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Álvaro Alcuri
Adolesceeeeeeeeencia
¿Adolescentes para siempre?
Aguilar
2
A Paula (grande), Pati, y Paula (chica),
las tres adolescentes con las que
he compartido la vida
3
AGRADECIMIENTOS
A los pacientes que, como siempre, nutrieron la mayor parte del contenido de este libro
(y de todos los demás); a los colegas con quienes compartimos el camino, en especial a la
gente del Centro Encuentro de Gestalt, con Fer De Lucca y Dani Dutrenit a la cabeza; a
Viviana Echeverría, mi exeditora en Santillana, ideóloga de la propuesta original que
después fue mutando; a Mercedes Clara, mi editora actual, que en su inconsciencia, me
dio total confianza; a la gente de Santillana, por muchos años de camino compartido; a
Sarita Perrone, a Ale Camino, al Negro Torrado —y sus respectivas audiencias—, con
quienes hacemos las columnas radiales, severos testers de todo contenido; a quienes
leyeron los originales, corrigieron, opinaron, criticaron, aportaron datos, todos me
ayudaron desde sus diversas disciplinas a que el resultado final de este libro fuera un
poco menos caótico; y muy especialmente a la Dra. Ana Ribeiro, que con su erudición
trajo algo de tranquilidad para mis atrevidas incursiones por la historia nacional. Gracias a
todos.
¡Ah! Y a los Patos Cabreros, cuyo cuplé ganador de 2015 habla de un “adultescente”
100% uruguayo (queda demostrado que esto no es un invento importado).
4
ADVERTENCIA
Los relatos de casos clínicos son todos verídicos. Algunos detalles y sus protagonistas
fueron cambiados para mantener la confidencialidad. Las demás crónicas o citas tienen
las correspondientes referencias.
5
INTRODUCCIÓN
¿Qué es la adolescencia? ¿Es una etapa del desarrollo? ¿Es el despertar biológico de la
madurez sexual? ¿Es hormonal? ¿Social? ¿Cultural? ¿Es todo eso junto? ¿Es un invento
de la modernidad, como decía el historiador José Pedro Barrán? En estas páginas vamos
a intentar averiguarlo.
Normalmente, entendemos como adolescencia el período en el cual dejamos de ser
niños y comenzamos a transformarnos en adultos.
Su duración se ha ido estirando culturalmente, ha ido invadiendo la etapa anterior, la
niñez, con el fenómeno de los llamados preadolescentes, y la etapa siguiente, la adultez,
con los modernos Peter Panes, adultos aniñados que juegan a no crecer. Una tendencia
en ascenso a nivel mundial.
Cada vez más, vemos adultos con comportamientos adolescentes, niños con
comportamientos adolescentes, toda una gama de productos, servicios, espectáculos,
modas, destinados a adolescentes, al punto que lo que antes se consideraba una etapa,
hoy llega a transformarse en identidad. Un cambio cultural que todavía no sabemos ver.
En Psicología, hablamos de una adolescencia normal cuando observamos los
problemas típicos de la edad; y de adolescencia complicada cuando los trastornos van
más allá de los que son propios de la etapa e indican cierto grado de patología.
Muchas veces se confunden los trastornos genuinos con las conductas contradictorias,
exageradas —a veces tontas, otras sublimes—, propias de la llamada “edad del pavo”. Es
que los adolescentes deben demostrar y demostrarse que son lo que no son. Son chicos
que se disfrazan de grandes. Necesitan sacarse de encima el control de los adultos para
adquirir el suyo propio. Buscan —por ensayo y error— superar la frontera que los separa
de la madurez, muchas veces a ciegas y, casi siempre, corriendo riesgos que los adultos
no entendemos. Van y vienen, se entusiasman y se descorazonan con facilidad. Idealizan
y desidealizan; con velocidad increíble, creen y descreen en vocaciones, caminos
místicos e ídolos deportivos, dándonos a los adultos la idea de que son “locos”,
6
“enfermos”, o “peligrosos” para sí mismos o para los demás. Por si fuera poco, nos
enjuician, no nos hacen caso, nos delatan en cosas que no asumimos, nos exasperan todo
el tiempo.
La crisis de los adolescentes también es la de los padres, quienes deben aceptar que el
niño cariñoso y obediente se ha ido para no volver.
La pubertad —el período del brusco cambio biológico que nos hace capaces de
aparearnos y reproducirnos— es un momento de crisis existencial. El adolescente que
estrena la madurez sexual debe replantearse todo.
Esta crisis —estirada, legitimada, transformada en destino existencial— ha devenido
paradigma de una cultura, un estilo de vida, una pseudoidentidad, algo parecido a un
trastorno de personalidad. Aquí llamaremos a tal desmesura: adolescentitis.
El pasaje de la niñez a la adultez se ha ido haciendo más y más largo durante el siglo
XX. Las causas son múltiples y se desarrollarán más adelante, pero —en forma resumida
— pasan por: el ascenso de la expectativa de vida, el acceso cada vez más masivo a la
educación, la postergación de la formación de familias y de la maternidad, la adquisición
de la mujer de derechos civiles, de educación, de trabajo, hasta de una vida sexual
desconectada de la obligación de procrear, las revoluciones culturales de los años 60, la
legitimidad de los jóvenes como grupo social enfrentado a las costumbres de la
generación anterior, etc. Luego, son esos jóvenes de los 60 y 70 —devenidos adultos
(pero no tanto)— los que, en vez de apurar el crecimiento de la próxima generación, lo
enlentece.
Adolescentes: ¿crisis de identidad permanente o crisis que se resuelve exitosamente?
En eso estamos, creo, trancados. Y lo peor es que no nos damos cuenta.
Superar la crisis de los adolescentes, hoy día, es un problema que los supera a ellos.
Es un problema que tenemos como colectivo, todos. Nos hemos convertido en
adoradores de la juventud como si fuera un valor en sí mismo. Los medios nos saturan
de mensajes que nos convencen de que es posible y, mientras soñamos con ideales
perdidos de nuestra adolescencia, ellos crecen y nos demandan que seamos adultos
responsables que los guíen, cosa que no estamos sabiendo hacer muy bien que digamos.
Y esto nos lleva a un concepto problemático en estos tiempos: ser autoridad.
Dos de los problemas que más nos preocupan como sociedad, según todas las
encuestas: seguridad y educación, en buena medida son consecuencia de no saber qué
hacer con la llamada adolescencia, ni la de los muchachos, ni la nuestra.
7
El libro se divide en cuatro partes. En la primera, describo lo que llamamos
convencionalmente adolescencia normal. En la segunda, hago una breve reseña de los
trastornos más comunes de la etapa. En la tercera, propongo el concepto de
adolescentitis para el estiramiento casi indefinido de la adolescencia en los adultos. En la
cuarta parte, intento algunas explicaciones socio-culturales del fenómeno. Al final,
incluyo reflexiones que los psicólogos nos hacemos junto con los padres, preocupados
por no dar en la tecla con muchachos que: «no son como éramos nosotros a su edad…»
Intuyo que si todos logramos ver los problemas que tenemos para asumir
responsabilidades adultas, quizás, entonces, podamos empezar a ayudar a nuestros
jóvenes a que crezcan, en vez de pedirles que sean lo maduros y responsables que
todavía no somos nosotros… pero no nos damos cuenta.
8
CAPÍTULO 1
LA ADOLESCENCIA “NORMAL”
El adolescente, ¿una creación de la
modernidad?
JOSÉ PEDRO BARRÁN
9
10
1.1. ¿QUÉ ES LA LLAMADA ADOLESCENCIA?
Creo que las mejores partes de las canciones vienen de un lugar que está situado en
la adolescencia.
CHARLY GARCÍA
Llamamos adolescencia a la etapa de la vida en que pasamos de la niñez a la adultez.
Adolecemos porque sufrimos los cambios, que nunca son fáciles, y duelen. La pubertad
indica que nos transformamos en individuos de la especie capaces de procrear. Llegamos
a la madurez sexual, podemos tener relaciones sexuales completas y reproducirnos.
La pubertad es un momento, no depende de nosotros, depende de la biología. La
adolescencia es un proceso que va desde los 11-12 años a los 18, más o menos. Incluye
el momento de la pubertad, pero es más largo, diferente según cada individuo, e implica
cambios fisiológicos, psicológicos, afectivos, de conducta. Algunos autores sugieren que
la adolescencia, como la conocemos hoy, es el resultado de cambios sociales y culturales
de los últimos 100 años por lo menos.
Es una etapa de crisis que definimos como el momento en que algo, una situación, un
organismo, un sistema, no puede sostener su equilibrio y cambia. El cambio es
irreversible y afecta la identidad del involucrado. “Muere” una etapa, y empieza otra.
Hay duelo por lo que termina y ansiedad por lo que comienza. En la adolescencia
“muere” el niño y —si todo marcha más o menos bien— “nace” un adulto, luego de un
proceso de duración variable y de resultado incierto.
Toda crisis trae conflictos. Los muchachos y sus padres los viven con intensidad. El
confort y la seguridad de lo viejo son sustituidos por la ansiedad y el temor a lo
desconocido. Pero el cambio es inevitable, lo mejor es aceptarlo acompañando a los
muchachos en él.
11
Explosión hormonal
Las extraordinarias modificaciones de la pubertad son consecuencia del funcionamiento
del hipotálamo que está situado en el sistema límbico (parte del cerebro que actúa como
centro del placer, el humor y las sensaciones más viscerales), y de la hipófisis, (pequeña
glándula ubicada en la base del cráneo). En conjunto, forman el eje hipotálamo-
hipofisario y gobiernan las glándulas endócrinas en general. En particular, al llegar la
pubertad, dichas glándulas aumentan la producción de hormonas sexuales.
Las hormonas son mensajeros químicos que viajan en la sangre. En la pubertad
aumentan los volúmenes de las llamadas hormonas sexuales, testosterona y androsterona
en el hombre, estrógenos y progesterona en la mujer.
Más o menos entre los 12 y 13 años aparece la primera menstruación en las niñas. A
partir de allí, cada 28 días se repite el llamado ciclo menstrual hasta los 50 años
aproximadamente. Cada mujer trae al nacer unos 400.000 folículos primarios, de los
cuales unos 450 se convertirán en óvulos que pueden ser fecundados cuando están
maduros. Si ello no ocurre, se produce la menstruación y el ciclo menstrual vuelve a
comenzar.
Hacia los 13 años aparece en el hombre la primera eyaculación. Es producto de una
doble secreción de los testículos, la de hormonas, que son las responsables directas de los
caracteres secundarios masculinos, y la de espermatozoides, destinados a la procreación.
12
Se calculan unos 150 millones de espermatozoides por cada eyaculación, de los cuales
solo uno podrá, eventualmente, fecundar el óvulo producido por la mujer.
La velocidad del proceso de maduración de cada muchacho depende en buena medida
del despertar hormonal, pero no solamente. El ambiente, la cultura, la educación, y hasta
el clima, influyen en la biología del púber.
El pasaje de niños a adultos ha sido, en toda civilización y cultura humana desde que
existimos como especie, un momento muy importante. La biología determinaba que “se
era grande” y, apenas el cuerpo humano lo confirmaba, rasgos sexuales secundarios de
por medio, no había dudas ni demoras. Apenas púberes, con 12 o 13 años se pasaba a la
madurez: los niños a hombres, a la guerra, la caza, al trabajo adulto; las niñas, devenidas
mujeres, a trabajar en las tareas que les eran propias y a tener hijos lo antes posible.
13
1.2. UNA NUEV
A IDENTIDAD
Porque soy adolescente y me quiero divertir, porque tengo que hacer cosas que me
hagan mal a mí.
TAN BIÓNICA
El niño crece durante la infancia, es un fenómeno normal que parece no tener
demasiadas consecuencias, salvo comprar ropa nueva a cada rato, pero alrededor de los
10-12 años en las niñas y los 11-13 en los varones el crecimiento provoca cambios
dramáticos.
En las niñas se desarrollan senos y caderas. Aumenta la estatura. Cambia la conducta
aniñada. Se transforman en señoritas con los llamados “rasgos sexuales secundarios”
desarrollados, adquieren nuevas costumbres, hábitos, gustos. De repente, en pocas
semanas, aparece una joven sexy donde antes había una nenita. ¿Qué pasó?
Otro tanto pasa con los varones, aunque más lento y tardíamente, pegan el “estirón”.
Desarrollan musculatura, están más altos. Les cambia la voz, empieza a aparecer el vello
facial y púbico, crecen sus genitales. De buenas a primeras se transforman en hombres, o
por lo menos lo parecen.
Pero lo más fuerte es que las chicas empiezan a menstruar en el entorno de los 12
años y los varones empiezan a emitir sus primeras eyaculaciones hacia los 13. Es decir,
están listos para procrear. O por lo menos, desde un punto estrictamente biológico lo
están. Ya veremos si otros aspectos como su psique o su adaptación social están acordes
con estos cambios.
Vivi es una niña de 11 años pero ya se ha desarrollado. Sus compañeras
todavía no, y la ven como a un bicho raro. En la escuela es la única de la clase
con aspecto de mujer. Tiene curvas, es un poco más alta, se muestra “sexy” y
los varones andan como locos detrás de ella. Las compañeras, hasta ese
momento sus mejores amigas, la desconocen. Es una especie de traidora que ha
abandonado los juegos de nenas, no disfruta más de la mancha o del pelotero,
ahora se limita a ensayar pasitos de bailes un poco osados para su edad. Se junta
14
con las de liceo, que la aceptan como una igual. El grupo parece haberse dividido
en un conflicto sin solución: las chicas “normales” contra Vivi “la mutación”, y
los varones, sus admiradores. Esto tiene a los padres y maestros muy
preocupados. Se juntan e intentan ensayar alguna reconciliación. Pero nada
funciona.
Pasa el tiempo. Unos cinco o seis meses. Es la fiesta de fin de año en la
escuela. A alguna maestra se le ocurre poner música. Las chicas se ponen a
bailar. Hay un pelotero, otros juegos de nenas, pero nadie los utiliza. Por primera
vez en el año observan a Vivi y a sus compañeras juntas. «¿Se habrán
reconciliado?» Algunas madres interrogan a sus hijas sobre el fenómeno: «¿Qué
pasó, se amigaron con Vivi?» Ninguna niña sabe explicar a sus padres qué pasó.
¡Increíble!, comentan sus padres. ¡Sencillamente olvidaron el problema que los
tuvo en jaque durante meses! Ahora han vuelto a ser un grupo como antes.
Están todas en la misma.
¿La explicación? La mayoría había hecho el proceso de Vivi. Ahora, seis
meses después, todas se ven maduras, desarrolladas, sexys, coqueteando con los
varones y ajenas a los juegos infantiles. Se terminaron los problemas: Vivi ya no
es la excepción, es una más.
Un adolescente es un niño intentando ser grande, con éxito diverso. En el apuro por
ser “machos” o “minas”, exageran, se disfrazan, adoptan actitudes absurdas, corren
riesgos, cometen excesos.
15
En sus búsquedas nos resultan contradictorios. Adhieren muy fuertemente a una moda
o causa y la abandonan con facilidad.
El aprendizaje por ensayo y error es una de las mejores maneras que el adolescente
tiene de explorar la nueva realidad. De niños lo hicimos y aprendimos gracias a que
nuestros padres estaban allí para que los errores no fueran demasiado graves. La vida de
un niño pequeño está en peligro si lo dejamos experimentar sin supervisión adulta. Con
los adolescentes no es muy diferente, los riesgos son distintos, nos cuesta acompañarlos
y discriminar aquellos que inevitablemente deben correr para aprender, de los que no.
16
Mientras somos niños aceptamos, sin mayores problemas, el hecho de que nuestros
padres deben cuidarnos. Para hacerlo deben saber nuestros movimientos, si salimos o
entramos, si comimos o no, si vamos a tener frío, si estamos enfermos, o tristes. Todos y
cada uno de los aspectos de la vida de los niños debe pasar por supervisión parental.
Pero con la llegada de los primeros vientos de cambio, en la preadolescencia y mucho
más definidamente en la adolescencia misma, aparece la necesidad de independencia.
«Ya no soy un niño pequeño», podría decir una proclama adolescente típica. Otras:
«¡No más control parental!»; «¡No más revisiones en nuestra intimidad!»; «¡Puerta
del cuarto cerrada y con tranca ya!»; «No más padres.»
Pero los padres, en general, se resisten a perder el control. En la lucha por seguirlos
controlando y ellos resistiéndose, se dan los más fabulosos conflictos intergeneracionales.
Muchas veces dejan secuelas para siempre. La disyuntiva es: ¿Los dejamos hacer todo lo
que se les ocurra porque ya son grandes o peleamos por mantener el control como si
fueran chicos?
Si nos borramos nos pierden como padres, pero si nos proponemos, inadecuadamente,
como padres de niños chicos, ellos deben “matarnos”, es decir, sacarnos de circulación
para poder crecer. Nos habremos convertido en un obstáculo.
El acompañamiento a los muchachos debe cambiar en esta etapa. Hacer las cosas por
ellos ya no es lo indicado. Es la etapa en que deben empezar a hacer las cosas por sí
mismos. Las tareas de la casa, —limpieza, aprovisionamiento, arreglos— son actividades
que pueden empezar a hacer ellos. Muchos padres siguen haciendo todo, mientras sus
17
hijos, perfectamente capacitados para esos trabajos, reciben el mensaje de que sus
padres siguen cuidándolos como si fueran niños.
Reunión de varias madres de hijos adolescentes con un coordinador y una
psicóloga. Se quejan todas de lo mismo: «Los chicos no saben hacer nada»;
«No te cocinan un pancho»; «No van a ningún lado si no los llevamos»; «No
ordenan el cuarto, no se les ocurre tocar una escoba para barrer o un balde para
limpiar el baño.»
— ¿Alguna de ustedes se tomó el trabajo de enseñarle a su hijo o hija a
poner un pancho en agua caliente?, pregunta la psicóloga, de repente. ¿Les
enseñaron a tomar el ómnibus por primera vez?; ¿Se pusieron a barrer o
limpiar el baño con ellos y les enseñaron? Ninguna contesta, pero la respuesta
obvia es: No.
—¿Entonces cómo puede ser que esperen que aprendan solos?
—Moraleja: Este es uno de los principales problemas con los adolescentes.
No sabemos qué enseñarles, cómo, ni cuándo y si esperamos que aprendan
solos, nos equivocamos. Ellos aprenden espontáneamente solo las cosas
divertidas de la vida. No las responsabilidades. Esas hay que inculcarlas, con
cariño, pero con mucha firmeza, remata el coordinador.
18
1.3. LA SEXUALIDAD: TEMA EXCLUYENTE
Todo lo que necesitas es amor.
JOHN LENNON
En la adolescencia, la pinta no es lo “de menos”. Estamos en una cultura que les dice a
los muchachos qué aspecto físico deben tener y reciben mensajes contradictorios. Se les
propone que sean aniñados para calmar a padres miedosos, que estén a la moda para
poder formar parte de códigos que cambian cada temporada, que consuman productos
que pasan de moda casi al instante. Sexys para la noche, pero no tanto. En fin. En el
consultorio podemos ver que lo que más les preocupa a los muchachos es parecer tan
“hombres” o tan “mujeres” como sea posible. Es algo excluyente para poder empezar
una vida sexual.
Todo lo que se parezca a las formas o actitudes del niño debe ser eliminado. ¿El niño
debe morir? Metafóricamente: Sí. Cada adolescente debe “matarlo” para que nazca un
adulto. Recién entonces es posible el encuentro sexuado con el Otro.
La biología
Los rasgos sexuales primarios: los genitales, definen nuestro sexo. Los rasgos sexuales
secundarios son todos los demás que nos dan aspecto de hombres o mujeres. Durante la
19
pubertad los rasgos secundarios tienen un desarrollo explosivo siguiendo las órdenes de
las hormonas. Modifican el esquema corporal, tanto, que nos dan una nueva identidad
sexuada.
La biología nos dice que estamos prontos: la menstruación en las chicas y la
eyaculación en los chicos viene acompañada de un nuevo esquema corporal. Un cuerpo
nuevo nos dice, y les dice a los demás: «estás maduro». Esos rasgos sexuales, cuanto
más marcados están, más atractivos nos hacen. Con frecuencia, pueden ser objeto de
discriminación, de éxitos amorosos inolvidables o de fracasos con consecuencias
traumáticas.
La psiquis
La identidad es la respuesta que nos damos a la pregunta «¿Quién soy yo?» El cuerpo
nos cambia tanto que nos miramos y no nos reconocemos: «Ya no soy lo que era, soy
algo distinto». Pero muchas veces nos cuesta descubrir eso nuevo que somos. El cuerpo
creció, pero nosotros no lo hicimos a la misma velocidad.
Debemos ir construyendo una nueva identidad de hombres o de mujeres. Este es un
proceso diferente, complejo y más lento que el cambio corporal.
Dejamos de jugar, de recibir protección, de contarle todo a los padres, debemos
asumir desafíos que van desde andar solos por la calle hasta declarar nuestro amor. Estas
experiencias acumuladas nos van confirmando como “grandes”. Las transformaciones
psicológicas son las reformulaciones que nos permiten responder diferente a la pregunta
«¿Quién soy?». La respuesta ya no es más: «un niño» o «el hijo de…». Descubrir el
20
«ahora soy grande» nos dice que el proceso culminó.
Para buscar esa nueva identidad todo vale. Adhesión a grupos políticos, a bandas de
rock, cambios de look y de cortes de pelo, fanatismos por equipos de fútbol, manías,
adicciones. En esta etapa nada es duradero y, mientras así sea, no es posible hablar de
patología. Las conductas “raras” o “locas” son casi la norma. Los muchachos están
buscando, pero todavía no han encontrado su Yo definitivo.
Entre esos ensayos de identidades fugaces, hay algo que atrae particularmente a los
adolescentes, pero vaya paradoja, es de carácter perpetuo.
Para Verónica, de 19 años, sus tatuajes son el bien más preciado. Tiene seis,
pero «recién estoy empezando», dice. Contabiliza: un signo árabe en la nuca, un
bicho indefinido en el hombro (el tatuador era un novato y ella lo dejó practicar,
no se lo cobró), una fecha en su costado izquierdo, un lobo de buen tamaño en
el derecho, un dragón chico en el brazo derecho, y otro un poco más grande en
una pierna.
«Todos mis tatuajes quieren decir algo», explica. «Lo que más me copa es
que mi madre los detesta. Si fuera por ella no me tendría que haber hecho
ninguno. Dice que son feos y agresivos. Que no se anima a tocarlos. ¡Ja! Justo
lo que yo quiero para que no se me acerque. ‘Eras mi pollito’, me dice. ‘Ahora
sos una tarántula’». Verónica ha encontrado, por el momento, una nueva
identidad…
La cultura
El entorno cultural forma parte de la identidad que construimos. Hasta hace unos cien
años, no había un período intermedio ente niñez y adultez. Los niños entre los 12 y los
13 años eran vestidos con pantalones largos y se les declaraba adultos. Se los mandaba a
trabajar, raramente a estudiar. El corte con la niñez era abrupto, había que apechugar.
Las niñas, a los 15, festejaban sus cumpleaños vestidas de blanco en una fiesta parecida
21
al ritual del casamiento; era la presentación en sociedad de una chica “casadera”. Se
suponía que estaba pronta para empezar a funcionar como esposa y madre. La
sexualidad, nos decían los padres, los médicos y los sacerdotes, estaba al servicio de la
procreación.
Pero los tiempos han cambiado y la cultura actual ya no considera a los muchachos
maduros a los 12 o a los 15. Creemos que deben esperar mucho más para asumir
responsabilidades como la de formar una familia y procrear. Durante el siglo XX, la
expectativa de vida se estiró más de 20 años. Los jóvenes empezaron a postergar el
ingreso a la adultez. Estudiar más y más años justifica seguir bajo la tutela paterna. La
emancipación de la mujer de la familia patriarcal, el ingreso masivo al estudio y al
mercado de trabajo llevaron a la postergación del casamiento y del embarazo. La llamada
“adolescencia” —invención cultural, más que verdadera etapa del desarrollo, como lo
señalan varios autores— se estira, aparecen los muchachos de 30 años con conductas
inmaduras, como las de los adolescentes. Con el avance de las últimas décadas, la
música, las modas, las actitudes se vuelven las de un muchacho que no termina de
madurar, más que las de un hombre. El destino final del viaje de crecimiento que
empezamos en la cuna, la llamada “adultez”, para muchos, va perdiendo sentido.
