Este cuento permite trabajar en el aula sobre cuestiones relacionadas con la participación de todos los miembros de una comunidad en los proyectos de cooperación al desarrollo.
1. esde que tenía 4 años, Diara conocía todos los rincones de su pueblo: las casas de los vecinos, los
corrales de las gallinas, las calles llenas de polvo que había que regar cada tarde, la explanada donde los
niños y niñas jugaban con una pelota hecha con neumáticos viejos, la tapia donde charlaba con su amigo
Toyo después de comer, el camino al colegio… Pero el sitio que más le gustaba era la fuente.
La fuente no estaba cerca del pueblo: había que caminar casi media hora por una vereda rodeada de ar-
bustos y hierba, pasar por los campos de cultivo y subir un montículo de grandes piedras antes de llegar. El
camino era bonito, pero lo mejor estaba al final del viaje. Bajando desde las piedras estaba la fuente, entre
árboles gigantescos y rodeada de hierba de color verde brillante y unos pájaros de colores que no era fácil
ver en otros sitios.Todas las mujeres del pueblo iban a diario a conseguir agua, también vestidas de colo-
res, y sus voces y risas se mezclaban con el trino de los pájaros y con el sonido del agua. Era el mejor sitio
del mundo para Diara.
La madre de Diara, Madi, y su hermana mayor, Keisha, iban dos veces al día. Bueno, a veces de noche, por-
que había menos gente y así daba tiempo a hacer todo el trabajo de la jornada. De noche, el camino daba
un poco de miedo, pero hacía mucho menos calor. Aunque no hubiera gente, tardaban bastante tiempo en
llenar los cántaros, porque eran muy grandes. El de Madi, una mujer alta y muy fuerte, llevaba 25 litros de
agua. A Diara le encantaba ver a su madre llevando el agua, sobre la cabeza, muy derecha, como si flota-
ra. El cántaro de Keisha, era más pequeño, apenas 10 litros, se lo apoyaba en la cadera porque no le salía
llevarlo en la cabeza y caminaba un poco torcida.
A los padres de Diara no les gustaba que Keisha tuviera que ir a la fuente porque aún tenía edad de ir a la
escuela y de jugar en la explanada con los otros niños. Pero el camino a la fuente era tan estrecho que no
podían llevar un carro para cargar más cántaros de una vez y faltaban manos para acarrear el agua que
necesitaban cada día. Sin agua no se puede vivir.
Una tarde, Diara oyó a sus padres hablar:
— No te preocupes, Madi, he hablado con los hombres del pueblo y pronto va a haber una solución.
No sólo Keisha, tú también tendrás más tiempo para trabajar aquí en la casa y no necesitarás salir de
noche, que es peligroso.
— Eso espero, Mano — Dijo la madre de Diara con cara de preocupación.
DIARA
Y EL MISTERIO
DE LOS GRIFOS
unicef.es/educa
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Diara y el misterio de los grifos
#gotasUNICEF
Tiempo después llegaron unas personas que Diara no conocía. Conducían unas furgonetas modernas y
vestían con botas y unos cascos de obra muy graciosos de color amarillo. Había dos jefes, que se llamaban
“ingenieros”, miraban unos planos y hablaban mucho por teléfono: una mujer con el pelo del color de la hier-
ba seca y unas gafas muy oscuras y un hombre mayor, con bigote y que andaba a pasos larguísimos, como
si siempre tuviera prisa. Eran simpáticos, pero hablaban en inglés y Diara no entendía mucho lo que decían.
¡Pusieron el pueblo patas arriba! Con la colaboración de los vecinos, cavaron zanjas en todas las calles.
Se levantó tanto polvo que las mujeres del pueblo tuvieron que hacer muchos viajes a la fuente para que
hubiera agua para regar las calles. Luego trajeron unos tubos largos, que enterraron en las zanjas y, lo más
importante, grifos.
Los grifos eran largos y brillantes, de metal pulido. Diara sólo había visto un grifo una vez que fue con su
padre a la ciudad. Era la cosa más mágica que podía imaginarse porque permitía que el agua saliera si gira-
bas una rueda. En la fuente el agua salía todo el rato y Diara a menudo se preguntaba dónde iba esa agua
que nadie recogía con un cántaro.
Cuando Diara vio un grifo instalado en el patio detrás de su casa, pasó horas mirándolo. Era perfecto. Las
personas de los cascos amarillos habían llevado grifos a todo el pueblo, uno por familia, para que no fuera
necesario viajar todos los días a la fuente.
