente), porque el autor de la canción o su personaje
cantante no quiere que la gente (es decir, sus amigos, otros hombres, el pueblo
de Cuba) hable de que María Cristina lo quiere controlar —cosa que es evidente
ya ha logrado ella. (Mis interpolaciones son debidas a las calificaciones.)
Esta canción inconsecuente y olvidable para muchos es para mí una obra
maestra de humor sutil —y por supuesto, popular. Universal también porque el
éxito cruzó los mares, viajó a otras tierras y volvió en las ondas cortas y largas
de la radio. Ya rendí homenaje a María Cristina en Tres triste tigres y en un
breve libro de ensayos titulado O —O por cero, pero también Oh por el
asombro. La traigo aquí ahora no sólo como una forma de tributo oral, sino
para que disfruten ustedes su humor bien pensado, bien realizado, y al mismo
tiempo sepan, si no lo han adivinado ya, que éste es uno de mis ideales de
escritura: quiero hacer música popular por otros medios. Si es cierto que todas
las artes aspiran a la condición de música, mi arte o mi parte en el arte, ha
aspirado siempre a la condición de música popular: con cierto concierto. Pero
como esta clase de música clásica quiere llamarse seria (imaginen, por favor, al
gran Satie serio y no satírico: el fue el autor que llamó a una de sus
composiciones Una pieza en forma de pera), he abandonado tientos y tanto
intento porque quiero serlo todo menos serio. Ser serio es ser grave y como
ustedes saben, grave, en inglés, es la tumba. Ya Shakespeare lo dijo en Romeo
y Julieta, entre versos y veras, cuando las palabras como con las espadas
(swords, words, swear words), defendiéndose de una con otras, siempre
jugando herido de muerte, tiene todavía una última paronomasia mercurial:

Ask for me tomorrow
And you shall find me
A grave man!

La parodia è finita
                                                          (Tomado de Letras Libres)

                                    replay
33 y 1/tercio




                           la histeria me disolverá
                 33 (coma) 3 preguntas a Michel Encinosa (Fú)


Aquí debieran ir unas palabras. Masturbación podría ser una de ellas. Hay
mucho de embarro en una entrevista masturbatoria. Es posible que Jorge
Enrique Lage haya tecleado las preguntas. El Chino Fú alega no ser responsable
de las respuestas: basta leer lo que sigue para detectar un influjo psicotrópico.
                                                                                JE


Michel, ¿cómo es el Barrio Chino de La Habana? ¿Cómo se escribe o
cómo no se puede escribir en un Barrio Chino?
33 y 1/tercio
Sábanas no muy blancas colgadas en los balcones. Perros insoportables a las
tres de la madrugada. La cola de la carnicería sentada en pleno en los bajos de
tu escalera. Paredes fermentadas. Los chinos… bueno, solo turistas de ojos
rasgados. A veces teñidos de rubio. O rojo. Creo que se escribe como en
cualquier otra parte: como mejor y buenamente se pueda. La vida es dura.

¿Cómo se iba a llamar la banda de rock que nunca formaste? ¿Cómo
sonaba?
Tuvo tantos nombres… El mejor creo que era algo así como Oscuras
Distracciones Bajo La Estrella del Autarca. Alguien me propuso El Micho y sus
Piojos del Vaivén. También quise ponerle Guerreros Legendarios en la Arcana
Torre del Mórbido Edén o Los Héroes Invictos de la Legión Celeste… Ninguno
pegó, al final. (Suspiro). Así que opté por Brute. Sigo creyendo que era una
buena opción. Y sonaba… no sé… muy épico, muy satánico, muy poético y muy
bestial. Mucha guitarra. Mucho bajo, también. Mucha batería, claro. Mucho
teclado, por supuesto. Y mucha, muchísima voz. Como que cantaba yo… Escribí
varias letras, que después convertí en cuentos y publiqué en mi primer libro. La
vida es dura.

¿Sigues creyendo que Dios es baterista de heavy metal?
Lo que realmente no me importa es si Él lo cree o no. Hubo una época en la
que Dios era solo otro mito para mí, junto a los Jackson Five y Mazinger Z. Si
de verdad existe, entonces tiene que ser un pésimo aporreador de cueros. Pero
es normal, les ocurre a todos los webmaster aficionados. Un socio mío era
webmaster y tenía un pececito, como el de la rubia karateka en Domino. Y el
pececito se le murió, igual que a la rubia karateka. Aunque a ella se le murieron
dos, ahora que me acuerdo. ¿Ves? Eso es lo que hace Dios. Matar pececitos.
Con un golpe de baqueta, PUM. Y todavía nos preguntamos por qué diantre
dicen que el heavy ha muerto. El heavy no ha muerto, nunca murió. Solo que si
Dios es el baterista, pues bien… Como que… En realidad no, nunca creí tal
cosa, vaya idea.

¿Qué opinas de las notas a pie de página?
Caracoles, jamás pensé que tendría que tener una opinión sobre eso. ¿Qué
opinas tú de los interruptores?

¿Qué estabas viendo la última vez que pensaste: it´s just a movie?
La batalla de Moscú.

¿A qué le tienes miedo?
Vivo en el constante terror de descubrir que le temo a algo que aún no he
descubierto.

¿Has soñado con cosas eléctricas?
Ejem… ¿Voltus V era eléctrico? No estoy seguro. En todo caso, he soñado
también con fallos de sistema de Windows XP, con teclados Yamaha y por
supuesto, con las legendarias cuerdas de acero; I love the sound of electric
guitars… Si por casualidad tu interés son los adminículos de placer a baterías
33 y 1/tercio
triple A, pues no… Prefiero el sexo al natural. ¿Has tú soñado con una
palangana llena de mentol? ¿O metil? ¿O leche caliente, recién ordeñada? ¿Has
tomado leche recién ordeñada? ¿Has soñado con palanganas?

¿Alguna vez te has salpicado de sangre?
Puedo hacer el amor con o sin menstruación. Pero nunca olvido envolver mi
almohadilla sanitaria en algo antes de botarla.

¿Alguna vez has visto a la mujer más hermosa del mundo?
(AY) Sí…

¿La luna es una cruel amante? ¿Tokio ya no nos quiere?
La última vez que salí de Ciudad Habana pasé mucho frío. No había suficiente
ron. Había poesía. Había ranas. Había poetas y narradores. Había putas y
maricones. Había enanos y… enanos. No había luna. Y no, esto no ocurrió en
Tokio. Tokio nunca nos quiso. Tokio jamás se enteró de que estábamos aquí,
añorantes, apasionados, adolescentes púberes al umbral del misterio supremo…
Si alguna vez nos follamos una vaca, Tokio nunca lo supo. Tokio es un cruel
amante, y la luna es una… mira, déjame no decir lo que pienso de la luna.

¿Qué grafitti pondrías en el metro de Nueva York?
VIVA LA EMULACIÓN.

¿Quién es el Enemigo?
 CENSURADO

¿De qué color es tu cepillo de dientes?
¿Y tú crees que voy a levantarme de esta silla solamente para ir a averiguarte
de qué color es mi cepillo de dientes?

¿A quién le pedirías un autógrafo?
Al primer famoso que me encuentre y que se esté muriendo. Hay que pensar
en el mañana. En cuanto a los ya muertos, si los veo alguna vez, dondequiera
que sea, prefiero sentarme con ellos a encender una pipa y comentar sobre lo
bien (¿?) que terminó todo.

¿A quién no querrías conocer nunca?

Pon el nombre de quien peor te caiga en este continuum espacio temporal en la
línea de arriba, y dalo por mi respuesta. Esto se llama compañerismo,
fraternidad, igualdad, de derechos, humanos, y animales, y botánicos, y hasta
del plancton, vaya, que no me acuerdo si es animal o vegetal, pero que se lo
comen las ballenas, tú sabes, se meten un buche de agua salada cochina y
puerca y petrolera esa del océano y la filtran a chorros por entre las varillas.
¿Has tenido sexo oral con una ballena?
Lo de las varillas esas que mencioné tiene su talla, tú.
Te vas a acordar de mí.
33 y 1/tercio
¿Qué es lo mejor de no tener televisión por cable?
La cantidad de gente que conoces intercambiando .avi y .mpeg y .dat. Sobre
todo, las chicas. El thriller de tener una serie hasta el episodio catorce y no
saber si te van a caer algún día los restantes. O ver la estación tres antes que
la uno y la dos. Además, la inmensa ventaja de ahorrar tubo de pantalla y
corriente.

¿Dan mala suerte las niñas de 13 años?
Según. Si las usas como personajes, todo puede ir bien, si mantienes el sentido
común. En cambio, el mundo se te puede caer encima si son ellas las que te
usan como personajes.

¿Cómo se encienden los vibropuñales?
Nada más sencillo… Basta con apretar el… (¿cómo era?) Sí, viejo, colocarle la…
(¿Era así?) Bueno, mira, tú lo coges y lo abres… (¿se abrían?) Okay, no lo
abres… (¿o sí?) Nada, nada, fíjate, con el pulgar… (el pulgar… ¿de verdad?)
ARGH!!! La verdad es que nunca había pensado en eso, tú, so jerbo. ¿Que no
se te ocurre nada mejor que abochornarme en público?

¿Con qué te drogas habitualmente?
Gameboy, .mp3, chocolate, google, papitas fritas, Etecsa, John Grisham,
Blizzard North, nicotina, Naruto - Bleach - Full Metal Alchemist - D. Gray Man -
Ranma ½, pantallazos azules, Will Cuppy, Les Luthiers, Yu-Gi-Oh, Mena
Suvari… Ah, y barras de maní molido de 10 pesos.

¿Estás de acuerdo con Chris Carter: The truth is out there?
En animosa batalla contra los engendros termonucleares, las mutaciones
apócrifas de la historia y el papel sanitario con olor a manzana, me abalanzo
sobre el recinto clausurado de mis tedios y te respondo que… Chico, ¿realmente
existe un out there?

¿Cuál es la diferencia entre un gato común y un gato samurai?
Veamos. Los gatos comunes no hablan, no hacen chistes pujones, no pelean
contra pájaros malos con katanas, no vuelan en Catatónicos Supremos, no
reparten pizza a domicilio… Aunque sí suelen caer peor que una bola de pelos
en la garganta.

¿Ya están escritos los mejores diálogos?
Sí, ya los escribí.

¿A qué personaje(s) de ficción te gustaría parecerte?
Creo que a esos heroicos, trágicos, desdichados que terminan su historia
sentados en un cuarto vacío, y soñando con salir a cazar dragones que no
existen con las guitarras eléctricas que no tienen, para salvar un mundo que no
tiene importancia alguna.

¿Cómo es el sexo con las musas? ¿Y con las mutantes?
33 y 1/tercio
Con las musas es decepcionante. Cualquier relación que no trasciende lo
platónico es decepcionante. Las musas no tienen vagina. Tampoco tienen carro.
L.q.q.d.
Las mutantes son mejores. Tienen más de una vagina. Tienen tentáculos,
aguijones, exoesqueleto. La crema, tío. Si llegas a ver algún día en plena acción
a dos o más mutantes lesbianas, comprenderás. Ah, sí, comprenderás…
Ah…

¿Te gustaría ser un jerbo?
Documéntame sobre el perfil político-ideológico de los jerbos, y te daré una
respuesta fiable. De momento, no. Hay que jugar al seguro.

¿Qué estás leyendo ahora?
Orlán Twentyfive, de Juan Abreu. El Tribuna de la Habana. Esta sarta de
perturbadoras preguntas tuyas.

¿Por qué recomendarías que te leyeran?
No lo recomiendo. Lo EXIJO. Sobre todo los que tienen que publicarme.
Después de publicado, pues… en fin, si alguien quiere…
(COMERCIAL) Yo hablo de la transgresión intertextual, hablo de la glorificación
de la cultura basura, hablo de sueños, de pesadillas, de traumas, de la guerra y
de la paz, de los gays y los judíos, de los paramilitares y los paralíticos, mis
libros hablan de todo eso. Al final todo libro es el hijo bastardo de algún otro
libro. Puedo escribir sobrio, puedo escribir borracho, puedo escribir alucinado y
dormido, puedo escribir inocente y culpable, puedo escribir como sea, y a
veces, en mis mejores días, pienso que puedo escribir. La crítica me hará
pedazos, y por eso no creo en la crítica. Todas las mujeres son mis novias. La
inspiración nace de mi pene. Mi pene mide cuarenta pulgadas. Quién carajo es
Harold Bloom. La literatura no existe y, por tanto, no lleva a ninguna parte.
La realidad ya no es lo que solía ser. La cultura es un subproducto
subvencionado y subvertido. Los géneros desaparecen. Ficción, realismo social,
fantasía, horror, fábula, testimonio, ciencia ficción, todo es lo mismo. Hombres
y mujeres, todo es lo mismo. Todos tenemos penes y vaginas. Todos somos
subvencionados y subvertidos. Todos somos violados. Todos vivimos una
realidad que no existe.
Yo, por otro lado, soy un tipo maduro e inteligente. Por eso mi obra hace todo
lo posible por resultar inmadura y estúpida. Es el único modo de tener público.
No creo en la estética y me cago olímpicamente en la moral. La mayoría de mis
amigos de la secundaria ya están divorciados y con hijos. Odio el trabajo y no
vivo para trabajar, sino que sufridamente trabajo para vivir. Soy un
superviviente y un sobreviviente. Mi pene, erecto, llega a medir sesenta
pulgadas. Ya no soy joven y, por tanto, me niego a pasar cursos de albañil
emergente. Mi dignidad la llevo bien guardada en el calzoncillo, que es donde
debe estar. Me encantan las lesbianas y todas mis novias lo han sido. Todas las
mujeres son lesbianas. Recelo de los maricones, y todos mis amigos lo son.
Todos los hombres somos maricones. Vivo en un país libre, y por eso no tengo
que estar luchando cada día por la libertad. La literatura es una soberana
33 y 1/tercio
mierda, y por eso hago lo que me da la gana con ella. La literatura es una
lesbiana, y a mí me encantan las lesbianas.
La gestalt ce moi. (FIN DEL COMERCIAL)

¿Crees que los japoneses se están extinguiendo?
Me pregunto qué se preguntarán los putos japoneses sobre nosotros.

Si hubiera que reinventar Cuba, ¿dónde quedarías tú?
En el Tibet. O el Vaticano. O en Marte o Saturno. En la luna no… Creo que ya te
dije lo que pienso de la luna.

¿Qué te parece 33 y 1/3? ¿Alguna sugerencia?
Le falta el ISBM(ierda). Por lo demás, muy bonito, sí, muy bonito. Se agradece
la iniciativa, sí, pero… No olviden, cabrones, dedicarle alguna página a…

Por último, Michel: ¿algún motivo para seguir escribiendo?
Bueno, sí… (PAUSA COMERCIAL)
Tenemos coño que escribir porque si no escribimos coño no escribimos nada.
(Un momento)
Tenemos (coma) coño (coma) que escribir (coma) porque si no escribimos
(coma) coño (coma) no escribimos nada.
(Ahora sí (coma) coño.)
(Y seguimos el COMERCIAL…)
El que no escribe, no come. Y el que escribe, no come tanto como el que no
escribe. Pero esta es la vida que nos ha tocado vivir. Una vida dura2. Una vida
sin cama de rosas, sin crucero de ocio, sin cascos para motoristas. La vida, cual
vasto cristal azogado, túrbida recurrencia de arcanos carruseles, distante
turbamulta en la penumbra oscura y sombría del día del radiante mañana
luminoso de la aurora de la Humanidad de las personas… Por eso (coma) coño
(coma) hay que escribir (punto) Para hablar de todas estas cosas, porque hay
que hablar de estas cosas, y nunca callar estas cosas que no deben ser
calladas. Masturbadme, no importa, la histeria me disolverá.
(FIN DEL COMERCIAL)

P.D.:
¡Ah, porque al final no te dicho aun lo que pienso de la luna…!
Pues te jodes, porque tú tampoco me has dicho lo que opinas de los
interruptores.

Y te saco la lengua.
Cambio y fuera.
GAME OVER
Se acabó.
Koniec.
Made in gao.
Abur.
Dasvidania.
Sayonara.
33 y 1/tercio
¡HENTAI!... qué digo… ¡BANZAI!
Y chao.
Hasta la próxima.
Si es que hay próxima.
Si es que hay luna.
Si es que hay algo.
Algo que escribir, claro.
Porque hay que escribir (coma) coño.
Apaga, que pusieron el patrón de pruebas.
Ahorra corriente.
Mira que subió la cuenta.
Voy a bañarme.
Y después al cine.
No… no voy a ver La batalla de Moscú.
¿A ti te gustó La batalla de Moscú?
Chico, no sé, la verdad.
Muchos tanques.
Eso sí (coma) coño. Muchísimos tanques.
Ah, la infraestructura industrial socialista.
No falla.
Muchos tanques.
Y en Afganistán también.
¿Quién lo hubiera dicho?
Coño.
Y ya ves cómo estamos.
Conozco a pila de gente con cáncer de piel.
¿La capa de ozono esa no fue la que Walter Raleigh puso a los pies de la Reina
Isabel?
¿Ah, no?
Coño.
Yo hubiera jurado.
¿Juras decir la verdad?
¿De verdaaaaad?
Tú eres un tipo listo.
Igual que yo.
Vaya (coma) que me cae bien la revistica.
¿Cuánto pagan, por cierto? Sí, viejo, por las colaboraciones y…
¡EEEEEHHHHH!
¡Ah, pues te vas pa´l carajo!
Coño.


                                   replay
33 y 1/tercio

                              michel encinosa fú
                              (la habana 1974 – tokio ¿?)