Entre las revoluciones exitosas de los últimos años debemos recordar la liberalización
de las costumbres sexuales. La mujer independiza su vida sexual de la maternidad
cuando, en el año 1960, se pone en el mercado la píldora anticonceptiva. Los
movimientos culturales y sociales que empezaron en esos años incluyeron transgresiones
como el amor libre, la despenalización del aborto, la aceptación de la diversidad sexual y,
en general, una legitimación de la sexualidad como ingrediente sano de una vida libre de
las ataduras legales y religiosas de antaño. Un proceso que, con idas y vueltas, continúa
hasta hoy.
Autoexploración
La masturbación era considerada pecado hasta hace muy poco tiempo. Educadores,
padres, médicos y sacerdotes luchaban contra ese “vicio” que arruinaba a nuestros
jóvenes. Había toda clase de mitos al respecto, creados más que nada para asustar, desde
que te salían pelos o granos en lugares non sanctos, hasta que bajaban las defensas del
22
organismo, lo que te predisponía a las peores enfermedades, incluida la muerte por
anemia. ¡Disparates!
La sexualidad —se creía— era un instinto que aparecía en la pubertad, más bien en el
hombre, no tanto en la mujer a la que se le consideraba pasiva. Movidos por el impulso a
la reproducción de la especie, igual que todo animal, llegábamos a la cópula y, si todo
funcionaba bien con la biología, el parto de la mujer sucedería nueve meses después. Tal
proceso debía producirse exclusivamente entre marido y mujer con todos los papeles y
autorizaciones en regla, que la cultura y las autoridades se encargaban muy bien de
controlar. Y eso era todo.
Pero las costumbres han cambiado bastante. Hoy en día sabemos que la sexualidad no
está exclusivamente al servicio de la procreación, que no tenemos que estar casados o
autorizados por alguien más para iniciar la vida sexual. Hombres y mujeres disfrutan de
una sexualidad sana teniendo relaciones sexuales cuando lo deciden libre y
responsablemente. Para que sea así los integrantes de la pareja tienen que tener la
madurez necesaria, que se estima, convencionalmente, ronda los 18 años. Pero ¿cómo
llegar a las primeras experiencias con otros sin conocimiento de nuestras propias
sensaciones, de nuestro propio cuerpo? La autoexploración empieza mucho antes, con la
masturbación.
Desde la primera infancia, el niño pequeño explora su cuerpo —y en general el mundo
que lo rodea— en busca de todo tipo de experiencias, también la del placer sexual. El
padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, llamó “perverso polimorfo” (nombre feo, que
además escandalizó a los colegas en su época) al pequeño explorador. Usando la boca, el
ano, los genitales, cada momento de su viaje exploratorio correspondería a una etapa de
maduración sexual (oral, anal, fálica). Desde el psicoanálisis se habla de etapa de latencia
—para describir la adquisición del pudor, hacia los seis años— en que la búsqueda de
placer sexual queda aparentemente dormida. Luego, con el despertar sexual de la
adolescencia, hacia los 11, 12 años, se termina de adquirir las destrezas para que la vida
sexual pueda comenzar en forma completa. La masturbación reaparece con fuerza en
esta etapa, pero no podemos decir que no haya estado presente desde las más tempranas
épocas de la infancia.
La idea de la sexualidad como mero instinto animal ha quedado atrás. Hombres y
mujeres tenemos una vida sexual para obtener placer, comunicación, conocimiento,
afecto, pero para tener relaciones sexuales completas y placenteras con otro, debemos
23
pasar por las etapas de crecimiento descritas. La madurez sexual es una construcción y
parte importante de nuestra personalidad.
La masturbación es un aprendizaje ineludible para alcanzar la madurez sexual, sobre
todo en la adolescencia. Exploramos nuestros cuerpos y sus reacciones. Si estamos en
buena relación con nosotros, si nos conocemos, podremos encontrarnos con otros
adecuadamente.
Los padres de hoy no saben, en general, qué incentivar o qué frustrar: «No les
podemos decir que se masturben, tampoco podemos impedírselo como hacían antes,
entonces ¿qué hacemos?»
Para empezar, se recomienda no obstaculizar esos momentos en que los adolescentes
están a solas consigo mismos. Es la época en que cierran la puerta del cuarto, se enojan
si los registramos, si les preguntamos. Nos echan de sus vidas, literalmente. Empiezan a
comportarse como si estuvieran en actividades clandestinas, ¡y lo están! Para descubrir el
mundo de su sexualidad necesitan privacidad. Lo mejor que podemos hacer por su
desarrollo psicosexual es dársela.
Hay charlas que conviene tener si vemos que es necesario orientarlos, si hay
aislamientos excesivos, angustia, depresión, enojos repetidos, etc. Muchas veces son
mejores las preguntas y los silencios que las peroratas magistrales. El asesoramiento con
profesionales puede ayudar, también, a interpretar aspectos del crecimiento que los
padres pudieran desconocer. De los trastornos propios de la edad nos ocuparemos más
adelante.
Primeros encuentros: muchas “primeras veces”
El primer amor no es, en general, el definitivo. Es el comienzo de una serie de
encuentros que forman parte de la exploración y del crecimiento de los muchachos.
No nos conocemos, estamos probando al Otro y a Nosotros mismos. En la
adolescencia, sin embargo, todo parece definitivo, grandioso o catastrófico. No hay
matices por la propia inmadurez. A los adultos, a una parte de la cultura y las
convenciones sociales les gusta pensar que cada novio o novia será definitivo, pero es
difícil que suceda así. Las diferentes experiencias son necesarias para un aprendizaje que
rara vez ocurre con una sola persona. Eso hace parecer a los adolescentes “promiscuos”,
24
“poco comprometidos”, “seductores histéricos”, hasta peligrosos para sí mismos y para
los demás pero, dada su condición de aprendices, es obvio que están experimentando.
Aunque no sean comprendidos en ello. En todo caso, podemos intentar ayudarlos a que
su experiencia no sea traumática o dañina, pero no podemos ni debemos impedírsela con
prohibiciones.
Educación sexual:
¿Qué educar? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Para qué?
La educación sexual es imprescindible desde que comprendimos que la sexualidad
humana no es mero instinto, como en los animales. Sin embargo, tenemos problemas
para implementarla. Chocamos contra ideas religiosas, prejuicios, miedos y mucha
desinformación.
La educación de la sexualidad debe estar integrada desde los primeros años de vida en
la educación formal (instituciones) y no formal (familia, grupos de pertenencia). Debe
tener relación con la edad madurativa del individuo. Necesita que los adultos a cargo
estén debidamente capacitados e informados y que puedan interactuar con afecto y
cuidado, sin sobrepasar las necesidades de formación de cada edad.
En los primeros cuatro o cinco años de vida —en la llamada Etapa Oral— el placer
representado por la succión es, muchas veces, motivo de preocupación, pero es esa la
forma de relacionarse, explorar y obtener placer en esta etapa. Si no continúa más allá de
los cinco o seis años, es absolutamente normal.
Alrededor del año y medio de vida y hasta los dos años, más o menos, aparece la
llamada Etapa Anal, superpuesta con la anterior, en la que el control esfinteriano, anal y
uretral es fuente de placer, de comunicación y poder en la relación del niño con el
entorno: desde el juego y la experimentación con las heces, hasta la relación con el Otro
que lo premia o sanciona según los avances en el control de los esfínteres.
La Etapa Genital también aparece después del año y medio e involucra el placer en la
manipulación de los genitales. Conforme el niño va creciendo y tomando conciencia de
su cuerpo, al mismo tiempo lo hace de su entorno. Aprende de sus mayores qué
conductas son socialmente compartibles y cuáles no. Por ensayo y error, y por supuesto
con límites claros y precisos de sus mayores, aprende lo que llamamos pudor. Para los
25
psicoanalistas finaliza el conflicto edípico y comienza la llamada “latencia”. Una etapa,
entre los cinco y seis años, de aparente desinterés por lo sexual.
El último gran revival del interés por lo sexual ocurre en la pubertad. El desarrollo
abrupto y los cambios de todo orden exacerban la curiosidad de los jóvenes y hacen
imprescindible que los adultos lo tengamos en cuenta. Muchos adultos desaparecen,
literalmente, de la vida de los muchachos por miedo a enfrentar estos temas que en su
propia educación nunca fueron abordados. Los fracasos de muchos abordajes
educativos, con frecuencia, se deben a la omisión o al trato inadecuado de la temática
sexual en esta etapa.
“El sentido del sexo”: Algunas lecciones con el Dr. Gastón Boero1
«Separar la sexualidad del resto de la personalidad supone fracturar a la
persona de su realidad concreta y vivencial, ya que la sexualidad la afecta en su
totalidad. La salud ya no es solo ausencia de dolor y enfermedad, sino que hay
un enfoque más amplio y global que incluye al ser humano formando un sistema
en su conjunto. Por lo mismo, la educación sexual forma parte de la promoción
de la salud hacia una mejora de la calidad de vida.
A pesar de ello, las autoridades educativas de este país siguen polemizando
acerca de si es conveniente o no impartirla en los centros educativos y, en todo
caso, qué cosas hay que decir y cuáles no, y qué enfoque debería darse a esta
educación. (…)
Es hora de enfrentar la responsabilidad de contestar las preguntas de nuestros
hijos con sinceridad y de dejar de lado la idea de que los órganos sexuales son de
por sí vergonzantes, y hablar de ellos naturalmente, con sus propios nombres,
reconociendo su importancia tal como lo hacemos con cualquier parte de nuestro
organismo. En muchos casos, esto no resulta fácil porque los padres también
cargan con una historia personal deficiente en materia de educación sexual. De
ahí lo fundamental de la comunicación y de la sinceridad en la pareja, ya que si
tiene problemas en la esfera psicosexual, ello se verá reflejado en las actitudes
que asuman frente a los hijos: los niños nos miran.
El primer aprendizaje en lo que tiene que ver con lo sexual el niño lo recoge
26
ya de las actitudes de los padres. Si estos tienen dudas con respecto a su
sexualidad, si está perturbada en la pareja, el niño recogerá en su temprano
registro todos estos hechos que influirán en su vida futura.
El silencio, la evasión, la vergüenza, el demorar las respuestas son formas
negativas de educar.»
Preguntas y respuestas
Los especialistas, psicólogos, médicos, educadores están bastante de acuerdo
en que las preguntas y respuestas de los chicos son propias de cada etapa del
desarrollo. Ellos son los que van a venir con sus preguntas, no debemos
apurarlos. Hay que contestarlas de la manera más directa y franca, llamando a
las cosas por su nombre, sin alusiones a cuentos infantiles (“vino una cigüeña de
París”) ni usar metáforas o nombretes para partes anatómicas o funciones
sexuales (la vagina no es la “cola” ni la “cachu cachu”; tener relaciones sexuales
tampoco es “hacer fuki fuki” o “hacer aquello”).
En el período de 0 a 5 años los padres deben enfrentarse a preguntas como:
«¿Cómo se llama esto? ¿Para qué sirve? ¿Por qué yo tengo esto (o no lo tengo)?
¿Los hombres no tienen hijos? ¿Las mujeres tienen un pene chiquito?»
Entre los 5 y los 8 años —en el período que llamamos “latencia”, en el cual el
interés sexual está aparentemente adormecido— también hay preguntas que
necesiten, quizás, un mayor nivel de información de los padres. Por ejemplo:
«¿Cómo el semen fecunda el óvulo? ¿Cómo se tienen las relaciones sexuales?
¿Cómo hace el bebé para respirar en la panza de la madre?»
En la preadolescencia, de los 9 a los 12-13, las cosas se ponen más
complicadas aún. Las preguntas pueden ser para obtener una idea más clara de
qué es una relación sexual y de cómo se produce la fecundación. Las respuestas
van a tener una mixtura de experiencia personal y cierto saber teórico. Podrían
ser algo más o menos así:
«En una relación sexual existe la penetración del pene del hombre en la vagina
de la mujer.»
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«Las relaciones sexuales pueden estar al servicio de la procreación o ser,
puramente, para obtener placer en una relación amorosa.»
«La relación de toda pareja debe apoyarse en acuerdos acerca de la finalidad
de la relación sexual. Pueden acordarse los métodos de anticoncepción para
evitar embarazos o, por el contrario, buscarlo deliberadamente.»
«Al culminar el acto sexual, con la eyaculación del semen, millones de
espermatozoides van en busca de un solo óvulo femenino que, eventualmente,
puede ser fecundado.»
No es el objetivo de este libro contestar todas las preguntas (son infinitas), y
están bastante bien atendidas en los libros para padres, en los manuales de cada
etapa del desarrollo y, por supuesto en internet, si los adultos a cargo se toman el
trabajo de buscarlos. Me interesa más intentar mostrar una actitud saludable al
respecto, que podría explicitar así:
«Estoy aquí y ahora presente para escuchar y contestar tus inquietudes. No
me dan miedo, ni asco, ni vergüenza, así que tampoco debe pasarte eso a ti.»
«No te voy a presionar, ni a castigar, por lo que digas o hagas, pero tampoco
voy a omitir juicios de valor si algo me parece mal. Yo te respeto en la
construcción de la identidad que decidas, y tú también debes hacer lo mismo
conmigo.»
«Cada uno debe buscar libremente el camino para encontrar su propia
felicidad y la sexualidad debe estar a su servicio. Pero soy el adulto que está a
cargo de tu vida y, mientras sea así, voy a protegerte de los riesgos que corras,
tanto con información, con educación, como con acciones concretas para
impedir que te dañes.»
Amor versus Sexo. Semejanzas y diferencias
Es una ficción separar afectos por un lado y sexualidad por otro, en realidad son
fenómenos que se dan en paralelo. En la vida aprendemos con el intelecto. Y con los
afectos. Y con la experimentación. A veces la educación disocia, pone lo que sentimos
por separado de lo que pensamos y de lo que hacemos. Emoción, pensamiento y acción
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van juntos, pero a menudo se los separa.
«Este es el momento de pensar», se les dice a los muchachos, pero ¿y el momento de
sentir? ¿y el momento de hacer? Estos son momentos postergados, frecuentemente, por
adultos que apuntan más al control intelectual que a una formación global del individuo,
sobre todo en la educación formal. Luego, es fácil seguir divorciados.
Construimos una identidad sexuada desde la niñez más tierna, interactuamos con otros
desde esa identidad. Somos lindos, feos, exitosos, perdedores, y tantas cosas más, según
nos lo diga nuestra historia personal que construyó una identidad. La sexualidad es una
parte de esa identidad, pero no todo. En la adolescencia esa parte está sobrevalorada. Y
es normal que así sea.
El gran tema es: «¿Soy sexualmente exitoso/a?»
Para contestar esto arrancamos con experiencias solitarias, seducimos y somos
seducidos, fracasamos y tenemos éxito, alternativamente, todo a los tropezones,
buscando esa ineludible aprobación que nos haga hombres o mujeres, testeados por el
Otro.
Esa búsqueda de aprobación —el histeriqueo con el mundo exterior, el ensayo y el
error, pruebas y más pruebas, a menudo muy censuradas por los adultos, otras veces
hiperestimuladas por un entorno que manda mensajes contradictorios —tiene poco que
ver con un sentimiento amoroso en sentido estricto. Se trata, más bien, de la afirmación
de quién soy. El “amor” es un poco pretexto para esa búsqueda.
Los “grandes amores” de los muchachos aparecen y desaparecen como por arte de
magia en la adolescencia, y los adultos nos ponemos nerviosos o, directamente,
desacreditamos esas búsquedas inconsistentes. Nos parece todo muy poco serio. Pero a
ellos les va la vida en esas aventuras de autoconocimiento con el Otro como camino
—“profesores y alumnos” al mismo tiempo, de lecciones que tienen que aprender sí o sí
— aunque ese Otro quede por el camino y sufran como locos. Y se enamorarán de otro/a
en poco tiempo, hasta que aprendan. ¡Y no todos lo logran!
29
Lo que entendemos como amor adulto es el resultado de una búsqueda de
autoconocimiento concluida. Eso difícilmente pase antes de la salida de la adolescencia.
Cuando sabemos quiénes somos y cómo somos podemos enfocarnos en Otro.
Podemos comprometernos con un vínculo, dar y recibir afecto, aceptar límites,
postergarnos, entregarnos a una relación en donde no haya que estar demostrándose
cosas a uno mismo para estar seguro.
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1.4. YO, TÚ, NOSOTROS
Para expresar el luchar contra la adversidad, en francés decimos: ‘serrer les coudes’
(estrechar filas), o sea hacerse favores, desarrollar formas de solidaridad. Y la tribu tenía
esa función. Entonces yo dije: en la selva de piedra que son las grandes megalópolis de
millones de habitantes, en San Pablo, Buenos Aires, Nueva York, Tokio, etc., las tribus
son también formas de organización de solidaridades. Esa es la idea.2
El adolescente es alguien con la identidad en crisis. Está buscando cómo ser adulto sin
saber muy bien por dónde, con quién, con qué códigos. En esa búsqueda necesita socios.
La inseguridad es tal que no pueden recorrer el camino solos. Cuantos más sean mejor.
Andan en patotas todo el tiempo. Salen de a diez para ir a un partido o al baile. Entre
ellos los códigos de pertenencia son muy fuertes. Todos están a prueba. La uniformidad
es muy importante, a veces resulta graciosa vista por los adultos. Usar jopo o cerquillo,
pantalones estrechos o amplios, ser pálidos o bronceados, son reglas estrictas en la
interna del grupo. Todos deben cumplirlas so pena de quedar afuera. Forman verdaderas
tribus. Y hay tribus de muchos tipos.
Hay tribus aceptadas como las de los compañeros de clase o del club, son grupos
incentivados por las familias, integrados, de muchachos conocidos, que en general no van
contra el sistema de valores de los padres o instituciones.
Pero también hay tribus inadaptadas, cuya razón de ser es justamente la opuesta, ir
contra “el Sistema”, rebelarse contra los mayores, haciendo todo lo contrario de lo que se
espera de ellos.
Barras bravas de futboleros, rockers, hippies, punkies, floggers, emos, góticos,
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metaleros, revolucionarios de distinto calibre y hasta fanáticos religiosos han sido, y
siguen siendo, grupos atractivos para canalizar la rebeldía adolescente desde que ella
existe como ingrediente de la cultura.
Buena parte del fenómeno de las llamadas “tribus urbanas” se explica con la necesidad
de rebeldía, de ruptura con los códigos paternos y de búsqueda de una identidad distinta
a la del mundo adulto. Pero la ruptura es necesaria y sana si nos conduce luego a una
identidad adulta propia.
Muchas veces, la adolescencia queda congelada en la tribu y, cuando los códigos son
tan fuertes que consolidan una identidad alternativa de rechazo al mundo adulto, impiden
la adultez en forma definitiva.
«No hay Yo sin Tú», decía Martin Buber, y es una verdad a menudo olvidada por
padres y educadores. La construcción del Yo depende muy fuertemente de ese Otro en el
cual referenciarse.
No sé si soy alto o bajo, lindo o feo, bueno o malo, estudioso o vago, sin el Otro. Soy
alto entre los enanos, bajo entre gigantes. Lindo o feo, según con quien me compare y
según el éxito con la persona que me guste. Exitoso o perdedor, según contra quien
juegue. Sin los otros, para constatar todo esto y mucho más, estamos perdidos. Los
necesitamos para establecer —comparaciones de por medio— quiénes somos.
Los padres, los amigos, el entrono de un muchacho en crecimiento son los espejos en
los cuales descubre su identidad por contraste.
Hay veces en que los adultos tenemos que intervenir cuando ciertos espejos no son los
mejores. No es lo mismo un líder positivo en un grupo adolescente que uno negativo,
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que lleva a un montón de muchachos con la identidad en formación por caminos no
recomendables, peligrosos o delictivos.
Los adolescentes vistos por los adultos son un desastre. Pasan de declaraciones de
amor a la mañana, a declaración de guerra a la tarde y vuelta al amor a la noche. Pasan
de rendimientos sorprendentes en los estudios a no sacar una sola buena nota. Se
encierran en el cuarto, y después se quejan de estar solos. Hoy les gusta la química,
mañana la olvidan, y dicen que su sueño es ser bombero o viajar por el mundo o meterse
en un monasterio. Las religiones, las ideologías, las modas los atrapan, pero les duran
poco.
Este panorama hace que los adultos no los veamos muy creíbles que digamos, sin
embargo, sus contradicciones tienen sentido. Están buscando su camino, pero todavía no
saben cuál es. Prueban. Prueban esto y aquello. Por ensayo y error, eligen y descartan.
Es necesario hacerlo cuando todavía no se conoce ni la realidad circundante ni a uno
mismo. En realidad, usan el mismo método de los niños pequeños cuando prueban el
gusto de la tierra de las macetas o la velocidad con la que cae el sonajero. Los errores
son imprescindibles para un aprendizaje basado en experiencias y no en libros de texto.
Debemos recordar que hacia los 5 o 6 años —cuando empieza la educación formal, y
empezamos a incorporar la idea de error = malo— termina la etapa en que todos
aprendemos la mayor parte de las cosas. Damos un salto en la calidad de lo aprendido,
empezamos a acumular los conocimientos del mundo adulto, aprendemos a sumar y a
conjugar verbos sin equivocarnos y, por lo tanto, a temerle a los errores. Pero,
paradójicamente, al evitar equivocarnos, el aprendizaje se hace menos dinámico.
Perdemos la maravillosa herramienta del ensayo y error de los niños pequeños. Dejamos
de ser audaces. En la adolescencia hay un revival del método de la primera infancia, y de
la audacia.
Los grupos de referencia, las tribus, patotas, camaradas bandas de compañeros, de
amigos del barrio son el apoyo imprescindible para las “hazañas” de los adolescentes.
Solos no se animan, pero cobijados por el grupo se sienten capaces de superar sus
miedos. La iniciación sexual, los éxitos deportivos, las escapadas a los bailes, las peleas,
las rabonas, la experimentación con los límites, las primeras experiencias con el alcohol y
otras drogas, todos y cada uno de los descubrimientos iniciáticos de un mundo
inexplorado se hacen con la tribu, a la cual se debe pertenecer so pena de quedar fuera
de todo.
33
Una de las principales funciones de la enseñanza formal debería ser la de ayudar a los
muchachos a integrarse a estos grupos de iguales.
Con frecuencia los adultos no entendemos. Creemos que lo más importante en la
adolescencia son las notas, o los buenos modales. Les pedimos que sean coherentes, que
no se equivoquen, que tomen decisiones para siempre. Que se cuiden. Que estudien.
Que no corran riesgos.
Ellos, mal que nos pese, necesitan hacer todo lo contrario. Si no sabemos administrar
nuestras apariciones, nos transformamos en uno de los principales obstáculos para su
desarrollo en esta etapa. ¡Y todavía nos extraña cuando se ponen de punta contra
nosotros!
1 Tomado de El sentido del sexo. Boero, G. (2003). Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.
2 Michel Maffesoli. (1990). El tiempo de las tribus. México: Ed. Siglo XXI.
34
CAPÍTULO 2
LA ADOLESCENCIA “COMPLICADA”
El joven de unos años atrás, de una década
atrás por lo menos, tenía una problemática
un poco más lineal, un tema o dos hacían a
su problemática. Hoy es mucho más
complejo, ya no son tan lineales.
PADRE MA
TEO MÉNDEZ
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36
2.1. LA ADOLESCENCIA DUELE
«Sabés, el corazón a veces llora
y nadie se da cuenta porque no se ve.
Te duele todo adentro y estás sola,
es que llegó el momento de crecer.
La vida pone pruebas a tu paso.
Algunas te lastimen y te hacen caer.
Siempre estaré a tu lado por si acaso,
te prenderé una luz y podrás ver.
Tengo el corazón con agujeritos
y ni me lo puedo curar.
Se me está muriendo de a poquito,
con cada dolor se muere más (…)»
Fragmento de la canción Corazón con
agujeritos, de la telenovela adolescente
Chiquititas.
Los conflictos necesarios y los evitables
Creemos que los conflictos son “malos”, que no deberían existir. Si aparecen, hay que
solucionarlos en seguida. A veces les tememos o nos dan mucha bronca; como sea,
tratamos de evitarlos. Lo que con frecuencia desconocemos es que muchos de ellos son
absolutamente necesarios para aprender cosas tan valiosas como quién soy, cómo
relacionarme adecuadamente con los demás, o si me quieren y por qué.
