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El color
como
fenómeno
social
impuesto
Distintas formas de
percibir la realidad


Alberto Serrano Martín

1º Periodismo y Comunicación
Audiovisual

Teoría General de la Imagen
ÍNDICE

   1. INTRODUCCIÓN --------------------------------------------------------------------------------- 3

   2. PSICOLOGÍA DE LA PERCEPCIÓN ----------------------------------------------------------3-4

   3. IMAGEN Y COLOR COMO CONSTRUCTOS ------------------------------------------------ 5

   4. SOBRE CONOS Y LONGITUDES DE ONDA------------------------------------------------5-6

   5. TIPOS DE DALTONISMO ----------------------------------------------------------------------- 7

   6. SOBRE LA IMPOSICIÓN DE UN HECHO SOCIAL ----------------------------------------7-8

   7. LA EDUCACIÓN COMO IMPOSITORA DEL HECHO SOCIAL --------------------------8-9

   8. ENTRE LO NORMAL Y LO PATOLÓGICO---------------------------------------------------- 9

   9. FENOMENOLOGÍA DEL COLOR -------------------------------------------------------- 10-11

   10. EL COLOR COMO UNIVERSAL ---------------------------------------------------------- 11-12

   11. EN LOS OJOS DE UN EXTRAÑO -------------------------------------------------------- 12-13

   12. UN CAMPO ABIERTO --------------------------------------------------------------------- 13-14

   13. CONCLUSIÓN------------------------------------------------------------------------------------14

   14. BIBLIOGRAFÍA -----------------------------------------------------------------------------------15




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INTRODUCCIÓN

        Nervios, ansiedad, un insoportable nudo se forma en mi garganta. Llevo los últimos
días atormentado por algo. Voces en la noche se pierden entre los laberintos que conforman
mis sueños de murallas de éter y de olores que no son ni fuertes, ni débiles, simplemente
nadie los puede percibir, son tan nuevos y a la vez tan antiguos, tan intemporales, que no
sabemos si algún día existieron, o si existirán. Y esas voces lastimeras se pierden por esos
túneles por su incapacidad para acordar nada, por un entorno cambiante que se representa
ante cada una de ellas de una forma distinta.

        Todas las noches, ese mismo sueño, tanto y tan real, que me llego a preguntar si eso
es lo que pasa en el mundo, me pregunto cómo sería ver con otros ojos, si otros ojos ven lo
mismo que yo, si todo lo que veo es así como yo lo veo, o tiene otro aspecto que yo nunca
llegaré a adivinar. Lo comento con mi entorno y me parece que empiezo a enloquecer, parece
que hablo en el idioma de la ciencia ficción, como esperando descubrir una caja que encierre
un cosmos paralelo en el que la realidad es distinta, y a la vez tan real.

        Es por esto por lo que me decidí a realizar este ensayo, por el deseo de indagar en esos
otros mundos que resultan estar más cerca de lo que nos pudiéramos pensar. Como es sabido,
los colores no existen en sí, sino que los formamos nosotros al llegar una determinada longitud
de onda a unas determinadas moléculas que poseemos en nuestros ojos. Y tal como es
costumbre en el ser humano, la opción más general, más fuerte, es impuesta a aquellos que no
perciben las cosas como los demás. Se segrega una visión patológica de los denominados
daltónicos de la visión normal.

       En este ensayo, empezaremos por una breve introducción en los procesos de
construcción de imágenes que se realiza en la tarea perceptiva, para poder analizar mejor
cómo es impuesto un hecho social, un fenómeno más o menos arbitrario, sobre el resto de la
sociedad, y nos preguntaremos sobre la licitud y necesidad de imponer un determinado
modelo, cuando queda tanto por indagar y por descubrir en torno al funcionamiento del
cerebro y a la evolución de una sociedad cada vez más cambiante.

PSICOLOGÍA DE LA PERCEPCIÓN

        La principal conclusión a la que me gustaría poder llegar en este apartado es que la
percepción es una tarea de construcción entre los estímulos externos y una serie de esquemas
y de modos de ver que completan esa percepción, y sin los cuales, ésta no sería posible. La
percepción consiste en imponer ciertos conceptos o categorías visuales, y sólo se puede hablar
de percepción cuando el elemento percibido se logra adecuar a una determinada forma
organizada.

               […] lo que llamamos popularmente cognición perceptual no puede
       describirse como una simple, inmediata y pura captación especular. Por el
       contrario, se origina en un proceso de sucesivos actos de formación complejos.
       (Arnheim, 1986)

       Tradicionalmente, se ha dado una manifiesta supremacía al pensamiento sobre los
sentidos, considerando que era éste el que gobernaba sobre todo. Pero la gran virtud de la

                                                                                              3
visión como sentido, aparte de ser un medio muy sofisticado, es que nos ofrece una
información inagotablemente rica sobre el mundo exterior. De esta forma, se configura como
el medio primordial del pensamiento, dándose una relación recíproca entre ambas partes,
donde el pensamiento pone los esquemas y la visión el contenido que configurarán los
sucesivos esquemas.

         Y este medio tan sofisticado que es el ojo humano se articula de la siguiente forma: El
ojo es un globo con una forma geoide, de un diámetro de unos dos centímetros y medio,
cubierto por la esclerótica —una capa
en parte opaca, en parte transparente.
La córnea es la que asegura la mayor
parte de la convergencia de los rayos
luminosos. Tras ella, encontramos el
iris, un músculo esfínter, regido de
modo reflejo en cuyo centro se sitúa la
pupila, de 2 a 8 milímetros de
diámetro. Esta, se abre y se cierra para
dejar pasar más o menos luz. El
cristalino se presenta como una lente
biconvexa de convergencia variable.

        En la retina, alrededor de la fóvea, se localizan receptores de luz, llamados bastones y
conos. Éstos contienen moléculas de pigmento que, a su vez, contienen una sustancia llamada
rodopsina. La rodopsina absorbe quanta luminosos y los descompone por reacciones químicas.
Los receptores se enlazan con las células nerviosas por sinapsis, múltiples enlaces transversales
que agrupan las células en redes y que constituyen las fibras del nervio óptico. El nervio óptico
sale del ojo y termina en el cuerpo geniculado, una región lateral del cerebro, de la que salen
nuevas conexiones hacia la parte posterior del cerebro, para llegar al córtex estriado.

         Con respecto a la visión, nuestro cerebro dispone de dos hemisferios, conectados de
manera que el izquierdo elabora el campo visual derecho y el derecho construye el campo
visual izquierdo. No obstante, los dos ojos están conectados a los dos hemisferios cerebrales.
Lo que se conecta al hemisferio izquierdo es el campo visual derecho, y viceversa. La parte que
se ocupa de la creación del color es el área V4 del cerebro, en las circunvoluciones lingual y
fusiforme. Esta área también se ocupa de crear las formas de los objetos. De esta forma, si nos
lesionamos estas cincunvoluciones, llegaremos a la acromatopsia total, y si sólo nos
lesionamos las de un hemisferio, dejaremos de percibir el color en una mitad. Por ejemplo, si
nos lesionamos el derecho, no percibiremos el color en la parte izquierda de nuestra vista.

         Así, hemos visto cómo para la percepción son necesarias, fisiológicamente hablando,
tres tipos de transformaciones: ópticas, químicas y nerviosas. Esto nos da una ligera idea de la
complejidad del sistema visual y nos pone alerta sobre la concepción que solemos tener de la
visión como algo que empieza y que termina en los ojos, que no añade nada a lo visto, y se
limita a transmitírnoslo de una forma objetiva.




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IMAGEN Y COLOR COMO CONSTRUCTOS

        El objetivo de la visión cuando se le presenta una imagen, es construir las formas, los
colores de las superficies y las luces, de una forma coherente, a fin de que al juntarlos, se
produzca tal imagen. La meta es encontrar la mejor solución posible, donde las buenas
elecciones con cambios leves son estables, y las demás son inestables. Esta labor de creación
la demuestran las diversas metodologías complejas que sigue el ojo como son la visión
fotópica y escotópica, o el hecho de que percibamos los objetos con los mismos colores a lo
largo del día, cuando, en realidad, deberían cambiar, ya que cambia la incidencia de la luz en
su superficie, es la llamada constancia cromática aproximada. Además, hay ciertos matices que
nunca coexisten. A estos pares que no coexisten, y que son rojo/verde y amarillo/azul, se les
denomina colores oponentes.

               En el terreno psicológico, la visión del color se basa en unos pocos rasgos
       puros y elementales. […] las pautas del color se perciben como elaboraciones de
       las elementales y puras cualidades del amarillo, rojo, azul. (Arnheim, 1986)

        Los colores de apertura son aquellos que no parecen pertenecer a una superficie ni a
un iluminador. Según un fotómetro, una imagen de apertura puede diferenciarse de otra en un
número infinito de formas. Sin embargo, nosotros solo las diferenciamos en tres cualidades:
tono, saturación y brillo. El tono se refiere a la cantidad de ese color que hay presente; la
saturación nos indica la pureza de un tono, y varía entre los grises neutros y los tonos
altamente puros; el brillo varía entre lo apenas visible y lo deslumbrante.

