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Notas de Ellen de White Escuela Sabatica Leccion 02
- 1. I Trimestre de 2013
Los orígenes
Notas de Elena G. de White
Lección 2
12 de Enero de 2013
La creación:
formación del mundo
Sábado 5 de enero
El Soberano del universo no estaba solo en su obra benéfica. Tuvo
un compañero, un colaborador que podía apreciar sus designios, y
que podía compartir su regocijo al brindar felicidad a los seres crea-
dos. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo
era Dios. Éste era en el principio con Dios” (Juan 1:1, 2). Cristo, el
Verbo, el Unigénito de Dios, era uno solo con el Padre eterno, uno
solo en naturaleza, en carácter y en propósitos; era el único ser que
podía penetrar en todos los designios y fines de Dios. “Y llamaráse
su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe
de paz”. “Sus salidas son desde el principio, desde los días del siglo”
(Isaías 9:6; Miqueas 5:2). Y el Hijo de Dios, hablando de sí mismo,
declara: “Jehová me poseía en el principio de su camino, ya de anti-
guo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado... Cuando
establecía los fundamentos de la tierra; con él estaba yo ordenándolo
todo; y fui su delicia todos los días, teniendo solaz delante de él en
todo tiempo” (Proverbios 8:22-30).
El Padre obró por medio de su Hijo en la creación de todos los se-
res celestiales. “Porque por él fueron criadas todas las cosas... sean
tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue
criado por él y para él” (Colosenses 1: 16) (Patriarcas y profetas, p.
12).
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- 2. Domingo 6 de enero:
Desordenada y vacía
La obra de Dios en la naturaleza, no es Dios mismo en la natura-
leza. Las cosas de la naturaleza son una expresión del carácter de
Dios; por ellas podemos comprender su amor, su poder y su gloria;
pero no hemos de considerar a la naturaleza como Dios. La habili-
dad artística de los seres humanos produce obras muy hermosas, co-
sas que deleitan el ojo, y estas cosas nos dan cierta idea del que las
diseñó; pero la cosa hecha no es el hombre. No es la obra, sino el artí-
fice el que debe ser tenido por digno de honra. De igual manera,
aunque la naturaleza es una expresión del pensamiento de Dios, ella
no es lo que debe ser ensalza do, sino el Dios de la naturaleza (Joyas
de los testimonios, tomo 3, p. 262).
¡Oh, cuán poco puede comprender el hombre la perfección de
Dios y su omnipresencia unida con su poder infinito! El artista
humano recibe su inteligencia de Dios, y éste solo puede dar forma a
su obra en cualquier ramo, hasta la perfección, utilizando los mate-
riales ya preparados para su obra. Debido a su poder finito él no
puede crear los materiales y hacerlos servir a su propósito, si el gran
Diseñador celestial no se hubiera anticipado dándole las ideas que
aparecieron por primera vez en su imaginación.
El Señor ordena que las cosas vengan a la existencia. Él fue el
primer diseñador. No depende del hombre, sino que bondadosa-
mente pide la atención de éste, y coopera con él en diseños progresi-
vos y más elevados. Pero luego el hombre se atribuye a sí mismo to-
da la gloria, y es exaltado por sus semejantes como un genio muy
notable. No mira más arriba que el hombre. La causa primera y úni-
ca es olvidada...
Temo que tengamos ideas completamente pobres y comunes. “He
aquí, los cielos y los cielos de los cielos no te pueden contener” (2
Crónicas 6: 18). Que nadie se aventure a limitar el poder del Santo de
Israel. Existen conjeturas y preguntas con respecto a la obra de Dios.
“Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra
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- 3. santa es” (Éxodo 3:5). Sí, los ángeles son ministros de Dios sobre la
tierra, que hacen su voluntad.
En la formación de nuestro mundo, Dios no dependió de ninguna
materia o sustancia preexistente. “Lo que se ve fue hecho de lo que
no se veía” (Hebreos 11:3). Por el contrario, todas las cosas, materia-
les o espirituales, aparecieron delante del Señor Jehová a su voz, y
fueron creadas por su propio propósito. Los cielos y toda la hueste
de ellos, la tierra y todas las cosas que hay en ella, son no solamente
la obra de sus manos, sino que vinieron a la existencia por el aliento
de su boca.
