2. Recogimiento A una transeúnte
Charles Baudelaire Charles Baudelaire
Sé sabia, Pena mía, y permanece en calma. La calle atronadora aullaba en torno mío.
Reclamabas la Noche; ya desciende, hela aquí: Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina
Envuelve a la ciudad una atmósfera oscura Una dama pasó, que con gesto fastuoso
A unos la paz trayendo y a los más la zozobra. Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,
Mientras que la gran masa de los viles mortales, Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas.
Del Placer bajo el látigo, ese verdugo impávido, De súbito bebí, con crispación de loco.
Cosecha sinsabores en la fiesta servil, Y en su mirada lívida, centro de mil tomados,
Ofréceme tu mano, Pena mía, ven aquí El placer que aniquila, la miel paralizante.
Lejos de ellos. Mira balancearse los años transcurridos Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Con vestidos ridículos, sobre las balaustradas Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.
Del cielo; la nostalgia burlona ya emerge de las aguas; ¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?
Descansa bajo un arco el moribundo sol ¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Y, tal enorme sudario rezagado, hacia Oriente, Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
Oye, querida, oye cómo avanza la Noche. ¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!
3. El amor engañoso
Charles Baudelaire
Cuando te veo cruzar, oh mi amada indolente, ¿Serás fruto que en otoño da sazonados sabores?
Paseando el hastío de tu mirar profundo, ¿Vaso fúnebre que aguarda ser colmado por las lágrimas?
Suspendiendo tu paso tan armonioso y lento ¿Perfume que hace soñar en perfumes lejanísimos,
Mientras suena la música que se pierde en los techos. Almohadón acariciante o canastilla de flores?
Cuando veo, al reverbero del gas que va tiñéndola, Sé que hay ojos arrasados por la cruel melancolía
Tu frente aureolada de un mórbido atractivo Que no guardan escondido ningún precioso secreto,
Donde las luces últimas del sol traen a la aurora, Bellos estuches sin joyas, medallones sin reliquias
Y, como los de un cuadro, tus fascinantes ojos, Más vacíos y más lejanos, ¡oh cielos!, que esos dos tuyos.
Me digo: ¡qué bella es! , ¡qué lozanía extraña! Pero ¿no basta que seas la más sutil apariencia,
El taraceado recuerdo, pesada y regia torre, Alegrando al corazón que huye de la verdad?
La corona, y su corazón, prensado como fruta, ¿Qué más da tontería en ti o qué más da indiferencia?
Y su cuerpo, están prestos para el más sabio amor. Te saludo adorno o máscara. Sólo adoro tu belleza.
4. A la buena sirvienta que
un día os tuvo celosa...
Charles Baudelaire
A la buena sirvienta que un día os tuvo celosa
Y que su sueño duerme bajo la humilde hierba,
Pese a todo, debiéramos llevarle algunas flores.
Los muertos, pobres muertos, tienen grandes pesares
Y cuando lanza Octubre su viento melancólico
Que despoja a los árboles en torno de las tumbas,
A los vivos, sin duda, encuentran bien ingratos
Por dormir tibiamente bajo sus cobertores,
Mientras que, devorados por negras pesadillas,
Sin agradables charlas, sin compañía en el lecho, Todavía no he olvidado...
Esqueletos helados que trabajó el gusano, Charles Baudelaire
Ellos sufren las nieves goteantes del invierno,
Y transcurrir el siglo, sin que amigos ni deudos, Todavía no he olvidado, cercana a la ciudad,
Reemplacen los jirones que penden de sus verjas. Nuestra blanca mansión, pequeña más tranquila,
Cuando silba y crepita el leño, si una noche, La Pomona de estuco y la antigua Afrodita
Tranquila, en el sillón la viera reclinarse, Velando su pudor tras una rala fronda,
Si en una noche azul y helada de Diciembre Y el sol, en el crepúsculo, destellante y soberbio
La encontrara encogida en un rincón del cuarto, Que, tras el vidrio donde se quebraban sus rayos,
Grave y recién llegada de su lecho perenne, Parecía, gran pupila en el cielo curioso,
Ciñendo al niño grande con maternal mirada, Contemplar nuestras largas y solitarias cenas,
A aquella alma piadosa ¿qué le respondería Derramando sus bellos reflejos alongados
Viendo caer las lágrimas de sus profundos párpados? En el estor de sarga y en el frugal mantel.
5. Sueño parisiense Y rumorosas cascadas,
a Constantin Guys Y hasta los negros colores
Como cortinas de vidrio,
Parecían claros y limpios;
Se suspendían destellantes
Charles Baudelaire Fundía su gloria el líquido
Sobre murallas metálicas.
En el rayo cristalino.
No árboles, sino columnas,
I No había vestigio de astros,
Ceñían estanques dormidos,
¡Ni siquiera el sol poniente,
De aquel terrible paisaje
Donde gigantescas náyades
Para alumbrar los prodigios
Como nunca vio mortal, Como damas se miraban.
Que con su fuego brillaban!
Esta mañana, aún la imagen
Vaga y lejana perdura. Capas de agua se extendían,
Y sobre esas maravillas
Por muelles rosas y verdes,
¡Lleno está el sueño de magia!
Planeaba (¡atroz novedad!
Durante miles de leguas,
Por un singular capricho Presente el ojo, no el oído)
Hacia el fin del universo;
Desterré de ese espectáculo Un infinito silencio.
Al barroco vegetal, Había piedras inauditas
Y olas mágicas; había
Y, pintor fiel de mi sueño, II
En el cuadro saboreé
Inmensos hielos absortos
La monotonía embriagante Por lo que ellos reflejaban.
Al abrir mis ardientes ojos,
De agua, mármol y metal. Miré el horror de mi cuarto
Taciturnos y distantes,
Y sentí, de nuevo en mi alma,
Babel de arcos y escaleras, Ganges en el firmamento,
Era un palacio infinito
De la inquietud el aguijón;
Arrojaban sus tesoros
lleno de fuentes y aljibes En diamantinos abismos.
En oro bruñido o mate; El fúnebre son del péndulo,
Me recordó el mediodía;
Arquitecto de mis magias
Caía la oscuridad
Hacía, a mi voluntad,
Sobre el embotado mundo.
Bajo un enjoyado túnel
Pasar un manso océano;