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Los compradores en el mercado de Tenochtitlan


            José Luis DE ROJAS Y GUTIÉRREZ DF GANDARILLA
                 (Universidad Complutense de Madrid)




   La visita que Hernán Cortés hizo al mercado de Tíatelolco en su
primera estancia en Tenochtitlan le impresioné de tal forma que nos
ha legado una minuciosa descripción de él. También Bernal Díaz del
Castillo, que estuvo presente en la misma ocasión, quedó asombrado
por la riqueza y volumen de lo que allí se trataba, que era tanto que

        «el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí había sonaba
        más que de una legua» (Bernal Díaz, 1975: 193).

    El ordenamiento del mercado fue recogido por numerosos auto-
res, que incluyen una minuciosa descripción de los productos que se
vendían (Conquistador anónimo: 1971: 394; Sahagún, libro VIII, ca-
pítulo XIX, 1975: 475-476; Cervantes de Salazar, 1971, 1: 329-330;
Hernández, 1964: 80; Torquemada, 1969, II: SSS; Clavijero, 1976: 527).
    Algunos de ellos se atreven a aventurar una cifra de personas que
acudían a este mercado. El espectro varía desde ]os 30.000 (Cervantes
de Salazar, 1971, 1: 280) hasta los 80.000 (Zuazo, 1971: 360), pasando
por los 60fl00 de Cortés (1970: 62).
    De cualquier forma, todos coinciden en que el volumen de per-
 sonas que acudía diariamente al mercado era muy elevado, y nosotros
vamos a tratar de obtener una imagen de quiénes eran estas personas.
     En el presente trabajo nos ocuparemos especialmente de aquellos
 que hemos denominado compradores, quienes debían representar el
 número más elevado. De los vendedores y otras personas relacionadas
 con el mercado ya nos hemos ocupado en otro lugar (Rojas, 1981, ca-
 pítulo III).


Pevist.a española dc antropología americana, vot   XIII.   Ed. IJniv. Comp!. Madrid, 1983
96              J. L. de Rojas y Gutiérrez de GandariZia

    Para poder llevar a cabo nuestro propósito tenemos que realizar
un somero análisis de la situación de Ienochtitlan, y, sobre todo, de
la composición y recursos de su población, dado que las noticias di-
rectas sobre compras realizadas en el mercado son muy escasas.


                LA SITUACTON DE TENOCHIJILAN

     Los estudios sobre la organización económica azteca se centran
en la agricultura como la rama más importante de la producción.
Carrasco (1978: 24) señala que los medios fundamentales de produc-
ción son la tierra y el trabajo, ambos controlados por el mecanismo
político, pero parece dejar de lado el carácter de trabajo del comer-
cio y su sujeción al control político.
     Palerm (1972: 16) afirmaba que la ciudad sólo puede surgir con
una economía suficientemente productiva, capaz de mantener una
población concentrada, estable y especializada en tareas no agríco-
las. Más adelante (1972: 66-67) coloca entre los rasgos que posibilitan
el urbanismo, el comercio y la manufactura, siendo ésta consecuen-
cia de aquél.
     1-Iicks (1976: 68) afirma que no había salarios monetarios y que
los servicios se pagaban con tierras o, cuando no era posible, con
alojamiento y comida. Los nobles recibían tierras, y de ellas obtenían
el sustento.
     El panorama tradicional de la sociedad azteca nos muestra cómo
los nobles vivían del tributo que les pagaban sus renteros, y de las
donaciones del tlatoani, y que los macehuales cultivaban la tierra, la
cual les proporcionaba el sustento, más un plusprodueto que les per-
mitía cumplir sus obligaciones sociales.
     Pensamos que esa situación debe ser correcta para aquellos luga-
res en que se disponía de tierra de cultivo, pero que Tenoehtitlan cons-
tituye un caso aparte en la organización mexica.
     Es evidente que depende de la productividad dc la agricultura de
las regiones que le suministran los alimentos, bien por tributo, bien
por comercio, pero lo que nos preocupa es la forma en que subsiste
la población urbana, de la que sólo entre cl 5 y cl 14 por 100 era no-
ble (Hicks, 1974: 247), por lo que entre un 86 y un 95 por 100 debía
 trabajar para obtener el sustento diario.
     La gran afluencia de tributos que llegaba a Tenochtitlan no parece
haber remediado la situación de la masa dc población. Calnek (1978:
 100-101) opina que los tributos y la renta de la tierra se empleaban
para mantener a la nobleza hereditaria, a un ejército profesional y
 a un número extremadamente grande de personal administrativo. Se.
 liala que la distribución de alimentos a la población en general se
Los compradores en el mercado de Tenochtitlán             97

realizaba como un evento especial en la fiesta de Buey Tecuilhuitl.
    Los tributos podían canalizarse hacia el mercado si, como señala
Brumfiel (1980: 466), los productos que no eran alimentos eran usa-
dos por los nobles para adquirir éstos en el mercado.
    Berdan (1978: 89-90) sostiene que el desarrollo del tributo se pro-
dujo como un complemento a la actividad comercial, cuando la de-
manda urbana se hizo tan fuerte que descompensó la balanza comer-
cial, pues las provincias presentaban una menor demanda; por ello
fue necesario someterlas: era el único medio de obligarlas a producir
mas. Esta vision coincide en parte con el esquema de Brumfiel (1980:
466):

           «Thc population of the Triple Alliance capitals increased as
       larger bureaucratic staffs were needed to administer a growing
       empire, as greater numbers of conquered rulers were required to
       Lake up residence in the capitals, and as more craftsmen aud do-
       mestic found eniployenient in the service of the elite population. In
       other words, commercial intensification was a result of urban
       growth, and urban growth occurred because of thc expansion of
       the Triple Alliance sphcre of conquest.>
           (La población de las capitales de la Triple Alianza creció cuando
       se necesitó una gran plantilla de burócratas para administrar un
        imperio en expansion, cuando gran cantidad de gobernantes con-
        quistados tuvieron que establecer su residencia en las capitales, y
        cuando mas artesanos y empleados domésticos encontraron traba-
        jo en el servicio de la élite. En otra.s palabras, la intensiticación
        del comercio fue un resultado del crecimiento ¡irbano, y el creci-
        miento urbano ocurrió por la expansión de la esfera de conquista
        de la Triple Alianza.)

   Ahora bien, en la ciudad no disponían de tierras para cultivar, y
cuanto mayor era eí desarrollo menor era la disponibilidad de tierra.
Un autor como Molins Fabrega se anticipé al estudio de este proble-
ma. Molins (1954-55: 328) reconocía la existencia de calpultin en Te-
nocbtitlan, y que éstos poseían tierras, pero en cantidad inferior a
la necesaria, Y añade (1954-55: 329):

        «... debió existir en Tenochtitlan una parte considerable de pobla-
        ción dedicada a profesiones de tiempo completo, sin negar la posi-
        bilidad de que una grao parte de ellos dispusiera de lotes de tierra
        más o menos importantes para el cultivo de productos de consumo
        inmediato, pero en manera alguna autosuficientes en toda la exten-
        sión de la palabra, como pudieran serlo y debían serlo la mayolía
        dc los campesinos de regiones no urbanizadas del Valle. Toda esta
        población, que debió ser importante, necesitaría vivir de lo que
        aportaban los tributos al señor principal:
98                J. L. de Rojas y Gutiérrez de Gandarilla

            Para ellos la forma de adquirir lo necesario debía ser el cobro

        por su trabajo o por comercio.»
    Los principales estudios sobre la tierra de cultivo en la ciudad
han sido realizados por Edward Calnek, quien señala dos tipos resi-
denciales: uno con chinampas y otro sin ellas (Calnek, 1974: 16-18).
El tamaño de las parcelas oscila entr 4 y 1.377 metros cuadrados, no
llegando el promedio a los 500 metros cuadrados (Calnek, 1974: 47).
Por su parte, las casas tenían un promedio de 3040 metros cuadra-
dos, con un mínimo de 10 (Calnek, 1974: 30).
    Sus análisis le llevan a la conclusión de que las chinampas sólo
proporcionaban el 5,15 por 100 de las necesidades de una familia de
tamaño medio (Calnek, 1972: 114), y concluye diciendo que:

          <‘Tanto las fuentes de archivos como las históricas indican cla-
       ramente que los ciudadanos ordinarios, siempre que no disfrutaran
       del status de élites, no cultivaban la tierra ni la poseían en una
       escala significativa’> (1975: 47).