Entre los primeros conflictos que debemos superar están los abandonos sucesivos de
nuestra madre, que nos deja durmiendo solos en el cuarto de al lado, que pretende que
caminemos en vez de llevarnos en sus brazos, o peor aún, que osa darle bolilla a un
hermanito, incluso a algún desconocido, antes que a nosotros, que hasta los 5 años nos
creemos el centro del universo. Sin embargo, todos los conflictos de ese estilo nos van
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enseñando, frustración de por medio, muchísimas cosas. Los conflictos son necesarios e
inevitables.
Como postula el Psicoanálisis, y luego otras corrientes de la Psicología, nacemos
naturalmente dotados para buscar la satisfacción de necesidades básicas y para evitar
toda frustración o dolor. Ese niño buscador de satisfacción, evitador del dolor, “salvaje”,
virgen de toda educación, empieza a ser entrenado por adultos que le enseñan lo que
ellos entienden como: hacer las cosas bien y evitar hacerlas mal. Aun a costa de
sufrimiento o frustración. El niño debe fabricar una conciencia moral (Super Yo, perro
de arriba, padre interno, según las distintas corrientes), que va a contramano de la
tendencia inicial. El “salvaje” empieza a ser domesticado.
Para adaptarse al mundo de los adultos, el niño deberá dejar de buscar exclusivamente
su satisfacción y empezar a cumplir con los deberes que sus padres, su familia, su
comunidad le imponen; si no lo hace será un loco, trasgresor de las normas, un
inadaptado que corre el riesgo de no ser aceptado por su entorno y, según la gravedad de
su inadaptación, hasta de morir. Instintivamente, casi todos percibimos esto desde la
niñez y hacemos el mayor de nuestros esfuerzos por adaptarnos. Pertenecer a la familia
y a la comunidad es instintivo, somos gregarios por naturaleza. Pero pagamos un precio
por la adaptación que con frecuencia desconocemos: Creamos un conflicto. ¿Con quién?
Con nosotros mismos.
Nuestro conflicto interno, generado por la educación adquirida, en pugna con nuestro
salvaje original, es absolutamente normal y necesario. Depende de la conciencia que
tengamos de él, su resolución en cada caso. No podemos vivir sin él. Hay que negociar
constantemente entre el niño buscador de placer y el adulto responsable. Con frecuencia,
este conflicto interno inevitable se refleja en cuentos tradicionales como el de Jekyll y
Hyde, leyendas modernas como la de Hulk o muy antiguas como la de El hombre lobo.
La pubertad nos enfrenta al último conflicto antes de adquirir una identidad adulta más
o menos definitiva. «¿Soy un niño? ¿Soy adulto?» El conflicto es inevitable en el mundo
interno de cada adolescente. De la mejor o peor capacidad de resolver esto depende el
desarrollo de cada persona. Negarlo sería poner trabas en ese proceso inevitable.
¿Cuáles son los conflictos evitables? Todos aquellos que derivan de negar la peripecia
adolescente. A más incomprensión y torpeza del entrono respecto de los conflictos de los
adolescentes, mayores dificultades de los muchachos para avanzar.
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Conflictos con uno mismo
Son necesarios para construir la identidad. Dejamos la niñez y todavía no sabemos la
clase de hombres o mujeres que somos.
Nos debatimos entre ideas contradictorias de nosotros mismos. Algunas veces nos
sentimos seguros de nuestra madurez, nuestro atractivo o nuestra fuerza, y otras, nos
vemos inmaduros, feos, débiles. Todavía tenemos mucha vida por delante, estamos
estrenando un cuerpo nuevo, una vida nueva, llena de sensaciones desconocidas, y no
sabemos cómo funcionamos. Las experiencias deben ir enseñándonos cosas, a menudo
no sabemos cómo interpretarlas. La educación formal nos hace creer que debemos estar
seguros de todo, pero el adolescente no puede estarlo. Es un pedido imposible, dado que
están en construcción. Ayudarlos en esta etapa es acompañarlos en sus contradicciones,
que son inevitables y comprensibles.
Conflictos con los padres
El mundo del niño está íntimamente ligado al de los padres. Cuanto más pequeños somos
menos autonomía tenemos. Nuestros padres deben supervisar cada una de nuestras
acciones, evitar que corramos riesgos, alimentarnos, cambiarnos, velar por que cada una
de nuestras necesidades básicas esté cubierta, la independencia no existe. Somos
demasiado pequeños y desvalidos. Pero a medida que crecemos vamos ganando derecho
a más y más espacios liberados del control paterno. Crecer es sinónimo de mayor
emancipación de la presencia y la ayuda de los padres. Ya no los necesitamos. Pero
muchas veces este momento de paso, entre la dependencia y la autosuficiencia, no está
claro.
¿Cuándo somos lo suficientemente grandes como para tomar la sopa solos? ¿Y para
bañarnos? ¿Y para ir a la escuela por nuestros propios medios? ¿Y para decidir con quién
tenemos las primeras relaciones sexuales? Seguramente que cada una de estas decisiones
responde a un momento distinto del desarrollo, pero no todos los muchachos maduran a
la misma velocidad, ni todos los padres los entrenan o supervisan de igual forma. De
hecho, estas son preguntas recurrentes para los pediatras, los psicólogos o las maestras.
Por mejor resueltas que estén estas cuestiones por los adultos —y que se hayan
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respetado las indicaciones de los profesionales, cumpliendo con cada aprendizaje en las
edades esperables— los muchachos, en la adolescencia, sienten la necesidad de romper
con el mundo adulto de maneras propias. Cada una de esas rupturas puede tomar por
sorpresa a los adultos y ser resistidas. Pero ellos necesitan de ese conflicto. Están
diciendo: «Ya no pertenezco a tu mundo. V
oy a crear el mío propio. Y, por ahora, no
estás invitado.»
A veces, los padres sienten que sus hijos los echan de sus propias casas, que los corren
de las reuniones, que los esquivan, que duermen cuando ellos están despiertos y se
levantan cuando ellos se acuestan. Como sucede con algunos animales cuando un
integrante del clan es demasiado viejo y es expulsado por el macho más joven que se
queda con el territorio, los padres viven exiliados en sus propias casas, tomadas por
adolescentes que los repelen todo el tiempo. Otras veces viven “a monte”, de casa en
casa, o se atrincheran en su cuarto, ese lugar fortificado e impenetrable del que sus
padres se quejan por parecer más una madriguera de un animal salvaje que un hábitat
humano.
Recordar el despertar sexual de esta etapa es imprescindible. La experimentación con
la masturbación. Las primeras experiencias, salidas, noviecitos, amores que empiezan y
terminan a cada rato, nada de esto es apto para adultos ¡y menos para padres! Los
muchachos deben corrernos de sus vidas por la sencilla razón de que el despertar sexual
no puede ni debe ser compartido con papá y mamá.
Conflictos con otros
Charles Darwin explicaba la evolución a través de la competencia de cada especie, y de
cada espécimen, en la que ser más aptos determinaba el éxito en la lucha por sobrevivir.
La reproducción sexuada premia a esos más aptos para reproducirse con el acceso a la
cópula. ¿Pero cuáles son esos famosos más aptos?
Cada especie tiene sus códigos para seleccionar a los mejores candidatos. Los pavos
reales son seleccionados por tener la cola más colorida y vistosa, hay arañas que se
destacan cazando a la mosca más apetitosa para satisfacer el hambre de la hembra, so
pena de ser devorado el propio macho después de la cópula. Entre los mamíferos buena
parte de los machos combaten y el ganador es el único que copula con las hembras.
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La selección entre los humanos también implica competencia, aunque a veces nos
cuesta vernos en estos aspectos tan parecidos a los animales.
El atractivo físico, la habilidad para ciertos deportes, símbolos o atributos de poder,
dotes especiales en la comunicación, sentido del humor, encanto o carisma son los
llamadores que desarrollamos en la pubertad para tener éxito en la actividad sexual. La
competencia es particularmente feroz en el despertar sexual, desde los 12 a los 19 años,
aproximadamente. Ser atractivo para el sexo opuesto es la cuestión más importante. Casi
todas las actividades de los adolescentes giran en torno a esta cuestión, pero vivimos en
una cultura que suele hacerse la distraída al respecto. La competencia por el acceso al
contacto sexual se transforma en conflicto, con uno mismo y con los demás, si no se
resuelve satisfactoriamente.
Tocar en una banda de rock, destacarse en el baile o, simplemente, tener rasgos
sexuales secundarios más vistosos (senos en las chicas o musculatura en los varones, por
ejemplo), son cuestiones casi de vida o muerte. Ganar la pareja que aspiramos es la
mayor de las proezas. Perder en esta competencia es lo peor que pueda pasarnos.
Una cultura supuestamente avanzada debería ser más consciente de que los
muchachos están desinteresados de tantísimas cosas que les proponemos (trigonometría,
idioma español, estadística, literatura clásica, historia, geografía) porque sencillamente no
tienen nada que ver con el conflicto básico que deben resolver en esta etapa. ¿Cuál es?
Repitámoslo una vez más: ¿Ser o no ser? (atractivo para el sexo opuesto).
Conflictos con el mundo
Como una extensión del necesario rechazo al mundo adulto, el adolescente se rebela
contra casi todo lo que tiene a mano. Está empezando a caminar por el mundo y no
entiende, o no le gusta, buena parte de lo que ve.
Es el momento de las grandes revoluciones en su vida y, como proyección, la revuelta
continúa hacia fuera, hacia el mundo exterior.
Esta es la etapa en que las causas más idealistas son abrazadas con fervor. Las
injusticias de este mundo nos sublevan. Las desigualdades, el hambre, las guerras nos
comprometen. Las búsquedas religiosas, filosóficas o místicas están a la orden del día.
Una tendencia musical puede darle sentido a la vida, una moda debe ser defendida como
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si fuera un manifiesto revolucionario, todo se vive con intensidad, aunque al poco tiempo
la revolución, la moda, o la banda de rock pasen al olvido. No importa. Habrán cumplido
el papel de darle al muchacho la barricada que necesita para hacer su más necesario
reclamo: «¡Ya no soy un niño! Voy a hacer del mundo el lugar que yo necesito para
vivir.»
En los últimos años del siglo pasado y en lo que va de este, la rebeldía adolescente ha
empujado algunos de los mayores cambios culturales que hemos vivido en Occidente.
Los jóvenes, en su necesidad de cambiar el mundo, efectivamente lo han logrado en no
pocas oportunidades.
Todos contra Elvis
Cuando Elvis Presley, el padre del rock n´roll, empezó a aparecer
públicamente en EE.UU. se dijeron cosas como estas:
«El Sr. Presley no posee habilidad discernible para el canto. Su fraseo, si
puede llamársele de esta forma, consiste en variaciones estereotipadas similares a
un aria cantada en la ducha por un principiante (…) una de sus especialidades es
un acentuado movimiento del cuerpo (…) que imita, en forma primaria, al
repertorio de las rubias explosivas de las pasarelas de cabaret.» (Jack Gold, The
New York Times)
«La música popular ha tocado fondo en los movimientos de Elvis Presley.
(…) Elvis, quien mueve la pelvis, (…) llevó a cabo una exhibición sugestiva y
vulgar teñida de los niveles de salvajismo que debiera ser exclusivo de los
prostíbulos.» (Ben Goss, Daily News, N.Y.)
«Brutal, feo degenerado, lleno de vicios (…) aloja casi todas las reacciones
negativas y destructivas en los jóvenes. Es cantado, tocado y escrito,
mayoritariamente, por gansos cretinos. (…) Deploro este afrodisíaco de olor a
podrido.» (Frank Sinatra, sobre el naciente rock n´roll)
Los jóvenes de su tiempo, de allí en adelante, simplemente terminaron
adorando a Elvis y su “revolución pélvica”. Había nacido la confrontación
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masiva contra los gustos adultos.
La minifalda condecorada
Mary Quant nace el 11 de febrero de 1934 en Kent, Inglaterra. Va rebotando
por trece colegios hasta que entra en la escuela de arte Goldsmith donde aprende
diseño de modas; después trabaja como auxiliar en casas de alta costura y
diseñando sombreros. A los 21 años, en 1955, invierte 10000 libras de una
herencia y abre un local de ropa propio en la calle King de Londres, que llamó
Bazaar. Empieza a diseñar polleras cortísimas, interpretando que a las jóvenes
no les gustaba lo que proponía la moda de la época, ni sus precios.
En la revista V
ogue, la diseñadora declaró que había tenido que ponerse los
vestidos de una prima «No me quedaban, así que hacía mis propios vestidos.
Primero modifiqué el uniforme de mi escuela y cada vez cortaba más la falda.»
Las polleras medían entre 35 y 45 cm. Despertaron las más duras críticas de
los conservadores, pero se vendían muy rápido, popularizadas por la flaquísima
modelo Twiggy. Amada por las jóvenes, odiada por los padres, la “mini” se
extendió por el mundo como símbolo de una nueva generación, con una actitud
distinta hacia su cuerpo y lo sexual. En 1966, Mary Quant su creadora, contra
todo pronóstico conservador, recibe la condecoración de la reina de Inglaterra.
Por estos lados, se la prohibió en los liceos hasta 1985, por lo menos.
43
2.2. LOS TRASTORNOS
No sé lo que quiero, pero lo quiero ya.
SUMO
En la adolescencia la personalidad está en construcción.
Mientras construyen, los jóvenes no nos parecen muy normales. A menudo
confundimos los trastornos psicológicos descriptos para los adultos con las crisis propias
de “la edad del pavo”.
«Sufrir la propia muerte y renacer no es sencillo», decía Fritz Perls, el padre de la
Terapia Gestalt. Eso es lo que le está pasando a todo adolescente, la mayoría de los
padres no lo termina de entender, y la sociedad no ayuda demasiado a tomar conciencia
del fenómeno. Para un adolescente el equilibrio no existe. Existen las conductas
extremas, los grandes desafíos coronados con el éxito o las grandes desilusiones. No hay
“paz”, hay un permanente conflicto consigo mismo y con los otros en la lucha por una
identidad original. No hay aceptación pasiva de las normas, como cuando era niño; debe
cuestionar, transgredir, crear sus propias reglas, desafiar las de los adultos, so pena de no
“morir como niño”, algo imperdonable en esta etapa.
La muerte, un concepto tan difícil de asumir en esta cultura, ronda todo el tiempo al
adolescente en crisis. Muerte significa el fin de algo, en el adolescente el fin es
imprescindible para el comienzo de una etapa nueva. «Sin la muerte del niño, el adulto
no nace», debería decir un slogan de la rebeldía adolescente que en esencia es esto:
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«Matemos los hábitos del niño, el control de los padres, la dependencia, la
inmadurez, la debilidad, el miedo, todas las actitudes que nos atan a ellos. Es la hora
de ser independientes, fuertes, valientes, distintos, autónomos de los padres y de sus
reglas. En suma: Grandes.»
La adolescencia necesita no de una sino de varias crisis. Crisis de identidad. Crisis de
independencia de la autoridad y la vigilancia paterna. Crisis del comienzo de una vida
sexual. Crisis existencial, social, espiritual, la vida cambia de sentido, no una, muchas
veces. Crisis de convivencia con sus pares, que también están en crisis pero cada uno en
sus tiempos, los grupos se arman y desarman al ritmo de los cambios vertiginosos del
período. Crisis y más crisis, grandes y chicas, conjuntas con todos y cada uno de los
descubrimientos del yo en maduración, que dejan atrás cada aspecto infantil, con no
poco sufrimiento. Es en esta etapa, por supuesto, que también aparecen las patologías
psíquicas más comunes y estables en los adultos, enmascaradas con las crisis propias de
la adolescencia. Los síntomas de las crisis adolescentes y de las patologías psíquicas más
comunes a menudo coinciden, y, con demasiada frecuencia, son mal interpretados.
¿Por qué los muchachos corren riesgos innecesarios?
Un muchachito apenas púber zigzaguea entre el tráfico, a contramano,
haciendo finitos impensables, bajo lluvia, arriesgando su vida en cada maniobra
con su motito de delivery, ¿está tan apurado por entregar una pizza caliente?
Una muchachita de liceo tiene encuentros sexuales con casi todos los
compañeros de clase. La noticia se ha extendido, vienen de otras clases y liceos
para encontrarse con ella. A veces tiene sexo con varios a la vez. Generalmente,
no usa protección. Pese a que los chicos hablan de ella como de una prostituta y
las demás chicas la ignoran, ella se jacta de sus hazañas sexuales. Sus padres se
han enterado y están preocupadísimos. ¿Es normal su hija? ¿Está enferma?
¿Qué quiere demostrar en realidad?
Un joven cantante de una banda de rock termina sus shows completamente
borracho. No se va a dormir luego de los toques, sigue de juerga. Consume
cocaína, alcohol, o lo que venga. El exceso está presente todo el tiempo. Las
cosas casi siempre terminan mal. A veces a las trompadas. Otras intoxicado. Más
45
de una vez preso o en lugares que no recuerda. Ya lo han robado, y también
abusado sexualmente. Su carrera como músico está en peligro, pero él dice que
no puede hacerlo de otra manera. «El rock y los excesos van juntos», es su
lema.
Estos tres ejemplos tienen un denominador común que los adultos no
entienden: ¿Por qué correr riesgos innecesarios? ¿Por qué jugarse la vida en
cada esquina, teniendo sexo, haciendo tonterías?
La respuesta no los dejará conformes, seguro: Los chicos necesitan
demostrarse a sí mismos de qué son capaces, pero para algunos esa
demostración nunca es satisfactoria.
En los tiempos de las Ceremonias de paso, los riesgos enfrentados, y
vencidos, eran lo que nos confirmaba como adultos plenos. Pero ahora las
Ceremonias de paso no existen o están muy lavadas de su verdadero sentido.
Los riesgos nunca alcanzan para los que no se sienten del todo “grandes”,
“valientes”, “fuertes”, “valiosos”. Se trata en cada caso de averiguar qué
necesitan para convencerse.
Neurosis, psicosis, etc.
En Psicología denominamos neurosis a las patologías menos graves. Las neurosis
implican un conflicto con nosotros mismos y con el entorno, producto del proceso más o
menos defectuoso de socialización temprana. Las neurosis provocan angustia, miedo,
depresión, actitudes violentas, o síntomas físicos, a veces imaginarios, otras bien reales
como consecuencia del estrés. La neurosis, llamada así en principio por ser considerada
“enfermedad de los nervios”, desconcertaba a los médicos del siglo XIX por carecer de
síntomas físicos claros. Se consideraba “simuladores” a quienes la padecían. Su
tratamiento representó un importante avance para la salud y para el conocimiento de
nosotros mismos. Se desarrollaron distintas corrientes psicológicas buscando
herramientas para comprender y tratar a los neuróticos, modificando en forma radical la
forma de ver la salud y la enfermedad psíquica en Occidente.
En las psicosis el conflicto del individuo es con la realidad, que no ha terminado de
46
estructurar. Son los cuadros más graves, pueden ser episodios puntuales o repetirse en
formas más o menos crónicas. El psicótico no puede —por distintas razones genéticas y
ambientales— afrontar los desafíos que impone el aprendizaje de la misma forma que lo
hace un neurótico. En las neurosis, el niño pequeño aprende que existen limitaciones, el
entorno lo condiciona, la maduración se produce a costa de resignar su omnipotencia y
su narcisismo. En las psicosis, esas pérdidas nunca se procesan del todo. La realidad no
termina de ser aceptada por un yo frágil e inmaduro que intenta mantenerse como en la
primera infancia. La ruptura con la realidad aparece como forma de defensa ante la
amenaza de crecer.
Con frecuencia, en la adolescencia se descubren las personalidades psicóticas, aunque
algunos síntomas sean parte de la crisis adolescente y se confundan con esta. Los
síntomas más claros que podrían indicar la presencia de psicosis, agudas o crónicas, son
la dificultad importante para integrarse, las conductas extravagantes, las adicciones,
severas en algunos casos, el aislamiento y la aparición de los primeros cuadros delirantes.
Los síntomas psicóticos pueden aparecer sin que se trate de una estructura psicótica.
En la adolescencia puede pasar que muchachos neuróticos tengan síntomas delirantes.
Los delirios son verdaderos “sueños durante la vigilia”, es decir la irrupción del mundo
interno del individuo, que rompe el contacto con la realidad. “Estar loco”, como se dice
vulgarmente, es eso: no estar en contacto con la realidad circundante, ya sea por efecto
de drogas, estrés, cansancio, o razones estructurales de la personalidad. Es necesario
advertir la diferencia entre estructura y síntoma. Hablamos de estructuras cuando hay
una organización psicopatológica estable de la personalidad, el síntoma es un episodio
puntual.
Entre las llamadas estructuras neuróticas —las más adultas, en las que el proceso de
maduración psicoemocional ha sido más exitoso— y las estructuras psicóticas —las más
frágiles e inmaduras— pueden detectarse las llamadas estructuras borderline,
(Fronterizas, Narcisistas, Trastornos limítrofes de personalidad, t.l.p., según los
autores). En ellas, los síntomas son mixtos, a veces neuróticos, a veces psicóticos. La
estructura está mejor integrada que la del psicótico. La historia marca traumas menos
severos, hay una confrontación con la realidad pero no una ruptura. Unas veces son
eternos adolescentes, otras, rebeldes sin causa, o antisociales, extravagantes, artistas
incomprendidos, idealistas extremos; viven de crisis en crisis, sin terminar de resolverlas
ni decidirse a entrar en el mundo de los adultos, aun cuando “la edad del pavo” haya
47
pasado hace rato. Las estadísticas indican que cada vez hay más individuos con este tipo
de estructura. ¿Un signo de estos tiempos?
Trastornos de aprendizaje
Buena parte de las consultas a psicólogos, psiquiatras y médicos en general responde a
supuestos problemas de aprendizaje de los adolescentes Esquemáticamente hay dos
48
grandes grupos de posibles problemas: las llamadas dificultades de aprendizaje
propiamente dichas, que en general ya debieron aparecer en la escuela (algún tipo de
retardo, dislexia, algunas formas de autismo leve, otros problemas de base orgánica no
detectados antes, como la miopía, la sordera, etc.). A veces pasa que alguna dificultad de
importancia haya sido pasada por alto, pero es difícil. Algunos síntomas de enfermedades
antes tratadas pueden recrudecer en virtud de la crisis de esta etapa de la vida. A la
patología de base se suma la inestabilidad propia de la adolescencia.
El otro gran grupo es el del rendimiento insuficiente por razones emocionales. No hay
ninguna dificultad en lo cognitivo, pero los rendimientos son pobres, a veces nulos. Los
padres no lo entienden: «El chiquilín es inteligente, tiene todo nuestro apoyo, pero no
rinde: ¡O es un atorrante, o no me dice lo que le está pasando!»
En la adolescencia los códigos cambian. Los niños y las niñas empiezan a “mutar”.
Los cambios son espectaculares y muy rápidos. No todos los chicos maduran al mismo
tiempo. Surgen competencias, celos, inadaptación a los grupos, conflictos por el
liderazgo, episodios de acoso, la sexualidad —todavía no bien integrada— tiñe cada
experiencia, todo esto a menudo trascurre en forma invisible para los adultos. El
rendimiento en lo académico cae sin que haya explicaciones comprensibles. Como
mucho se ven algunas señales: síntomas de angustia, episodios de llanto, aislamiento,
bronca, violencia. Al pedirles explicaciones, a menudo, los padres enfrentan una pared. A
los muchachos les cuesta mucho poder poner en palabras cosas que ni ellos mismos
entienden del todo, o que les resultan vergonzantes: no son «cosas que podamos
contarles a los padres.»
En estos casos son recomendables consultas con psicólogos o con personal de la
educación, capacitados para trabajar en forma sistémica, es decir, con todos los
integrantes del sistema familiar o educativo: padres, muchachos, maestros, instituciones,
etc. Con frecuencia hacen falta miradas múltiples para ver problemas que involucran el
fenómeno grupal.
Adicciones
Es otro de los temas más frecuentes en la consulta, preocupa a los padres quienes oscilan
entre la ignorancia total del tema y los fantasmas más aterradores.
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Antes que nada, definiciones: Adicción es la dependencia a una sustancia, consumo o
actividad que hace que una persona no pueda realizar una vida independiente del
objeto de su adicción.
