El documento discute diferentes perspectivas sobre el concepto de destino. Se argumenta que a menudo llamamos "destino" a cosas que suceden como resultado de nuestras propias decisiones y acciones. También se sugiere que existe una "propuesta de destino" que deja espacio para el libre albedrío y el cambio a través de la toma de decisiones conscientes.
1. “He aquí una prueba para verificar si tu misión en la tierra ha concluido:
si estás vivo, no ha concluido.”
(Richard Bach)
“Nunca creas que el destino es algo más que la conclusión de la infancia”
(Reiner María Rilke)
El destino se va haciendo a cada momento.
Creemos que estamos dirigiendo nuestra vida cuando lo que hacemos
coincide con lo que tenía previsto el destino.
“El Mesías nos vigila, y ríe porque encuentra divertido que las cosas sucedan
tal como las hemos planeado”
(Richard Bach)
“El libre albedrío es la capacidad de hacer con alegría
aquello que debo hacer”
(Jung)
“Los problemas no resueltos se nos vuelven a presentar
y los llamamos destino”.
(Jung)
“A veces no comprendemos el destino y luchamos contra él. Sólo cuando
finalmente renunciamos y nos relajamos, creamos la posibilidad de que
llegue algo que nos ayude a superar nuestras dificultades y a dar el paso
siguiente para entrar en una nueva fase de la vida”
(Anónimo)
Si es que se puede “leer” el destino, mediante el tarot, videncia, quirología,
astrología… es porque tiene que estar ya “escrito” en algún sitio.
Esto en cuanto a la visión ineludible del destino.
El destino de las cosas es convertirse en pasado.
El destino en la vida sólo concluye con la muerte,
o con su cumplimiento consciente.
Nos pasan las cosas que creemos que nos tienen que pasar,
2. pero esto no lo sabemos.
No creo en el fatalismo o en lo determinista. Existe, siempre, el libre
albedrío, y la capacidad y el derecho a sublevarse.
Destino, según la RAE, tiene unas acepciones muy
curiosas: “fuerza desconocida que se cree obra sobre los
hombres y los sucesos” y “encadenamiento de los
sucesos considerado como necesario y fatal”, y parece
que eso ya nos convence de la tragedia que se avecina y
nos predispone a sufrir pensando que es imposible
escapar a esa pesada “maldición”.
El destino no es una cuestión de azar ni una condena.
En lo que llamamos destino aparecen, entre otras muchas
cosas, nuestras necesidades insatisfechas, los conflictos
más desconocidos, y las aspiraciones más profundas.
Con todo esto, y para nuestro propio bien, se elabora una
hoja de ruta que incluye avisos (que conviene escuchar
aunque no sean agradables), señales (que no se han de
evitar, a pesar de su dureza), circunstancias (que más
que maldecir se han de amar), y situaciones personales
(que no harán sino enriquecernos si las resolvemos).
En una visión esotérica, o poética, es como si nuestra
alma supiera en qué nos necesita para seguir creciendo y
nos usara para conseguirlo.
Lógicamente, los beneficiados del enfrentamiento y
superación de estas “pruebas” del destino, somos
nosotros mismos, y ahora.
3. He aprendido que lo que llamamos destino es en realidad
sólo una propuesta de destino, y que casi nunca es
inevitable.
He oído que siempre queda el libre albedrío, pero…
¿realmente existe el libre albedrío, o es que cuando uno
hace algo que aparentemente no estaba incluido en el
destino es, precisamente, ese no hacerlo lo que estaba
previsto en el destino? Si mi destino parece que me
propone una buena y larga vida y en cambio, en un acto de
rebeldía y de desacato a ese destino, para demostrarle
que yo mando en mi vida y no él, me suicido… ¿no será el
suicidio lo que estaba escrito?
No hay respuesta con garantía de certeza para esta
pregunta.