    Un cronista como Durán señala explícitamente el hecho de la ca-
rencia de tierra. Narra cómo muchos ciudadanos emigraron de Tenoch-
titían durante la sequía de 1451-1454, y cómo, cuando ésta finalizó,
no quisieron regresar:

           temiendo otro semejante suceso y sabiendo que la provincia
          - -

       mexicana carecía de tierí-a para sembrar y que todo el bastimento
       les había de venir de fuera..» (Durán, 1967, III, cap. XXX: 244).

    Otro ejemplo de la misma realidad nos lo proporciona la con-
quista de Tíatelolco, en la que se recompensó a los guerreros repar-
tiendo el mercado, pues no había tierras con que premiarlos (Durán,
 1967, II: 264).
    Al no existir autosuficiencia en la ciudad, las necesidades dc las
familias podían ser satisfechas:

       «   sólo si se empleaban mecanismos mercantiles relativamente im-
         - - -


       personales como medio principal de combinar bienes y servicios
       producidos por numerosas ocupaciones especializadas’> (Calnek,
       1978: 104-105).

    Apoya Calnek sus aseveraciones en diversos informes que testifican
la poca rentabilidad de la tierra, los ingresos de un oficio como me-
dio de vida y la compra de alimento en el mercado (1974: 48)- Brum-
fiel señala como actividad fundamental del mercado el suministro de
alimentos a la población urbana (1980: 460).
Los compradores en el mercado de Tenochtitlán              99

   Así pues, los dos supuestos básicos que nos van a permitir saber
quiénes son los compradores en el mercado son los siguientes:

    1. En Tenochtitlan no había tierra cultivable, y la población ob.
tenía el sustento mediante un trabajo.
    2. El producto de su trabajo, objeto manufacturado o salario era
intercambiado en el mercado por alimentos y materias primas.

    Tenochtitlan fue un centro de atracción de emigrantes, ilusionados
por la facilidad para encontrar trabajo (Calnek, 1976: 290). El carác-
ter de los emigrantes varía: para Katz (1975: 32) eran fundamental-
mente mercaderes, artesanos y esclavos, y para Brumfiel (1980: 474)
eran especialistas religiosos, políticos y económicos, estos últimos pro-
ductores de bienes dirigidos a] mercado.
    A tenor de los supuestos que hemos enunciado, dividiremos el
análisis de los compradores en dos partes: la primera se ocupará
de los testimonios que tenemos sobre compras en el mercado, y el
segundo versará sobre los oficios no directamente productivos exis-
tentes en Tenoehtitlan.

1)   TESTIMONIOS DF. COMPRAS

   Aparecen preferentemente en capítulos de las crónicas no dedica-
dos a la descripción del mercado. En ellos quedan reflejados qué
productos se venden y quiénes los compran.
    Consideramos de vital importancia estos datos, tanto directa como
indirectamente, pues son ellos los que nos permiten inferir que había
gente que se veía en la necesidad de adquirir sus suministros básicos
en el mercado, y por lo tanto son la base del estudio realizado en
el apartado 2.
    Acudimos, en primer lugar, a un pasaje que ya ha sido analizado
varias veces: el texto de Sahagún, en el que se describe cómo los
comerciantes que iban a partir de viaje iban a ver al tlatoani, Ahuit-
zotí, el cual les daba 1.600 mantas, con las cuales iban al mercado
de Tíatelolco.

           «Y con aquellas mantas luego se compra: mantas para prínci-
        pes, hechas de pluma, y mantas con pintura de águilas, y con cene-
        fas y orlas (le pluma y pañetes propios de príncipes, con puntas
        largas y camisas y faldellines de mujer bordados.» (Sahagún, li-
        bro IX, cap. II, 1975: 492-493; Garibay, 1961: 43).

   Una vez que habían comprado los bienes con los que comerciarían
por cuenta del Tlatoani, compraban ellos, los comerciantes:
100             1. L. de Rojas y Gutiérrez de Gandarilla

       «muchas otras alhajas y atavios para su propio trato y rescate,
       así atavios de hombres como de mujeres, así para principales como
       para comunes» (Sahagún, 1975: 493).

    De este modo, los Informantes de Sahagún nos proporcionan unos
clientes importantes de los mercados: los comerciantes de larga dis-
tancia, que se abastecían en sus lugares de origen. Esto concuerda
con Chapman (1976: 174), quien dice que los pochteca compraban
esclavos para exportar en los mercados, aunque nunca los vendían
en la Cuenca de México.
    Otro sector profesional que realizaba compras en los mercados
era el de los amanteca o trabajadores de la pluma.
    Carrasco (1978: 35) afirma que los amanteca que trabajaban por
su cuenta podían recibir las plumas de los clientes. A su vez, éstos
debían obtenerlas en alguna parte, y si procedieran siempre del tri-
buto, no se podría explicar su presencia entre los bienes puestos a
la venta en el mercado.
    Sahagún nos proporciona una gran cantidad de información en
el libro que dedicó a los comerciantes. En él se registra cómo éstos
compraban en el mercado productos destinados al comercio y pro-
ductos de consumo inmediato. Testimonio de lo primero son las pa-
labras que un comerciante pronunciaba en las celebraciones que efec-
tuaba antes de su partida:

       «ya tengo compradas las cosas con que tengo que rescatar por los
       pueblos por donde fuere; tengo compradas muchas navajas de pie-
       dra, y muchos casacabeles, y muchas agujas y grana, y piedra lum-
       bre« (Sahagún, libro IX, cap. III, 1975: 494-495).

    La prolijidad de Fray Bernardino nos ofrece un testimonio inapre-
ciable cuando enumera los productos con que el comerciante que daba
la fiesta iba a obsequiar a sus invitados. Estos productos eran obte-
nidos por compra (el texto nahuatí emplea los verbos couia, tíapatia,
nextia. Garibay, 1961: 124, 140; ver Simeón, 1977, y Molina, 1944).
    Entre los productos se encuentran alimentos, como los guajolotes,
perros> tomates, frijoles, chiles e incluso tamales ya hechos; hay tam-
bién agua, cacao de varias clases y vainilla; tabaco; leña y cañas com-
bustibles, y otros elementos como canastas, escudillas, cazoletas y
las paletas para remover el cacao, que recibían el nombre de molinilli.
(Sahagún, libro IX, cap. VII, 1975: 503; cap. X: 508; cap. XIII: 511;
Garibay, 1961: 90-91, 124-125, 140-141.)
    Otros compradores, que no son comerciantes, acuden también al
mercado cuando preparan sus fiestas. Sahagún nos describe cómo en
la fiesta de Etzalcualiztli, en los preparativos que se realizaban du-
rante los cuatro días en que se guardaba ayuno, los «sacristanejos»
Los compradores en el mercado de Tenocht¿tlán                101

disponían los ornamentos de los sacerdotes y de ellos mismos, entre
los cuales se encontraba un zurrón para llevar incienso, que recibía
el nombre de yiataztli:
           «Este zurrón de papel comprábase en el tianquez; también
        compraban unos sartales de palo, los cuales se vendían también en
        el tianquez» (Sahagún, libro II, cap. XXV, 1975: 117).

    Pero no es sólo Sahagún quien nos ofrece datos sobre la compra
en el mercado. Durán, quien no se ocupó directamente de él, nos re-
fiere un caso de utilización de los productos de una tierra para rea-
lizar compras:
           «También dieron a sus barrios [tierrasí para el culto de sus
        dioses, a cada barrio su suerte, para que lo que de allí se cogiese,
        se emplease en cosas y ornatos del culto de aquel dios que en
        aquel barrio o colación se celebraba. Y lo que mas se compraba
        era papel, hule, copal, almagre, y colores de azul y de amarillo, con
        que pintaban las capas y mitras o tiaras que ponían a sus ídolos, y
        en esto se expendía lo que de aquellas suertes de tierra se cogía»
         (Durán, 1967, II: 83).