Adicción no es igual a consumo. Por más dañina, aberrante, y moralmente objetable
que sea la sustancia o la actividad adictiva, no es la sustancia ni la actividad lo que hacen
al adicto, sino su particular forma de relacionarse con ellas. Más claramente: hay usuarios
del tabaco, del alcohol, de juego de azar, de actividad deportiva, de tortas de chocolate,
de cocaína, que no son adictos. Es decir, que consumen ocasionalmente. Y hay
personalidades potencialmente adictivas, que pueden hacerse adictos a estas cosas, y
muchas otras, bajo determinadas circunstancias.
Las adicciones responden a una necesidad extraviada. Todo ser vivo orienta su
conducta a satisfacer necesidades.
El hambre, el sueño, la seguridad, la búsqueda de placer, la huida del dolor, por citar
unos pocos ejemplos, disparan conductas básicas que terminan cuando satisfacemos la
necesidad que las originó. En esto funcionamos como cualquier otro ser vivo.
Abraham Maslow, con su famosa pirámide, categorizaba a las necesidades según su
complejidad, desde las más básicas en la base, a las más complejas hacia la cima3. El ser
humano es el bicho que más complejas necesidades enfrenta. Es fácil darme cuenta si
necesito comida, pero es más difícil —cuando soy un adolescente— sentir que necesito
reconocimiento de mis pares y que no sé cómo obtenerlo. Allí puede aparecer la
necesidad extraviada: para conseguir el reconocimiento empiezo a consumir una droga
que creo me da prestigio y, en mi inmadurez, quedo enganchado. Mi necesidad se
extravió, la droga parece satisfacer una necesidad, pero no lo hace. Entonces cada vez
consumo más, sin obtener la satisfacción esperada.
Las personalidades que, frecuentemente, realizan consumos adictivos son las más
inmaduras y desintegradas (particularmente borders y psicosis). Es en la adolescencia
cuando suelen comenzar la mayor parte de las adicciones en la población en general y,
especialmente, en este grupo.
La crisis adolescente los enfrenta al desafío de parecer lo que no son. Oscilan entre
sentimientos extremos, están descubriendo la sexualidad, quieren ser aceptados, tienen la
incertidumbre de si tendrán éxito o no; las modas arrasan con el sentido común, los
ahorros, o la precaución, en un mundo antes controlado por los padres.
Para aparentar ser grande, vale todo. A menudo los muchachos, para parecerlo,
50
recurren al consumo de drogas, alcohol, deportes extremos, sexo y desafíos poco
recomendables. Minimizan los riesgos, la experiencia con «todo lo que parezca de
grandes», «lo que tenga onda», «lo que nos haga parecer atractivos», es muy
importante. Las adicciones pueden aparecer como un efecto colateral en los que,
estructuralmente, están más propensos a estas búsquedas de una identidad “con onda”, y
luego derivan por un mal camino.
Con frecuencia se forman grupos en los que el rechazo al mundo de los padres pasa
por el consumo de drogas, de alcohol, o de actividades poco recomendables. Los códigos
del grupo son opuestos a los de los padres: «Si ellos nos cuidaban, nosotros nos
descuidamos», podría ser un manifiesto de estos grupos.
Debemos recordar, además, que no hay fenómenos aislados, ni adictos, sin un entorno
facilitador. Estamos en un mundo que nos propone un consumo adictivo de toda clase de
cosas. Basta ver tandas publicitarias, cada producto propone muy seriamente que te
hagas adicto a una leche achocolatada, a un desodorante o una marca de teléfonos
celulares. Todos tienen fan page, blog, facebook, o seguidores en twitter, es decir un
club virtual de adictos. El mensaje de esta cultura es que ser fan está bien. Para una
personalidad con propensión a las adicciones es un mensaje potencialmente peligroso,
aunque para el mercado sea una buena noticia, ya que cada nuevo fan colabora al
crecimiento de la economía. Además, la leche o los teléfonos no nos parecen dañinos. El
problema está en el mensaje: «hacete adicto». Eso es lo que como padres o educadores
no podemos dejar pasar. ¿Somos conscientes del precio que como sociedad estamos
pagando con el aumento exponencial, en los jóvenes, del consumo de drogas legales e
ilegales, causado por el aparentemente inofensivo mensajito: «hacete adicto»?
Es más fácil culpar de las adicciones crecientes a los pastabaseros o a los traficantes,
que a los comerciantes, los publicistas y los medios de comunicación. No es
políticamente correcto, parecería.
Adicción a internet
En China, Taiwán, Corea del Sur, entre otros países, ya están aceptando la
“adicción a internet” como diagnóstico de un trastorno psicológico, en línea con
51
el DSMV, Manual de Trastornos Mentales, en su quinta versión de futura
aparición. En el caso de facebook, o de otras redes sociales, con cada
comunicación, un “me gusta” por ejemplo, recibimos por parte de las sinapsis
neuronales una dosis de dopamina, un neurotransmisor que nos dice que
sentimos placer, igual que cuando practicamos deporte o tenemos relaciones
sexuales. Reconociendo esta señal de placer, vamos a tratar de repetirla y, de esa
manera, corremos el riesgo de hacernos adictos.
Los síntomas, según el DSM-V, son:
Preocupación y pensamiento recurrente respecto de contenidos de internet
o de juegos on line.
Síntomas de dependencia-abstinencia.
Aumento del umbral de tolerancia (hay que invertir más tiempo para
conseguir la misma satisfacción).
Pérdida de otros intereses.
Intentos fallidos de controlar el uso.
Uso de internet para escapar de estados de ánimo tristes, ansiosos,
inquietos.
Otros estudios indican que cuanto más tiempo permanecemos on line más se
atrofian áreas del cerebro encargadas del habla, la memoria, el control motor, las
emociones; la capacidad atencional también disminuye, se calcula en un 40% en
los últimos 10 años. En los países que consideran la adicción a internet una
patología, se habla de un 30% de adictos a las redes sociales o a los video
juegos.4
Las preocupaciones de los adultos acerca del uso de internet en los
muchachos, según estadísticas internacionales y la propia experiencia del autor,
van del acceso a contenidos inadecuados (la mayor preocupación), el contacto
con desconocidos peligrosos, la pérdida o deterioro de su imagen, la adicción o
uso excesivo, el ciberacoso, a la suplantación de identidad (la menor
preocupación). Por otra parte los pedidos de ayuda más frecuentes son: «¿Cómo
se usa en forma segura la herramienta? ¿Cómo los controlo? ¿Qué riesgos hay?
¿Cómo limito su uso? ¿Les hace mal?»
Las consultas psicológicas son, en general, muy fructíferas, sobre todo con los
padres. Trabajando en formato sistémico (sesiones grupales con el sistema
52
familiar, con los vínculos y las formas de comunicación), nos proponemos, por
lo menos, despejar algunos miedos básicos: La tecnología no es el enemigo, es la
ignorancia acerca de su uso la que transforma en un “cuco” cada nueva
aplicación.
Los adolescentes tienen, de por sí, tendencia a aislarse, la “compu” o el
celular solo los ayudan. Es necesario encontrar caminos de encuentro y
relacionamiento genuino con ellos, teniendo en cuenta que ya no son niños. Las
adicciones, en general, no se disparan por las sustancias o por las actividades
adictivas; son multicausales, pero están determinadas mucho más por «quién
soy», que por lo que hago o lo que tomo.
Thomas Szasz y “nuestro derecho a las drogas”
«(…) prácticamente todo lo que piensan y hacen el gobierno americano, la ley
americana, la medicina americana, los medios de comunicación americanos y la
mayoría del pueblo americano en materia de drogas es un error colosal y
costoso, dañino para americanos y extranjeros inocentes, y autodestructivo para
la nación misma(…)», nos dice el Dr. Szasz, referente mundial del tema drogas
y de la Antipsiquiatría, en su obra imprescindible Nuestro derecho a las drogas.5
«Cada año decenas o miles de personas resultan heridas y muertas a
consecuencia de accidentes asociados con el uso de bicicletas, automóviles,
camiones, tractores, escaleras, motosierras, esquís, columpios. ¿Por qué no
hablamos de “abuso del esquí” o del “problema de las motosierras”?», se
pregunta Szasz, y responde:
«Porque esperamos que quienes usan dichos equipos se familiarizarán por sí
mismos con su uso y evitarán herirse a sí mismos o a otros. Si se lastiman a sí
mismos, asumimos que lo hacen accidentalmente y tratamos de curar sus
heridas. Si lastiman a otros por negligencia, los castigamos mediante sanciones,
tanto civiles como penales. En vez de resolver, estos son, brevemente, medios
con los que tratamos de adaptarnos a los problemas que presentan
potencialmente los aparatos peligrosos de nuestro entorno. Sin embargo, tras las
53
generaciones que han vivido bajo una tutela médica que nos proporciona
protección (aunque ilusoria) contra las drogas peligrosas, no hemos logrado
cultivar la confianza en nosotros mismos y la autodisciplina que debemos poseer
como adultos competentes rodeados por los frutos de nuestra era
farmacológica.»
Charla sobre drogas
La mayoría de los padres se siente inseguro para hablar con los hijos de este
tema. Oscilan entre el miedo al posible daño, la ignorancia («esto no es de mi
época, no sé del tema, que lo hagan los profesores»), los prejuicios («drogarse
está mal»), y probablemente lo peor de todo, la ausencia («mejor no me meto,
no corro riesgos, desparezco cuando la cosa se pone difícil»).
Ante tanta excusa, debemos aclarar algunas cosas: los hijos no necesitan una
charla magistral respecto de cada sustancia y sus efectos. Necesitan referentes,
guías, adultos disponibles, francos, que se acerquen al tema sin miedo, que
puedan brindarles información y sus propias experiencias con el uso de drogas.
Debemos recordar que el alcohol, el tabaco o los medicamentos son drogas, bien
adictivas y bastante “duras”. No son ilegales y los adultos no podemos
argumentar que las desconocemos. Es necesario decir cosas como estas (muy
similares a las propuestas para hablar de sexualidad):
«Aquí y ahora estoy disponible para hablar de las drogas.»
«Hay drogas legales e ilegales. Con la droga ilegal, al problema del consumo,
se agrega el de la posible comisión de un delito, por lo menos al adquirirla en el
mercado negro.»
«No debemos tener miedo, ni sentir vergüenza o asco frente al tema. Negarlo
es peor. La ignorancia es producto de la negación y el prejuicio.»
«Puedo compartir mis experiencias con el tema.»
«También debo protegerte de los posibles daños del consumo, soy adulto y
todavía estás a mi cargo. Soy responsable por tu seguridad.»
54
Trastornos sexuales
Los llamados trastornos sexuales se describían en los manuales clásicos como una doble
desviación del acto sexual, en el objeto y/o en el fin. Hoy en día no se considera
desviación a la homosexualidad, por ejemplo (una supuesta desviación del objeto de
deseo en los manuales antiguos), ni a la masturbación (antigua desviación del fin sexual,
alejado del coito). Los tiempos han cambiado y las costumbres también. Los médicos,
educadores y psicólogos, en su mayoría, no comparten las ideas que tenían sus pares
medio siglo atrás sobre trastornos sexuales.
Para el DSM-IV 6 son de tres tipos:
Las disfunciones sexuales en mujeres y varones, que incluyen trastornos del deseo,
de la excitación y del orgasmo, trastornos sexuales por dolor y trastornos por
enfermedades, consumo de sustancias, etc.
Las parafilias, con objeto sexual no humano (fetichismos, por ejemplo); con
sufrimiento del otro (sadismo), o propio (masoquismo), o de ambos; con niños o
personas que no consienten la relación. Estos impulsos sexuales lejos de enriquecer
la vida sexual de la persona la deterioran.
En tercer lugar están los trastornos de la identidad sexual (con la salvedad de la
homosexualidad, eliminada del DSM-IV en 1973 y suprimida como trastorno mental
por la OMS en 1990).
La mirada moderna respecto de la vida sexual debe tomar en cuenta la evolución de la
personalidad como un todo, desde los primeros momentos de la vida.
La sexualidad madura junto con el resto de las potencialidades de la persona. El
Psicoanálisis, por ejemplo, ya describía a la sexualidad infantil —presente desde el
comienzo de la vida—, como búsqueda de placer en estado puro, desorientada de un
objeto o un fin. La orientación hacia objeto (otro adulto heterosexual) y fin esperables (el
coito completo) venía con la maduración hacia el final de la adolescencia, según la visión
clásica.
La sexualidad es considerada expresión de una pulsión llamada “de vida”. Está
presente en todo ser vivo desde el nacimiento. En el ser humano (el animal que nace más
inmaduro y es más dependiente de la educación para madurar), la actividad sexual adulta
no es solo pulsión, sino mucho aprendizaje y experimentación previas. Antiguamente, se
creía que la sexualidad recién aparecía en la pubertad, y cualquier manifestación de
55
sexualidad en niños era una desviación que había que corregir con severos castigos. Hoy
sabemos que debemos educar —no reprimir, ni mucho menos castigar— esa incipiente
sexualidad, desde la más tierna infancia.
A medida que crecemos, aprendemos a orientar nuestra conducta hacia el encuentro
del Otro en la cópula, pero el aprendizaje es largo y ocupa, por lo menos, toda la niñez y
la pubertad. Un ser humano adulto está en condiciones de tener relaciones sexuales luego
de un proceso de aprendizaje inevitable, que, más o menos, le ha permitido un cierto
descubrimiento de sí mismo, de su biología, de sus afectos e ideas; y luego de algunas
experiencias preparatorias. A diferencia de los demás animales, y de lo que todavía creen
unos cuantos, no somos puro instinto. La vida sexual adulta y sana necesita un poco más
que eso.
Desde la mirada evolutiva, los trastornos sexuales son síntomas de una evolución
inconclusa o defectuosa de la personalidad. No son “simples enfermos” los que aparecen
con trastornos sexuales. Los trastornos suelen ser síntomas de problemas más generales
de la persona. La visión reduccionista, ve solo el trastorno sexual, que suele ser “el árbol
que tapa el bosque” de una personalidad desorganizada, inmadura o psicótica.
En la crisis de la adolescencia, pueden aparecer manifestaciones de posibles trastornos
que en la niñez no eran visibles. Pero muchas veces, se trata de falta de madurez, de
búsqueda de respuestas, de un camino de experimentación todavía no concluido. En el
marco de la adolescencia es relativamente frecuente ver comportamientos desviados,
parafilias, trastornos del deseo, de la consumación del acto sexual en forma completa, de
identidad, pero la mayoría no continúan. Por eso es muy importante poder distinguir los
actos, de las estructuras.
Un muchacho con un episodio de sexualidad aparentemente desviado no debe ser
etiquetado como una personalidad desviada o perversa. Ese es un diagnóstico que debe
llevar más tiempo e investigación. La etiqueta mal puesta podría ser un trauma que
marcará su desarrollo futuro. Un remedio peor que la enfermedad.
Autoagresión, accidentes, pseudointentos de autoeliminación. Suicidios.
Buena parte del conflicto adolescente es con uno mismo.
«Me odio porque no soy suficientemente grande», sería una buena frase que resumiría
56
la mayoría de los conflictos con uno mismo en esta etapa crítica de la vida.
Ya sea por gordos, petisos, por no tener barba o senos, por tener granos, por usar
lentes o aparatos en los dientes, por no saber qué ropa hay que usar o qué música
escuchar, nos parece que no calificamos para ser considerados-as maduros y sexualmente
deseables.
¿A quién no le pasó, al menos una vez en la vida, sentir que no es lo grande y
aceptable que debería ser? Por más suertudos que hayamos sido en la adolescencia nos
sentimos inseguros, en general, de la aceptación que podamos recibir. Ser niños es algo
que debe terminar, parecer hombres o mujeres es imperioso. Pero los procesos no son
todos iguales. Algunos se consideran ganadores, pero muchos se sienten perdedores en
esta carrera por la aceptación. Unos cuantos no logran sentirse aceptados aunque nadie
los rechace. Tanta inseguridad tienen.
Si nos sentimos demasiado mal con lo que somos podemos llegar a querer lastimarnos.
Esta es la base de la mayoría de los intentos de autoeliminación, autoagresiones, y hasta
de accidentes que se repiten y no tienen mucha explicación.
«No me gusta cómo soy, voy terminar con esto», es lo que dicen no pocos
adolescentes peleados consigo mismos. Debemos tratar de escuchar sus mensajes, no
olvidemos que tenemos picos de intentos de autoeliminación, consumados o no, en esta
etapa de la vida.
La tasa de mortalidad por suicidio en Uruguay es de 11 por cada cien mil
jóvenes comprendidos entre los 10 y los 24 años, es una de las más elevadas del
continente según la “Segunda encuesta mundial de salud adolescente” presentada
por los Ministerios de Salud y de Desarrollo Social y por el Observatorio
Uruguayo de Drogas, en diciembre de 2013. Es la segunda causa de muerte en
el grupo etario. Además, por cada suicidio, hay entre 15 y 20 intentos previos.
En Uruguay, la elevada cantidad de suicidios, de intentos y de pseudointentos ha
llevado a formular más de una hipótesis al respecto.
Las causas no están todavía del todo claras, justamente por ser un fenómeno
multicausal, pero una pista parece ser el menor porcentaje de jóvenes en la
sociedad, el relativamente alto envejecimiento y el sentimiento generalizado en
los jóvenes de falta de espacio para crecer y desarrollarse en un “país de viejos”.
57
(Los hombres de 65 años o más pasaron de ser el 7.6% en 1963 a representar el
14% en el censo de 2011, en tanto los menores de 15 descendieron del 28% al
21% en el mismo lapso.)
Autoagresiones
Ejemplos de adolescentes que se autoagreden hay muchos. La explicación
más conocida para estas conductas es la de la rebeldía y de la frustración que no
pueden canalizarse de otra forma y son expresadas con comportamientos
autodañinos. En esta etapa, los cambios a los que se enfrentan pueden ser
demasiados para algunos muchachos, sienten que no califican, que no encajan,
no son ni grandes ni chicos, no saben qué quieren ser y si lo saben no logran
llegar a eso que desean. La reacción, a menudo, es la de agredir, hasta el límite
de poner en riesgo la propia vida, el cuerpo que tanto los frustra: el suyo.
A veces los padres o educadores refuerzan estas ideas autoagresivas sin
saberlo. Entonces los muchachos se proponen lastimar ese cuerpo que aman los
grandes. «No voy a ser eso que vos querés que sea; el niño inmaduro, débil,
debe desaparecer”. En el arrebato de odio contra lo que quieren dejar de ser,
pueden llegar a hacerse mucho daño.
Luisina, una adolescente de 14 años, lo explica así:
«Solo quería que me dejaran en paz. ¡Todos! No entienden que ya no soy
más esa chiquita buena. El juguetito de la familia, la nenita linda, la que todos
aman. ¡Odio eso! ¡¿Cuándo van a dejar de tratarme como una nena?! Bueno,
ahora creo que lo conseguí. Ahora me tratan como a una rayada, loca,
desquiciada, que se quiso cortar las venas y terminó internada en un manicomio
¡Pero no más como a una nena! ¡Nena, nunca más! ¡¿Entendieron?!»
Sebastián es otro caso de autoagresión encubierta, un claro llamado de
atención a padres, por lo menos, distraídos. Veamos su relato:
«Cuando manejo no me importa nada. Dame un auto, el que sea y te lo
pongo al máximo de lo que dé. No tengo miedo a nada. Sí, ya sé que tuve
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algunos accidentes. Y que estuve el borde de la muerte dos veces. Pero es la
adrenalina lo que me pone así. Es la única forma en que me calmo, vivo enojado
todo el día. Poner el auto a mil y dejarme ir es una liberación. ¿Qué, si no me
preocupa matarme? No, bastante poco en realidad. Igual mis padres están tan en
la suya, que ni se van a dar cuenta…»
Hay muchachos y muchachas que creen ver en la muerte el único refugio ante
vidas francamente miserables, como Cindy:
«Cuando vi El cadáver de la novia, la de Tim Burton, me di cuenta de que
era posible estar mejor en el mundo de los muertos. Después me hice fan de
todo lo dark. Fui conociendo gente que está en la misma. Son góticos, hay
algunos under, otros son heavy metal, pero no cualquiera, los pesados, pesados.
Bah, el nombre no importa, lo que importa es que se dieron cuenta de que este
mundo apesta. El liceo, tus compañeros, la música, la tele, todo apesta, lo peor
son tus padres. Los míos no entienden nada. ¡Pero nada! Con mis amigos
fantaseamos con suicidarnos todos juntos y que se vuelvan locos, a ver si ahí
entienden algo.»
Depresión
Con frecuencia podemos ver adolescentes tristes, aislados, enojados, que parecen no
tener interés en nada. Los adultos no podemos saber qué les pasa, pero muchas veces
confundimos estas conductas con depresión, que es una enfermedad más bien grave.
Hay otras confusiones con el diagnóstico de la depresión, ya que con frecuencia es
realizado a la ligera por médicos sin formación en psicología, sin una serie de entrevistas
mínimas que permitan conocer al paciente y, para salir del paso, recetan antidepresivos y
otras drogas, como si solamente con tomarlas arreglaran el asunto. Estos abordajes
confunden a los muchachos y a sus padres, alientan la persistencia de conductas
equivocadas en los jóvenes que, con el pretexto de la depresión, se cronifican.
La mayoría de las veces se confunde depresión con tristeza.
La tristeza es una emoción, hay que decirlo fuerte y claro. No es una enfermedad. No
hay que curar a nadie de una emoción. Las emociones son señales del organismo que nos
59
guían para tomar decisiones. Nos avisan de nuestras necesidades. No hay emociones
buenas o malas. No nos podemos dar el lujo de prescindir de algunas de ellas porque no
nos gusten.
La tristeza, como toda emoción, es parte del repertorio de la vida afectiva de la
persona. ¿Tienen los adolescentes razones para estar tristes? Por supuesto que sí. Están
haciendo el duelo por la muerte del niño. Están en crisis existencial por no saber qué
viene después en sus vidas y si tendrá sentido. Por si fuera poco, están cada vez más
solos, ya que la mayoría de los padres no saben cómo guiarlos o están demasiado
distraídos con cuestiones personales en un mundo que premia el individualismo.
Teniendo en claro este contexto que no facilita un diagnóstico sencillo, la depresión
puede diagnosticarse como un conjunto de síntomas que incluyen: sentimientos de culpa,
de incompetencia, pérdida del interés y del placer, aislamiento, tristeza o ira excesivas,
descenso o ineficacia en la actividad, autoacusaciones y, en ocasiones, cambios en el
sueño —se incrementa en estructuras neuróticas, escasea en estructuras fronterizas o
psicóticas— y cambios en la alimentación. También es necesario evaluar la historia
personal del muchacho y de los familiares, la estructura de personalidad y los hábitos de
consumo en particular de sustancias adictivas. Con estos elementos, un clínico con
experiencia podrá diagnosticar una depresión sin confundirla con los habituales
momentos de tristeza o de bronca, propios de una edad en que se vive de crisis en crisis.
Alimentación
Los grandes trastornos de la alimentación que vemos en adolescentes son la bulimia
(caracterizada por ingestas de comida seguidas por sentimiento de culpa y por conductas
compensatorias como vomitar o usar laxantes), la anorexia (gran abstinencia de la
ingesta provocada por la no aceptación de la imagen corporal que lleva a mantenerse por
debajo de determinado peso) y los desórdenes mixtos, que alternan atracones, con
ayuno. También se describen, actualmente, trastornos opuestos a la anorexia, por
ejemplo, la megarexia, en donde verse gordo se confunde con verse fuerte y están,
además, las dietas combinadas con ejercicio extremo.
Los trastornos en la alimentación en la adolescencia se ven cada vez con más
frecuencia. En general, se los explica como una conexión fantasiosa de lo que comemos
60
con la imagen corporal.
Recordemos, el aspecto corporal es la gran preocupación del adolescente que está
armando una imagen de sí mismo adulto. El cuerpo está cambiando, dejamos de ser
niños, pero la imagen de adulto sexuado y deseable no está firme. La comida aparece
como un elemento que les permitiría modificar su aspecto. Pero la conexión entre lo que
buscan desde el punto de vista estético y lo que comen, generalmente, es equivocada.
