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Tras las acciones cuasi espontáneas se evidencia la intencionalidad de desestabilización
del orden constitucional, en el peor de los casos, o, en el mejor de los casos, un golpe de
timón en cuanto a la conducción de la política nacional.
LOS “DEMÓCRATAS”
DETRÁS DE LA
CONSPIRACIÓN
POR: MATEO IZQUIERDO / ATENTOECUADOR.BLOGSPOT.COM
1
UN BALANCE DE
LAS MARCHAS
MARCHAS DE
JUNIO 2015
En el transcurso del mes de junio, actores políticos de oposición al
gobierno de la Revolución Ciudadana han protagonizado marchas y
concentraciones que han forzado un debate nacional acerca de la
estabilidad democrática y la permanencia en el poder del primer
mandatario, Rafael Correa. Se evidencia, tras las acciones cuasi
espontáneas y consignas, la intencionalidad de desestabilización del
orden constitucional, en el peor de los casos, o, en el mejor de los
casos, un golpe de timón en cuanto a la conducción de la política
nacional. Sin embargo, estamos en un momento en el que resulta
imprescindible hacer un balance de las manifestaciones, sus
orígenes y sus posibles desenlaces, dentro del complejo juego de
poder que se mantiene en constante evolución.
Como sociedad nos encontramos, por decir lo menos, en un
momento de transición del balance de poder. A los analistas políticos
les encanta hablar de la democracia como un péndulo que va y viene
de acuerdo a los tiempos. No obstante, en términos prácticos esa
transición se refleja en un supuesto flujo de percepciones colectivas y de madurez política que
hacen que la sociedad en masa se decante por una tendencia ideológica u otra. Esta dinámica
depende, en gran parte, del estado de ánimo de la sociedad respecto a sus perspectivas de
ascenso social, bienestar y capacidad de adquisición/ahorro, calidad de vida, y cumplimiento de
derechos. A esta premisa viene atada la hipótesis de que pese a la variación de modelos que
imponga uno u otro gobierno, en una sociedad en la que la democracia es fuerte los valores
fundamentales de la democracia no variarán. Es decir, que la institucionalidad democrática no se
modifica radicalmente, a pesar de los cambios de gobierno.
“Como sociedad nos
encontramos, por
decir lo menos, en un
momento de
transición del balance
de poder. A los
analistas políticos les
encanta hablar de la
democracia como un
péndulo que va y
viene de acuerdo a
los tiempos. No
obstante, en términos
prácticos esa
transición se refleja
en un supuesto flujo
de percepciones
colectivas …”
1
Aquí es pertinente detenerse un momento
para desmontar esa presunción de
inalterabilidad de los valores fundamentales
de la democracia, en el marco de los
devaneos del juego democrático. Esto, porque
no podemos asumir que la sociedad
constituye una materia no maleable e inmóvil,
mientras la derecha y la izquierda se turnan la
gobernanza. En este ping-pong cambian las
formas de pensar sobre tópicos tan
determinantes del devenir histórico social
como la organización de la vida, la
distribución del poder económico y la
posibilidad de crecimiento personal. Cuando
mayores son las brechas entre cultura política
y acumulación de riqueza, más propensa será
la sociedad a una radicalización ideológica y
confrontación de diferencias. En ese marco,
no existe la supuesta convergencia de ideas
que debería existir en una democracia sólida,
sino una contraposición permanente que, a su
vez, radicaliza la vida política, eliminando el
balance, el sentido de centralidad que en su
estructura debería promover un sistema
democrático.
Este, nos han dicho, debiera ser el sistema de
gobierno ideal con el que toda la ciudadanía
estuviera de acuerdo porque en él se
encontraría todas las garantías políticas para
la realización personal. Lamentablemente,
esta idea está lejos de ser realidad, ya sea en
Estados Unidos, Europa o América Latina, en
tanto la democracia constituye únicamente el
minúsculo ámbito formal que avala la
transición de dominio entre bandos
opositores. La concepción de democracia se
reduce entonces al procedimiento electoral
del que parte esa sucesión. Entonces, el
ejercicio de la alternancia, que no implica
democracia necesariamente, emerge como el
fin último del contrato social, soslayando a
toda una realidad que, en el fondo del tejido
colectivo, sigue fracturando a la sociedad con
brechas irreparables e inequidad.
Ahora sí, habiendo repasado a groso modo la
dicotomía entre la teoría versus la praxis, me
remonto al fenómeno ecuatoriano como tal.
Digo fenómeno porque el caso ecuatoriano es
digno de investigación para cualquier
politólogo o sociólogo que se jacte de
estudioso de la acción colectiva, la
movilización social y la crisis de
gobernabilidad.
Solamente en retrospectiva hemos podido
comprender la magnitud de la movilización
social en el Ecuador de los años 90 y sus
causas. La acción colectiva y la movilización
surgen como única respuesta a la deficiencia
y/o inexistencia del Estado para canalizar las
demandas ciudadanas. Pero también surgen
como parte de un proceso social de
apropiación de conceptos sobre los derechos
colectivos, desarrollo humano y sostenible,
entre otros. Esto significó, al menos desde la
derecha, una crisis epistemológica en la que
un modelo de gobierno, con todo su bagaje
ideológico, fue el causante directo de una
crisis social que retrasó al país casi 20 años.
Para la izquierda significó dedicar todo su
contingente y despliegue a la exigencia del
cumplimiento de derechos, reivindicaciones
sociales y a contar las migajas que los
gobiernos de turno, cuando se sentían
bondadosos, arrojaban. Cuando logró
alcanzar dignidades de elección popular, no
pudo ocultar sus deficiencias al implementar
modelos de gobierno que no eran integrales y
que simplemente constituían la continuidad de
la solución parche que únicamente
complicaba más la desorganización jurídica e
institucional que iba ganando terreno.
