La realidad no es blanca ni negra, no tiene formas definidas ni reglas inmutables. Al menos, así es tal y como la percibimos los escritores. Es nuestro trabajo: diseccionamos la realidad, exponemos lo que guardamos dentro, descubrimos que una pinza puede ser un tenedor y un bisturí, un cuchillo. Ponemos el mundo patas arriba y ordenamos el caos.
Desde La Esfera te ofrecemos tantas visiones del mundo como escritores escriben en nuestras páginas.
Podrás encontrar ídolos de plata flotando enaguas subterráneas, hojas amarillas aguardando el desayuno familiar.
Sentirás la dolorosa necesidad de la tejedora de palabras, el amor a la altura de un par de zapatos, el beso envenenado de la actriz con ínfulas de mujer.
Te perderás en los ojos líquidos del coleccionista de ideas y en el brillo estéril de la radiografía de un instante.
En este número nos abrimos en canal, emplatamos nuestro cerebro y tripas para quien quiera degustarlos.
¿Te atreves a sentarte a nuestra mesa?
1. Revista literaria y de cultura en cualquier manifestación
Número: 5
La Esfera Cultural www.LaEsferaCultural.com
Lágrimas
en la lluvia
Rosa Montero
Entrevista
9 774459 917431 32
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La Esfera
Selección de textos literarios - Ilustraciones - Crítica - Entrevistas...
2. Temores insustanciales
(Isabel Martínez Barquero)
Leo y me quedo
colgada de una línea,
danzo en su trazado,
hago una pausa en
sus comas y me
detengo en sus puntos.
Hace tiempo que estoy aquí, en mi
dulce cautiverio, amparada por la
tinta que me nombra. No quiero
regresar a la existencia cotidiana.
Dentro de estos párrafos, he
encontrado abrigo y gozo. Afuera,
hace frío. Lo peor será cuando me
entre hambre, porque no sé si el
papel alimentará.
¿Quién me mandó meterme entre
las páginas de una novela?
Aunque lo deseara, ya no
encontraría el camino de regreso
al mundo real. Pero no estoy muy
segura de que forme parte de ese
mundo. El autor me trata siempre
como a un personaje, como a un
ser de ficción, y me temo que yo
misma he decidido serlo: su trama
me resulta más sugestiva que mi
monótona realidad.
No me preocuparé por cuestiones
minúsculas: mi destino ahora no
se guía por la batuta que
dirige a los seres
comunes. Creo que las
heroínas de historias
singulares no necesitan
nutrirse, a ellas les
basta con la
imaginación de quien las
sustenta.
3. PORTADA 5
Foto portada:
Francisco Concepción Álvarez,
Título: “Las ideas están servidas”
Ilustración de Ada Ortega para La
Esfera Cultural, ilustrando el texto:
“Roturas de la Crisis” .
La Esfera Cultural
www.laesferacultural.com
programalaesfera@gmail.com
Apartado de correos, 62.
38080 S/C de Tenerife
Dirige y edita:
formas
Francisco Concepción Álvarez
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La realidad no es bla í es tal y como la
Codirección: Ana Joyanes Romo utables. Al menos, as
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Miguel Ángel Brito
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Entrevistas:
Antonio Guerrero Ruiz Po drás encontrar sayuno familiar.
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Ilustradores:
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Laura Hernández
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Inma Vinuesa
Alicia Güemes
Mª José Fernández ¿Te atreves a senta rte a nuestra mesa?
Elizabet Bertolín Ana Joyanes Romo
Ana Luis Ravelo Codirectora
Laura Baute
Marian Alefes Silva
Cristina Tabarez
Maquetación y diseño: FranCo
Impresión: Producciones Gráficas
Rosa Montero
El silencio Entrevista
ante 84, Charing Cross Road
de Helene Hanff
la
obra maestra
4. Cuando llegamos era tarde.
Noticias Ya había partido el pequeño camión
que no llegan naranja que, lleno de sobres y
encomiendas, nos alegraba la vida cuando
(Francisco Concepción)
(María Magdalena Padón) traía noticias de lejos, plenas de esperanza
y amores entrelazados en la distancia.
Ese día no apareció la carta que esperaba.
Brillo estéril
Otro día más de espera y anhelo
agazapado en mi pecho hasta el próximo
paso del camioncito que nos dejaba llenos
de polvo del camino y con las pestañas
marchitas. Volaron alto las hojas secas de
los laureles de la plaza, mezclando las finas
gotas con el aire caliente pegado en la piel
de la espera...
Las estrellas se me antojaban muy
lejos y zarandeé el cielo. Cayeron
como hojas de otoño. Nunca tuve
ninguna duda, sabía que acabaría
El amor a la altura de mal. No necesitaba una razón.
—¡Niño!, ¿qué hiciste?—Me
un par de zapatos riñeron, no podía ser de otra forma.
¡Bárrelas!,- me ordenaron.
(Ana Crespo Tudela)
—No están tan lejos— susurré. Su
no contestación caníbal devoró mi
respuesta.
Las barrí sin que me dieran escoba,
Mientras en la radio sonaba metiéndolas bajo la alfombra. No
Camarón cantando "Te voy a hacer necesitaba para ello una razón.
unos zapatitos del ala de mi
sombrero", ella buscaba el amor, —Las estrellas están muy lejos,
aunque durara un suspiro, en esas pertenecen al cielo, son intocables,
calles estrechas, enmarcadas por los sus puntas pican y son
cielos de sus balcones. Y se topó con inaccesibles—me sugestionaban.
él de frente. Ahí estaba, tras el Esa era su razón.
cristal, esperándola. Cinco minutos
Bajo este cielo, viven invidentes,
de presentaciones, lo justo para
que rezan por el mal-pensé- Saben
saber que era la horma de su pie y
mi nombre, pero yo no sé el mío.
convertirse en su dueña bajo pago.
Les adelanto para abrirles el
El color y la suavidad de su piel
camino.
aterciopelada prometían un largo
futuro. Su altura la ayudaría a
Metí las estrellas bajo la alfombra,
caminar con paso firme o sabía que todo acabaría mal. Y
levitando a 10 centímetros del ahora tengo mi razón. Quiero oler y
suelo. Y en los instantes de masturbar mi interior. Regalar lo
pasión sería el complemento que siento. Estar fuera de control.
perfecto y sensual de su ¡Quiero hacerles ver!
desnudez. Una fantasía de
100 euros en monedas,
de color nazareno y
grana. Un par listo para
dar el estoque, al
Sumisión
(Lucía Díaz)
bravo que se cruce
por nuestro camino. –¡Desnúdate! –ordenó
el hombre.
La mujer se quitó con
lentitud la
ropa, luego la piel.
4
5. Rumiando
(Miguel Ángel Brito)
R
aúl quería ser poeta. Con esa vocación había alimentado de
goces su cuerpo. Placeres contables e incontables. Viajó por el
mundo con actitud camaleónica, mezclado entre sus gentes sin
ser visto. Leyó clásicos, los más, y entró en el alma de los
poetas hasta alcanzar a ver sus vísceras abiertas. Vio, tocó, olió,
bebió fascinado en la fuente de la vida antes de tomar la
decisión de escribir y contárselo a todo el mundo.
Se sentó a escribir una tarde de mayo. Lo primero que dibujó
fueron trazos breves y frases inconexas. Poco fluidas. Nada
reveladoras de sus sentimientos. Rompió una y otra vez
papeles garabateados de absurdos. Observaba con
impotencia cómo sus pensamientos
se desvanecían al asomar por la punta de los dedos.
Raúl dejó entonces de escribir y se sentó en el sofá del
salón para revolcarse en él con sus sentimientos. Amor y
odio. Desprecio y fascinación. Deseos incontenibles y
ascos infectos. Mezclando palabras y sentimientos elaboró
platos a veces placenteros y a veces difíciles de digerir.