                           buenas noches, claudia

Un asesino profesional siempre será un ladrón, cuando menos, competente. La
relación inversa, por algún raro motivo, tiende a fracasar.
Por eso, mientras Claudia se desangraba en el piso, yo solo pensaba en
ayudarla.
Los profesionales del hurto solemos eludir muchos errores, excepto uno, el
fundamental; nunca robes a alguien conocido. Y entre los conocidos, evita
sobre todo a tus padres, tus amigos, y a esa persona especial que parece tener
todo lo que tú deseas, incluyéndose a sí misma en el lote.
—Aguanta, Claudia, por favor —le rogaba yo, sin dejar frotarme la boca, las
cejas, las sienes, la frente, la nariz, en esa pantomima tan frecuente del
desespero.
Ella asentía, desde el piso, apretándose la barriga con ambas manos.
—Aguanta ahí, regreso enseguida, te juro que regreso —y yo salía corriendo
para la calle, sin pensar siquiera en que necesitaba tiempo para pensar,
inventar una fábula, ponerme de acuerdo con ella, porque eso sí, seguro, nos
pondríamos de acuerdo, ella no me iba a delatar, ella iba a entender, ella
siempre entendía.
La calle era un túnel con dos finales oscuros. Elegí el de la derecha. El opuesto
al que yo había usado para venir. Puro instinto, supongo.
Todo había salido tan bien.
La copia de su llave. Las pistas falsas en la ventana de la cocina, incluso en el
césped del patio. El recorrido planificado, contando los segundos en silencio.
Sala, cuarto de sus padres, cuarto del hermano. El botín colocado por severo
orden en la mochila. DVD, dinero, incunables del 1700. Ni un gesto de más. La
avaricia es una trampa.
Y entonces, al doblar la esquina del pasillo, la puerta del baño, de golpe la luz,
ella sin un grito, valiente, siempre valiente, mi Claudia, con el cuchillo derecho a
mi barriga, triunfante, mis manos nerviosas, los reflejos inevitables, el cuchillo
en su barriga, y la sangre, toda esa sangre en la oscuridad, después fluyendo
hacia la línea de luz de la puerta del baño, como si se hubiera roto un pomo de
jarabe.
«Apriétate ahí», le dije un minuto después, y le cogí las manos y le enseñé
cómo.
33 y 1/tercio
«Enano… Eres tú.»
«Sí, espérate, déjame pensar… ¿Te duele?»
Me quedé sin respuesta. Pensé con esperanza y susto que estaba desmayada,
pero no. Con los ojos entreabiertos, solo respiraba, respiraba de a poquito,
rapidito, y después apretaba los ojos y empezaba a lloriquear con unos
soniditos…
Ahora iba por la calle mirando las ventanas y las puertas. Si no fuera por esas
cercas de alambre tan altas, esos candados, esos perros en lo oscuro. Pensé en
tirar piedras contra las ventanas. No había piedras. Tirar latas, entonces. No
había latas. Era el residencial más limpio de la ciudad. Modelo de urbanidad,
ejemplo de civismo.
Sacudí algunas rejas. Manipulé algunos cerrojos, metiendo los dedos,
rasgándome la piel de las muñecas. Inútil. Llamé; “Oigan, por favor, hola,
buenas noches, oigan, oigan oigan, por favor”. Todo siguió apagado. Solo
salieron algunos perros, a tirarse iracundos y suicidas contra su lado de las
cercas, y otros a olerme de lejos, con el rabo entre las patas.
 A las cinco cuadras desistí y regresé corriendo. ¿Cuán difícil podían ser unos
primeros auxilios?
Ella me miró desde el piso. Una cara negra, con dos puntos de luz.
—No me sale nadie, en ninguna casa… —le expliqué—. ¿Es muy hondo?
—El teléfono, comemierda —me respondió.
Solo para complacerla, fui a la sala, marqué números:
—No hay línea.
Yo mismo la había cortado. No era necesario, pero, la tradición, la buena
escuela.
—Enciende la luz.
Obedecí. Quedé medio ciego unos momentos. Tanto cristal, tanto plástico
plateado, tanta pared blanca.
Tanta sangre brillante.
Ella también la vio:
—No, Enano, apágala.
Obedecí.
—¿Qué vas a hacer? —exigió.
—Déjame ver. ¿Puedes moverte un poco para allá? —indiqué el trapecio
iluminado del piso, frente a la puerta del baño.
Era solo un metro. Ella asintió. Me agaché para ayudarla, metiendo las manos
por debajo de su muslo.
Ella lo intentaba empujando con la espalda. Hacerlo con las piernas,
obviamente, era doloroso. Yo agachado no tenía buen apoyo. Me arrodillé.
33 y 1/tercio
Pareció funcionar, al principio. Después empecé a resbalar en la sangre. Ella
soltó un gritico. Yo me caí sobre su regazo. Ella se olvidó del dolor y empezó a
patalear y a darme piñazos. Yo consideré que era suficiente, ya podía ver
mejor.
—Estate quieta, Claudia, por favor, déjame ver.
Le aparté las manos, levanté el pulóver. Un corte limpio, en L, al sur del
ombligo, tirando a la izquierda.
—Aguanta ahí otra vez, un momento.
Saqué una toalla del baño y se la apliqué. Después, a falta de algo mejor, traje
una sábana y la enticé, apretando bien. Incluso hice un torniquete con una
flauta. Su flauta. Me pareció lo más adecuado. Me estaba convirtiendo en un
experto.
—¿Quieres algo?
—Que acabes de traer una ambulancia, coño, Enano, coño.
Me alcé, dispuesto a salir corriendo otra vez.
—No, espérate, tráeme un poco de agua.
Juzgué que la fría no era conveniente, así que cogí de la pila. Le llevé el vaso.
—Fría, coño, Enano, agua fría.
Le traje de la fría.
—¡Me duele!
Tiró el vaso contra la pared.
—Creo que se me está saliendo por el hueco. El agua fría. Mira a ver.
Puse la mano. Parecía que sí. No lo sabía de fijo. El estómago no queda tan
abajo. No recordaba en qué ángulo había entrado el cuchillo. Tampoco tenía
forma de averiguarlo, como no fuera metiendo los dedos.
No creí que ella me fuera a dejar.
—Dale, coño, Enano, no te quedes ahí, trae a alguien, a cualquiera.
Salí otra vez a la calle, en dirección opuesta, a la avenida.
¿Por qué lo había hecho? Porque es lo que hago. ¿Por qué a ella?
No. No a ella. A sus padres, a su hermano. Tenían de todo y de sobra.
De todos modos, ¿por qué en su casa? Ella era mi persona especial. Eso tenía
que significar algo. Cuando menos un “eso no está bien”.
Pero ella me llamaba Enano.
Cuando una mujer te llama por tu apodo, en vez de por tu nombre, puedes
olvidarte de cualquier oportunidad. Si te llama por tu nombre, cuando todos los
demás te sacan el apodo, eso significa algo. Si no es así, pues a silbar a la vía.
A lo mejor fue por eso.
33 y 1/tercio
La avenida. Un túnel iluminado hasta ambos confines del mundo. Autos
escasos, veloces, muy veloces. Traté de detener algunos, pero terminé lleno de
polvo y hierba. Me tiraba hacia un lado en el último segundo antes de
convertirme en plasta.
—¡Oye, man!
Un bicitaxi. Ilegal, en la avenida.
Corrí hasta él. Tan pronto me vio lleno de sangre, el tipo le metió a sus pedales
y se perdió por una esquina.
Derrotado en mi segundo round, regresé.
—No puedo parar nada en la avenida. Tú sabes, Claudia, si yo fuera una
muchacha como tú, en minifalda, a lo mejor…
Mi chiste no fue bien recibido:
—Mira que eres comemierda, Enano, coño… A tres cuadras por la avenida hay
una embajada… No sé de dónde, pero es una embajada. Tiene que haber un
custodio, con un teléfono, un radio, yo qué sé…
—Enseguida —me sentía el non plus ultra de la eficiencia.
—Espérate. Ven acá.
Me incliné sobre ella. Cogió mi camisa y tiró hacia abajo. Casi me derriba:
—Ahorita me dio un mareo… Y me empezó a doler… ¿Me voy a morir, Enano?
—No, carajo, no te vas a morir —la miré como si fuera estúpida. Yo aún no
había pensado en eso, y empecé a preocuparme.
Mucho.
—¿Quieres más agua?
—No, más agua no. Pero tráeme un libro. Así se me pasa todo más rápido…
Fui a su cuarto y le traje Drácula.
—No, ese no. Otro, el que está junto al mouse.
Purificaciones, de Empédocles.
—Bueno, dale, Enano, dale.
Ya en la esquina di media vuelta, volví a toda carrera y pregunté desde la
puerta:
—¿Tres cuadras para la izquierda o para la derecha?
—Avenida arriba, coño.
Obviamente, su arriba no era mi arriba. Tres cuadras en la dirección errónea,
seis cuadras en la correcta. El custodio tan pronto me vio se llevó la mano al
arma:
—Hey, párese ahí, coja por la otra acera, por favor.
—Mire, tengo una muchacha herida, me hace falta…
33 y 1/tercio
—Llame a la policía, o al hospital.
—El problema es que no puedo…
—Hey, no me busque líos, mire que esto no es de juguete —sacó el arma a
medias.
Era un hombre mayor, con unos espejuelos así de gordos. Sus ojos parecían los
de un marciano. Tenía una panza que ni Oliver Hardy, y las piernas gambadas.
—Mire, si usted pudiera coger ése teléfono… —señalé al que tenía en la garita.
—Siga, circule… O no, párese ahí, que ya resolví su problema.
Por la avenida se acercaba un patrullero. El custodio le hizo señas con una
linterna. Yo casi lo abrazo. El auto frenó, los policías se bajaron. Casi los
abrazo. Lo primero que hicieron fue tirarme contra el asfalto y esposarme.
—Miren… Una muchacha herida… Con un cuchillo… A unas cuadras de aquí…
—No le hagan caso, es un bandolero —les explicaba el custodio, y ellos,
conduciéndome al auto, asentían como bien entendidos.
Ni siquiera me bajaron la cabeza para meterme dentro. Tumbado en el asiento
de atrás, con la nariz partida, les seguí diciendo, pero ellos respondieron con
notoria suficiencia:
—Está bien, vamos a ver. Y estate quieto.
Una cuadra, dos cuadras…
—Doblen por aquí para abajo.
El auto inició el giro, pero no lo terminó. Aceleró de nuevo y frenó de golpe.
Ellos salieron de estampida.
Asomé la cabeza por la ventanilla.
Por el medio de la avenida corría un tipo, sacudiendo una mochila. Tras él iban
dos mujeres muy pálidas y rubias, en shorts caqui y camisetitas, gritando en un
idioma desconocido.
Los policías le salieron al paso al tipo, lo derribaron, le incautaron la mochila.
Las dos mujeres se les acercaron, ya sin resuello. Vinieron todos para la
patrulla. Subieron.
Quedé comprimido contra la puerta. Me aplastaba una de las mujeres, de buen
cuerpo, pero muy grande, con un escote coloradísimo. Ni siquiera me miró. El
tipo iba entre las dos, esposado. Me miró como a un primo muy querido. La
patrulla salió quemando gomas, ignorando mis protestas:
—¡Que era por aquella esquina, coño, por aquella esquina!
—Después, esto tiene que ser primero —aclaró el copiloto—. Ya hicimos la
noche.
Tres segundos después, las mujeres empezaron a hablar en su jerigonza
semivikinga o cuasieslava. Tres segundos después, empezaron a insultar al
tipo. Tres segundos después, una le espantó un piñazo. La otra la secundó. El
tipo respondió tirando el cuerpo sobre una y sonándole patadas a la otra. La
33 y 1/tercio
que me aplastaba, supongo que sin intención, me hundió un codo en el cuello.
Luego, en la oreja. El auto zigzagueó, se detuvo, los policías se bajaron y
sacaron los palos. Una patada empujó a la mujer que me aplastaba, y por eso
caí contra las caderas del policía que abrió por mi lado. Rodamos por el asfalto.
El tipo, ni corto ni perezoso, mordía a la otra en las tetas. Unos palos se alzaron
y otros bajaron. Algunos sobre el tipo, otros sobre las tipas, y otros sobre mí.
Quise llorar.
Una de las mujeres, hecha un manojo de gritos, se le prendió a la cintura a un
policía y le sacó la pistola. Un Ford Sierra pasó junto a nosotros, como un
relámpago rojo.
 PAM PAM PAM PAM PAM PAM… El tipo quedó de rodillas frente a la puerta del
auto, con la frente apoyada en el asiento. El policía que me pacificaba saltó
hacia atrás, empujado por otra bala. El otro se mandó a correr, y le tocaron dos
tiros. La otra mujer se acercó a su amiga para tranquilizarla, y recibió la suya
en la cabeza.
Ella no me podía ver, de momento, porque yo estaba en el suelo, al otro lado
del auto. Le saqué las llaves a mi policía, y en cuanto vi aquellos pies en Adidas
empezar a contonear el vehículo, salí a todo tren.
De todos modos, no escuché más disparos. Cargador agotado, tal vez. Muy
posible.
Traté de abrir las esposas mientras corría. Era inútil. Tuve que detenerme bajo
un farol. Un Willys pasó lleno de Hip Hop y chicas encueras. Me silbaron.
Arrojaron una lata de cerveza, que cogí al vuelo. Estaba mediada, y fría. La
bajé hasta el fondo con un buche.
Claudia parecía dormida, pero no.
—¿Ya vienen?
—Sí, ya vienen —le respondí. No tenía valor para desmentirla. Y de todos
modos, era cierto. En algún momento, por fuerza, vendría alguien.
—Ven, Enano, siéntate aquí.
Ya no le quedaba mucho volumen. Daba la impresión de oírse en mono, en vez
de estéreo. También podía ser el codazo en mi oreja.
Chapoteé con mis nalgas en su sangre, hasta quedar más o menos cómodo.
Quise sugerirle que se recostase a mí, pero no lo juzgué conveniente. Podría
aumentar la hemorragia.
—¿Me habrá jodido un ovario? —se preocupaba ella—. Yo quiero tener hijos,
Enano. Tres niños. Un varón, una hembra, y otro varón… Me duele, Enano.
—¿Tienes pastillas?
—¿Qué clase de pastillas?
—De las que son para el dolor.
—Sí, mira a ver en el baño.
33 y 1/tercio
Fui a ver. Le traje pastillas. Yo también tomé. Las bajamos con TuKola. Fría.
Apenas lo sintió. Apenas parecía sentir nada.
—¿Qué hora es, Enano?
—Ahorita amanece —mentí, y saqué los cigarros.
—Creí que lo estabas dejando. Que estabas fumando a partir de las cuatro de
la tarde y hasta las ocho de la noche.
Yo lo pensé un poco y respondí:
—Ahora son las siete de la noche en Buenos Aires.
Encendí el cigarro.
Ella tenía el ceño fruncido, como calculando. Desistió al fin, y prestó atención a
su barriga. Se palpó con timidez el entizado de sábana:
—Esto me aguanta la sangre, ¿verdad?
—Claro que la aguanta —solté un chorro de humo.
—Tengo hambre… Quiero decir, creo que tengo hambre.
—Mejor no comas nada.
—No es eso. No tengo ganas de comer nada. Pero creo que tengo hambre.
No se lo discutí. Me sentí magnánimo.
—Se demoran.
—Siempre se demoran —expliqué—. Si quieres salgo a la calle por si los veo
pasar.
—No. Quédate. Conmigo.
Unas horas antes aquellas palabras habrían sido maravillosas. La imaginé en su
cuarto, en su cama. Me imaginé en su cuarto, en su cama. Lo imaginé todo,
absolutamente todo.
Debí imaginar un buen rato, porque cuando el cabito me quemó los dedos, ella
parecía dormida. Esta vez, de verdad.
La sangre ya mojaba mi mochila, tirada en medio del pasillo. La casa tendría
algún desnivel. Me levanté, puse mi mochila en el sofá de la sala, y encendí el
televisor. Estática. Lo apagué. Encontré una discman, sobre la mesa. Me puse
los audífonos. PLAY. EL soundtrack de Farinelli. Se al Labbro Mio non Credi.
Nunca me gustó. Saqué el CD, y metí la discman en la mochila.
Fui hasta ella y la miré de cerca, impunemente. Podría darle un beso. La sangre
en su short empezaba a secarse. El libro estaba en el piso. Se me antojó
aburrido. Lo hojeé un poco. Era aburrido.
Si regresaba hasta el patrullero, cogía la otra pistola, y empezaba a disparar al
aire, alguien me haría caso. Podría detener un vehículo a tiros… Demasiadas
películas.
Ella dijo algo. Me le pegué un poco más:
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2
33yuntercio2

Contenu connexe

Tendances

0. diagnostico(corector)
0. diagnostico(corector)0. diagnostico(corector)
0. diagnostico(corector)Fabian Nouveau
 
Sorrentino para diletantes
Sorrentino para diletantesSorrentino para diletantes
Sorrentino para diletantesAtomSamit
 
EXAMEN DE ADMISION CULTURA 2009 I
EXAMEN DE ADMISION CULTURA 2009 IEXAMEN DE ADMISION CULTURA 2009 I
EXAMEN DE ADMISION CULTURA 2009 IDANTX
 
Power point poema andrea
Power point poema andreaPower point poema andrea
Power point poema andreaDavid Espinosa
 
Actividad reseña de werther. jannia
Actividad reseña de werther. janniaActividad reseña de werther. jannia
Actividad reseña de werther. janniarammstein2
 
Foro m3 inferencia y paratexto
Foro m3 inferencia y paratextoForo m3 inferencia y paratexto
Foro m3 inferencia y paratextoFlorenciaLynch4
 
Romeo y julieta. lucia mirza jose mateo
Romeo y julieta. lucia mirza jose mateoRomeo y julieta. lucia mirza jose mateo
Romeo y julieta. lucia mirza jose mateoAntoni Fer Jim
 
Presentación cine
Presentación cinePresentación cine
Presentación cineNachoCorreaM
 
LECTURA: "MONÓLOGO DEL PERRO"
LECTURA: "MONÓLOGO DEL PERRO"LECTURA: "MONÓLOGO DEL PERRO"
LECTURA: "MONÓLOGO DEL PERRO"jmanuelcl7
 
Guía de estudio nº 1 para tercero medio
Guía de estudio nº 1 para tercero medioGuía de estudio nº 1 para tercero medio
Guía de estudio nº 1 para tercero medioLester Aliaga Castillo
 
Y conjuncion copulativa hernan17 febrero 2008
Y conjuncion copulativa   hernan17 febrero 2008Y conjuncion copulativa   hernan17 febrero 2008
Y conjuncion copulativa hernan17 febrero 2008Hernán Poloni
 

Tendances (20)

El sentido de esperando a ´godot
El sentido de esperando a ´godotEl sentido de esperando a ´godot
El sentido de esperando a ´godot
 
Triptico o la desolacion de rafael 2012, dossier de la obra de teatro.
Triptico o la desolacion de rafael 2012, dossier de la obra de teatro.Triptico o la desolacion de rafael 2012, dossier de la obra de teatro.
Triptico o la desolacion de rafael 2012, dossier de la obra de teatro.
 