En el consultorio vemos casos en que la cara, las pantorrillas, los brazos, los senos, la
postura corporal y hasta la expresión del rostro son motivo de rechazo y buscan
modificar estos rasgos simplemente adelgazando. Tales cambios, por supuesto, no
ocurren o, por lo menos, no ocurren en relación directa con lo que comen o dejan de
comer las personas; mientras tanto la salud es afectada. Los trastornos alimenticios son
solamente parte de una problemática psicológica más profunda, en donde la autoimagen
está distorsionada, a veces a límites delirantes.
Por otro lado, el contexto social y cultural impone determinados tipos de físicos, como
modelo de belleza, que son inalcanzables para la mayoría. En ese sentido ha sido
cuestionada la muñeca Barbie, cuyas medidas son imposibles para cualquier mujer
normal. Muchachos y muchachas buscando esos modelos inalcanzables llegan a
extremos poco creíbles de dietas y cirugías, o a la convicción de que son “fracasos
sexuales”.
En paralelo con el mensaje social de ser flaco, algo para lo cual habría que tener gran
disciplina y dedicación, hay mensajes que nos alientan a consumir toda clase de comidas
rápidas, golosinas, snacks, por el simple hecho de gratificarnos. Doble mensaje
esquizofrénico: gran disciplina para ser flaco y gran permiso para comer de todo… lo
cual nos hace gordos (¡!).
¿Cómo educar a los muchachos si como colectivo construimos mensajes como estos?
Violencia. Acoso
61
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  • 1.
  • 3. A Paula (grande), Pati, y Paula (chica), las tres adolescentes con las que he compartido la vida 3
  • 4. AGRADECIMIENTOS A los pacientes que, como siempre, nutrieron la mayor parte del contenido de este libro (y de todos los demás); a los colegas con quienes compartimos el camino, en especial a la gente del Centro Encuentro de Gestalt, con Fer De Lucca y Dani Dutrenit a la cabeza; a Viviana Echeverría, mi exeditora en Santillana, ideóloga de la propuesta original que después fue mutando; a Mercedes Clara, mi editora actual, que en su inconsciencia, me dio total confianza; a la gente de Santillana, por muchos años de camino compartido; a Sarita Perrone, a Ale Camino, al Negro Torrado —y sus respectivas audiencias—, con quienes hacemos las columnas radiales, severos testers de todo contenido; a quienes leyeron los originales, corrigieron, opinaron, criticaron, aportaron datos, todos me ayudaron desde sus diversas disciplinas a que el resultado final de este libro fuera un poco menos caótico; y muy especialmente a la Dra. Ana Ribeiro, que con su erudición trajo algo de tranquilidad para mis atrevidas incursiones por la historia nacional. Gracias a todos. ¡Ah! Y a los Patos Cabreros, cuyo cuplé ganador de 2015 habla de un “adultescente” 100% uruguayo (queda demostrado que esto no es un invento importado). 4
  • 5. ADVERTENCIA Los relatos de casos clínicos son todos verídicos. Algunos detalles y sus protagonistas fueron cambiados para mantener la confidencialidad. Las demás crónicas o citas tienen las correspondientes referencias. 5
  • 6. INTRODUCCIÓN ¿Qué es la adolescencia? ¿Es una etapa del desarrollo? ¿Es el despertar biológico de la madurez sexual? ¿Es hormonal? ¿Social? ¿Cultural? ¿Es todo eso junto? ¿Es un invento de la modernidad, como decía el historiador José Pedro Barrán? En estas páginas vamos a intentar averiguarlo. Normalmente, entendemos como adolescencia el período en el cual dejamos de ser niños y comenzamos a transformarnos en adultos. Su duración se ha ido estirando culturalmente, ha ido invadiendo la etapa anterior, la niñez, con el fenómeno de los llamados preadolescentes, y la etapa siguiente, la adultez, con los modernos Peter Panes, adultos aniñados que juegan a no crecer. Una tendencia en ascenso a nivel mundial. Cada vez más, vemos adultos con comportamientos adolescentes, niños con comportamientos adolescentes, toda una gama de productos, servicios, espectáculos, modas, destinados a adolescentes, al punto que lo que antes se consideraba una etapa, hoy llega a transformarse en identidad. Un cambio cultural que todavía no sabemos ver. En Psicología, hablamos de una adolescencia normal cuando observamos los problemas típicos de la edad; y de adolescencia complicada cuando los trastornos van más allá de los que son propios de la etapa e indican cierto grado de patología. Muchas veces se confunden los trastornos genuinos con las conductas contradictorias, exageradas —a veces tontas, otras sublimes—, propias de la llamada “edad del pavo”. Es que los adolescentes deben demostrar y demostrarse que son lo que no son. Son chicos que se disfrazan de grandes. Necesitan sacarse de encima el control de los adultos para adquirir el suyo propio. Buscan —por ensayo y error— superar la frontera que los separa de la madurez, muchas veces a ciegas y, casi siempre, corriendo riesgos que los adultos no entendemos. Van y vienen, se entusiasman y se descorazonan con facilidad. Idealizan y desidealizan; con velocidad increíble, creen y descreen en vocaciones, caminos místicos e ídolos deportivos, dándonos a los adultos la idea de que son “locos”, 6
  • 7. “enfermos”, o “peligrosos” para sí mismos o para los demás. Por si fuera poco, nos enjuician, no nos hacen caso, nos delatan en cosas que no asumimos, nos exasperan todo el tiempo. La crisis de los adolescentes también es la de los padres, quienes deben aceptar que el niño cariñoso y obediente se ha ido para no volver. La pubertad —el período del brusco cambio biológico que nos hace capaces de aparearnos y reproducirnos— es un momento de crisis existencial. El adolescente que estrena la madurez sexual debe replantearse todo. Esta crisis —estirada, legitimada, transformada en destino existencial— ha devenido paradigma de una cultura, un estilo de vida, una pseudoidentidad, algo parecido a un trastorno de personalidad. Aquí llamaremos a tal desmesura: adolescentitis. El pasaje de la niñez a la adultez se ha ido haciendo más y más largo durante el siglo XX. Las causas son múltiples y se desarrollarán más adelante, pero —en forma resumida — pasan por: el ascenso de la expectativa de vida, el acceso cada vez más masivo a la educación, la postergación de la formación de familias y de la maternidad, la adquisición de la mujer de derechos civiles, de educación, de trabajo, hasta de una vida sexual desconectada de la obligación de procrear, las revoluciones culturales de los años 60, la legitimidad de los jóvenes como grupo social enfrentado a las costumbres de la generación anterior, etc. Luego, son esos jóvenes de los 60 y 70 —devenidos adultos (pero no tanto)— los que, en vez de apurar el crecimiento de la próxima generación, lo enlentece. Adolescentes: ¿crisis de identidad permanente o crisis que se resuelve exitosamente? En eso estamos, creo, trancados. Y lo peor es que no nos damos cuenta. Superar la crisis de los adolescentes, hoy día, es un problema que los supera a ellos. Es un problema que tenemos como colectivo, todos. Nos hemos convertido en adoradores de la juventud como si fuera un valor en sí mismo. Los medios nos saturan de mensajes que nos convencen de que es posible y, mientras soñamos con ideales perdidos de nuestra adolescencia, ellos crecen y nos demandan que seamos adultos responsables que los guíen, cosa que no estamos sabiendo hacer muy bien que digamos. Y esto nos lleva a un concepto problemático en estos tiempos: ser autoridad. Dos de los problemas que más nos preocupan como sociedad, según todas las encuestas: seguridad y educación, en buena medida son consecuencia de no saber qué hacer con la llamada adolescencia, ni la de los muchachos, ni la nuestra. 7
  • 8. El libro se divide en cuatro partes. En la primera, describo lo que llamamos convencionalmente adolescencia normal. En la segunda, hago una breve reseña de los trastornos más comunes de la etapa. En la tercera, propongo el concepto de adolescentitis para el estiramiento casi indefinido de la adolescencia en los adultos. En la cuarta parte, intento algunas explicaciones socio-culturales del fenómeno. Al final, incluyo reflexiones que los psicólogos nos hacemos junto con los padres, preocupados por no dar en la tecla con muchachos que: «no son como éramos nosotros a su edad…» Intuyo que si todos logramos ver los problemas que tenemos para asumir responsabilidades adultas, quizás, entonces, podamos empezar a ayudar a nuestros jóvenes a que crezcan, en vez de pedirles que sean lo maduros y responsables que todavía no somos nosotros… pero no nos damos cuenta. 8
  • 9. CAPÍTULO 1 LA ADOLESCENCIA “NORMAL” El adolescente, ¿una creación de la modernidad? JOSÉ PEDRO BARRÁN 9
  • 10. 10
  • 11. 1.1. ¿QUÉ ES LA LLAMADA ADOLESCENCIA? Creo que las mejores partes de las canciones vienen de un lugar que está situado en la adolescencia. CHARLY GARCÍA Llamamos adolescencia a la etapa de la vida en que pasamos de la niñez a la adultez. Adolecemos porque sufrimos los cambios, que nunca son fáciles, y duelen. La pubertad indica que nos transformamos en individuos de la especie capaces de procrear. Llegamos a la madurez sexual, podemos tener relaciones sexuales completas y reproducirnos. La pubertad es un momento, no depende de nosotros, depende de la biología. La adolescencia es un proceso que va desde los 11-12 años a los 18, más o menos. Incluye el momento de la pubertad, pero es más largo, diferente según cada individuo, e implica cambios fisiológicos, psicológicos, afectivos, de conducta. Algunos autores sugieren que la adolescencia, como la conocemos hoy, es el resultado de cambios sociales y culturales de los últimos 100 años por lo menos. Es una etapa de crisis que definimos como el momento en que algo, una situación, un organismo, un sistema, no puede sostener su equilibrio y cambia. El cambio es irreversible y afecta la identidad del involucrado. “Muere” una etapa, y empieza otra. Hay duelo por lo que termina y ansiedad por lo que comienza. En la adolescencia “muere” el niño y —si todo marcha más o menos bien— “nace” un adulto, luego de un proceso de duración variable y de resultado incierto. Toda crisis trae conflictos. Los muchachos y sus padres los viven con intensidad. El confort y la seguridad de lo viejo son sustituidos por la ansiedad y el temor a lo desconocido. Pero el cambio es inevitable, lo mejor es aceptarlo acompañando a los muchachos en él. 11
  • 12. Explosión hormonal Las extraordinarias modificaciones de la pubertad son consecuencia del funcionamiento del hipotálamo que está situado en el sistema límbico (parte del cerebro que actúa como centro del placer, el humor y las sensaciones más viscerales), y de la hipófisis, (pequeña glándula ubicada en la base del cráneo). En conjunto, forman el eje hipotálamo- hipofisario y gobiernan las glándulas endócrinas en general. En particular, al llegar la pubertad, dichas glándulas aumentan la producción de hormonas sexuales. Las hormonas son mensajeros químicos que viajan en la sangre. En la pubertad aumentan los volúmenes de las llamadas hormonas sexuales, testosterona y androsterona en el hombre, estrógenos y progesterona en la mujer. Más o menos entre los 12 y 13 años aparece la primera menstruación en las niñas. A partir de allí, cada 28 días se repite el llamado ciclo menstrual hasta los 50 años aproximadamente. Cada mujer trae al nacer unos 400.000 folículos primarios, de los cuales unos 450 se convertirán en óvulos que pueden ser fecundados cuando están maduros. Si ello no ocurre, se produce la menstruación y el ciclo menstrual vuelve a comenzar. Hacia los 13 años aparece en el hombre la primera eyaculación. Es producto de una doble secreción de los testículos, la de hormonas, que son las responsables directas de los caracteres secundarios masculinos, y la de espermatozoides, destinados a la procreación. 12
  • 13. Se calculan unos 150 millones de espermatozoides por cada eyaculación, de los cuales solo uno podrá, eventualmente, fecundar el óvulo producido por la mujer. La velocidad del proceso de maduración de cada muchacho depende en buena medida del despertar hormonal, pero no solamente. El ambiente, la cultura, la educación, y hasta el clima, influyen en la biología del púber. El pasaje de niños a adultos ha sido, en toda civilización y cultura humana desde que existimos como especie, un momento muy importante. La biología determinaba que “se era grande” y, apenas el cuerpo humano lo confirmaba, rasgos sexuales secundarios de por medio, no había dudas ni demoras. Apenas púberes, con 12 o 13 años se pasaba a la madurez: los niños a hombres, a la guerra, la caza, al trabajo adulto; las niñas, devenidas mujeres, a trabajar en las tareas que les eran propias y a tener hijos lo antes posible. 13
  • 14. 1.2. UNA NUEV A IDENTIDAD Porque soy adolescente y me quiero divertir, porque tengo que hacer cosas que me hagan mal a mí. TAN BIÓNICA El niño crece durante la infancia, es un fenómeno normal que parece no tener demasiadas consecuencias, salvo comprar ropa nueva a cada rato, pero alrededor de los 10-12 años en las niñas y los 11-13 en los varones el crecimiento provoca cambios dramáticos. En las niñas se desarrollan senos y caderas. Aumenta la estatura. Cambia la conducta aniñada. Se transforman en señoritas con los llamados “rasgos sexuales secundarios” desarrollados, adquieren nuevas costumbres, hábitos, gustos. De repente, en pocas semanas, aparece una joven sexy donde antes había una nenita. ¿Qué pasó? Otro tanto pasa con los varones, aunque más lento y tardíamente, pegan el “estirón”. Desarrollan musculatura, están más altos. Les cambia la voz, empieza a aparecer el vello facial y púbico, crecen sus genitales. De buenas a primeras se transforman en hombres, o por lo menos lo parecen. Pero lo más fuerte es que las chicas empiezan a menstruar en el entorno de los 12 años y los varones empiezan a emitir sus primeras eyaculaciones hacia los 13. Es decir, están listos para procrear. O por lo menos, desde un punto estrictamente biológico lo están. Ya veremos si otros aspectos como su psique o su adaptación social están acordes con estos cambios. Vivi es una niña de 11 años pero ya se ha desarrollado. Sus compañeras todavía no, y la ven como a un bicho raro. En la escuela es la única de la clase con aspecto de mujer. Tiene curvas, es un poco más alta, se muestra “sexy” y los varones andan como locos detrás de ella. Las compañeras, hasta ese momento sus mejores amigas, la desconocen. Es una especie de traidora que ha abandonado los juegos de nenas, no disfruta más de la mancha o del pelotero, ahora se limita a ensayar pasitos de bailes un poco osados para su edad. Se junta 14
  • 15. con las de liceo, que la aceptan como una igual. El grupo parece haberse dividido en un conflicto sin solución: las chicas “normales” contra Vivi “la mutación”, y los varones, sus admiradores. Esto tiene a los padres y maestros muy preocupados. Se juntan e intentan ensayar alguna reconciliación. Pero nada funciona. Pasa el tiempo. Unos cinco o seis meses. Es la fiesta de fin de año en la escuela. A alguna maestra se le ocurre poner música. Las chicas se ponen a bailar. Hay un pelotero, otros juegos de nenas, pero nadie los utiliza. Por primera vez en el año observan a Vivi y a sus compañeras juntas. «¿Se habrán reconciliado?» Algunas madres interrogan a sus hijas sobre el fenómeno: «¿Qué pasó, se amigaron con Vivi?» Ninguna niña sabe explicar a sus padres qué pasó. ¡Increíble!, comentan sus padres. ¡Sencillamente olvidaron el problema que los tuvo en jaque durante meses! Ahora han vuelto a ser un grupo como antes. Están todas en la misma. ¿La explicación? La mayoría había hecho el proceso de Vivi. Ahora, seis meses después, todas se ven maduras, desarrolladas, sexys, coqueteando con los varones y ajenas a los juegos infantiles. Se terminaron los problemas: Vivi ya no es la excepción, es una más. Un adolescente es un niño intentando ser grande, con éxito diverso. En el apuro por ser “machos” o “minas”, exageran, se disfrazan, adoptan actitudes absurdas, corren riesgos, cometen excesos. 15
  • 16. En sus búsquedas nos resultan contradictorios. Adhieren muy fuertemente a una moda o causa y la abandonan con facilidad. El aprendizaje por ensayo y error es una de las mejores maneras que el adolescente tiene de explorar la nueva realidad. De niños lo hicimos y aprendimos gracias a que nuestros padres estaban allí para que los errores no fueran demasiado graves. La vida de un niño pequeño está en peligro si lo dejamos experimentar sin supervisión adulta. Con los adolescentes no es muy diferente, los riesgos son distintos, nos cuesta acompañarlos y discriminar aquellos que inevitablemente deben correr para aprender, de los que no. 16
  • 17. Mientras somos niños aceptamos, sin mayores problemas, el hecho de que nuestros padres deben cuidarnos. Para hacerlo deben saber nuestros movimientos, si salimos o entramos, si comimos o no, si vamos a tener frío, si estamos enfermos, o tristes. Todos y cada uno de los aspectos de la vida de los niños debe pasar por supervisión parental. Pero con la llegada de los primeros vientos de cambio, en la preadolescencia y mucho más definidamente en la adolescencia misma, aparece la necesidad de independencia. «Ya no soy un niño pequeño», podría decir una proclama adolescente típica. Otras: «¡No más control parental!»; «¡No más revisiones en nuestra intimidad!»; «¡Puerta del cuarto cerrada y con tranca ya!»; «No más padres.» Pero los padres, en general, se resisten a perder el control. En la lucha por seguirlos controlando y ellos resistiéndose, se dan los más fabulosos conflictos intergeneracionales. Muchas veces dejan secuelas para siempre. La disyuntiva es: ¿Los dejamos hacer todo lo que se les ocurra porque ya son grandes o peleamos por mantener el control como si fueran chicos? Si nos borramos nos pierden como padres, pero si nos proponemos, inadecuadamente, como padres de niños chicos, ellos deben “matarnos”, es decir, sacarnos de circulación para poder crecer. Nos habremos convertido en un obstáculo. El acompañamiento a los muchachos debe cambiar en esta etapa. Hacer las cosas por ellos ya no es lo indicado. Es la etapa en que deben empezar a hacer las cosas por sí mismos. Las tareas de la casa, —limpieza, aprovisionamiento, arreglos— son actividades que pueden empezar a hacer ellos. Muchos padres siguen haciendo todo, mientras sus 17
  • 18. hijos, perfectamente capacitados para esos trabajos, reciben el mensaje de que sus padres siguen cuidándolos como si fueran niños. Reunión de varias madres de hijos adolescentes con un coordinador y una psicóloga. Se quejan todas de lo mismo: «Los chicos no saben hacer nada»; «No te cocinan un pancho»; «No van a ningún lado si no los llevamos»; «No ordenan el cuarto, no se les ocurre tocar una escoba para barrer o un balde para limpiar el baño.» — ¿Alguna de ustedes se tomó el trabajo de enseñarle a su hijo o hija a poner un pancho en agua caliente?, pregunta la psicóloga, de repente. ¿Les enseñaron a tomar el ómnibus por primera vez?; ¿Se pusieron a barrer o limpiar el baño con ellos y les enseñaron? Ninguna contesta, pero la respuesta obvia es: No. —¿Entonces cómo puede ser que esperen que aprendan solos? —Moraleja: Este es uno de los principales problemas con los adolescentes. No sabemos qué enseñarles, cómo, ni cuándo y si esperamos que aprendan solos, nos equivocamos. Ellos aprenden espontáneamente solo las cosas divertidas de la vida. No las responsabilidades. Esas hay que inculcarlas, con cariño, pero con mucha firmeza, remata el coordinador. 18
  • 19. 1.3. LA SEXUALIDAD: TEMA EXCLUYENTE Todo lo que necesitas es amor. JOHN LENNON En la adolescencia, la pinta no es lo “de menos”. Estamos en una cultura que les dice a los muchachos qué aspecto físico deben tener y reciben mensajes contradictorios. Se les propone que sean aniñados para calmar a padres miedosos, que estén a la moda para poder formar parte de códigos que cambian cada temporada, que consuman productos que pasan de moda casi al instante. Sexys para la noche, pero no tanto. En fin. En el consultorio podemos ver que lo que más les preocupa a los muchachos es parecer tan “hombres” o tan “mujeres” como sea posible. Es algo excluyente para poder empezar una vida sexual. Todo lo que se parezca a las formas o actitudes del niño debe ser eliminado. ¿El niño debe morir? Metafóricamente: Sí. Cada adolescente debe “matarlo” para que nazca un adulto. Recién entonces es posible el encuentro sexuado con el Otro. La biología Los rasgos sexuales primarios: los genitales, definen nuestro sexo. Los rasgos sexuales secundarios son todos los demás que nos dan aspecto de hombres o mujeres. Durante la 19
  • 20. pubertad los rasgos secundarios tienen un desarrollo explosivo siguiendo las órdenes de las hormonas. Modifican el esquema corporal, tanto, que nos dan una nueva identidad sexuada. La biología nos dice que estamos prontos: la menstruación en las chicas y la eyaculación en los chicos viene acompañada de un nuevo esquema corporal. Un cuerpo nuevo nos dice, y les dice a los demás: «estás maduro». Esos rasgos sexuales, cuanto más marcados están, más atractivos nos hacen. Con frecuencia, pueden ser objeto de discriminación, de éxitos amorosos inolvidables o de fracasos con consecuencias traumáticas. La psiquis La identidad es la respuesta que nos damos a la pregunta «¿Quién soy yo?» El cuerpo nos cambia tanto que nos miramos y no nos reconocemos: «Ya no soy lo que era, soy algo distinto». Pero muchas veces nos cuesta descubrir eso nuevo que somos. El cuerpo creció, pero nosotros no lo hicimos a la misma velocidad. Debemos ir construyendo una nueva identidad de hombres o de mujeres. Este es un proceso diferente, complejo y más lento que el cambio corporal. Dejamos de jugar, de recibir protección, de contarle todo a los padres, debemos asumir desafíos que van desde andar solos por la calle hasta declarar nuestro amor. Estas experiencias acumuladas nos van confirmando como “grandes”. Las transformaciones psicológicas son las reformulaciones que nos permiten responder diferente a la pregunta «¿Quién soy?». La respuesta ya no es más: «un niño» o «el hijo de…». Descubrir el 20
  • 21. «ahora soy grande» nos dice que el proceso culminó. Para buscar esa nueva identidad todo vale. Adhesión a grupos políticos, a bandas de rock, cambios de look y de cortes de pelo, fanatismos por equipos de fútbol, manías, adicciones. En esta etapa nada es duradero y, mientras así sea, no es posible hablar de patología. Las conductas “raras” o “locas” son casi la norma. Los muchachos están buscando, pero todavía no han encontrado su Yo definitivo. Entre esos ensayos de identidades fugaces, hay algo que atrae particularmente a los adolescentes, pero vaya paradoja, es de carácter perpetuo. Para Verónica, de 19 años, sus tatuajes son el bien más preciado. Tiene seis, pero «recién estoy empezando», dice. Contabiliza: un signo árabe en la nuca, un bicho indefinido en el hombro (el tatuador era un novato y ella lo dejó practicar, no se lo cobró), una fecha en su costado izquierdo, un lobo de buen tamaño en el derecho, un dragón chico en el brazo derecho, y otro un poco más grande en una pierna. «Todos mis tatuajes quieren decir algo», explica. «Lo que más me copa es que mi madre los detesta. Si fuera por ella no me tendría que haber hecho ninguno. Dice que son feos y agresivos. Que no se anima a tocarlos. ¡Ja! Justo lo que yo quiero para que no se me acerque. ‘Eras mi pollito’, me dice. ‘Ahora sos una tarántula’». Verónica ha encontrado, por el momento, una nueva identidad… La cultura El entorno cultural forma parte de la identidad que construimos. Hasta hace unos cien años, no había un período intermedio ente niñez y adultez. Los niños entre los 12 y los 13 años eran vestidos con pantalones largos y se les declaraba adultos. Se los mandaba a trabajar, raramente a estudiar. El corte con la niñez era abrupto, había que apechugar. Las niñas, a los 15, festejaban sus cumpleaños vestidas de blanco en una fiesta parecida 21