Tortuosos. Rumió toda aquella comida verbal, la única que
comió durante días, y por fin encontró un hilo al que
agarrarse y empezó a tirar de él para escribir. Llenó hojas y
hojas de poemas que describían al mundo, al hombre, la vida
y la muerte, y tanto escribió que acabó después de varios días
extenuado, solo y vacío. Llamaron a la puerta con insistencia e
intentó hablar, pero ya se había olvidado de hacerlo. Solo sabía
escribir y leer lo que escribía. Tuvo hambre otra vez y decidió
volver a sentarse a la mesa y comerse de nuevo las palabras que
había vaciado sobre el papel. Platos cocinados, ya fríos, listos para
volver a ser comidos y vomitados de nuevo en un círculo infinito y
vicioso de bulimia literaria.
El hedor que provenía de la casa de Raúl llegó hasta la oficina de los
Servicios Sociales. Decidieron, al ver su caso, que lo mejor sería
sacarlo de allí. Le prohibieron escribir. Escondieron lápices y papeles
mutilando sus manos. Se quedó cocinando entonces platos en su
cabeza. Platos hechos de palabras caleidoscópicas. Impronunciables.
Rumiando recuerdos.
Hojas amarillas
(Sara Lew)
El viento se lleva las hojas muertas y los
manuscritos olvidados. Las palabras
amarillas flotan levemente antes de caer,
rendidas, sobre el camino de la infancia.
El anciano las va recogiendo y apilando
mientras ellas hablan de recuerdos
ajados por el tiempo, aunque tan vivos
como tenues destellos de luz entre las
nubes de otoño. Recuerdos errantes que
se lleva el viento, junto a las hojas
muertas.
5
6. (Ángeles Jiménez)
sermones del tío, qué hastío, todos iguales, incluidos
los que le colocaba en las sobremesas sobre las
virtudes de las almas cándidas y entregadas como la
C uando Mario llegó al pueblo tres años atrás, a
Blanca se le llenó el bajo vientre de grillos con solo
suya, tan inmaculada, impoluta. Porque su amor por
ella era pura pureza fraternal, Dios era testigo,
voluptuosos tocamientos a la niña-virgen sin pecado
imaginar de lo que aquellos labios bembones serían concebida. Tan eterna que iba a ser su vida en el
capaces si ella pudiera ponerlos a su servicio. Pero paraíso ese que se le antojaba cada vez más aburrido.
cómo podía calentarse los pensamientos, y el bajo Y ella con lo interesante del demonio Mario metido
vientre, si para todos los efectos era como si estuviese dentro, bien adentro. Y el tío divagando alelado en sus
casada. Casada con Dios y con la Santa Madre Iglesia. delirios místicos que empieza a inquietarse. Y el jardín
Y con su tío el párroco, que se ocupó tan que no avanza. Y Blanca que no se confiesa.
amorosamente de ella cuando sus padres Y el maridocuratio celoso que la espía hasta dar en el
desaparecieron. Desaparecieron de la casa, del pueblo blanco... bueno, en la diana. Una de aquellas tardes
y de la faz de la tierra, porque no volvieron a dar que Blanca y Mario tienen bien organizadas, el tío
señales de vida ni de muerte de un día para otro. vuelve al poco de salir al oficio y entra sigiloso por la
Puede que en algún momento cuente también esa puerta de la cocina. A los amantes les había faltado
historia, pero hoy no quiero divagar, que me disperso. tiempo para estar ya el uno metido dentro de la otra en
Pues eso, que el tío cura la acogió generosamente en el lecho vicario, más amplio para dar cabida a sus
su casa. Incluso puede que no fuera necesario tanto irrefrenables pasiones recientes. Y al pobre hombre de
acogimiento, pensaba a veces Blanca desde que Dios que lo abandonan sus credos de repente y se
le despuntaron los grillos por primera vez cuando se desmaya en silencio, sin perder del todo la
embelesó en la contemplación del cuerpo desnudo de consciencia, sin perderse detalle. El detalle de Mario
Plácido, el hijo del panadero, bañándose descuidado en Blanca, de Blanca gritona, de Mario negro, de ojos
en el pris. Porque lo que tenía claro desde hacía en blanco, de sudores que brillan las pieles al trasluz,
mucho es que el cuerpo del tío no le encendía los de olores mezclados entre tenues polvos atardecidos y
calambres, desde luego que no, ni de lejos, si acaso sabores adivinados a especias saladas.
algo de ardor en la boca del estómago, pero eran Y el religioso que se ahoga en la explosión de vida
ardores bastante distintos, también internos, pero de que inunda el cuarto, el suyo, que se le cuela por
más arriba. debajo de la sotana negra, de siempre más
Bueno, a lo que iba, que el negro Mario, porque Mario complaciente con la muerte que comprometida con los
era bien negro además de labiudo, casi la electrocuta vivos, hasta rasgarla en jirones como de flecos
de puro deseo reprimido. Casi la abrasa en sus propios gastados y desvaídos. El pelo blanco escaso que se le
calores de no ser porque le pusieron remedio a tiempo desmelena al viento sin aire de la habitación a media
una tarde mientras la misa de ocho tenía ocupado al luz. Exudación caliente, luego fría, palidez exangüe de
tiocuramarido y ellos consiguieron un ratito para sangre redistribuida en lugares resecos. Y el corazón
dedicarlo a retocarse. Sí, eso, a tocarse y retocarse por que no le puede seguir latiendo dividido.
dentro y por fuera aprovechando la poda concienzuda Blanca y Mario encontraron el cuerpo amontonado en
a la que Mario estaba sometiendo el jardín parroquial el pasillo con una sonrisa extática dibujada en las
desde hacía semanas, muchas para lo chico que era. comisuras, se culpabilizaron pensando que quizá
Pero claro, luego a Blanca dejaron de interesarle los muriera rezándoles los pecados.
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7. Infidelidad
(Mar Horno García)
E n Baeza se enamoró Elisa de un
fantasma. Era lógico y posible teniendo
en cuenta la alta población de espíritus
que purga sus penas en los palacios e
iglesias de la ciudad. Sus maneras
exquisitas, su jubón carmesí y su gran
lechuguilla le fundieron los huesos
cuando atravesó sin querer aquel cuerpo
de hombre translúcido mientras hacía una
visita turística a la catedral. Fue amor a
primera vista.
Desde entonces ella lo lavaba todas las
mañanas con detergente para ropa
delicada y lo colgaba bien estirado sobre
una silla cerca de la estufa para que se
secara. Cuando llegaba la noche hacían
el amor hasta la extenuación y él
quedaba arrugado como una pasa tras
penetrar sin descanso la carnalidad de su
enamorada.
Fueron felices, entre amaneceres
perfumados de suavizante floral y
madrugadas de lujuria hidalga, hasta que
un día el caballero fantasma, tras esperar
impaciente su baño diario, descubrió a
Elisa gimiendo mientras dormía, con el
cubrecama enrollado libidinosamente
sobre el cuerpo desnudo. De nada
sirvieron las explicaciones de la
sorprendida amada. El hidalgo retó en
duelo mortal a la traidora sábana blanca
que resultó ser el espectro de Iñigo de
Mora y Villegas, conocido mancillador de
honras ajenas.
La espera (Mª Isabel Machín García)
Nada más existió para ella desde aquel día, ni los niños que jugaban a su
alrededor escondiéndose tras ella como si solo se tratara de una parte más
del mobiliario urbano de la estación, ni aquel caballero que, quitándose el
sombrero, se hizo a un lado amablemente al percibir en su mirada el
desgarrador vacío de tan infructuosa espera, ni el flash del fotógrafo que
una vez más captaba su desolación. Se habían derramado ríos de tinta
sobre su caso: “La novia loca que aún espera todos los días al soldado
Javier Olmedo en el tren de las seis; nunca aceptó el fatídico día de su
regreso en aquél oscuro cajón, cubierto por una bandera, que los soldados
bajaron con solemnidad del vagón de carga”. Tampoco supo nunca en qué
momento dejó de sentir dolor para convertirse en la estatua de bronce que
hoy adornaba la estación.