En países como el Ecuador, ni la derecha ni la
izquierda han podido implantar sus modelos a
1
cabalidad, sino solo parcialmente. En el
Ecuador, por ejemplo, nunca se aplicaron
medidas de ajuste estructural como tales y al
pie de la letra. Hacer todo lo que
recomendaba el Banco Mundial y el Fondo
Monetario Internacional no solo que era
inviable sino extremadamente impopular y,
como ya se ha comprobado, habría
significado la aniquilación de la inversión
social e incrementos aún más estrepitosos de
la pobreza extrema durante los 80 y 90. La
izquierda, que nunca llegó al poder en el país,
a excepción de algunos gobiernos locales y
curules en el Congreso Nacional, careció de
cuadros que se especializaran en gestión de
políticas públicas y estaba muy lejos de
asumir una apropiación de la administración
pública con una clara caracterización
dispuesta por un andamiaje ideológico.
La muy sonada “crisis de gobernabilidad” que
se posicionó entre los años 1996 y 2006, se
refiere más que nada a esa deficiencia
institucional del Estado. Lo que vivíamos era
el resultado de una acumulación de fracasos
de modelo de gobierno contrapuestos entre
sí, acumulados a través de los años, que
impedían un funcionamiento pleno de las
instituciones de forma integral, estructurada y
con visión nacional, estratégica y de
planificación.
No fue sorpresa entonces que a raíz de una
de las peores crisis de gobernabilidad que
haya vivido el Ecuador, surja un movimiento
social aupado de un discurso
refundacionalista. Era necesario empezar de
cero, refundar el país para así darle al Estado
la institucionalidad que había perdido. Este
discurso refundacional se basaba en marcar
un momento de ruptura con ese pasado
oscuro y una renovación nacional orientada a
la planificación, la inversión social y la
redistribución de la riqueza.
A pesar de haber logrado lo inimaginable,
articular en una sola agenda política a
prácticamente toda la izquierda en un inicio, el
gobierno de la Revolución Ciudadana se
rodeó de economistas tecnócratas,
pensadores de izquierdas, y gente con
trayectoria en aquel proceso organizativo de
acción colectiva y movilización social de los
grandes levantamientos indígenas y golpes de
Estado de antaño. Ciudadanos, algunos, que
pertenecieron a organizaciones políticas de
izquierda sí, pero otros a ONG de desarrollo y
benefactores del desarrollismo de la
cooperación internacional de aquellas épocas,
para crear un conglomerado diverso que
terminó siendo el gobierno Neopopulista
Nacionalista y Tecnocrático que conocemos
hoy.
Digo populista porque el populismo está
arraigado a nuestra psiquis colectiva, es parte
de nuestra cultura política e historia desde
Eloy Alfaro, pasando por Velasco Ibarra,
Carlos Guevara Moreno, Assad Bucaram,
León Febres Cordero, Abdalá Bucaram y,
ahora, Rafael Correa. Pienso que nuestra
madurez democrática en el 2006 no daba
para más y, es más, quizá aún no dé.
Nacionalista porque este proyecto
“refundacional” tenía que basarse en la
recuperación de la identidad nacional y el
orgullo cívico sí, pero también en el fomento
del crecimiento interno que la dictadura militar
de fines de los 70 no logró.
Tecnocrático porque se inspiró en teorías
subalternas que ofrecían recetas alternativas
para la reforma (democrática) del Estado, la
descentralización y la inversión pública desde
una visión del sur y en una coyuntura post-
neoliberal. La carga ideológica era clara, sin
2
embargo es importante reconocer que el
proyecto político de la Revolución Ciudadana
fue, y aún es, una adaptación muy particular y
local de aquellas teorías y conceptos para
lograr su aplicación en un contexto histórico
dado.
Dentro de la agenda política hubo varios
factores que permitieron el ascenso, la
implementación del proceso y la sucesiva
cooptación de la institucionalidad del Estado.
Esto, no olvidemos, con el aval ciudadano (en
10 procesos electorales distintos) y los
recursos del petrodólar para hacerlo. ¿Y por
qué no hacerlo cuando se tienen todos los
elementos necesarios?
Sin embargo, nada es completo en la vida y la
gran falencia de la Revolución Ciudadana ha
estado en la incapacidad de la organización
política del movimiento del trasladar esta
agenda y “ciudadanizarla” en una militancia
operativa, eficiente y autónoma. El modelo
como tal es hiperpresidencialista. ¿Y qué?
Puedo aseverar sin beneficio de inventario
que no había otra forma de hacer las cosas,
de lograr lo logrado sin una mínima cantidad
de imposición. Los errores han sido múltiples
pero de igual forma han existido aciertos y
aún considero que los aciertos superan a los
errores.
Al margen de las calificaciones, que algunos
seguro proferirán generosamente, en ocho
años de gobierno se ha alcanzado la tan
ansiada estabilidad democrática que, en
nuestro caso, se da por múltiples factores,
entre los cuales está principalmente la
satisfacción de la ciudadanía por ver
reconocidos derechos, aún si existiesen
algunos que se sientan excluidos del parecer
mayoritario. Se ha consolidado un sistema de
planificación estratégica de desarrollo, una
institucionalidad innegable en base al impulso
de leyes, procedimientos y órganos que al fin
de cuentas sirven como engranaje de una
maquinaria más compleja. Me refiero a que la
Constitución, las leyes y todo el aparataje
estatal le son absolutamente funcionales al
actual modelo de gobierno y a ningún otro. No
cabe duda.
Se me hace imposible imaginar qué haría uno
de los actuales actores promotores de las
manifestaciones cuando al llegar al poder se
dé cuenta que la Constitución de la República
obliga al gobierno establecer un “Plan
Nacional de Desarrollo” con metas, objetivos
e indicadores sociales que se deben cumplir o
intentar cumplir en un plazo de 4 años. Me
causa gracia pensar que muchas, sino todas,
la leyes impulsadas durante este gobierno le
son absolutamente intranscendentes a
algunas de las figuras que aspiran llegar a la
Presidencia de la República. Todos los
avances en materia de derechos colectivos,
laborales, reforma de la justicia, sea cual
fuere, son irrelevantes pues su intención es
EMPEZAR DE CERO. También me causa risa
(y un poco de pena) pensar que los actores
de la izquierda radical quienes rumian en el
sindicalismo retrógrado o los restos de un
movimiento indígena abatido, creen que
estarán mejor con un gobierno de derecha.
