Calculos del efecto de la poda en el incremento del Valor Añadido Bruto de l...
Los incendios en los montes España forestal. 1928 n. 150
1. L O S I N C E N D I O S DE M O N T E S
L medio millón de pesetas
rebasa la cifra que sólo en
jornales y gastos de aca-
rreo se invertía anual-
mente en las 8.000 hectá-
reas de monte, alcorno-
cal principalmente, que
destruyó por completo el formidable incendio que en
los días 12 y 13 de agosto último tuvo lugar en «Las
Gabarras», de la provincia de Gerona, comprendi-
das en los términos municipales de Cruilles, Quart
y Madremaña. Agreguemos a esa cantidad la renta
a percibir por el propietario y tendremos una idea
de la pérdida que para la economía nacional supone
ese siniestro.
Con él quedan en la miseria más de 200 famihas
de obreros y en apurada situación económica los
dueños de esos terrenos que suponen una superñcie
relativamente considerable del suelo nacional im-
productiva, convertida en erial, que a lo más podrá
alimentar unos escasos rebaños de ganado lanar y
cabrío.
Ni de riqueza forestal ni de trabajo andamos tan
sobrados que podamos mirar con indiferencia estas
calamidades, que poco a poco van desquiciando la
producción del suelo y agravando al problema del
paro forzoso en los centros industriales adonde acu-
den los trabajadores del campo espoleados por el
hambre.
No hay más remedio para conjurar estos males, en
lo posible, que proceder a la inmediata repoblación
de la superficie devastada, repoblación que no pue-
de efectuarse sin una eficaz ayuda del Estado; ayu-
da que además consideramos obligada por la parte
que de interés general tiene toda repoblación, pero
que en el caso actual es de absoluta necesidad por
la imposibilidad en que se encuentran los propieta-
rios para atender a los gastos de bastante impor-
tancia que suponen los trabajos y más cuando se
precisa actuar con intensidad.
El Reglamento de 27 de marzo de 1927 aprobando
las Instrucciones para la aplicación del decreto-ley
sobre repoblación forestal de 26 de junio del año
anterior, señala el auxilio que el Estado otorga al
particular que desee repoblar terrenos incultos;
pero el caso de Las Gabarras es distinto, no se trata
ahora de estimular al terrateniente para que ponga
en producción fincas abandonadas, sino de reparar
un daño y dar solución al pavoroso problema econó-
mico que a la población que vivía en esas ocho mil
hectáreas se le plantea. La repoblación debe hacerse
por cuenta del Estado y a cargo del crédito extraor-
dinario para esas atenciones: los particulares, más
interesados que nadie en la puesta en producción de j
sus fincas, y nos consta que están dispuestos a los
mayores sacrificios para conseguirlo, aportarán los
medios económicos que les sean posibles y se com-
prometerán a resarcir ai Estado las sumas que ade-
lante cuando las masas se encuentren en plena p r o '
ducción, sumas que en un porcentaje a fijar deberán
tener el carácter de subvención.
Este auxilio debe completarse con la exención de
2. B a p a f i a F o r a s t a l .
todos los tributos, tanto del Estado como de la pro-
vincia y municipio. Esto es lo que consideramos más
justo, rápido y eficaz para reparar los perjuicios de
todas clases que ese fuego ha producido, y no son
los menores los ocasionados al interés público que
todo monte conlleva.
Necesidad y urgencia del Seguro.—Por cierto
que no habría necesidad de acudir a esta apor-
tación del Estado si el Seguro contra incendios
de montes fuera ya una realidad en España como
debiera serlo, pues va para cinco años quela Co-
misaría regia de Seguros recibió el informe que
los Sres. Nardiz y Urruti, designados por el Minis-
terio de Fomento, emitieron; el proyecto que di-
cho extinguido organismo redactara ha ido de Here-
des a Pilatos recorriendo dependencias oficiales, y
esta es la fecha en que, a pesar de reconocer todos
la urgencia de este Seguro, no se tiene ni noticias
del estado en que se encuentra, ni qué clase de obs-
táculos o dificultades se oponen a su implantación.