El Señor ha dado evidencias de que por su poder podría en un
momento, disolver toda la estructura de la naturaleza. Puede tras-
tornar todos los objetos, y destruir las cosas que el hombre ha for-
mado de la manera más firme y sustancial. Él “arranca los montes...
y no saben quién los trastornó; el remueve la tierra de su lugar, y
hace temblar sus columnas” (Job 9:5, 6). “Las columnas del cielo
tiemblan, y se espantan a su reprensión” (Job 26:11). “Los montes
tiemblan delante de él, y los collados se derriten” (Nahúm 1:5) (Men-
sajes selectos, tomo 3, pp. 356, 357).
Lunes 7 de enero:
Sea la luz
El relato bíblico está en armonía consigo mismo y con la enseñan-
za de la naturaleza. Del primer día empleado en la obra de la crea-
ción se dice: “Y fue la tarde y la mañana un día”. Lo mismo se dice
en sustancia de cada uno de los seis días de la semana de la creación.
La inspiración declara que cada uno de esos períodos ha sido un día
compuesto de mañana y tarde, como cualquier otro día transcurrido
desde entonces. En cuanto a la obra de la creación, el testimonio di-
vino es como sigue: “Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y exis-
tió”.
¿Cuánto tiempo necesitaría para sacar la tierra del caos Aquel que
podía llamar de ese modo a la existencia a los mundos innumera-
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- 4. bles? Para dar razón de sus obras, ¿hemos de violentar su Palabra?
(La educación, p. 129).
El cielo, mirando hacia abajo y viendo los engaños en los cuales
eran inducidos los hombres, conoció que un Instructor divino debía
venir a la tierra. Mediante las falsas representaciones del enemigo,
muchos habían sido tan engañados que adoraban a un dios falso, re-
vestido de los atributos satánicos. Los que estaban en la ignorancia y
las tinieblas morales debían recibir luz, luz espiritual; por cuanto el
mundo no conoció a Dios, éste debía ser revelado a su entendimien-
to. La Verdad miró desde el cielo, y no vio reflexión de su imagen;
porque densas nubes de tinieblas y lobreguez espirituales rodeaban
al mundo. Solamente el Señor Jesús podía disiparlas; porque él es la
luz del mundo. Por su presencia, podía disipar la lóbrega sombra
que Satanás había arrojado entre el hombre y Dios (Consejos para
los maestros, pp. 28, 29).
Me fue revelado que los hijos de Dios moran demasiado bajo una
nube. No es voluntad de su Padre que ellos vivan en incredulidad.
Jesús es luz, y en él no hay tinieblas. Sus hijos son hijos de la luz. Son
renovados a su imagen y llamados de las tinieblas a su luz admira-
ble. Él es la luz del mundo, y lo mismo son los que le siguen. No de-
ben andar en tinieblas, sino tener la luz de la vida. Cuanto más lucha
el pueblo de Dios para imitar a Cristo, con tanta mayor perseveran-
cia será perseguido por el enemigo; pero al estar cerca de Cristo se
fortalece para resistir los esfuerzos que hace nuestro astuto enemigo
para apartarlo de Jesús (Joyas de los testimonios, tomo 1, p. 157).
Dios requiere que los creyentes brillen como luces en el mundo. A
cada discípulo de Cristo, y no solamente a los ministros, se le requie-
re que su conversación sea celestial, y que mientras gozan de la co-
munión con Dios, también mantengan relación con sus prójimos pa-
ra expresarles, mediante palabras y acciones, el amor de Dios que
llena sus corazones. De esta forma serán luz del mundo; luz que no
se apagará ni será oscurecida. Para los que no caminan en ella se
transformará en oscuridad; pero se incrementará su brillo para aque-
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- 5. llos que la sigan y obedezcan (Review and Herald, 31 de agosto,
1886).