Las movilizaciones de las últimas semanas
son el reflejo de un malestar que
experimentan varios sectores de la
ciudadanía, pero además reflejan el desgaste
del capital político que alguna vez tuvo el
gobierno para implementar, con cierta
3
libertad, su agenda de mediano y largo plazo.
También son una expresión de hastío y
frustración de la clase política de oposición al
gobierno, que durante 8 años se ha visto
anulada en su afán por presentar propuestas
alternativas al modelo de gobierno en marcha.
El momento histórico en el que nos
encontramos actualmente como sociedad es
distinto al de aquel último escenario de
convulsión social del abril de los forajidos de
2005, que significó la caída del gobierno del
coronel Lucio Gutiérrez. Creo que los avances
en materia de apropiación ciudadana de
valores democráticos, de conciencia social
sobre derechos y de representación adecuada
han propiciado una madurez colectiva distinta
a la que existía en el 2005. Tal vez me
equivoque, pero considero que uno de los
logros que ha tenido el gobierno de la
Revolución Ciudadana es que la ciudadanía
ha llegado a esperar y exigir lo que necesita y
se merece. Y, en gran medida, ha tenido un
gobierno que se lo ofrece.
Bajo esta lógica, un reemplazo al modelo
actual, sea cual fuere, tendría que tener el
mismo nivel de ejecución, sino mayor, en
términos de redistribución de la riqueza,
equidad social y desarrollo, si pretende
sobrevivir. Al margen de las críticas en
diferentes ámbitos, pienso que la oposición
actual al gobierno no ha considerado que le
han colocado por delante una vara
extremadamente alta que superar. En otras
palabras, me da la impresión de que algunos
políticos simplemente se han limitado a querer
hacerse del poder, pero si lo lograsen no
sabrían qué hacer con él.
Está claro que una élite, extremadamente
exclusiva y excluyente, ha percibido que sus
intereses han sido afectados y quiere
provocar el derrocamiento del gobierno. Es
fácil darse cuenta de que la movilización de
las últimas semanas no es del todo ciudadana
pues no cuenta con un contingente realmente
“autoconvocado” y la presencia representativa
de sectores populares, de clase media baja y
media es inexistente. “Falta pueblo en la
Shyris”, escribió un asambleísta de oposición
en su cuenta de Twitter.
De otro lado, también se nota apatía en los
segmentos de la ciudadanía que se han visto
beneficiados por los programas y proyectos
del gobierno “a defender” de la Revolución
Ciudadana, pues no ha existido una
apropiación del proceso en marcha o una
militancia espontánea en función de aquello.
Lo que es evidente a simple vista es que hay
una conformidad y complacencia con la
obtención de prebendas, derechos y servicios
que la población ha demandado durante
décadas, pero también la realidad innegable
de que, habiendo alcanzado estos niveles de
calidad de vida, la ciudadanía descarta que
existe una posibilidad muy cierta de que esos
beneficios sean eliminados de llegar al poder
un gobierno de derecha.
Queda claro, una vez expuestos los
enunciados y reclamos de los grupos
manifestantes, que el diálogo no es una
opción y que lo único que empujan es la
salida del gobierno bajo la consigna “Fuera
Correa, Fuera”. Está claro también que la
reiterada e inalterable voluntad de generar
desestabilización pretende, al menos,
provocar que las Fuerzas Armadas
intervengan como lo hacían antes para
“quitarle el apoyo” al gobierno de turno con el
fin de -vaya paradoja- causar una ruptura del
estado constitucional y democrático de
derecho que dé lugar a la recuperación del
orden y la estabilidad (claro, el orden y la
estabilidad de las clases económicamente
dominantes).
4
De todas maneras, la oposición de hoy ignora
no solo que la Ley que permitía aquel
atropello, ese de los militares bajando el dedo,
ya no existe (Ley de Defensa Nacional) sino
que la institucionalidad del Estado que en la
actualidad nos rige es mucho más sólida de lo
que era cuando sucedían esos casos. Tan es
así que cualquier otro gobierno de los últimos
20 años ya habría caído a estas alturas de la
movilización que vivimos en junio.
Pero más allá de disquisiciones ideológicas y
sin querer ser apocalíptico, existe un
escenario muy complejo que está más allá del
tan ansiado “éxito” que supondría una
aventura golpista como la que impulsan los
manifestantes azuzados por el discurso y el
dinero de ciertos políticos: el descalabro del
orden constitucional y democrático tendría
múltiples implicaciones pero la principal es
que se pretendería establecer un marco
normativo transitorio que conduzca a un
proceso constituyente para “restablecer” el
orden jurídico. Un orden, valga la
redundancia, hecho a la medida de los ilustres
demócratas que aúpan el ‘putch’ y que,
además, sea capaz de desmantelar los
rezagos de la institucionalidad construida por
la Revolución Ciudadana que quedarían
funcionando medianamente luego de un golpe
de Estado. Aquí lo complejo: desmantelar
toda la institucionalidad del Estado
ecuatoriano para empezar de cero es una
tarea titánica que demandaría mucho tiempo y
recursos, sin mencionar los costos sociales y
políticos que implicaría la reducción por partes
del aparato burocrático mediante despidos
intempestivos masivos y la venta de bienes
del Estado, por ejemplo. Un asunto espinoso
adicional será el de las cortes, tribunales,
consejos, Contraloría, Procuraduría, Fiscalía y
otros entes que, mal o bien, están articulados
y son dependientes del actual modelo de
gobierno. La complejidad de la articulación
intersectorial entre entidades del Estado,
autónomas o no, rebasa las pequeñas mentes
de algunos actores políticos que sueñan con
sentarse en Carondelet.
Ahora, y aunque a algunos periodistas y
políticos les dé urticaria, es mentira que en las
protestas de junio haya la tan mentada
“movilización social”, por la sencilla razón de
que no tiene las características de tal. Cuenta
con cierta organicidad sí, pero no es
representativa de todos los estamentos
sociales y los liderazgos que han pretendido
apropiarse de la movilización, dirigirla y
capitalizar de ella, corresponden a actores
que gozan de muy poca credibilidad o
legitimidad en el imaginario público. Entre
ellos no hay uno que tenga la capacidad real
de convocatoria o movilización que tiene
Correa, aún en sus niveles más bajos de
aprobación y credibilidad. Ninguno de estos
actores tiene la capacidad de inspirar al
segmento del electorado que se necesita para
elegir Presidente con una cómoda mayoría.