Lo que sí he comprobado es que sí hay unas experiencias
que realmente, y casi inevitablemente, hay que vivir. Sé
que el destino nos las plantea amablemente al principio,
pero, si no las resolvemos, nos las vuelve a presentar
otra vez, esta vez de un modo más contundente, para
que, ahora sí, las afrontemos. Si tampoco de este modo
hacemos caso, se tornará en violencia si hace falta, nos
pondrá en el camino un hecho muy duro que nos haga
reflexionar, una lección muy dolorosa, o una tragedia que
nos impida seguir en la inacción. Es impresionante, y
cuesta aceptar que es por nuestro bien, pero es así.
A veces, no queremos aceptar que lo que nos va pasando
en la vida es el resultado tanto de lo que he hemos hecho
como de lo que no nos hemos atrevido a hacer, y para
quedarnos más tranquilos y eximirnos de la culpa, lo
llamamos destino. Pero no es así. El destino es el
resultado de los pensamientos, las desatenciones, los
4. silencios, los miedos, las alegrías y todo cuanto hay a
nuestro alrededor.
TAMBIÉN PUDIERA SER QUE…
Llamamos destino a muchas cosas a la vez. He observado que casi
siempre equivocadamente, porque, en general, llamamos destino a
aquellas cosas que suceden sin que, al parecer nosotros tengamos
algo que ver. Y no es cierto: llamamos destino a las cosas que nos
suceden porque nosotros no hemos querido o podido resolver, prever o
modificar; llamamos destino a lo que pasa debido al abandono de la
dirección consciente de nuestra propia vida; llamamos destino a nuestro
cónyuge, nuestros padres, nuestro jefe, cualquier otra persona;
llamamos destino a nuestro no querer decidir.
Cuando yo no tomo una decisión, y como la vida sigue en su curso
imparable, esa decisión no tomada por mí es tomada por otra
persona, o por el tiempo que pasa, y entonces recurrimos a la
consoladora frase “será que tenía que ser así, que es mi destino”. Y
nos quedamos auto engañados y casi tranquilos.
Hay mucho de comodidad y dejadez en esa creencia universal acerca
de que existe un destino inevitable, y hay muchísimo de culpa en el
hecho de que, al no reconocer cuál es nuestra responsabilidad en
nuestra propia vida, dejamos que nos sucedan las cosas sin intervenir.
Yo creo, como ya he dicho, en una “propuesta de destino”, en un
sendero provisional trazado por uno mismo de acuerdo a su camino
evolutivo y a las experiencias que quiere conocer en esta vida. Yo
creo que uno se diseña las situaciones por las que quiere pasar.
Aunque luego no lo recuerde.
Sé que hay destinos más libres, en los que hay más facilidad para
no resolver las cosas, en los que las preocupaciones son distintas;
que se les da preponderancia a las cosas materiales y terrenales, y
no se cuestiona qué hay “más allá”, o cuál es el sentido de la vida.
Se va a la practicidad, a disfrutar las cosas que entran por los cinco
sentidos y dan un placer inmediato y tangible; “eso que me llevo por
delante”, resume su pensamiento de la vida.
Hay destinos más inevitables, dentro de que casi todo se puede
evitar, pero parece que, afortunadamente, el destino no es tan frágil y
5. tan sensible como para sentirse ofendido con nuestro primer rechazo.
Si sabe que es importante para nosotros, se vuelve a repetir una y
otra vez hasta que lo dejamos solventado.
Yo llego a creer que nuestro Yo Superior puede dirigir lo que
llamamos destino, y nos va haciendo ver las mismas cosas o las
mismas situaciones en diferentes momentos, cada vez con una
intensidad o con una insistencia distinta, hasta que nosotros estamos
abiertos y receptivos a notarlas, hasta el momento en que las
metemos en el interior y las resolvemos dentro, en el corazón, en la
identidad, en lo más central de nuestro ser, porque las que
arreglamos “con la cabeza”, en cuanto se nos olvida el pensamiento,
en cuanto distraemos la atención de la idea que teníamos, desaparece.