Afortunadamente, creada la Dirección General de
Montes y a su frente persona tan capacitada como el
Sr. Elorrieta, esperamos confiadamente que sus pri-
meras preocupaciones sean sacar a las columnas de
la Gacela la ansiada disposición.
Medidas profilácticas.—A terminar la redacción
de las líneas que anteceden, nos llega, oportuna-
mente, el último número de Revue des Eaux et
Forets, en el que figura un brillante artículo sobre
«Recherches techniques sur les incendies des fo-
rests», por L. Lavauden, del que nos vamos a per-
mitir copiar la parte que se refiere a cmedidas pro-
filácticas», por lo que pueda tener de interés para
los propietarios de bosques, además de la ventaja
de señalar una importante aplicación a los eucalip-
tos, que podría ser utilizada con éxito en nuestro
país.
El estudio de los elementos que permiten o favo-
recen la propagación del fuego en el monte, dice el
autor, ha llevado a preconizar un cierto número de
medidas que constituyen lo que llama la profilaxia
de los incendios forestales. Estas medidas son bien
conocidas: desbroce, formación de cortafuegos, in-
troducción de especies refractarias al incendio, etc.
El desbroce es muy recomendado, pero tiene el
inconveniente de ser costoso. Algunas veces se le
efectúa por medio del pequeño fuego, práctica que
consiste en quemar el sotobosque en invierno, época
en la que el fuego es inofensivo y puede ser fácil-
mente dirigido y vigilado. Esta práctica ha dado ex-
celentes resultados en lo que concierne a los pina-
res. Pero se muestra, desgraciadamente, como poco
aplicable en los alcornocales.
El desbroce, ensayado en estos bosques en varias
ocasiones, sea por el pequeño fuego o por otro sis-
tema, ha dado generalmente malos resultados. La
calidad del corcho se resiente, se vuelve leñoso y
en ciertos casos extremos pierde por completo su va-
lor comercial. Fuerza ha sido reconocer que el so-
tobosque juega, en cuanto a la reconstitución de la
corteza del alcornoque, un papel protector especial.
Se sabía ya, pues desde antiguo se había comproba-
do, que los alcornoques muertos por la acción del ca-
lor a continuación de las pelas eran más numerosos
en los sitios desbrozados. Pero las observaciones so-
bre la caUdad del corcho ha confirmado esta acción
con perfecta claridad (i).
La cuestión de los cortafitegos ha hecho gastar
mares de tinta.
El único punto sobre el que todos los prácticos es-
tán de acuerdo es el de que su eficacia no es jamás
absoluta. El transporte aéreo de las llamas a gran-
des distancias es bien conocido. El autor añade al-
gunas observaciones personales, como la de haber
visto caer inflamadas, a más de 2 5 0 metros del fren-
te del fuego, hojas de alcornoque; ha visto también
fragmentos de corteza de pino halepensis alcanzar
en ignición una distancia de 4 0 0 metros, y le han ci-
tado distancias superiores, si bien no es posible dar
crédito a las referencias que señalan distancias de
1.500 ó 2 . 0 0 0 metros.
Entiende que el fin que se debe perseguir con el
(1) En Túnez, en la región de Tabarka, la demostra-
ción ha sido de lo más convincente.
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3. establecimiento de los cortafuegos es oponer, a la
vez, una solución de continuidad a la propagación
rastrera del incendio y de presentar el obstáculo de
una pantalla a la propagación por las copas.