Los grifos funcionaban muy bien, ¡eran tan bonitos! Se establecieron normas para garantizar el suministro
de agua y que se asegurara que todos tenían agua para beber, cocinar y lavarse. Sin embargo, después de
unas semanas, casi nadie usaba los grifos.
— El agua no es tan fresca como la de la fuente — dijo una vecina.
— La tubería hace un ruido muy raro — dijo otra.
— Es mejor reservarlo para las ocasiones, para que no se estropeé — sentenció la madre de Diara,
mientras cubría el grifo con un saco para que nadie lo tocase.
Unas semanas más tarde, la fuente volvió a su incansable actividad y en la vereda que llevaba hasta ella
volvieron a contarse los pasos fatigados de las mujeres que acarreaban sus cántaros llenos de agua. El
consejo de ancianos del pueblo se reunió con los ingenieros de los cascos amarillos.
— No lo entiendo, de verdad, los grifos funcionan, pero no se usan — informó el alcalde.
— I can’t believe it! — exclamaba la mujer del pelo del color de la hierba seca.
— It’s very weird… — repetía el señor del bigote.
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Diara y el misterio de los grifos
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Los ingenieros llamaron a una colega suya que era experta en solucionar este tipo de problemas. Era “an-
tropóloga” y Diara tardó mucho tiempo en aprender a pronunciarlo.También hablaba inglés, pero conocía
algunas frases del idioma de Diara y le acompañaban dos jóvenes del país que hablaban perfectamente y
que sabían muchas canciones y juegos tradicionales. Fueron a todas las casas, charlaron con las familias
mientras tomaban el té y escribieron muchas notas en unos cuadernos marrones. Días más tarde, el con-
sejo de ancianos comunicó que iba a celebrar una asamblea, con todos los vecinos. Era muy emocionante,
porque la asamblea del pueblo sólo se reunía para cosas muy solemnes. La última vez fue cuando la abuela
de Diara era muy joven.
— ¿Los niños podremos ir? — Preguntaron Diara y Keisha.
— Sí, — dijo su padre — quizás deberíamos haber celebrado esta asamblea con todos antes de cavar la
primera zanja.
En la explanada del pueblo había mucha expectación. Los vecinos se habían colocado formando un gran
círculo con varias filas, los más bajitos sentados delante y los más altos, detrás. El alcalde dio la bienveni-
da, el consejo de ancianos agradeció la presencia de todos los habitantes y los ingenieros dijeron algo en
inglés. La antropóloga, que se llamaba Susan, dio la palabra a una de las mejores amigas de la madre de
Diara. Era la primera vez que una mujer presentaba el tema principal de la asamblea. Un momento históri-
co.
Se hizo un silencio tan grande que no se oía ni el zumbido de los insectos:
— Desde que era niña he ido al pozo a buscar agua - comenzó a hablar. - Primero sólo acompañaba a mi
madre, luego llevaba cántaros pequeños, ahora consigo llevar hasta tres cántaros yo sola.
Hubo un murmullo de aprobación.Todos admiraban su fuerza y su equilibrio, no tenía igual en la comarca.
— Mis amigas de la infancia trabajan igual. Hace tiempo que abandonamos la escuela, dejamos de
jugar aquí en la explanada y pasamos a dar largos paseos todos los días, hablando de nuestras cosas,
solucionando nuestros problemas, cantando y riendo. La tarea es dura, pero hacernos compañía es
lo mejor del día. Nunca nos falta una mano que nos ayude ni un hombro en el que llorar. Los grifos son
estupendos y nos han quitado mucho trabajo. Estamos muy agradecidas. Pero también nos han robado
nuestros ratos de amistad y estamos tristes y preocupadas.
El silencio se hizo aún más profundo. Diara se dio cuenta de que las chicas mayores y las mujeres no iban al
cole, ni jugaban en la explanada, ni tenían tiempo de charlar entre ellas en la tapia después de comer.Tam-
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Diara y el misterio de los grifos
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poco iban al mercado central como los hombres, ni participaban en las decisiones del consejo. Recoger
agua, aunque era duro y les destrozaba la espalda y las manos, era su único momento de amistad.
Hablaron más personas: dijeron que los grifos son importantes porque el agua canalizada es más cómoda,
más segura y beneficiaba a todos, pero la amistad también lo es y no era justo que las mujeres del pueblo
perdiesen su única oportunidad de relacionarse. Estuvieron hablando hasta la puesta del sol y era casi de
noche cuando se supo la decisión final.
