Tema 8.- PROTECCION DE LOS SISTEMAS DE INFORMACIÓN.pdf
Mi pañal erotico.
1. ARNAU RIPOLLÉS, Mª. S. (2016): «Mi pañal erótico», en MONTAÑA HERNÁNDEZ, R. (Ed.) (2016): Más relatos
eróticos escritos por sexólogos. Vol. II. Valladolid: Isexus. ISBN: 978-84-940866-9-4. Págs. 193-197.
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Mi pañal
"erótico"
Soledad Arnau Ripollés
Creadora, Directora y Presentadora del
Programa de radio: «¡ACUÉSTATE
CONMIGO!» (www.radioyaloveras.com)
acuestateconmigo.ryaloveras@gmail.com
Hace tiempo que no sé de ti. La última vez que nos vimos, llegaste a
mediodía, con tu coche rojo granate. Era un día otoñal, ¡precioso!. Hacía
calor… El sol estaba intenso y, una ligera brisa movía alegremente las hojas de
los árboles.
El ruido de tu coche era inconfundible. Llegaste. Sin embargo, tardaste
un tiempo en bajar del vehículo. No entendíamos bien tu pequeña demora,
pero, ahí estábamos, esperándote en el porche.
En ese instante me encontraba acompañada de nuestras amistades
anfitrionas. Yo, había llegado unas horas antes. Ese día, madrugué. Estaba
ilusionada por verte.
Era un precioso domingo de otoño. El sol acariciaba mi rostro e impedía
que pudiera abrir suficientemente los ojos. ¡Me encanta sentir el calor del sol en
mi cara!. Como apenas podía abrirlos, cuando bajaste del coche y anduviste
por esas escaleras que te conducían hacia todXs nosotrXs -yo, prefería pensar
que te conducían hacia mí-, sentí un fuerte cosquilleo en el interior. No podía
verte, pero conforme te aproximabas, intuía el olor que desprendías a colonia
varonil.
Parecías recién salido de la lucha. ¡Estabas muy…, podríamos decir,
pulcro!. Bien peinado, limpio, con esa camisa verde turquesa y tus pantalones
vaqueros, y con tus botas muy muy limpias. Me pareciste un hombre muy
atractivo, como la primera vez que te vi, años antes.
Nada más te acercaste a mí para besarme, noté cómo ese cosquilleo se
hacía más intenso. De hecho, era, mejor dicho, una especie de…
"¡excitación!!!" Jajaja. Con sólo mirarte, y sentir tu barba en mi mejilla, me puse
muy excitada.
2. ARNAU RIPOLLÉS, Mª. S. (2016): «Mi pañal erótico», en MONTAÑA HERNÁNDEZ, R. (Ed.) (2016): Más relatos
eróticos escritos por sexólogos. Vol. II. Valladolid: Isexus. ISBN: 978-84-940866-9-4. Págs. 193-197.
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Tenías ganas de sentarte a mi lado -de, eso, no me cabía la menor
duda-. Mientras conversábamos entre ambos, y con nuestras amistades, ibas
acariciándome lenta y suavemente: el hombro, el brazo, la espalda… ¡El
momento en el que me retiraste el cabello de la cara, fue un instante fugaz y
muy sensual! Todavía tengo en mi mente tu mirada tierna y llena de deseo.
Necesitabas tocarme y, yo, también lo esperaba, con mucha ansia.
Sentir las yemas de tus dedos por mi cuerpo y mi cabello, me ponía a mil.
Éramos cuatro, e hicimos un primer brindis, tras abrir una botella de buen vino.
Mi asistente personal, quien veía que me encontraba radiante y nerviosa, se
apartó de esa escena, percibiendo que no le necesitaba. Se puso a hacer
llamadas telefónicas, y a aprovechar su tiempo.
Al comenzar la segunda botella de vino, nos dispusimos a comer. En la
mesa, estábamos las cinco personas. Mi asistente personal, me estaba dando
la comida, aunque, de vez en cuando, eras tú quien me daba el vino.
Recuerdo que reímos plácidamente. Intercambiamos muchas anécdotas,
y entre historia e historia, nuestras miradas se cruzaban continuamente. Me
encantaba la manera tan especial en que me mirabas los ojos, el cuello, los
senos… Reías, con alegría. Yo, no podía apartar mis ojos de tus labios…
De manera mágica y misteriosa, nuestras amistades y mi asistente
personal, tras finalizar de comer, desaparecieron de la escena. Se justificaban,
fumando o hablando por teléfono. Cualquier excusa era buena para dejarnos a
solas, y tranquilamente.
Tú y yo, seguíamos dialogando, riendo…; como, sin darnos cuenta de
todo lo demás que pasaba a nuestro alrededor. Seguías sentado a mi lado y,
ello, hacía posible que mientras reíamos, aproximáramos nuestros cuerpos,
uno hacia el otro. Lo hacíamos de manera muy armoniosa. Parecía que
nuestras bocas se buscasen.