Aún no surge esta figura y no sé si logre
aparecer antes de las elecciones del 2017.
Esto, indudablemente, constituye otro motivo
de desesperación y, nuevamente, deja como
única opción el descalabro institucional para
llegar al poder, frente a la imposibilidad de
lograr ese objetivo de forma regular en
elecciones.
Queda claro lo que quieren. Queda claro
también que la oposición se encuentra
5
sumamente desorganizada y sin una
estrategia de mediano o largo plazo. Sus
acercamientos con militares en servicio
pasivo, ex golpistas Gutierristas y organismos
internacionales como la National Endowement
For Democracy (NED) dan clara señal de
hacia dónde va la incipiente estrategia y su
nivel de desesperación.
La irrupción tardía y disparatada del alcalde
Mauricio Rodas en las manifestaciones de la
avenida Shyris demostraron que no tiene ni el
liderazgo ni el olfato político necesarios para
tomar la posta de las convocatorias y, mucho
menos, para perfilarse como una figura
nacional que promueva una coalición electoral
ganadora. Lo único que ocasionó su aparición
en las manifestaciones fue opacar al
asambleísta de CREO, Andrés Páez, quien
fue el instigador principal y cuya moribunda
carrera política vio reanimación temporal y
visibilidad mediática durante las primeras
semanas de la concentraciones.
La convocatoria masiva del alcalde Jaime
Nebot en Guayaquil demostró que las mejores
épocas del viejo lobo han pasado cuando, por
tercera vez durante el gobierno de la
Revolución Ciudadana, movilizó a la
ciudadanía guayaquileña, funcionarios
públicos y comerciantes de la bahía, con
menor contundencia que en ocasiones
anteriores. En su corto discurso se lo escuchó
desafiante; sin embargo, el cansancio y la
edad pudieron más que la rabia con la que se
expresó. De todas maneras, y aún en horas
bajas, la convocatoria de Nebot fue mayor
que cualquiera de las que ha protagonizado el
banquero-candidato Guillermo Lasso, quien a
pesar de haber emprendido en su campaña
electoral desde hace más de un año no ha
subido en niveles de aprobación y
credibilidad. Es obvio que su desbordada
estrategia de mostrarlo como un hombre
sencillo, benevolente y preocupado por la
población más vulnerable ha fracasado
rotundamente. El hombre definitivamente no
puede aparentar autenticidad y le ha sido
imposible deshacerse del estigma de
banquero. Por más que lo intenta no puede
ocultarlo.
Y así, mientras se agotan las opciones, las
ambiciones personales de algunas de las
figuras visibles de las últimas semanas han
minado la capacidad de la tendencia de
derecha de convocar a un segmento más
amplio de la ciudadanía a marchar. Es
concluyente entonces que entre ellos no se
ponen de acuerdo sobre cuál es el objetivo
final de semejantes acciones. Las marchas en
la avenida Shyris continuarán, pero no falta
mucho para que los empresarios y
ciudadanos que viven en esa calle empiecen
a exigir a los manifestantes que “ya dejen
trabajar”. Sin importar aquello, es inequívoca
la intención de incrementar el nivel de
confrontación con el gobierno, escenario que
indudablemente conducirá a que las fuerzas
del orden tomen las medidas necesarias para
garantizar la seguridad ciudadana y del
Estado. No estamos lejos de que la policía
adopte medidas de contingencia y contención
que seguramente traerán consigo
acusaciones de represión por parte de los
manifestantes y una fuerte visibilidad
mediática internacional que las marchas aún
no tienen.
Ahora les invito a pensar en una fase
posterior dentro de los escenarios probables.
Digamos que la tendencia opositora lograr
consolidarse en un bloque unificado, que
alcanza una movilización ampliada de la
ciudadanía y que, posteriormente, presenta
una agenda política de transición. Cómo va a
resolver el deshacerse de aquel gran
obstáculo que constituye un enorme
conglomerado de funcionarios públicos
(alrededor de 600 mil) que son dependientes
6
del Estado y que, aliados o no al gobierno,
son las únicas personas que conocen cómo
operar la compleja maquinaria de la
administración pública actual. Evidentemente,
muchos cargos de libre remoción y puestos
de confianza los ocupará gente afín. Sin
embargo, los enunciados y declaraciones de
algunos actores, anuncian una suerte de
cacería de brujas que de ninguna forma
garantizaría la estabilidad laboral de los
funcionarios y mucho menos el supuesto
retorno a la tranquilidad que pregonan.
Lo que no queda claro es si entienden las
graves repercusiones que podrían provocar
sus acciones, de ser exitosas, para la
población en general, para la ciudadanía
común y silvestre, para los habitantes
apolíticos que son víctimas de juegos de
poder más complejos de lo que nadie se
imagina. ¿Han entendido el impacto que se
generaría a nivel internacional ahora que
existe una eficaz y proactiva UNASUR y que
la OEA ha decidido emprender un proceso
para recuperar su autoridad hemisférica tan
venida a menos, justamente por sus
reiterados fracasos al permitir que rupturas
del orden democrático dentro de sus
miembros queden sin sanción? ¿Han medido
las consecuencias que sobrevendrían si los
mercados internacionales deciden aislar al
Ecuador, como condena a cualquier aventura
golpista? Creo que ni los mismos empresarios
y actores políticos representantes de los
grupos de interés se han detenido a evaluar el
coletazo económico que los afectaría más a
ellos que a ningún otro grupo. Parece que su
irresponsable e irrefrenable deseo de
provocar el colapso de sistema democrático
ecuatoriano es más grande.
En fin, veo que hemos pasado el momento de
posible conciliación y diálogo, pues me temo
que no habrá diálogo alguno que apacigüe las
ínfulas golpistas de un sector muy limitado de
la sociedad que preferiría ver a Carondelet en
llamas, antes que negociar con un “tirano”. La
mentalidad obtusa de estos grupos no
entiende que la gobernabilidad no surge del
caos. Tal vez eso ni les importe siempre y
cuando salga del cargo el Presidente de la
República y se convoque a elecciones
anticipadas.