Cree que ello es posible, y no comparte la opinión
del Conservador forestal M. Lombard, que no se
muestra muy convencido de la introducción de árbo-
les o plantas resistentes al fuego, que serán domina-
das por la mayor vitalidad de la flora autóctona;
pues él entiende, con muy bien criterio a nuestro
juicio, que no hay en esto regla general: las condi-
ciones locales del suelo, de exposición, topográfi-
cas, hidrológicas y de la flora espontánea misma,
conducen a resultados que pueden variar completa-
mente de una región a otra. Es aqui donde se mues-
tra la superioridad del práctico que orientará sus
ensayos de modo que los fracasos sean mínimos, ya
que el éxito siempre es evidentemente una quimera.
Si, en efecto, no hay reglas absolutas, existen desde
luego ciertas orientaciones en las que pueda uno
inspirarse con grandes probabilidades de éxito.
El sistema que preconiza —para Francia y norte
de África—para la formación de los cortafuegos tie-
ne por base a los eucaliptos y ciertas acacias, prin-
cipalmente las del grupo decurrens.
Los eucaliptos son muy numerosos. Los hay, por
así decir, para todos los gustos, y notablemente para
todas las categorías físicas y químicas de los suelos,
puesto que se encuentran incluso para los terrenos
salinos. Las especies recomendables para los corta-
fuegos son, evidentemente, las de los terrenos secos
y pedregosos: marginata, meliodora, oblicua, leu-
coxilon, brachypoda, o, al contrario, arenosos: do-
raloxylon y dumosa.
La acción de los eucaliptos es doble: en primer lu-
gar suprimen radicalmente toda vegetación bajo la
masa principal, no dan lugar ni al sotobosque ni al
tapiz herbáceo. El eucalipto crea, por su sola pre-
sencia, una faja de suelo desnudo. Además, su copa
es poco inflamable, y como su crecimiento es rápi-
do, puede alcanzarse rápidamente la constitución de
una pantalla protectora capaz de detener la propa-
gación del fuego por las copas y aun de oponerse en
cierta medida al transporte aéreo de las llamas.
La plantación de eucaliptos en las fajas cortafue-
gos actuales, tendría la ventaja de suprimir los gas-
tos de conservación, siempre costosos. Añádase que
los eucaliptos brotan bien de cepa; las plantaciones
adultas, después de haber sido objeto de cortas de
entresaca, formarían poco a poco una especie de
monte bajo huroneado, que llegaría a conservar per-
manentemente la densidad media de masa necesaria
para conservar el suelo desnudo.
Estas ideas no son un concepto puramente teóri-
co, están sancionadas por la experiencia. El autor
ha podido ver en Túnez un comienzo de incendio
detenido claramente por una faja de eucaliptos plan-
tados por la Compañía de ferrocarriles. Esta obser-
vación es la que le ha sugerido la idea que expone,
que empezó a ensayar en Túnez, con verdadero éxi-
to, pero que la falta de créditos y de tiempo no le
permitió desarrollar al extremo que hubiera deseado.
Añádase que las fajas así constituidas no serán
nunca improductivas. El eucalipto no está exento de
interés económico. El autor no es de los forestales
entusiastas de este árbol, pero reconoce que sería
una injusticia y un error no reconocerle cualidades
evidentes.
Los eucaliptos dan un carbón de muy buena ca-
lidad; los fustes pueden suministrar, según su diáme-
tro, buenas entibas (aunque un poco pesadas), pilo-
tes imputrescibles que resisten indefinidamente en el
mar, traviesas, y también madera para ebanistería
fina. Sin embargo, para estas dos últimas aplicaciones
no se pueden aceptar más que maderas que no tra-
bajen nada y que ni estén torcidas ni agrietadas, lo
que es muy raro. Es preciso, en efecto, para ello que
los troncos hayan estado a secar mucho tiempo (l)
y de preferencia bajo el agua, o al menos con gra-
pas en S en los dos extremos. Las condiciones eco-
nómicas del comercio de maderas en Norte de Áfri-
ca contienen estos requisitos, por otra parte elemen-
tales. En cuanto a su aplicación como madera de
construcción—que exige también maderas no agrie-
tadas—, el eucalipto es demasiado denso y general-
mente muy frágil, para que se le pueda recomendar.