Yo, no podía acariciarte con mis manos, pero, intentaba hacerlo con mi
mirada, y con mis palabras. Deseaba besarte y, para poder lograrlo, te lo tuve
que expresar, explícitamente. Me acariciaste la nariz y, con tu dedo pulgar,
hiciste un poco de presión sobre mis labios. Seguidamente, empezaste a besar
toda mi cara, hasta llegar a mi boca. ¡Seguías hablándome, mientras tanto!.
Tu beso era suave, al mismo tiempo que húmedo. Me acariciabas el
cabello, por lo que, con tu mano derecha, ejercías presión, sujetándome la
cabeza. Tus labios estaban llenos de saliva, que ibas esparciendo alrededor de
los míos.
Con tu otra mano, me proporcionabas múltiples caricias por todo el
rostro, el cabello, en el cuello…, llegando a mis senos. ¡Eran mis tetas, las que
habías descubierto!. Tocaste mi pezón. Sin separar tus labios de los míos, al
notar el pezón duro y erecto, manifestaste una discreta sonrisa, que te animó a
darme un primer mordisco en el labio inferior de mi boca.
Yo, ese día, me puse mi vestido, palabra de honor, de jersey, de color
gris oscuro, y con lentejuelas; medias negras, y de encaje; y, zapatos negros.
3. ARNAU RIPOLLÉS, Mª. S. (2016): «Mi pañal erótico», en MONTAÑA HERNÁNDEZ, R. (Ed.) (2016): Más relatos
eróticos escritos por sexólogos. Vol. II. Valladolid: Isexus. ISBN: 978-84-940866-9-4. Págs. 193-197.
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No me puse sujetador. Como suelo decir: "-soy una cuarentona, y con pechos
caídos -", jajaja. Pero, y aún así, aquella mañana no quise ponerme sujetador.
Cuando apretabas con tu mano izquierda mis senos, por encima del
vestido, éste, al ser de jersey, permitía pequeños agujeros que hacían que
pudieras notar mi piel directamente. Mientras tirabas de mis pezones, tu lengua
juguetona se introducía en mi boca fuertemente. Los dos teníamos mucha
saliva, compartiéndola.
Tocabas mis senos, con ganas. Los apretabas con fuerza y, los movías
en círculo, sin parar. Y, de un lado a otro.
Aunque teníamos cierta intimidad, queríamos más todavía. Nos apetecía
desnudarnos. Así que de manera disimulada entramos en la casa y, como ya
estaba obscureciendo, encendiste el fuego de la chimenea. En el monte, hay
un claro contraste de temperatura, de cuando el sol está presente a cuando se
oculta.
El atardecer, no podía ser más bonito de lo que estaba siendo, ni más
intenso. Sin embargo, los dos necesitábamos más. Te levantaste y, sacaste el
mechero para iniciar el fuego en la chimenea. Dejaste la puerta entreabierta
para que, yo, con mi silla de ruedas, pudiera entrar sin dificultad alguna.
Sonreíste de nuevo, al mirarme, mientras te aproximabas hacia la
puerta, para cerrarla. A todo el mundo le habíamos dicho que entrábamos en la
casa, porque teníamos frío e íbamos a ver la televisión, un rato.
Una vez más, buscaste, aún estando de pie, mis labios, para volver a
besarme. Yo, te los di de inmediato. Al separarte de mí, te apoyaste sobre el
sofá. En ese momento, rodé hacia ti lentamente para que, cuando estuviera
muy cerca, mis reposapiés no te golpeasen.
Esperaba un siguiente beso. Sin embargo, tocaste el botón para reclinar
el respaldo de mi silla hacia atrás y, me masajeaste ligeramente mi vientre. Me
mirabas con mucho deseo. Y, seguiste hacia estas tetas que te gustaban tanto.
Con tu lengua, embestiste de nuevo toda mi boca. Me levantabas el
vestido, para quitarlo y, de repente, paraste, efectuando una gran carcajada.
Recuerdo que te encantó aquella adaptación de pañal "erótico", que había
diseñado junto con una colega. En esta ocasión, era negro, con encaje incluido
y alguna que otra transparencia. Nada que ver con los que se ofrecen en las
farmacias. Me dijiste:
-Me parece una idea fantástica que hayas querido erotizar los pañales. Han quedado
geniales. Pero, ahora, lo que quiero es quitártelo, jajaja.
Retomaste más intensamente el beso que me estabas dando, dándome
bocados en la boca y, en los pezones. Llegó el momento de usar la grúa para
pasarme al sofá y, así, poder tumbarme.
Habías desabrochado el pañal, por lo que tus dedos iniciaron el viaje de
la seducción de los labios inferiores, frotándome toda la vulva y, en concreto, el
clítoris. Me tenías totalmente excitada.
4. ARNAU RIPOLLÉS, Mª. S. (2016): «Mi pañal erótico», en MONTAÑA HERNÁNDEZ, R. (Ed.) (2016): Más relatos
eróticos escritos por sexólogos. Vol. II. Valladolid: Isexus. ISBN: 978-84-940866-9-4. Págs. 193-197.
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Volviste a besarme en los labios y, te dispusiste a ponerme el arnés.