0. diagnostico(corector)
0. diagnostico(corector)0. diagnostico(corector)
0. diagnostico(corector)
 
Semestral 1 nb6 2018
Semestral 1  nb6 2018Semestral 1  nb6 2018
Semestral 1 nb6 2018
 
Sorrentino para diletantes
Sorrentino para diletantesSorrentino para diletantes
Sorrentino para diletantes
 
EXAMEN DE ADMISION CULTURA 2009 I
EXAMEN DE ADMISION CULTURA 2009 IEXAMEN DE ADMISION CULTURA 2009 I
EXAMEN DE ADMISION CULTURA 2009 I
 
Power point poema andrea
Power point poema andreaPower point poema andrea
Power point poema andrea
 
Actividad reseña de werther. jannia
Actividad reseña de werther. janniaActividad reseña de werther. jannia
Actividad reseña de werther. jannia
 
Foro m3 inferencia y paratexto
Foro m3 inferencia y paratextoForo m3 inferencia y paratexto
Foro m3 inferencia y paratexto
 
Poema com..
Poema com..Poema com..
Poema com..
 
Señoras, señores: Siete noches - Jorge Luis Borges
Señoras, señores: Siete noches - Jorge Luis BorgesSeñoras, señores: Siete noches - Jorge Luis Borges
Señoras, señores: Siete noches - Jorge Luis Borges
 
Plan de apoyo
Plan de apoyo Plan de apoyo
Plan de apoyo
 
Esperando a godot_-_guia
Esperando a godot_-_guiaEsperando a godot_-_guia
Esperando a godot_-_guia
 
Romeo y julieta. lucia mirza jose mateo
Romeo y julieta. lucia mirza jose mateoRomeo y julieta. lucia mirza jose mateo
Romeo y julieta. lucia mirza jose mateo
 
Presentación cine
Presentación cinePresentación cine
Presentación cine
 
LECTURA: "MONÓLOGO DEL PERRO"
LECTURA: "MONÓLOGO DEL PERRO"LECTURA: "MONÓLOGO DEL PERRO"
LECTURA: "MONÓLOGO DEL PERRO"
 
El fin crítica a borges
El fin crítica a borgesEl fin crítica a borges
El fin crítica a borges
 
Monotonia persistente 2
Monotonia persistente 2Monotonia persistente 2
Monotonia persistente 2
 
Guía de estudio nº 1 para tercero medio
Guía de estudio nº 1 para tercero medioGuía de estudio nº 1 para tercero medio
Guía de estudio nº 1 para tercero medio
 
Y conjuncion copulativa hernan17 febrero 2008
Y conjuncion copulativa   hernan17 febrero 2008Y conjuncion copulativa   hernan17 febrero 2008
Y conjuncion copulativa hernan17 febrero 2008
 

Similaire à 33yuntercio2

33yunterciotoma14
33yunterciotoma1433yunterciotoma14
33yunterciotoma14Nelo Artist
 
33yunterciotoma3
33yunterciotoma333yunterciotoma3
33yunterciotoma3Nelo Artist
 
33,3 no8 (glam!)
33,3   no8 (glam!)33,3   no8 (glam!)
33,3 no8 (glam!)Nelo Artist
 
33,3 no9 (300 dólares)
33,3   no9 (300 dólares)33,3   no9 (300 dólares)
33,3 no9 (300 dólares)Nelo Artist
 
33,3 no7 (okupas)
33,3   no7 (okupas)33,3   no7 (okupas)
33,3 no7 (okupas)Nelo Artist
 
Francisco Dowling Proyecto Palabras Angeladas
Francisco Dowling Proyecto Palabras AngeladasFrancisco Dowling Proyecto Palabras Angeladas
Francisco Dowling Proyecto Palabras Angeladasguest75d13a06
 
Proyecto Palabras Angeladas Francisco Dowling
Proyecto Palabras Angeladas Francisco DowlingProyecto Palabras Angeladas Francisco Dowling
Proyecto Palabras Angeladas Francisco Dowlingguest75d13a06
 
Movimientos literarios. Beat Generation
Movimientos literarios. Beat GenerationMovimientos literarios. Beat Generation
Movimientos literarios. Beat Generationmarianvol
 
Trilogia illuminatus - Robert shea y Robert anton wilson
Trilogia illuminatus - Robert shea y Robert anton wilsonTrilogia illuminatus - Robert shea y Robert anton wilson
Trilogia illuminatus - Robert shea y Robert anton wilsonAl Kufiyyeh
 
Indio - Rolling stone 2004
Indio - Rolling stone 2004Indio - Rolling stone 2004
Indio - Rolling stone 2004German Adrover
 
Julia de burgos
Julia de burgosJulia de burgos
Julia de burgosapontediaz
 
Examen latinoamericana
Examen latinoamericanaExamen latinoamericana
Examen latinoamericanaSergio Tábora
 
Examenes resueltos de castellano, PAU
Examenes resueltos de castellano, PAUExamenes resueltos de castellano, PAU
Examenes resueltos de castellano, PAUGEMMA DesOrienta
 
Milán Kundera - La Insoportable Levedad Del Ser (completo)
Milán Kundera - La Insoportable Levedad Del Ser (completo)Milán Kundera - La Insoportable Levedad Del Ser (completo)
Milán Kundera - La Insoportable Levedad Del Ser (completo)William Ludeña Ignacio
 

Similaire à 33yuntercio2 (20)

33yunterciotoma14
33yunterciotoma1433yunterciotoma14
33yunterciotoma14
 
33yunterciotoma3
33yunterciotoma333yunterciotoma3
33yunterciotoma3
 
33,3 no8 (glam!)
33,3   no8 (glam!)33,3   no8 (glam!)
33,3 no8 (glam!)
 
33,3 no9 (300 dólares)
33,3   no9 (300 dólares)33,3   no9 (300 dólares)
33,3 no9 (300 dólares)
 
33yuntercio no 1
33yuntercio no 133yuntercio no 1
33yuntercio no 1
 
33,3 no7 (okupas)
33,3   no7 (okupas)33,3   no7 (okupas)
33,3 no7 (okupas)
 
Francisco Dowling Proyecto Palabras Angeladas
Francisco Dowling Proyecto Palabras AngeladasFrancisco Dowling Proyecto Palabras Angeladas
Francisco Dowling Proyecto Palabras Angeladas
 
Proyecto Palabras Angeladas Francisco Dowling
Proyecto Palabras Angeladas Francisco DowlingProyecto Palabras Angeladas Francisco Dowling
Proyecto Palabras Angeladas Francisco Dowling
 
Movimientos literarios. Beat Generation
Movimientos literarios. Beat GenerationMovimientos literarios. Beat Generation
Movimientos literarios. Beat Generation
 
No habra paz
No habra pazNo habra paz
No habra paz
 
Emotional
EmotionalEmotional
Emotional
 
Trilogia illuminatus - Robert shea y Robert anton wilson
Trilogia illuminatus - Robert shea y Robert anton wilsonTrilogia illuminatus - Robert shea y Robert anton wilson
Trilogia illuminatus - Robert shea y Robert anton wilson
 
Indio - Rolling stone 2004
Indio - Rolling stone 2004Indio - Rolling stone 2004
Indio - Rolling stone 2004
 
Poesía española 1939-1975
Poesía española 1939-1975Poesía española 1939-1975
Poesía española 1939-1975
 
Julia de burgos
Julia de burgosJulia de burgos
Julia de burgos
 
Examen latinoamericana
Examen latinoamericanaExamen latinoamericana
Examen latinoamericana
 
examen resuelto 2
examen resuelto 2examen resuelto 2
examen resuelto 2
 
Examenes resueltos de castellano, PAU
Examenes resueltos de castellano, PAUExamenes resueltos de castellano, PAU
Examenes resueltos de castellano, PAU
 
Milán Kundera - La Insoportable Levedad Del Ser (completo)
Milán Kundera - La Insoportable Levedad Del Ser (completo)Milán Kundera - La Insoportable Levedad Del Ser (completo)
Milán Kundera - La Insoportable Levedad Del Ser (completo)
 
Existencialismo
ExistencialismoExistencialismo
Existencialismo
 

Plus de La Cobacha Studios

Plus de La Cobacha Studios (20)

Tyra lee short press kit
Tyra lee short press kitTyra lee short press kit
Tyra lee short press kit
 
the emergent quality of performance
 the emergent quality of performance the emergent quality of performance
the emergent quality of performance
 
the nature of performance
the nature of performancethe nature of performance
the nature of performance
 
Retos y desafios 2011 infodata
Retos y desafios 2011 infodataRetos y desafios 2011 infodata
Retos y desafios 2011 infodata
 
Universo Grupero Febrero
Universo Grupero FebreroUniverso Grupero Febrero
Universo Grupero Febrero
 
Catalogo Dibujo e Ilustración
Catalogo Dibujo e IlustraciónCatalogo Dibujo e Ilustración
Catalogo Dibujo e Ilustración
 
Compresores
CompresoresCompresores
Compresores
 
10 Mandamientos de para un Novato
10 Mandamientos de para un Novato10 Mandamientos de para un Novato
10 Mandamientos de para un Novato
 
Blavatsky helena voz del silencio version 2
Blavatsky helena   voz del silencio version 2Blavatsky helena   voz del silencio version 2
Blavatsky helena voz del silencio version 2
 
Numerologia
NumerologiaNumerologia
Numerologia
 
Retos & desafios
Retos & desafiosRetos & desafios
Retos & desafios
 
1 REVISTA ESPIRITA
1 REVISTA ESPIRITA1 REVISTA ESPIRITA
1 REVISTA ESPIRITA
 
Art work by fernando m. diaz copy
Art work by fernando m. diaz   copyArt work by fernando m. diaz   copy
Art work by fernando m. diaz copy
 
Nuevo devocionario espiritista escrito por allan kardec
Nuevo devocionario espiritista escrito por allan kardecNuevo devocionario espiritista escrito por allan kardec
Nuevo devocionario espiritista escrito por allan kardec
 
El génesis los milagros y las predicciones según el espiritismo escrito por ...
El génesis  los milagros y las predicciones según el espiritismo escrito por ...El génesis  los milagros y las predicciones según el espiritismo escrito por ...
El génesis los milagros y las predicciones según el espiritismo escrito por ...
 
Rockstalgia4
Rockstalgia4Rockstalgia4
Rockstalgia4
 
Rockstalgia2
Rockstalgia2Rockstalgia2
Rockstalgia2
 
Rockstalgia
RockstalgiaRockstalgia
Rockstalgia
 
Dante
DanteDante
Dante
 
Carnaval revista 2006
Carnaval revista 2006Carnaval revista 2006
Carnaval revista 2006
 