  • 22. al ritual del casamiento; era la presentación en sociedad de una chica “casadera”. Se suponía que estaba pronta para empezar a funcionar como esposa y madre. La sexualidad, nos decían los padres, los médicos y los sacerdotes, estaba al servicio de la procreación. Pero los tiempos han cambiado y la cultura actual ya no considera a los muchachos maduros a los 12 o a los 15. Creemos que deben esperar mucho más para asumir responsabilidades como la de formar una familia y procrear. Durante el siglo XX, la expectativa de vida se estiró más de 20 años. Los jóvenes empezaron a postergar el ingreso a la adultez. Estudiar más y más años justifica seguir bajo la tutela paterna. La emancipación de la mujer de la familia patriarcal, el ingreso masivo al estudio y al mercado de trabajo llevaron a la postergación del casamiento y del embarazo. La llamada “adolescencia” —invención cultural, más que verdadera etapa del desarrollo, como lo señalan varios autores— se estira, aparecen los muchachos de 30 años con conductas inmaduras, como las de los adolescentes. Con el avance de las últimas décadas, la música, las modas, las actitudes se vuelven las de un muchacho que no termina de madurar, más que las de un hombre. El destino final del viaje de crecimiento que empezamos en la cuna, la llamada “adultez”, para muchos, va perdiendo sentido. Entre las revoluciones exitosas de los últimos años debemos recordar la liberalización de las costumbres sexuales. La mujer independiza su vida sexual de la maternidad cuando, en el año 1960, se pone en el mercado la píldora anticonceptiva. Los movimientos culturales y sociales que empezaron en esos años incluyeron transgresiones como el amor libre, la despenalización del aborto, la aceptación de la diversidad sexual y, en general, una legitimación de la sexualidad como ingrediente sano de una vida libre de las ataduras legales y religiosas de antaño. Un proceso que, con idas y vueltas, continúa hasta hoy. Autoexploración La masturbación era considerada pecado hasta hace muy poco tiempo. Educadores, padres, médicos y sacerdotes luchaban contra ese “vicio” que arruinaba a nuestros jóvenes. Había toda clase de mitos al respecto, creados más que nada para asustar, desde que te salían pelos o granos en lugares non sanctos, hasta que bajaban las defensas del 22
  • 23. organismo, lo que te predisponía a las peores enfermedades, incluida la muerte por anemia. ¡Disparates! La sexualidad —se creía— era un instinto que aparecía en la pubertad, más bien en el hombre, no tanto en la mujer a la que se le consideraba pasiva. Movidos por el impulso a la reproducción de la especie, igual que todo animal, llegábamos a la cópula y, si todo funcionaba bien con la biología, el parto de la mujer sucedería nueve meses después. Tal proceso debía producirse exclusivamente entre marido y mujer con todos los papeles y autorizaciones en regla, que la cultura y las autoridades se encargaban muy bien de controlar. Y eso era todo. Pero las costumbres han cambiado bastante. Hoy en día sabemos que la sexualidad no está exclusivamente al servicio de la procreación, que no tenemos que estar casados o autorizados por alguien más para iniciar la vida sexual. Hombres y mujeres disfrutan de una sexualidad sana teniendo relaciones sexuales cuando lo deciden libre y responsablemente. Para que sea así los integrantes de la pareja tienen que tener la madurez necesaria, que se estima, convencionalmente, ronda los 18 años. Pero ¿cómo llegar a las primeras experiencias con otros sin conocimiento de nuestras propias sensaciones, de nuestro propio cuerpo? La autoexploración empieza mucho antes, con la masturbación. Desde la primera infancia, el niño pequeño explora su cuerpo —y en general el mundo que lo rodea— en busca de todo tipo de experiencias, también la del placer sexual. El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, llamó “perverso polimorfo” (nombre feo, que además escandalizó a los colegas en su época) al pequeño explorador. Usando la boca, el ano, los genitales, cada momento de su viaje exploratorio correspondería a una etapa de maduración sexual (oral, anal, fálica). Desde el psicoanálisis se habla de etapa de latencia —para describir la adquisición del pudor, hacia los seis años— en que la búsqueda de placer sexual queda aparentemente dormida. Luego, con el despertar sexual de la adolescencia, hacia los 11, 12 años, se termina de adquirir las destrezas para que la vida sexual pueda comenzar en forma completa. La masturbación reaparece con fuerza en esta etapa, pero no podemos decir que no haya estado presente desde las más tempranas épocas de la infancia. La idea de la sexualidad como mero instinto animal ha quedado atrás. Hombres y mujeres tenemos una vida sexual para obtener placer, comunicación, conocimiento, afecto, pero para tener relaciones sexuales completas y placenteras con otro, debemos 23
  • 24. pasar por las etapas de crecimiento descritas. La madurez sexual es una construcción y parte importante de nuestra personalidad. La masturbación es un aprendizaje ineludible para alcanzar la madurez sexual, sobre todo en la adolescencia. Exploramos nuestros cuerpos y sus reacciones. Si estamos en buena relación con nosotros, si nos conocemos, podremos encontrarnos con otros adecuadamente. Los padres de hoy no saben, en general, qué incentivar o qué frustrar: «No les podemos decir que se masturben, tampoco podemos impedírselo como hacían antes, entonces ¿qué hacemos?» Para empezar, se recomienda no obstaculizar esos momentos en que los adolescentes están a solas consigo mismos. Es la época en que cierran la puerta del cuarto, se enojan si los registramos, si les preguntamos. Nos echan de sus vidas, literalmente. Empiezan a comportarse como si estuvieran en actividades clandestinas, ¡y lo están! Para descubrir el mundo de su sexualidad necesitan privacidad. Lo mejor que podemos hacer por su desarrollo psicosexual es dársela. Hay charlas que conviene tener si vemos que es necesario orientarlos, si hay aislamientos excesivos, angustia, depresión, enojos repetidos, etc. Muchas veces son mejores las preguntas y los silencios que las peroratas magistrales. El asesoramiento con profesionales puede ayudar, también, a interpretar aspectos del crecimiento que los padres pudieran desconocer. De los trastornos propios de la edad nos ocuparemos más adelante. Primeros encuentros: muchas “primeras veces” El primer amor no es, en general, el definitivo. Es el comienzo de una serie de encuentros que forman parte de la exploración y del crecimiento de los muchachos. No nos conocemos, estamos probando al Otro y a Nosotros mismos. En la adolescencia, sin embargo, todo parece definitivo, grandioso o catastrófico. No hay matices por la propia inmadurez. A los adultos, a una parte de la cultura y las convenciones sociales les gusta pensar que cada novio o novia será definitivo, pero es difícil que suceda así. Las diferentes experiencias son necesarias para un aprendizaje que rara vez ocurre con una sola persona. Eso hace parecer a los adolescentes “promiscuos”, 24
  • 25. “poco comprometidos”, “seductores histéricos”, hasta peligrosos para sí mismos y para los demás pero, dada su condición de aprendices, es obvio que están experimentando. Aunque no sean comprendidos en ello. En todo caso, podemos intentar ayudarlos a que su experiencia no sea traumática o dañina, pero no podemos ni debemos impedírsela con prohibiciones. Educación sexual: ¿Qué educar? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Para qué? La educación sexual es imprescindible desde que comprendimos que la sexualidad humana no es mero instinto, como en los animales. Sin embargo, tenemos problemas para implementarla. Chocamos contra ideas religiosas, prejuicios, miedos y mucha desinformación. La educación de la sexualidad debe estar integrada desde los primeros años de vida en la educación formal (instituciones) y no formal (familia, grupos de pertenencia). Debe tener relación con la edad madurativa del individuo. Necesita que los adultos a cargo estén debidamente capacitados e informados y que puedan interactuar con afecto y cuidado, sin sobrepasar las necesidades de formación de cada edad. En los primeros cuatro o cinco años de vida —en la llamada Etapa Oral— el placer representado por la succión es, muchas veces, motivo de preocupación, pero es esa la forma de relacionarse, explorar y obtener placer en esta etapa. Si no continúa más allá de los cinco o seis años, es absolutamente normal. Alrededor del año y medio de vida y hasta los dos años, más o menos, aparece la llamada Etapa Anal, superpuesta con la anterior, en la que el control esfinteriano, anal y uretral es fuente de placer, de comunicación y poder en la relación del niño con el entorno: desde el juego y la experimentación con las heces, hasta la relación con el Otro que lo premia o sanciona según los avances en el control de los esfínteres. La Etapa Genital también aparece después del año y medio e involucra el placer en la manipulación de los genitales. Conforme el niño va creciendo y tomando conciencia de su cuerpo, al mismo tiempo lo hace de su entorno. Aprende de sus mayores qué conductas son socialmente compartibles y cuáles no. Por ensayo y error, y por supuesto con límites claros y precisos de sus mayores, aprende lo que llamamos pudor. Para los 25
  • 26. psicoanalistas finaliza el conflicto edípico y comienza la llamada “latencia”. Una etapa, entre los cinco y seis años, de aparente desinterés por lo sexual. El último gran revival del interés por lo sexual ocurre en la pubertad. El desarrollo abrupto y los cambios de todo orden exacerban la curiosidad de los jóvenes y hacen imprescindible que los adultos lo tengamos en cuenta. Muchos adultos desaparecen, literalmente, de la vida de los muchachos por miedo a enfrentar estos temas que en su propia educación nunca fueron abordados. Los fracasos de muchos abordajes educativos, con frecuencia, se deben a la omisión o al trato inadecuado de la temática sexual en esta etapa. “El sentido del sexo”: Algunas lecciones con el Dr. Gastón Boero1 «Separar la sexualidad del resto de la personalidad supone fracturar a la persona de su realidad concreta y vivencial, ya que la sexualidad la afecta en su totalidad. La salud ya no es solo ausencia de dolor y enfermedad, sino que hay un enfoque más amplio y global que incluye al ser humano formando un sistema en su conjunto. Por lo mismo, la educación sexual forma parte de la promoción de la salud hacia una mejora de la calidad de vida. A pesar de ello, las autoridades educativas de este país siguen polemizando acerca de si es conveniente o no impartirla en los centros educativos y, en todo caso, qué cosas hay que decir y cuáles no, y qué enfoque debería darse a esta educación. (…) Es hora de enfrentar la responsabilidad de contestar las preguntas de nuestros hijos con sinceridad y de dejar de lado la idea de que los órganos sexuales son de por sí vergonzantes, y hablar de ellos naturalmente, con sus propios nombres, reconociendo su importancia tal como lo hacemos con cualquier parte de nuestro organismo. En muchos casos, esto no resulta fácil porque los padres también cargan con una historia personal deficiente en materia de educación sexual. De ahí lo fundamental de la comunicación y de la sinceridad en la pareja, ya que si tiene problemas en la esfera psicosexual, ello se verá reflejado en las actitudes que asuman frente a los hijos: los niños nos miran. El primer aprendizaje en lo que tiene que ver con lo sexual el niño lo recoge 26
  • 27. ya de las actitudes de los padres. Si estos tienen dudas con respecto a su sexualidad, si está perturbada en la pareja, el niño recogerá en su temprano registro todos estos hechos que influirán en su vida futura. El silencio, la evasión, la vergüenza, el demorar las respuestas son formas negativas de educar.» Preguntas y respuestas Los especialistas, psicólogos, médicos, educadores están bastante de acuerdo en que las preguntas y respuestas de los chicos son propias de cada etapa del desarrollo. Ellos son los que van a venir con sus preguntas, no debemos apurarlos. Hay que contestarlas de la manera más directa y franca, llamando a las cosas por su nombre, sin alusiones a cuentos infantiles (“vino una cigüeña de París”) ni usar metáforas o nombretes para partes anatómicas o funciones sexuales (la vagina no es la “cola” ni la “cachu cachu”; tener relaciones sexuales tampoco es “hacer fuki fuki” o “hacer aquello”). En el período de 0 a 5 años los padres deben enfrentarse a preguntas como: «¿Cómo se llama esto? ¿Para qué sirve? ¿Por qué yo tengo esto (o no lo tengo)? ¿Los hombres no tienen hijos? ¿Las mujeres tienen un pene chiquito?» Entre los 5 y los 8 años —en el período que llamamos “latencia”, en el cual el interés sexual está aparentemente adormecido— también hay preguntas que necesiten, quizás, un mayor nivel de información de los padres. Por ejemplo: «¿Cómo el semen fecunda el óvulo? ¿Cómo se tienen las relaciones sexuales? ¿Cómo hace el bebé para respirar en la panza de la madre?» En la preadolescencia, de los 9 a los 12-13, las cosas se ponen más complicadas aún. Las preguntas pueden ser para obtener una idea más clara de qué es una relación sexual y de cómo se produce la fecundación. Las respuestas van a tener una mixtura de experiencia personal y cierto saber teórico. Podrían ser algo más o menos así: «En una relación sexual existe la penetración del pene del hombre en la vagina de la mujer.» 27
  • 28. «Las relaciones sexuales pueden estar al servicio de la procreación o ser, puramente, para obtener placer en una relación amorosa.» «La relación de toda pareja debe apoyarse en acuerdos acerca de la finalidad de la relación sexual. Pueden acordarse los métodos de anticoncepción para evitar embarazos o, por el contrario, buscarlo deliberadamente.» «Al culminar el acto sexual, con la eyaculación del semen, millones de espermatozoides van en busca de un solo óvulo femenino que, eventualmente, puede ser fecundado.» No es el objetivo de este libro contestar todas las preguntas (son infinitas), y están bastante bien atendidas en los libros para padres, en los manuales de cada etapa del desarrollo y, por supuesto en internet, si los adultos a cargo se toman el trabajo de buscarlos. Me interesa más intentar mostrar una actitud saludable al respecto, que podría explicitar así: «Estoy aquí y ahora presente para escuchar y contestar tus inquietudes. No me dan miedo, ni asco, ni vergüenza, así que tampoco debe pasarte eso a ti.» «No te voy a presionar, ni a castigar, por lo que digas o hagas, pero tampoco voy a omitir juicios de valor si algo me parece mal. Yo te respeto en la construcción de la identidad que decidas, y tú también debes hacer lo mismo conmigo.» «Cada uno debe buscar libremente el camino para encontrar su propia felicidad y la sexualidad debe estar a su servicio. Pero soy el adulto que está a cargo de tu vida y, mientras sea así, voy a protegerte de los riesgos que corras, tanto con información, con educación, como con acciones concretas para impedir que te dañes.» Amor versus Sexo. Semejanzas y diferencias Es una ficción separar afectos por un lado y sexualidad por otro, en realidad son fenómenos que se dan en paralelo. En la vida aprendemos con el intelecto. Y con los afectos. Y con la experimentación. A veces la educación disocia, pone lo que sentimos por separado de lo que pensamos y de lo que hacemos. Emoción, pensamiento y acción 28
  • 29. van juntos, pero a menudo se los separa. «Este es el momento de pensar», se les dice a los muchachos, pero ¿y el momento de sentir? ¿y el momento de hacer? Estos son momentos postergados, frecuentemente, por adultos que apuntan más al control intelectual que a una formación global del individuo, sobre todo en la educación formal. Luego, es fácil seguir divorciados. Construimos una identidad sexuada desde la niñez más tierna, interactuamos con otros desde esa identidad. Somos lindos, feos, exitosos, perdedores, y tantas cosas más, según nos lo diga nuestra historia personal que construyó una identidad. La sexualidad es una parte de esa identidad, pero no todo. En la adolescencia esa parte está sobrevalorada. Y es normal que así sea. El gran tema es: «¿Soy sexualmente exitoso/a?» Para contestar esto arrancamos con experiencias solitarias, seducimos y somos seducidos, fracasamos y tenemos éxito, alternativamente, todo a los tropezones, buscando esa ineludible aprobación que nos haga hombres o mujeres, testeados por el Otro. Esa búsqueda de aprobación —el histeriqueo con el mundo exterior, el ensayo y el error, pruebas y más pruebas, a menudo muy censuradas por los adultos, otras veces hiperestimuladas por un entorno que manda mensajes contradictorios —tiene poco que ver con un sentimiento amoroso en sentido estricto. Se trata, más bien, de la afirmación de quién soy. El “amor” es un poco pretexto para esa búsqueda. Los “grandes amores” de los muchachos aparecen y desaparecen como por arte de magia en la adolescencia, y los adultos nos ponemos nerviosos o, directamente, desacreditamos esas búsquedas inconsistentes. Nos parece todo muy poco serio. Pero a ellos les va la vida en esas aventuras de autoconocimiento con el Otro como camino —“profesores y alumnos” al mismo tiempo, de lecciones que tienen que aprender sí o sí — aunque ese Otro quede por el camino y sufran como locos. Y se enamorarán de otro/a en poco tiempo, hasta que aprendan. ¡Y no todos lo logran! 29
  • 30. Lo que entendemos como amor adulto es el resultado de una búsqueda de autoconocimiento concluida. Eso difícilmente pase antes de la salida de la adolescencia. Cuando sabemos quiénes somos y cómo somos podemos enfocarnos en Otro. Podemos comprometernos con un vínculo, dar y recibir afecto, aceptar límites, postergarnos, entregarnos a una relación en donde no haya que estar demostrándose cosas a uno mismo para estar seguro. 30
  • 31. 1.4. YO, TÚ, NOSOTROS Para expresar el luchar contra la adversidad, en francés decimos: ‘serrer les coudes’ (estrechar filas), o sea hacerse favores, desarrollar formas de solidaridad. Y la tribu tenía esa función. Entonces yo dije: en la selva de piedra que son las grandes megalópolis de millones de habitantes, en San Pablo, Buenos Aires, Nueva York, Tokio, etc., las tribus son también formas de organización de solidaridades. Esa es la idea.2 El adolescente es alguien con la identidad en crisis. Está buscando cómo ser adulto sin saber muy bien por dónde, con quién, con qué códigos. En esa búsqueda necesita socios. La inseguridad es tal que no pueden recorrer el camino solos. Cuantos más sean mejor. Andan en patotas todo el tiempo. Salen de a diez para ir a un partido o al baile. Entre ellos los códigos de pertenencia son muy fuertes. Todos están a prueba. La uniformidad es muy importante, a veces resulta graciosa vista por los adultos. Usar jopo o cerquillo, pantalones estrechos o amplios, ser pálidos o bronceados, son reglas estrictas en la interna del grupo. Todos deben cumplirlas so pena de quedar afuera. Forman verdaderas tribus. Y hay tribus de muchos tipos. Hay tribus aceptadas como las de los compañeros de clase o del club, son grupos incentivados por las familias, integrados, de muchachos conocidos, que en general no van contra el sistema de valores de los padres o instituciones. Pero también hay tribus inadaptadas, cuya razón de ser es justamente la opuesta, ir contra “el Sistema”, rebelarse contra los mayores, haciendo todo lo contrario de lo que se espera de ellos. Barras bravas de futboleros, rockers, hippies, punkies, floggers, emos, góticos, 31
  • 32. metaleros, revolucionarios de distinto calibre y hasta fanáticos religiosos han sido, y siguen siendo, grupos atractivos para canalizar la rebeldía adolescente desde que ella existe como ingrediente de la cultura. Buena parte del fenómeno de las llamadas “tribus urbanas” se explica con la necesidad de rebeldía, de ruptura con los códigos paternos y de búsqueda de una identidad distinta a la del mundo adulto. Pero la ruptura es necesaria y sana si nos conduce luego a una identidad adulta propia. Muchas veces, la adolescencia queda congelada en la tribu y, cuando los códigos son tan fuertes que consolidan una identidad alternativa de rechazo al mundo adulto, impiden la adultez en forma definitiva. «No hay Yo sin Tú», decía Martin Buber, y es una verdad a menudo olvidada por padres y educadores. La construcción del Yo depende muy fuertemente de ese Otro en el cual referenciarse. No sé si soy alto o bajo, lindo o feo, bueno o malo, estudioso o vago, sin el Otro. Soy alto entre los enanos, bajo entre gigantes. Lindo o feo, según con quien me compare y según el éxito con la persona que me guste. Exitoso o perdedor, según contra quien juegue. Sin los otros, para constatar todo esto y mucho más, estamos perdidos. Los necesitamos para establecer —comparaciones de por medio— quiénes somos. Los padres, los amigos, el entrono de un muchacho en crecimiento son los espejos en los cuales descubre su identidad por contraste. Hay veces en que los adultos tenemos que intervenir cuando ciertos espejos no son los mejores. No es lo mismo un líder positivo en un grupo adolescente que uno negativo, 32
  • 33. que lleva a un montón de muchachos con la identidad en formación por caminos no recomendables, peligrosos o delictivos. Los adolescentes vistos por los adultos son un desastre. Pasan de declaraciones de amor a la mañana, a declaración de guerra a la tarde y vuelta al amor a la noche. Pasan de rendimientos sorprendentes en los estudios a no sacar una sola buena nota. Se encierran en el cuarto, y después se quejan de estar solos. Hoy les gusta la química, mañana la olvidan, y dicen que su sueño es ser bombero o viajar por el mundo o meterse en un monasterio. Las religiones, las ideologías, las modas los atrapan, pero les duran poco. Este panorama hace que los adultos no los veamos muy creíbles que digamos, sin embargo, sus contradicciones tienen sentido. Están buscando su camino, pero todavía no saben cuál es. Prueban. Prueban esto y aquello. Por ensayo y error, eligen y descartan. Es necesario hacerlo cuando todavía no se conoce ni la realidad circundante ni a uno mismo. En realidad, usan el mismo método de los niños pequeños cuando prueban el gusto de la tierra de las macetas o la velocidad con la que cae el sonajero. Los errores son imprescindibles para un aprendizaje basado en experiencias y no en libros de texto. Debemos recordar que hacia los 5 o 6 años —cuando empieza la educación formal, y empezamos a incorporar la idea de error = malo— termina la etapa en que todos aprendemos la mayor parte de las cosas. Damos un salto en la calidad de lo aprendido, empezamos a acumular los conocimientos del mundo adulto, aprendemos a sumar y a conjugar verbos sin equivocarnos y, por lo tanto, a temerle a los errores. Pero, paradójicamente, al evitar equivocarnos, el aprendizaje se hace menos dinámico. Perdemos la maravillosa herramienta del ensayo y error de los niños pequeños. Dejamos de ser audaces. En la adolescencia hay un revival del método de la primera infancia, y de la audacia. Los grupos de referencia, las tribus, patotas, camaradas bandas de compañeros, de amigos del barrio son el apoyo imprescindible para las “hazañas” de los adolescentes. Solos no se animan, pero cobijados por el grupo se sienten capaces de superar sus miedos. La iniciación sexual, los éxitos deportivos, las escapadas a los bailes, las peleas, las rabonas, la experimentación con los límites, las primeras experiencias con el alcohol y otras drogas, todos y cada uno de los descubrimientos iniciáticos de un mundo inexplorado se hacen con la tribu, a la cual se debe pertenecer so pena de quedar fuera de todo. 33
  • 34. Una de las principales funciones de la enseñanza formal debería ser la de ayudar a los muchachos a integrarse a estos grupos de iguales. Con frecuencia los adultos no entendemos. Creemos que lo más importante en la adolescencia son las notas, o los buenos modales. Les pedimos que sean coherentes, que no se equivoquen, que tomen decisiones para siempre. Que se cuiden. Que estudien. Que no corran riesgos. Ellos, mal que nos pese, necesitan hacer todo lo contrario. Si no sabemos administrar nuestras apariciones, nos transformamos en uno de los principales obstáculos para su desarrollo en esta etapa. ¡Y todavía nos extraña cuando se ponen de punta contra nosotros! 1 Tomado de El sentido del sexo. Boero, G. (2003). Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental. 2 Michel Maffesoli. (1990). El tiempo de las tribus. México: Ed. Siglo XXI. 34
  • 35. CAPÍTULO 2 LA ADOLESCENCIA “COMPLICADA” El joven de unos años atrás, de una década atrás por lo menos, tenía una problemática un poco más lineal, un tema o dos hacían a su problemática. Hoy es mucho más complejo, ya no son tan lineales. PADRE MA TEO MÉNDEZ 35
  • 36. 36
  • 37. 2.1. LA ADOLESCENCIA DUELE «Sabés, el corazón a veces llora y nadie se da cuenta porque no se ve. Te duele todo adentro y estás sola, es que llegó el momento de crecer. La vida pone pruebas a tu paso. Algunas te lastimen y te hacen caer. Siempre estaré a tu lado por si acaso, te prenderé una luz y podrás ver. Tengo el corazón con agujeritos y ni me lo puedo curar. Se me está muriendo de a poquito, con cada dolor se muere más (…)» Fragmento de la canción Corazón con agujeritos, de la telenovela adolescente Chiquititas. Los conflictos necesarios y los evitables Creemos que los conflictos son “malos”, que no deberían existir. Si aparecen, hay que solucionarlos en seguida. A veces les tememos o nos dan mucha bronca; como sea, tratamos de evitarlos. Lo que con frecuencia desconocemos es que muchos de ellos son absolutamente necesarios para aprender cosas tan valiosas como quién soy, cómo relacionarme adecuadamente con los demás, o si me quieren y por qué. Entre los primeros conflictos que debemos superar están los abandonos sucesivos de nuestra madre, que nos deja durmiendo solos en el cuarto de al lado, que pretende que caminemos en vez de llevarnos en sus brazos, o peor aún, que osa darle bolilla a un hermanito, incluso a algún desconocido, antes que a nosotros, que hasta los 5 años nos creemos el centro del universo. Sin embargo, todos los conflictos de ese estilo nos van 37