         De esta forma tenemos que, dos imágenes que para un fotómetro se diferencian en
infinitas maneras, nosotros las percibimos de una forma idéntica. Estas imágenes se
denominan metámeros. A nuestros ojos, los metámeros, son iguales, pero para un fotómetro
no. En cambio, un fotómetro no está preparado para percibir, por ejemplo, un borde visual.
Tampoco está preparado para realizar, como nosotros, un contraste simultáneo, usando los
contrastes locales de la luminosidad para asignar los grises. Los colores que construimos en un
punto determinado, dependen no sólo de la luz, sino de un área más amplia del campo visual.
Usamos contextos más amplios para construir los colores. Y esta construcción se da, a grandes
rasgos, de la siguiente forma:

                El azul es consecuencia de los rayos con frecuencias más elevadas, el
       amarillo de las intermedias y el rojo de las bajas. […] La luz se compone de
       diversos rayos, que tienen distintas frecuencias. Una superficie determinada
       refleja ciertos rayos y absorbe otros. Si refleja las bajas frecuencias y absorbe las
       altas, el resultado es el color rojo. Si refleja las altas y absorbe las bajas, el color
       es azul. El patrón de reflexión es el color de la superficie. (Hoffman, 2000)

SOBRE CONOS Y LONGITUDES DE ONDA

         Pero, ¿cómo funciona la luz?, ¿cómo la podemos describir? No son preguntas fáciles.
Por lo pronto, saber que cuando se describe la luz como una partícula, se habla de quanta de
luz, y que cada quantum de luz tiene una frecuencia específica. También conviene saber que la
luz se desplaza muy rápidamente, recorre tres metros en 10 segundos. Los receptores


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retinianos de los que hablaremos a continuación, reaccionan en menos de una milésima de
segundo cuando están descansados, pero, en cambio, pasan al menos de cincuenta a ciento
cincuenta milésimas de segundo entre la estimulación del receptor y la del córtex.

         Sobre los otros componentes de
este epígrafe, los conos, decir que hay tres
variedades, sensibles cada uno de ellos a
una determinada longitud de onda. Éstas
son,     0,440µ,     0,535µ      y    0,565µ,
correspondientes, respectivamente, a un
azul-violeta, un verde-azul y un verde-
amarillo. Uno de estos tipos, llamado P,
reacciona preferentemente a las altas
frecuencias; otro, llamado M, reacciona a
las intermedias; y el tercer tipo, llamado G,
responde a las bajas. Las altas frecuencias corresponden a las ondas cortas, y las bajas a las
ondas largas, tal y como muestra el gráfico de la derecha. Esta teoría, descubierta en un
principio por Thomas Young, y redescubierta por Helmholtz, pasó a llamarse la Teoría
Tricromática de Young-Helmholtz.

                                                               Como ya avanzamos previamente,
                                                     los conos y bastones se localizan en los
                                                     alrededores de la fóvea, tal y como
                                                     muestra el dibujo de la izquierda. Los
                                                     conos difieren porque poseen distintas
                                                     moléculas de pigmento que reaccionan de
                                                     diversas formas a la luz. Cada molécula de
                                                     pigmento se divide en dos partes: una
                                                     gran proteína llamada opsin y una
                                                     derivación de la vitamina A llamada
                                                     retinal. La secuencia de aminoácidos de la
                                                     opsin va a determinar la reacción del
pigmento frente a la luz. Existen códigos específicos para estas moléculas opsin, de forma que
si falta uno de esos genes, o resulta defectuoso, el sujeto carecerá del pigmento visual
correspondiente. Por ejemplo, algo tan sencillo como un cambio en la posición de la serine y la
alanine en el pigmento G, que ha resultado ser polimórfico, un cambio en un único nucleótido,
puede alterar, en parte, cómo construimos nuestro mundo visual.

        También cabe destacar el llamado efecto Purkinje. Según él, en un medio iluminado de
forma intensa, los rojos se verían más brillantes y luminosos debido a que los conos retínicos,
que son sensibles a las longitudes de onda largas, son los que llevan a cabo el trabajo de la
sensación visual, mientras que con luz débil, se resaltan más los azules y verdes ya que en la
sensación visual colaboran, también, los bastones, que son más sensibles a las longitudes de
onda cortas.




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TIPOS DE DALTONISMO

         Como ya vimos, si nos faltaba un gen de la molécula opsin, o si éste es defectuoso,
careceremos del pigmento visual correspondiente. Esto restringe la gama de tonos que
podemos construir, provocando la llamada ceguera del color. Si nos falta el pigmento G,
sufriremos de protanopía, y no podremos construir las diferencias entre el verde y el rojo.
Tampoco lo podremos hacer si sufrimos de deuteranopía, es decir, si nos falta el pigmento M.
Y si nos falta el pigmento P, padeceremos tritanopía y no construiremos las diferencias entre el
azul y el amarillo. Como vimos, las longitudes P, M y G, se corresponden con las longitudes de
ondas altas, medias y bajas, respectivamente, es decir, con los colores azul, verde y rojo. De
esta forma, quien sufre de protanopía, no percibe el espectro bajo, correspondiente al rojo; el
que sufre deuteranopía, no percibe el espectro medio, correspondiente al verde; y quien sufre
tritanopía, no percibe el espectro alto, correspondiente al azul.

         Además, cabe distinguir entre varios tipos de ceguera al color. Por un lado, tenemos la
monocromática, en la que el sujeto sólo puede ver un tipo de color. Los dicromáticos
presentan sólo dos tipos de conos. Pero la más común es la tricromática anómala, en la que el
sujeto posee los tres tipos de conos, aunque con defectos funcionales, lo que le hace confundir
un color con otro. La acromatopsia, hemos visto que se da en muy pocos casos a lo largo de la
historia, y que tiene más que ver con problemas neuronales, aunque también puede darse la
carencia total de conos o que sean todos ellos defectuosos.

        El daltonismo se considera como un defecto genérico que es hereditario y que afecta a
un 8% de la población masculina. Se transmite por un alelo recesivo ligado a un cromosoma X.
Como los hombres sólo poseen un cromosoma X, mientras que las mujeres poseen dos, los
primeros son más vulnerables a padecer daltonismo. Para que una mujer lo fuera, deberían
serlo sus dos cromosomas X. Por lo general, se convierten en portadoras y se lo transmiten a
su descendencia.

SOBRE LA IMPOSICIÓN DE UN HECHO SOCIAL

               Es hecho social todo modo de hacer, fijo o no, que puede ejercer una
       coerción exterior sobre el individuo; o, también, que es general en todo el
       ámbito de una sociedad dada y que, al mismo tiempo, tiene una existencia
       propia, independiente de sus manifestaciones individuales. (Durkheim, 1895)

         El hecho social es exterior con respecto al individuo singular que aparece en una
sociedad configurada culturalmente de una manera determinada, y que en el curso del
proceso de socialización irá interiorizando esos elementos culturales externos. El hecho social
es impuesto por medio de unas determinadas fuerzas de coerción, que son ejercidas por el
grupo organizado sobre el individuo aislado. La coerción se va a instalar como una especie de
colaboración social, como una cooperación libre y espontánea. Todos contribuimos a
acrecentar esta presión, y somos víctimas de ella. Pero además, para que se imponga un hecho
social, debe gozar de generalidad. El hecho social tiene que ser compartido por todos o casi
todos los miembros de la sociedad, si bien la generalidad puede ser una consecuencia de lo
universal que produce la coerción.



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Todos estos elementos los podemos constatar en el hecho social que supone imponer
una determinada forma de ver. En este caso, la coerción no se hace sentir prácticamente, pero
eso no supone que no exista. La mejor prueba de ello es que esta coerción se afirma a partir
del momento en que el individuo trata de resistirla. Cuando un individuo se manifiesta
contrario a este hecho social, la extrañeza, y hasta comicidad que causa, refleja esta coerción
latente. Es la manera que tiene la sociedad de castigar al individuo díscolo, aunque sea esta
una manera más sutil. Es imposible que nadie actúe de otra forma, y que trate de llamar rojo a
lo que los demás llaman verde. En este sentido, un hecho social puede ser reconocido por la
coerción externa que ejerce o que es capaz de ejercer, o bien por la resistencia que el hecho va
a oponer a cualquier intento individual de violentarlo.

        Para separar estos dos hechos, llamaremos normales a los que presenten las formas
más generales y llamaremos a los otros mórbidos o patológicos. Es la mayor frecuencia de la
aparición de los primeros la que determina su superioridad. Esta segregación nos podría
parecer, ciertamente, bastante arbitraria. Pero, tras una observación más detenida,
comprobaremos que presentan caracteres de constancia y regularidad, que revelan su
objetividad. Esta fuerte separación es más sólida cuanto más articulada se encuentre una
estructura social que puede oponer, por consiguiente, una mayor resistencia a cualquier tipo
de modificación. Pese a todo, cuando se trata de sociedades más elevadas o muy recientes,
como es la nuestra, estas leyes son aún desconocidas, y habría que estudiar su desarrollo
completo a lo largo de la historia, lo cual, no es posible por el momento.

       Así, podríamos decir que:

              El individuo es una ilusión, y una ilusión que se mantiene tanto más
       eficazmente cuanto que la sociedad no hace sentir su presión sobre él.
       (Durkheim, 1895)

LA EDUCACIÓN COMO IMPOSITORA DEL HECHO SOCIAL

        El papel de los padres y maestros es transmitir las costumbres y el acervo cultural a su
descendencia. Junto a este acervo, se encuentra también el hecho social. Así, se convierten en
los representantes e intermediarios de la presión del medio social. La educación consiste en un
esfuerzo para imponer al niño modos de ver, de sentir y de obrar que no se le hubieran
ocurrido de forma espontánea. Y el objeto de hacerle partícipe de todo este legado, es que se
puedan centrar en elaborar los nuevos hechos sociales del futuro.

         Normalmente, la reflexión es anterior a la ciencia, el hombre no puede vivir en medio
de las cosas sin hacerse una idea de ellas. Y con esta idea, regulará su conducta. Vemos que es
algo necesario para la propia supervivencia del individuo, el poder adelantarse a lo que conoce
científicamente. El niño-hombre debe tratar de comprender los hechos que ya ha interiorizado
como suyos, y de descubrir de manera inmediata, nuevos hechos, que transmitirá a su
descendencia, de forma que toda sociedad se nutre de la anterior, de sus éxitos y de sus
fracasos.