33yuntercio2

  • 2. 33 y 1/tercio Digamos que en esta ciudad viven unos diez millones / Unos habitan agujeros, otros habitan mansiones / Pero no hay un lugar para nosotros, mi amor / no hay un lugar para nosotros Alguna vez tuvimos un país y nos gustaba / Todavía lo podemos encontrar en un atlas / Pero ahora, no podemos ir allá, mi amor / ahora no podemos ir allá En la parroquia de nuestro pueblo crece un árbol viejo / Que cada primavera florece de nuevo / Pero los viejos pasaportes no florecen de nuevo, mi amor / los viejos pasaportes no florecen de nuevo El cónsul azotó la mesa con prepotente gesto / "Si no tienen pasaportes, oficialmente están muertos” / Pero seguimos vivos, mi amor, seguimos vivos Fui a un comité, me ofrecieron asiento y me escucharon / Y cortésmente me pidieron que volviera el próximo año / Pero ¿qué vamos a hacer hoy mismo, mi amor? / ¿Qué vamos a hacer hoy mismo? Fui a oír a los políticos, a un orador que argüía / "Si los recibimos aquí, nos quitarán nuestro pan de cada día” / Y hablaba de ti y de mí, mi amor, hablaba de ti y de mí Creí que era un relámpago lo que atronaba sobre mí / Pero era Hitler sobre Europa, diciendo: "Deben morir” / Y pensaba en nosotros, mi amor, pensaba en nosotros Vi un perro que pasaba muy orondo y abrigado / Vi que una puerta se abría para que pasara un gato / Pero ellos no eran judíos alemanes, mi amor / ellos no eran judíos alemanes Bajé a la orilla del mar y me detuve sobre el muelle / Para ver cómo nadaban en su libertad los peces / Apenas a unos cuantos metros, mi amor / apenas a unos cuantos metros Caminé por el bosque, vi en los árboles a los pájaros / Que no tienen políticos, y cantan a su agrado / Pero no eran de la raza humana, mi amor / no eran de la raza humana Soñé con un edificio que llega hasta el número mil / Y tenía mil ventanas y sus puertas eran mil / Y ninguna era para nosotros, mi amor ninguna era para nosotros Me paré en mitad de una explanada cuando la nieve caía / Diez mil soldados marchaban para abajo y para arriba / buscándonos a ti y a mí, mi amor, buscándonos w. auden
  • 3. 33 y 1/tercio equipo de redacción: 33 y 1/tercio portada: composición de raúl flores iriarte sobre fotografía de leordanis hernández diseño de portada: damián flores iriarte La publicación no se hace responsable de las opiniones expresadas por los autores. Los responsables de los autores no expresarán Los autores no nos hacemos opiniones en público. responsables de las opiniones de la publicación. Las opiniones que usted se haga no son responsabilidad de los autores y menos si las expresa públicamente. si deseas contactar, dar opiniones, donar textos (sin compromisos de publicación) escribe a: 33y1tercio@gmail.com si no tienes el 33 y 1/3 anterior escribe a la misma dirección (prometemos enviarlo) o descárgalo en: http://revista33y1tercio.blogspot.com
  • 4. 33 y 1/tercio aquí (a la manera de allá) on allen, woody (para acabar con la filosofía / para acabar con los libros de memorias / para acabar con las novelas policíacas cabrera infante, guillermo (ars poética, o el oro de la parodia entrevista (la histeria me disolverá: 33 coma tres preguntas a michel encinosa fú encinosa fú, michel (buenas noches, claudia / helena y la insularidad postergada gumucio, rafael (la transición en trance bolaño, roberto (de amberes dos hombres en el castillo (una conversación electrónica sobre philip k. dick dick, philip k. (extraños recuerdos de muerte / valis pérez, luis eligio (no sé, no puedo pasar / circulo / cristo en la calle fernández porta, eloy (retórica y punk en el relato contemporáneo pardo, orlando luis (horror civis: side a / side b fresán, rodrigo (chucky palahniuk, chuck (tripas / cuando tenga 68 off bonus track: villoro, juan (la frase triunfal
  • 5. 33 y 1/tercio on 33 y 1/3 no tuvo muchas oportunidades en la Billboard (escritura posible: Bill- bored, a la manera de Kurt Cobain, pequeño KC sin sunshine band). Lanzada el 22 de noviembre (cualquier semejanza con el White Album de los Beatles comienza y termina allí) del 2005, debutó en el número 182, y osciló durante cuatro semanas en la lower half del top 200, alcanzando el número 178 como su más alta posición (cualquier semejanza con el Unfinished music de John Lennon comienza y termina aquí; aunque a semejanza de aquella Música Sin Terminar, podríamos subtitular esto Literatura Sin Terminar). Por supuesto, en las emisoras nacionales no llegamos a ninguna posición, aunque dudo de que tengamos emisoras nacionales. En todo caso, locales. ¿Por qué no sacaron singles?, nos preguntan por ahí, Les hubiera ayudado un montón en las ventas. Tienen razón; podíamos haber sacado como singles Laura llama desde Manhattan, y Luz de mi vida, fuego de mis entrañas, pero al final decidimos que no. Ni singles, ni videoclips. Piense lo que piense la MTV de nosotros. O nosotros de la MTV. Ahora continuamos aquel número con este número llamado El laberinto. Quizás saquemos como single Helena y la insularidad postergada. Quizás no. Por lo demás, aquí está. En Tahoma, tamaño 12. En español. Cualquier semejanza con 33 y 1/3 comienza aquí. No sabemos cuando termine. replay
  • 6. 33 y 1/tercio woody allen (saxofonista, también conocido como allen stewart konigsberg (new york, 1935). los siguientes fragmentos pertenecen a su libro Getting even) para acabar con la filosofía mi filosofía La evolución de mi filosofía se dio de la siguiente manera: mi mujer, al invitarme a probar el primer soufflé que había hecho, dejó caer por accidente una cucharadita del mismo sobre mi pie fracturándome varios pequeños huesos. Acudieron los médicos, hicieron y examinaron radiografías y me ordenaron un mes de cama. Durante la convalecencia, me concentré en la obra de algunos de los pensadores más eximios de Occidente –una pila de libros que yo había seleccionado para ocasiones como esta. No presté atención al orden cronológico y empecé por Kierkegaard y Sartre, luego pasé rápidamente a Spinoza, Hume, Kafka y Camus. No me aburrí como había temido; en cambio, me fascinó la energía con la que esas grandes mentes atacaban resueltamente la moral, el arte, la ética, la vida y la muerte. Recuerdo mi reacción a una observación típicamente luminosa de Kierkegaard: «Semejante relación, que se relaciona con su propio ser (es decir, un ser), debe haberse constituido a sí misma, o ha sido constituida por otra.» El concepto me arrancó lágrimas de los ojos. ¡Dios santo, pensé, ser tan inteligente! (Soy un hombre con dificultades para escribir dos frases coherentes sobre Un día en el zoo.) La verdad es que el pasaje me resultó totalmente incomprensible, pero ¿qué más da si Kierkegaard se lo había pasado bien? Súbitamente me convencí de que la metafísica era lo que siempre había querido hacer: tomé mi bolígrafo y empecé en el acto a garabatear la primera de mis propias fantasías. La obra avanzó aprisa y en solo dos tardes (con tiempo para echarme una siesta), completé la obra filosófica que espero no será descubierta hasta después de mi muerte o hasta el año 3000 (lo que ocurra primero) y que modestamente creo me asegurará un lugar privilegiado entre los pensadores de más peso en la historia. Aquí presento un breve ejemplo del cuerpo principal de tesoros intelectuales que lego a la posteridad, o hasta que llegue la mujer de la limpieza. crítica de la sinrazón pura Al formular cualquier filosofía, la primera consideración siempre debe ser: ¿Qué podemos saber? Es decir, qué podemos estar seguros de saber, o seguros de qué sabemos que sabíamos, si realmente es de algún modo cognoscible. ¿O lo habremos olvidado todo y tenemos demasiada vergüenza de decir algo? Descartes insinuó el problema cuando escribió: «Mi mente jamás puede conocer mi cuerpo, aunque se ha hecho bastante amiga de mis piernas». Por cognoscible, dicho sea de paso, no quiero decir aquello que puede ser conocido
  • 7. 33 y 1/tercio por medio de la percepción de los sentidos o que puede ser comprendido por la mente, sino más bien aquello que puede decirse que es Conocido o que posee un Conocimiento o una Conocibilidad, o algo que al menos puedas mencionar a un amigo. ¿Podemos en realidad conocer el universo? Dios santo; no perderse en Chinatown ya es bastante difícil. Sin embargo, el asunto es el siguiente: ¿Habrá algo allá afuera? ¿Y por qué? ¿Por qué tendrán que hacer tanto ruido? Por último, no cabe duda de que la característica de la realidad es que carece de esencia. Esto no quiere decir que no tenga esencia, sino simplemente que carece de ella. (La realidad a la que me refiero es la misma que describió Hobbes, pero un poco más pequeña.) Por lo tanto, el dictum cartesiano «Pienso, luego existo» podría expresarse mejor por «¡Eh, allí va Edna con el saxofón!». Así, pues, para conocer una sustancia o una idea, debemos dudar de ella y así, al dudar, llegamos a percibir las cualidades que posee en su estado finito, que están en, o son realmente «la misma cosa», o «de la misma cosa», o de algo, o de nada. Si esto está claro, podemos dejar por el momento la epistemología. la dialéctica escatológica como medio de lucha contra el zona Podemos decir que el universo consiste en una sustancia y que a esta sustancia la llamamos átomo, o también mónada. Demócrito la denominó átomo. Leibnitz la llamó mónada. Por fortuna, los dos hombres jamás se conocieron, de lo contrario se hubiera armado una discusión muy aburrida. Estas partículas fueron puestas en movimiento por alguna causa o principio fundamental, o quizás algo se cayó en algún lugar. El asunto es que ahora ya es demasiado tarde para remediarlo, salvo quizás comer mucho pescado crudo. Por supuesto, esto no explica por qué el alma es inmortal. Tampoco dice nada sobre una vida ultraterrena ni aclara la sensación que siente mi tío Sender de que le persiguen los albanos. La relación causal entre el primer principio (es decir, Dios o viento fuerte) y cualquier concepción teológica del ser (Ser), según Pascal, es «tan ridícula que ni siquiera es graciosa (Graciosa)». Schopenhauer llamó a esto voluntad, pero su médico la diagnosticó como fiebre del heno. En sus últimos años, se amargó por eso o, más aún, por la creciente sospecha de que él no era Mozart. el cosmos por cinco dólares al día ¿Qué es, entonces, lo bello? ¿La fusión de la armonía con lo justo, o la fusión de la armonía con algo que solo se parece a «lo justo»? Quizás la armonía se haya fundido con «la costra terrestre» y eso es lo que nos ha estado dando tantos problemas. La verdad, podemos estar seguros, es la belleza –o «lo necesario». Es decir, lo que es bueno, o que posee las cualidades de «lo bueno», da como resultado «la verdad». Si no lo da, siempre puedes apostar a que la cosa no es bella, aunque aún puede que sea impermeable. Estoy empezando a pensar que tenía razón antes y que todo tendría que fusionarse con la costra. Ah, bueno.
  • 8. 33 y 1/tercio dos parábolas Un hombre se acerca a un palacio. La única entrada está guardada por unos fieros hunos que solo dejan pasar a hombres llamados Julius. El hombre trata de sobornar a los guardias ofreciéndoles por un año las mejores partes del pollo. Ellos ni se burlan de su oferta ni la aceptan, sino que simplemente lo cogen por la nariz y se la tuercen hasta que parece un tornillo. El hombre dice que tiene que entrar a la fuerza en el palacio porque le trae al emperador una muda de calzoncillos. Al ver que los guardias siguen negándose, el hombre empieza a bailar el charleston. Ellos parecen divertirse con su baile, pero pronto se ponen tristes por el trato que el gobierno federal otorga a los navajos. Sin aliento, el hombre se derrumba. Muere sin haber visto al emperador y dejando una deuda de sesenta dólares a los de la Steinway por un piano que les había alquilado en agosto. Me entregan un mensaje para un general. Cabalgo y cabalgo, pero el cuartel general del general parece distanciarse siempre más. Por último, se arroja sobre mi una gigantesca pantera negra que me devora la mente y el corazón. Me paso la tarde terriblemente angustiado. Por más que lo intente, no puedo llegar al general a quien veo corriendo a lo lejos en pantalón corto y musitando la palabra nuez moscada a sus enemigos. aforismos Es imposible vivir la propia muerte con objetividad y, además, cantar una canción. El universo no es más que una idea transitoria en la mente de Dios. Es un hermoso pensamiento, aunque bastante incómodo, sobre todo si acabas de pagar el anticipo de una casa. La nada eterna está muy bien si vas vestido para la ocasión. No solo no hay Dios, sino que ¡intenta conseguir un electricista en un fin de semana! ●●● para acabar con los libros de memorias memorias de los años veinte Llegué por primera vez a Chicago en los años veinte para presenciar un combate de boxeo. Ernest Hemingway estaba conmigo y ambos nos hospedamos en el campo de entrenamiento de Jack Dempsey. Hemingway acababa de terminar dos cuentos sobre boxeo y, si bien Gertrude Stein y yo pensamos que eran bastante potables, creíamos que aún necesitaban cierta
  • 9. 33 y 1/tercio elaboración. Le hice unas bromas a Hemingway sobre su novela en preparación y nos reímos mucho y nos divertimos y luego nos calzamos unos guantes de boxeo y me rompió la nariz. Ese invierno, Alice Toklas, Picasso y yo alquilamos una villa en el sur de Francia. En ese entonces, yo estaba trabajando en lo que me parecía que iba a ser una gran novela americana, pero los caracteres eran demasiado pequeños y no pude terminarla. Por las tardes, Gertrude Stein y yo salíamos a la caza de antigüedades en las tiendas locales, y recuerdo que, en cierta ocasión, le pregunté si consideraba que yo tenía que hacerme escritor. En la típica manera enigmática, que a todos nos tenía encantados, me contestó: No. Consideré que me había querido decir que sí y, al día siguiente, partí hacia Italia. Italia me recordó mucho Chicago, en especial Venecia, ya que ambas calles tienen canales y en las calles abundan las estatuas y las catedrales, producto de los más grandes escultores del Renacimiento. En ese mes fuimos al taller de Picasso en Arles, que en aquel tiempo se llamaba Rouen o Zurich, hasta que los franceses volvieron a bautizarlo en 1589 bajo el reinado de Luis el Vago. (Luis fue un rey bastardo del siglo XVI que se portó como un cerdo con todo el mundo.) Entonces, Picasso estaba a punto de empezar lo que más tarde se conocería como el período azul, pero Gertrude Stein y yo tomamos café con él y tuvo que empezarlo diez minutos más tarde. Duró cuatro años y, por tanto, esos diez minutos no significaron gran cosa. Picasso era un hombre bajo que tenía un modo gracioso de caminar poniendo un pie delante del otro hasta que daba lo que él denominaba «un paso». Nos reímos de sus deliciosas ideas, pero a fines de 1930, con el fascismo en alza, había muy pocas cosas de que reírse. Tanto Gertrude Stein como yo examinamos con meticulosidad las últimas obras de Picasso, y Gertrude Stein opinó que «el arte, todo el arte, es simplemente la expresión de algo». Picasso no estuvo de acuerdo, y dijo: «Déjame en paz. Estoy comiendo.» Mi opinión fue que Picasso tenía razón: estaba comiendo. El taller de Picasso era muy distinto al de Matisse. Mientras el de Picasso era desordenado, en el de Matisse reinaba el más perfecto orden. Bastante curioso, pero precisamente lo inverso era cierto. En septiembre de ese mismo año, a Matisse se le encargó que pintara una alegoría pero, por la enfermedad de su mujer, no pudo pintarla y, en su lugar, se le enganchó papel pintado. Recuerdo todas esas anécdotas porque ocurrieron justo antes del invierno y todos estábamos viviendo en un piso barato en el norte de Suiza, un lugar donde llueve de improviso y luego del mismo modo deja de hacerlo. Juan Gris, el cubista español, había convencido a Alice Toklas para que posara para una naturaleza muerta y, con su típica concepción abstracta de los objetos, empezó a romperle la cara y el cuerpo para llegar a sus básicas formas geométricas hasta que llegó la policía y los separó. Gris era provincianamente español, y Gertrude Stein decía que solo un español de verdad podía comportarse como él, es decir, hablaba en castellano y a veces iba a visitar a su familia en España. Realmente era algo maravilloso verle y oírle.
  • 10. 33 y 1/tercio Recuerdo una tarde en que estábamos sentados en un alegre bar en el sur de Francia con nuestros pies cómodamente puestos sobre taburetes en el norte de Francia cuando, de pronto, Gertrude Stein dijo: «Estoy mareada». Picasso pensó que se trataba de algo sumamente gracioso, y yo lo tomé como una señal para largarme a Africa. Siete semanas después, en Kenya, nos encontramos con Hemingway. Entonces, bronceado y con barba, empezaba ya a madurar ese estilo tan suyo: no se le veía más que los ojos y la boca. Allá, en el continente negro inexplorado, Hemingway había tenido que padecer, los labios partidos más de mil veces. ¿Qué hay, Ernest?, le pregunté. Se puso a hablar sobre la muerte y las aventuras como solo él podía hacer y, cuando me desperté, ya había levantado las tiendas y estaba sentado al lado de una gran fogata preparando unos aperitivos cutáneos para todos. Le hice una broma sobre su nueva barba y nos reímos tomando unos tragos de coñac y luego nos calzamos unos guantes de boxeo y me rompió la nariz. Ese año fui por segunda vez a París a hablar con un compositor europeo, flaco y nervioso, de aguileño perfil y ojos admirablemente rápidos, que algún día llegaría a ser Igor Stravinsky, y luego, más tarde, su mejor amigo. Me hospedé en casa de Sting y Man Ray, donde Salvador Dalí iba a cenar a menudo, y Dalí decidió montar una exposición individual, cosa que hizo, y resultó un éxito estrepitoso ya que apareció un solo individuo, y fue un invierno alegre y muy francés, de los buenos. Recuerdo una noche en que Scott Fitzgerald y su mujer regresaron a su casa después de la fiesta de Noche Vieja. Era en abril. Hacía tres meses que no tomaban otra cosa que champagne; una semana antes, vestidos de etiqueta, habían arrojado su coche desde un acantilado al océano a raíz de una apuesta. Había algo auténtico en los Fitzgerald: sus valores eran fundamentales. Eran gente tan sencilla que cuando más tarde Grant Wood les convenció para que posaran para su Gótico americano, recuerdo lo contentos que estaban. Zelda me contó que, mientras posaban, Scott no paró de dejar caer al suelo la horca. En los años siguientes creció mi amistad con Scott; la mayoría de nuestros amigos creía que el protagonista de su última novela estaba inspirado en mi y que mi vida estaba inspirada en su anterior novela. Acabé siendo considerado un personaje de ficción. Scott tenía un grave problema de disciplina y, si bien todos adorábamos a Zelda, pensábamos que ejercía una influencia nefasta en la obra de él, reduciendo su producción de una novela al año a una ocasional receta de mariscos y una serie de comas. Finalmente, en 1929, fuimos todos juntos a España. Allí, Hemingway nos presentó a Manolete que era tan sensible que parecía una loca. Llevaba ajustados pantalones de torero o, a veces, de ciclista. Manolete era un gran, gran artista. Su gracia era tal que, de no haberse convertido en matador de toros, podría haber llegado a ser un contable mundialmente famoso. Nos divertimos mucho en España aquel año y viajamos y escribimos y Hemingway me llevó a pescar atún y pesqué cuatro latas y nos reímos y Alice