Sin embargo, quizá la más grave omisión de
esos grupos y de los actores que los agitan es
que la ciudadanía jamás aceptará que por
capricho de unos pocos, se vea afectada su
calidad de vida. De igual forma, creo que la
ciudadanía no será tolerante con esos actores
políticos que, contrario a su intención de
aparecer como los redentores de la
democracia, serán evidenciados como
golpistas y desestabilizadores que quisieron
meterse al poder por la ventana. Veremos qué
pasa.

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Un balance de las marchas marchas de junio 2015

  • 1. Tras las acciones cuasi espontáneas se evidencia la intencionalidad de desestabilización del orden constitucional, en el peor de los casos, o, en el mejor de los casos, un golpe de timón en cuanto a la conducción de la política nacional. LOS “DEMÓCRATAS” DETRÁS DE LA CONSPIRACIÓN POR: MATEO IZQUIERDO / ATENTOECUADOR.BLOGSPOT.COM
  • 2. 1 UN BALANCE DE LAS MARCHAS MARCHAS DE JUNIO 2015 En el transcurso del mes de junio, actores políticos de oposición al gobierno de la Revolución Ciudadana han protagonizado marchas y concentraciones que han forzado un debate nacional acerca de la estabilidad democrática y la permanencia en el poder del primer mandatario, Rafael Correa. Se evidencia, tras las acciones cuasi espontáneas y consignas, la intencionalidad de desestabilización del orden constitucional, en el peor de los casos, o, en el mejor de los casos, un golpe de timón en cuanto a la conducción de la política nacional. Sin embargo, estamos en un momento en el que resulta imprescindible hacer un balance de las manifestaciones, sus orígenes y sus posibles desenlaces, dentro del complejo juego de poder que se mantiene en constante evolución. Como sociedad nos encontramos, por decir lo menos, en un momento de transición del balance de poder. A los analistas políticos les encanta hablar de la democracia como un péndulo que va y viene de acuerdo a los tiempos. No obstante, en términos prácticos esa transición se refleja en un supuesto flujo de percepciones colectivas y de madurez política que hacen que la sociedad en masa se decante por una tendencia ideológica u otra. Esta dinámica depende, en gran parte, del estado de ánimo de la sociedad respecto a sus perspectivas de ascenso social, bienestar y capacidad de adquisición/ahorro, calidad de vida, y cumplimiento de derechos. A esta premisa viene atada la hipótesis de que pese a la variación de modelos que imponga uno u otro gobierno, en una sociedad en la que la democracia es fuerte los valores fundamentales de la democracia no variarán. Es decir, que la institucionalidad democrática no se modifica radicalmente, a pesar de los cambios de gobierno. “Como sociedad nos encontramos, por decir lo menos, en un momento de transición del balance de poder. A los analistas políticos les encanta hablar de la democracia como un péndulo que va y viene de acuerdo a los tiempos. No obstante, en términos prácticos esa transición se refleja en un supuesto flujo de percepciones colectivas …”
  • 3. 1 Aquí es pertinente detenerse un momento para desmontar esa presunción de inalterabilidad de los valores fundamentales de la democracia, en el marco de los devaneos del juego democrático. Esto, porque no podemos asumir que la sociedad constituye una materia no maleable e inmóvil, mientras la derecha y la izquierda se turnan la gobernanza. En este ping-pong cambian las formas de pensar sobre tópicos tan determinantes del devenir histórico social como la organización de la vida, la distribución del poder económico y la posibilidad de crecimiento personal. Cuando mayores son las brechas entre cultura política y acumulación de riqueza, más propensa será la sociedad a una radicalización ideológica y confrontación de diferencias. En ese marco, no existe la supuesta convergencia de ideas que debería existir en una democracia sólida, sino una contraposición permanente que, a su vez, radicaliza la vida política, eliminando el balance, el sentido de centralidad que en su estructura debería promover un sistema democrático. Este, nos han dicho, debiera ser el sistema de gobierno ideal con el que toda la ciudadanía estuviera de acuerdo porque en él se encontraría todas las garantías políticas para la realización personal. Lamentablemente, esta idea está lejos de ser realidad, ya sea en Estados Unidos, Europa o América Latina, en tanto la democracia constituye únicamente el minúsculo ámbito formal que avala la transición de dominio entre bandos opositores. La concepción de democracia se reduce entonces al procedimiento electoral del que parte esa sucesión. Entonces, el ejercicio de la alternancia, que no implica democracia necesariamente, emerge como el fin último del contrato social, soslayando a toda una realidad que, en el fondo del tejido colectivo, sigue fracturando a la sociedad con brechas irreparables e inequidad. Ahora sí, habiendo repasado a groso modo la dicotomía entre la teoría versus la praxis, me remonto al fenómeno ecuatoriano como tal. Digo fenómeno porque el caso ecuatoriano es digno de investigación para cualquier politólogo o sociólogo que se jacte de estudioso de la acción colectiva, la movilización social y la crisis de gobernabilidad. Solamente en retrospectiva hemos podido comprender la magnitud de la movilización social en el Ecuador de los años 90 y sus causas. La acción colectiva y la movilización surgen como única respuesta a la deficiencia y/o inexistencia del Estado para canalizar las demandas ciudadanas. Pero también surgen como parte de un proceso social de apropiación de conceptos sobre los derechos colectivos, desarrollo humano y sostenible, entre otros. Esto significó, al menos desde la derecha, una crisis epistemológica en la que un modelo de gobierno, con todo su bagaje ideológico, fue el causante directo de una crisis social que retrasó al país casi 20 años. Para la izquierda significó dedicar todo su contingente y despliegue a la exigencia del cumplimiento de derechos, reivindicaciones sociales y a contar las migajas que los gobiernos de turno, cuando se sentían bondadosos, arrojaban. Cuando logró alcanzar dignidades de elección popular, no pudo ocultar sus deficiencias al implementar modelos de gobierno que no eran integrales y que simplemente constituían la continuidad de la solución parche que únicamente complicaba más la desorganización jurídica e institucional que iba ganando terreno. En países como el Ecuador, ni la derecha ni la izquierda han podido implantar sus modelos a