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[…] la reflexión se ve incitada a apartar la vista de lo que es el objeto
       mismo de la ciencia, a saber, el presente y el pasado, y a lanzarse de un salto
       hacia el futuro. (Durkheim, 1895)

ENTRE LO NORMAL Y LO PATOLÓGICO

                […] los hechos que sólo se observan en uno mismo son demasiado
       infrecuentes, huidizos y maleables como para que se puedan imponer a las
       nociones correspondientes que la costumbre ha fijado en nosotros e imponerles
       su ley. (Durkheim, 1895)

        Como ya vimos anteriormente, hay un hecho normal que se impone a otro patológico.
También apuntamos la supremacía que supone la generalidad de la que goza el primero de
ellos. Como vemos en el fragmento de arriba, los hechos individuales son demasiado frágiles
como para poderse imponer. Si se piensa en todos los tipos de daltonismo que existen y sus
múltiples variantes, parece fácil concluir que es imposible que alguno de ellos se llegue a
imponer sobre el resto. Si bien es cierto que, al ser la condición de deuteranopía la más
extendida, la gente asocia el daltonismo con la imposibilidad de distinguir entre el rojo y el
verde. Sin embargo, nada tiene que hacer con la visión normal.

        Pero no nos engañemos, es muy importante poder diferenciar, salvo en casos muy
excepcionales, entre hechos normales y anormales, para poder asignar un dominio propio
tanto a la fisiología como a la patología. Es más importante si cabe, para poder llegar a un
acuerdo social sobre qué es blanco y qué es negro, qué rojo y qué verde, porque si no,
resultaría imposible toda comunicación.

        Esto hay que desligarlo de la manifiesta arbitrariedad que envuelve a todo término. No
pretendemos aquí hablar del constructo social que supone la palabra rojo. Es claro que este
término, como todos los demás, proviene de una convención social, de un contrato entre
varias partes por el que se comprometen a designar un tipo de percepción determinado con el
nombre de rojo; y con el de verde a otro. Esto, que tiene cierta importancia en la más que
posible marginación de aquel que percibe las cosas de una manera diferente, de su
segregación como portador de un elemento patológico, pierde cierta relevancia al considerar
que se trata de un acuerdo necesario, en el cual las partes más generales han derrotado a las
minoritarias. Se manifiesta pues, como un problema de nomenclatura, pero no de divergencia
en la posibilidad del conocimiento de un universal llamado color, al que pondremos en duda a
su debido tiempo.

        Todas estas convenciones, no se pueden descontextualizar, ya que lo que en una
sociedad sería patológico, en otra sociedad resulta normal, y los términos también varían. Por
ejemplo, hay algunas culturas que no diferencian perceptualmente el verde del azul; mientras
que los esquimales pueden discernir numerosos tipos de blanco, ya que de ello depende su
supervivencia; y hay culturas que diferencian entre varios tipos de colores que, en otras, se
designan bajo el mismo término.




                                                                                            9
FENOMENOLOGÍA DEL COLOR

                 «Fenomenología» designa una ciencia, un nexo de disciplinas científicas
        […] un método y una actitud intelectual: la actitud intelectual específicamente
        filosófica; el método específicamente filosófico. (Husserl, 1950)

        La fenomenología trata de preguntarse acerca de los orígenes, de los principios últimos
que se esconden detrás de todo conocimiento. Husserl, durante toda su vida, se preguntó
acerca de si era posible conocer, trató de descubrir la teoría del conocimiento. Esto engarza
perfectamente con lo expuesto en este trabajo. Si la realidad exterior no es tal como la
concebimos, ¿es posible conocerla? Y, si los objetos exteriores no poseen ningún color, y es
nuestro organismo el que los construye, ¿acaso no sería posible que la realidad difiriese
sustancialmente de lo que percibimos en otros aspectos?

         La complejidad ante la que se enfrenta esta ciencia de la fenomenología radica en que
el conocimiento como tal parece no identificarse con el objeto de conocimiento; el
conocimiento está dado, pero no así el objeto. Sin embargo, el conocimiento debe referirse al
objeto, debe conocerlo. Tenemos que, en nuestra actitud espiritual, nos encontramos vueltos,
intuitiva e intelectualmente, hacia las cosas que nos vienen dadas. Y aunque nos volvamos
hacia aquello que nos viene dado, puede ser que la vida social no sea más que el desarrollo de
ciertas nociones, y, suponiendo que esto fuera cierto, estas nociones no nos son dadas de una
forma inmediata. Es por eso por lo que tenemos que llegar a ellas a través de la realidad
fenoménica que las expresa.

          Por tanto, la teoría del conocimiento no puede construirse sobre los cimientos de
cualquier otra ciencia natural. Como primer paso, debemos proceder a una reducción
gnoseológica, debemos intentar desligar toda trascendencia del objeto mismo, le debemos
aplicar un índice de indiferencia, o un índice gnoseológico cero. Pero, podemos, también,
dirigir la mirada, mientras percibimos los objetos, al mismo proceso de percepción, omitiendo
la referencia al yo o haciendo abstracción de ella.

        Llegando a este nivel de abstracción tenemos que, el dato de un fenómeno reducido
es, en general, un dato absoluto e indudable. Por tanto, para salir de este solipsismo al que nos
había llevado la crítica del conocimiento, debemos poner nuestras miras «en las fuentes del
conocimiento; en los orígenes que debemos intuir genéricamente; en los datos absolutos
genéricos, que constituyen las medidas fundamentales y universales con que hay que medir
todo sentido».

        Si atendemos al mismo proceso de percepción, podemos encontrar como algo que se
da, precisamente, los universales, y así, entender el conocimiento supondría aclarar de forma
genérica los nexos teleológicos del conocimiento, que van a hacer visibles ciertas relaciones de
esencia entre distintos tipos esenciales de formas intelectuales. Del ser, de la cogitatio,
tenemos evidencia, por eso, la cogitatio no representa enigma alguno. Las esencias de los
universales están dadas ellas mismas cuando la abstracción que origina las ideas se lleva a
cabo sobre la base de una percepción, o sobre la representación de una fantasía. Tenemos que
lo objetivo no es ningún ingrediente del fenómeno, y, sin embargo, se constituye en el mismo



                                                                                              10
fenómeno. Se expone en él y está dado como siendo evidente. Se extrae del fenómeno mismo
un universal.

        Si nos quedáramos en el puro solipsismo, llegaríamos a una situación absurda, en la
que la fantasía envolvería hasta el mismo acto de preguntarse sobre el conocimiento, sería una
fantasía sobre otra fantasía, que no vería nunca su fin. Pese a que la percepción es una mera
vivencia de mi sujeto, del sujeto que percibe, al igual que también son experiencias subjetivas
el recuerdo y la expectativa, y todos los actos intelectuales edificados en ellos, se puede
constatar, y en este ejemplo más que nunca, un acervo social común a varios e incluso a todos
los miembros de una sociedad determinada. Llegamos a la conclusión, pues, que la reducción
fenomenológica es el único método que es específicamente filosófico.

      En el caso de la percepción del color, podemos tomar prestadas estas palabras, ya que,
como hemos visto, el hecho social, aunque pueda parecer arbitrario, tiene su base en ciertos
elementos psicológicos y fisiológicos, y se impone el más genérico, el más fuerte:

               […] como los únicos elementos de que está formada la sociedad son los
       individuos, el origen primero de los fenómenos sociológicos sólo puede ser
       psicológico. (Husserl, 1936)

EL COLOR COMO UNIVERSAL

       Como ya hemos dicho, el solipsismo es una postura ridícula, porque:

               […] negar en absoluto el darse de las cosas mismas quiere decir negar
       toda norma última, toda medida básica que dé sentido al conocimiento. Pero
       entonces habría que declararlo todo ilusión, y a la ilusión como tal también
       ilusión, procediendo absurdamente; y habría, pues, que lanzarse al
       contrasentido del escepticismo. (Husserl, 1936)

        Sin embargo, sabemos que el conocimiento sólo puede ser conocimiento humano,
ligado a las formas intelectuales humanas, ya que somos incapaces de alcanzar la naturaleza
de las cosas, de captar su esencia. Sin embargo, Husserl recurre a la reducción gnoseológica y,
posteriormente, a la obtención de los universales ya que, «Percibiendo color y practicando la
reducción, obtengo el fenómeno puro del color; y si llevo a cabo ahora una abstracción pura,
entonces obtengo la esencia de color fenomenológico en general».

         Vemos como Husserl dibuja una puerta de emergencia con una tiza en la pared del
callejón sin salida al que había llegado con la reducción gnoseológica, recurriendo a los
universales. Y, curiosamente, plantea como ejemplo el universal rojo, y por extensión, el
universal del color. No obstante, cabe preguntarse si ese universal rojo puede, de hecho, llegar
a ser, o si, se pierde en su trascendencia.

        Si el rojo como tal no existe, sino que a lo sumo, podemos hablar de cierta percepción,
de una ilusión, de una sensación fabricada por nosotros mismos, no nos es posible hablar de
universales. Nos parece claro pensar que las formas de la Tierra han sido como son
actualmente, con todas las variaciones que hemos estudiado que se han dado. La Tierra, como
forma, existe independientemente de nuestro paso por ella, y la idea Tierra también. Pero

                                                                                             11
incluso parece legítimo dudar de la existencia del concepto Tierra sin que haya nadie que lo
piense. Si un árbol se cae en el bosque, y no hay nadie alrededor, ¿emite sonido alguno? Algo
parecido les ocurría a los personajes de ficción de la película La rosa púrpura de El Cairo, cuya
mayor obsesión era que no apagaran el proyector, ya que, si lo hacían, dejarían de existir.
Como la teoría de un ser inteligente que nos piensa, y que si nos deja de pensar, dejamos de
existir, desaparecemos irremediablemente.

        Aun haciendo esa concesión a la fenomenología; admitiendo que la Tierra existió antes
de nuestra llegada y que seguirá existiendo después de nuestra desaparición; admitiendo la
posible existencia de otras formas de vida inteligentes que piensen en el concepto de Tierra,
no podemos negar que la noción de rojo parece ser inherente a nuestro organismo y
podríamos descartar, o al menos dudar de su existencia absoluta sin nosotros. Se nos aparece
como una idea non grata en el mundo de las ideas platónico, pero que, al mismo tiempo, se
muestra como algo casi innato, de cuya existencia no nos cabe la menor duda.