TAMBIÉN PUDIERA SER QUE…
“Hay personas que prefieren creer que todo en la vida es azar, y que todo
está sometido exclusivamente a los caprichos de la casualidad. Este es un
punto de vista tranquilizador en cierta medida, porque mitiga la carga de la
responsabilidad personal. También hay personas que creen que la vida fluye
totalmente de acuerdo con la predestinación derivada del karma de cada uno,
de los efectos de causas que se arraigan en encarnaciones pasadas, y esta
posición también es consoladora, porque lo absuelve a uno de responsabilidad
en el presente. Finalmente hay quienes creen que la propia voluntad es el
factor determinante de nuestro destino, y ésta es una actitud un poco menos
reconfortante, porque la vida nos pone frente a algunas cosas que no es
posible alterar con un esfuerzo de la voluntad, ni siquiera de la más poderosa.
El hombre está atado a la rueda del destino hasta que sobre él amanece la
conciencia de la posibilidad de elección que le ha concedido Dios. Tiene
entonces un atisbo de la naturaleza paradójica de la fuerza que lo ha atado,
pero que le ha dado también el poder de romper sus ataduras.
Ya sabemos que hay proyecciones inconscientes que pueden llevar a una
persona a enfrentamientos, relaciones y situaciones que, aunque asuman un
cariz destino, están reflejando su propia lucha por llegar a la conciencia de sí
mismo.” (Del libro Relaciones humanas, de Liz Greene)
Llamamos destino a muchas cosas a la vez. He observado que casi siempre
equivocadamente, porque, en general, llamamos destino a aquellas cosas que
suceden sin que, al parecer nosotros tengamos algo que ver. Y no es cierto:
llamamos destino a las cosas que nos suceden porque nosotros no hemos
6. querido resolver, prever o modificar; llamamos destino al abandono de la
dirección consciente de nuestra propia vida; llamamos destino a nuestro
cónyuge, nuestros padres, nuestro jefe, cualquier otra persona; llamamos destino
a nuestro no querer decidir. Cuando yo no tomo una decisión, y dado que la
vida sigue en su curso imparable, esa decisión no tomada por mí es tomada
por otra persona, o por el tiempo que pasa, y entonces recurrimos a la
consoladora frase “será que tenía que ser así, que es mi destino”. Y nos
quedamos auto-engañados y casi tranquilos .
Hay mucho de comodidad y de abandono en esa creencia universal acerca de
que existe un destino inevitable, y hay mucho de culpa en el hecho de que al
no saber cuál es nuestra responsabilidad en nuestra propia vida, dejamos que
nos sucedan las cosas sin intervenir.
Yo creo más bien en una “propuesta de destino”, en un sendero provisional
trazado por uno mismo de acuerdo a su camino evolutivo y a las experiencias
que quiere conocer en esta vida. Yo creo que uno se diseña las situaciones
por las que quiere pasar.
Y sé que no se debe generalizar.
Hay destinos más libres, en los que hay más facilidad para no enfrentar las
cosas, en los que las preocupaciones son distintas, se les da preponderancia a
las cosas materiales y terrenales, y no se cuestiona qué hay “más allá”, o
cuál es el sentido de la vida. Se va a la practicidad, a disfrutar las cosas
que entran por los cinco sentidos y den un placer inmediato y mediable.
“Eso que me llevo por delante”, resume su pensamiento de la vida.
Hay destinos más inevitables, dentro de que casi todo se puede evitar, pero
parece que, afortunadamente, el destino no es tan frágil y tan sensible como
para sentirse ofendido con nuestro primer rechazo. Si sabe que es importante
para nosotros, se vuelve a repetir una y otra vez hasta que lo dejamos
solventado.