  • 4. 1 cabalidad, sino solo parcialmente. En el Ecuador, por ejemplo, nunca se aplicaron medidas de ajuste estructural como tales y al pie de la letra. Hacer todo lo que recomendaba el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional no solo que era inviable sino extremadamente impopular y, como ya se ha comprobado, habría significado la aniquilación de la inversión social e incrementos aún más estrepitosos de la pobreza extrema durante los 80 y 90. La izquierda, que nunca llegó al poder en el país, a excepción de algunos gobiernos locales y curules en el Congreso Nacional, careció de cuadros que se especializaran en gestión de políticas públicas y estaba muy lejos de asumir una apropiación de la administración pública con una clara caracterización dispuesta por un andamiaje ideológico. La muy sonada “crisis de gobernabilidad” que se posicionó entre los años 1996 y 2006, se refiere más que nada a esa deficiencia institucional del Estado. Lo que vivíamos era el resultado de una acumulación de fracasos de modelo de gobierno contrapuestos entre sí, acumulados a través de los años, que impedían un funcionamiento pleno de las instituciones de forma integral, estructurada y con visión nacional, estratégica y de planificación. No fue sorpresa entonces que a raíz de una de las peores crisis de gobernabilidad que haya vivido el Ecuador, surja un movimiento social aupado de un discurso refundacionalista. Era necesario empezar de cero, refundar el país para así darle al Estado la institucionalidad que había perdido. Este discurso refundacional se basaba en marcar un momento de ruptura con ese pasado oscuro y una renovación nacional orientada a la planificación, la inversión social y la redistribución de la riqueza. A pesar de haber logrado lo inimaginable, articular en una sola agenda política a prácticamente toda la izquierda en un inicio, el gobierno de la Revolución Ciudadana se rodeó de economistas tecnócratas, pensadores de izquierdas, y gente con trayectoria en aquel proceso organizativo de acción colectiva y movilización social de los grandes levantamientos indígenas y golpes de Estado de antaño. Ciudadanos, algunos, que pertenecieron a organizaciones políticas de izquierda sí, pero otros a ONG de desarrollo y benefactores del desarrollismo de la cooperación internacional de aquellas épocas, para crear un conglomerado diverso que terminó siendo el gobierno Neopopulista Nacionalista y Tecnocrático que conocemos hoy. Digo populista porque el populismo está arraigado a nuestra psiquis colectiva, es parte de nuestra cultura política e historia desde Eloy Alfaro, pasando por Velasco Ibarra, Carlos Guevara Moreno, Assad Bucaram, León Febres Cordero, Abdalá Bucaram y, ahora, Rafael Correa. Pienso que nuestra madurez democrática en el 2006 no daba para más y, es más, quizá aún no dé. Nacionalista porque este proyecto “refundacional” tenía que basarse en la recuperación de la identidad nacional y el orgullo cívico sí, pero también en el fomento del crecimiento interno que la dictadura militar de fines de los 70 no logró. Tecnocrático porque se inspiró en teorías subalternas que ofrecían recetas alternativas para la reforma (democrática) del Estado, la descentralización y la inversión pública desde una visión del sur y en una coyuntura post- neoliberal. La carga ideológica era clara, sin
  • 5. 2 embargo es importante reconocer que el proyecto político de la Revolución Ciudadana fue, y aún es, una adaptación muy particular y local de aquellas teorías y conceptos para lograr su aplicación en un contexto histórico dado. Dentro de la agenda política hubo varios factores que permitieron el ascenso, la implementación del proceso y la sucesiva cooptación de la institucionalidad del Estado. Esto, no olvidemos, con el aval ciudadano (en 10 procesos electorales distintos) y los recursos del petrodólar para hacerlo. ¿Y por qué no hacerlo cuando se tienen todos los elementos necesarios? Sin embargo, nada es completo en la vida y la gran falencia de la Revolución Ciudadana ha estado en la incapacidad de la organización política del movimiento del trasladar esta agenda y “ciudadanizarla” en una militancia operativa, eficiente y autónoma. El modelo como tal es hiperpresidencialista. ¿Y qué? Puedo aseverar sin beneficio de inventario que no había otra forma de hacer las cosas, de lograr lo logrado sin una mínima cantidad de imposición. Los errores han sido múltiples pero de igual forma han existido aciertos y aún considero que los aciertos superan a los errores. Al margen de las calificaciones, que algunos seguro proferirán generosamente, en ocho años de gobierno se ha alcanzado la tan ansiada estabilidad democrática que, en nuestro caso, se da por múltiples factores, entre los cuales está principalmente la satisfacción de la ciudadanía por ver reconocidos derechos, aún si existiesen algunos que se sientan excluidos del parecer mayoritario. Se ha consolidado un sistema de planificación estratégica de desarrollo, una institucionalidad innegable en base al impulso de leyes, procedimientos y órganos que al fin de cuentas sirven como engranaje de una maquinaria más compleja. Me refiero a que la Constitución, las leyes y todo el aparataje estatal le son absolutamente funcionales al actual modelo de gobierno y a ningún otro. No cabe duda. Se me hace imposible imaginar qué haría uno de los actuales actores promotores de las manifestaciones cuando al llegar al poder se dé cuenta que la Constitución de la República obliga al gobierno establecer un “Plan Nacional de Desarrollo” con metas, objetivos e indicadores sociales que se deben cumplir o intentar cumplir en un plazo de 4 años. Me causa gracia pensar que muchas, sino todas, la leyes impulsadas durante este gobierno le son absolutamente intranscendentes a algunas de las figuras que aspiran llegar a la Presidencia de la República. Todos los avances en materia de derechos colectivos, laborales, reforma de la justicia, sea cual fuere, son irrelevantes pues su intención es EMPEZAR DE CERO. También me causa risa (y un poco de pena) pensar que los actores de la izquierda radical quienes rumian en el sindicalismo retrógrado o los restos de un movimiento indígena abatido, creen que estarán mejor con un gobierno de derecha. Las movilizaciones de las últimas semanas son el reflejo de un malestar que experimentan varios sectores de la ciudadanía, pero además reflejan el desgaste del capital político que alguna vez tuvo el gobierno para implementar, con cierta