EN LOS OJOS DE UN EXTRAÑO

        Los colores los damos como dados ya, los percibimos instintivamente como una
realidad en sí. Y aun cuando sabemos, gracias a la ciencia, que éstos, en realidad, no existen,
que son instancias que ponemos nosotros, no nos es posible ser conscientes de ello en plena
tarea perceptiva. Esto nos lleva a generalizar nuestra visión a toda la sociedad y a segregar el
hecho social entre lo normal y lo patológico. Nos encontramos, por un momento,
imposibilitados para reaccionar, incapaces de manifestar una realidad para la que nos faltan
los conceptos. No entendemos que pueda haber otra visión distinta, y esto nos incapacita para
ponernos en los ojos del otro.

       Hemos visto con Durkheim cómo el fenómeno más genérico, el más fuerte, se va a
imponer al modelo patológico. Ciertamente, no nos faltan ejemplos a lo largo de la historia de
la humanidad.

        De esta necesidad no se libran ni las culturas más avanzadas, o es precisamente por su
grado de madurez por lo que se da más en ellas, por su gran rigidez frente al cambio. Así, la
elevada cultura helénica desdeñaba a los demás pueblos, incluidos los griegos macedónicos, a
los que llamaron bárbaros, porque, según ellos, emitían una especie de bar-bar cuando
hablaban. Así pues, imponiéndoles su enorme sapiencia, les estaban haciendo un enorme
favor. Bajo esta imposición cultural subyace una clara falta de empatía. Porque no les
entendían, les consideraban inferiores.

         Pero no sólo los griegos realizaron este proceso de imposición de un hecho social o
cultura más avanzada. En realidad, éste deseo de imponer al otro las costumbres y cultura del
pueblo dominador se esconde detrás de todos los grandes imperios colonizadores. Roma, la
otra gran cuna de la cultura occidental, también imponía, y más aún, su cultura a la de los
pueblos bárbaros que la rodeaban. Lo mismo pasó en la colonización de América, en la que se
acabó con sociedades indígenas muy avanzadas, y se les impuso la cultura occidental y la
religión católica. Todo ello, como un gran favor. El único ejemplo de imperio colonizador que
respetaba las culturas de los pueblos que conquistaba ha sido el vasto Imperio logrado por
Alejandro Magno en unos pocos años.

                                                                                              12
Pero no es sólo esta falta de empatía la que impulsa a las potencias colonizadoras, sino
que, incluso detrás de ella, se esconde el miedo. El miedo ha jugado un papel fundamental en
la historia y es el que nos impide ponernos en el lugar del otro. Vemos cómo una sociedad
ajena a nosotros percibe el mundo de una forma distinta, y nos asola un miedo irracional
porque no somos capaces de entenderles, y porque en ese momento, nos volvemos
vulnerables y no somos los que estamos al frente de las operaciones. Si no sabemos cómo
perciben ellos las cosas, no podemos predecir sus movimientos, ni adaptarnos a ellos. Y este
miedo se convierte en odio visceral hacia todo aquello diferente y es lo que ha llevado y lleva,
a las grandes guerras, a las mayores atrocidades.

         A lo largo de la historia, numerosos pueblos se han considerado los elegidos, los que
debían imponerse sobre los demás infieles. Tome el nombre que tome, su dios les tendría que
llevar a la victoria y castigar a los pueblos infieles. Aunque parezca extraño, esto es similar a lo
que le pasa a cualquier niño al llegar por primera vez a la guardería. Se ve despojado de los
brazos de sus seres queridos y se descubre entre iguales y no como el centro del universo.
Hasta ahora, todo había girado en torno a él, no conocía nada más allá, no se podía imaginar
algo más aparte de su corta experiencia, y siente que tiene que volver a ganarse el terreno,
porque él es el elegido, y porque tiene que volver a ser el centro, a tomar el control de la
situación, de su propia existencia.

        Y esta falta de empatía se da cada día, en todas las escalas sociales. Póngase como
tema crucial la homofobia, la xenofobia, el machismo, el hembrismo o cualquier tipo de
discriminación, los motivos son, en definitiva, los mismos: el miedo a la diferencia.

UN CAMPO ABIERTO

        Decía Durkheim que en el estudio de la evolución de las sociedades, debemos tener en
cuenta que cada sociedad es distinta a las demás, pero que hay ciertas pautas de desarrollo y
de comportamientos idénticos, y que las sociedades posteriores se nutren de las que la
preceden. También nos decía que no se puede explicar un hecho social de cierta complejidad a
no ser que se siguiera íntegramente su desarrollo a través de todas las especies sociales. La
sociología comparada no se trataba de una rama particular, sino que era la misma sociología,
en tanto que dejaba de ser puramente descriptiva y aspiraba a dar cuenta de los hechos. Todo
ello teniendo en cuenta, que el hombre sólo mira hacia el futuro y no hacia los conocimientos
que ya ha conseguido, que no puede vivir en medio de las cosas sin hacerse una idea de ellas.

         Hoy día, sabemos muchas cosas acerca del cerebro humano y de cómo se realiza la
percepción. Sin embargo, la ciencia dista mucho de tener todas las respuestas. En realidad, el
ser humano es incapaz de obtener todas las respuestas debido a su corta estancia aquí en la
Tierra. Como decía Durkheim, ningún individuo es capaz de elaborar un sistema completo, sino
que la cultura nos precede y nos sobrevive. Pero hay estudios que vierten muchas dudas sobre
lo acertado de los conocimientos que ya poseemos. Por ejemplo, apuntan a una sorprendente
coincidencia entre las respuestas a preguntas simples, de carácter psicológico, semejantes a
las de la Gestalt, en individuos de distintas sociedades no conectadas entre sí.

      Detrás de estas respuestas idénticas, parecen subyacer ciertos esquemas mentales que
compartimos durante el período de gestación, o conclusiones a las que todos, por una vía

                                                                                                 13
misteriosa, llegamos al mismo tiempo. Siempre se ha hablado de un sexto sentido que poseen
algunos niños. Pues bien, estos estudios revelan unos ciertos sentidos sinestésicos, presentes
en las etapas infantiles, y que sólo permanecen en un número muy reducido de adultos. Todo
ello nos lleva a la conclusión de que las dudas son todavía muchas, y que los estudios acerca de
este tema no están, ni mucho menos, cerrados, por lo que puede que en un futuro
descubramos nuevas funciones del cerebro, y con ellas, nuevos sentidos y nuevas formas de
percibir, de aproximarnos al mundo. También decía Durkheim, que si la exterioridad del hecho
social, en este caso la imposición del modo de ver normal al patológico, propio de daltónicos,
es sólo aparente, la ilusión se disipará a medida que la ciencia progrese y, por así decirlo, se
vería cómo lo exterior volvería a entrar en lo interior.

CONCLUSIÓN

       Parece que las voces que recorrían el laberinto de mi mente, de las que hablamos ya
hace un tiempo, han encontrado la salida, han tomado una postura y han acordado las
palabras necesarias para poder llegar a un contrato social.

        En su viaje, han visto, aunque cada una con diferentes ojos, que la percepción es una
tarea compleja, y que requiere de una colaboración imprescindible con sistemas neuronales
para terminar de construir las realidades que percibimos. Para no chocarse con los muros de
este laberinto, han necesitado aportar ciertos esquemas que han completado la compleja
información visual que captaba su complejo sistema visual. Y para aprender a no estamparse
con los muros, han necesitado, primero, estamparse unas cuantas veces. Han necesitado
adquirir la suficiente experiencia como para crear unos esquemas visuales que les informaran
de qué camino tenían que tomar y cuando tenían que torcer para no darse de bruces.

        También han visto cómo sus modos de ver diferían sustancialmente, pero, en cambio,
había un modelo, que debido a su mayor extensión, se imponía sobre los demás, que pasaban
a llamarse patológicos. Esos hechos sociales que se acababan de crear, se fueron
transmitiendo entre las sucesivas generaciones que habitaron el laberinto. Y, al fin, decidieron
intentar ponerse de acuerdo, y comprobaron que, detrás de toda esa aparente arbitrariedad,
se escondían razones de peso. E intentaron ponerse en los ojos de los extraños, y no lo
consiguieron ya que se encontraban cegados, ya que desconocían el idioma en el que estaban
hablando. Y vieron cómo sus cerebros iban cambiando y cómo aquello que tenían por seguro,
se desvanecía en el gélido aire que recorría los pasillos de ese laberinto.

        Y llegaron a la conclusión de que no todo estaba cerrado, de que las cosas cambiarían
siempre, que lo único estático es la muerte. Y vieron que no podían ver cómo el otro, que la
realidad era diferente para cada uno y no podían cambiarla, y no podían olvidarla, hacer como
si nunca hubiese ocurrido. Y aprendieron que era necesario un contrato social, pero que no
menos necesario era ser conscientes de que existen otras visiones que son tan válidas como
las nuestras. Y por último, aprendieron el gran significado de la frase clave para poder salir del
laberinto:

                […] la ciencia puede, ciertamente, iluminar el mundo, pero deja a
        corazones sumidos en la noche; es el corazón el que tiene que darse su propia
        luz. (Durkheim, 1895)

                                                                                               14
BIBLIOGRAFÍA

        HOFFMAN, Donald D. “El día en que el color se esfumó”. En: Donald D. Hoffman,
INTELIGENCIA VISUAL. Cómo creamos lo que vemos. Barcelona: Paidós, 2000. ISBN: 84-493-
0918-2. Depósito legal: B.21557.2000. Pg. 155-196.

       DONDIS, Donis A. La sintaxis de la imagen. Introducción al alfabeto visual. 15ª Ed.
Barcelona: Gustavo Gili, 2002. 211 Páginas. ISBN: 842520609X. Depósito legal: B.14582-2002.

      ARNHEIM, Rudolf. “La inteligencia de la percepción visual”. En: Rudolf Arnheim, El
pensamiento visual. 1ª Ed. Barcelona: Paidós, 1986. P. 27-49

        VILLAFAÑE, Justo. “El espacio del cuadro”. En: Justo Villafañe y Norberto Mínguez,
Principios de Teoría General de la Imagen. Madrid: Pirámide, 1996. P. 111-127.