Al terminar su artículo Mauricio Contreras se acercó a contemplarla de
nuevo y como siempre le embargó la ternura, le parecía tan real su
desamparo que en un impulso irracional se quitó la chaqueta y cubrió con
ella sus hombros desnudos.
7
8. La espalda sin pared
(Carlos Díaz González)
Tiene ojeras en los brazos y un
horizonte sin ojos. Y una espalda
sin pared.
Ayer logró entender todo el
mundo, cabalgó sobre él y lo
arrodilló usando su radiante
poder al servicio de la eternidad.
Hoy sólo le queda el humo en la
garganta del fuego de ayer, las
sombras en la piel y el peso de la
soledad. Hoy no entiende ni
siquiera a sus manos
temblorosas, a los que pasan de
largo, al silencio de la papelina
vacía.
No sabe si tiene los ojos
cerrados o si ya ha vuelto a
morir otro rato.
8
9. Se busca
(Miguel Ángel Díaz Fuentes)
Los hombrecillos
(Marcos Alonso)
Dicen que los grandes seres que una especie de jugo verdoso muy
gobiernan el mundo, a veces, se espeso con babosas flemas
reúnen en secreto en algún lugar del ensangrentadas.
espeso bosque. Llegan desconfiados y El lugar se vuelve fangoso e
temerosos de que los descubran, irrespirable. Es entonces cuando,
recelando de los otros, mostrándose precipitadamente, salen exhaustos y
hostiles y agresivos, como si tuvieran jadeantes de allí, con sus estómagos
miedo. Cuando rebasan la puerta
principal, se quitan sus pieles y se
descubren, para luego salir del interior Es inútil. La he perdido. Por más que
de sus titánicos cuerpos unos quiera que vuelva, tengo la
miserables hombrecillos desnudos, sensación de que se ha ido y dudo
temblorosos y asustadizos, de grandes mucho que algún día me deje volver
ojos que sobresalen de sus pálidos a disfrutar de su compañía.
rostros enfermizos. Habíamos llegado a un estado de
Ya en el interior de la humilde casita de entendimiento total: estaba cuando
madera, bajan por una larga rampa, la necesitaba, o al menos la mayoría
moviéndose torpemente, chocando de las veces, discreta con mi
unos contra los otros y emitiendo mediocridad y comprensiva con mis
pequeños gruñidos, como si fueran errores. Destacaba mucho más
una manada de ratas desorientadas. vacíos, y, tras ponerse sus enormes durante mis largos periodos de
En la oscuridad, el silencio parece disfraces, se mueven entre ellos silencio, poseyendo la extraña virtud
adormecerlos hasta que se oye la débil violentamente, como si estuviesen de aparecer en el momento más
voz de uno de ellos, que inicia una bailando una danza guerrera, mientras inesperado, aunque con frecuencia
especie de plegaria que repiten los que, a modo de lamentos emiten, lo hacía de noche, cuando la casa
demás intermitentemente, provocando abriendo exageradamente sus fauces se apagaba y el mundo a mi
un murmullo que se vuelve voraces, unos rugidos atronadores alrededor dormía. Era entonces
ensordecedor a medida que rezan que se extiende por todo el planeta, cuando le gustaba susurrar en mi
cada vez más rápido, casi gritando, a la tras lo cual comienzan a correr en oído, alterando mis pensamientos
vez que despiden un olor nauseabundo todas las direcciones, dispuestos a con el simple roce de sus palabras.
que ilumina todo el espacio, hasta que, devorar el mundo y saciar nuevamente Han pasado unas cuantas semanas
casi al unísono, comienzan a vomitar su codicia desmedida. y sigo sin tener noticias de ella. Me
consta que tiene mucho trabajo,
pero yo siempre soñé con poseerla
para mí solo. Ahora comprendo lo
24 H. de,
ingenuo que he sido, intentando
retener agua que se me filtraba entre
los dedos…
música, literatura y palabra
Se ha ido. La inspiración para
escribir se me ha escapado y ni tan
siquiera ha dejado una nota de
despedida; me quedan sus poco
agraciadas hermanas gemelas, Falta
de ideas y Ausencia de imaginación,
como únicas acompañantes en esta
nueva etapa que ahora comienza.
Trataré de buscarla y, cuando la
encuentre de nuevo, prometo que
todos se enterarán de su vuelta.
www.laesferacultural.com Porque siento que nunca tendría que
haberse escapado.
9
10. Erótica II
(Isolda Wagner)
Él leía sin demasiado interés. Ella, con profundo, con calma, como solían,
las piernas cruzadas en el otro paladeando cada milímetro de sus
extremo del sofá, le daba una última bocas impregnadas de sí mismos, no
vuelta al crucigrama, aún a sabiendas habría vuelta atrás. Y si algo
de que no lo terminaría. Tal era su apreciaban, era la lentitud de
complicidad, que aunque nada parecía movimientos para alargar el placer
alterar el ambiente, como por arte de tanto como fuera posible. El deseo iba
magia, de pronto les creciendo en
inundaba el deseo. Tan sólo proporción a las
era preciso un ligero caricias que se
movimiento de uno de los regalaban. Se
dos. En este caso, fue ella servían de algo tan
quien se subió levemente la delicado como la
camisola, lo suficiente para lengua para
dejar al descubierto la ropa
interior sin quitarle la mirada
de encima, directa a sus ojos.
degustar sabores y
t e x t u r a s
Reflejos
inundando todo de (Enrique Trenado Pardo)
No tenía más que dejar caer saliva y sorbiendo
la mano sobre el pubis, como cuanto emanase
con descuido, para que él se de ambos, hasta sentirse ebrios de Hace ya un tiempo que empecé a
encendiera al instante. Le encantaba tanto efluvio. A estas alturas, rodando anotar todo lo que Clareta decía
mirarla en esa actitud y ella deseaba ya sobre la alfombra, sabían cercana mientras dormía. Nunca se lo dije,
que él actuara de igual manera. Así la explosión final, pero conocían con porque no quería que sintiera
hacían y, mientras peleaban con precisión el instante en el que bajar de violentados y vulnerados su
ambas prendas hasta deshacerse de ese estado de excitación sublime. intimidad y su descanso. Pero,
ellas, las manos se confundían y Después de tantas delicias, él sugirió, después de escucharla varios días
alternaban entre el propio sexo y el -¿Te parece que preparemos la cena? conversar con su propio
contrario. Los labios se acercaban, sin -Nos vendrá bien reponer fuerzas. subconsciente, se me ocurrió, para
encontrarse. Este juego siempre les Lo mejor estaba por venir, la noche combatir el molesto hecho de no
atrajo. Si llegaran a besarse en lo más prometía ser larga. poder dormir durante la noche,
volverme su cronista silencioso,
sin otro fin que la curiosidad sana
y quemar el tiempo ocioso.
Hablaba de todo y de nada a la
vez. A veces simplemente tomaba
retazos sueltos de ideas difusas
Instante El corazón calé martilla
que no parecían conducir a
ninguna parte. A veces,
simplemente, no parecían de ella.
(Miguel Ángel Brito) su pecho de amante Como si alguien las hubiera
mancillado tras acabar soltado ahí y su propia mente las
en un instante, de dos rechazara y las expulsara.
Un día, cuando la costumbre me
zarpazos ciegos, con la permitió discernir mejor, descubrí
amistad traicionada y el que Clareta recitaba casi a la
amor sentido. Ahora en perfección uno de mis sueños, que
su cabeza solo queda un ese día pude recordar, para variar,
grito sordo y el vacío con claridad.