(1) Un k¿o por lo meno
4. DEL INCENDIO DE «LAS GABARRAS. (GERONA)
Un rincón del bosque que en extensión de S.OOO Has. quedó reducido
a cenizas.
5.
6. M a p a f i a F a r a a l a l
Se deduce de esto que la constitución de un cor-
tafuegos, por ancho que sea, plantado de eucaliptos,
no perjudica lo más mínimo el buen rendimiento del
monte.
¿Estas plantaciones ofrecen grandes probabilida-
des de éxito?, se pregunta el autor, y no duda en la
afirmativa, si se eligen bien las especies, si las plan-
taciones se hacen con cuidado y no se da con un
suelo tan ingrato sobre el cual el eucalipto no pueda
brotar, como pudieran ser las calizas blancas denu-
dadas. Por lo demás, lo general es que las plantacio-
nes se logren si son bien dirigidas. Los límites del
empleo de los eucaliptos son los de las grandes hela-
das, aunque hay especies (Giinnii) que las soportan,
y su empleo se aconseja en Algeria en la zona del ce-
dro. Se podría, desde luego, ensayarle en los pinares
de las Cevennes; pero como el autor no tiene el sufi-
ciente conocimiento sobre esta especie, entiende que
esta afirmación suya no debe tener más alcance que
el de una indicación. Desde luego los sitios donde el
empleo de los eucaliptos en los cortafuegos presen-
ta interés son en los que no son de temer heladas
fuertes, como en Las Landas.
Los eucaliptos parece ser que no preocuparon a
la 'Comisión técnica temporal» de 1921-22, de lo que
se muestra extrañado M. Lavauden; por el contra-
rio, dicha Comisión fijó su atención en el empleo de
las acacias del grupo decurrens.
Estas acacias impiden también toda vegetación
bajo su vuelo; pero su copa es menos resistente que
la de los eucaliptos. En caso de siniestro, habrá, sin
duda, una fuerte proporción de los árboles del cor-
tafuegos que perecerán, las cepas inclusive. Tienen
también la desventaja de que las perjudica la seque-
dad y son, en suma, más delicadas. Por el contrario,
tiene la ventaja de que los gastos de plantación que-
dan suprimidos, porque se puede sin temor proce-
der a la siembra directa, muy espesa, por medio de
una labor ligera del suelo. No duda el autor en re-
comendar sin reservas la siembra directa, después
de la roza por el incendio para la obtención del cor-
tafuegos, si el otoño es lo suficientemente húmedo
para que esta roza no ofrezca peligros. Recomienda
también que, en caso de necesidad, no se espera el
invierno, y se procede a la roza sobre la superficie
sembrada en el otoño. Ha observado casos verda-
deramente curiosos bajo este aspecto.
Las acacias en cuestión dan una madera que si no
ha crecido muy rápidamente, puede ser magnífica
para carretería. Pero son sobre todo recomendables
porque proporciona su corteza un tanino muy estima-
do. Aquí tampoco la constitución de los cortafuegos
planteados de acacias perjudican en nada la produc-
ción del monte.
Por último se ha recomendado algunas veces el
cactus (Opuntia ficus-indica, L.) que ofrece eviden-
temente, en el caso de que se logre, una defensa
perfecta en la propagación del fuego sobre la super-
ficie. Son muchos los puntos de África del Norte
donde el empleo de esta planta podría ser intentado
con éxito; y si se emplease la variedad inerme se
tendría la ventaja de constituir una reserva alimen-
ticia muy valiosa para el ganado, en las épocas de
sequía. Pero es necesario hacer ensayos que no cos-
tarían muy caros. El cactus se multiplica por reto-
ño de sus palas con la mayor facilidad. Un sólo de-
talle práctico hay que observar: dejar pasar unos
días hasta que las palas se pongan algo lacias para
la plantación; las palas frescas se pudren casi
siempre.
P . DE CAÑIZAL.
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