        AUMONT, Jacques. “El papel del ojo”. En: Jacques Aumont, La imagen. Barcelona:
Paidós, 1992. P. 17-61.

        DURKHEIM, Émile. “Las reglas del método sociológico y otros escritos”. Madrid:
Alianza, 2000. 328 páginas. ISBN: 8420637963. Depósito legal: M.24275-2000.

        HUSSERL, Edmund. “La idea de la fenomenología: cinco lecciones”. Madrid: Fondo de
Cultura Económica, 1982. P. 125. ISBN: 8437502233. Depósito legal: M.32953-1982.




                                                                                        15

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La percepción del color como constructo social

  • 1. El color como fenómeno social impuesto Distintas formas de percibir la realidad Alberto Serrano Martín 1º Periodismo y Comunicación Audiovisual Teoría General de la Imagen
  • 2. ÍNDICE 1. INTRODUCCIÓN --------------------------------------------------------------------------------- 3 2. PSICOLOGÍA DE LA PERCEPCIÓN ----------------------------------------------------------3-4 3. IMAGEN Y COLOR COMO CONSTRUCTOS ------------------------------------------------ 5 4. SOBRE CONOS Y LONGITUDES DE ONDA------------------------------------------------5-6 5. TIPOS DE DALTONISMO ----------------------------------------------------------------------- 7 6. SOBRE LA IMPOSICIÓN DE UN HECHO SOCIAL ----------------------------------------7-8 7. LA EDUCACIÓN COMO IMPOSITORA DEL HECHO SOCIAL --------------------------8-9 8. ENTRE LO NORMAL Y LO PATOLÓGICO---------------------------------------------------- 9 9. FENOMENOLOGÍA DEL COLOR -------------------------------------------------------- 10-11 10. EL COLOR COMO UNIVERSAL ---------------------------------------------------------- 11-12 11. EN LOS OJOS DE UN EXTRAÑO -------------------------------------------------------- 12-13 12. UN CAMPO ABIERTO --------------------------------------------------------------------- 13-14 13. CONCLUSIÓN------------------------------------------------------------------------------------14 14. BIBLIOGRAFÍA -----------------------------------------------------------------------------------15 2
  • 3. INTRODUCCIÓN Nervios, ansiedad, un insoportable nudo se forma en mi garganta. Llevo los últimos días atormentado por algo. Voces en la noche se pierden entre los laberintos que conforman mis sueños de murallas de éter y de olores que no son ni fuertes, ni débiles, simplemente nadie los puede percibir, son tan nuevos y a la vez tan antiguos, tan intemporales, que no sabemos si algún día existieron, o si existirán. Y esas voces lastimeras se pierden por esos túneles por su incapacidad para acordar nada, por un entorno cambiante que se representa ante cada una de ellas de una forma distinta. Todas las noches, ese mismo sueño, tanto y tan real, que me llego a preguntar si eso es lo que pasa en el mundo, me pregunto cómo sería ver con otros ojos, si otros ojos ven lo mismo que yo, si todo lo que veo es así como yo lo veo, o tiene otro aspecto que yo nunca llegaré a adivinar. Lo comento con mi entorno y me parece que empiezo a enloquecer, parece que hablo en el idioma de la ciencia ficción, como esperando descubrir una caja que encierre un cosmos paralelo en el que la realidad es distinta, y a la vez tan real. Es por esto por lo que me decidí a realizar este ensayo, por el deseo de indagar en esos otros mundos que resultan estar más cerca de lo que nos pudiéramos pensar. Como es sabido, los colores no existen en sí, sino que los formamos nosotros al llegar una determinada longitud de onda a unas determinadas moléculas que poseemos en nuestros ojos. Y tal como es costumbre en el ser humano, la opción más general, más fuerte, es impuesta a aquellos que no perciben las cosas como los demás. Se segrega una visión patológica de los denominados daltónicos de la visión normal. En este ensayo, empezaremos por una breve introducción en los procesos de construcción de imágenes que se realiza en la tarea perceptiva, para poder analizar mejor cómo es impuesto un hecho social, un fenómeno más o menos arbitrario, sobre el resto de la sociedad, y nos preguntaremos sobre la licitud y necesidad de imponer un determinado modelo, cuando queda tanto por indagar y por descubrir en torno al funcionamiento del cerebro y a la evolución de una sociedad cada vez más cambiante. PSICOLOGÍA DE LA PERCEPCIÓN La principal conclusión a la que me gustaría poder llegar en este apartado es que la percepción es una tarea de construcción entre los estímulos externos y una serie de esquemas y de modos de ver que completan esa percepción, y sin los cuales, ésta no sería posible. La percepción consiste en imponer ciertos conceptos o categorías visuales, y sólo se puede hablar de percepción cuando el elemento percibido se logra adecuar a una determinada forma organizada. […] lo que llamamos popularmente cognición perceptual no puede describirse como una simple, inmediata y pura captación especular. Por el contrario, se origina en un proceso de sucesivos actos de formación complejos. (Arnheim, 1986) Tradicionalmente, se ha dado una manifiesta supremacía al pensamiento sobre los sentidos, considerando que era éste el que gobernaba sobre todo. Pero la gran virtud de la 3
  • 4. visión como sentido, aparte de ser un medio muy sofisticado, es que nos ofrece una información inagotablemente rica sobre el mundo exterior. De esta forma, se configura como el medio primordial del pensamiento, dándose una relación recíproca entre ambas partes, donde el pensamiento pone los esquemas y la visión el contenido que configurarán los sucesivos esquemas. Y este medio tan sofisticado que es el ojo humano se articula de la siguiente forma: El ojo es un globo con una forma geoide, de un diámetro de unos dos centímetros y medio, cubierto por la esclerótica —una capa en parte opaca, en parte transparente. La córnea es la que asegura la mayor parte de la convergencia de los rayos luminosos. Tras ella, encontramos el iris, un músculo esfínter, regido de modo reflejo en cuyo centro se sitúa la pupila, de 2 a 8 milímetros de diámetro. Esta, se abre y se cierra para dejar pasar más o menos luz. El cristalino se presenta como una lente biconvexa de convergencia variable. En la retina, alrededor de la fóvea, se localizan receptores de luz, llamados bastones y conos. Éstos contienen moléculas de pigmento que, a su vez, contienen una sustancia llamada rodopsina. La rodopsina absorbe quanta luminosos y los descompone por reacciones químicas. Los receptores se enlazan con las células nerviosas por sinapsis, múltiples enlaces transversales que agrupan las células en redes y que constituyen las fibras del nervio óptico. El nervio óptico sale del ojo y termina en el cuerpo geniculado, una región lateral del cerebro, de la que salen nuevas conexiones hacia la parte posterior del cerebro, para llegar al córtex estriado. Con respecto a la visión, nuestro cerebro dispone de dos hemisferios, conectados de manera que el izquierdo elabora el campo visual derecho y el derecho construye el campo visual izquierdo. No obstante, los dos ojos están conectados a los dos hemisferios cerebrales. Lo que se conecta al hemisferio izquierdo es el campo visual derecho, y viceversa. La parte que se ocupa de la creación del color es el área V4 del cerebro, en las circunvoluciones lingual y fusiforme. Esta área también se ocupa de crear las formas de los objetos. De esta forma, si nos lesionamos estas cincunvoluciones, llegaremos a la acromatopsia total, y si sólo nos lesionamos las de un hemisferio, dejaremos de percibir el color en una mitad. Por ejemplo, si nos lesionamos el derecho, no percibiremos el color en la parte izquierda de nuestra vista. Así, hemos visto cómo para la percepción son necesarias, fisiológicamente hablando, tres tipos de transformaciones: ópticas, químicas y nerviosas. Esto nos da una ligera idea de la complejidad del sistema visual y nos pone alerta sobre la concepción que solemos tener de la visión como algo que empieza y que termina en los ojos, que no añade nada a lo visto, y se limita a transmitírnoslo de una forma objetiva. 4
  • 5. IMAGEN Y COLOR COMO CONSTRUCTOS El objetivo de la visión cuando se le presenta una imagen, es construir las formas, los colores de las superficies y las luces, de una forma coherente, a fin de que al juntarlos, se produzca tal imagen. La meta es encontrar la mejor solución posible, donde las buenas elecciones con cambios leves son estables, y las demás son inestables. Esta labor de creación la demuestran las diversas metodologías complejas que sigue el ojo como son la visión fotópica y escotópica, o el hecho de que percibamos los objetos con los mismos colores a lo largo del día, cuando, en realidad, deberían cambiar, ya que cambia la incidencia de la luz en su superficie, es la llamada constancia cromática aproximada. Además, hay ciertos matices que nunca coexisten. A estos pares que no coexisten, y que son rojo/verde y amarillo/azul, se les denomina colores oponentes. En el terreno psicológico, la visión del color se basa en unos pocos rasgos puros y elementales. […] las pautas del color se perciben como elaboraciones de las elementales y puras cualidades del amarillo, rojo, azul. (Arnheim, 1986) Los colores de apertura son aquellos que no parecen pertenecer a una superficie ni a un iluminador. Según un fotómetro, una imagen de apertura puede diferenciarse de otra en un número infinito de formas. Sin embargo, nosotros solo las diferenciamos en tres cualidades: tono, saturación y brillo. El tono se refiere a la cantidad de ese color que hay presente; la saturación nos indica la pureza de un tono, y varía entre los grises neutros y los tonos altamente puros; el brillo varía entre lo apenas visible y lo deslumbrante. De esta forma tenemos que, dos imágenes que para un fotómetro se diferencian en infinitas maneras, nosotros las percibimos de una forma idéntica. Estas imágenes se denominan metámeros. A nuestros ojos, los metámeros, son iguales, pero para un fotómetro no. En cambio, un fotómetro no está preparado para percibir, por ejemplo, un borde visual. Tampoco está preparado para realizar, como nosotros, un contraste simultáneo, usando los contrastes locales de la luminosidad para asignar los grises. Los colores que construimos en un punto determinado, dependen no sólo de la luz, sino de un área más amplia del campo visual. Usamos contextos más amplios para construir los colores. Y esta construcción se da, a grandes rasgos, de la siguiente forma: El azul es consecuencia de los rayos con frecuencias más elevadas, el amarillo de las intermedias y el rojo de las bajas. […] La luz se compone de diversos rayos, que tienen distintas frecuencias. Una superficie determinada refleja ciertos rayos y absorbe otros. Si refleja las bajas frecuencias y absorbe las altas, el resultado es el color rojo. Si refleja las altas y absorbe las bajas, el color es azul. El patrón de reflexión es el color de la superficie. (Hoffman, 2000) SOBRE CONOS Y LONGITUDES DE ONDA Pero, ¿cómo funciona la luz?, ¿cómo la podemos describir? No son preguntas fáciles. Por lo pronto, saber que cuando se describe la luz como una partícula, se habla de quanta de luz, y que cada quantum de luz tiene una frecuencia específica. También conviene saber que la luz se desplaza muy rápidamente, recorre tres metros en 10 segundos. Los receptores 5