Descubrí que Clareta, mientras yo
eterno teñido de carmín. dormía durante el día, anotaba mis
sueños, y ya no supe ni he sabido
distinguir, en adelante, cuáles son
míos y cuáles son de ella.
10
11. Cansancio y soledad que se fuga. Se cruzarán vestidos, Las amo. Son mías
perfumados, pero su paladar no sabrá (Francisco Concepción)
(Amando Carabias) a beso, sino a café y tostada, y no
tendrán caricias como salvoconducto — ¡Que llueva, que llueva…!
Llegó desnudo al lecho, después de para el día, sino el vuelo indolente de Jajaja… Así crié a la primera. Así
haber cenado su cansancio, envuelto un balón y el llanto indescifrable de la
en ensalada y en tortilla, acaso infancia. Durante varias horas, el lugar edifiqué su mundo. No existía
distraído por el vuelo de un balón será trono de olvido, almacén de otro.
indolente y caprichoso. Llegó silencios compartidos. De nuevo él — ¡Tengo miedo! ¡¡Ahhhh!!… De
desnuda al lecho, después de haber llegará desnudo al lecho después de esa forma me suplicaba, lloraba.
cenado soledad envuelta en ensalada haber cenado su cansancio envuelto Así me comporté con la segunda.
y en tortilla, acaso distraída por el en un puré y en pescadilla, acaso Así tinté su existencia. Así esbocé
llanto de la angustia infantil distraído por la historia de un crimen el mundo que le inventé. Su
incomprensible. Y el lecho compartido imposible y farragoso. De nuevo ella universo, para ella tampoco
fue, como cada noche, dos murallas entrará desnuda al lecho, después de existía otro.
de pieles silenciosas tejidas de haber cenado soledad envuelta en un
cansancio y soledad, dos murallas puré y en pescadilla, acaso distraída Las quería de igual manera, de
ajenas y enfrentadas, dos murallas por el sueño de la infancia feliz e forma infinita. Pero la vida tiene un
dispuestas a olvidar que un día fueron incomprensible. Y como cada noche componente de suerte. A una le
único castillo donde la madrugada era será el lecho dos murallas de pieles tocó el blanco y a la otra el negro.
una fiesta de luces y caricias Lo siento mis niñas, mis
silenciosas tejidas de cansancio y
amores…Es la vida, yo no tengo la
estruendosas, como mil carcajadas soledad, dos murallas ajenas y
culpa.
en la piel. Cuando al amanecer, enfrentadas, dos murallas dispuestas
regresen los vigías a la almena, y las a olvidar que un día fueron único Cuando ambas supieron de la
pupilas alcen sus portones, él se castillo donde la madrugada era una existencia una de la otra, todo se
levantará cansado y triste, a ella la fiesta de luces y caricias desmoronó. Ser un Dios
soledad le cubrirá los pasos estruendosas, como mil carcajadas en irresponsable hace que te derrumbes
presurosos, engarzados al tiempo la piel. cuando dejas de serlo. ¿Por qué les
tocó a ustedes? ¿Y a mí?
La cena S e ampara en el camuflaje que
presta una noche de luna nueva, sigiloso…,
días y el compinche de tonalidades
llamativas observa aquel felpudo rabo
envanecido a pulmón lleno, entra a la granja puntiagudo ya inmóvil y, con su garra, le
(Garla Kat) pasando obstáculos con añadida destreza. requiere al otro: “Anda tú y chequea que ya
Consigue, entre el fosco ramaje, llegar esté frío”. El minino de color negro, disiente
cerca del granero y husmea lo que puede. asustado con la cabeza “que él no irá”.
Untado en la confianza del descuido, Entonces, el de las coquetas coberteras se
prueba el tóxico alimento que el granjero aproxima en un revoloteo y aterriza sobre el
había regado temprano en el lugar y, al inerte moteado de dos metros de longitud, y
rebasar el tejadillo, involuntariamente emprende a picotear esa tibia y lustrosa
comienza a restregarse violentamente masa manchada de rosetas. Con su
contra el verde césped y en esa oscuridad inocente canto nocturno, llama a su
detrás de la verja del granero; cuatro ojos compañero al festín: “¡Acércate a la cena…,
impacientes prestan atención a esas gato cobarde!”.
convulsiones; ¡cómo se revuelca ese
cuerpo sobre el suelo!… su alma
mansamente pierde el vuelo para
perecer en la tierra. Los
dos especímenes
escondidos saborean
lo que podría ser un
banquete de varios
11
12. Ídolos de plata
(Patricia Nasello)
Está bajo el sol de la tarde, pisando con sus zapatos
gastados la misma arena que en otras épocas estuvo
bajo treinta metros de agua. Enciende un cigarrillo y
trata de concentrar la mirada en ese círculo de llamas
pequeño para no ver el otro, el que brilla enorme en el
cielo, el que lo sofoca de calor y le hace doler la
cabeza y ya lo tiene harto. Maldice el lago que no está,
el arroyo al que ha quedado reducido, la sequía.
De pronto una sombra lo cubre.
Observa por encima de su hombro y ve que a sus
espaldas, en absoluto silencio, acaba de encallar un
barco de vela, muy antiguo, sin tripulantes.
Siente que su corazón se desplaza generando otros
corazones que laten en las sienes, en la garganta, en
las piernas. Siente que el corazón de las piernas le
está fallando, teme caer sobre la arena ardiente.
Desesperado por encontrar un punto de apoyo gira, pero es una belleza agresiva, que lo descoloca y logra
recuesta la frente sobre el cuerpo del barco que huele que ahora él se adivine más feo que hace un rato
a sal. El olor lo descompone, lo ofende, porque es olor cuando el intruso no estaba, logra que se sepa más
a mar, porque esa arena resquebrajada que está imbécil. Continúa mirándolo fijo, quizá se trate de un
pisando con sus zapatos gastados, jamás conoció el galeón español, quizá aún conserve su carga de ídolos
mar. Y él tampoco. Ni le importa. Recuerda que cuando de plata robados.
aquel profesor maniático de historia hablaba de las Un hilo de baba se escurre por sus labios, agua salada
grandes batallas marinas o de los ciclones que hacían que apenas toca el suelo, desaparece.
naufragar las naves, él jamás atendió. —Si un animal mediocre se enfrenta al fantasma de un
—¿Por qué no estudia? animal espléndido, ¿quién ganaría la pelea? —se
—Porque el mar está lejos, es de otra gente. pregunta en voz alta.
El barco trae a su memoria desavenencias que había Desde el centro de su vientre, donde siente latir al más
olvidado. alocado de sus corazones, saca la fuerza que necesita
Retrocede algunos pasos, lo mira como se mira a un y con un movimiento torpe, arroja su cigarrillo aún
ser peligroso. Reconoce que sus líneas tienen belleza encendido contra el velamen del fantasma.
La edad de los árboles
(Manuel Espada)
D
icen que se puede conocer la edad de un árbol contando las anillas
concéntricas del tronco. El árbol que había sobre la tumba de mi
padre tenía mi edad. Mi madre lo plantó cuando yo vine al mundo,
justo el mismo año en el que mi padre murió en un accidente de tráfico. La
visión de aquel manzano en la finca me perturbaba. Era como contemplar
un árbol genealógico a la inversa, como una esquela de hojas caducas.
Cuando cumplí los dieciocho años cogí el hacha y lo talé en finas láminas
redondas como vinilos. Coloqué una al azar en el tocadiscos. Para mi
sorpresa, el tronco tenía diecinueve anillas concéntricas. En el primer
surco pude escuchar las promesas de mi padre y los llantos de mi madre.
Cuando la aguja saltó al segundo surco escuché un sonido seco, como de
crujir de huesos. Un leve quejido y el sonido de una azada removiendo la
tierra. En el resto de anillas se escuchaba el sonido de los grillos y las
plegarias de mi madre. Dicen que se puede conocer la edad de un árbol
contando las anillas concéntricas del tronco, aunque para poder verlas,
hay que cortarlo.