  • 11. 33 y 1/tercio Toklas me preguntó si estaba enamorado de Gertrude Stein ya que le había dedicado un libro de poemas aunque eran de T. S. Elliot y dije que sí, que la amaba, pero el asunto nunca podría funcionar porque ella era demasiado inteligente para mí y Alice Toklas estuvo de acuerdo y luego nos calzamos unos guantes de boxeo y Gertrude Stein me rompió la nariz. ●●● para acabar con las novelas policíacas el gran jefe Estaba sentado en mi despacho limpiando el cañón de mi 38 y preguntándome cuál sería mi próximo caso. Me gusta ser detective privado. Cierto, tiene sus inconvenientes, me han dejado más de una vez las encías hechas papilla, pero el dulce aroma de los billetes de banco tiene también sus ventajas. No hablo siquiera de las mujeres que son una preocupación menor para mí y que coloco, en mi escala de valores, justo antes del acto de respirar. Por eso, cuando se abrió la puerta de mi oficina y entró una rubia de pelo largo llamada Heather Butkiss y me dijo que era modelo y que necesitaba mi ayuda, mis glándulas salivares se pusieron a segregar como locas. Tenía puestos una minifalda y un jersey ajustado, y su cuerpo describió una serie de parábolas que podrían provocar un ataque cardíaco a un buey. —¿Qué puedo hacer por ti, muñeca? —Quiero que me encuentre a una persona. —¿Una persona perdida? ¿Has hablado con la policía? —No exactamente, señor Lupowitz. —Llámame Kaiser, muñeca. Pues bien, ¿de quién se trata? —Dios. —¿Dios? —Así es. Dios. El Creador, el Principio Universal, el Ser Supremo, el Todopoderoso. Quiero que usted Lo encuentre. He tenido ya en mi despacho a más de un buen bocado, pero cuando una chica está tan buena como esta, uno debe escucharla hasta el final. —¿Por qué? —Kaiser, ese es asunto mío. Usted ocúpese de encontrarlo. —Lo siento, bombón. No diste con el tipo indicado... —Pero, ¿por qué?
  • 12. 33 y 1/tercio —...a no ser que me des toda la información —dije poniéndome de pie. —Está bien, está bien —dijo ella y se mordió el labio inferior. Enderezó las costuras de sus medias, gesto hecho evidentemente para mí, pero, cuando trabajo, trabajo, y no era el momento de andarse con tonterías. —No nos apartemos del tema, nena. —Bueno, la verdad es... que en realidad no soy modelo. —¿No? —No. Tampoco me llamo Heather Butkiss. Soy Claire Rosensweig, y estudio en Vassar. Filosofía. Historia del pensamiento occidental y todo eso. Tengo que entregar un trabajo en enero. Sobre religión occidental. Todas las chicas de la clase entregarán estudios teóricos. Pero, yo, ¡quiero saber! El profesor Grebanier dijo que, si alguien descubre la verdad, puede llegar a aprobar el curso. Y mi padre me prometió un Mercedes si apruebo con sobresaliente. Abrí un paquete de Lucky, luego otro de chiclet, y mastiqué el cigarrillo y fumé el chiclet. La historia empezaba a interesarme. Una estudiante demasiado mimada. Inteligente y con un cuerpo por el que reto a cualquiera haber visto otro mejor. —Su Dios, ¿que aspecto tiene? —Nunca Lo he visto. —Entonces, ¿cómo sabes que existe? —Eso es lo que usted tiene que averiguar. —¡Ah! ¿Con que no sabes qué aspecto tiene? ¿Ni dónde debo empezar a buscarlo? —No, en realidad, no. Aunque sospecho que está en todas parles. En el aire, en cada flor, en usled y en mí... y en esta silla. —Ya. Así que la chica era panteísta. Tomé nota mental del detalle y dije que haría un esfuerzo por cien dólares al día, gastos a parte y una cena con ella. Sonrió y aceptó al acto. Bajamos juntos en el ascensor. Afuera anochecía. Quizás Dios exista, o quizás no, pero en alguna parte de esta ciudad con seguridad había un montón de tipos que iban a tratar de impedirme averiguarlo. Mi primera pista fue la del rabino Itzhak Wiseman, un clérigo local que me debía un favor por haberle averiguado quién le ponía cerdo en el sombrero. Me di cuenta al acto de que algo no pitaba cuando le hice unas preguntas porque se azaró mucho. Estaba asustado. —Por supuesto que existe ya-sabe-quién, pero no puedo siquiera pronunciar Su nombre, de lo contrario me fulminaría en el acto. Entre nosotros, le diré que jamás he podido comprender por qué alguien se vuelve tan quisquilloso al pronunciar Su nombre.
  • 13. 33 y 1/tercio —¿Le ha visto alguna vez? —¿Yo? ¿Está bromeando? ¡Suerte tengo si alcanzo a ver a mis nietos! —Entonces, ¿cómo sabe que existe? —¿Cómo lo sé? ¡Vaya pregunta! ¿Podría comprarme un traje como éste por catorce dólares si no hubiera nadie allá arriba? ¡Toque, toque esa gabardina! ¿Cómo puede dudar? —¿No tiene ninguna otra prueba? —Oiga, ¿qué es para usted el Antiguo Testamento? ¿Un plato de garbanzos? ¿Cómo cree que Moisés pudo sacar a los israelitas de Egipto? ¿Con una sonrisa y un claque americano? Créame, ¡no se abren las aguas del mar Rojo con polvo de rascarse! Se necesita poder. —Así pues, es un duro, ¿eh? —Sí, un duro. Podría pensarse que con tantos éxitos estaría más amable, pero no. —¿Cómo es que sabe usted tanto? —Porque somos el Pueblo Elegido. Cuida más de nosotros que de todas Sus demás criaturas. Este es un tema que, por cierto, también me gustaría comentar con Él. —¿Cuánto Le pagan para ser los elegidos? —No me lo pregunte. Entonces, así iba la cosa. Los judíos estaban liados con Dios hasta el cuello. El viejo negocio de la protección. Los cuidaba mientras pasaran por caja. Y por la manera en que el rabino Wiseman hablaba, Él encajaba lo suyo. Me metí en un taxi y me fui al salón de billar Danny en la Décima avenida. El gerente era un tipo pequeñito y sucio que no podía tragar. —¿Está Chicago Phil? —¿Quién quiere saberlo? Lo agarré por las solapas pellizcando a la vez un poco de piel. —¿Qué pasa, basura? —En la sala del fondo —dijo cambiando actitud. Chicago Phil. Falsificador, asaltante de bancos, hombre duro y ateo confeso. —El tío nunca existió. Kaiser. Información de buena tinta. Es un bulo. No existe tal gran jefe. Es un sindicato internacional. Casi todo en mano de sicilianos. Pero no hay una cabeza visible. Salvo quizás el Papa. —Tengo que ver al Papa. —Se puede arreglar —dijo guiñando un ojo. —¿Te dice algo el nombre Claire Rosensweig? —No.
  • 14. 33 y 1/tercio —¿Y Heather Butkiss? —¡Eh, espera un minuto! ¡Sí, claro, ya lo tengo! Esa rubia teñida que anda por ahí con los tipos de Radcliffe. —¿Radcliffe? Me dijo Vassar. —Pues, te está mintiendo. Es maestra en Radcliffe. Estuvo liada con un filósofo durante un tiempo. —¿Panteísta? —No. empirista, que yo recuerde. Un tipo de poco fiar. Rechazaba completamente a Hegel y a cualquier metodología dialéctica. —Con que uno de esos, ¿eh? —Sí. Primero fue batería en un trío de jazz. Luego, se dedicó al Positivismo Lógico. Cuando el asunto le fue mal, intentó el Pragmatismo. Lo último que supe de él fue que había robado dinero para montar un curso sobre Schopenhauer en Columbia. A los compañeros les gustaría ponerle la mano encima, o dar con sus libros de texto para poder revenderlos. —Gracias, Phil. —Hazme caso, Kaiser. No hay nadie por encima nuestro. Sólo el vacío. No podría emitir todos esos talones falsos ni joder a la gente como lo hago si por un segundo tuviera conciencia de un Ser Supremo. El universo es estrictamente fenomenológico. No hay nada eterno. Nada tiene sentido. —¿Quién ganó la quinta en Aqueduct? —Santa Baby. —Eso sí tiene sentido. Tomé una cerveza en O’Rourke y traté de hilvanar todos los datos, pero no dio resultado. Sócrates era un suicida, o por lo menos así decían. A Cristo lo mataron. Nietzsche murió loco. Si había realmente alguien responsable de todo eso, era lógico que quisiera que se guardara el secreto. Y, ¿por qué había mentido Claire Rosensweig acerca de Vassar? ¿Podía haber tenido razón Descartes? ¿Era el universo dualista? ¿O es que Kant dio en el clavo cuando postuló la existencia de Dios por razones morales? Aquella noche cené con Claire. Diez minutos después de que pagó la cuenta, estábamos en la cama y, hermano, te regalo todo el pensamiento occidental. Organizó para mí una demostración de gimnasia que se hubiera llevado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de la Tía Juana. Más tarde, descansó sobre la almohada a mi lado con sus largos cabellos rubios desparramados. Nuestros cuerpos, desnudos aún, estaban entrelazados. Yo fumaba y miraba el techo. —Claire, ¿y si Kierkegaard tuviera razón? —¿Qué quieres decir? —Si realmente jamás se pudiera saber. Sólo tener fe.
  • 15. 33 y 1/tercio —Eso es absurdo, —No seas tan racionalista. —Nadie es racionalista, Kaiser. —Ella encendió un cigarrillo—. Lo único que te pido es que no empieces con la ontología. No en este momento. No podría aguantar que fueras ontólogo conmigo, Kaiser. Se había mosqueado. Me acerqué para besarla cuando sonó el teléfono. Ella contestó. —Es para ti. La voz al otro lado de la línea era la del sargento Reed, de Homicidios. —¿Todavía a la caza de Dios? — Sí. —¿Un ser Todopoderoso? ¿El Creador? ¿El Principio Universal? ¿El Ser Supremo? —Así es. —Un tipo, que se ajusta a la descripción, acaba de aparecer en el depósito de cadáveres. Mejor que venga a echarle un vistazo. Era Él sin lugar a dudas y, por lo que quedaba de él, se trataba de un trabajo profesional. —Ya estaba muerto cuando Lo trajeron. —¿Dónde Lo encontraron? —En un depósito de la calle Delancey. —¿Alguna pista? —Es el trabajo de un existencialista. Estamos seguros. —¿Cómo lo saben? —Todo hecho muy al azar. No parece que hayan seguido ningún sistema. Un impulso. —¿Un crimen pasional? —Eso es. Lo que significa que eres sospechoso, Kaiser. —¿Por qué yo? —Todos los muchachos del departamento conocen tus ideas sobre Jaspers. —Eso no me convierte en un asesino. —Aún no, pero sí en un sospechoso. Una vez en la calle, llené mis pulmones de aire puro y traté de poner orden en mis ideas. Tomé un taxi a Newark y caminé cien metros hasta el restaurante italiano Giordino. Allí, en una mesa del fondo, estaba Su Santidad. Era el Papa, seguro. Sentado con dos tipos que yo había visto media docena de veces en la comisaría en sesiones de identificación.
  • 16. 33 y 1/tercio —Siéntate —dijo levantando los ojos de sus spaghettis. Me acercó el anillo. Sonreí mostrando todos los dientes, pero no se lo besé. Le molestó, y yo me alegré. Un punto para mí. —¿Te gustarían unos spaghettis? —No gracias, Santidad. Pero siga comiendo, que no se le enfríen. —¿No quieres nada? ¿Ni siquiera una ensalada? —Acabo de comer. —Como quieras, pero mira que aquí sirven una estupenda salsa Roquefort con la ensalada. No como en el Vaticano donde es imposible conseguir una comida decente. —Iré al grano, Pontífice. Estoy buscando a Dios. —Has llamado a la puerta adecuada. —Entonces, ¿existe? —Mi pregunta les pareció divertida y se rieron. El hampón sentado a mi lado, dijo: —¡Eso sí tiene gracia! ¡Un chico inteligente que quiere saber si Él existe! Moví la silla para estar más cómodo y coloqué mi pierna izquierda sobre su dedo gordo del pie. —¡Lo siento! —dije, pero el tipo estaba que bramaba. El Papa tomó la palabra: —Por supuesto que Él existe, Lupowitz. Yo soy el único que se comunica con Él. Sólo habla a través mío. —¿Por qué usted, amigo? —Porque yo soy quien lleva el traje rojo. —¿Este atuendo? —¡No toques con esos dedos sucios! Me levanto cada mañana, me pongo este traje rojo y, de pronto, me convierto en un gran queso. Todo está en el traje. Imagínate si anduviera por ahí en pantalones estrechos y en nike ¿qué sería de la cristiandad? —¡El opio del pueblo! ¡Ya me lo temía! ¡Dios no existe! —No lo sé. Pero, ¿qué más da? Mientras haya dinero... —¿No le preocupa que la tintorería no le devuelva a tiempo el traje rojo y vuelva a ser como todos nosotros? —Uso un servicio especial de veinticuatro horas. Vale la pena gastarse un poco más y estar seguro. —¿El nombre Claire Rosensweig le dice algo? —Seguro. Está en el departamento de ciencias de Bryn Mawr. —¿Ciencias, dice? Gracias.
  • 17. 33 y 1/tercio —¿Por qué? —Por la respuesta, Pontífice. Me metí en un taxi y crucé volando el puente George Washington. En el camino, me detuve en mi oficina para hacer unas verificaciones rápidas. Durante el trayecto hacia el piso de Claire, aclaré el rompecabezas. Las piezas, por primera vez, encajaban a la perfección. Cuando llegué a su casa, ella llevaba su diáfana bata y parecía estar preocupada por algo. —Dios ha muerto. La policía estuvo aquí. Te están buscando. Piensan que ha sido un existencialista. —No, querida, fuiste tú. —¿Qué? No hagas bromas, Kaiser. —Tú fuiste quien lo hizo. —¿Qué estás diciendo? —Tú, angelito. Ni Heather Butkiss ni Claire Rosensweig, sino la doctora Ellen Shepherd. —¿Cómo supiste mi nombre? —Profesora de física en Bryn Mawr. La persona más joven que llegara a estar al frente de un departamento en esa universidad. Durante la fiesta de fin de curso, te liaste con un músico de jazz que se inyecta mucha filosofía. Está casado, pero eso no te detuvo. Un par de noches revoleándote con él en el heno y ya te pareció que era el gran amor. Pero no funcionó, porque alguien se interpuso entre los dos: ¡Dios! Ves, muñeca, él creía, o quería creer, pero tú, con esa hermosa cabecita científica, necesitabas la certeza absoluta. —No, Kaiser, te lo juro. —Entonces, simulas estudiar filosofía porque eso te da la posibilidad de eliminar ciertos obstáculos. Te deshaces de Sócrates con cierta facilidad, pero aparece Descartes y, entonces, te sirves de Spinoza para liquidar a Descartes, y, cuando llega Kant, también tienes que eliminarlo. —No sabes lo que dices. —A Leibnitz lo hiciste picadillo, pero eso no fue suficiente, porque sabías que, si alguien oía hablar a Pascal, estabas lista; entonces, también a él había que sacártelo de encima, pero allí fue donde cometiste el error, porque confiaste en Martin Buber. Te falló la suerte. Creía en Dios y, por tanto, tenías que librarte del mismo Dios y, por si fuera poco, por tus propias manos. —¡Kaiser, estás loco! —No, nena. Te hiciste pasar por panteísta creyendo que eso te conduciría hasta Él, si es que Él existía, y existía. Te llevó a la fiesta Shelby y, cuando Jason no miraba, lo mataste. —¿Quién diablos son Shelby y Jason? —¿Qué importancia tiene? Ahora, de cualquier modo, la vida es absurda.
  • 18. 33 y 1/tercio —Kaiser —dijo ella, presa de un súbito estremecimiento—, ¿me entregarás? —¿Cómo no, muñeca? Cuando el Ser Supremo recibe una paliza como ésta, alguien tiene que pagar los platos rotos. —Oh, Kaiser, podemos escaparnos juntos, lejos de aquí. Sólo nosotros dos. Podríamos olvidar la filosofía. Establecernos en algún lugar y, tal vez, más tarde dedicarnos a la semántica. —Lo lamento, nena. No hay trato. Ya estaba bañada en lágrimas cuando empezó a bajarse la bata por los hombros. Quedó de pronto desnuda ante mí como una Venus cuyo cuerpo parecía decirme: «Tómame, soy tuya». Una Venus cuya mano derecha me acariciaba el pelo mientras la izquierda empuñaba una 45 que apuntaba mi espalda. Le descargué en el cuerpo mi 38 antes de que pudiera apretar el gatillo; dejó caer la pistola y se dobló con un gesto de total sorpresa. —¿Cómo pudiste hacerlo, Kaiser? Se debilitaba rápidamente, pero me las arreglé para contarle el resto de la historia. —La manifestación del universo, como una idea compleja en sí misma, en oposición al hecho de ser interior o exterior a su propia Existencia, es inherente a la Nada conceptual en relación con cualquier forma abstracta existente, por existir, o habiendo existido en perpetuidad sin estar sujeto a las leyes de la física, o al análisis de ideas relacionadas con la antimateria, o la carencia de Ser objetivo o subjetivo, y todo lo demás. Era un concepto sutil, pero espero que lo haya entendido antes de morir. replay
  • 19. 33 y 1/tercio guillermo cabrera infante (gibara, 1929 – londres, 2005). ars poética, o el oro de la parodia (transcripción) Esta charla debía llamarse «Parodio no por odio». Pero creí que si tenía un título en latín ustedes pensarían que soy un hombre culto, cuando soy un hombre oculto. Oculto detrás de mis gafas, oculto detrás de mi nombre, oculto detrás de las palabras. Una de esas palabras es parodia. Todos la conocemos, aunque nadie recuerda que está emparentada con paranoia —o manía persecutoria. Afortunadamente parodia queda cerca de parótido que, como las parótidas, tiene que ver con el oído, no con el odio. Parodia y paronomasia, jugar con las palabras, son vocablos vecinos. Se puede hacer parodia sin paronomasia, pero muchas veces la paronomasia es una parodia de una sola palabra. ParonomAsia es una tierra donde abundan las parodias. De ese Oriente vengo y voy. Mamá yo quiero saber de dónde son las parodias. Yo las quiero, tú las odias. ¿De dónde serán? ¿Serán de La Habana? Tierra vana, soberana. Mamá, ¿por qué tú las odias? Así paro días y paro noches. Éste es un introito. Ahora el exergo: Hay gente que odia la parodia. VLADIMIR NABOKOV Y una opinión antagónica: Nunca he hecho un secreto de mi enemiga por las parodias. GOETHE Una canción declara a la felicidad una quimera. La felicidad no es una quimera sino otra invención griega: una parodia. En inglés felicity es felicidad de estilo, y