  • 38. enseñando, frustración de por medio, muchísimas cosas. Los conflictos son necesarios e inevitables. Como postula el Psicoanálisis, y luego otras corrientes de la Psicología, nacemos naturalmente dotados para buscar la satisfacción de necesidades básicas y para evitar toda frustración o dolor. Ese niño buscador de satisfacción, evitador del dolor, “salvaje”, virgen de toda educación, empieza a ser entrenado por adultos que le enseñan lo que ellos entienden como: hacer las cosas bien y evitar hacerlas mal. Aun a costa de sufrimiento o frustración. El niño debe fabricar una conciencia moral (Super Yo, perro de arriba, padre interno, según las distintas corrientes), que va a contramano de la tendencia inicial. El “salvaje” empieza a ser domesticado. Para adaptarse al mundo de los adultos, el niño deberá dejar de buscar exclusivamente su satisfacción y empezar a cumplir con los deberes que sus padres, su familia, su comunidad le imponen; si no lo hace será un loco, trasgresor de las normas, un inadaptado que corre el riesgo de no ser aceptado por su entorno y, según la gravedad de su inadaptación, hasta de morir. Instintivamente, casi todos percibimos esto desde la niñez y hacemos el mayor de nuestros esfuerzos por adaptarnos. Pertenecer a la familia y a la comunidad es instintivo, somos gregarios por naturaleza. Pero pagamos un precio por la adaptación que con frecuencia desconocemos: Creamos un conflicto. ¿Con quién? Con nosotros mismos. Nuestro conflicto interno, generado por la educación adquirida, en pugna con nuestro salvaje original, es absolutamente normal y necesario. Depende de la conciencia que tengamos de él, su resolución en cada caso. No podemos vivir sin él. Hay que negociar constantemente entre el niño buscador de placer y el adulto responsable. Con frecuencia, este conflicto interno inevitable se refleja en cuentos tradicionales como el de Jekyll y Hyde, leyendas modernas como la de Hulk o muy antiguas como la de El hombre lobo. La pubertad nos enfrenta al último conflicto antes de adquirir una identidad adulta más o menos definitiva. «¿Soy un niño? ¿Soy adulto?» El conflicto es inevitable en el mundo interno de cada adolescente. De la mejor o peor capacidad de resolver esto depende el desarrollo de cada persona. Negarlo sería poner trabas en ese proceso inevitable. ¿Cuáles son los conflictos evitables? Todos aquellos que derivan de negar la peripecia adolescente. A más incomprensión y torpeza del entrono respecto de los conflictos de los adolescentes, mayores dificultades de los muchachos para avanzar. 38
  • 39. Conflictos con uno mismo Son necesarios para construir la identidad. Dejamos la niñez y todavía no sabemos la clase de hombres o mujeres que somos. Nos debatimos entre ideas contradictorias de nosotros mismos. Algunas veces nos sentimos seguros de nuestra madurez, nuestro atractivo o nuestra fuerza, y otras, nos vemos inmaduros, feos, débiles. Todavía tenemos mucha vida por delante, estamos estrenando un cuerpo nuevo, una vida nueva, llena de sensaciones desconocidas, y no sabemos cómo funcionamos. Las experiencias deben ir enseñándonos cosas, a menudo no sabemos cómo interpretarlas. La educación formal nos hace creer que debemos estar seguros de todo, pero el adolescente no puede estarlo. Es un pedido imposible, dado que están en construcción. Ayudarlos en esta etapa es acompañarlos en sus contradicciones, que son inevitables y comprensibles. Conflictos con los padres El mundo del niño está íntimamente ligado al de los padres. Cuanto más pequeños somos menos autonomía tenemos. Nuestros padres deben supervisar cada una de nuestras acciones, evitar que corramos riesgos, alimentarnos, cambiarnos, velar por que cada una de nuestras necesidades básicas esté cubierta, la independencia no existe. Somos demasiado pequeños y desvalidos. Pero a medida que crecemos vamos ganando derecho a más y más espacios liberados del control paterno. Crecer es sinónimo de mayor emancipación de la presencia y la ayuda de los padres. Ya no los necesitamos. Pero muchas veces este momento de paso, entre la dependencia y la autosuficiencia, no está claro. ¿Cuándo somos lo suficientemente grandes como para tomar la sopa solos? ¿Y para bañarnos? ¿Y para ir a la escuela por nuestros propios medios? ¿Y para decidir con quién tenemos las primeras relaciones sexuales? Seguramente que cada una de estas decisiones responde a un momento distinto del desarrollo, pero no todos los muchachos maduran a la misma velocidad, ni todos los padres los entrenan o supervisan de igual forma. De hecho, estas son preguntas recurrentes para los pediatras, los psicólogos o las maestras. Por mejor resueltas que estén estas cuestiones por los adultos —y que se hayan 39
  • 40. respetado las indicaciones de los profesionales, cumpliendo con cada aprendizaje en las edades esperables— los muchachos, en la adolescencia, sienten la necesidad de romper con el mundo adulto de maneras propias. Cada una de esas rupturas puede tomar por sorpresa a los adultos y ser resistidas. Pero ellos necesitan de ese conflicto. Están diciendo: «Ya no pertenezco a tu mundo. V oy a crear el mío propio. Y, por ahora, no estás invitado.» A veces, los padres sienten que sus hijos los echan de sus propias casas, que los corren de las reuniones, que los esquivan, que duermen cuando ellos están despiertos y se levantan cuando ellos se acuestan. Como sucede con algunos animales cuando un integrante del clan es demasiado viejo y es expulsado por el macho más joven que se queda con el territorio, los padres viven exiliados en sus propias casas, tomadas por adolescentes que los repelen todo el tiempo. Otras veces viven “a monte”, de casa en casa, o se atrincheran en su cuarto, ese lugar fortificado e impenetrable del que sus padres se quejan por parecer más una madriguera de un animal salvaje que un hábitat humano. Recordar el despertar sexual de esta etapa es imprescindible. La experimentación con la masturbación. Las primeras experiencias, salidas, noviecitos, amores que empiezan y terminan a cada rato, nada de esto es apto para adultos ¡y menos para padres! Los muchachos deben corrernos de sus vidas por la sencilla razón de que el despertar sexual no puede ni debe ser compartido con papá y mamá. Conflictos con otros Charles Darwin explicaba la evolución a través de la competencia de cada especie, y de cada espécimen, en la que ser más aptos determinaba el éxito en la lucha por sobrevivir. La reproducción sexuada premia a esos más aptos para reproducirse con el acceso a la cópula. ¿Pero cuáles son esos famosos más aptos? Cada especie tiene sus códigos para seleccionar a los mejores candidatos. Los pavos reales son seleccionados por tener la cola más colorida y vistosa, hay arañas que se destacan cazando a la mosca más apetitosa para satisfacer el hambre de la hembra, so pena de ser devorado el propio macho después de la cópula. Entre los mamíferos buena parte de los machos combaten y el ganador es el único que copula con las hembras. 40
  • 41. La selección entre los humanos también implica competencia, aunque a veces nos cuesta vernos en estos aspectos tan parecidos a los animales. El atractivo físico, la habilidad para ciertos deportes, símbolos o atributos de poder, dotes especiales en la comunicación, sentido del humor, encanto o carisma son los llamadores que desarrollamos en la pubertad para tener éxito en la actividad sexual. La competencia es particularmente feroz en el despertar sexual, desde los 12 a los 19 años, aproximadamente. Ser atractivo para el sexo opuesto es la cuestión más importante. Casi todas las actividades de los adolescentes giran en torno a esta cuestión, pero vivimos en una cultura que suele hacerse la distraída al respecto. La competencia por el acceso al contacto sexual se transforma en conflicto, con uno mismo y con los demás, si no se resuelve satisfactoriamente. Tocar en una banda de rock, destacarse en el baile o, simplemente, tener rasgos sexuales secundarios más vistosos (senos en las chicas o musculatura en los varones, por ejemplo), son cuestiones casi de vida o muerte. Ganar la pareja que aspiramos es la mayor de las proezas. Perder en esta competencia es lo peor que pueda pasarnos. Una cultura supuestamente avanzada debería ser más consciente de que los muchachos están desinteresados de tantísimas cosas que les proponemos (trigonometría, idioma español, estadística, literatura clásica, historia, geografía) porque sencillamente no tienen nada que ver con el conflicto básico que deben resolver en esta etapa. ¿Cuál es? Repitámoslo una vez más: ¿Ser o no ser? (atractivo para el sexo opuesto). Conflictos con el mundo Como una extensión del necesario rechazo al mundo adulto, el adolescente se rebela contra casi todo lo que tiene a mano. Está empezando a caminar por el mundo y no entiende, o no le gusta, buena parte de lo que ve. Es el momento de las grandes revoluciones en su vida y, como proyección, la revuelta continúa hacia fuera, hacia el mundo exterior. Esta es la etapa en que las causas más idealistas son abrazadas con fervor. Las injusticias de este mundo nos sublevan. Las desigualdades, el hambre, las guerras nos comprometen. Las búsquedas religiosas, filosóficas o místicas están a la orden del día. Una tendencia musical puede darle sentido a la vida, una moda debe ser defendida como 41
  • 42. si fuera un manifiesto revolucionario, todo se vive con intensidad, aunque al poco tiempo la revolución, la moda, o la banda de rock pasen al olvido. No importa. Habrán cumplido el papel de darle al muchacho la barricada que necesita para hacer su más necesario reclamo: «¡Ya no soy un niño! Voy a hacer del mundo el lugar que yo necesito para vivir.» En los últimos años del siglo pasado y en lo que va de este, la rebeldía adolescente ha empujado algunos de los mayores cambios culturales que hemos vivido en Occidente. Los jóvenes, en su necesidad de cambiar el mundo, efectivamente lo han logrado en no pocas oportunidades. Todos contra Elvis Cuando Elvis Presley, el padre del rock n´roll, empezó a aparecer públicamente en EE.UU. se dijeron cosas como estas: «El Sr. Presley no posee habilidad discernible para el canto. Su fraseo, si puede llamársele de esta forma, consiste en variaciones estereotipadas similares a un aria cantada en la ducha por un principiante (…) una de sus especialidades es un acentuado movimiento del cuerpo (…) que imita, en forma primaria, al repertorio de las rubias explosivas de las pasarelas de cabaret.» (Jack Gold, The New York Times) «La música popular ha tocado fondo en los movimientos de Elvis Presley. (…) Elvis, quien mueve la pelvis, (…) llevó a cabo una exhibición sugestiva y vulgar teñida de los niveles de salvajismo que debiera ser exclusivo de los prostíbulos.» (Ben Goss, Daily News, N.Y.) «Brutal, feo degenerado, lleno de vicios (…) aloja casi todas las reacciones negativas y destructivas en los jóvenes. Es cantado, tocado y escrito, mayoritariamente, por gansos cretinos. (…) Deploro este afrodisíaco de olor a podrido.» (Frank Sinatra, sobre el naciente rock n´roll) Los jóvenes de su tiempo, de allí en adelante, simplemente terminaron adorando a Elvis y su “revolución pélvica”. Había nacido la confrontación 42
  • 43. masiva contra los gustos adultos. La minifalda condecorada Mary Quant nace el 11 de febrero de 1934 en Kent, Inglaterra. Va rebotando por trece colegios hasta que entra en la escuela de arte Goldsmith donde aprende diseño de modas; después trabaja como auxiliar en casas de alta costura y diseñando sombreros. A los 21 años, en 1955, invierte 10000 libras de una herencia y abre un local de ropa propio en la calle King de Londres, que llamó Bazaar. Empieza a diseñar polleras cortísimas, interpretando que a las jóvenes no les gustaba lo que proponía la moda de la época, ni sus precios. En la revista V ogue, la diseñadora declaró que había tenido que ponerse los vestidos de una prima «No me quedaban, así que hacía mis propios vestidos. Primero modifiqué el uniforme de mi escuela y cada vez cortaba más la falda.» Las polleras medían entre 35 y 45 cm. Despertaron las más duras críticas de los conservadores, pero se vendían muy rápido, popularizadas por la flaquísima modelo Twiggy. Amada por las jóvenes, odiada por los padres, la “mini” se extendió por el mundo como símbolo de una nueva generación, con una actitud distinta hacia su cuerpo y lo sexual. En 1966, Mary Quant su creadora, contra todo pronóstico conservador, recibe la condecoración de la reina de Inglaterra. Por estos lados, se la prohibió en los liceos hasta 1985, por lo menos. 43
  • 44. 2.2. LOS TRASTORNOS No sé lo que quiero, pero lo quiero ya. SUMO En la adolescencia la personalidad está en construcción. Mientras construyen, los jóvenes no nos parecen muy normales. A menudo confundimos los trastornos psicológicos descriptos para los adultos con las crisis propias de “la edad del pavo”. «Sufrir la propia muerte y renacer no es sencillo», decía Fritz Perls, el padre de la Terapia Gestalt. Eso es lo que le está pasando a todo adolescente, la mayoría de los padres no lo termina de entender, y la sociedad no ayuda demasiado a tomar conciencia del fenómeno. Para un adolescente el equilibrio no existe. Existen las conductas extremas, los grandes desafíos coronados con el éxito o las grandes desilusiones. No hay “paz”, hay un permanente conflicto consigo mismo y con los otros en la lucha por una identidad original. No hay aceptación pasiva de las normas, como cuando era niño; debe cuestionar, transgredir, crear sus propias reglas, desafiar las de los adultos, so pena de no “morir como niño”, algo imperdonable en esta etapa. La muerte, un concepto tan difícil de asumir en esta cultura, ronda todo el tiempo al adolescente en crisis. Muerte significa el fin de algo, en el adolescente el fin es imprescindible para el comienzo de una etapa nueva. «Sin la muerte del niño, el adulto no nace», debería decir un slogan de la rebeldía adolescente que en esencia es esto: 44
  • 45. «Matemos los hábitos del niño, el control de los padres, la dependencia, la inmadurez, la debilidad, el miedo, todas las actitudes que nos atan a ellos. Es la hora de ser independientes, fuertes, valientes, distintos, autónomos de los padres y de sus reglas. En suma: Grandes.» La adolescencia necesita no de una sino de varias crisis. Crisis de identidad. Crisis de independencia de la autoridad y la vigilancia paterna. Crisis del comienzo de una vida sexual. Crisis existencial, social, espiritual, la vida cambia de sentido, no una, muchas veces. Crisis de convivencia con sus pares, que también están en crisis pero cada uno en sus tiempos, los grupos se arman y desarman al ritmo de los cambios vertiginosos del período. Crisis y más crisis, grandes y chicas, conjuntas con todos y cada uno de los descubrimientos del yo en maduración, que dejan atrás cada aspecto infantil, con no poco sufrimiento. Es en esta etapa, por supuesto, que también aparecen las patologías psíquicas más comunes y estables en los adultos, enmascaradas con las crisis propias de la adolescencia. Los síntomas de las crisis adolescentes y de las patologías psíquicas más comunes a menudo coinciden, y, con demasiada frecuencia, son mal interpretados. ¿Por qué los muchachos corren riesgos innecesarios? Un muchachito apenas púber zigzaguea entre el tráfico, a contramano, haciendo finitos impensables, bajo lluvia, arriesgando su vida en cada maniobra con su motito de delivery, ¿está tan apurado por entregar una pizza caliente? Una muchachita de liceo tiene encuentros sexuales con casi todos los compañeros de clase. La noticia se ha extendido, vienen de otras clases y liceos para encontrarse con ella. A veces tiene sexo con varios a la vez. Generalmente, no usa protección. Pese a que los chicos hablan de ella como de una prostituta y las demás chicas la ignoran, ella se jacta de sus hazañas sexuales. Sus padres se han enterado y están preocupadísimos. ¿Es normal su hija? ¿Está enferma? ¿Qué quiere demostrar en realidad? Un joven cantante de una banda de rock termina sus shows completamente borracho. No se va a dormir luego de los toques, sigue de juerga. Consume cocaína, alcohol, o lo que venga. El exceso está presente todo el tiempo. Las cosas casi siempre terminan mal. A veces a las trompadas. Otras intoxicado. Más 45
  • 46. de una vez preso o en lugares que no recuerda. Ya lo han robado, y también abusado sexualmente. Su carrera como músico está en peligro, pero él dice que no puede hacerlo de otra manera. «El rock y los excesos van juntos», es su lema. Estos tres ejemplos tienen un denominador común que los adultos no entienden: ¿Por qué correr riesgos innecesarios? ¿Por qué jugarse la vida en cada esquina, teniendo sexo, haciendo tonterías? La respuesta no los dejará conformes, seguro: Los chicos necesitan demostrarse a sí mismos de qué son capaces, pero para algunos esa demostración nunca es satisfactoria. En los tiempos de las Ceremonias de paso, los riesgos enfrentados, y vencidos, eran lo que nos confirmaba como adultos plenos. Pero ahora las Ceremonias de paso no existen o están muy lavadas de su verdadero sentido. Los riesgos nunca alcanzan para los que no se sienten del todo “grandes”, “valientes”, “fuertes”, “valiosos”. Se trata en cada caso de averiguar qué necesitan para convencerse. Neurosis, psicosis, etc. En Psicología denominamos neurosis a las patologías menos graves. Las neurosis implican un conflicto con nosotros mismos y con el entorno, producto del proceso más o menos defectuoso de socialización temprana. Las neurosis provocan angustia, miedo, depresión, actitudes violentas, o síntomas físicos, a veces imaginarios, otras bien reales como consecuencia del estrés. La neurosis, llamada así en principio por ser considerada “enfermedad de los nervios”, desconcertaba a los médicos del siglo XIX por carecer de síntomas físicos claros. Se consideraba “simuladores” a quienes la padecían. Su tratamiento representó un importante avance para la salud y para el conocimiento de nosotros mismos. Se desarrollaron distintas corrientes psicológicas buscando herramientas para comprender y tratar a los neuróticos, modificando en forma radical la forma de ver la salud y la enfermedad psíquica en Occidente. En las psicosis el conflicto del individuo es con la realidad, que no ha terminado de 46
  • 47. estructurar. Son los cuadros más graves, pueden ser episodios puntuales o repetirse en formas más o menos crónicas. El psicótico no puede —por distintas razones genéticas y ambientales— afrontar los desafíos que impone el aprendizaje de la misma forma que lo hace un neurótico. En las neurosis, el niño pequeño aprende que existen limitaciones, el entorno lo condiciona, la maduración se produce a costa de resignar su omnipotencia y su narcisismo. En las psicosis, esas pérdidas nunca se procesan del todo. La realidad no termina de ser aceptada por un yo frágil e inmaduro que intenta mantenerse como en la primera infancia. La ruptura con la realidad aparece como forma de defensa ante la amenaza de crecer. Con frecuencia, en la adolescencia se descubren las personalidades psicóticas, aunque algunos síntomas sean parte de la crisis adolescente y se confundan con esta. Los síntomas más claros que podrían indicar la presencia de psicosis, agudas o crónicas, son la dificultad importante para integrarse, las conductas extravagantes, las adicciones, severas en algunos casos, el aislamiento y la aparición de los primeros cuadros delirantes. Los síntomas psicóticos pueden aparecer sin que se trate de una estructura psicótica. En la adolescencia puede pasar que muchachos neuróticos tengan síntomas delirantes. Los delirios son verdaderos “sueños durante la vigilia”, es decir la irrupción del mundo interno del individuo, que rompe el contacto con la realidad. “Estar loco”, como se dice vulgarmente, es eso: no estar en contacto con la realidad circundante, ya sea por efecto de drogas, estrés, cansancio, o razones estructurales de la personalidad. Es necesario advertir la diferencia entre estructura y síntoma. Hablamos de estructuras cuando hay una organización psicopatológica estable de la personalidad, el síntoma es un episodio puntual. Entre las llamadas estructuras neuróticas —las más adultas, en las que el proceso de maduración psicoemocional ha sido más exitoso— y las estructuras psicóticas —las más frágiles e inmaduras— pueden detectarse las llamadas estructuras borderline, (Fronterizas, Narcisistas, Trastornos limítrofes de personalidad, t.l.p., según los autores). En ellas, los síntomas son mixtos, a veces neuróticos, a veces psicóticos. La estructura está mejor integrada que la del psicótico. La historia marca traumas menos severos, hay una confrontación con la realidad pero no una ruptura. Unas veces son eternos adolescentes, otras, rebeldes sin causa, o antisociales, extravagantes, artistas incomprendidos, idealistas extremos; viven de crisis en crisis, sin terminar de resolverlas ni decidirse a entrar en el mundo de los adultos, aun cuando “la edad del pavo” haya 47
  • 48. pasado hace rato. Las estadísticas indican que cada vez hay más individuos con este tipo de estructura. ¿Un signo de estos tiempos? Trastornos de aprendizaje Buena parte de las consultas a psicólogos, psiquiatras y médicos en general responde a supuestos problemas de aprendizaje de los adolescentes Esquemáticamente hay dos 48
  • 49. grandes grupos de posibles problemas: las llamadas dificultades de aprendizaje propiamente dichas, que en general ya debieron aparecer en la escuela (algún tipo de retardo, dislexia, algunas formas de autismo leve, otros problemas de base orgánica no detectados antes, como la miopía, la sordera, etc.). A veces pasa que alguna dificultad de importancia haya sido pasada por alto, pero es difícil. Algunos síntomas de enfermedades antes tratadas pueden recrudecer en virtud de la crisis de esta etapa de la vida. A la patología de base se suma la inestabilidad propia de la adolescencia. El otro gran grupo es el del rendimiento insuficiente por razones emocionales. No hay ninguna dificultad en lo cognitivo, pero los rendimientos son pobres, a veces nulos. Los padres no lo entienden: «El chiquilín es inteligente, tiene todo nuestro apoyo, pero no rinde: ¡O es un atorrante, o no me dice lo que le está pasando!» En la adolescencia los códigos cambian. Los niños y las niñas empiezan a “mutar”. Los cambios son espectaculares y muy rápidos. No todos los chicos maduran al mismo tiempo. Surgen competencias, celos, inadaptación a los grupos, conflictos por el liderazgo, episodios de acoso, la sexualidad —todavía no bien integrada— tiñe cada experiencia, todo esto a menudo trascurre en forma invisible para los adultos. El rendimiento en lo académico cae sin que haya explicaciones comprensibles. Como mucho se ven algunas señales: síntomas de angustia, episodios de llanto, aislamiento, bronca, violencia. Al pedirles explicaciones, a menudo, los padres enfrentan una pared. A los muchachos les cuesta mucho poder poner en palabras cosas que ni ellos mismos entienden del todo, o que les resultan vergonzantes: no son «cosas que podamos contarles a los padres.» En estos casos son recomendables consultas con psicólogos o con personal de la educación, capacitados para trabajar en forma sistémica, es decir, con todos los integrantes del sistema familiar o educativo: padres, muchachos, maestros, instituciones, etc. Con frecuencia hacen falta miradas múltiples para ver problemas que involucran el fenómeno grupal. Adicciones Es otro de los temas más frecuentes en la consulta, preocupa a los padres quienes oscilan entre la ignorancia total del tema y los fantasmas más aterradores. 49