12
13. S
egún me acerco al pozo hago asegurarme el éxito. Unos instantes
tintinear la bolsa del dinero, para después la cuerda se tensa y comienzo
advertirles de mi presencia. Ellos el ascenso, tirando suavemente de la
se revuelven inquietos y comienzan a soga. La polea chirría y hace tambalear
chapotear ansiosos. Con un movimiento el recipiente metálico, pero no derramo
ágil retiro la losa que cubre el agujero y una gota. La intensa luz dorada que
lanzo a las profundidades un par de mana del cubo me indica que he
piezas de oro. La violenta lucha atrapado un buen ejemplar, así que tapo
subacuática que se produce a la abertura rápidamente con un trozo de
continuación me indica que son muchos madera para evitar su fuga. Sin tiempo
ahí abajo por lo que no tendré problemas que perder me dirijo de nuevo al lecho de
en atrapar alguno. No obstante, antes de mi padre moribundo, transportando a mi
bajar el cubo, introduzco una moneda en presa con sumo cuidado; fuera del agua
su interior a modo de cebo, para los deseos no son tan fáciles de atrapar.
13
14. Eterno souvenir
(Ángeles Sánchez Portero)
Treinta y tres caricias
(Teresa Giráldez)
No abriría los ojos.
No. No los abriría. No quería sentir la fría luz sobre
S
su cama. No permitiría que el reflejo verde la alí de la pirámide de Keops, y volví a encontrarme
invadiera. con aquel misterioso vendedor que continuaba
Con los ojos cerrados, veía el mar azul en el paseo asido a su camello.
de San Telmo. El sol limpiaba la blanca pared de
su terraza, mientras el aire fresco de El Puerto Tras el lúgubre velo, que la oscuridad había colocado en
acariciaba su piel, con olor a geranio y a canela. mis ojos, pude adivinar su presencia. Había algo de
El dolor la hizo volver. Pero no abriría los ojos, no. enigma en el contorno de su mirada, como si aquellas
Había evitado ese lugar durante noventa y seis
maravillosos años. No podía verse así, en una líneas de kohol negro separaran dos épocas remotas e
cama que no era su cama, en ese aséptico cuarto irreconciliables. Sumida en una especie de magnetismo,
que no era su casa. me dirigí hacia su puesto, seducida como una serpiente
Y fue entonces, entre su ira oscura, cuando la bien amaestrada. Le ofrecí todo lo que llevaba, unas
sintió: una caricia en su mano, suave, cálida, pocas piastras que iba a llevarme como recuerdo del
cariñosa. ¿Cuál de ellos sería? Cinco hijos y sus viaje a Egipto. A cambio me ofreció una esfinge, algo
esposos, ya sus hijos también, nueve nietos,que cuarteada pero igualmente impasible. Al llegar al hotel, la
se habían hecho dieciocho, y sus ocho
coloqué en la maleta, mientras me reprochaba su compra
queridísimos biznietos... Abrió los ojos.¿Quién
estaba ahí? No veía bien. y decidía que, dada su condición de tullida, tendría que
—¿Quién eres? —preguntó. quedármela para mí y colocarla en la estantería de
—Somos todos, abuela —oyó, y lo sintió fuerte en artilugios desencantados.
su mano—, todos.
La ira había desaparecido. Cerró lentamente los Ya en casa, deshice la maleta y la saqué de su envoltorio,
ojos, y una tímida sonrisa venció al miedo y al no sin cierto desagrado. La coloqué en el lugar menos
dolor. Oía el mar en El Puerto y las risas de sus visible de la estantería, y traté de olvidarme de ella, de
niños bañándose en el espolón del muelle... sus grietas, de su halo de eterna déspota, de su altivez
guardó la caricia en su corazón, mientras sentía mutilada. Pero no lo conseguí. Día tras día y por más que
que su alma se dividía en treinta y tres partes que
barriera y barriera, mis pies iban dejando un reguero de
volaban para instalarse en los que se quedaban,
alojándose en lo mas profundo, donde las lágrimas huellas en la arena del salón de mi casa.
no pudieran alcanzar.
14
15. confuso, casi críptico, como
Arcoiris forzándome a no claudicar, a
continuar mirando hacia arriba, hacia
(Ángeles Jiménez) el cielo, a la luz blanda de un nuevo
día rebosante.
El arcoiris se desplegó doble justo Volví a mirar en el momento justo en
enfrente de mi ventana, pretendiendo que el cielo estalló en calambres que ¿Te gusta escribir?
colorear un día definitivamente gris aliviaron la pesadez de un chaparrón
a m a ti s ta , c l a v a d o e n e l m a r contenido. Agua escandalosa que
amoratado engañosamente malva, chapoteaba los cristales, las
falsamente calmo en la oscuridad hortensias, los rosales, las uvas del
desdibujada que no acababa de parral. Que corría sobrada a
consentir la mañana. Se me antojó desaguarse pendiente abajo.
una visión descarada, burlona de mis Bulliciosa, exuberante, sabrosa.
tristes angustias que habían Agua sobre agua para mojar lo ya
despuntado el día recargadas. Una empapado.
ironía de colores fanfarrones. Pero La energía desatada al viento se me
consiguió clavarme a contemplarlo en ovilló al cuerpo para sacudirme de
su quehacer magnético, hasta dentro a afuera. Me zarandeó los
profético. Me obcequé en leer entre pensamientos hasta que pude
líneas, entre tonos y matices. No reubicarlos. Cortó el círculo viscoso
entendí nada, no conocía su lenguaje, de gris en gris para que del negro se
no sabía leer entre colores. El gris me fueran destilando colores
empastaba el alma. inexistentes por no nombrados.
Cerré la ventana para ocuparme sola Tonos irisados de matices nunca
en coser mis roturas, pero la cortina antes pronunciados, completamente
trasparentaba y adivinaba los arcos imprevistos, maravillosamente
multicolores del otro lado, como si improvisados. Y amaneció, que no
quisieran mostrarme algo para mí fue poco.
Servicio de limpieza
(Ana Joyanes)
Me obligo a limpiar la sangre.
Cristales, paredes, las rendijas del
entarimado, las salpicaduras en la
tapicería. Desecho cualquier
adorno que haya quedado
contaminado, me deshago de
cepillos, estropajos y baldes,
refresco la habitación con
ambientadores caros. Soy
cuidadoso, no debe quedar rastro
de mi tarea, pero mentiría si dijera
que no confío en nadie: con los www.laesferacultural.com
honorarios que cargo bien podría
encargar la limpieza a especialistas
que saben hacer su trabajo y
mantener la boca cerrada. En
cambio, limpio sus restos y borro
así su recuerdo, sus miradas
sorprendidas o espantadas, el olor
de su miedo. Me ayuda a recordar
que un día puede ser mi sangre la
que otro limpie.
15
16. Desperté (José Francisco Díaz-Salado)
Abrí lentamente los ojos. En la penumbra, aún
somnoliento, comencé a pensar. Tirabuzones
entrelazados que mi mente iba deshaciendo fluían con
una claridad increíble.
Pude ver en un instante tantas cosas claras, que
llegué a creer que ese día algo había pasado en
mi interior. ¿Dónde exactamente? ¿En mi
cerebro? ¿En mi corazón? ¿En mis
entrañas?
A modo de fotogramas pasaron ante mí
muchos años de mi vida. Años en los que
todos y cada uno de mis actos, de mis
decisiones, fueron aceptadas por mí
como lógicas, como acertadas.