   Hemos reservado para el final un dato que nos permite enlazar
con el apartado segundo. Corresponde a la plática hecha por las vie-
jas parientas del novio a la novia, después de la ceremonia:
            «Veis aquí cinco mantas que os da vuestro marido para que con
        ellas tratéis en. el mercado y con ellas compréis el chilli y la sal,
        y las teas y la leña con que habéis de guisar la comida» (Sahagún,
        libro VI, cap. XXIII, 1975: 366).

   Calnck (1978: 110) añade a la lista víveres y otros requisitos
domésticos, para lo que se basa en el Códice Florentino (Anderson
y Dibble, 1950-1969, libro VI: 132).
   El hecho de que el marido le dé a la esposa un bien empleado
como medio de cambio (Zorita, 1909: 117; Sahagún, libro IX, cap. II,
1975: 492-493; cap. X: 507) para realizar compras de artículos de pri-
mera necesidad, en una descripción de las ceremonias de casamiento,
nos lleva a suponer que era una pauta extendida. Por ello tendremos
que referirnos a los oficios que existían en Tenochtitlan para encon-
trar personas en las que se dieran las circunstancias descritas: nece-
sidad de compra de bienes de primera necesidad.

2.   OFicIos NO DIRECTAMENTE PRODUCTIVOS EN TENOcHTrVLAN

   Las fuentes mencionan un gran número de oficios no directamente
productivos en Tenochtitlan. Pensamos que estos profesionales eran,
102               J. L. de Rojas y Gutiérrez de Gandarilla

en su mayor parte, los compradores de alimentos en el mercado. Pm
ello, Sahagún (libro VIII, cap. XIX, 1975: 475) pudo afirmar que el
señor cuidaba del tianguiz «por amor a la clase popular».
    Entre ellos encontramos un numeroso grupo de especialistas en
el comercio. Unicamente los pochteca de más alto rango, poseedores
de tierras, no tendrían necesidad de acudir al mercado en busca de
alimentos. Este grupo incluye a los regatones y vendedores del mer-
cado y a los artesanos que trabajaban en él. Hay que incluir también
a los alguaciles que andaban por el tianguiz, y a los jueces encargados
de supervisar el buen orden en el mercado. No debemos olvidar a
los encargados del transporte por el agua («canoeros»), ni a los agua-
dores (para los oficios relacionados con el tianguiz, véase Rojas, 1981,
capítulos II y III), ni, por supuesto, los cargadores y ganapanes.
    La identificación de los tíameme con los ganapanes que se citan
en las crónicas y documentos del siglo xvi viene dada por Zorita
(1963: 87). Estos ganapanes ofrecían su trabajo en el mercado, y son
mencionados por Torquemada (1969, II: 558) y Zuazo (1971: 361).
Para tratar de aclarar qué entendían estos autores por «ganapán’>,
hemos acudido a una fuente contemporánea suya: el diccionario de
Alonso de Molina, cuyo original es de 1571 (Molina, 1944. Los tér-
minos son recogidos por Castillo, 1972: 112). Molina traduce por ga-
napán los siguientes vocablos nahuatí:

      tetiatiacilia: ocuparse reiteradamente en hacer algo manual para
          alguien. Simeón (1977) da: «trabaja para los demás, es un car-
          gador».
      momamamanamacaniz el que vende (namaca) sus manos (maití)
        para cargar (mama). Mo- es un prefijo verbal, y -ni un sufijo
        agente. Cargador, jornalero, el que vive de sus manos.
      momamaitoa: ofrecerse (itoa) a cargar (mama) o bien, alquilar las
        manos (maitoa, maitl). Alquilarse, empeñarse con alguien.
      motetiaquehualtia: alquilarse (tlaquehua) a alguien. Simeón (1977)
        registra el agente, y lo traduce por «jornalero ajustado, con-
        tratado, cargador, peón».

   De la información de los diccionarios se desprende que no cran
sólo cargadores los que ofrecían su fuerza de trabajo en el mercado.
El primer término puede referirse a otros trabajadores manuales
como los artesanos. Sobre este tema tenemos un testimonio de Her-
nán Cortés:

             «Hay en todos los mercados y lugares públicos de la dicha
          ciudad, todos los días, muchas personas, trabajadores y maestros
Los compradores en el mercado de Tenochtitlán            103

       de todos oficios> esperando quien los alquile por sus jornales»
       (1970: 66. Citado textualmente por Zorita, 1963: 91).

    Este podía ser el procedimiento seguido por los inmigrantes en
espera de un trabajo fijo, bien con un señor, en la administración,
o integrándose en un gremio.
    La afluencia de inmigrantes debió ser grande, ya que Tenochtitlan
no pudo haber alcanzado su desarrollo sólo con el crecimiento na-
tural de la población. Calnek ha puesto ya de manifiesto la existencia
de inmigrantes: artesanos, sobre todo lapidarios, de Xochimileo; poch-
tecas, de la Costa del Golfo; pintores de manuscritos (tlacuiloque),
probablemente descendientes de los tíailotíaca, grupo mixteco (Cal-
nek, 1976: 289).
    Muñoz Camargo (1892: 115) nos refiere cómo ante catástrofes na-
turales o guerras, gente del campo emigró a la ciudad. El caso de los
huexotzinca es recogido por Barlow (1948).
    Estos inmigrantes, una vez establecidos, e identificados o no con
el resto de la población, pudo desempeñar cualquier oficio. Ixtlilxo-
chití señala la existencia de más de treinta oficios diferentes (Casti-
lío, 1972: 90), y Bernal Díaz (1975:189) menciona canteros, albañiles
y carpinteros. Por su parte, Zorita (1963: 61) dice que:

           «Tenían y usaban muchos oficiales mecánicos, y con gran orden
        y concierto.”

   Una vez más, Sahagún nos ofrece la mayor cantidad de informa-
cion. Dedicó el libro X dc la Historia General a describir los aspectos
buenos y malos de los diferentes miembros de la sociedad mexicana,
y entre ellos aparecen los siguientes oficios:

      oficial mecánico               oficial de pluma
      platero                        herrero
      lapidario                      carpintero
      cantero                        albañil
      pintor                         cantor
      sabio                          módico
      brujos y hechiceros            astrólogo
      nigromántico                   procurador
      solicitador (de negocios)      sastre
      hiladores                      tejedores
      labradores                     hortelanos
      olleros                        mercaderes
104             1. L. de Ro¡as y Gutiérrez de Gandarifla

   Como se aprecia en la lista, Fray Bernardino equiparó los agri-
cultores y mercaderes con otros oficios, considerándolos profesiones
diferentes.
   Los padres imponían el trabajo a los hijos, y éstos, en general,
seguían el oficio del padre, aunque, según su habilidad o inclinación,
podían seguir otro (Zorita, 1963: 65). Respecto a este punto, encon-
tramos en el Códice Mendocino:

           «Los oficios de carpintero y lapidario y pintor y platero y guar-
       necedor de plumas, según que están figurados e intitulados, signifi-
       can que los tales maestros enseñaban los oficios a sus hijos, luego
       desde muchachos, para que siendo hombres se aplicasen por sus
       oficios y ocupasen el tiempo en cosas de virtud» (Códice Mendoci-
       no, 1979: 190-191, folios 69v, y 70r).

