Ahí viene el lobo: La juventud y el graffiti en San Cristóbal
1. AHÍ VIENE EL LOBO.
La juventud ha sido, desde siempre, un activo de la sociedad, se le ha tutelado
y hecho lo posible por encausarla de acuerdo a los valores del momento histórico en
el que se vive; a pesar de ello, en infinidad de ocasiones se ha tratado de manipularla
o se le ha usado como pretexto para cometer atrocidades por parte de los
gobernantes. Quién no recuerda a Sócrates condenado a muerte acusado de
corromper con sus ideas a los jóvenes, y aun cuando se le dio la oportunidad de
retractarse para salvar la vida, él mismo tomó la cicuta que le permitiría reafirmar su
verdad y amor por sus discípulos.
Actualmente en San Cristóbal nos encontramos en un debate en torno a los
jóvenes y su afición por el graffiti, sobre todo ahora que un joven de dieciséis años
perdió la vida cuando presuntamente trataba de realizar una pinta. La polarización
ha sido consecuencia, como siempre, de mentes obtusas que con la única cualidad de
ostentar el poder, han propiciado un exacerbado odio hacia una expresión juvenil.
Este brutal homicidio se veía venir desde hace mucho tiempo, desde los tiempos de
Sergio Lobato García se empezó a hostigar a los jóvenes y, ya con Mariano Díaz se
llegó a exabruptos realmente patéticos. Coincidentemente al ir incrementando la
represión, las pintas llegaron a un punto insostenible: casi en cualquier calle de la
ciudad están estas manifestaciones, estos muros que nos gritan algo y que las
autoridades, en lugar de asesorarse de especialistas en el comportamiento juvenil,
tienen como única respuesta la ley del garrote.
Es curioso ver como el neme fascista sembrado por las ineptas autoridades
aldeanas han echado raíces en muchas personas –entiendo bien intencionadas– y
que, sin embargo, cerraron sus mentes y reaccionan en base al dogma inoculado en
sus conciencias. Así, en una entrevista radiofónica un psicólogo dio su opinión
profesional en torno al fenómeno del grafiti, de inmediato recibió una oleada de
llamadas telefónicas en donde lo agredían por decir su verdad –la mayoría de estas
llamadas fueron de señoras.
También escuchamos por la radio a un sacerdote “pecando” de mentira: dijo
que en España la multa por graffitiar era de 15 mil euros, cuando en realidad es de
2. 300, además de señalar patrañas como que la pena en España por una pinta era de 6
años de prisión para los jóvenes; en fin, que la brutalidad social es manifiesta.
A petición de algunos lectores que me pidieron re-publicar la columna que
escribí a mitad de la semana en un medio, que como El Imparcial, es de mayor
circulación en la ciudad, me permito ponerla a su consideración, advirtiéndole
apreciable lector que no se trata de molestar a nadie y que fue escrita al calor de la
indignación, luego de enterarme de la muerte del joven de dieciséis años Víctor
Martín Penagos Estrada:
CIUDAD ASESINA.
La inteligencia está de luto; ganó la ocurrencia, la intolerancia, la estupidez;
todos somos culpables al permitir ser confrontados, al marchar como corderos
pastoreados por algunos medios pagados por las autoridades al patíbulo de la
claudicación del pensamiento propio.
Me dan vergüenza las autoridades municipales tan ineptas como fascistas,
dan pena ajena aquellos comunicadores que desde su “pulpito” se convierten en
censores para señalar lo que es arte (graffiti) y lo que no lo es, me apena esa
sociedad que compró sin recatos el pésimo producto de la segregación, intolerancia,
y la exacerbación violenta en contra de los jóvenes.
Al joven de dieciséis años no lo asesinó ese pobre diablo que ahora tendrá
que pasar gran parte de su vida en prisión, lo asesinamos todos: los ciudadanos
intolerantes, las autoridades que fomentaron en todo momento castigos
desproporcionados que incluía la paga de recompensas, los iluminados
comunicadores que se sintieron críticos del arte y todos los que actuamos como
meros espectadores de la película de nuestra propia vida.
“Burla” era el nombre con el que firmaba (tag) sus graffitis el joven de
dieciséis años asesinado por San Cristóbal, y es que los que le conocían afirman que
su carácter era sumamente bromista, jovial, amable, amigo de todos. “Burla” es el
nombre que escogió para sí mismo Víctor Martín Penagos Estrada y ahora,
3. convertido en mártir, “Burla” deberá ser la bandera de los jóvenes de esta ciudad
para exigir sus derechos y ganar sus propios espacios en la sociedad.
“Burla” murió por la estupidez social, pero le puedo asegurar distinguido
lector, que mucha de la gente que se desgarran públicamente las vestiduras en
contra del graffiti son verdaderos corruptos y ladrones que no tendrían derecho
alguno de lanzar la primera piedra en contra de jóvenes, que como “Burla”, se
encuentran en busca de su identidad, en esa etapa de natural rebeldía que termina
por formar el carácter de un adulto de bien.
Sería incapaz de insinuar que se violen nuestras leyes; por el contrario, abogo
por el estricto apego a ellas. Penalizar el graffiti es un grave error –la experiencia
mundial así lo demuestra– ya existe la tipificación para el daño en propiedad ajena y
su correspondiente sanción, que dicho sea de paso, debe ser proporcional, como
elemento básico del ideal de la justicia.
Enviar a un joven graffitero a la cárcel para que se convierta en un verdadero
delincuente es un muy costoso absurdo. Lo que necesitamos son autoridades,
medios de comunicación y una sociedad en su conjunto dispuestos a canalizar la
energía de la juventud para el bien común; pero. . . y Usted. . . ¿Qué Piensa?