  • 6. retinianos de los que hablaremos a continuación, reaccionan en menos de una milésima de segundo cuando están descansados, pero, en cambio, pasan al menos de cincuenta a ciento cincuenta milésimas de segundo entre la estimulación del receptor y la del córtex. Sobre los otros componentes de este epígrafe, los conos, decir que hay tres variedades, sensibles cada uno de ellos a una determinada longitud de onda. Éstas son, 0,440µ, 0,535µ y 0,565µ, correspondientes, respectivamente, a un azul-violeta, un verde-azul y un verde- amarillo. Uno de estos tipos, llamado P, reacciona preferentemente a las altas frecuencias; otro, llamado M, reacciona a las intermedias; y el tercer tipo, llamado G, responde a las bajas. Las altas frecuencias corresponden a las ondas cortas, y las bajas a las ondas largas, tal y como muestra el gráfico de la derecha. Esta teoría, descubierta en un principio por Thomas Young, y redescubierta por Helmholtz, pasó a llamarse la Teoría Tricromática de Young-Helmholtz. Como ya avanzamos previamente, los conos y bastones se localizan en los alrededores de la fóvea, tal y como muestra el dibujo de la izquierda. Los conos difieren porque poseen distintas moléculas de pigmento que reaccionan de diversas formas a la luz. Cada molécula de pigmento se divide en dos partes: una gran proteína llamada opsin y una derivación de la vitamina A llamada retinal. La secuencia de aminoácidos de la opsin va a determinar la reacción del pigmento frente a la luz. Existen códigos específicos para estas moléculas opsin, de forma que si falta uno de esos genes, o resulta defectuoso, el sujeto carecerá del pigmento visual correspondiente. Por ejemplo, algo tan sencillo como un cambio en la posición de la serine y la alanine en el pigmento G, que ha resultado ser polimórfico, un cambio en un único nucleótido, puede alterar, en parte, cómo construimos nuestro mundo visual. También cabe destacar el llamado efecto Purkinje. Según él, en un medio iluminado de forma intensa, los rojos se verían más brillantes y luminosos debido a que los conos retínicos, que son sensibles a las longitudes de onda largas, son los que llevan a cabo el trabajo de la sensación visual, mientras que con luz débil, se resaltan más los azules y verdes ya que en la sensación visual colaboran, también, los bastones, que son más sensibles a las longitudes de onda cortas. 6
  • 7. TIPOS DE DALTONISMO Como ya vimos, si nos faltaba un gen de la molécula opsin, o si éste es defectuoso, careceremos del pigmento visual correspondiente. Esto restringe la gama de tonos que podemos construir, provocando la llamada ceguera del color. Si nos falta el pigmento G, sufriremos de protanopía, y no podremos construir las diferencias entre el verde y el rojo. Tampoco lo podremos hacer si sufrimos de deuteranopía, es decir, si nos falta el pigmento M. Y si nos falta el pigmento P, padeceremos tritanopía y no construiremos las diferencias entre el azul y el amarillo. Como vimos, las longitudes P, M y G, se corresponden con las longitudes de ondas altas, medias y bajas, respectivamente, es decir, con los colores azul, verde y rojo. De esta forma, quien sufre de protanopía, no percibe el espectro bajo, correspondiente al rojo; el que sufre deuteranopía, no percibe el espectro medio, correspondiente al verde; y quien sufre tritanopía, no percibe el espectro alto, correspondiente al azul. Además, cabe distinguir entre varios tipos de ceguera al color. Por un lado, tenemos la monocromática, en la que el sujeto sólo puede ver un tipo de color. Los dicromáticos presentan sólo dos tipos de conos. Pero la más común es la tricromática anómala, en la que el sujeto posee los tres tipos de conos, aunque con defectos funcionales, lo que le hace confundir un color con otro. La acromatopsia, hemos visto que se da en muy pocos casos a lo largo de la historia, y que tiene más que ver con problemas neuronales, aunque también puede darse la carencia total de conos o que sean todos ellos defectuosos. El daltonismo se considera como un defecto genérico que es hereditario y que afecta a un 8% de la población masculina. Se transmite por un alelo recesivo ligado a un cromosoma X. Como los hombres sólo poseen un cromosoma X, mientras que las mujeres poseen dos, los primeros son más vulnerables a padecer daltonismo. Para que una mujer lo fuera, deberían serlo sus dos cromosomas X. Por lo general, se convierten en portadoras y se lo transmiten a su descendencia. SOBRE LA IMPOSICIÓN DE UN HECHO SOCIAL Es hecho social todo modo de hacer, fijo o no, que puede ejercer una coerción exterior sobre el individuo; o, también, que es general en todo el ámbito de una sociedad dada y que, al mismo tiempo, tiene una existencia propia, independiente de sus manifestaciones individuales. (Durkheim, 1895) El hecho social es exterior con respecto al individuo singular que aparece en una sociedad configurada culturalmente de una manera determinada, y que en el curso del proceso de socialización irá interiorizando esos elementos culturales externos. El hecho social es impuesto por medio de unas determinadas fuerzas de coerción, que son ejercidas por el grupo organizado sobre el individuo aislado. La coerción se va a instalar como una especie de colaboración social, como una cooperación libre y espontánea. Todos contribuimos a acrecentar esta presión, y somos víctimas de ella. Pero además, para que se imponga un hecho social, debe gozar de generalidad. El hecho social tiene que ser compartido por todos o casi todos los miembros de la sociedad, si bien la generalidad puede ser una consecuencia de lo universal que produce la coerción. 7
  • 8. Todos estos elementos los podemos constatar en el hecho social que supone imponer una determinada forma de ver. En este caso, la coerción no se hace sentir prácticamente, pero eso no supone que no exista. La mejor prueba de ello es que esta coerción se afirma a partir del momento en que el individuo trata de resistirla. Cuando un individuo se manifiesta contrario a este hecho social, la extrañeza, y hasta comicidad que causa, refleja esta coerción latente. Es la manera que tiene la sociedad de castigar al individuo díscolo, aunque sea esta una manera más sutil. Es imposible que nadie actúe de otra forma, y que trate de llamar rojo a lo que los demás llaman verde. En este sentido, un hecho social puede ser reconocido por la coerción externa que ejerce o que es capaz de ejercer, o bien por la resistencia que el hecho va a oponer a cualquier intento individual de violentarlo. Para separar estos dos hechos, llamaremos normales a los que presenten las formas más generales y llamaremos a los otros mórbidos o patológicos. Es la mayor frecuencia de la aparición de los primeros la que determina su superioridad. Esta segregación nos podría parecer, ciertamente, bastante arbitraria. Pero, tras una observación más detenida, comprobaremos que presentan caracteres de constancia y regularidad, que revelan su objetividad. Esta fuerte separación es más sólida cuanto más articulada se encuentre una estructura social que puede oponer, por consiguiente, una mayor resistencia a cualquier tipo de modificación. Pese a todo, cuando se trata de sociedades más elevadas o muy recientes, como es la nuestra, estas leyes son aún desconocidas, y habría que estudiar su desarrollo completo a lo largo de la historia, lo cual, no es posible por el momento. Así, podríamos decir que: El individuo es una ilusión, y una ilusión que se mantiene tanto más eficazmente cuanto que la sociedad no hace sentir su presión sobre él. (Durkheim, 1895) LA EDUCACIÓN COMO IMPOSITORA DEL HECHO SOCIAL El papel de los padres y maestros es transmitir las costumbres y el acervo cultural a su descendencia. Junto a este acervo, se encuentra también el hecho social. Así, se convierten en los representantes e intermediarios de la presión del medio social. La educación consiste en un esfuerzo para imponer al niño modos de ver, de sentir y de obrar que no se le hubieran ocurrido de forma espontánea. Y el objeto de hacerle partícipe de todo este legado, es que se puedan centrar en elaborar los nuevos hechos sociales del futuro. Normalmente, la reflexión es anterior a la ciencia, el hombre no puede vivir en medio de las cosas sin hacerse una idea de ellas. Y con esta idea, regulará su conducta. Vemos que es algo necesario para la propia supervivencia del individuo, el poder adelantarse a lo que conoce científicamente. El niño-hombre debe tratar de comprender los hechos que ya ha interiorizado como suyos, y de descubrir de manera inmediata, nuevos hechos, que transmitirá a su descendencia, de forma que toda sociedad se nutre de la anterior, de sus éxitos y de sus fracasos. 8