    A cambio de su trabajo, estos oficiales debían recibir una remu-
neraelón que, como ya hemos visto, difícilmente podía consistir en
tierras. Pensamos que se realizaba por medio de mercancías, y, sobre
todo, de artículos reconocidos como medios de cambio, los cuales
podían ser empleados para satisfacer las necesidades primarias. En
el caso de que el contratante fuera una persona pudiente o una ins-
titución, la remuneración podía consistir en el alojamiento y la ma-
nutención,
    Antes de pasar a lo que hemos denominado «oficios burocráticos»,
tenemos dos ejemplos más.
    El primero lo constituyen los cantores, cuyos servicios eran reque-
ridos en ocasiones particulares. Babia unos «cantores de los que
morían en la guerra>’, que se dedicaban exclusivamente a ese menes-
ter (Durán, 1967, II: 287), y Sahagún (libro IX, cap. X, 1975: 507)
cuenta cómo el tratante que compraba y vendía esclavos alquilaba
los cantores para que cantasen y tañesen el teponaztli, mientras los
esclavos danzaban en la plaza donde eran vendidos.
    El segundo lo constituyen las mujeres públicas, mencionadas por
Sahagún (1975: 127, 562), que identificamos con las «mancebas’> de
Motolinía (1967: 268).
    La burocracia del estado azteca era muy compleja. Sobre su or-
ganización nos habla Zorita (1963: 55), y nos la describe Durán
(1967, II: 313):

       «.  había centuriones y quincuagenarios y cuadragenarios y era
       que uno tenía cargo de veinte casas; otro de cuarenta; otros de
       cincuenta; otros de ciento. Y así tenían repartida toda la ciudad y
       todos los barrios. Porque el que tenía cien casas a cargo escogia
       y constituía otros cinco o seis de los que tenía por súbditos, y
       repartía entre ellos aquellas cien casas, para que aquellos, a las
Los compradores en el mercado de Tenochtitlán                105

       veinte casas o quince que les cabían, las guiase y mandase y acu-
       diese con sus tributos y hombres de servicio a las cosas públicas,
       y así eran los oficiales de las repúblicas tantos y tan innumerables,
       que no tenían cuenta.»

   El aparato judicial nos es bien conocido, y sabemos que los jue-
ces principales recibían tierras mientras estaban en e] cargo, pero,
además de ellos, había otros muchos empleados:

           «Puso (Motecuhzoma líhuicamina) diversos consistorios que
       eran como audiencias de oidores y alcaldes de corte; asimismo,
       otros subordinados como corregidores, alcaldes mayores, tenien-
       tes, alguaciles mayores e inferiores(.) en su casa y corte, oficiales
       que le servían de mayordomos, maestresalas, porteros, coperos,
       pajes y lacayos, los cuales eran sin número y en todo su reino sus
       factores, tesoreros y oficiales de Hacienda» (Códice Ramírez,
       1979: 83).

    Relacionados con los jueces, Zorita (1963: 55) cita los alguaciles
mayores, así como emplazadores y mensajeros, y destaca la presencia
de escribanos o pintores (idem: 54) que registraban las personas que
pleiteaban, sobre qué lo hacían, los testigos y las sentencias. Sahagún
(libro X, cap. VIII, 1975: 555) describe la actividad de los procura-
dores, que actúan en favor de uno de los bandos, llevando salario
por elío.
    El Códice Mendocino (1979: 190-191, folios 69 v-70 r) registra la
existencia de un mayordomo encargado de las obras públicas y de
un tecuhtli encargado de reparar las calles y puentes, el cual con-
taba con un mandón que actuaba como alguacil (idem: 179, folio 64).
    Muy interesante es el testimonio de Cervantes de Salazar, quien
habla de la ciudad en los siguientes términos:

          -. no había día en que, por lo menos, en cada calle no anduviesen
       mil.l hombres barriéndola y regándola, poniendo de noche por sus
       trechos grandes braseros de fuego, y en el entretanto que unos
       dormían velaban otros> de manera que siempre había quien de
       noche y de día tuviese cuenta con la ciudad y con lo que en ella
       subeedía» (Cervantes de Salazar, 1971, 1: 349).

    De hecho, tuvieron que existir servicios destinados a mantener la
infraestructura de la ciudad, en los que debe incluirse tanto la lim-
pieza como el mantenimiento de los canales, acequias y calzadas, de
los albarradones, los templos, los acueductos, en los que debemos
destacar los individuos que suministraban el agua a las canoas (Cor-
tés, 1970: 65-66), y servicios sanitarios, como sería el encargado de
retirar las canoas de yenda de hombre (Bernal Díaz, 1975: 191).
106                J. L. de Rojas y Gutiérrez de Gandarilla

    Dada la gran capacidad organizativa de que hicieron gala los az-
tecas, en especial en la recaudación del tributo, no es posible pensar
que descuidaran el mantenimiento y apariencia de su ciudad, que
tanto asombró a los españoles.
    Debemos considerar que numerosos datos no han aparecido aún>
pero que tales servicios, u otros similares, existían.
    Estas inferencias se refuerzan cuando encontramos datos aislados
sobre personas especializadas en tareas tales como calentar los temaz-
cales y llevar a cabo los ritos necesarios para que los baños aprove-
charan a quienes los tomaran, a cambio de lo cual recibían:

        «cierta cantidad de mazorcas o cacao o de algunas semillas» (Durán,
        1967, 1: 176).


CONCLUSIONES

    El papel del mercado como mecanismo fundamental en el abas-
tecimiento de alimentos en Tenochtitlan ha sido expuesto ya en varias
ocasiones (Brumfiel, 1980; Parsons, 1976; Smith, 1979; Calnek, 1978).
    El análisis de la función del mercado, del que hemos expuesto
una pequeña parte, no puede disociarse del estudio del conjunto de
la sociedad mexica. De esta forma, hemos visto cómo podemos ex-
plicar quiénes son los compradores a través de un análisis de las
ocupaciones de la población de la capital de la Triple Alianza, pero
el estudio no acaba ahí.
    Es necesario dilucidar la extensión del uso de los medios de cam-
bio para facilitar las actividades comerciales diarias, y para ello, las
fuentes deben ser examinadas desde nuevos puntos de vista. Entre
éstos destacamos la búsqueda de contratos y salarios en la ciudad
azteca y la distribución profesional de la población urbana, como
claves para entender la posición de la capital política y administra-
tiva del vasto «imperio’> azteca.


                             BIBLIOGRAFíA

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Los compradores del mercado de Tenochtitlán