Yo llego a creer que nuestro Yo Superior puede dirigir lo que llamamos destino
y nos va haciendo ver las mismas cosas o las mismas situaciones en
diferentes momentos, cada vez con una intensidad, hasta que nosotros estamos
abiertos y receptivos a notarlas, hasta el momento en que las metemos en el
interior y las resolvemos dentro, en el corazón, en la identidad, en lo más
central de nuestro Ser, porque las que arreglamos “con la cabeza”, en cuanto
se nos olvida el pensamiento, en cuanto distraemos la atención de la idea que
tenemos, desaparecen.
Sí que insisto en la propuesta de destino que está en alguna parte escrita,
sugerida, pensada por Alguien, porque a ese destino de “cosas que pueden
suceder” acuden, el tarot, la quiromancia, o la videncia, y cualquier persona
con un mínimo de sensibilidad y de apertura a recibir esa información puede
acceder a ello.
7. Claro, uno piensa que todo está escrito en el destino y entra una enorme
frustración por el sentimiento de ser un muñequito que juega el papel que Dios
le ha puesto. Es muy pobre si realmente es así; a mí me entra un enorme
enojo si yo no puedo renacer con mi esfuerzo, si no son válidos mis
despertares, si no tiene algún sentido lo que soy y lo que hago. Sí, ya sé
que parece una presunción querer ser algo, cuando dentro de poco moriré y
no quedará de mí más de lo que haya quedado de cualquier esclavo que
murió hace un siglo, o de un Neandertal que en su momento creyó ser
importante, pero yo sé que en algún sitio tiene que quedar mi granito de
arena.
En el destino siempre queda un margen amplio para improvisar, para dar un
rodeo… y para no querer resolverlo.
Creo en un destino en el que, a pesar de lo propuesto, uno, siempre, digo
siempre, puede cambiar, puede hacer modificaciones.
Hay cosas de las que hacemos que son de mucha importancia para nuestro
desarrollo y el cumplimiento de nuestro “destino”; hay otras, en cambio, y lo
he podido comprobar muchas veces, en las que no cambia nada con lo que
hagamos o no hagamos, hay momentos decisivos y hay momentos
intrascendentes, pero también hay situaciones que vivimos y cosas que hacemos
que, aunque no tienen importancia para nuestra evolución, sí que la tienen
para la de otra persona. Así, a veces, por ejemplo, quizás entretenemos a otra
persona hablando por teléfono de cosas banales para que no pueda recibir otra
llamada que es mejor que no reciba, o para que salga un poco más tarde a
la calle y evitarle un accidente, o para que oiga una tontería nuestra que
puede ser esclarecedora para ella, etc... Y vuelvo a decir que he comprobado
que es así como sucede.
Pero, además, sí creo con absoluta seguridad en el destino propuesto, si estoy
seguro de que Dios quiere siempre lo mejor para mí, y que las experiencias
“inevitables” son porque realmente no se han de evitar.
He llegado a la seguridad de que, siempre, lo que nos pasa es lo mejor que
nos puede pasar; aunque tardemos en comprenderlo y aceptarlo. Siempre hay
un momento de serenidad en que uno razona o siente que aquello que tanto
le hizo sufrir le abrió otras posibilidades.
Creo que cuando uno es consciente de que eso que llamamos destino es un
orden establecido de una perfección asombrosa, que cada paso viene dado en
el momento preciso, que no se puede pasar a una cosa hasta resolver la
anterior, y que por encima de todo ello hay una Presencia Divina que vigila el
correcto desarrollo de cada uno de los destinos, y lo cuida y lo mima con
ternura y Amor, entonces uno comprende que es necesaria la rendición para
nuestra propia rendición; se comprende la necesidad de aceptar con todo el
amor y toda la consciencia el “hágase tu voluntad”; se siente la necesidad
interior de decirle a Dios; “de acuerdo, reconozco mis interferencias en Tu
8. deseo de cuidarme y llevarme bien hasta Mí. Te brindo mi Voluntad. Hágase
ahora tuya”.