Martes 8 de enero:
Creación del cielo
Únicamente la Palabra de Dios nos presenta los anales auténticos
de la creación de nuestro mundo. La teoría de que Dios no creó la
materia cuando llamó a este mundo a la existencia, no tiene funda-
mento. Para formar nuestro mundo, Dios no tuvo que recurrir a una
materia preexistente. Por el contrario, todas las cosas, tanto materia-
les como espirituales, respondieron a la voz del Creador y fueron
creadas para cumplir su propósito. Los cielos y todas las huestes ce-
lestiales, la tierra y todo lo que ella contiene, no son únicamente la
obra de su mano. Vinieron a existencia por el aliento de su boca.
Los más profundos estudiantes de la ciencia se ven constreñidos a
reconocer en la naturaleza la obra de un poder infinito. Sin embargo,
para la sola razón humana, la enseñanza de la naturaleza no puede
ser sino contradictoria y desengañadora. Solo se la puede leer correc-
tamente a la luz de la revelación. “Por la fe entendemos”.
“En el principio... Dios”. Únicamente aquí puede encontrar repo-
so la mente en su investigación anhelosa, cuando vuela como la pa-
loma del arca. Arriba, debajo, más allá, habita el amor infinito, que
hace que todas las cosas cumplan su propósito de bondad.
El Artista Maestro, escribe su nombre sobre toda su creación, des-
de el elevado cedro del Líbano, hasta el hisopo que crece sobre los
muros. Todos se declaran obra de sus manos, desde la majestuosa
montaña y el gran océano, hasta la diminuta conchilla de la playa
(La fe por la cual vivo, p. 26).
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- 6. Miércoles 9 de enero:
Lugar para vivir
No hemos de desconcertarnos y desanimarnos por las cosas tem-
porales a causa de los aparentes fracasos, ni hemos de descorazonar-
nos por la siembra. Debemos trabajar el suelo con alegría, con espe-
ranza, con gratitud, creyendo que la tierra posee en su seno ricas re-
servas para ser acopiadas por el obrero fiel, más ricas que el oro o la
plata. La mezquindad de la que se inculpa a la tierra es un falso tes-
timonio. Con el cultivo adecuado e inteligente la tierra abrirá sus te-
soros para beneficio del hombre.
Las lecciones espirituales que han de aprenderse no son de un or-
den insignificante. Las simientes de la verdad sembradas en el suelo
del corazón no se perderán, sino que brotarán, primero hierba, luego
espigas y más tarde grano lleno en la espiga. Dios dijo al comienzo:
“Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé simiente; árbol de
fruto que dé fruto”. Dios creó la semilla corno él creó la tierra, por su
palabra divina. Nosotros hemos de ejercer nuestra facultad de racio-
cinio en el cultivo de la tierra, y hemos de tener fe en la Palabra de
Dios que ha creado el fruto de la tierra para el servicio del hombre
(Testimonios para los ministros, pp. 246, 247).
Jueves 10 de enero:
La palabra todopoderosa de Dios
“Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejérci-
to de ellos por el aliento de su boca” (Salmo 33:6).
El mundo material se halla bajo el control divino. Toda la natura-
leza obedece las leyes que la gobiernan. Todas las cosas hablan acer-
ca de la voluntad del Creador y la practican. Las nubes, la lluvia, el
rocío, la luz del sol, los chubascos, el viento, la tormenta, todos están
bajo la supervisión de Dios y le rinden obediencia implícita a Aquel
para quien trabajan. La plantita diminuta sale de la tierra, primero
corno hierba, luego espiga, y después el grano lleno en la espiga. El
Señor los usa como sus siervos obedientes, para hacer su voluntad.
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- 7. Primero se ve el fruto en el capullo, que contiene a la futura pera,
durazno, o manzana, y el Señor los desarrolla en el momento ade-
cuado, porque ellos no se resisten a su obra. No se oponen al orden
de sus disposiciones. Sus obras, tales como se ven en el mundo natu-
ral, no se comprenden ni se valoran, ni siquiera en un cincuenta por
ciento. Estos predicadores silenciosos enseñarán sus lecciones a los
seres humanos, si tan solo quieren ser oidores atentos...