  • 1. Los compradores en el mercado de Tenochtitlan José Luis DE ROJAS Y GUTIÉRREZ DF GANDARILLA (Universidad Complutense de Madrid) La visita que Hernán Cortés hizo al mercado de Tíatelolco en su primera estancia en Tenochtitlan le impresioné de tal forma que nos ha legado una minuciosa descripción de él. También Bernal Díaz del Castillo, que estuvo presente en la misma ocasión, quedó asombrado por la riqueza y volumen de lo que allí se trataba, que era tanto que «el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí había sonaba más que de una legua» (Bernal Díaz, 1975: 193). El ordenamiento del mercado fue recogido por numerosos auto- res, que incluyen una minuciosa descripción de los productos que se vendían (Conquistador anónimo: 1971: 394; Sahagún, libro VIII, ca- pítulo XIX, 1975: 475-476; Cervantes de Salazar, 1971, 1: 329-330; Hernández, 1964: 80; Torquemada, 1969, II: SSS; Clavijero, 1976: 527). Algunos de ellos se atreven a aventurar una cifra de personas que acudían a este mercado. El espectro varía desde ]os 30.000 (Cervantes de Salazar, 1971, 1: 280) hasta los 80.000 (Zuazo, 1971: 360), pasando por los 60fl00 de Cortés (1970: 62). De cualquier forma, todos coinciden en que el volumen de per- sonas que acudía diariamente al mercado era muy elevado, y nosotros vamos a tratar de obtener una imagen de quiénes eran estas personas. En el presente trabajo nos ocuparemos especialmente de aquellos que hemos denominado compradores, quienes debían representar el número más elevado. De los vendedores y otras personas relacionadas con el mercado ya nos hemos ocupado en otro lugar (Rojas, 1981, ca- pítulo III). Pevist.a española dc antropología americana, vot XIII. Ed. IJniv. Comp!. Madrid, 1983
  • 2. 96 J. L. de Rojas y Gutiérrez de GandariZia Para poder llevar a cabo nuestro propósito tenemos que realizar un somero análisis de la situación de Ienochtitlan, y, sobre todo, de la composición y recursos de su población, dado que las noticias di- rectas sobre compras realizadas en el mercado son muy escasas. LA SITUACTON DE TENOCHIJILAN Los estudios sobre la organización económica azteca se centran en la agricultura como la rama más importante de la producción. Carrasco (1978: 24) señala que los medios fundamentales de produc- ción son la tierra y el trabajo, ambos controlados por el mecanismo político, pero parece dejar de lado el carácter de trabajo del comer- cio y su sujeción al control político. Palerm (1972: 16) afirmaba que la ciudad sólo puede surgir con una economía suficientemente productiva, capaz de mantener una población concentrada, estable y especializada en tareas no agríco- las. Más adelante (1972: 66-67) coloca entre los rasgos que posibilitan el urbanismo, el comercio y la manufactura, siendo ésta consecuen- cia de aquél. 1-Iicks (1976: 68) afirma que no había salarios monetarios y que los servicios se pagaban con tierras o, cuando no era posible, con alojamiento y comida. Los nobles recibían tierras, y de ellas obtenían el sustento. El panorama tradicional de la sociedad azteca nos muestra cómo los nobles vivían del tributo que les pagaban sus renteros, y de las donaciones del tlatoani, y que los macehuales cultivaban la tierra, la cual les proporcionaba el sustento, más un plusprodueto que les per- mitía cumplir sus obligaciones sociales. Pensamos que esa situación debe ser correcta para aquellos luga- res en que se disponía de tierra de cultivo, pero que Tenoehtitlan cons- tituye un caso aparte en la organización mexica. Es evidente que depende de la productividad dc la agricultura de las regiones que le suministran los alimentos, bien por tributo, bien por comercio, pero lo que nos preocupa es la forma en que subsiste la población urbana, de la que sólo entre cl 5 y cl 14 por 100 era no- ble (Hicks, 1974: 247), por lo que entre un 86 y un 95 por 100 debía trabajar para obtener el sustento diario. La gran afluencia de tributos que llegaba a Tenochtitlan no parece haber remediado la situación de la masa dc población. Calnek (1978: 100-101) opina que los tributos y la renta de la tierra se empleaban para mantener a la nobleza hereditaria, a un ejército profesional y a un número extremadamente grande de personal administrativo. Se. liala que la distribución de alimentos a la población en general se
  • 3. Los compradores en el mercado de Tenochtitlán 97 realizaba como un evento especial en la fiesta de Buey Tecuilhuitl. Los tributos podían canalizarse hacia el mercado si, como señala Brumfiel (1980: 466), los productos que no eran alimentos eran usa- dos por los nobles para adquirir éstos en el mercado. Berdan (1978: 89-90) sostiene que el desarrollo del tributo se pro- dujo como un complemento a la actividad comercial, cuando la de- manda urbana se hizo tan fuerte que descompensó la balanza comer- cial, pues las provincias presentaban una menor demanda; por ello fue necesario someterlas: era el único medio de obligarlas a producir mas. Esta vision coincide en parte con el esquema de Brumfiel (1980: 466): «Thc population of the Triple Alliance capitals increased as larger bureaucratic staffs were needed to administer a growing empire, as greater numbers of conquered rulers were required to Lake up residence in the capitals, and as more craftsmen aud do- mestic found eniployenient in the service of the elite population. In other words, commercial intensification was a result of urban growth, and urban growth occurred because of thc expansion of the Triple Alliance sphcre of conquest.> (La población de las capitales de la Triple Alianza creció cuando se necesitó una gran plantilla de burócratas para administrar un imperio en expansion, cuando gran cantidad de gobernantes con- quistados tuvieron que establecer su residencia en las capitales, y cuando mas artesanos y empleados domésticos encontraron traba- jo en el servicio de la élite. En otra.s palabras, la intensiticación del comercio fue un resultado del crecimiento ¡irbano, y el creci- miento urbano ocurrió por la expansión de la esfera de conquista de la Triple Alianza.) Ahora bien, en la ciudad no disponían de tierras para cultivar, y cuanto mayor era eí desarrollo menor era la disponibilidad de tierra. Un autor como Molins Fabrega se anticipé al estudio de este proble- ma. Molins (1954-55: 328) reconocía la existencia de calpultin en Te- nocbtitlan, y que éstos poseían tierras, pero en cantidad inferior a la necesaria, Y añade (1954-55: 329): «... debió existir en Tenochtitlan una parte considerable de pobla- ción dedicada a profesiones de tiempo completo, sin negar la posi- bilidad de que una grao parte de ellos dispusiera de lotes de tierra más o menos importantes para el cultivo de productos de consumo inmediato, pero en manera alguna autosuficientes en toda la exten- sión de la palabra, como pudieran serlo y debían serlo la mayolía dc los campesinos de regiones no urbanizadas del Valle. Toda esta población, que debió ser importante, necesitaría vivir de lo que aportaban los tributos al señor principal:
  • 4. 98 J. L. de Rojas y Gutiérrez de Gandarilla Para ellos la forma de adquirir lo necesario debía ser el cobro por su trabajo o por comercio.» Los principales estudios sobre la tierra de cultivo en la ciudad han sido realizados por Edward Calnek, quien señala dos tipos resi- denciales: uno con chinampas y otro sin ellas (Calnek, 1974: 16-18). El tamaño de las parcelas oscila entr 4 y 1.377 metros cuadrados, no llegando el promedio a los 500 metros cuadrados (Calnek, 1974: 47). Por su parte, las casas tenían un promedio de 3040 metros cuadra- dos, con un mínimo de 10 (Calnek, 1974: 30). Sus análisis le llevan a la conclusión de que las chinampas sólo proporcionaban el 5,15 por 100 de las necesidades de una familia de tamaño medio (Calnek, 1972: 114), y concluye diciendo que: <‘Tanto las fuentes de archivos como las históricas indican cla- ramente que los ciudadanos ordinarios, siempre que no disfrutaran del status de élites, no cultivaban la tierra ni la poseían en una escala significativa’> (1975: 47). Un cronista como Durán señala explícitamente el hecho de la ca- rencia de tierra. Narra cómo muchos ciudadanos emigraron de Tenoch- titían durante la sequía de 1451-1454, y cómo, cuando ésta finalizó, no quisieron regresar: temiendo otro semejante suceso y sabiendo que la provincia - - mexicana carecía de tierí-a para sembrar y que todo el bastimento les había de venir de fuera..» (Durán, 1967, III, cap. XXX: 244). Otro ejemplo de la misma realidad nos lo proporciona la con- quista de Tíatelolco, en la que se recompensó a los guerreros repar- tiendo el mercado, pues no había tierras con que premiarlos (Durán, 1967, II: 264). Al no existir autosuficiencia en la ciudad, las necesidades dc las familias podían ser satisfechas: « sólo si se empleaban mecanismos mercantiles relativamente im- - - - personales como medio principal de combinar bienes y servicios producidos por numerosas ocupaciones especializadas’> (Calnek, 1978: 104-105). Apoya Calnek sus aseveraciones en diversos informes que testifican la poca rentabilidad de la tierra, los ingresos de un oficio como me- dio de vida y la compra de alimento en el mercado (1974: 48)- Brum- fiel señala como actividad fundamental del mercado el suministro de alimentos a la población urbana (1980: 460).