  • 9. […] la reflexión se ve incitada a apartar la vista de lo que es el objeto mismo de la ciencia, a saber, el presente y el pasado, y a lanzarse de un salto hacia el futuro. (Durkheim, 1895) ENTRE LO NORMAL Y LO PATOLÓGICO […] los hechos que sólo se observan en uno mismo son demasiado infrecuentes, huidizos y maleables como para que se puedan imponer a las nociones correspondientes que la costumbre ha fijado en nosotros e imponerles su ley. (Durkheim, 1895) Como ya vimos anteriormente, hay un hecho normal que se impone a otro patológico. También apuntamos la supremacía que supone la generalidad de la que goza el primero de ellos. Como vemos en el fragmento de arriba, los hechos individuales son demasiado frágiles como para poderse imponer. Si se piensa en todos los tipos de daltonismo que existen y sus múltiples variantes, parece fácil concluir que es imposible que alguno de ellos se llegue a imponer sobre el resto. Si bien es cierto que, al ser la condición de deuteranopía la más extendida, la gente asocia el daltonismo con la imposibilidad de distinguir entre el rojo y el verde. Sin embargo, nada tiene que hacer con la visión normal. Pero no nos engañemos, es muy importante poder diferenciar, salvo en casos muy excepcionales, entre hechos normales y anormales, para poder asignar un dominio propio tanto a la fisiología como a la patología. Es más importante si cabe, para poder llegar a un acuerdo social sobre qué es blanco y qué es negro, qué rojo y qué verde, porque si no, resultaría imposible toda comunicación. Esto hay que desligarlo de la manifiesta arbitrariedad que envuelve a todo término. No pretendemos aquí hablar del constructo social que supone la palabra rojo. Es claro que este término, como todos los demás, proviene de una convención social, de un contrato entre varias partes por el que se comprometen a designar un tipo de percepción determinado con el nombre de rojo; y con el de verde a otro. Esto, que tiene cierta importancia en la más que posible marginación de aquel que percibe las cosas de una manera diferente, de su segregación como portador de un elemento patológico, pierde cierta relevancia al considerar que se trata de un acuerdo necesario, en el cual las partes más generales han derrotado a las minoritarias. Se manifiesta pues, como un problema de nomenclatura, pero no de divergencia en la posibilidad del conocimiento de un universal llamado color, al que pondremos en duda a su debido tiempo. Todas estas convenciones, no se pueden descontextualizar, ya que lo que en una sociedad sería patológico, en otra sociedad resulta normal, y los términos también varían. Por ejemplo, hay algunas culturas que no diferencian perceptualmente el verde del azul; mientras que los esquimales pueden discernir numerosos tipos de blanco, ya que de ello depende su supervivencia; y hay culturas que diferencian entre varios tipos de colores que, en otras, se designan bajo el mismo término. 9
  • 10. FENOMENOLOGÍA DEL COLOR «Fenomenología» designa una ciencia, un nexo de disciplinas científicas […] un método y una actitud intelectual: la actitud intelectual específicamente filosófica; el método específicamente filosófico. (Husserl, 1950) La fenomenología trata de preguntarse acerca de los orígenes, de los principios últimos que se esconden detrás de todo conocimiento. Husserl, durante toda su vida, se preguntó acerca de si era posible conocer, trató de descubrir la teoría del conocimiento. Esto engarza perfectamente con lo expuesto en este trabajo. Si la realidad exterior no es tal como la concebimos, ¿es posible conocerla? Y, si los objetos exteriores no poseen ningún color, y es nuestro organismo el que los construye, ¿acaso no sería posible que la realidad difiriese sustancialmente de lo que percibimos en otros aspectos? La complejidad ante la que se enfrenta esta ciencia de la fenomenología radica en que el conocimiento como tal parece no identificarse con el objeto de conocimiento; el conocimiento está dado, pero no así el objeto. Sin embargo, el conocimiento debe referirse al objeto, debe conocerlo. Tenemos que, en nuestra actitud espiritual, nos encontramos vueltos, intuitiva e intelectualmente, hacia las cosas que nos vienen dadas. Y aunque nos volvamos hacia aquello que nos viene dado, puede ser que la vida social no sea más que el desarrollo de ciertas nociones, y, suponiendo que esto fuera cierto, estas nociones no nos son dadas de una forma inmediata. Es por eso por lo que tenemos que llegar a ellas a través de la realidad fenoménica que las expresa. Por tanto, la teoría del conocimiento no puede construirse sobre los cimientos de cualquier otra ciencia natural. Como primer paso, debemos proceder a una reducción gnoseológica, debemos intentar desligar toda trascendencia del objeto mismo, le debemos aplicar un índice de indiferencia, o un índice gnoseológico cero. Pero, podemos, también, dirigir la mirada, mientras percibimos los objetos, al mismo proceso de percepción, omitiendo la referencia al yo o haciendo abstracción de ella. Llegando a este nivel de abstracción tenemos que, el dato de un fenómeno reducido es, en general, un dato absoluto e indudable. Por tanto, para salir de este solipsismo al que nos había llevado la crítica del conocimiento, debemos poner nuestras miras «en las fuentes del conocimiento; en los orígenes que debemos intuir genéricamente; en los datos absolutos genéricos, que constituyen las medidas fundamentales y universales con que hay que medir todo sentido». Si atendemos al mismo proceso de percepción, podemos encontrar como algo que se da, precisamente, los universales, y así, entender el conocimiento supondría aclarar de forma genérica los nexos teleológicos del conocimiento, que van a hacer visibles ciertas relaciones de esencia entre distintos tipos esenciales de formas intelectuales. Del ser, de la cogitatio, tenemos evidencia, por eso, la cogitatio no representa enigma alguno. Las esencias de los universales están dadas ellas mismas cuando la abstracción que origina las ideas se lleva a cabo sobre la base de una percepción, o sobre la representación de una fantasía. Tenemos que lo objetivo no es ningún ingrediente del fenómeno, y, sin embargo, se constituye en el mismo 10
  • 11. fenómeno. Se expone en él y está dado como siendo evidente. Se extrae del fenómeno mismo un universal. Si nos quedáramos en el puro solipsismo, llegaríamos a una situación absurda, en la que la fantasía envolvería hasta el mismo acto de preguntarse sobre el conocimiento, sería una fantasía sobre otra fantasía, que no vería nunca su fin. Pese a que la percepción es una mera vivencia de mi sujeto, del sujeto que percibe, al igual que también son experiencias subjetivas el recuerdo y la expectativa, y todos los actos intelectuales edificados en ellos, se puede constatar, y en este ejemplo más que nunca, un acervo social común a varios e incluso a todos los miembros de una sociedad determinada. Llegamos a la conclusión, pues, que la reducción fenomenológica es el único método que es específicamente filosófico. En el caso de la percepción del color, podemos tomar prestadas estas palabras, ya que, como hemos visto, el hecho social, aunque pueda parecer arbitrario, tiene su base en ciertos elementos psicológicos y fisiológicos, y se impone el más genérico, el más fuerte: […] como los únicos elementos de que está formada la sociedad son los individuos, el origen primero de los fenómenos sociológicos sólo puede ser psicológico. (Husserl, 1936) EL COLOR COMO UNIVERSAL Como ya hemos dicho, el solipsismo es una postura ridícula, porque: […] negar en absoluto el darse de las cosas mismas quiere decir negar toda norma última, toda medida básica que dé sentido al conocimiento. Pero entonces habría que declararlo todo ilusión, y a la ilusión como tal también ilusión, procediendo absurdamente; y habría, pues, que lanzarse al contrasentido del escepticismo. (Husserl, 1936) Sin embargo, sabemos que el conocimiento sólo puede ser conocimiento humano, ligado a las formas intelectuales humanas, ya que somos incapaces de alcanzar la naturaleza de las cosas, de captar su esencia. Sin embargo, Husserl recurre a la reducción gnoseológica y, posteriormente, a la obtención de los universales ya que, «Percibiendo color y practicando la reducción, obtengo el fenómeno puro del color; y si llevo a cabo ahora una abstracción pura, entonces obtengo la esencia de color fenomenológico en general». Vemos como Husserl dibuja una puerta de emergencia con una tiza en la pared del callejón sin salida al que había llegado con la reducción gnoseológica, recurriendo a los universales. Y, curiosamente, plantea como ejemplo el universal rojo, y por extensión, el universal del color. No obstante, cabe preguntarse si ese universal rojo puede, de hecho, llegar a ser, o si, se pierde en su trascendencia. Si el rojo como tal no existe, sino que a lo sumo, podemos hablar de cierta percepción, de una ilusión, de una sensación fabricada por nosotros mismos, no nos es posible hablar de universales. Nos parece claro pensar que las formas de la Tierra han sido como son actualmente, con todas las variaciones que hemos estudiado que se han dado. La Tierra, como forma, existe independientemente de nuestro paso por ella, y la idea Tierra también. Pero 11