  • 6. 3 libertad, su agenda de mediano y largo plazo. También son una expresión de hastío y frustración de la clase política de oposición al gobierno, que durante 8 años se ha visto anulada en su afán por presentar propuestas alternativas al modelo de gobierno en marcha. El momento histórico en el que nos encontramos actualmente como sociedad es distinto al de aquel último escenario de convulsión social del abril de los forajidos de 2005, que significó la caída del gobierno del coronel Lucio Gutiérrez. Creo que los avances en materia de apropiación ciudadana de valores democráticos, de conciencia social sobre derechos y de representación adecuada han propiciado una madurez colectiva distinta a la que existía en el 2005. Tal vez me equivoque, pero considero que uno de los logros que ha tenido el gobierno de la Revolución Ciudadana es que la ciudadanía ha llegado a esperar y exigir lo que necesita y se merece. Y, en gran medida, ha tenido un gobierno que se lo ofrece. Bajo esta lógica, un reemplazo al modelo actual, sea cual fuere, tendría que tener el mismo nivel de ejecución, sino mayor, en términos de redistribución de la riqueza, equidad social y desarrollo, si pretende sobrevivir. Al margen de las críticas en diferentes ámbitos, pienso que la oposición actual al gobierno no ha considerado que le han colocado por delante una vara extremadamente alta que superar. En otras palabras, me da la impresión de que algunos políticos simplemente se han limitado a querer hacerse del poder, pero si lo lograsen no sabrían qué hacer con él. Está claro que una élite, extremadamente exclusiva y excluyente, ha percibido que sus intereses han sido afectados y quiere provocar el derrocamiento del gobierno. Es fácil darse cuenta de que la movilización de las últimas semanas no es del todo ciudadana pues no cuenta con un contingente realmente “autoconvocado” y la presencia representativa de sectores populares, de clase media baja y media es inexistente. “Falta pueblo en la Shyris”, escribió un asambleísta de oposición en su cuenta de Twitter. De otro lado, también se nota apatía en los segmentos de la ciudadanía que se han visto beneficiados por los programas y proyectos del gobierno “a defender” de la Revolución Ciudadana, pues no ha existido una apropiación del proceso en marcha o una militancia espontánea en función de aquello. Lo que es evidente a simple vista es que hay una conformidad y complacencia con la obtención de prebendas, derechos y servicios que la población ha demandado durante décadas, pero también la realidad innegable de que, habiendo alcanzado estos niveles de calidad de vida, la ciudadanía descarta que existe una posibilidad muy cierta de que esos beneficios sean eliminados de llegar al poder un gobierno de derecha. Queda claro, una vez expuestos los enunciados y reclamos de los grupos manifestantes, que el diálogo no es una opción y que lo único que empujan es la salida del gobierno bajo la consigna “Fuera Correa, Fuera”. Está claro también que la reiterada e inalterable voluntad de generar desestabilización pretende, al menos, provocar que las Fuerzas Armadas intervengan como lo hacían antes para “quitarle el apoyo” al gobierno de turno con el fin de -vaya paradoja- causar una ruptura del estado constitucional y democrático de derecho que dé lugar a la recuperación del orden y la estabilidad (claro, el orden y la estabilidad de las clases económicamente dominantes).
  • 7. 4 De todas maneras, la oposición de hoy ignora no solo que la Ley que permitía aquel atropello, ese de los militares bajando el dedo, ya no existe (Ley de Defensa Nacional) sino que la institucionalidad del Estado que en la actualidad nos rige es mucho más sólida de lo que era cuando sucedían esos casos. Tan es así que cualquier otro gobierno de los últimos 20 años ya habría caído a estas alturas de la movilización que vivimos en junio. Pero más allá de disquisiciones ideológicas y sin querer ser apocalíptico, existe un escenario muy complejo que está más allá del tan ansiado “éxito” que supondría una aventura golpista como la que impulsan los manifestantes azuzados por el discurso y el dinero de ciertos políticos: el descalabro del orden constitucional y democrático tendría múltiples implicaciones pero la principal es que se pretendería establecer un marco normativo transitorio que conduzca a un proceso constituyente para “restablecer” el orden jurídico. Un orden, valga la redundancia, hecho a la medida de los ilustres demócratas que aúpan el ‘putch’ y que, además, sea capaz de desmantelar los rezagos de la institucionalidad construida por la Revolución Ciudadana que quedarían funcionando medianamente luego de un golpe de Estado. Aquí lo complejo: desmantelar toda la institucionalidad del Estado ecuatoriano para empezar de cero es una tarea titánica que demandaría mucho tiempo y recursos, sin mencionar los costos sociales y políticos que implicaría la reducción por partes del aparato burocrático mediante despidos intempestivos masivos y la venta de bienes del Estado, por ejemplo. Un asunto espinoso adicional será el de las cortes, tribunales, consejos, Contraloría, Procuraduría, Fiscalía y otros entes que, mal o bien, están articulados y son dependientes del actual modelo de gobierno. La complejidad de la articulación intersectorial entre entidades del Estado, autónomas o no, rebasa las pequeñas mentes de algunos actores políticos que sueñan con sentarse en Carondelet. Ahora, y aunque a algunos periodistas y políticos les dé urticaria, es mentira que en las protestas de junio haya la tan mentada “movilización social”, por la sencilla razón de que no tiene las características de tal. Cuenta con cierta organicidad sí, pero no es representativa de todos los estamentos sociales y los liderazgos que han pretendido apropiarse de la movilización, dirigirla y capitalizar de ella, corresponden a actores que gozan de muy poca credibilidad o legitimidad en el imaginario público. Entre ellos no hay uno que tenga la capacidad real de convocatoria o movilización que tiene Correa, aún en sus niveles más bajos de aprobación y credibilidad. Ninguno de estos actores tiene la capacidad de inspirar al segmento del electorado que se necesita para elegir Presidente con una cómoda mayoría. Aún no surge esta figura y no sé si logre aparecer antes de las elecciones del 2017. Esto, indudablemente, constituye otro motivo de desesperación y, nuevamente, deja como única opción el descalabro institucional para llegar al poder, frente a la imposibilidad de lograr ese objetivo de forma regular en elecciones. Queda claro lo que quieren. Queda claro también que la oposición se encuentra