Conforme lo ibas poniendo, y aunque era la primera vez, ibas viendo que las
tiras de los agarres podían servir para jugar. Te pusiste una en tu boca abierta,
lo cual, impedía que, al besarme una vez más, nuestras lenguas pudieran
intercambiar espacio.
Cuando me tuviste colgada para realizar la transferencia, me subiste
todo lo posible para, estando tú arrodillado, pudieras besarme el trasero.
Empezaste a hacerlo locamente y, con la lengua, buscabas el agujero. Dabas
pequeños mordiscos, que me hacían reír, pero, sobre todo, me hacían
enloquecer de placer y de deseo.
Yo, aunque en esa posición apenas podía moverme, sin lugar a dudas,
reaccionaba a tus besos, lametones, mordiscos, moviéndome y jadeando. Te
pusiste de pie y, como eres tan alto, teniéndome en el aire, y poniéndote detrás
mío, empezaste a recorrerme con tus manos. Comenzando por la cabeza, la
cara, la boca, el cuello, los brazos, los pechos, tirando de los pezones,
acariciando mi vientre, explorando mi sexo, apretando los muslos, las piernas
y, llegando a los pies.
Ardía en deseo. Tú, estabas en un punto parecido. Tu pene estaba muy
abultado. Mientras me mantenías "colgada", te pusiste delante y, te quitaste la
ropa. Aquel aspecto inicial, a bebé y recién salido de la lucha, ya había
desaparecido. Te encontrabas muy excitado y sudoroso.
La escena era de lo más divertida. Cogiste la grúa, para realizar,
finalmente, la transferencia. ¡Ahí, me tuviste!. Tumbada en el sofá, boca arriba,
esperándote, a modo sumisa. ¡Quería dejarme hacer!.
Te pusiste a cuatro patas, encima mío. Poco a poco, tu cuerpo fue
acercándose a mí. Volviste a parar, de manera repentina, para pedirme que
fuera yo quien pida. ¡Querías ser mi sumiso!.
Es un tópico decir que lo que ocurrió en ese sofá fue brutal. Sin
embargo, así lo viví. Estabas en posición de misionero. Si recuerdas, sí quise
una penetración, pero, preferí que usases el dildo. Estaba tumbada boca arriba
y, tú, me ponías el aceite aromático, que llevaba en el neceser. Tus manos
estaban muy calientes. Las yemas de los dedos producían un tacto muy
intenso, aterciopelado por el aceite. Cogiste el dildo y lo pasaste por la boca y
por los pezones. Mientras, te pedía que me masajeases toda la vulva. Estaba
muy tórrida y, sentía que podría eyacular.
Cuando te lo expresé, vi que estabas sorprendido, pero, me dijiste que si
eso era lo que deseaba, me ayudabas, puesto que lo que querías era
complacerme.
Te acordaste del pañal "tuneado", para que fuera sexy y erótico, y, no
parabas de reír. Tu risa era contagiosa. Me decías:
- Tu pañal "erótico" es espectacular, preciosa. Has conseguido ponerme muy
cachondo, jajaja. Cuando quieras, podemos repetir. De hecho, deberíamos abrir una
pequeña empresa con este tipo de pañales. Nadie se imagina lo buenos que pueden
llegar a ser, jajaja.
5. ARNAU RIPOLLÉS, Mª. S. (2016): «Mi pañal erótico», en MONTAÑA HERNÁNDEZ, R. (Ed.) (2016): Más relatos
eróticos escritos por sexólogos. Vol. II. Valladolid: Isexus. ISBN: 978-84-940866-9-4. Págs. 193-197.
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Continuamos buscando posturas que nos dieran más juego. Me senté en
el sofá y, tú, en mi silla de ruedas. Quería verte desde esa perspectiva. Estabas
increíble. Desnudo, sentado en la silla de ruedas, desprendiendo grandes
carcajadas (estabas nervioso y especialmente excitado).
Te pedí que me pusieras, de nuevo, tumbada boca arriba, y que
volvieras a ponerme ese pañal. Con tu móvil, hiciste unas cuantas fotos. Lo
estábamos pasando bien. Todo resultaba muy divertido.
Llegó la noche y, teníamos que dejar nuestra aventura, para seguir con
nuestras amistades. Quisiste vestirme tú. Volviste a sentarme en la silla,
ayudado de la grúa. Entramos un segundo en el baño, para peinarme. Me diste
otro beso.
Cenamos, ante el fuego de la chimenea, y con la compañía de otra
buena botella de vino. Finalmente, tenías que irte. Tu coche no arrancó, por lo
que fui yo quien te llevó a tu casa. Mi coche lo conducía mi asistente personal.
Nos despedimos, allí, en tu portal. Aquel, se convirtió en el último beso que me
diste.
Hace tiempo que no sé de ti. En la actualidad, tengo una pequeña
empresa para diseñar pañales sugerentes y sensuales, jajaja. Cierto es que la
gente no se imagina el juego que proporcionan, pero, todo el mundo repite, tras
haberlos utilizado. Bien diseñados, se convierten en una bonita arma de
seducción.