  • 5. Los compradores en el mercado de Tenochtitlán 99 Así pues, los dos supuestos básicos que nos van a permitir saber quiénes son los compradores en el mercado son los siguientes: 1. En Tenochtitlan no había tierra cultivable, y la población ob. tenía el sustento mediante un trabajo. 2. El producto de su trabajo, objeto manufacturado o salario era intercambiado en el mercado por alimentos y materias primas. Tenochtitlan fue un centro de atracción de emigrantes, ilusionados por la facilidad para encontrar trabajo (Calnek, 1976: 290). El carác- ter de los emigrantes varía: para Katz (1975: 32) eran fundamental- mente mercaderes, artesanos y esclavos, y para Brumfiel (1980: 474) eran especialistas religiosos, políticos y económicos, estos últimos pro- ductores de bienes dirigidos a] mercado. A tenor de los supuestos que hemos enunciado, dividiremos el análisis de los compradores en dos partes: la primera se ocupará de los testimonios que tenemos sobre compras en el mercado, y el segundo versará sobre los oficios no directamente productivos exis- tentes en Tenoehtitlan. 1) TESTIMONIOS DF. COMPRAS Aparecen preferentemente en capítulos de las crónicas no dedica- dos a la descripción del mercado. En ellos quedan reflejados qué productos se venden y quiénes los compran. Consideramos de vital importancia estos datos, tanto directa como indirectamente, pues son ellos los que nos permiten inferir que había gente que se veía en la necesidad de adquirir sus suministros básicos en el mercado, y por lo tanto son la base del estudio realizado en el apartado 2. Acudimos, en primer lugar, a un pasaje que ya ha sido analizado varias veces: el texto de Sahagún, en el que se describe cómo los comerciantes que iban a partir de viaje iban a ver al tlatoani, Ahuit- zotí, el cual les daba 1.600 mantas, con las cuales iban al mercado de Tíatelolco. «Y con aquellas mantas luego se compra: mantas para prínci- pes, hechas de pluma, y mantas con pintura de águilas, y con cene- fas y orlas (le pluma y pañetes propios de príncipes, con puntas largas y camisas y faldellines de mujer bordados.» (Sahagún, li- bro IX, cap. II, 1975: 492-493; Garibay, 1961: 43). Una vez que habían comprado los bienes con los que comerciarían por cuenta del Tlatoani, compraban ellos, los comerciantes:
  • 6. 100 1. L. de Rojas y Gutiérrez de Gandarilla «muchas otras alhajas y atavios para su propio trato y rescate, así atavios de hombres como de mujeres, así para principales como para comunes» (Sahagún, 1975: 493). De este modo, los Informantes de Sahagún nos proporcionan unos clientes importantes de los mercados: los comerciantes de larga dis- tancia, que se abastecían en sus lugares de origen. Esto concuerda con Chapman (1976: 174), quien dice que los pochteca compraban esclavos para exportar en los mercados, aunque nunca los vendían en la Cuenca de México. Otro sector profesional que realizaba compras en los mercados era el de los amanteca o trabajadores de la pluma. Carrasco (1978: 35) afirma que los amanteca que trabajaban por su cuenta podían recibir las plumas de los clientes. A su vez, éstos debían obtenerlas en alguna parte, y si procedieran siempre del tri- buto, no se podría explicar su presencia entre los bienes puestos a la venta en el mercado. Sahagún nos proporciona una gran cantidad de información en el libro que dedicó a los comerciantes. En él se registra cómo éstos compraban en el mercado productos destinados al comercio y pro- ductos de consumo inmediato. Testimonio de lo primero son las pa- labras que un comerciante pronunciaba en las celebraciones que efec- tuaba antes de su partida: «ya tengo compradas las cosas con que tengo que rescatar por los pueblos por donde fuere; tengo compradas muchas navajas de pie- dra, y muchos casacabeles, y muchas agujas y grana, y piedra lum- bre« (Sahagún, libro IX, cap. III, 1975: 494-495). La prolijidad de Fray Bernardino nos ofrece un testimonio inapre- ciable cuando enumera los productos con que el comerciante que daba la fiesta iba a obsequiar a sus invitados. Estos productos eran obte- nidos por compra (el texto nahuatí emplea los verbos couia, tíapatia, nextia. Garibay, 1961: 124, 140; ver Simeón, 1977, y Molina, 1944). Entre los productos se encuentran alimentos, como los guajolotes, perros> tomates, frijoles, chiles e incluso tamales ya hechos; hay tam- bién agua, cacao de varias clases y vainilla; tabaco; leña y cañas com- bustibles, y otros elementos como canastas, escudillas, cazoletas y las paletas para remover el cacao, que recibían el nombre de molinilli. (Sahagún, libro IX, cap. VII, 1975: 503; cap. X: 508; cap. XIII: 511; Garibay, 1961: 90-91, 124-125, 140-141.) Otros compradores, que no son comerciantes, acuden también al mercado cuando preparan sus fiestas. Sahagún nos describe cómo en la fiesta de Etzalcualiztli, en los preparativos que se realizaban du- rante los cuatro días en que se guardaba ayuno, los «sacristanejos»
  • 7. Los compradores en el mercado de Tenocht¿tlán 101 disponían los ornamentos de los sacerdotes y de ellos mismos, entre los cuales se encontraba un zurrón para llevar incienso, que recibía el nombre de yiataztli: «Este zurrón de papel comprábase en el tianquez; también compraban unos sartales de palo, los cuales se vendían también en el tianquez» (Sahagún, libro II, cap. XXV, 1975: 117). Pero no es sólo Sahagún quien nos ofrece datos sobre la compra en el mercado. Durán, quien no se ocupó directamente de él, nos re- fiere un caso de utilización de los productos de una tierra para rea- lizar compras: «También dieron a sus barrios [tierrasí para el culto de sus dioses, a cada barrio su suerte, para que lo que de allí se cogiese, se emplease en cosas y ornatos del culto de aquel dios que en aquel barrio o colación se celebraba. Y lo que mas se compraba era papel, hule, copal, almagre, y colores de azul y de amarillo, con que pintaban las capas y mitras o tiaras que ponían a sus ídolos, y en esto se expendía lo que de aquellas suertes de tierra se cogía» (Durán, 1967, II: 83). Hemos reservado para el final un dato que nos permite enlazar con el apartado segundo. Corresponde a la plática hecha por las vie- jas parientas del novio a la novia, después de la ceremonia: «Veis aquí cinco mantas que os da vuestro marido para que con ellas tratéis en. el mercado y con ellas compréis el chilli y la sal, y las teas y la leña con que habéis de guisar la comida» (Sahagún, libro VI, cap. XXIII, 1975: 366). Calnck (1978: 110) añade a la lista víveres y otros requisitos domésticos, para lo que se basa en el Códice Florentino (Anderson y Dibble, 1950-1969, libro VI: 132). El hecho de que el marido le dé a la esposa un bien empleado como medio de cambio (Zorita, 1909: 117; Sahagún, libro IX, cap. II, 1975: 492-493; cap. X: 507) para realizar compras de artículos de pri- mera necesidad, en una descripción de las ceremonias de casamiento, nos lleva a suponer que era una pauta extendida. Por ello tendremos que referirnos a los oficios que existían en Tenochtitlan para encon- trar personas en las que se dieran las circunstancias descritas: nece- sidad de compra de bienes de primera necesidad. 2. OFicIos NO DIRECTAMENTE PRODUCTIVOS EN TENOcHTrVLAN Las fuentes mencionan un gran número de oficios no directamente productivos en Tenochtitlan. Pensamos que estos profesionales eran,