¡Era una solución estupenda! Algunas de las mujeres más mayores habían retomado las técnicas de tejido
y bordado tradicionales gracias al tiempo disponible que les dejaban los grifos. El único problema era que
las herramientas que necesitaban eran caras para su uso individual, por lo que interesaba compartirlas.
Entre todos vieron la posibilidad de habilitar un antiguo granero para instalar algunas máquinas y que
todas las mujeres pudieran acudir allí. Con el tiempo, los hombres pudieron vender sus telas en el mercado
central y todo el pueblo se benefició de la idea.
Poco después, Keisha volvió a la escuela y, aunque no le gustaba jugar a la pelota, a veces se reunía con
Diara yToyo en la tapia para charlar después de comer:
— Pues yo, cuando sea mayor, quiero ser ingeniera — dijo.
— ¡Sí, los cascos amarillos son muy chulos! — respondieron Diara yToyo.
— No sólo por eso. Quiero saber instalar tuberías. Yhacer fuentes y presas. Ytambién diseñar grifos y
otras cosas que ayuden a la gente a estar sana y vivir mejor.
— Pues yo quiero estudiar antropología — dijo Diara.
— ¿Y eso?
— He aprendido que, por más que tengas muy buenas ideas y que sepas hacer grifos, es necesario
hablar con todo el mundo, ponerse en su lugar y encontrar la manera de que todos podamos participar.
— Es verdad, escuchar todos los puntos de vista es muy importante — dijoToyo — ¿Nos vamos de
paseo a la fuente?
— ¡Claro!
Al subir el montículo de piedras, se cruzaron con dos vecinas que llevaban unos cántaros pequeños y ha-
blaban entre risas. Estaban de muy buen humor.
— Son para el té, — dijeron guiñando un ojo— ningún agua hace tan buen té como la de la fuente.
Mientras se alejaban por la vereda cantando, Diara vio que sus ropas eran más coloridas que nunca, por-
que llevaban los bordados que ellas mismas hacían en el taller comunitario. Cuando desaparecieron de su
vista, ya sólo se oía el murmullo de la fuente y el canto de los pájaros.
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Diara y el misterio de los grifos
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LA IMPORTANCIA DE TRABAJAR CON
LAS COMUNIDADES
UNICEF desarrolla proyectos de agua, saneamiento e higiene en todo el mundo. Nuestra experiencia de
décadas sobre el terreno nos ha enseñado la importancia de tener en cuenta la cultura y las costumbres
locales a la hora de diseñar proyectos. La participación de las comunidades y el apoyo de los gobiernos y
ONG locales son clave para diseñar soluciones que funcionen y que realmente sirvan a las personas que
las van a usar y mantener. Para ello, en ocasiones, los programas de educación y de comunicación para el
desarrollo son tan importantes como las propias instalaciones y aseguran que cada céntimo invertido en
ellas sirva para impulsar el derecho al agua, a la salud y al desarrollo de las personas beneficiarias.
Preguntas para guiar la lectura:
• ¿Cómo te imaginas el pueblo de Diara? ¿Dónde crees que estará? ¿Te imaginas un pueblo grande o
pequeño?
• Keisha es la hermana mayor de Diara. ¿Cuántos años dirías que tiene? ¿Qué supone para ella tener que
ir todos los días a por agua?
• ¿Qué ventajas tiene para Madi y Keisha ir a la fuente de noche? ¿Cuáles son los inconvenientes?
• ¿Quiénes son las personas de las botas y los cascos amarillos? ¿Por qué están en el pueblo? ¿Quiénes
son las personas que llegan después y hablan con las familias? ¿Cuál es su función?
• Antes, Diara sólo había visto un grifo una vez en su vida. ¿Crees que esto es frecuente en el mundo?
¿Podrías calcular cuántos grifos has visto en tu vida?
• ¿Cuál era el misterio de los grifos? ¿Por qué no se usaban?
• ¿Conoces situaciones en tu entorno en el que una buena idea no haya funcionado porque faltaba infor-
mación o por no preguntar?
• ¿Cómo se organiza el pueblo? ¿Cómo te imaginas el consejo de ancianos? ¿Yla asamblea? ¿Qué papel
desempeñan los hombres y las mujeres? ¿Ylos adultos y los niños?
• ¿Crees que la historia acaba bien? ¿Por qué?
• ¿Qué aprendieron en el pueblo? ¿Qué has aprendido tú?
UNICEF Comité Español
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