Ahora no sé por qué motivo no lo entendía
así. Comprendí que puse un parche a
cada pinchazo en mi piel por el que se me
escapaba la razón, el sentido común y la
Minifalda
credibilidad. (Alberto García Salido)
En mí mismo no cabía todo lo hecho, todo
lo decidido, todo lo realizado. La gente no sabe que sin piernas
Entonces… serenamente… con infinita y no hay minifalda. Y María camina,
dolorosa claridad lo sentí profunda e todas las estaciones del año, con
intensamente… las piernas desnudas como una
¡Había despertado mi conciencia! amenaza. No importa, no hay
vergüenza. Sacrifica estética y
sacrifica salud. María sacrifica,
con esas dos palabras ya tienes
su lema. Disputa las baldosas
con cada paso. No hay pie a su
Radiografía (Yolanda Nava Miguélez)
lado que le haga competencia. En
el barrio la oyen venir y los viejos,
de un instante los aburridos, los tenderos y
hasta las mujeres bajo las gafas
Te observo así: con la
) de sol la miran pasar. Ahí va
clandestinidad como aliada.
María con su minifalda en verano.
Tus manos escarban la tierra
Ahí va con su falda de menos de
del jardín mientras tu boca
cuarenta centímetros, atrapada
tararea una canción. Apartas un
entre copos de nieve que le
mechón de pelo que cae -
hacen adorno. La gente abre la
rebelde-, sobre tu frente. Lo
boca, una "O" mayúscula entre
apartas con un gesto mil veces
labios, los hombres sacuden las
repetido y mil veces fascinante
manos como para que la sangre
y nuevo, para mí. Tu feminidad
no se agote toda en el mismo
aflora en ese vuelo fugaz de tus
sitio. Ella, como una pantera, va
dedos a tu pelo y se queda
calle arriba y calle abajo haciendo
prendida en mi embeleso.
una jaula de envidias alrededor.
Tus manos -rugosas y
María no tirita de frío ni siente que
delgadas-, aún atesoran la
llueve cuando las gotas protestan
suavidad conque todo lo han
sobre el paraguas. A ella le da
tocado; tus ojos, ahora más
igual y abre el armario todas las
apagados y acuosos, cuando
mañanas para rescatar otro
me sorprenden mirándote
pedazo de tela, casi un cinturón,
–como ahora, furtivo- se
que le cubra los muslos hasta
iluminan y ríen juguetones,
donde tiene los cortes. Se peina,
llenándome de rubor, como el
se pinta y coge los bártulos. Las
primer día que te vi.
piernas le rozan un poco antes de
entrar en el muñón.
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17. Corrígeme si me equivoco
(Inma Vinuesa)
S alí del zaguán, la luz del sol me
daba directamente en los ojos,
dejaba atrás un reguero de
incertidumbre, intentaba averiguar la
razón de tu desprecio.
Mis pasos marcaban el ritmo de la
angustia, sabía que no iba a volver a
ver esos labios sensuales dibujando
susurros en mi memoria.
Intuir una explicación que borrara ese
portazo, el sonido más afilado de
aquellos momentos.
Frenesí, con furia y sin lógica. Terca
locura. Delirios de pasión.
Primero desenfreno en tus mordidas,
dedos que clavaban excitación en mi
La actriz
carne, inquietante danza de deseos,
indescriptible contorno en tus curvas, el
con ínfulas de mujer
recuerdo del ardor que nos unía. (Fernando Villena Barba)
Después el dolor, el desgarro de Ella simulaba sus enfados para que él se preocupara.
perderte, la ansiedad de tu indiferencia. Él no se preocupaba porque sabía que los simulaba.
Esa duda despojó tu sombra de mi Él se enfadaba de verdad porque no le gustaba que
cuerpo, consiguió arrancar violencia de
ella le engañara con falsos enfados.
mi alma, desvaneciendo el único aliento
Ella se enfadaba de verdad porque todo le había
que nos ligaba.
salido mal.
Sagrada geometría
Aguardando Le pesaban tanto los años de la suerte
(Xavier Blanco) que había olvidado su edad. Se (Ana Joyanes Romo)
miraba en el espejo: su cara No miraba a los ojos de sus
marcada, estampada de contrincantes. No le interesaban.
penalidades, su piel tatuada de Solo sus manos, las cartas que
arrugas. Esos ojos tristes, afligidos, lanzaban sobre el tapete. Nada en
dolientes. No se reconocía. Sólo un sus miradas podía competir con la
ser humano decrépito, envejecido, magia de los números que bailaban
apolillado, carcomido por el paso del en los naipes, ni sus gestos
tiempo, por los años, por las penas, contenidos e impenetrables, ni sus
por la supervivencia. miradas de admiración o de respeto,
Intentó dibujar una sonrisa en ese ni las de frustración cada vez que
espejo enmohecido, pero el reflejo dominaba la partida.
no se dejó engañar. Una línea Acariciaba las cartas con unción, las
cóncava, tenue, dispersa, adornó su barajaba como quien recita un
fisonomía. Sólo un nuevo día en el mantra. Secretas reglas del azar, aún
calendario. Hacía semanas que por descubrir, historias de guerra y
esperaba, siempre tuvo un sexto amor, siempre cambiantes; fichas
sentido para las cosas de la vida. como oro, desparramadas ante sí, su
Se dejó caer en la silla, vida arrojada en los cúmulos de
descorazonada, abatida. El cielo era naipes descartados.
azul, la brisa de la mañana Había dejado que todo se le
agasajaba su rostro. escurriera entre lances de cartas,
Cerró los ojos, obstruyó su mente, atrapado por la sagrada geometría de
disponiéndose para el aguardo. La la suerte.
muerte es así de caprichosa, nunca Tal vez era posible otra vida. Tal vez.
viene cuando se le espera. La reina de picas se deslizó entre sus
dedos, la magia se materializó. De
nuevo.
17
18. Una vez al año
(Ana Joyanes Romo)
Correo
A
l fin llegó el momento que llevaban esperando todo
el año.
(Inma Lía)
Ya anochecía y los niños se sentían más y más excitados
por lo que iban a vivir esa noche.
—¡Para quieto, que no me dejas extenderte bien el
maquillaje!
M
anuel ha recibido una carta de Ana desde
—¡Pero si ya está bien! —protestaba el pequeño— ¡Yo
México. Ha sonreído mientras intentaba abrir el
quiero salir ya!
correo electrónico como si se tratara de un sobre.
—Mami, ¿tengo bastantes ojeras? ¿Me pongo más verde
No se acostumbra al frío de los emails, no sentir el tacto
aquí, para que parezca pus? —interrumpía el otro.
de la comunicación, el papel deslizándose sobre los
La madre lo miró de reojo y asintió, mientras añadía un
dedos, el olor casi imperceptible de la persona que te
poco más de blanco a la cara espectral del otro niño.
escribe. Los emails le parecen pequeñas cubiteras que
—Un perfecto muerto viviente —aseveró—. Ya te puedes
retienen las palabras de forma aséptica, como si éstas
poner los harapos. ¿Vais a buscar a vuestra amiga Lina?
estuvieran envasadas al vacío. Ha abierto la carta y leído
Seguro que os lo pasáis muy bien… Coge la bolsa para
su contenido como si lo hubieran escrito con tinta de
las chucherías, que tu hermano ya casi está… Y cuidado
bolígrafo, lentamente la sonrisa ha ido huyendo de su
dónde os metéis. No seáis impertinentes y no os separéis
rostro, difuminada casi por completo bajo coordenadas de
y…
melancolía y sal. Hacía años que no sabía nada de Ana y
—¡Que sí, mamá! —exclamaron, al unísono.
su pequeña bolsita de sueños-esmeralda, demasiados
Cuando llegaron al punto de reunión, tuvieron que
años, y ella aún le hablaba de aquel océano cansado y
esforzarse por reconocerla entre tanto vampiro, fantasma,
del viejo faro al que solía acudir cuando notaba el tirón de
hombre lobo y descabezado como había. La puerta del
la ausencia. Al finalizar ha doblado la carta sobre la
cementerio bullía con los seres que se apiñaban, como
pantalla, cuatro dobleces de papel, dos de sobre y una en
cada año, inquietos y ávidos por salir de sus confines.
el corazón.