  • 8. 102 J. L. de Rojas y Gutiérrez de Gandarilla en su mayor parte, los compradores de alimentos en el mercado. Pm ello, Sahagún (libro VIII, cap. XIX, 1975: 475) pudo afirmar que el señor cuidaba del tianguiz «por amor a la clase popular». Entre ellos encontramos un numeroso grupo de especialistas en el comercio. Unicamente los pochteca de más alto rango, poseedores de tierras, no tendrían necesidad de acudir al mercado en busca de alimentos. Este grupo incluye a los regatones y vendedores del mer- cado y a los artesanos que trabajaban en él. Hay que incluir también a los alguaciles que andaban por el tianguiz, y a los jueces encargados de supervisar el buen orden en el mercado. No debemos olvidar a los encargados del transporte por el agua («canoeros»), ni a los agua- dores (para los oficios relacionados con el tianguiz, véase Rojas, 1981, capítulos II y III), ni, por supuesto, los cargadores y ganapanes. La identificación de los tíameme con los ganapanes que se citan en las crónicas y documentos del siglo xvi viene dada por Zorita (1963: 87). Estos ganapanes ofrecían su trabajo en el mercado, y son mencionados por Torquemada (1969, II: 558) y Zuazo (1971: 361). Para tratar de aclarar qué entendían estos autores por «ganapán’>, hemos acudido a una fuente contemporánea suya: el diccionario de Alonso de Molina, cuyo original es de 1571 (Molina, 1944. Los tér- minos son recogidos por Castillo, 1972: 112). Molina traduce por ga- napán los siguientes vocablos nahuatí: tetiatiacilia: ocuparse reiteradamente en hacer algo manual para alguien. Simeón (1977) da: «trabaja para los demás, es un car- gador». momamamanamacaniz el que vende (namaca) sus manos (maití) para cargar (mama). Mo- es un prefijo verbal, y -ni un sufijo agente. Cargador, jornalero, el que vive de sus manos. momamaitoa: ofrecerse (itoa) a cargar (mama) o bien, alquilar las manos (maitoa, maitl). Alquilarse, empeñarse con alguien. motetiaquehualtia: alquilarse (tlaquehua) a alguien. Simeón (1977) registra el agente, y lo traduce por «jornalero ajustado, con- tratado, cargador, peón». De la información de los diccionarios se desprende que no cran sólo cargadores los que ofrecían su fuerza de trabajo en el mercado. El primer término puede referirse a otros trabajadores manuales como los artesanos. Sobre este tema tenemos un testimonio de Her- nán Cortés: «Hay en todos los mercados y lugares públicos de la dicha ciudad, todos los días, muchas personas, trabajadores y maestros
  • 9. Los compradores en el mercado de Tenochtitlán 103 de todos oficios> esperando quien los alquile por sus jornales» (1970: 66. Citado textualmente por Zorita, 1963: 91). Este podía ser el procedimiento seguido por los inmigrantes en espera de un trabajo fijo, bien con un señor, en la administración, o integrándose en un gremio. La afluencia de inmigrantes debió ser grande, ya que Tenochtitlan no pudo haber alcanzado su desarrollo sólo con el crecimiento na- tural de la población. Calnek ha puesto ya de manifiesto la existencia de inmigrantes: artesanos, sobre todo lapidarios, de Xochimileo; poch- tecas, de la Costa del Golfo; pintores de manuscritos (tlacuiloque), probablemente descendientes de los tíailotíaca, grupo mixteco (Cal- nek, 1976: 289). Muñoz Camargo (1892: 115) nos refiere cómo ante catástrofes na- turales o guerras, gente del campo emigró a la ciudad. El caso de los huexotzinca es recogido por Barlow (1948). Estos inmigrantes, una vez establecidos, e identificados o no con el resto de la población, pudo desempeñar cualquier oficio. Ixtlilxo- chití señala la existencia de más de treinta oficios diferentes (Casti- lío, 1972: 90), y Bernal Díaz (1975:189) menciona canteros, albañiles y carpinteros. Por su parte, Zorita (1963: 61) dice que: «Tenían y usaban muchos oficiales mecánicos, y con gran orden y concierto.” Una vez más, Sahagún nos ofrece la mayor cantidad de informa- cion. Dedicó el libro X dc la Historia General a describir los aspectos buenos y malos de los diferentes miembros de la sociedad mexicana, y entre ellos aparecen los siguientes oficios: oficial mecánico oficial de pluma platero herrero lapidario carpintero cantero albañil pintor cantor sabio módico brujos y hechiceros astrólogo nigromántico procurador solicitador (de negocios) sastre hiladores tejedores labradores hortelanos olleros mercaderes
  • 10. 104 1. L. de Ro¡as y Gutiérrez de Gandarifla Como se aprecia en la lista, Fray Bernardino equiparó los agri- cultores y mercaderes con otros oficios, considerándolos profesiones diferentes. Los padres imponían el trabajo a los hijos, y éstos, en general, seguían el oficio del padre, aunque, según su habilidad o inclinación, podían seguir otro (Zorita, 1963: 65). Respecto a este punto, encon- tramos en el Códice Mendocino: «Los oficios de carpintero y lapidario y pintor y platero y guar- necedor de plumas, según que están figurados e intitulados, signifi- can que los tales maestros enseñaban los oficios a sus hijos, luego desde muchachos, para que siendo hombres se aplicasen por sus oficios y ocupasen el tiempo en cosas de virtud» (Códice Mendoci- no, 1979: 190-191, folios 69v, y 70r). A cambio de su trabajo, estos oficiales debían recibir una remu- neraelón que, como ya hemos visto, difícilmente podía consistir en tierras. Pensamos que se realizaba por medio de mercancías, y, sobre todo, de artículos reconocidos como medios de cambio, los cuales podían ser empleados para satisfacer las necesidades primarias. En el caso de que el contratante fuera una persona pudiente o una ins- titución, la remuneración podía consistir en el alojamiento y la ma- nutención, Antes de pasar a lo que hemos denominado «oficios burocráticos», tenemos dos ejemplos más. El primero lo constituyen los cantores, cuyos servicios eran reque- ridos en ocasiones particulares. Babia unos «cantores de los que morían en la guerra>’, que se dedicaban exclusivamente a ese menes- ter (Durán, 1967, II: 287), y Sahagún (libro IX, cap. X, 1975: 507) cuenta cómo el tratante que compraba y vendía esclavos alquilaba los cantores para que cantasen y tañesen el teponaztli, mientras los esclavos danzaban en la plaza donde eran vendidos. El segundo lo constituyen las mujeres públicas, mencionadas por Sahagún (1975: 127, 562), que identificamos con las «mancebas’> de Motolinía (1967: 268). La burocracia del estado azteca era muy compleja. Sobre su or- ganización nos habla Zorita (1963: 55), y nos la describe Durán (1967, II: 313): «. había centuriones y quincuagenarios y cuadragenarios y era que uno tenía cargo de veinte casas; otro de cuarenta; otros de cincuenta; otros de ciento. Y así tenían repartida toda la ciudad y todos los barrios. Porque el que tenía cien casas a cargo escogia y constituía otros cinco o seis de los que tenía por súbditos, y repartía entre ellos aquellas cien casas, para que aquellos, a las
  • 11. Los compradores en el mercado de Tenochtitlán 105 veinte casas o quince que les cabían, las guiase y mandase y acu- diese con sus tributos y hombres de servicio a las cosas públicas, y así eran los oficiales de las repúblicas tantos y tan innumerables, que no tenían cuenta.» El aparato judicial nos es bien conocido, y sabemos que los jue- ces principales recibían tierras mientras estaban en e] cargo, pero, además de ellos, había otros muchos empleados: «Puso (Motecuhzoma líhuicamina) diversos consistorios que eran como audiencias de oidores y alcaldes de corte; asimismo, otros subordinados como corregidores, alcaldes mayores, tenien- tes, alguaciles mayores e inferiores(.) en su casa y corte, oficiales que le servían de mayordomos, maestresalas, porteros, coperos, pajes y lacayos, los cuales eran sin número y en todo su reino sus factores, tesoreros y oficiales de Hacienda» (Códice Ramírez, 1979: 83). Relacionados con los jueces, Zorita (1963: 55) cita los alguaciles mayores, así como emplazadores y mensajeros, y destaca la presencia de escribanos o pintores (idem: 54) que registraban las personas que pleiteaban, sobre qué lo hacían, los testigos y las sentencias. Sahagún (libro X, cap. VIII, 1975: 555) describe la actividad de los procura- dores, que actúan en favor de uno de los bandos, llevando salario por elío. El Códice Mendocino (1979: 190-191, folios 69 v-70 r) registra la existencia de un mayordomo encargado de las obras públicas y de un tecuhtli encargado de reparar las calles y puentes, el cual con- taba con un mandón que actuaba como alguacil (idem: 179, folio 64). Muy interesante es el testimonio de Cervantes de Salazar, quien habla de la ciudad en los siguientes términos: -. no había día en que, por lo menos, en cada calle no anduviesen mil.l hombres barriéndola y regándola, poniendo de noche por sus trechos grandes braseros de fuego, y en el entretanto que unos dormían velaban otros> de manera que siempre había quien de noche y de día tuviese cuenta con la ciudad y con lo que en ella subeedía» (Cervantes de Salazar, 1971, 1: 349). De hecho, tuvieron que existir servicios destinados a mantener la infraestructura de la ciudad, en los que debe incluirse tanto la lim- pieza como el mantenimiento de los canales, acequias y calzadas, de los albarradones, los templos, los acueductos, en los que debemos destacar los individuos que suministraban el agua a las canoas (Cor- tés, 1970: 65-66), y servicios sanitarios, como sería el encargado de retirar las canoas de yenda de hombre (Bernal Díaz, 1975: 191).