  • 8. 5 sumamente desorganizada y sin una estrategia de mediano o largo plazo. Sus acercamientos con militares en servicio pasivo, ex golpistas Gutierristas y organismos internacionales como la National Endowement For Democracy (NED) dan clara señal de hacia dónde va la incipiente estrategia y su nivel de desesperación. La irrupción tardía y disparatada del alcalde Mauricio Rodas en las manifestaciones de la avenida Shyris demostraron que no tiene ni el liderazgo ni el olfato político necesarios para tomar la posta de las convocatorias y, mucho menos, para perfilarse como una figura nacional que promueva una coalición electoral ganadora. Lo único que ocasionó su aparición en las manifestaciones fue opacar al asambleísta de CREO, Andrés Páez, quien fue el instigador principal y cuya moribunda carrera política vio reanimación temporal y visibilidad mediática durante las primeras semanas de la concentraciones. La convocatoria masiva del alcalde Jaime Nebot en Guayaquil demostró que las mejores épocas del viejo lobo han pasado cuando, por tercera vez durante el gobierno de la Revolución Ciudadana, movilizó a la ciudadanía guayaquileña, funcionarios públicos y comerciantes de la bahía, con menor contundencia que en ocasiones anteriores. En su corto discurso se lo escuchó desafiante; sin embargo, el cansancio y la edad pudieron más que la rabia con la que se expresó. De todas maneras, y aún en horas bajas, la convocatoria de Nebot fue mayor que cualquiera de las que ha protagonizado el banquero-candidato Guillermo Lasso, quien a pesar de haber emprendido en su campaña electoral desde hace más de un año no ha subido en niveles de aprobación y credibilidad. Es obvio que su desbordada estrategia de mostrarlo como un hombre sencillo, benevolente y preocupado por la población más vulnerable ha fracasado rotundamente. El hombre definitivamente no puede aparentar autenticidad y le ha sido imposible deshacerse del estigma de banquero. Por más que lo intenta no puede ocultarlo. Y así, mientras se agotan las opciones, las ambiciones personales de algunas de las figuras visibles de las últimas semanas han minado la capacidad de la tendencia de derecha de convocar a un segmento más amplio de la ciudadanía a marchar. Es concluyente entonces que entre ellos no se ponen de acuerdo sobre cuál es el objetivo final de semejantes acciones. Las marchas en la avenida Shyris continuarán, pero no falta mucho para que los empresarios y ciudadanos que viven en esa calle empiecen a exigir a los manifestantes que “ya dejen trabajar”. Sin importar aquello, es inequívoca la intención de incrementar el nivel de confrontación con el gobierno, escenario que indudablemente conducirá a que las fuerzas del orden tomen las medidas necesarias para garantizar la seguridad ciudadana y del Estado. No estamos lejos de que la policía adopte medidas de contingencia y contención que seguramente traerán consigo acusaciones de represión por parte de los manifestantes y una fuerte visibilidad mediática internacional que las marchas aún no tienen. Ahora les invito a pensar en una fase posterior dentro de los escenarios probables. Digamos que la tendencia opositora lograr consolidarse en un bloque unificado, que alcanza una movilización ampliada de la ciudadanía y que, posteriormente, presenta una agenda política de transición. Cómo va a resolver el deshacerse de aquel gran obstáculo que constituye un enorme conglomerado de funcionarios públicos (alrededor de 600 mil) que son dependientes
  • 9. 6 del Estado y que, aliados o no al gobierno, son las únicas personas que conocen cómo operar la compleja maquinaria de la administración pública actual. Evidentemente, muchos cargos de libre remoción y puestos de confianza los ocupará gente afín. Sin embargo, los enunciados y declaraciones de algunos actores, anuncian una suerte de cacería de brujas que de ninguna forma garantizaría la estabilidad laboral de los funcionarios y mucho menos el supuesto retorno a la tranquilidad que pregonan. Lo que no queda claro es si entienden las graves repercusiones que podrían provocar sus acciones, de ser exitosas, para la población en general, para la ciudadanía común y silvestre, para los habitantes apolíticos que son víctimas de juegos de poder más complejos de lo que nadie se imagina. ¿Han entendido el impacto que se generaría a nivel internacional ahora que existe una eficaz y proactiva UNASUR y que la OEA ha decidido emprender un proceso para recuperar su autoridad hemisférica tan venida a menos, justamente por sus reiterados fracasos al permitir que rupturas del orden democrático dentro de sus miembros queden sin sanción? ¿Han medido las consecuencias que sobrevendrían si los mercados internacionales deciden aislar al Ecuador, como condena a cualquier aventura golpista? Creo que ni los mismos empresarios y actores políticos representantes de los grupos de interés se han detenido a evaluar el coletazo económico que los afectaría más a ellos que a ningún otro grupo. Parece que su irresponsable e irrefrenable deseo de provocar el colapso de sistema democrático ecuatoriano es más grande. En fin, veo que hemos pasado el momento de posible conciliación y diálogo, pues me temo que no habrá diálogo alguno que apacigüe las ínfulas golpistas de un sector muy limitado de la sociedad que preferiría ver a Carondelet en llamas, antes que negociar con un “tirano”. La mentalidad obtusa de estos grupos no entiende que la gobernabilidad no surge del caos. Tal vez eso ni les importe siempre y cuando salga del cargo el Presidente de la República y se convoque a elecciones anticipadas. Sin embargo, quizá la más grave omisión de esos grupos y de los actores que los agitan es que la ciudadanía jamás aceptará que por capricho de unos pocos, se vea afectada su calidad de vida. De igual forma, creo que la ciudadanía no será tolerante con esos actores políticos que, contrario a su intención de aparecer como los redentores de la democracia, serán evidenciados como golpistas y desestabilizadores que quisieron meterse al poder por la ventana. Veremos qué pasa.