  • 20. 33 y 1/tercio la parodia consiste en conseguir la felicidad por la infelicidad, mostrando que un estilo o todos los estilos son como el hombre mismo: no importa lo felices que hayan sido alguna vez, al final son siempre infelices. Estilo, destino. Styles always become stale —y mueren todos en su propia parodia que es su salsa. Pero, mientras dura, es bueno saber que felicidad viene de felix en latín. Prefiero el félix de los ingenios a ese fénix que arde cada cien años de rabia inútil que lo consume —para nacer de nuevo de sus cenizas frías. Esta hazaña, Manuel, es tan dudosa como ver un habano consumido surgir del cenicero, fénix consumado. Me pregunto, ¿un ave vestida de asbesto sería la felicidad final del fénix? Nadie puede responderme, ni siquiera como a Narciso su Eco en nombre de la rosa. Para el fénix la felicidad entonces no es una quimera, monstruosa colega, sino una quemada. Es por esa leve quemadura que dura, que comienza el fénix a arder que da gusto. Al menos le da gusto al fénix, que arde de tarde en tarde. La felicidad, más félix que fénix, es algo que vive para nacer pero todavía no ha nacido. Nuestra felicidad viene de felicitas en latín. (Absent thee from felicity awhile, le pide en inglés el moribundo danés a Horacio: To tell my story, y no es la historia de la felicidad, pues Hamlet era un melancólico tenaz.) Felicitas, decíamos antes de que Hamlet dictaminara The rest is silence, viene de fecundus, y fecundo, Facundo, viene de feto. Para los latinos —se ruega no confundir con los latinoamericanos— nacer era una felicidad. Esos romanos escasos no conocían la superpoblación, mucho menos la explosión de la población por la eliminación (favor de notar la brutal rima prima) de la mortandad infantil, que a su vez ha obligado al control de la natalidad por la vasectomía o unión de los vasos deferentes en versos diferentes. La felicidad entre nosotros no viene de feto, sino de la ausencia del feto o de que la posible portadora del feto no sea fecunda. La felicidad no es una niñera, es una quimera. Quimera en la mitología era un monstruo primo del fénix que echaba fuego por todos sus orificios: ése era su oficio. Pero los griegos jugaban con fuego en sus mitos más íntimos y en sus guerra frígidas. Además de inventar el fuego fatuo: fuego inútil, fuego fofo. Ahora un poco de esa historia más antigua, mito mutuo. Prometeo, uno de los titanes, era en su juventud poco más que un prestidigitador de sombrero de copa y capa, cuando se le ocurrió inventar al hombre. ¡Presto! Y lo hizo, ya sabemos que lo hizo. Pero lo hizo de la arcilla más barata. El hombre, como el ladrillo, para cocer necesitaba el fuego, y Prometeo, ceramista, lo robó de la fragua de Hefesto, nefasto a quien algunos íntimos llamaban Vulcano. Estos sicofantes de Hefesto, en efecto, vivían y morían bajo Vulcano. Al conocer el robo de la llama eterna, Vulcano eruptó en ira, expelió gases y vomitó lava. Zeus, lava la lava, condenó a Prometeo a un martirio que duró duro mientras duró: los dioses, como se sabe, no mueren, sólo se transforman. Pero no pudo cumplir Prometeo lo prometido y no tuvo tiempo de crear a la mujer. Zeus, celoso, se encargó de hacer a la mujer a su medida y la llamó Pandora y le regaló para la boda una caja cofre. Dentro del estuche, aparentes bombones pero en realidad una bomba, estaban todos los males del mundo —incluyendo, por supuesto, el feminismo, que es como llamar al pan, vino. «Recuerda no abrir la caja de Pandora, Pandorita», recomendó Zeus con un guiño, insinuando
  • 21. 33 y 1/tercio que la caja tenía resonancias sexuales. Pero Pandora abrió su caja y —bueno— aquí estamos: hijos de una caja y un ladrillo. Mientras tanto, Prometeo padecía eterno. Pero el hombre vive demostrando que todo ardor perecerá. Eso se llama divorcio. Una de las consecuencias del «fuego prometeico», como lo llama Shakespeare, fue el conmovido monólogo de Otelo, marido que, extrañamente, no quiere matar a su mujer: Put out the light. Ese soliloquio ha causado parejas parodias por amor y desdén de Desdémona. Otra consecuencia fue la invención del fuego griego, arma terrible, tanto como el arma atómica ahora, inventada por Arquímedes, el hombre que fue eureka. Era un arma tan temida que la Convención de Ciudades Egregias prohibió su uso, a menos que se empleara en contiendas convencionales. Arquímedes, que había planeado un uso comercial para su fuego no fatuo (para emplearlo, por ejemplo, en revivir al fénix), se sintió agredido en Agrigento. ¡Agria gente! Movido por la furia inventó la palanca y amenazó a su vez con mover al mundo por diez días. Murió buscando apoyo. (PAUSA) Tal vez alguno entre ustedes habrá advertido que llevo unos diez minutos haciendo parodia sin que se note, como el buen burgués de Molière que hablaba en prosa y no lo sabía. «Pero cómo, ¿yo también hablo en prosa?» Sí señor, sí, y ha hablado usted en prosa toda su vida. Pero, ¿y entonces la parodia? Todos debíamos hacer parodia a sabiendas: parodiar por odiar, parodiar para no odiar. Debíamos vivir en Parodia, estado de sitio incómodo para los que hablan en prosa y no lo saben. Tampoco saben ellos que la parodia es una forma de poesía en prosa, como ya demostró Aristófanes en Grecia hace 2500 años con un par de parodias. La parodia puede ser grosera o sutil, como la trompetilla que imita un viento o como el aire de un gesto. En Sir Topaz, Chaucer parodia a Molière desde el portal de la Edad Media, «Por Dios», dice su anfitrión airado, «su puerca rima no vale un mojón duro... Escriba cosas en que haya alegría y no alergia». «Con gusto», responde nuestro poeta medieval y moderno, «le voy a contar una cosita que yo me sé en prosa». Para el gran Godofredo Chaucer, a quien no se merece la poesía hay que darle prosa prúsica como un ácido. Pero la parodia, gorda, puede llegar a la vulgaridad —que no está mal del todo: todo lo que es popular es siempre vulgar. Hay una larga digresión en un libro que yo me sé en que el narrador hace una defensa vehemente de la vulgaridad. Allí, pedante, pudiente, ese álter ego altanero muestra que la raíz de vulgaridad es vulgus, y vulgus en latín quiere decir el pueblo, de donde viene lo popular. Todo folklore es vulgar. También lo es cualquier literatura popular. Los novelones de la televisión son formas de una tragedia a la que el jabón ha lavado hasta dejarla en sólo espuma. Los trapos de seda sucios se exhiben ahora en público por muy privados que sean. La radio, creo, era más dada a la comedia y fue mi primera escuela de parodias.
  • 22. 33 y 1/tercio La parodia sutil corre siempre el riesgo de hacerse invisible, mera paráfrasis, para confundirse con el objeto parodiado. Ésta era la ambición de Max Beerbohm, escritor inglés, que al parodiar tanto y tan bien a Henry James, consiguió que el meticuloso novelista americano que quería pasar por inglés, al preguntarle un periodista por su estilo, no echó mano a su estilográfica sino que respondió sin malicia en el país de la maravilla: «¡Pregúntele usted al joven Beerbohm!», dijo James, «que parece saber más de mi estilo que yo mismo». Esa declaración era un doble homenaje: un elogio al homenaje que Beerbohm había hecho antes a James, y el homenaje de James al reconocer la parodia como fuente de conocimiento del estilo. No es necesario, creo, que les enseñe ahora muestras del estilo de James ni de la parodia de Beerbohm, porque no he venido a hablar de ellos y su afán está en los libros: pertenece a la biblioteca en arte y en parte. Pero quiero decirles que Henry James, al final, era una parodia de Henry James al principio, mientras Beerbohm, camaleón literario, seguía haciendo parodias a pares, a mares, adoptando el color local de cada autor, cada vez más feliz, cada vez menos escritor: la parodia es el estilo gráfico. James completó su propia parodia de americano que deseaba ser inglés más que nada en la vida, y murió siendo un súbito súbdito de Su Majestad Británica que hablaba con acento de Boston. Debo anunciarles que yo he empezado por donde terminó James y soy súbdito de otra Majestad Británica, Isabel II, que Dios y la penicilina guarden. Creo que es pertinente avisarles que soy el único escritor inglés que escribe en cubano y el único escritor cubano que escribe en inglés de Inglaterra. Pero la parodia da para más. Paridora. Para reidora. Hablando de improbables ingleses, quiero recordarles un dicho inglés que dice que la familiaridad engendra siempre desprecio. Es por ello que tantos proverbios, lemas, refranes, aforismos y frases hechas, además del ocasional jingle oído por la radio, que la televisión hace odiovisual —y en esta palabra, odio viene de detesto no de texto—, nos parecen insoportablemente familiares, más odiosos que sosos. Alguien observó que el primer hombre que comparó a la mujer con una rosa era un poeta, pero el segundo, que dijo que la mujer era como una rosa, era un idiota detestable por detectable. Quiero añadir de mi parte que el poeta que cogió a una mujer como una rosa debió sufrir las espinas. Hablando de poetas, mujeres y rosas, es evidente que de una manera o de otra todos somos idiotas alguna vez en la vida. Creo que fue Andy Warhol, artista pop, quien dijo que todos merecíamos ser idiotas al menos durante quince minutos. ¿O dijo famosos en vez de fatuos? Siempre somos loros literarios, dados a repetir la voz del amo de ocasión. Para evitar parecer ser siempre idiota o loro está el oro de la parodia. (Por favor, que ningún bilingüe entre ustedes acentúe el parecido entre parodia y parrot: pan y parodia para el loro.) Por medio de la parodia se puede decir que la mujer es una rosa, dos mujeres una risa y la tercera una rusa. (Según estadísticas hechas públicas por la Unión Soviética, una de cada tres mujeres nacidas en Rusia es rusa, las otras dos son rusos o al menos parecen rusos: he vivido en el monstruo y conozco esas extrañas. Las mejores mujeres barbudas están en circos rusos: cuando una rusa ve las barbas de su vecina arder, pone las suyas en asbesto.) La
  • 23. 33 y 1/tercio familiaridad engendra ahora aprecio y es el contento de la parodia: no se puede parodiar más que lo familiar. Sólo mi estancia en Siberia me permite decir que a Iberia le faltará una ese pero la comida es la misma, a menos que se vuele entre comisarios. Entonces, si uno ve las barbas del compañero de viaje ardiendo, es por el vodka de los caribes, el Barbacardí, inventado por un español. ¡Bah caribe! Hablando de españoles con zetas que se beben, hay un refrán, odioso por repetido, que declara con énfasis español que quien hace un cesto hace un ciento. Yo he transformado esta nadería tejedora en algo más excitante y peligroso: Quien hace incesto hace un ciento. Mi refrán es tal vez más caro que el otro adagio de plagio, pero mi versión es por lo menos más temida. No hay duda de que, entre hacer un cesto de paja o cometer incesto, cuál es la actividad más aburrida. Instrucciones: Estire y doble la paja, insértela en la ranura, vuelva a repetir el proceso. Ad nauseam. Mientras que el papa Borgia, su hijo Cesare de daga y toga, y la nunca decepcionante Lucrecia, hija y amante, que ya antes de Lucrecer cazaba incestos sin red, atrapándolos con las enaguas, entre las aguas: esos tres Borgia y alguien más hubieran estado de acuerdo conmigo. Aviso: se ruega echar los papeles al incesto. De regreso a épocas más divertidas en que los italianos no descubrían América, como Colón, para terminar siendo un distrito en Washington y un circo en Nueva York y un país al sur del continente, mientras un segundo que llegó tercero se quedaba con el resto. Fue ese Americano Vespucci que ahora rima con Gucci. De vuelta a Roma, donde el papa era el padrino que escribía Maffia con dos efes: figlio e figlia. En el Renacimiento, un cardenal no sólo era un eclesiástico vistiendo ropas de color subido, sino un hombre, y era también el nombre de un pecado de moda, como un perfume. Call me Cardinal Sin. Las mujeres por sus partes eran como un escándalo carnal, llenas de cardenales como iban. Arriba ellas descollaban descotadas y descocadas. Mientras tanto, en la ciudad de los rascacielos, en Little Italy, los Borgias no rimaban todavía con órgias. Esta digresión puede parecerles a ustedes una agresión, pero está hecha con amor eterno. No puede ser una violación porque es un palíndromo: amor a Roma. Si no a Roma al menos a Lucrecia, que cantaba un madrigal (And the Church belongs to Daddy), Little Lu, Lulu que se negaba a crecer: Petra Pun. De ésa, de ella, yo habría sido padre y hermano cariñosos. Palimpsesto pal incesto. O témpora, o amores. Teníamos entre nosotros a un papa Borges que no pudo ser nunca un Borgia. Una falla técnica le impidió cometer incesto: no tuvo hijas. Ni hijos. Sólo tuvo libros y aunque sabía llevárselos a la cama, nunca pudo hacer otra cosa que leerlos en silencio —labios que no se mueven, dedos que acarician las páginas: están en Braille y son pecado nuevo. Pasemos de la mala lengua a la lengua que nunca pudo ser mala. Otro lugar común oral. Algunos son capaces de decir, «Mi lengua es la más hermosa de todas», sin referirse para nada al órgano que llevan oculto en la boca. Hablan del idioma que exhiben cada vez que abren los labios. La idea de que una lengua pueda ser la más bella es, si se mira de cerca la lengua, perfectamente absurda. Es como acercarse a un muro y decirle: «Dime, muro, la verdad, ¿no
  • 24. 33 y 1/tercio es mi lengua una beldad?», y el muro repetir como un eco de pared: Veldá. Es casi peor que ese dicho enemigo de Chesterton, que dice, «Con mi patria, cierta o errada». Añadió Chesterton, metafísico del humor: «Eso es como decir con mi madre ebria o sobria». Ahora lo que quiere decir el hablante (o peor aún, el escribiente: no tienen ustedes idea de cuántos escritores creen a ciegas, y por supuesto a sordas, que el español es un idioma idóneo, cuando es sólo el latín del pobre) es que esa voz ha estado en contacto íntimo con su lengua por tanto tiempo que se le ha hecho familiar, y de ahí la ha convertido en bella. La familiaridad atrae la belleza como la luz al insecto (el que alumbra a un insecto deslumbra a un ciento), y en ese caso la belleza está sólo en la oreja del oyente. Para mí la familiaridad trae siempre tedio, si no odio. De tanto oír una lengua termina uno por estar hasta los ojos de esa rapsodia que odia. Ésta fue la razón por la que Van Gogh, que no podía sacarse los ojos como Edipo, se cercenó una oreja. Este holandés errático no sabía soportar la lengua viperina de Gauguin, el francés, idioma dado a repetir cada declaración hasta el hastío. De ahí que los franceses inventaran una palabra, ennui, que parece contener todo el aburrimiento de París —es decir, del mundo. Una frase española que ha prosperado en América en velorios, funerarias y entierros (y no es Viva la muerte) y en otras acciones dolorosas, es dicha siempre en voz baja, fenómeno curioso en una lengua, la española, que hay que hablar alto para entenderse mejor, y demasiado alto para no entenderse nunca. En español hay suspiros pero no hay susurros. Ese suspiro social en momentos tristes es: «No somos nada». Que puede quedar convertido enseguida en un ninguneo nada fúnebre: «No somos nadie». Hay variación que apenas me atrevo a repetir aquí, donde los ángeles no se aventuran, pero como un inadvertido me entrometo en lugar tan sagrado como una tumba. Esta variante atroz la encontré en un inodoro y creo que debo ser excusado por repetir lo que es literatura de letrina. Decía esta variación —parodia popular, frase hecha física feliz por el folklore, ese ¡No somos nada!, metafísica que es ahora mea tu física—, declaraba ese graffito gráfico: NO SOMOS NALGA. Éste es el pueblo parodiando en público lo privado, enriqueciendo las eses y las enes, mostrando que la mejor lengua es aquella que se saca en burla y se muestra roja, móvil, viva. He venido a hablarles esta noche no de mi lengua sino de mi estilo. Debo decirles que no tengo ninguno. La frase «El estilo soy yo», dicha por Gustave Flaubert, o «El estilo es el hombre», según Buffon, no tienen para mí ningún sentido. Estilizar viene de demasiado estilo y de estilo viene estilete. El estilo no soy yo, son los otros, que es el infierno literario. La noción de estilo ha terminado hasta en Francia, tierra que, si no inventó el estilo, necesitaba haberlo hecho, por la cantidad de eruditos del estilo que han nacido bajo los tilos de París. ¿Puede un estilo nacer bajo un tilo? Estilo, además, rima con sigilo y escribir es como un complot. Dijo Danton: De l'audace, encore de l'audace, toujours de l'audace, que viene muy bien a esta charla considerada como una asamblea. No falta más que la guiñotina. La parodia es una forma del delirio de persecución: perseguir un modelo hasta hacerlo delirar o tocar la lira. Si piensan que me repito es porque los respeto. Es lo que consigue su sonrisa o su risa y hasta su carcajada. La parodia es
  • 25. 33 y 1/tercio además parienta pobre de la paradoja, opinión que se hace notar por su espíritu de contradicción. Es decir dicción contraria: donde dicen sí, yo digo no. La parodia es el espejo aberrante del alma seria, del lector serio, del autor serio: la importancia de ser serio es para darse importancia. Es sabido que los espejos cómicos (si te reflejo te aberro) no se ven más que en las ferias, junto a la muñeca gorda que ríe toda la noche o el portero flaco vestido de negro que convoca o suplica: Pasen, señores, pasen y nos describe acto seguido los monstruos de la diversión que son los sueños de la razón comercial. Mi parodia continúa como empezó —no por odio, sin odio, nada de odio. Pero la parodia no es amor, es humor. Sé que parodia y parásito se parecen y el diccionario reconoce el parentesco. Si ustedes creen que he hecho crecer mi prosa parásita pero alegre en vegetación más triste, piensen siempre que he abonado una semilla para que produzca frutos, que he trepado a un árbol ajeno para adornarlo, que, como la orquídea, supe ser flor desde una rama seca. Estas casi cursis imágenes vegetales se me ocurren ahora porque es cierto que la parodia se nutre de un alimento extraño, que a veces, como el maná, cae del cielo. Hay ocasiones en que el maná es un misterio y el único alimento en el desierto literario. Así lo declara una versión del son: Maná, yo quiero saber de dónde son las parodias. Son de la lengua, son de la burla y encantan en vano. Conrad decía que la literatura como arte debía tener su justificación en cada línea. Creo, casi con Conrad, que toda escritura debe tener su justificación en cada palabra. Para ello es necesario usar la palabra como si fuera una línea: algo más que una palabra y más larga que una frase. Hasta un refrán latino sirve para que el adagio sea siempre alegre: Nulla dies cine linea, donde cine viene de cinema: Voy al cine. Como ven, para conseguir mi propósito uso la paronomasia aliada a la parodia que no odia. La otra figura retórica, la paronomasia, no más, tan griega y ajena, es lo que todo el mundo conoce hoy día como pun, como el refrán al pun pun y al vino vino. Fue Lewis Carroll, en sus libros de ALICIA, el primer escritor que dio al pun su carácter elegante, usado en la gran literatura aunque con el pretexto de un cuento para niñas no ñoñas. Respetabilidad a la que según los gramáticos sajones no podía aspirar el reverendo por ser el pun (no las niñas) la forma más inferior del ingenio. Carroll, con el sí de sus niñas, fue un precursor. El Reverendo Dogson, su alias inter pares, ha llegado muy lejos viajando en su pun púber, niñas como ninfas, meninas que son musas paradisíacas. La película Dreamchild lo exalta, lo excita, y el periódico madrileño Diario 16 publica en sus clasificados privados, para uso púbico, esta parodia pudenda de una pupila: Alicia, ojos verdes, rubia, delicada, de 18 años, te invita al país de las maravillas. Este guiño perverso, de ojo meneado, es un homenaje impúdico al pudoroso autor victoriano.