  • 12. incluso parece legítimo dudar de la existencia del concepto Tierra sin que haya nadie que lo piense. Si un árbol se cae en el bosque, y no hay nadie alrededor, ¿emite sonido alguno? Algo parecido les ocurría a los personajes de ficción de la película La rosa púrpura de El Cairo, cuya mayor obsesión era que no apagaran el proyector, ya que, si lo hacían, dejarían de existir. Como la teoría de un ser inteligente que nos piensa, y que si nos deja de pensar, dejamos de existir, desaparecemos irremediablemente. Aun haciendo esa concesión a la fenomenología; admitiendo que la Tierra existió antes de nuestra llegada y que seguirá existiendo después de nuestra desaparición; admitiendo la posible existencia de otras formas de vida inteligentes que piensen en el concepto de Tierra, no podemos negar que la noción de rojo parece ser inherente a nuestro organismo y podríamos descartar, o al menos dudar de su existencia absoluta sin nosotros. Se nos aparece como una idea non grata en el mundo de las ideas platónico, pero que, al mismo tiempo, se muestra como algo casi innato, de cuya existencia no nos cabe la menor duda. EN LOS OJOS DE UN EXTRAÑO Los colores los damos como dados ya, los percibimos instintivamente como una realidad en sí. Y aun cuando sabemos, gracias a la ciencia, que éstos, en realidad, no existen, que son instancias que ponemos nosotros, no nos es posible ser conscientes de ello en plena tarea perceptiva. Esto nos lleva a generalizar nuestra visión a toda la sociedad y a segregar el hecho social entre lo normal y lo patológico. Nos encontramos, por un momento, imposibilitados para reaccionar, incapaces de manifestar una realidad para la que nos faltan los conceptos. No entendemos que pueda haber otra visión distinta, y esto nos incapacita para ponernos en los ojos del otro. Hemos visto con Durkheim cómo el fenómeno más genérico, el más fuerte, se va a imponer al modelo patológico. Ciertamente, no nos faltan ejemplos a lo largo de la historia de la humanidad. De esta necesidad no se libran ni las culturas más avanzadas, o es precisamente por su grado de madurez por lo que se da más en ellas, por su gran rigidez frente al cambio. Así, la elevada cultura helénica desdeñaba a los demás pueblos, incluidos los griegos macedónicos, a los que llamaron bárbaros, porque, según ellos, emitían una especie de bar-bar cuando hablaban. Así pues, imponiéndoles su enorme sapiencia, les estaban haciendo un enorme favor. Bajo esta imposición cultural subyace una clara falta de empatía. Porque no les entendían, les consideraban inferiores. Pero no sólo los griegos realizaron este proceso de imposición de un hecho social o cultura más avanzada. En realidad, éste deseo de imponer al otro las costumbres y cultura del pueblo dominador se esconde detrás de todos los grandes imperios colonizadores. Roma, la otra gran cuna de la cultura occidental, también imponía, y más aún, su cultura a la de los pueblos bárbaros que la rodeaban. Lo mismo pasó en la colonización de América, en la que se acabó con sociedades indígenas muy avanzadas, y se les impuso la cultura occidental y la religión católica. Todo ello, como un gran favor. El único ejemplo de imperio colonizador que respetaba las culturas de los pueblos que conquistaba ha sido el vasto Imperio logrado por Alejandro Magno en unos pocos años. 12
  • 13. Pero no es sólo esta falta de empatía la que impulsa a las potencias colonizadoras, sino que, incluso detrás de ella, se esconde el miedo. El miedo ha jugado un papel fundamental en la historia y es el que nos impide ponernos en el lugar del otro. Vemos cómo una sociedad ajena a nosotros percibe el mundo de una forma distinta, y nos asola un miedo irracional porque no somos capaces de entenderles, y porque en ese momento, nos volvemos vulnerables y no somos los que estamos al frente de las operaciones. Si no sabemos cómo perciben ellos las cosas, no podemos predecir sus movimientos, ni adaptarnos a ellos. Y este miedo se convierte en odio visceral hacia todo aquello diferente y es lo que ha llevado y lleva, a las grandes guerras, a las mayores atrocidades. A lo largo de la historia, numerosos pueblos se han considerado los elegidos, los que debían imponerse sobre los demás infieles. Tome el nombre que tome, su dios les tendría que llevar a la victoria y castigar a los pueblos infieles. Aunque parezca extraño, esto es similar a lo que le pasa a cualquier niño al llegar por primera vez a la guardería. Se ve despojado de los brazos de sus seres queridos y se descubre entre iguales y no como el centro del universo. Hasta ahora, todo había girado en torno a él, no conocía nada más allá, no se podía imaginar algo más aparte de su corta experiencia, y siente que tiene que volver a ganarse el terreno, porque él es el elegido, y porque tiene que volver a ser el centro, a tomar el control de la situación, de su propia existencia. Y esta falta de empatía se da cada día, en todas las escalas sociales. Póngase como tema crucial la homofobia, la xenofobia, el machismo, el hembrismo o cualquier tipo de discriminación, los motivos son, en definitiva, los mismos: el miedo a la diferencia. UN CAMPO ABIERTO Decía Durkheim que en el estudio de la evolución de las sociedades, debemos tener en cuenta que cada sociedad es distinta a las demás, pero que hay ciertas pautas de desarrollo y de comportamientos idénticos, y que las sociedades posteriores se nutren de las que la preceden. También nos decía que no se puede explicar un hecho social de cierta complejidad a no ser que se siguiera íntegramente su desarrollo a través de todas las especies sociales. La sociología comparada no se trataba de una rama particular, sino que era la misma sociología, en tanto que dejaba de ser puramente descriptiva y aspiraba a dar cuenta de los hechos. Todo ello teniendo en cuenta, que el hombre sólo mira hacia el futuro y no hacia los conocimientos que ya ha conseguido, que no puede vivir en medio de las cosas sin hacerse una idea de ellas. Hoy día, sabemos muchas cosas acerca del cerebro humano y de cómo se realiza la percepción. Sin embargo, la ciencia dista mucho de tener todas las respuestas. En realidad, el ser humano es incapaz de obtener todas las respuestas debido a su corta estancia aquí en la Tierra. Como decía Durkheim, ningún individuo es capaz de elaborar un sistema completo, sino que la cultura nos precede y nos sobrevive. Pero hay estudios que vierten muchas dudas sobre lo acertado de los conocimientos que ya poseemos. Por ejemplo, apuntan a una sorprendente coincidencia entre las respuestas a preguntas simples, de carácter psicológico, semejantes a las de la Gestalt, en individuos de distintas sociedades no conectadas entre sí. Detrás de estas respuestas idénticas, parecen subyacer ciertos esquemas mentales que compartimos durante el período de gestación, o conclusiones a las que todos, por una vía 13
  • 14. misteriosa, llegamos al mismo tiempo. Siempre se ha hablado de un sexto sentido que poseen algunos niños. Pues bien, estos estudios revelan unos ciertos sentidos sinestésicos, presentes en las etapas infantiles, y que sólo permanecen en un número muy reducido de adultos. Todo ello nos lleva a la conclusión de que las dudas son todavía muchas, y que los estudios acerca de este tema no están, ni mucho menos, cerrados, por lo que puede que en un futuro descubramos nuevas funciones del cerebro, y con ellas, nuevos sentidos y nuevas formas de percibir, de aproximarnos al mundo. También decía Durkheim, que si la exterioridad del hecho social, en este caso la imposición del modo de ver normal al patológico, propio de daltónicos, es sólo aparente, la ilusión se disipará a medida que la ciencia progrese y, por así decirlo, se vería cómo lo exterior volvería a entrar en lo interior. CONCLUSIÓN Parece que las voces que recorrían el laberinto de mi mente, de las que hablamos ya hace un tiempo, han encontrado la salida, han tomado una postura y han acordado las palabras necesarias para poder llegar a un contrato social. En su viaje, han visto, aunque cada una con diferentes ojos, que la percepción es una tarea compleja, y que requiere de una colaboración imprescindible con sistemas neuronales para terminar de construir las realidades que percibimos. Para no chocarse con los muros de este laberinto, han necesitado aportar ciertos esquemas que han completado la compleja información visual que captaba su complejo sistema visual. Y para aprender a no estamparse con los muros, han necesitado, primero, estamparse unas cuantas veces. Han necesitado adquirir la suficiente experiencia como para crear unos esquemas visuales que les informaran de qué camino tenían que tomar y cuando tenían que torcer para no darse de bruces. También han visto cómo sus modos de ver diferían sustancialmente, pero, en cambio, había un modelo, que debido a su mayor extensión, se imponía sobre los demás, que pasaban a llamarse patológicos. Esos hechos sociales que se acababan de crear, se fueron transmitiendo entre las sucesivas generaciones que habitaron el laberinto. Y, al fin, decidieron intentar ponerse de acuerdo, y comprobaron que, detrás de toda esa aparente arbitrariedad, se escondían razones de peso. E intentaron ponerse en los ojos de los extraños, y no lo consiguieron ya que se encontraban cegados, ya que desconocían el idioma en el que estaban hablando. Y vieron cómo sus cerebros iban cambiando y cómo aquello que tenían por seguro, se desvanecía en el gélido aire que recorría los pasillos de ese laberinto. Y llegaron a la conclusión de que no todo estaba cerrado, de que las cosas cambiarían siempre, que lo único estático es la muerte. Y vieron que no podían ver cómo el otro, que la realidad era diferente para cada uno y no podían cambiarla, y no podían olvidarla, hacer como si nunca hubiese ocurrido. Y aprendieron que era necesario un contrato social, pero que no menos necesario era ser conscientes de que existen otras visiones que son tan válidas como las nuestras. Y por último, aprendieron el gran significado de la frase clave para poder salir del laberinto: […] la ciencia puede, ciertamente, iluminar el mundo, pero deja a corazones sumidos en la noche; es el corazón el que tiene que darse su propia luz. (Durkheim, 1895) 14
  • 15. BIBLIOGRAFÍA HOFFMAN, Donald D. “El día en que el color se esfumó”. En: Donald D. Hoffman, INTELIGENCIA VISUAL. Cómo creamos lo que vemos. Barcelona: Paidós, 2000. ISBN: 84-493- 0918-2. Depósito legal: B.21557.2000. Pg. 155-196. DONDIS, Donis A. La sintaxis de la imagen. Introducción al alfabeto visual. 15ª Ed. Barcelona: Gustavo Gili, 2002. 211 Páginas. ISBN: 842520609X. Depósito legal: B.14582-2002. ARNHEIM, Rudolf. “La inteligencia de la percepción visual”. En: Rudolf Arnheim, El pensamiento visual. 1ª Ed. Barcelona: Paidós, 1986. P. 27-49 VILLAFAÑE, Justo. “El espacio del cuadro”. En: Justo Villafañe y Norberto Mínguez, Principios de Teoría General de la Imagen. Madrid: Pirámide, 1996. P. 111-127. AUMONT, Jacques. “El papel del ojo”. En: Jacques Aumont, La imagen. Barcelona: Paidós, 1992. P. 17-61. DURKHEIM, Émile. “Las reglas del método sociológico y otros escritos”. Madrid: Alianza, 2000. 328 páginas. ISBN: 8420637963. Depósito legal: M.24275-2000. HUSSERL, Edmund. “La idea de la fenomenología: cinco lecciones”. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1982. P. 125. ISBN: 8437502233. Depósito legal: M.32953-1982. 15