Mi testimonio
vocacional
Mi nombre es Raydel, nací en República Dominicana
y soy la mayor de una familia de 6 hermanos. El 17 de abril
de 1998, hace 15 años, tuve un encuentro personal con
Jesús, que me cambió la vida. Hasta entonces, me pasaba
como a Job, que conocía al Señor de sólo de oídas pero
luego pudo decir “ahora mis ojos te han visto”. Tras
experimentar su inmenso amor, yo sólo deseaba estar a sus
pies. Desde entonces, he estado en una continua búsqueda de su voluntad y empecé a
preguntarme ¿qué quiere Dios de mí? Aproximadamente un año después, durante el
jubileo del año 2000, se realizó un encuentro eucarístico donde el obispo de mi
diócesis, Monseñor Freddy Breton, preguntó directamente si alguien se sentía llamado
por Dios, yo no paraba de llorar de la emoción sintiéndome llamada por el Señor.
En ese momento estaba estudiando medicina y me dije a mí misma: “si el Señor
me llama, tengo que dejar la medicina”. Me planteaba entrar a un convento de
clausura, pero el Señor fue llevándome por otros caminos y avivando el deseo tanto de
orar por mis hermanos como de darlo a conocer llevando la Buena Noticia por todas
partes. Con ese ardor en mi corazón, comencé un camino de discernimiento, con el
acompañamiento de un sacerdote jesuita. Mientras tanto seguía a los pies del Señor y
sirviéndole a través de grupos de oración y de evangelización. Para mi sorpresa el
Señor me permitió terminar la carrera de medicina, que había sido también un regalo
de su providencia, pues me permitió realizarla mediante una beca, ya que viniendo de
una familia pobre no tenía medios para costearla.
Hace 6 años vine a España con la intención de continuar los estudios, haciendo
una especialidad en pediatría. Pocos días antes del viaje conocí la congregación de las
Adoratrices en República Dominicana y vine ya con el propósito de seguir conociendo
su carisma, centrado en Jesús Eucaristía, que tanto me atraía. Pero de alguna manera,
a pesar de mis esfuerzos, el contacto con la persona específica fue imposible. Así que
dije: “Señor, si es que Tú no me quieres allí, está bien. ¡Guíame a donde Tú quieras!”.
Durante este tiempo realicé la especialidad de pediatría y al mismo tiempo, el
Señor me dio la oportunidad de estar, compartir y servir en una comunidad de laicos
en Madrid (Siervos de Cristo Vivo), donde mi fe y amor a Él se mantenían vivos; y la
compañía y oración de mis hermanos me sostenía y animaba. Sin embargo, había
como un “silencio de Dios” en el aspecto vocacional, no parecía pedirme nada más de
lo que estaba viviendo en ese momento. Poco a poco se fue adormeciendo mi deseo
de consagrarme al Señor, llegué a pensar que Él quería otra cosa de mí y me abrí a la
posibilidad de formar una familia. Tenía el deseo de regresar a mi país, aunque estaba
dispuesta a estar donde el Señor quisiera.
A los pocos meses de terminar la especialidad, sentí la necesidad de
detenerme, apartarme y en el silencio escuchar al Señor, preguntarle qué quería de mí
en ese momento concreto de mi vida. Y así lo hice.
El Señor ha sido fiel, su respuesta no se hizo esperar, avivó nuevamente ese
deseo de ser toda para Él, entonces me mantuve alerta en continua escucha y
expectativa. Una hermana de la comunidad leyó una artículo en una revista digital
sobre la obra social de las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada en
la casa de Blanca de Navarra, escrito por el P. Javier Repullés, sj. Con gran emoción ella
recordó que conoció esta congregación en su niñez en “Alía”, su pueblo de origen y
me sugirió conocerlas. ¡No perdí tiempo, esa era una señal! A mi llegada a España, yo
había conocido a este mismo sacerdote y le acompañé a una Eucaristía en la capilla
“Cachito de cielo”; posteriormente continué asistiendo para adorar allí a Jesús
Sacramentado a lo largo de estos años, pero en ninguna de esas ocasiones llegué a
conocer a las hermanas. Sin duda, en los caminos del Señor no hay coincidencias. Me
acerqué y empecé a conocer la congregación y a su fundadora; con cada lectura, en
cada encuentro, en la comunidad se hacía un eco en mi interior de la voz del Señor que
confirmaba en mi corazón la llamada a ser pan partido, entregado para el bien de los
demás para su mayor gloria.
El pasado 6 de enero, día de la Epifanía del Señor, confiando en su infinita
bondad me ofrecí del todo a Él dando el primer paso a la vida consagrada, el ingreso al
Prenoviciado en la comunidad de Pamplona. Soy feliz con Jesús llevándome de la
mano, a donde Él quiera y como Él quiera. Ahora estoy rodeada de hermanas que
comparten la misma alegría de darse totalmente a Jesús, dejando que Él manifieste a
través nuestro Su Amor a los más necesitados, de la mano de María, nuestra madre.
El Señor me ha sorprendido, haciendo las cosas mucho mejor de lo que yo
podía imaginar. Sé que el completará la obra buena que empezó, pues Él es fiel.
Raydel Rodríguez Caro