Dios habló, y sus palabras crearon las obras del mundo natural.
La creación de Dios no es sino un almacén de medios, listos para que
él los emplee instantáneamente en realizar lo que le plazca. No hay
nada que sea inútil, pero la maldición permitió que el enemigo sem-
brara espinas y cardos. ¿Podrá ser que únicamente los seres raciona-
les causen confusión en nuestro mundo? ¿No habremos de vivir para
Dios? ¿No lo hemos de honrar? Nuestro Dios y Salvador es Omnisa-
piente, todo suficiente. Vino a este mundo para que su perfección se
pudiera revelar en nosotros (Exaltad a Jesús, p. 60).
Al espaciarse en las leyes de la materia y de la naturaleza, muchos
pierden de vista la intervención continua y directa de Dios, si es que
no la niegan. Expresan la idea de que la naturaleza actúa indepen-
dientemente de Dios, teniendo en sí y de por sí sus propios límites y
sus propios poderes con que obrar. Hay en su mente una marcada
distinción entre lo natural y lo sobrenatural. Atribuyen lo natural a
causas comunes, desconectadas del poder de Dios. Se atribuye poder
vital a la materia, y se hace de la naturaleza una divinidad. Se supo-
ne que la materia está colocada en ciertas relaciones, y que se la deja
obrar de acuerdo a leyes fijas, en las cuales Dios mismo no puede in-
tervenir; que la naturaleza está dotada de ciertas propiedades y suje-
ta a ciertas leyes, y luego abandonada a sí misma para que obedezca
a estas leyes y cumpla la obra originalmente ordenada.
Esta es una ciencia falsa; en la Palabra de Dios no hay nada que
pueda sostenerla. Dios no anula sus leyes, sino que obra continua-
mente por su intermedio y las usa como sus instrumentos. Ellas no
obran de por sí. Dios está obrando perpetuamente en la naturaleza.
Ella es su sierva, y él la dirige como a él le place. En su obra, la natu-
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- 8. raleza atestigua la presencia inteligente y la intervención activa de
un Ser que actúa en todas sus obras de acuerdo con su voluntad. No
es por un poder original inherente a la naturaleza cómo año tras año
la tierra produce sus dones y continúa su marcha en derredor del
sol. La mano del poder infinito obra de continuo para guiar este pla-
neta. Lo que le conserva su posición en su rotación es el poder de
Dios ejercitado momentáneamente (Joyas de los testimonios, tomo
3, p. 259).
Semejante a la teoría referente a la evolución de la tierra es la que
atribuye a una línea ascendente de gérmenes, moluscos y cuadrúpe-
dos, la evolución del hombre, corona gloriosa de la creación.
Cuando se consideran las oportunidades que tiene el hombre para
investigar, cuando se considera cuán breve es su vida, cuán limitada
su esfera de acción, cuán restringida su visión, cuán frecuentes y
grandes son los errores de sus conclusiones, especialmente en lo que
se refiere a los sucesos que se supone precedieron a la historia bíbli-
ca, cuán a menudo se revisan o desechan las supuestas deducciones
de la ciencia, con qué prontitud se añaden o quitan millones de años
al supuesto período del desarrollo de la tierra y cómo se contradicen
las teorías presentadas por diferentes hombres de ciencia; cuando se
considera esto, ¿consentiremos nosotros, por el privilegio de rastrear
nuestra ascendencia a través de gérmenes, moluscos y monos, en
desechar esa declaración de la Santa Escritura, tan grandiosa en su
sencillez: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo
creó”? ¿Desecharemos el informe genealógico más magnífico que
cualquiera atesorado en las cortes de los reyes: “Hijo de Adán, hijo
de Dios”? Debidamente comprendidas, tanto las revelaciones de la
ciencia como las experiencias de la vida están en armonía con el tes-
timonio de la Escritura en cuanto a la obra constante de Dios en la
naturaleza (La educación, p. 130).
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