Recuperando el Rumbo Hasta la Transformación Parte #5.pptx
FIESTA DE TODOS LOS SANTOS Y DE LOS FIELES DIFUNTOS
1. FIESTA DE TODOS LOS SANTO Y DE LOS FIELES DIFUNTOS
POR:
EXCMO. JOSE ALBERTO GONZÁLEZ JUÁREZ.
OBISPO DE TUXTEPEC, OAX.
En todo México estamos celebrando “el día de muertos”; una fiesta de profundo arraigo en el
pueblo, que ha sido capaz de amalgamar a las dos raíces culturales más importantes de nuestro
país: la de los pueblos indígenas y la europea cristiana católica, atrayendo la atención del mundo y
la visita de miles turistas del mundo.
Desde el punto de vista de la Iglesia la celebración no sólo debe tener rasgos festivos folclóricos,
sino que representa un verdadero tesoro de vida espiritual que hay que aquilatar. En efecto, no es
que celebremos algo distinto a lo que el pueblo celebra estos dos días, solo que hay que precisar
los rasgos espirituales que la liturgia cristiana nos ofrece.
El día primero de noviembre celebramos la solemnidad (es decir una fiesta muy importante) de
todos los santos y el día 2 de noviembre celebramos la conmemoración (es decir el recuerdo
cariñoso) de los fieles difuntos. No celebramos el “día de brujas” que siendo una festividad de
origen extranjero que conmemora la invasión de las fuerzas oscuras y misteriosas del mal;
significado esto en los diversos disfraces de monstruos y espantos. Tampoco celebramos a la
muerte; ésta como un ser personal sabemos que no existe; los que únicos que existimos somos
personas algún día tendremos que pasar por la experiencia de morir. No se trata por tanto de rendir
culto a la imaginación de esa señora flaca que anda con su guadaña; esto es contrario a la Palabra
de Dios y a la fe de la Iglesia.
No, nosotros no le damos ese sentido a estas fiestas. Desde la tradición milenaria de nuestros
antepasados y la luz de Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, celebramos la esperanza y
comunión de vida que Él nos ha ganado, y junto con ellos unos valores humanos y familiares muy
valiosos y dignos de seguirse cultivando.
La solemnidad de todos los santos es una fiesta en la que recordamos e invocamos, en Cristo, a
todos los amigos y amigas de Dios que en distintas épocas y lugares han tomado en serio a Dios;
han creído en la fuerza de su amor para trasformar el mundo y han empeñado su vida en hacer
presente su reino de amor, de justicia y de paz. La Iglesia los celebra como los verdaderos héroes
y atletas de la fe que habiendo caminado en el servicio a Dios y a sus hermanos, no se dieron por
vencidos en la lucha, y con las armas de la fe y del amor nos han legado un mundo más humano y
fraterno.
Esta multitud de testigos del amor, la vida y la esperanza no están solo para que los alabemos por
haber llegado a Dios, eso ya lo ha hecho el mismo Dios al darles la corona de triunfo que ha sido
reconocido por la Iglesia. Ellos son para nosotros inspiración y provocación a descubrir que la
santidad no consiste en un privilegio de algunas personas especiales o incluso raras, sino atreverse
a recorrer el camino de la vida a la manera de Jesús. Son los testigos que hay una manera distinta
2. de ser felices: como Jesús, el Santo de Dios que entregó su vida por amar y servir a sus hermanos
(Mt 5,1-12).
Hay santos que han alcanzado su meta y están con Dios, están unidos a nosotros por la fe y el
amor, y nos ayudan a seguir nuestro camino. Hay santos anónimos que nadie sabrá que existieron,
salvo el Santo que todo lo ve. Por último hay santos que están en proceso, y sean o no
reconocidos por la Iglesia el día de mañana, hoy viven entre nosotros haciendo de su vida una
experiencia única, dichosa para amar y servir como su Maestro: hombres, mujeres, adultos,
jóvenes, niños, profesionistas, amas de casa, sacerdotes, religiosas, etc. Aquí queremos estar, al
lado de Cristo y del nuestros hermanos más pobres y necesitados, y un día en los brazos del Santo
de los santos.
El día dos celebramos a los fieles difuntos. A todos aquellos seres queridos que habiendo partido
de este mundo los confiamos en las manos del Señor. Aleccionados por la sabiduría de nuestros
antepasados, pero sobre todo el Evangelio de la vida, los recordamos con cariño y esperanza. En
torno al “día de muertos” hemos elaborado la más variada muestra de ofrendas y altares, como
confesión del amor que les tenemos; porque aunque la Iglesia enseña que los difuntos están en las
manos de Dios y ningún tormento puede alcanzarlos, ellos están en un mundo mejor, no tienen
necesidad ni permiso de regresar y nosotros no debemos invocar su regreso, sin embargo
quisiéramos que estuvieran por lo menos un día del año con nosotros. Somos nosotros que
deseamos que estén con nosotros, ellos no tiene necesidad de hacerlo.
Son dos grandes valores que deben quedar de manifiesto al conmemorar a nuestros difuntos.
Primero que esta celebración hace presente la fe y esperanza en la vida que no se acaba en este
mundo: hay un lugar mejor preparado por Dios. Nuestro Señor Jesucristo nos ha enseñado que
estamos llamados a heredar la vida eterna, vida que él nos ganó con su muerte y resurrección.
Nosotros oramos para que nuestros difuntos puedan entrar en el premio de la vida eterna. Hoy al
disponerles un altar con las ofrendas de lo que más les gustaba comer o beber, estamos seguros
que ellos están vivos en Dios, que así como compartimos el banquete familiar en la vida, así un
día en Señor nos sentará a su mesa y nos dará el banquete de su Reino, donde ya no habrá más
necesidad ni llanto.
El segundo valor va de la mano del primero: se trata de la unidad en el amor. Porque esta fiesta
pone de manifiesto nuestro hondo deseo de que la comunicación con nuestros seres queridos no se
termine definitivamente con su muerte. Nuestro amor es tan grande, sobre todo el amor salvador
que Dios nos tiene en su Hijo Jesucristo que queda un vínculo sagrado con nuestros difuntos. La
Iglesia le llama “comunión de los santos”; se trata de la capacidad que tenemos, gracias a los
méritos de Cristo, de estar comunicados en su persona y amor. Nuestros difuntos, sabemos por la
fe, están presentes, es decir son sostenidos en la vida por el amor salvado del Señor. Nosotros no
podemos verlos, ellos desde Dios pueden hacerlo. Esta comunión nos da la garantía que cada vez
que invocamos a Cristo Dueño de la vida, cada vez que participamos de la celebración de su
sacrificio redentor en la Eucaristía, estamos seguros que ellos están de algún modo presentes
también delante de nosotros.
Esta unidad en Cristo con nuestros seres queridos refuerza al mismo tiempo valores familiares
importantes; por eso un festejo que debiera ser triste y melancólico, se transforma en todo un
3. evento festivo que une y hace compartir a las familias, reforzando nuestros vínculos de amor y de
afecto.
Ojalá que sigamos cultivando nuestras tradiciones, que no sean oscurecidas por desviaciones o
excesos mundanos, hay que impregnarlos de la espiritualidad cristiana; hay que cuidar que
trascurran en un ambiente sano y familiar.
Nuestra oración y afecto por todos nuestros difuntos: que un día verdaderamente podamos
compartir la mesa del amor y la vida en el Reino de Cristo. Dales Señor el descanso eterno. Luzca
para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Así sea.