Una mano palidísima los saludó entre la multitud. Los
niños se acercaron apretando el paso, empujando a un
par de zombies y a un gigante deforme que se
interponían en su camino.
—¡Lina! ¡Draculina! —gritó Adalberto— ¡Vamos, que se
nos hace tarde!
Atormentado
(Nicolás Jarque Alegre)
La niña llegó hasta ellos y se giró con un revoleo de capa,
negra y carmesí. Al sonreír mostró su perfecta dentadura
L
e perseguían mortificando su existencia. Cualquier
de vampiro.
intento por huir había resultado un fracaso. El
—¿Cómo estoy? Me gusta ponerme mi ropa, aunque sea
cambio en el número de teléfono, de amigos, de
una vez al año.
residencia, de nombre y de sexo de nada había
—Estás muy guapa —afirmó Juan—, pero también lo
servido. Desesperado intentó en alguna ocasión
estás vestida de “normal”.
traspasar el otro lado, dejarse llevar. Naufragar en el
Un esqueleto pasó junto a ellos, con entrechocar de
océano, volar o dormir plácidamente, sin éxito. Intentos
huesos; un zombie agitó con una mano el brazo que se le
en vano. Siempre volvían.
había desprendido, a guisa de bandera, y gritó:
—¡Fiesta!
Me confiesa que ahora tiene
Los monstruos se apiñaron detrás de él, atravesaron el
un plan: ha conseguido un
arco que separaba el camposanto de la tierra de los vivos
billete de polizón en una
y lo siguieron, camino de la ciudad, entre risas y gruñidos.
nave espacial de la NASA,
Adalberto, Juan y Draculina se alejaron en otra dirección,
con el propósito de
correteando por las calles oscuras. Aporrearon los timbres
abandonarla una vez esté en
de cuantas casas encontraba, mostrando las bolsas al
orbita y arribar a la Luna. Si
grito de “¿Truco o trato?”.
aún así le encuentran,
Draculina reía y daba saltos y compartía sus regalos y
promete quemarse, esta vez
abrazos con Juan y Adalberto.
por fuera. Yo le escucho,
Ser una niña vampiro a veces es muy aburrido, teniendo
nada le digo, sólo tacho su
que aparentar que eres una humana pálida y enfermiza
nombre de mi lista de
que no puede salir a la calle.
pacientes. Él no sabe, no
Menos mal que hasta los monstruos tienen la suerte de
quiere entender, que sus
hacer amigos. Menos mal que una vez al año llega la
problemas siempre viajarán
noche de Halloween.
con él.
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19. Sin mi
(Isabel Mª González Verdugo)
Como tantas veces había hecho de niño, me escondí.
¡Dani! Entonces lo hacía en aquel baúl de ropas viejas
La tejedora que conservaba el molde de mi cuerpecillo desde la
última vez. Desde allí oía mi nombre a gritos, ¡Daniel!, la
ira en los pasos que se acercaban al lugar de siempre,
los latidos de mi corazón que se había ido haciendo un
de palabras sitio en mi garganta, ¡Daniel Fernández!, mi llanto estéril
que nunca había podido evitar que él me arrancase de
allí entre gritos y golpes, como siempre. Luego llegaba el
(Miguel Ángel Brito) alivio, cuando por fín acababa, y se iba, y me dejaba allí
en el suelo, abandonado entre el desorden de los trapos
E
lla, la Tejedora de palabras, desenreda
madejas de pensamientos. Sus manchados de sangre, un feto encogido que nunca debió
pensamientos son de colores. Colores nacer para vivir así. Aquella mezcla pastosa de olores, a
desconocidos, inventados. Colores que se naftalina, sangre, semen y alcohol; aquel sabor salado de
mezclan y superponen con transiciones y sin mis mocos y mis lágrimas, tan inútiles como yo, nunca he
brusquedades, llenos de matices claros y dejado de sentirlos incluso en situaciones como la de
oscuros que enriquecen las tramas, y regala a hoy, sigo escondido con ellos en aquel baúl, cada vez
nuestros ojos bellas prendas que nos cobijan más encogido, un feto grande al que apenas le queda un
en invierno y refrescan en verano. resquicio para empuñar un bolígrafo y sostener un
Muchas veces, al ver sus trazos, me pregunto cuaderno entre sus manos de viejo.
— ¡Daniel Fernández!— salgo finalmente a recoger el
de dónde saca sus patrones de confección.
Cómo acierta con esos trajes de palabras premio.
hechos a medida. Cómo sabe siempre Todos me miran y me aplauden, creyendo que estoy
escuchar la voz de los silencios y fijarse, a un aquí, pero yo tampoco me quiero.
tiempo, en el matiz esencial de los ruidos del
hombre. Aún sigo sin saberlo... A buen seguro,
sus virtudes provengan de la divinidad de sus
pensamientos que ella maneja a su antojo,
acercándolos para ser tocados por unos pocos
elegidos para luego volverlos al refugio donde
crecen y engordan de las vivencias que los
alimentan.
Me siento afortunado de haber podido tocar
sus pensamientos y de conocerla. De conocer
a la Tejedora de palabras. De ver sus hábiles
manos ejecutoras de ideas y de oir su risa
abierta y envolvente. De sentir su mano amiga.
De verme en su mirada franca y de dejarme
mecer por el embrujo de frases hilvanadas por
el hilo de su voz.
Teje, amiga. Sigue tejiendo. Nunca dejes de
hacerlo.
¡Abríganos con tus palabras!
19
20. El coleccionista compartimentalizado. Las ideas
deben mantenerse claras, frescas,
El coleccionista es riguroso.
El coleccionista de ideas saca su
de ideas íntegras. Ante el peligro de una
mezcla explosiva, que podría ser
libreta, que siempre lleva a mano.
Abre el abanico en su mente y
(Teresa Giráldez)
letal, el coleccionista se mueve elige una idea, la más dulce, la
despacio, habla poco y mira más preciada. Con cuidado, con
E l coleccionista de ideas
siempre está despierto,
atento al paso efímero de
un pensamiento. No es impaciente.
No es caprichoso.
intensamente. Hay quienes le cariño, la transforma con su letra
impecable y la enreda en el papel
con la fuerza de un texto. Lo lee.
Lo pule. Lo deja descansar un día.
Es concienzudo.
El coleccionista de ideas no No puede esperar a ese momento,
desperdicia nada. Escudriña su ya cercano, en el que se reunirá
alrededor y, en cuanto la ve, no la con sus amigos, otros
deja escapar. Puede surgir de coleccionistas de ideas. En
cualquier parte: alguien que pasa cualquier tasca, en torno a un
corriendo, un viejo enfadado, un buen vino, comparten sus libretas,
anuncio en la televisión, una con corazón y pensamiento.
noticia, una voz en la ventana. toman por loco. El coleccionista de ideas mira al
Alcanza esa idea, la anuda con su A menudo repasa, selecciona y cielo y sonríe. Es, ante todo, un
imaginación desbordante y la elimina las ideas que, ya por romántico, y piensa que tiene
guarda con cuidado. viejas, ya por pobres, deben ser suerte de vivir en este mundo. Un
El cerebro del coleccionista de desechadas para hacer sitio a mundo lleno, fundamentalmente,
ideas esta rigurosamente otras nuevas. Es un proceso lento. de ideas.