  • 12. 106 J. L. de Rojas y Gutiérrez de Gandarilla Dada la gran capacidad organizativa de que hicieron gala los az- tecas, en especial en la recaudación del tributo, no es posible pensar que descuidaran el mantenimiento y apariencia de su ciudad, que tanto asombró a los españoles. Debemos considerar que numerosos datos no han aparecido aún> pero que tales servicios, u otros similares, existían. Estas inferencias se refuerzan cuando encontramos datos aislados sobre personas especializadas en tareas tales como calentar los temaz- cales y llevar a cabo los ritos necesarios para que los baños aprove- charan a quienes los tomaran, a cambio de lo cual recibían: «cierta cantidad de mazorcas o cacao o de algunas semillas» (Durán, 1967, 1: 176). CONCLUSIONES El papel del mercado como mecanismo fundamental en el abas- tecimiento de alimentos en Tenochtitlan ha sido expuesto ya en varias ocasiones (Brumfiel, 1980; Parsons, 1976; Smith, 1979; Calnek, 1978). El análisis de la función del mercado, del que hemos expuesto una pequeña parte, no puede disociarse del estudio del conjunto de la sociedad mexica. De esta forma, hemos visto cómo podemos ex- plicar quiénes son los compradores a través de un análisis de las ocupaciones de la población de la capital de la Triple Alianza, pero el estudio no acaba ahí. Es necesario dilucidar la extensión del uso de los medios de cam- bio para facilitar las actividades comerciales diarias, y para ello, las fuentes deben ser examinadas desde nuevos puntos de vista. Entre éstos destacamos la búsqueda de contratos y salarios en la ciudad azteca y la distribución profesional de la población urbana, como claves para entender la posición de la capital política y administra- tiva del vasto «imperio’> azteca. BIBLIOGRAFíA ANDERSON, Arhtur Y. O., y DIEBLE, Charles E.: 1950-69 Florentine Codex. General Ivlistory of the things of New Spain, Fray Ber- nardino de Sahagún. 12 vols., Santa Fe. Nuevo México. BARLOW, Robert H.: 1948 El derrumbe de Huexotzínco. Cuadernos Americanos, VII: 147-160. BERDAN, Frandes Frei: 1978 Tres formas de intercambio en la economía azteca. Economía Política e Ideología en le México Prehis pánico. Carrasco y Broda eds., pp. 77-95. Ed. Nueva Imagen, México.
  • 13. Los compradores en el mercado de Tenochtitlán 107 BRUMPIEL, Elizabeth M.: 1980 Specialization, Market Exchange, and the Aztec State: A view from Huexotia. Current Anthropology. Vol. 21: 459-478. CALNEK, Edward E.: 1972 Scttlemente Pattern and Chinampa Agriculture at Tenochtitlan. Ame- rican Antiquity, XXXVII, 104-115. 1974 Conjunto urbano y modelo residencial en Tenochtitlan. Ensayos sobre cl desarrollo urbano de México, 11-59. Scp/Sctent%s, México. 1975 Organización de los sistemas de abastecimiento urbano de alimentos: el caso de ‘renochtitlan. Las ciudades de América Latina y sus áreas de influencia a travé.s de la Historia. Jorge E. Hardoy y R. P. Sehaedel, eds., 41-60. Ediciones SIAP, Buenos Aires. 1976 The internal Structure of Tenochtitlan.. Tite Valley of Mexico. E. R. Wolf, e(litOr, 287-302. School of American Research, Albuquerque, New Mexico. 1978 El. sistema de mercado en Tenochtitlan. Economía Política e Ideología e,., el México Prehispánico. Carrasco y Broda, eds., 97-114. Ed. Nueva Imagen, México. CARRASCO, Pedro: 1978 La economía del México Prehispánico. Economía Política e Ideología en el México Prehispánico. Carrasco y Broda, eds., 15-76. Ed. Nueva imagen, México. CASTILLO FARRERAS, Víctor M.: 1972 Estructura Económica cíe la Sociedad Mexica según las Fuentes Docu- mentales. Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México. CERVANTES DE SALAZAW Francisco: 1971 Crónica dc la Nueva España. 2 vols., Biblioteca de Autores Españoles. Madrid. CLAVIJERO, Francisco Javier: 1976 Historia Antigua de México. Ed. Porrúa, México. Cóníer FL..oneNn.sto (ver Anderson y Dibble): Cóoíce MENDocINo: 1979 .. Ed 1. 1. Echegaray. San Angel ediciones. México. Cónree RAM íREYÁ 1979 . Relación del Origen cíe los Judios que habitan, esta Nueva España, segun sus Historias. Facsímil de la edición de M. Orozco y Berra. Ed. In- novación, S. A., México. Co NOUT.5TAI)O it A MINI MO: 1971 Relación de algunas cosas de la Nueva España y de la gran ciudad de lernestitarí, México. En J. García lcazbalceta: Colección de Docunzen- tos para la historia de México. Vol. 1: 368-398. Ed. Porrúa. México. Coarés, Hernñn: 1970 Carta.s de Relación de la Conquista de México. Ed. Porrúa. México. CHAPMAN tUne Mi 1976 Pu. tos dc comercio en las civilizaciones azteca y maya. Comercio y Mt ,cado en los Imperios Antiguos. Polanyi ct Alia, cds., 163-200. Ed. Lá- lioi fi: celona. DIAZ orí ( VSI [TI (1, Bernal: 1975 Iii torta Verdadera de la Conquista de la Nueva España. Col. Austral, pum 12,4. Espasa-Calpe. Madrid. DURÁN It ‘iv Diego: 1967 II’ ci tú dc ¡a.> Indias cíe Nceva España c islas ¿te Tic iv> ¡ Li 1 orn tía. México.
  • 14. 108 .1. L. de Ro¡as y Gutiérrez de Gandarilla GARIBAY, Angel M.: 1961 Vida Económica de Tenochtitlan. 1. PochtecayotL Informantes de Saha- gún, 3. UNAM. México. HERNÁNDEZ, Francisco: 1946 AntigUedades de la Nueva España. Ed. Pedro Robredo. México. HIcKs, Frederie: 1974 Dependent Labor in Prehispanie México. Estudios de Cultura Nahuatí. Núm. Xl: 243-266. 1976 Mayeque y Calpuleque en el sistema de clases del México Antiguo. Es- tratificación Social en Mesoamérica Prehispánica. Carrasco y Broda, eds. 67-77. Sep/INAH. México. MOLINA, Alonso de: 1944 Vocabulario en Lengua Castellana y Mexicana. Ed. Cultura Hispánica. Madrid. MoLINs FABREGA, N.: 1954-55 El Códice Mendocino y la Economía de Tenoclititían. Revista Mexicana de Estudios Antropológicos. XIV: 303-336 MoTouNIA, Fray Toribio de Benavente: 1967 Memoriales. Ed. facsimilar. México. MUÑOZ CAMARGO, Diego: 1892 Historia de Tlaxcala. Ed. de Alfredo Chavero. México. PALERM, Angel: 1972 Agricultura y Sociedad en Mesoamérica. Sep/Setentas. México. PARsoNs, Jetfrey R.: 1976 The Role of Chinampa Agriculture in tSe food supply of Aztec Tenochtit- lan. Cultural Change and Continuity: essays in honor of James 8. Grif fin. Ch. Cleland, ed.: 223-257. Academie Press, New York. ROJAS, José Luis de: 1981 FI hié~-éádó en la ciiúJád hrehikbdhica de México, Memoria de Licenciatu- ra. Universidad Complutense de Madrid. SAHAGÚN, Fray Bernardino de: 1975 Historia General de las Cosas de la Nueva España. Ed. Porrúa. México. SIMEÓN,Remi: 1977 Diccionario de la Lengua Nahuatí o Mexicana. Siglo XXI. México. SMITH, Michael E.: 1979 TSe Aztec marketing system and settlement pattern in tSe Valley of Mexico: a Central Place Analysis. American Antiquity. XLIV: 110-125. TORQUEMADA, Fray Juan de: 1969 Monarquía Indiana. 3 vois. Porrúa. México. ZORITA, Alonso de: 1909 Historia de la Nueva España. Colección de libros y documentos referen- tes a la Historia de América. IX. Madrid. 1963 Los Señores de la Nueva España. Biblioteca del Estudiante Universitario. UNAM. México. ZUAZO, Alonso de: 1971 Carta de 14-XI-1521 al padre Fray Luis de Figueroa, Prior de La Mejora- da». En 1. García Icazbalceta: Colección de Documentos para la Historia de México. Vol. 1: 358-367. Ed. Porrúa. México.