  • 50. Antes que nada, definiciones: Adicción es la dependencia a una sustancia, consumo o actividad que hace que una persona no pueda realizar una vida independiente del objeto de su adicción. Adicción no es igual a consumo. Por más dañina, aberrante, y moralmente objetable que sea la sustancia o la actividad adictiva, no es la sustancia ni la actividad lo que hacen al adicto, sino su particular forma de relacionarse con ellas. Más claramente: hay usuarios del tabaco, del alcohol, de juego de azar, de actividad deportiva, de tortas de chocolate, de cocaína, que no son adictos. Es decir, que consumen ocasionalmente. Y hay personalidades potencialmente adictivas, que pueden hacerse adictos a estas cosas, y muchas otras, bajo determinadas circunstancias. Las adicciones responden a una necesidad extraviada. Todo ser vivo orienta su conducta a satisfacer necesidades. El hambre, el sueño, la seguridad, la búsqueda de placer, la huida del dolor, por citar unos pocos ejemplos, disparan conductas básicas que terminan cuando satisfacemos la necesidad que las originó. En esto funcionamos como cualquier otro ser vivo. Abraham Maslow, con su famosa pirámide, categorizaba a las necesidades según su complejidad, desde las más básicas en la base, a las más complejas hacia la cima3. El ser humano es el bicho que más complejas necesidades enfrenta. Es fácil darme cuenta si necesito comida, pero es más difícil —cuando soy un adolescente— sentir que necesito reconocimiento de mis pares y que no sé cómo obtenerlo. Allí puede aparecer la necesidad extraviada: para conseguir el reconocimiento empiezo a consumir una droga que creo me da prestigio y, en mi inmadurez, quedo enganchado. Mi necesidad se extravió, la droga parece satisfacer una necesidad, pero no lo hace. Entonces cada vez consumo más, sin obtener la satisfacción esperada. Las personalidades que, frecuentemente, realizan consumos adictivos son las más inmaduras y desintegradas (particularmente borders y psicosis). Es en la adolescencia cuando suelen comenzar la mayor parte de las adicciones en la población en general y, especialmente, en este grupo. La crisis adolescente los enfrenta al desafío de parecer lo que no son. Oscilan entre sentimientos extremos, están descubriendo la sexualidad, quieren ser aceptados, tienen la incertidumbre de si tendrán éxito o no; las modas arrasan con el sentido común, los ahorros, o la precaución, en un mundo antes controlado por los padres. Para aparentar ser grande, vale todo. A menudo los muchachos, para parecerlo, 50
  • 51. recurren al consumo de drogas, alcohol, deportes extremos, sexo y desafíos poco recomendables. Minimizan los riesgos, la experiencia con «todo lo que parezca de grandes», «lo que tenga onda», «lo que nos haga parecer atractivos», es muy importante. Las adicciones pueden aparecer como un efecto colateral en los que, estructuralmente, están más propensos a estas búsquedas de una identidad “con onda”, y luego derivan por un mal camino. Con frecuencia se forman grupos en los que el rechazo al mundo de los padres pasa por el consumo de drogas, de alcohol, o de actividades poco recomendables. Los códigos del grupo son opuestos a los de los padres: «Si ellos nos cuidaban, nosotros nos descuidamos», podría ser un manifiesto de estos grupos. Debemos recordar, además, que no hay fenómenos aislados, ni adictos, sin un entorno facilitador. Estamos en un mundo que nos propone un consumo adictivo de toda clase de cosas. Basta ver tandas publicitarias, cada producto propone muy seriamente que te hagas adicto a una leche achocolatada, a un desodorante o una marca de teléfonos celulares. Todos tienen fan page, blog, facebook, o seguidores en twitter, es decir un club virtual de adictos. El mensaje de esta cultura es que ser fan está bien. Para una personalidad con propensión a las adicciones es un mensaje potencialmente peligroso, aunque para el mercado sea una buena noticia, ya que cada nuevo fan colabora al crecimiento de la economía. Además, la leche o los teléfonos no nos parecen dañinos. El problema está en el mensaje: «hacete adicto». Eso es lo que como padres o educadores no podemos dejar pasar. ¿Somos conscientes del precio que como sociedad estamos pagando con el aumento exponencial, en los jóvenes, del consumo de drogas legales e ilegales, causado por el aparentemente inofensivo mensajito: «hacete adicto»? Es más fácil culpar de las adicciones crecientes a los pastabaseros o a los traficantes, que a los comerciantes, los publicistas y los medios de comunicación. No es políticamente correcto, parecería. Adicción a internet En China, Taiwán, Corea del Sur, entre otros países, ya están aceptando la “adicción a internet” como diagnóstico de un trastorno psicológico, en línea con 51
  • 52. el DSMV, Manual de Trastornos Mentales, en su quinta versión de futura aparición. En el caso de facebook, o de otras redes sociales, con cada comunicación, un “me gusta” por ejemplo, recibimos por parte de las sinapsis neuronales una dosis de dopamina, un neurotransmisor que nos dice que sentimos placer, igual que cuando practicamos deporte o tenemos relaciones sexuales. Reconociendo esta señal de placer, vamos a tratar de repetirla y, de esa manera, corremos el riesgo de hacernos adictos. Los síntomas, según el DSM-V, son: Preocupación y pensamiento recurrente respecto de contenidos de internet o de juegos on line. Síntomas de dependencia-abstinencia. Aumento del umbral de tolerancia (hay que invertir más tiempo para conseguir la misma satisfacción). Pérdida de otros intereses. Intentos fallidos de controlar el uso. Uso de internet para escapar de estados de ánimo tristes, ansiosos, inquietos. Otros estudios indican que cuanto más tiempo permanecemos on line más se atrofian áreas del cerebro encargadas del habla, la memoria, el control motor, las emociones; la capacidad atencional también disminuye, se calcula en un 40% en los últimos 10 años. En los países que consideran la adicción a internet una patología, se habla de un 30% de adictos a las redes sociales o a los video juegos.4 Las preocupaciones de los adultos acerca del uso de internet en los muchachos, según estadísticas internacionales y la propia experiencia del autor, van del acceso a contenidos inadecuados (la mayor preocupación), el contacto con desconocidos peligrosos, la pérdida o deterioro de su imagen, la adicción o uso excesivo, el ciberacoso, a la suplantación de identidad (la menor preocupación). Por otra parte los pedidos de ayuda más frecuentes son: «¿Cómo se usa en forma segura la herramienta? ¿Cómo los controlo? ¿Qué riesgos hay? ¿Cómo limito su uso? ¿Les hace mal?» Las consultas psicológicas son, en general, muy fructíferas, sobre todo con los padres. Trabajando en formato sistémico (sesiones grupales con el sistema 52
  • 53. familiar, con los vínculos y las formas de comunicación), nos proponemos, por lo menos, despejar algunos miedos básicos: La tecnología no es el enemigo, es la ignorancia acerca de su uso la que transforma en un “cuco” cada nueva aplicación. Los adolescentes tienen, de por sí, tendencia a aislarse, la “compu” o el celular solo los ayudan. Es necesario encontrar caminos de encuentro y relacionamiento genuino con ellos, teniendo en cuenta que ya no son niños. Las adicciones, en general, no se disparan por las sustancias o por las actividades adictivas; son multicausales, pero están determinadas mucho más por «quién soy», que por lo que hago o lo que tomo. Thomas Szasz y “nuestro derecho a las drogas” «(…) prácticamente todo lo que piensan y hacen el gobierno americano, la ley americana, la medicina americana, los medios de comunicación americanos y la mayoría del pueblo americano en materia de drogas es un error colosal y costoso, dañino para americanos y extranjeros inocentes, y autodestructivo para la nación misma(…)», nos dice el Dr. Szasz, referente mundial del tema drogas y de la Antipsiquiatría, en su obra imprescindible Nuestro derecho a las drogas.5 «Cada año decenas o miles de personas resultan heridas y muertas a consecuencia de accidentes asociados con el uso de bicicletas, automóviles, camiones, tractores, escaleras, motosierras, esquís, columpios. ¿Por qué no hablamos de “abuso del esquí” o del “problema de las motosierras”?», se pregunta Szasz, y responde: «Porque esperamos que quienes usan dichos equipos se familiarizarán por sí mismos con su uso y evitarán herirse a sí mismos o a otros. Si se lastiman a sí mismos, asumimos que lo hacen accidentalmente y tratamos de curar sus heridas. Si lastiman a otros por negligencia, los castigamos mediante sanciones, tanto civiles como penales. En vez de resolver, estos son, brevemente, medios con los que tratamos de adaptarnos a los problemas que presentan potencialmente los aparatos peligrosos de nuestro entorno. Sin embargo, tras las 53
  • 54. generaciones que han vivido bajo una tutela médica que nos proporciona protección (aunque ilusoria) contra las drogas peligrosas, no hemos logrado cultivar la confianza en nosotros mismos y la autodisciplina que debemos poseer como adultos competentes rodeados por los frutos de nuestra era farmacológica.» Charla sobre drogas La mayoría de los padres se siente inseguro para hablar con los hijos de este tema. Oscilan entre el miedo al posible daño, la ignorancia («esto no es de mi época, no sé del tema, que lo hagan los profesores»), los prejuicios («drogarse está mal»), y probablemente lo peor de todo, la ausencia («mejor no me meto, no corro riesgos, desparezco cuando la cosa se pone difícil»). Ante tanta excusa, debemos aclarar algunas cosas: los hijos no necesitan una charla magistral respecto de cada sustancia y sus efectos. Necesitan referentes, guías, adultos disponibles, francos, que se acerquen al tema sin miedo, que puedan brindarles información y sus propias experiencias con el uso de drogas. Debemos recordar que el alcohol, el tabaco o los medicamentos son drogas, bien adictivas y bastante “duras”. No son ilegales y los adultos no podemos argumentar que las desconocemos. Es necesario decir cosas como estas (muy similares a las propuestas para hablar de sexualidad): «Aquí y ahora estoy disponible para hablar de las drogas.» «Hay drogas legales e ilegales. Con la droga ilegal, al problema del consumo, se agrega el de la posible comisión de un delito, por lo menos al adquirirla en el mercado negro.» «No debemos tener miedo, ni sentir vergüenza o asco frente al tema. Negarlo es peor. La ignorancia es producto de la negación y el prejuicio.» «Puedo compartir mis experiencias con el tema.» «También debo protegerte de los posibles daños del consumo, soy adulto y todavía estás a mi cargo. Soy responsable por tu seguridad.» 54
  • 55. Trastornos sexuales Los llamados trastornos sexuales se describían en los manuales clásicos como una doble desviación del acto sexual, en el objeto y/o en el fin. Hoy en día no se considera desviación a la homosexualidad, por ejemplo (una supuesta desviación del objeto de deseo en los manuales antiguos), ni a la masturbación (antigua desviación del fin sexual, alejado del coito). Los tiempos han cambiado y las costumbres también. Los médicos, educadores y psicólogos, en su mayoría, no comparten las ideas que tenían sus pares medio siglo atrás sobre trastornos sexuales. Para el DSM-IV 6 son de tres tipos: Las disfunciones sexuales en mujeres y varones, que incluyen trastornos del deseo, de la excitación y del orgasmo, trastornos sexuales por dolor y trastornos por enfermedades, consumo de sustancias, etc. Las parafilias, con objeto sexual no humano (fetichismos, por ejemplo); con sufrimiento del otro (sadismo), o propio (masoquismo), o de ambos; con niños o personas que no consienten la relación. Estos impulsos sexuales lejos de enriquecer la vida sexual de la persona la deterioran. En tercer lugar están los trastornos de la identidad sexual (con la salvedad de la homosexualidad, eliminada del DSM-IV en 1973 y suprimida como trastorno mental por la OMS en 1990). La mirada moderna respecto de la vida sexual debe tomar en cuenta la evolución de la personalidad como un todo, desde los primeros momentos de la vida. La sexualidad madura junto con el resto de las potencialidades de la persona. El Psicoanálisis, por ejemplo, ya describía a la sexualidad infantil —presente desde el comienzo de la vida—, como búsqueda de placer en estado puro, desorientada de un objeto o un fin. La orientación hacia objeto (otro adulto heterosexual) y fin esperables (el coito completo) venía con la maduración hacia el final de la adolescencia, según la visión clásica. La sexualidad es considerada expresión de una pulsión llamada “de vida”. Está presente en todo ser vivo desde el nacimiento. En el ser humano (el animal que nace más inmaduro y es más dependiente de la educación para madurar), la actividad sexual adulta no es solo pulsión, sino mucho aprendizaje y experimentación previas. Antiguamente, se creía que la sexualidad recién aparecía en la pubertad, y cualquier manifestación de 55
  • 56. sexualidad en niños era una desviación que había que corregir con severos castigos. Hoy sabemos que debemos educar —no reprimir, ni mucho menos castigar— esa incipiente sexualidad, desde la más tierna infancia. A medida que crecemos, aprendemos a orientar nuestra conducta hacia el encuentro del Otro en la cópula, pero el aprendizaje es largo y ocupa, por lo menos, toda la niñez y la pubertad. Un ser humano adulto está en condiciones de tener relaciones sexuales luego de un proceso de aprendizaje inevitable, que, más o menos, le ha permitido un cierto descubrimiento de sí mismo, de su biología, de sus afectos e ideas; y luego de algunas experiencias preparatorias. A diferencia de los demás animales, y de lo que todavía creen unos cuantos, no somos puro instinto. La vida sexual adulta y sana necesita un poco más que eso. Desde la mirada evolutiva, los trastornos sexuales son síntomas de una evolución inconclusa o defectuosa de la personalidad. No son “simples enfermos” los que aparecen con trastornos sexuales. Los trastornos suelen ser síntomas de problemas más generales de la persona. La visión reduccionista, ve solo el trastorno sexual, que suele ser “el árbol que tapa el bosque” de una personalidad desorganizada, inmadura o psicótica. En la crisis de la adolescencia, pueden aparecer manifestaciones de posibles trastornos que en la niñez no eran visibles. Pero muchas veces, se trata de falta de madurez, de búsqueda de respuestas, de un camino de experimentación todavía no concluido. En el marco de la adolescencia es relativamente frecuente ver comportamientos desviados, parafilias, trastornos del deseo, de la consumación del acto sexual en forma completa, de identidad, pero la mayoría no continúan. Por eso es muy importante poder distinguir los actos, de las estructuras. Un muchacho con un episodio de sexualidad aparentemente desviado no debe ser etiquetado como una personalidad desviada o perversa. Ese es un diagnóstico que debe llevar más tiempo e investigación. La etiqueta mal puesta podría ser un trauma que marcará su desarrollo futuro. Un remedio peor que la enfermedad. Autoagresión, accidentes, pseudointentos de autoeliminación. Suicidios. Buena parte del conflicto adolescente es con uno mismo. «Me odio porque no soy suficientemente grande», sería una buena frase que resumiría 56
  • 57. la mayoría de los conflictos con uno mismo en esta etapa crítica de la vida. Ya sea por gordos, petisos, por no tener barba o senos, por tener granos, por usar lentes o aparatos en los dientes, por no saber qué ropa hay que usar o qué música escuchar, nos parece que no calificamos para ser considerados-as maduros y sexualmente deseables. ¿A quién no le pasó, al menos una vez en la vida, sentir que no es lo grande y aceptable que debería ser? Por más suertudos que hayamos sido en la adolescencia nos sentimos inseguros, en general, de la aceptación que podamos recibir. Ser niños es algo que debe terminar, parecer hombres o mujeres es imperioso. Pero los procesos no son todos iguales. Algunos se consideran ganadores, pero muchos se sienten perdedores en esta carrera por la aceptación. Unos cuantos no logran sentirse aceptados aunque nadie los rechace. Tanta inseguridad tienen. Si nos sentimos demasiado mal con lo que somos podemos llegar a querer lastimarnos. Esta es la base de la mayoría de los intentos de autoeliminación, autoagresiones, y hasta de accidentes que se repiten y no tienen mucha explicación. «No me gusta cómo soy, voy terminar con esto», es lo que dicen no pocos adolescentes peleados consigo mismos. Debemos tratar de escuchar sus mensajes, no olvidemos que tenemos picos de intentos de autoeliminación, consumados o no, en esta etapa de la vida. La tasa de mortalidad por suicidio en Uruguay es de 11 por cada cien mil jóvenes comprendidos entre los 10 y los 24 años, es una de las más elevadas del continente según la “Segunda encuesta mundial de salud adolescente” presentada por los Ministerios de Salud y de Desarrollo Social y por el Observatorio Uruguayo de Drogas, en diciembre de 2013. Es la segunda causa de muerte en el grupo etario. Además, por cada suicidio, hay entre 15 y 20 intentos previos. En Uruguay, la elevada cantidad de suicidios, de intentos y de pseudointentos ha llevado a formular más de una hipótesis al respecto. Las causas no están todavía del todo claras, justamente por ser un fenómeno multicausal, pero una pista parece ser el menor porcentaje de jóvenes en la sociedad, el relativamente alto envejecimiento y el sentimiento generalizado en los jóvenes de falta de espacio para crecer y desarrollarse en un “país de viejos”. 57
  • 58. (Los hombres de 65 años o más pasaron de ser el 7.6% en 1963 a representar el 14% en el censo de 2011, en tanto los menores de 15 descendieron del 28% al 21% en el mismo lapso.) Autoagresiones Ejemplos de adolescentes que se autoagreden hay muchos. La explicación más conocida para estas conductas es la de la rebeldía y de la frustración que no pueden canalizarse de otra forma y son expresadas con comportamientos autodañinos. En esta etapa, los cambios a los que se enfrentan pueden ser demasiados para algunos muchachos, sienten que no califican, que no encajan, no son ni grandes ni chicos, no saben qué quieren ser y si lo saben no logran llegar a eso que desean. La reacción, a menudo, es la de agredir, hasta el límite de poner en riesgo la propia vida, el cuerpo que tanto los frustra: el suyo. A veces los padres o educadores refuerzan estas ideas autoagresivas sin saberlo. Entonces los muchachos se proponen lastimar ese cuerpo que aman los grandes. «No voy a ser eso que vos querés que sea; el niño inmaduro, débil, debe desaparecer”. En el arrebato de odio contra lo que quieren dejar de ser, pueden llegar a hacerse mucho daño. Luisina, una adolescente de 14 años, lo explica así: «Solo quería que me dejaran en paz. ¡Todos! No entienden que ya no soy más esa chiquita buena. El juguetito de la familia, la nenita linda, la que todos aman. ¡Odio eso! ¡¿Cuándo van a dejar de tratarme como una nena?! Bueno, ahora creo que lo conseguí. Ahora me tratan como a una rayada, loca, desquiciada, que se quiso cortar las venas y terminó internada en un manicomio ¡Pero no más como a una nena! ¡Nena, nunca más! ¡¿Entendieron?!» Sebastián es otro caso de autoagresión encubierta, un claro llamado de atención a padres, por lo menos, distraídos. Veamos su relato: «Cuando manejo no me importa nada. Dame un auto, el que sea y te lo pongo al máximo de lo que dé. No tengo miedo a nada. Sí, ya sé que tuve 58
  • 59. algunos accidentes. Y que estuve el borde de la muerte dos veces. Pero es la adrenalina lo que me pone así. Es la única forma en que me calmo, vivo enojado todo el día. Poner el auto a mil y dejarme ir es una liberación. ¿Qué, si no me preocupa matarme? No, bastante poco en realidad. Igual mis padres están tan en la suya, que ni se van a dar cuenta…» Hay muchachos y muchachas que creen ver en la muerte el único refugio ante vidas francamente miserables, como Cindy: «Cuando vi El cadáver de la novia, la de Tim Burton, me di cuenta de que era posible estar mejor en el mundo de los muertos. Después me hice fan de todo lo dark. Fui conociendo gente que está en la misma. Son góticos, hay algunos under, otros son heavy metal, pero no cualquiera, los pesados, pesados. Bah, el nombre no importa, lo que importa es que se dieron cuenta de que este mundo apesta. El liceo, tus compañeros, la música, la tele, todo apesta, lo peor son tus padres. Los míos no entienden nada. ¡Pero nada! Con mis amigos fantaseamos con suicidarnos todos juntos y que se vuelvan locos, a ver si ahí entienden algo.» Depresión Con frecuencia podemos ver adolescentes tristes, aislados, enojados, que parecen no tener interés en nada. Los adultos no podemos saber qué les pasa, pero muchas veces confundimos estas conductas con depresión, que es una enfermedad más bien grave. Hay otras confusiones con el diagnóstico de la depresión, ya que con frecuencia es realizado a la ligera por médicos sin formación en psicología, sin una serie de entrevistas mínimas que permitan conocer al paciente y, para salir del paso, recetan antidepresivos y otras drogas, como si solamente con tomarlas arreglaran el asunto. Estos abordajes confunden a los muchachos y a sus padres, alientan la persistencia de conductas equivocadas en los jóvenes que, con el pretexto de la depresión, se cronifican. La mayoría de las veces se confunde depresión con tristeza. La tristeza es una emoción, hay que decirlo fuerte y claro. No es una enfermedad. No hay que curar a nadie de una emoción. Las emociones son señales del organismo que nos 59
  • 60. guían para tomar decisiones. Nos avisan de nuestras necesidades. No hay emociones buenas o malas. No nos podemos dar el lujo de prescindir de algunas de ellas porque no nos gusten. La tristeza, como toda emoción, es parte del repertorio de la vida afectiva de la persona. ¿Tienen los adolescentes razones para estar tristes? Por supuesto que sí. Están haciendo el duelo por la muerte del niño. Están en crisis existencial por no saber qué viene después en sus vidas y si tendrá sentido. Por si fuera poco, están cada vez más solos, ya que la mayoría de los padres no saben cómo guiarlos o están demasiado distraídos con cuestiones personales en un mundo que premia el individualismo. Teniendo en claro este contexto que no facilita un diagnóstico sencillo, la depresión puede diagnosticarse como un conjunto de síntomas que incluyen: sentimientos de culpa, de incompetencia, pérdida del interés y del placer, aislamiento, tristeza o ira excesivas, descenso o ineficacia en la actividad, autoacusaciones y, en ocasiones, cambios en el sueño —se incrementa en estructuras neuróticas, escasea en estructuras fronterizas o psicóticas— y cambios en la alimentación. También es necesario evaluar la historia personal del muchacho y de los familiares, la estructura de personalidad y los hábitos de consumo en particular de sustancias adictivas. Con estos elementos, un clínico con experiencia podrá diagnosticar una depresión sin confundirla con los habituales momentos de tristeza o de bronca, propios de una edad en que se vive de crisis en crisis. Alimentación Los grandes trastornos de la alimentación que vemos en adolescentes son la bulimia (caracterizada por ingestas de comida seguidas por sentimiento de culpa y por conductas compensatorias como vomitar o usar laxantes), la anorexia (gran abstinencia de la ingesta provocada por la no aceptación de la imagen corporal que lleva a mantenerse por debajo de determinado peso) y los desórdenes mixtos, que alternan atracones, con ayuno. También se describen, actualmente, trastornos opuestos a la anorexia, por ejemplo, la megarexia, en donde verse gordo se confunde con verse fuerte y están, además, las dietas combinadas con ejercicio extremo. Los trastornos en la alimentación en la adolescencia se ven cada vez con más frecuencia. En general, se los explica como una conexión fantasiosa de lo que comemos 60
  • 61. con la imagen corporal. Recordemos, el aspecto corporal es la gran preocupación del adolescente que está armando una imagen de sí mismo adulto. El cuerpo está cambiando, dejamos de ser niños, pero la imagen de adulto sexuado y deseable no está firme. La comida aparece como un elemento que les permitiría modificar su aspecto. Pero la conexión entre lo que buscan desde el punto de vista estético y lo que comen, generalmente, es equivocada. En el consultorio vemos casos en que la cara, las pantorrillas, los brazos, los senos, la postura corporal y hasta la expresión del rostro son motivo de rechazo y buscan modificar estos rasgos simplemente adelgazando. Tales cambios, por supuesto, no ocurren o, por lo menos, no ocurren en relación directa con lo que comen o dejan de comer las personas; mientras tanto la salud es afectada. Los trastornos alimenticios son solamente parte de una problemática psicológica más profunda, en donde la autoimagen está distorsionada, a veces a límites delirantes. Por otro lado, el contexto social y cultural impone determinados tipos de físicos, como modelo de belleza, que son inalcanzables para la mayoría. En ese sentido ha sido cuestionada la muñeca Barbie, cuyas medidas son imposibles para cualquier mujer normal. Muchachos y muchachas buscando esos modelos inalcanzables llegan a extremos poco creíbles de dietas y cirugías, o a la convicción de que son “fracasos sexuales”. En paralelo con el mensaje social de ser flaco, algo para lo cual habría que tener gran disciplina y dedicación, hay mensajes que nos alientan a consumir toda clase de comidas rápidas, golosinas, snacks, por el simple hecho de gratificarnos. Doble mensaje esquizofrénico: gran disciplina para ser flaco y gran permiso para comer de todo… lo cual nos hace gordos (¡!). ¿Cómo educar a los muchachos si como colectivo construimos mensajes como estos? Violencia. Acoso 61