1. PALABRAS DE ERNESTO SABATO
Lamento mucho no estar presente en un evento tan significativo como es el
estreno de “El Túnel”. Pero este tránsito final de mi vida, con sus destellos y sus
particulares emociones, es también un duro aprendizaje en el que lenta, pero
inexorablemente, voy aceptando los límites que los años imponen sobre mi voluntad y
mi espíritu. Entonces, ahora, en la quietud de mi estudio, me encuentro escribiéndoles
estas palabras que, a modo de señas en la distancia, espero que reciban como un
testimonio de mi gratitud hacia todos aquellos que, desde la producción, la creación
artística y el trabajo técnico, han concebido este espectáculo con una calidad
invalorable. Quiero, también expresar mi reconocimiento hacia el destacado elenco de
actores integrado por Rosa Mantenga, Paco Casares, Pilar Bayona, y, en un modo muy
especial, mi admiración hacia el señor Héctor Alterio. Su excepcional interpretación de
Juan Pablo Castel consigue desnudar el alma de aquel ser que atormentado por la
soledad, se abisma en la locura. La dirección de Daniel Veronese logra afianzarse en los
hechos más relevantes del drama, auspiciando, así, su encuentro visceral entre el
espectador y el destino trágico de su protagonista.
Pienso que el teatro, al igual que la literatura, es esencialmente una actividad
híbrida, y como tal, repleta de paradojas e impurezas. Porque trata siempre de los
sueños, las frustraciones, los deseos y las angustias de los seres humanos. Y nada es
más impuro y paradojal que el destino de los hombres, que acaban arriesgando la vida
por modestas conjeturas. Por eso nos emociona, nos sacude, nos trastorna.
Claro que cada expresión artística tiene sus propias limitaciones. Bastan unas
cuantas notas de Bach para crear una atmósfera sutil e inefable, que un escritor no podrá
lograr jamás, cualquiera sea el número de páginas que escriba. Como escritor conozco
esa desazón, esa tristeza. Por eso, confieso mi inquietud cuando supe la posibilidad de
llevar “El Túnel” al teatro. El detalle casi microscópico con que la novela da cuentas del
delirio de Castel, me hacía dudar una y otra vez de los resultados. Sin embargo, cuando
Diego Curatella me leyó el primer borrador de su versión, advertí hasta que punto esas
limitaciones comenzaban a abrirse hacia posibilidades recónditas. Lo que al principio
constituía un obstáculo, comenzaba cobrar una intensidad inédita gracias a las
posibilidades propias del teatro. Y así, a medida que la adaptación iba progresando,
quedé interesado ante las derivaciones de un signo tan significativo como era la
diferencia de edad del protagonista. Pero los resultados corroboran el acierto de aquella
decisión que me había desconcertado.
En los recónditos suburbios de su espíritu, este Juan Pablo Castel agobiado,
envejecido, aún siente agitarse el fantasma de aquella enigmática criatura a la que amó,
para ella luego volver a desvanecerse, y él, nuevamente, entregarse al dominio de las
sombras en que ha vivido todos estos años. Y así, nos sentimos identificados con su
tragedia. Porque todos, en algún momento, hemos conocido la soledad y la
desesperación. Y aunque ninguno de nosotros hayamos cometido un crimen,
invariablemente nos sentimos invadidos por la nostalgia de aquellos seres que nos han
salvado gracias a su comprensión y su cariño. Por esos instantes de fugaz comunión,
reivindico el haber vivido atravesado por las pasiones más extremas.
Ernesto Sabato
Santos Lugares, Septiembre de 2006