  • 26. 33 y 1/tercio James Joyce hizo al pun inexpunnable al declararlo sagrado, hostia de letras. Indicó, reivindicó, que la fundación del cristianismo se hizo en efecto sobre un pun. Es aquel en que Cristo llama a Simón a su lado y ladeado le propone: «Tú eres Pedro y sobre tu piedra edificaré mi iglesia». Para poder ver ese pun funcionando a la perfección hay que oírlo en francés, idioma en que Pierre el nombre y pierre, la piedra, comparten el mismo sonido. Joyce, irlandés exiliado, podría haber separado a la Iglesia católica de la anglicana y hacer decir a Jesús en español: «Sobre ti edificaré mi inglesia.» Esta última variante es a la vez pun y parodia. Hablar del pun me llevaría a navegar por mares de locura verbal. Me limitaré a la parodia, parda y pura: En el monte seco y pardo tiene el leopardo su abrigo. Yo tengo más que el leopardo porque tengo un buen abrigo hecho de piel de leopardo. Firmado: OJOS PARDOS. Para mí, como habrán visto (y oído), no hay más que escritura y parodia. No otra cosa hace el lenguaje (el español es, por ejemplo, una parodia del latín) que procede por la creación, la repetición y la destrucción para la creación. Voy a demostrarlo aquí in situ, in vivo, in corpore. El latín, de Petronio a Rabelais, es la lengua de la parodia, que se moviliza recorriéndolos desde modelos griegos a obsesiones francesas: La Odisea, O diosa sea, el amor, la merde y lo que los latinos llamaban cacata carta y, franceses in fraganti, la divine bouteille. Como habrán visto, parodiar no es por odiar: Petronio era un cortesano que no odió nunca a Nerón aunque lo condenara a muerte, y Rabelais amaba el vino, las palabras y el papel higiénico, en ese desorden. En Gargantúa y Pantagruel hay una lista larga de posibles rollos para evitar el mal olor. Vive la Fragance! (PAUSA) Quiero decirles cómo escribí algunas de mis parodias contándoles cómo concebí una sola de ellas, la primera —que dio origen a las demás que aparecen en mi libro Tres tristes tigres. (HACER EL CUENTO DE LA CAVA EN LA EMBAJADA EN BRUSELAS) Desde entonces he quedado marcado con una flor de lis en el hombro. Antes era un periodista, ahora soy un parodista. Es, en definitiva, lo que un Ministro de Cultura cubano llamó, en serio, los gases del oficio. Este ciudadano inminente, al explicar la súbita desaparición del Máximo Líder ante la televisión,
  • 27. 33 y 1/tercio declaró: «El Primer Ministro goza de un perfecto estado de salud. Solamente padece un foco neumático en un pulmón.» Hijo más de Mrs. Malaprop que de Marx, estuvo en este augusto recinto y al regresar a La Habana, después de una estancia cultural en París y de cenar en el Elíseo con el anterior jefe del Estado, confesó: «Y hasta estuve en la Soborna.» Ante estas parodias máximas, ustedes pensarán que soy un escritor realista —y hasta realista socialista. Pero tengo que confesar que estos borborigmos son los ruidos de las tripas de las tropas. En mis días de bachillerato, cuando aprendí que ir a clases era la peor manera de educarse, que fueron los días de ocio que formaron mi humor, había una canción, compuesta por un compositor extraordinario que adoptó el insólito seudónimo de Ñico Saquito. Su canción, que era el hit del momento, se quejaba melodiosa de otras canciones, también de moda, que hablaban con diversas voces. Una decía que la luna tenía amores con un gitano, otra comentaba que un negro llamado Facundo no trabajaba nunca, y finalmente un pasodoble mexicano cantaba a un torero llamado Silverio que tenía un hermano muerto, Carmelo, también torero, que solía verlo torear desde el cielo. Nuestro Ñico, ángel vengador musical, concibió una letanía letal para acabar con estos ritmos persistentes, insistente. Decía así su parodia no por odio: Qué ganas tengo de que la luna se case, Facundo trabaje y a Carmelo le tapen el hoyo que tiene en el cielo por donde mirar. Ahora, casi cincuenta años después, participo de ese humor popular paródico, periódico, de situaciones que pueden no ser ya tan populares. Mejor que yo lo expresa ese Ñico en otra de sus canciones inmensamente célebres y al mismo tiempo particularmente idiosincráticas, con un humor que no se ofrece, ay, todos los días. Aquí parodia es lo contrario de parroquia: no hay arte más universal. Cito un fragmento de María Cristina, la canción tal vez más conocida del Señor Saquito: María Cristina me quiere gobernar y yo le sigo, le sigo la corriente, porque no quiero que diga la gente que María Cristina me quiere gobernar. Olvídense, por favor, de la música —porque yo no puedo tararear una canción,
  • 28. 33 y 1/tercio mucho menos cantarla. Pero oigan cómo la letra expone un tema de orden ético y filosófico que ha tratado con profunda seriedad germánica alguien tan versado en metafísicas como Guillermo Federico Hegel: el mismo Hegel venerado por los hermanos Marx y Engels. Esta canción no es más que la ilustración poética del tema del amo y del esclavo que Hegel llama dialéctica del predominio. Observen que María Cristina, que es, por supuesto, una mujer, colocada en su eterna situación de dominada, quiere gobernar al narrador, marido o amante, y convertirse en dominatrix. Mientras el interpelado, a su vez, cede a las intentonas de dominio absoluto de su mujer, haciendo ver que cede a sus demandas (le sigue la corriente), porque el autor de la canción o su personaje cantante no quiere que la gente (es decir, sus amigos, otros hombres, el pueblo de Cuba) hable de que María Cristina lo quiere controlar —cosa que es evidente ya ha logrado ella. (Mis interpolaciones son debidas a las calificaciones.) Esta canción inconsecuente y olvidable para muchos es para mí una obra maestra de humor sutil —y por supuesto, popular. Universal también porque el éxito cruzó los mares, viajó a otras tierras y volvió en las ondas cortas y largas de la radio. Ya rendí homenaje a María Cristina en Tres triste tigres y en un breve libro de ensayos titulado O —O por cero, pero también Oh por el asombro. La traigo aquí ahora no sólo como una forma de tributo oral, sino para que disfruten ustedes su humor bien pensado, bien realizado, y al mismo tiempo sepan, si no lo han adivinado ya, que éste es uno de mis ideales de escritura: quiero hacer música popular por otros medios. Si es cierto que todas las artes aspiran a la condición de música, mi arte o mi parte en el arte, ha aspirado siempre a la condición de música popular: con cierto concierto. Pero como esta clase de música clásica quiere llamarse seria (imaginen, por favor, al gran Satie serio y no satírico: el fue el autor que llamó a una de sus composiciones Una pieza en forma de pera), he abandonado tientos y tanto intento porque quiero serlo todo menos serio. Ser serio es ser grave y como ustedes saben, grave, en inglés, es la tumba. Ya Shakespeare lo dijo en Romeo y Julieta, entre versos y veras, cuando las palabras como con las espadas (swords, words, swear words), defendiéndose de una con otras, siempre jugando herido de muerte, tiene todavía una última paronomasia mercurial: Ask for me tomorrow And you shall find me A grave man! La parodia è finita (Tomado de Letras Libres) replay
  • 29. 33 y 1/tercio la histeria me disolverá 33 (coma) 3 preguntas a Michel Encinosa (Fú) Aquí debieran ir unas palabras. Masturbación podría ser una de ellas. Hay mucho de embarro en una entrevista masturbatoria. Es posible que Jorge Enrique Lage haya tecleado las preguntas. El Chino Fú alega no ser responsable de las respuestas: basta leer lo que sigue para detectar un influjo psicotrópico. JE Michel, ¿cómo es el Barrio Chino de La Habana? ¿Cómo se escribe o cómo no se puede escribir en un Barrio Chino?
  • 30. 33 y 1/tercio Sábanas no muy blancas colgadas en los balcones. Perros insoportables a las tres de la madrugada. La cola de la carnicería sentada en pleno en los bajos de tu escalera. Paredes fermentadas. Los chinos… bueno, solo turistas de ojos rasgados. A veces teñidos de rubio. O rojo. Creo que se escribe como en cualquier otra parte: como mejor y buenamente se pueda. La vida es dura. ¿Cómo se iba a llamar la banda de rock que nunca formaste? ¿Cómo sonaba? Tuvo tantos nombres… El mejor creo que era algo así como Oscuras Distracciones Bajo La Estrella del Autarca. Alguien me propuso El Micho y sus Piojos del Vaivén. También quise ponerle Guerreros Legendarios en la Arcana Torre del Mórbido Edén o Los Héroes Invictos de la Legión Celeste… Ninguno pegó, al final. (Suspiro). Así que opté por Brute. Sigo creyendo que era una buena opción. Y sonaba… no sé… muy épico, muy satánico, muy poético y muy bestial. Mucha guitarra. Mucho bajo, también. Mucha batería, claro. Mucho teclado, por supuesto. Y mucha, muchísima voz. Como que cantaba yo… Escribí varias letras, que después convertí en cuentos y publiqué en mi primer libro. La vida es dura. ¿Sigues creyendo que Dios es baterista de heavy metal? Lo que realmente no me importa es si Él lo cree o no. Hubo una época en la que Dios era solo otro mito para mí, junto a los Jackson Five y Mazinger Z. Si de verdad existe, entonces tiene que ser un pésimo aporreador de cueros. Pero es normal, les ocurre a todos los webmaster aficionados. Un socio mío era webmaster y tenía un pececito, como el de la rubia karateka en Domino. Y el pececito se le murió, igual que a la rubia karateka. Aunque a ella se le murieron dos, ahora que me acuerdo. ¿Ves? Eso es lo que hace Dios. Matar pececitos. Con un golpe de baqueta, PUM. Y todavía nos preguntamos por qué diantre dicen que el heavy ha muerto. El heavy no ha muerto, nunca murió. Solo que si Dios es el baterista, pues bien… Como que… En realidad no, nunca creí tal cosa, vaya idea. ¿Qué opinas de las notas a pie de página? Caracoles, jamás pensé que tendría que tener una opinión sobre eso. ¿Qué opinas tú de los interruptores? ¿Qué estabas viendo la última vez que pensaste: it´s just a movie? La batalla de Moscú. ¿A qué le tienes miedo? Vivo en el constante terror de descubrir que le temo a algo que aún no he descubierto. ¿Has soñado con cosas eléctricas? Ejem… ¿Voltus V era eléctrico? No estoy seguro. En todo caso, he soñado también con fallos de sistema de Windows XP, con teclados Yamaha y por supuesto, con las legendarias cuerdas de acero; I love the sound of electric guitars… Si por casualidad tu interés son los adminículos de placer a baterías
  • 31. 33 y 1/tercio triple A, pues no… Prefiero el sexo al natural. ¿Has tú soñado con una palangana llena de mentol? ¿O metil? ¿O leche caliente, recién ordeñada? ¿Has tomado leche recién ordeñada? ¿Has soñado con palanganas? ¿Alguna vez te has salpicado de sangre? Puedo hacer el amor con o sin menstruación. Pero nunca olvido envolver mi almohadilla sanitaria en algo antes de botarla. ¿Alguna vez has visto a la mujer más hermosa del mundo? (AY) Sí… ¿La luna es una cruel amante? ¿Tokio ya no nos quiere? La última vez que salí de Ciudad Habana pasé mucho frío. No había suficiente ron. Había poesía. Había ranas. Había poetas y narradores. Había putas y maricones. Había enanos y… enanos. No había luna. Y no, esto no ocurrió en Tokio. Tokio nunca nos quiso. Tokio jamás se enteró de que estábamos aquí, añorantes, apasionados, adolescentes púberes al umbral del misterio supremo… Si alguna vez nos follamos una vaca, Tokio nunca lo supo. Tokio es un cruel amante, y la luna es una… mira, déjame no decir lo que pienso de la luna. ¿Qué grafitti pondrías en el metro de Nueva York? VIVA LA EMULACIÓN. ¿Quién es el Enemigo? CENSURADO ¿De qué color es tu cepillo de dientes? ¿Y tú crees que voy a levantarme de esta silla solamente para ir a averiguarte de qué color es mi cepillo de dientes? ¿A quién le pedirías un autógrafo? Al primer famoso que me encuentre y que se esté muriendo. Hay que pensar en el mañana. En cuanto a los ya muertos, si los veo alguna vez, dondequiera que sea, prefiero sentarme con ellos a encender una pipa y comentar sobre lo bien (¿?) que terminó todo. ¿A quién no querrías conocer nunca? Pon el nombre de quien peor te caiga en este continuum espacio temporal en la línea de arriba, y dalo por mi respuesta. Esto se llama compañerismo, fraternidad, igualdad, de derechos, humanos, y animales, y botánicos, y hasta del plancton, vaya, que no me acuerdo si es animal o vegetal, pero que se lo comen las ballenas, tú sabes, se meten un buche de agua salada cochina y puerca y petrolera esa del océano y la filtran a chorros por entre las varillas. ¿Has tenido sexo oral con una ballena? Lo de las varillas esas que mencioné tiene su talla, tú. Te vas a acordar de mí.
  • 32. 33 y 1/tercio ¿Qué es lo mejor de no tener televisión por cable? La cantidad de gente que conoces intercambiando .avi y .mpeg y .dat. Sobre todo, las chicas. El thriller de tener una serie hasta el episodio catorce y no saber si te van a caer algún día los restantes. O ver la estación tres antes que la uno y la dos. Además, la inmensa ventaja de ahorrar tubo de pantalla y corriente. ¿Dan mala suerte las niñas de 13 años? Según. Si las usas como personajes, todo puede ir bien, si mantienes el sentido común. En cambio, el mundo se te puede caer encima si son ellas las que te usan como personajes. ¿Cómo se encienden los vibropuñales? Nada más sencillo… Basta con apretar el… (¿cómo era?) Sí, viejo, colocarle la… (¿Era así?) Bueno, mira, tú lo coges y lo abres… (¿se abrían?) Okay, no lo abres… (¿o sí?) Nada, nada, fíjate, con el pulgar… (el pulgar… ¿de verdad?) ARGH!!! La verdad es que nunca había pensado en eso, tú, so jerbo. ¿Que no se te ocurre nada mejor que abochornarme en público? ¿Con qué te drogas habitualmente? Gameboy, .mp3, chocolate, google, papitas fritas, Etecsa, John Grisham, Blizzard North, nicotina, Naruto - Bleach - Full Metal Alchemist - D. Gray Man - Ranma ½, pantallazos azules, Will Cuppy, Les Luthiers, Yu-Gi-Oh, Mena Suvari… Ah, y barras de maní molido de 10 pesos. ¿Estás de acuerdo con Chris Carter: The truth is out there? En animosa batalla contra los engendros termonucleares, las mutaciones apócrifas de la historia y el papel sanitario con olor a manzana, me abalanzo sobre el recinto clausurado de mis tedios y te respondo que… Chico, ¿realmente existe un out there? ¿Cuál es la diferencia entre un gato común y un gato samurai? Veamos. Los gatos comunes no hablan, no hacen chistes pujones, no pelean contra pájaros malos con katanas, no vuelan en Catatónicos Supremos, no reparten pizza a domicilio… Aunque sí suelen caer peor que una bola de pelos en la garganta. ¿Ya están escritos los mejores diálogos? Sí, ya los escribí. ¿A qué personaje(s) de ficción te gustaría parecerte? Creo que a esos heroicos, trágicos, desdichados que terminan su historia sentados en un cuarto vacío, y soñando con salir a cazar dragones que no existen con las guitarras eléctricas que no tienen, para salvar un mundo que no tiene importancia alguna. ¿Cómo es el sexo con las musas? ¿Y con las mutantes?
  • 33. 33 y 1/tercio Con las musas es decepcionante. Cualquier relación que no trasciende lo platónico es decepcionante. Las musas no tienen vagina. Tampoco tienen carro. L.q.q.d. Las mutantes son mejores. Tienen más de una vagina. Tienen tentáculos, aguijones, exoesqueleto. La crema, tío. Si llegas a ver algún día en plena acción a dos o más mutantes lesbianas, comprenderás. Ah, sí, comprenderás… Ah… ¿Te gustaría ser un jerbo? Documéntame sobre el perfil político-ideológico de los jerbos, y te daré una respuesta fiable. De momento, no. Hay que jugar al seguro. ¿Qué estás leyendo ahora? Orlán Twentyfive, de Juan Abreu. El Tribuna de la Habana. Esta sarta de perturbadoras preguntas tuyas. ¿Por qué recomendarías que te leyeran? No lo recomiendo. Lo EXIJO. Sobre todo los que tienen que publicarme. Después de publicado, pues… en fin, si alguien quiere… (COMERCIAL) Yo hablo de la transgresión intertextual, hablo de la glorificación de la cultura basura, hablo de sueños, de pesadillas, de traumas, de la guerra y de la paz, de los gays y los judíos, de los paramilitares y los paralíticos, mis libros hablan de todo eso. Al final todo libro es el hijo bastardo de algún otro libro. Puedo escribir sobrio, puedo escribir borracho, puedo escribir alucinado y dormido, puedo escribir inocente y culpable, puedo escribir como sea, y a veces, en mis mejores días, pienso que puedo escribir. La crítica me hará pedazos, y por eso no creo en la crítica. Todas las mujeres son mis novias. La inspiración nace de mi pene. Mi pene mide cuarenta pulgadas. Quién carajo es Harold Bloom. La literatura no existe y, por tanto, no lleva a ninguna parte. La realidad ya no es lo que solía ser. La cultura es un subproducto subvencionado y subvertido. Los géneros desaparecen. Ficción, realismo social, fantasía, horror, fábula, testimonio, ciencia ficción, todo es lo mismo. Hombres y mujeres, todo es lo mismo. Todos tenemos penes y vaginas. Todos somos subvencionados y subvertidos. Todos somos violados. Todos vivimos una realidad que no existe. Yo, por otro lado, soy un tipo maduro e inteligente. Por eso mi obra hace todo lo posible por resultar inmadura y estúpida. Es el único modo de tener público. No creo en la estética y me cago olímpicamente en la moral. La mayoría de mis amigos de la secundaria ya están divorciados y con hijos. Odio el trabajo y no vivo para trabajar, sino que sufridamente trabajo para vivir. Soy un superviviente y un sobreviviente. Mi pene, erecto, llega a medir sesenta pulgadas. Ya no soy joven y, por tanto, me niego a pasar cursos de albañil emergente. Mi dignidad la llevo bien guardada en el calzoncillo, que es donde debe estar. Me encantan las lesbianas y todas mis novias lo han sido. Todas las mujeres son lesbianas. Recelo de los maricones, y todos mis amigos lo son. Todos los hombres somos maricones. Vivo en un país libre, y por eso no tengo que estar luchando cada día por la libertad. La literatura es una soberana