Cuando despierte
(Xavier Blanco) seguiré allí
H ace días que no escribo, borroneo pero no intuyo. Lo intento
sin desmayo. Miro, indago, pero no encuentro nada. No
soporto este pulso infame, esta lucha fratricida. ¿He
perdido la imaginación en el sendero de las sombras? ¿Me habré
enemistado con la fantasía? ¿Se expatriaron las quimeras? Me
siento extraño, en otro cuerpo, en otra existencia. ¿Dónde están los
delirios, las princesas, dónde los unicornios alados? Es tan difícil
entender que han desaparecido las palabras, que han abdicado los
fonemas, que las imágenes se han velado. Me percibo acorralado
por mi propio espejismo, convertido en solitario náufrago de mis
deseos. Los sueños ya no me sobrevuelan, no gorjean en mi nido,
sólo resuenan graznidos que profetizan noches imperecederas. Tal
vez ya no queden historias por fabular, ni cuentos que contar, quizás
la ficción y la realidad son la misma cosa. Ahí fuera llueve nada,
llueve miedo, llueve sangre. Transitar por el alambre, funambulista
en el precipicio del fracaso, hecho trizas de ponerme a prueba, de
este examen perpetuo, de perseguir descalzo, exhausto, el hedor
del éxito, el olor de la suerte. Subsistir en el vórtice del desconcierto
convertido en un ermitaño de ilusiones, desnudo, auscultando la
luna gris garabateando la intemperie. Los ojos obstruidos y el
abismo de la mirada indagando la línea del horizonte, que se escapa
como un reloj que avanza desbocado. Tal vez ser el problema o sólo
parte de la solución. Colegir que la vida algunas veces tiene razón:
se derretirán las nieves, alboreará un nuevo día, se encenderán las
pupilas apagadas, sanarán los sueños malheridos, regresarán las
historias, las leyendas y los cuentos. Volver a ser un gigante.
Cuando despierte seguiré allí.
20
21. Ojos líquidosdel náufrago
La botella(Ángeles Jiménez)
(Sandro Centurión)
¡La memoria
de mis manos!
(Corina Iglesias)
Ojos líquidos de insondable mirar, de centelleos acuosos
que invitan a explorar oscuridades ignotas. Ojos misteriosos
que imantan voluntades atrayéndolas a sus profundidades
abisales para sumergirse hipnóticas a buscar más abajo,
más adentro. Ojos solitarios anhelantes de ser examinados,
deseosos de iluminar y ser iluminados, ignorantes de su
poder silencioso. Mirada fina, a veces afilada y otras
sombría cuando se debate en las incertidumbres del
H
abía logrado una buena
marcha, y pasó él, en su claroscuro. La luz que penetra todavía solo a medias por
bicicleta de doble asiento. Hizo temor a que alumbre rincones en tinieblas, sin sospechar
unas piruetas de palomo enamorado y que la claridad volatilizará los miedos espectrales adheridos
se ofreció a llevarme. al fondo de la caverna que empieza a agrietarse.
Hacia arriba y hacia afuera el día resplandece exuberante,
-¿Hasta dónde?- Le pregunté pletórico y fecundo, sobrado de la vida. La tentación es
bidireccional: la mirada líquida pulsa por derramarse
atravesando los muros represivos de la contención,
-Hasta el final- me respondió.
incontenibles, ingobernables, descontrolados,
desbordantes, exultantes.
Cierto día, sin más, me sacó la bicicleta
Y la luz lo invadió todo, y no quedaron vampiros en el reino
y me dejó pedaleando en el aire.
de los mortales, ni fantasmas diurnos, ni deseos reprimidos,
ni príncipes ni princesas.
-¿Qué pasó?- pregunté Ojos, miradas, amores líquidos, lo humano también es
líquido, no sólido, sino líquido.
Nadie respondió.
Ahora, sólo lo encuentro en mis
recuerdos más gratos, pero mi razón, La enferma (Isabel Martínez Barquero)
cargando la vergüenza de haber sido
seducida y abandonada en la
banquina, prefiere pensar que se trató Estaba tan enferma que acabó con toda
de una ilusión óptica. su familia.
Yo sé que el cuerpo tiene su propia Uno a uno, cayeron todos en sus
memoria, por eso puedo tipear sin desvelos por cuidarla. Las largas noches
pensar el teclado, por eso pude andar de hospital y la atención constante a las
en su bicicleta después de casi 20 años súplicas de la impedida fulminaron
de no usar una, y por eso, algunas aquellas naturalezas fuertes.
Desolada, recuperó la salud para no
noches, antes de dormirme, mis marchitarse ante la vigilancia lánguida de
manos hacen una extraña danza, quienes, por sus oficios, no vibraban con
dibujando la silueta de otras manos el apasionamiento necesario que
invisibles. requería su postración.
La niña enferma, de Edvard Munc
21
22. El raro (Miguel Ángel Díaz Fuentes)
Ilustración: Paula Plaza
Me cruzaba con él casi todas las mañanas, camino acostumbrado a ser humillado que impregnaba cada
del trabajo, al atravesar apresurado la calle 41, su uno de sus actos. Tan sólo contemplé en su cara una
territorio de influencia y hábitat particular. Absorto en cierta satisfacción cuando decidí compensar mi
sus pensamientos, siempre con la cabeza gacha y la atropello, invitándole a un café y un bocadillo en el
mirada perdida, como si el suelo fuera un abismo bar ante el que se había producido el incidente.
insondable. Rumiaba frases y su discurso dejaba Y así, entre mordiscos a un sándwich de jamón y
escapar de vez en cuando una queso y sorbos de café, fue
sonrisa inocente que delataba el desgranando su vida ante mí con
anhelo de una felicidad que lentitud, orgulloso de tener por fin
nunca pudo alcanzar. A simple delante a un interlocutor que no
vista, con aspecto andrajoso, miraba su aspecto con desprecio.
barba descuidada y kilos de sobra Descubrí al ser humano escondido
para repartir por el barrio, se tras esa imagen descuidada; el
trataba de un personaje más de que disfrutaba coleccionando
los que pueblan el espectro de los bolsas de plástico de diferentes
marginados sin techo de colores y tamaños; el que acudía a
cualquier ciudad. Nadie en su la estación de tren cada tarde para
sano juicio hubiera apostado un respirar ese olor metálico tan
céntimo por la suerte de un característico y agradable a su
individuo tan prescindible, cuya sentido olfativo; el que se tumbaba
trayectoria en la vida se boca arriba en el césped del
presentaba a todas luces corta y parque con la única intención de
anodina. ver pasar las nubes… Un
El destino quiso que nuestros personaje cercano y convencional,
caminos se entrecruzaran en una con el que la vida no tuvo
fría mañana de otoño. La compasión y condenó desde muy
urgencia y las prisas por no llegar joven a la oscura prisión de la
tarde a mi trabajo se dieron de marginalidad.
bruces con su despiste e
introspección, provocando un encontronazo entre Hace una semana me abofeteó la noticia y su foto en
ambos en plena acera, del cual salió bastante más un periódico local: lo encontraron colgado en un solar
perjudicado él que yo: tumbado en el suelo tras abandonado. Se había quitado la vida fabricando una
tropezar con mi torpeza, con un vaso de papel vacío a soga con fragmentos de ropa y trapos viejos; ni
su lado y los restos del que supuestamente iba a ser siquiera tuvo la ocasión de acabar con sus días en
su líquido desayuno, desparramados por los condiciones, sino rodeado de escombros y con una
adoquines. Aceptó mis disculpas a regañadientes, con cuerda miserable e improvisada. Fiel reflejo de su
un talante huidizo y esa sensación de animal existencia…
(Dácil Martín)
Su a-roma me llevó a buscarlo a la terraza, había servido
A-roma la mesa con bollos y fruta. Su voz matinal sonaba ronca,
resultaba graciosa oírla alentándome a tomar un
descafeinado. Lo compré para ti, me confesó. Relvolví la
leche manchada de aquel polvo hasta disolverlo. Y
desapareció dejándome sola unos instantes para luego
volver con un libro de poemas. Leímos uno que le gustaba
sobre un café y una pareja que se acaba. No, no es un
presagio, me dije. Terminamos el desayuno asomados al
balcón compartiendo muy juntos un cigarrillo, mirábamos
a la gente pasar y a las nubes en aquel azul intenso espejo
de nuestro a-roma.
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