DESDE UN PUNTO DE VISTA MÁS ESPIRITUAL
Uno está destinado a ser uno mismo. Nada más. Ni nada
menos. Nadie puede cumplir nuestro destino, ni nosotros
podemos pretender realizar el destino de otros.
Claro, uno piensa que todo está escrito en el destino y entra
una enorme frustración por el sentimiento de ser un
muñequito que juega el papel que Dios le ha adjudicado.
Sería muy pobre si realmente fuese así. A Mí me entra un
enojo enorme, (digo a Mí, no al ego malo) si yo no puedo
renacer con mi esfuerzo, si no sirve de nada mi trabajo en la
evolución de lo personal, si no tiene algún sentido lo que soy
y lo que hago.
Sí, ya sé que parece una presunción querer ser algo, cuando
dentro de poco moriré y no quedará de mí más de lo que ha
quedado de cualquier esclavo que murió hace varios siglos, o
de un político que en su momento creyó ser muy importante,
pero yo sé que en algún sitio tiene que quedar mi granito de
arena.
En el destino siempre queda un margen amplio para
improvisar, para dar un rodeo… y también para no querer
resolverlo. Creo en un destino en el que, a pesar de lo
propuesto, uno, siempre, escribo siempre, puede cambiar,
puede hacer modificaciones.
Algunas cosas de las que hacemos son de mucha importancia
para nuestro desarrollo, y para el cumplimiento de nuestro
“destino”, pero hay otras, en cambio, y lo he podido
comprobar muchas veces, en las que no cambia nada con lo
que hagamos o no hagamos, hay momentos decisivos y hay
momentos intrascendentes; hay situaciones que vivimos y
cosas de las que hacemos que, aunque no tienen importancia
para nuestra evolución, sí que la tienen para la de otra
9. persona. Así, a veces, por ejemplo, quizás entretenemos a otra
persona hablando por teléfono de cosas banales para que no
pueda recibir otra llamada que es mejor que no reciba, o para
que salga un poco más tarde a la calle y evitamos un
accidente, o para que oiga una tontería nuestra que puede ser
esclarecedora para ella… etc... He comprobado que es así
como sucede a veces.
Pero, además, sí creo con absoluta seguridad en el destino
propuesto, sí estoy seguro de que Dios quiere siempre lo
mejor para mí, y que las experiencias “inevitables” son porque
realmente no se han de evitar.
He llegado al convencimiento de que, siempre, lo que nos pasa
es lo mejor que nos puede pasar; aunque tardemos en
comprenderlo y aceptarlo. Siempre hay un momento de
serenidad en que uno razona o siente que aquello que tanto
le hizo sufrir le abrió otras posibilidades.
Creo que cuando uno es consciente de que eso que llamamos
destino es un orden establecido de una perfección asombrosa,
que cada paso viene dado en el momento preciso, que no se
puede pasar a una cosa hasta resolver la anterior, y que por
encima de todo ello hay una Presencia Divina que vigila el
correcto desarrollo de cada uno de los destinos, y los cuidas
y los mima con ternura y Amor, entonces uno comprende que
es necesaria la rendición para nuestra propia redención; se
comprende la necesidad de aceptar CON TODO EL AMOR Y
TODA LA CONSCIENCIA el “hágase tu voluntad”; se siente la
necesidad interior de decirle a Dios; “de acuerdo, reconozco
mis interferencias en Tu deseo de cuidarme y llevarme bien
hasta Mí. Te brindo mi Voluntad. Hágase ahora tuya”.
RESUMIENDO
El destino es como llamarás a lo que te va a pasar tanto si
prestas atención como si no. Por eso es mucho mejor ser el
10. creador del destino, ya que tienes la posibilidad de crearlo, y
hacer que sea especial. Es tu responsabilidad y tu obligación.
Alégrate de que sea así. Sé valiente.