  • 34. 33 y 1/tercio mierda, y por eso hago lo que me da la gana con ella. La literatura es una lesbiana, y a mí me encantan las lesbianas. La gestalt ce moi. (FIN DEL COMERCIAL) ¿Crees que los japoneses se están extinguiendo? Me pregunto qué se preguntarán los putos japoneses sobre nosotros. Si hubiera que reinventar Cuba, ¿dónde quedarías tú? En el Tibet. O el Vaticano. O en Marte o Saturno. En la luna no… Creo que ya te dije lo que pienso de la luna. ¿Qué te parece 33 y 1/3? ¿Alguna sugerencia? Le falta el ISBM(ierda). Por lo demás, muy bonito, sí, muy bonito. Se agradece la iniciativa, sí, pero… No olviden, cabrones, dedicarle alguna página a… Por último, Michel: ¿algún motivo para seguir escribiendo? Bueno, sí… (PAUSA COMERCIAL) Tenemos coño que escribir porque si no escribimos coño no escribimos nada. (Un momento) Tenemos (coma) coño (coma) que escribir (coma) porque si no escribimos (coma) coño (coma) no escribimos nada. (Ahora sí (coma) coño.) (Y seguimos el COMERCIAL…) El que no escribe, no come. Y el que escribe, no come tanto como el que no escribe. Pero esta es la vida que nos ha tocado vivir. Una vida dura2. Una vida sin cama de rosas, sin crucero de ocio, sin cascos para motoristas. La vida, cual vasto cristal azogado, túrbida recurrencia de arcanos carruseles, distante turbamulta en la penumbra oscura y sombría del día del radiante mañana luminoso de la aurora de la Humanidad de las personas… Por eso (coma) coño (coma) hay que escribir (punto) Para hablar de todas estas cosas, porque hay que hablar de estas cosas, y nunca callar estas cosas que no deben ser calladas. Masturbadme, no importa, la histeria me disolverá. (FIN DEL COMERCIAL) P.D.: ¡Ah, porque al final no te dicho aun lo que pienso de la luna…! Pues te jodes, porque tú tampoco me has dicho lo que opinas de los interruptores. Y te saco la lengua. Cambio y fuera. GAME OVER Se acabó. Koniec. Made in gao. Abur. Dasvidania. Sayonara.
  • 35. 33 y 1/tercio ¡HENTAI!... qué digo… ¡BANZAI! Y chao. Hasta la próxima. Si es que hay próxima. Si es que hay luna. Si es que hay algo. Algo que escribir, claro. Porque hay que escribir (coma) coño. Apaga, que pusieron el patrón de pruebas. Ahorra corriente. Mira que subió la cuenta. Voy a bañarme. Y después al cine. No… no voy a ver La batalla de Moscú. ¿A ti te gustó La batalla de Moscú? Chico, no sé, la verdad. Muchos tanques. Eso sí (coma) coño. Muchísimos tanques. Ah, la infraestructura industrial socialista. No falla. Muchos tanques. Y en Afganistán también. ¿Quién lo hubiera dicho? Coño. Y ya ves cómo estamos. Conozco a pila de gente con cáncer de piel. ¿La capa de ozono esa no fue la que Walter Raleigh puso a los pies de la Reina Isabel? ¿Ah, no? Coño. Yo hubiera jurado. ¿Juras decir la verdad? ¿De verdaaaaad? Tú eres un tipo listo. Igual que yo. Vaya (coma) que me cae bien la revistica. ¿Cuánto pagan, por cierto? Sí, viejo, por las colaboraciones y… ¡EEEEEHHHHH! ¡Ah, pues te vas pa´l carajo! Coño. replay
  • 36. 33 y 1/tercio michel encinosa fú (la habana 1974 – tokio ¿?) buenas noches, claudia Un asesino profesional siempre será un ladrón, cuando menos, competente. La relación inversa, por algún raro motivo, tiende a fracasar. Por eso, mientras Claudia se desangraba en el piso, yo solo pensaba en ayudarla. Los profesionales del hurto solemos eludir muchos errores, excepto uno, el fundamental; nunca robes a alguien conocido. Y entre los conocidos, evita sobre todo a tus padres, tus amigos, y a esa persona especial que parece tener todo lo que tú deseas, incluyéndose a sí misma en el lote. —Aguanta, Claudia, por favor —le rogaba yo, sin dejar frotarme la boca, las cejas, las sienes, la frente, la nariz, en esa pantomima tan frecuente del desespero. Ella asentía, desde el piso, apretándose la barriga con ambas manos. —Aguanta ahí, regreso enseguida, te juro que regreso —y yo salía corriendo para la calle, sin pensar siquiera en que necesitaba tiempo para pensar, inventar una fábula, ponerme de acuerdo con ella, porque eso sí, seguro, nos pondríamos de acuerdo, ella no me iba a delatar, ella iba a entender, ella siempre entendía. La calle era un túnel con dos finales oscuros. Elegí el de la derecha. El opuesto al que yo había usado para venir. Puro instinto, supongo. Todo había salido tan bien. La copia de su llave. Las pistas falsas en la ventana de la cocina, incluso en el césped del patio. El recorrido planificado, contando los segundos en silencio. Sala, cuarto de sus padres, cuarto del hermano. El botín colocado por severo orden en la mochila. DVD, dinero, incunables del 1700. Ni un gesto de más. La avaricia es una trampa. Y entonces, al doblar la esquina del pasillo, la puerta del baño, de golpe la luz, ella sin un grito, valiente, siempre valiente, mi Claudia, con el cuchillo derecho a mi barriga, triunfante, mis manos nerviosas, los reflejos inevitables, el cuchillo en su barriga, y la sangre, toda esa sangre en la oscuridad, después fluyendo hacia la línea de luz de la puerta del baño, como si se hubiera roto un pomo de jarabe. «Apriétate ahí», le dije un minuto después, y le cogí las manos y le enseñé cómo.
  • 37. 33 y 1/tercio «Enano… Eres tú.» «Sí, espérate, déjame pensar… ¿Te duele?» Me quedé sin respuesta. Pensé con esperanza y susto que estaba desmayada, pero no. Con los ojos entreabiertos, solo respiraba, respiraba de a poquito, rapidito, y después apretaba los ojos y empezaba a lloriquear con unos soniditos… Ahora iba por la calle mirando las ventanas y las puertas. Si no fuera por esas cercas de alambre tan altas, esos candados, esos perros en lo oscuro. Pensé en tirar piedras contra las ventanas. No había piedras. Tirar latas, entonces. No había latas. Era el residencial más limpio de la ciudad. Modelo de urbanidad, ejemplo de civismo. Sacudí algunas rejas. Manipulé algunos cerrojos, metiendo los dedos, rasgándome la piel de las muñecas. Inútil. Llamé; “Oigan, por favor, hola, buenas noches, oigan, oigan oigan, por favor”. Todo siguió apagado. Solo salieron algunos perros, a tirarse iracundos y suicidas contra su lado de las cercas, y otros a olerme de lejos, con el rabo entre las patas. A las cinco cuadras desistí y regresé corriendo. ¿Cuán difícil podían ser unos primeros auxilios? Ella me miró desde el piso. Una cara negra, con dos puntos de luz. —No me sale nadie, en ninguna casa… —le expliqué—. ¿Es muy hondo? —El teléfono, comemierda —me respondió. Solo para complacerla, fui a la sala, marqué números: —No hay línea. Yo mismo la había cortado. No era necesario, pero, la tradición, la buena escuela. —Enciende la luz. Obedecí. Quedé medio ciego unos momentos. Tanto cristal, tanto plástico plateado, tanta pared blanca. Tanta sangre brillante. Ella también la vio: —No, Enano, apágala. Obedecí. —¿Qué vas a hacer? —exigió. —Déjame ver. ¿Puedes moverte un poco para allá? —indiqué el trapecio iluminado del piso, frente a la puerta del baño. Era solo un metro. Ella asintió. Me agaché para ayudarla, metiendo las manos por debajo de su muslo. Ella lo intentaba empujando con la espalda. Hacerlo con las piernas, obviamente, era doloroso. Yo agachado no tenía buen apoyo. Me arrodillé.
  • 38. 33 y 1/tercio Pareció funcionar, al principio. Después empecé a resbalar en la sangre. Ella soltó un gritico. Yo me caí sobre su regazo. Ella se olvidó del dolor y empezó a patalear y a darme piñazos. Yo consideré que era suficiente, ya podía ver mejor. —Estate quieta, Claudia, por favor, déjame ver. Le aparté las manos, levanté el pulóver. Un corte limpio, en L, al sur del ombligo, tirando a la izquierda. —Aguanta ahí otra vez, un momento. Saqué una toalla del baño y se la apliqué. Después, a falta de algo mejor, traje una sábana y la enticé, apretando bien. Incluso hice un torniquete con una flauta. Su flauta. Me pareció lo más adecuado. Me estaba convirtiendo en un experto. —¿Quieres algo? —Que acabes de traer una ambulancia, coño, Enano, coño. Me alcé, dispuesto a salir corriendo otra vez. —No, espérate, tráeme un poco de agua. Juzgué que la fría no era conveniente, así que cogí de la pila. Le llevé el vaso. —Fría, coño, Enano, agua fría. Le traje de la fría. —¡Me duele! Tiró el vaso contra la pared. —Creo que se me está saliendo por el hueco. El agua fría. Mira a ver. Puse la mano. Parecía que sí. No lo sabía de fijo. El estómago no queda tan abajo. No recordaba en qué ángulo había entrado el cuchillo. Tampoco tenía forma de averiguarlo, como no fuera metiendo los dedos. No creí que ella me fuera a dejar. —Dale, coño, Enano, no te quedes ahí, trae a alguien, a cualquiera. Salí otra vez a la calle, en dirección opuesta, a la avenida. ¿Por qué lo había hecho? Porque es lo que hago. ¿Por qué a ella? No. No a ella. A sus padres, a su hermano. Tenían de todo y de sobra. De todos modos, ¿por qué en su casa? Ella era mi persona especial. Eso tenía que significar algo. Cuando menos un “eso no está bien”. Pero ella me llamaba Enano. Cuando una mujer te llama por tu apodo, en vez de por tu nombre, puedes olvidarte de cualquier oportunidad. Si te llama por tu nombre, cuando todos los demás te sacan el apodo, eso significa algo. Si no es así, pues a silbar a la vía. A lo mejor fue por eso.
  • 39. 33 y 1/tercio La avenida. Un túnel iluminado hasta ambos confines del mundo. Autos escasos, veloces, muy veloces. Traté de detener algunos, pero terminé lleno de polvo y hierba. Me tiraba hacia un lado en el último segundo antes de convertirme en plasta. —¡Oye, man! Un bicitaxi. Ilegal, en la avenida. Corrí hasta él. Tan pronto me vio lleno de sangre, el tipo le metió a sus pedales y se perdió por una esquina. Derrotado en mi segundo round, regresé. —No puedo parar nada en la avenida. Tú sabes, Claudia, si yo fuera una muchacha como tú, en minifalda, a lo mejor… Mi chiste no fue bien recibido: —Mira que eres comemierda, Enano, coño… A tres cuadras por la avenida hay una embajada… No sé de dónde, pero es una embajada. Tiene que haber un custodio, con un teléfono, un radio, yo qué sé… —Enseguida —me sentía el non plus ultra de la eficiencia. —Espérate. Ven acá. Me incliné sobre ella. Cogió mi camisa y tiró hacia abajo. Casi me derriba: —Ahorita me dio un mareo… Y me empezó a doler… ¿Me voy a morir, Enano? —No, carajo, no te vas a morir —la miré como si fuera estúpida. Yo aún no había pensado en eso, y empecé a preocuparme. Mucho. —¿Quieres más agua? —No, más agua no. Pero tráeme un libro. Así se me pasa todo más rápido… Fui a su cuarto y le traje Drácula. —No, ese no. Otro, el que está junto al mouse. Purificaciones, de Empédocles. —Bueno, dale, Enano, dale. Ya en la esquina di media vuelta, volví a toda carrera y pregunté desde la puerta: —¿Tres cuadras para la izquierda o para la derecha? —Avenida arriba, coño. Obviamente, su arriba no era mi arriba. Tres cuadras en la dirección errónea, seis cuadras en la correcta. El custodio tan pronto me vio se llevó la mano al arma: —Hey, párese ahí, coja por la otra acera, por favor. —Mire, tengo una muchacha herida, me hace falta…
  • 40. 33 y 1/tercio —Llame a la policía, o al hospital. —El problema es que no puedo… —Hey, no me busque líos, mire que esto no es de juguete —sacó el arma a medias. Era un hombre mayor, con unos espejuelos así de gordos. Sus ojos parecían los de un marciano. Tenía una panza que ni Oliver Hardy, y las piernas gambadas. —Mire, si usted pudiera coger ése teléfono… —señalé al que tenía en la garita. —Siga, circule… O no, párese ahí, que ya resolví su problema. Por la avenida se acercaba un patrullero. El custodio le hizo señas con una linterna. Yo casi lo abrazo. El auto frenó, los policías se bajaron. Casi los abrazo. Lo primero que hicieron fue tirarme contra el asfalto y esposarme. —Miren… Una muchacha herida… Con un cuchillo… A unas cuadras de aquí… —No le hagan caso, es un bandolero —les explicaba el custodio, y ellos, conduciéndome al auto, asentían como bien entendidos. Ni siquiera me bajaron la cabeza para meterme dentro. Tumbado en el asiento de atrás, con la nariz partida, les seguí diciendo, pero ellos respondieron con notoria suficiencia: —Está bien, vamos a ver. Y estate quieto. Una cuadra, dos cuadras… —Doblen por aquí para abajo. El auto inició el giro, pero no lo terminó. Aceleró de nuevo y frenó de golpe. Ellos salieron de estampida. Asomé la cabeza por la ventanilla. Por el medio de la avenida corría un tipo, sacudiendo una mochila. Tras él iban dos mujeres muy pálidas y rubias, en shorts caqui y camisetitas, gritando en un idioma desconocido. Los policías le salieron al paso al tipo, lo derribaron, le incautaron la mochila. Las dos mujeres se les acercaron, ya sin resuello. Vinieron todos para la patrulla. Subieron. Quedé comprimido contra la puerta. Me aplastaba una de las mujeres, de buen cuerpo, pero muy grande, con un escote coloradísimo. Ni siquiera me miró. El tipo iba entre las dos, esposado. Me miró como a un primo muy querido. La patrulla salió quemando gomas, ignorando mis protestas: —¡Que era por aquella esquina, coño, por aquella esquina! —Después, esto tiene que ser primero —aclaró el copiloto—. Ya hicimos la noche. Tres segundos después, las mujeres empezaron a hablar en su jerigonza semivikinga o cuasieslava. Tres segundos después, empezaron a insultar al tipo. Tres segundos después, una le espantó un piñazo. La otra la secundó. El tipo respondió tirando el cuerpo sobre una y sonándole patadas a la otra. La
  • 41. 33 y 1/tercio que me aplastaba, supongo que sin intención, me hundió un codo en el cuello. Luego, en la oreja. El auto zigzagueó, se detuvo, los policías se bajaron y sacaron los palos. Una patada empujó a la mujer que me aplastaba, y por eso caí contra las caderas del policía que abrió por mi lado. Rodamos por el asfalto. El tipo, ni corto ni perezoso, mordía a la otra en las tetas. Unos palos se alzaron y otros bajaron. Algunos sobre el tipo, otros sobre las tipas, y otros sobre mí. Quise llorar. Una de las mujeres, hecha un manojo de gritos, se le prendió a la cintura a un policía y le sacó la pistola. Un Ford Sierra pasó junto a nosotros, como un relámpago rojo. PAM PAM PAM PAM PAM PAM… El tipo quedó de rodillas frente a la puerta del auto, con la frente apoyada en el asiento. El policía que me pacificaba saltó hacia atrás, empujado por otra bala. El otro se mandó a correr, y le tocaron dos tiros. La otra mujer se acercó a su amiga para tranquilizarla, y recibió la suya en la cabeza. Ella no me podía ver, de momento, porque yo estaba en el suelo, al otro lado del auto. Le saqué las llaves a mi policía, y en cuanto vi aquellos pies en Adidas empezar a contonear el vehículo, salí a todo tren. De todos modos, no escuché más disparos. Cargador agotado, tal vez. Muy posible. Traté de abrir las esposas mientras corría. Era inútil. Tuve que detenerme bajo un farol. Un Willys pasó lleno de Hip Hop y chicas encueras. Me silbaron. Arrojaron una lata de cerveza, que cogí al vuelo. Estaba mediada, y fría. La bajé hasta el fondo con un buche. Claudia parecía dormida, pero no. —¿Ya vienen? —Sí, ya vienen —le respondí. No tenía valor para desmentirla. Y de todos modos, era cierto. En algún momento, por fuerza, vendría alguien. —Ven, Enano, siéntate aquí. Ya no le quedaba mucho volumen. Daba la impresión de oírse en mono, en vez de estéreo. También podía ser el codazo en mi oreja. Chapoteé con mis nalgas en su sangre, hasta quedar más o menos cómodo. Quise sugerirle que se recostase a mí, pero no lo juzgué conveniente. Podría aumentar la hemorragia. —¿Me habrá jodido un ovario? —se preocupaba ella—. Yo quiero tener hijos, Enano. Tres niños. Un varón, una hembra, y otro varón… Me duele, Enano. —¿Tienes pastillas? —¿Qué clase de pastillas? —De las que son para el dolor. —Sí, mira a ver en el baño.
  • 42. 33 y 1/tercio Fui a ver. Le traje pastillas. Yo también tomé. Las bajamos con TuKola. Fría. Apenas lo sintió. Apenas parecía sentir nada. —¿Qué hora es, Enano? —Ahorita amanece —mentí, y saqué los cigarros. —Creí que lo estabas dejando. Que estabas fumando a partir de las cuatro de la tarde y hasta las ocho de la noche. Yo lo pensé un poco y respondí: —Ahora son las siete de la noche en Buenos Aires. Encendí el cigarro. Ella tenía el ceño fruncido, como calculando. Desistió al fin, y prestó atención a su barriga. Se palpó con timidez el entizado de sábana: —Esto me aguanta la sangre, ¿verdad? —Claro que la aguanta —solté un chorro de humo. —Tengo hambre… Quiero decir, creo que tengo hambre. —Mejor no comas nada. —No es eso. No tengo ganas de comer nada. Pero creo que tengo hambre. No se lo discutí. Me sentí magnánimo. —Se demoran. —Siempre se demoran —expliqué—. Si quieres salgo a la calle por si los veo pasar. —No. Quédate. Conmigo. Unas horas antes aquellas palabras habrían sido maravillosas. La imaginé en su cuarto, en su cama. Me imaginé en su cuarto, en su cama. Lo imaginé todo, absolutamente todo. Debí imaginar un buen rato, porque cuando el cabito me quemó los dedos, ella parecía dormida. Esta vez, de verdad. La sangre ya mojaba mi mochila, tirada en medio del pasillo. La casa tendría algún desnivel. Me levanté, puse mi mochila en el sofá de la sala, y encendí el televisor. Estática. Lo apagué. Encontré una discman, sobre la mesa. Me puse los audífonos. PLAY. EL soundtrack de Farinelli. Se al Labbro Mio non Credi. Nunca me gustó. Saqué el CD, y metí la discman en la mochila. Fui hasta ella y la miré de cerca, impunemente. Podría darle un beso. La sangre en su short empezaba a secarse. El libro estaba en el piso. Se me antojó aburrido. Lo hojeé un poco. Era aburrido. Si regresaba hasta el patrullero, cogía la otra pistola, y empezaba a disparar al aire, alguien me haría caso. Podría detener un vehículo a tiros… Demasiadas películas. Ella dijo algo. Me le pegué un poco más: