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II Trimestre de 2012
                       Evangelismo y testificación


                      Notas de Elena G. de White

                              Lección 10
                              9 de Junio de 2012




           Una respuesta de amor
Sábado 2 de junio

   “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me
ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me
manifestaré a él” (Juan 14:21). Una vez más Cristo expresa la condi-
ción por la que cada cristiano sincero puede estar unido a él. Y lo ha-
ce de una manera tan clara, que nadie puede ignorar que el verdade-
ro amor siempre produce obediencia. La religión de Jesucristo es
amor y la señal del verdadero amor es la obediencia. Así como Cristo
y el Padre son uno, los que reciben a Cristo serán uno con él, y se
amarán unos a otros. El amor a Dios será el gran centro de adoración
(The Home Missionary, 1º de julio, 1897).
   El cuerpo y el alma pertenecen a Dios. El dio a su Hijo para la re-
dención del mundo, y a causa de esto se nos ha otorgado una pro-
longación de la vida, un tiempo de gracia, para desarrollar caracteres
de perfecta lealtad. Dios nos ha redimido de la esclavitud del pecado,
y nos ha dado la posibilidad de vivir vidas de servicio regeneradas,
transformadas.
   Hemos sido sellados con el sello de Dios. Él nos ha comprado y
desea que recordemos que nuestras facultades físicas, mentales y
morales le pertenecen. El tiempo, la influencia, la razón, los afectos y
la conciencia, todos pertenecen a Dios y deben ser usados de acuerdo
con su voluntad. No deben emplearse con la orientación del mundo,
pues el mundo está sometido a un jefe que se halla enemistado con
Dios (Mensajes para los jóvenes, pp. 66, 67).



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Domingo 3 de junio:
Motivados por el amor

   El apóstol Juan fue distinguido por sobre sus hermanos como el
“discípulo a quien amaba Jesús” (Juan 21:20). Aunque no era en el
más mínimo grado cobarde, débil o vacilante en carácter, poseía una
disposición amable, y un corazón cálido y amoroso. Parecía haber
gozado, en un sentido preeminente, de la amistad de Cristo, y recibía
muchas prendas de la confianza y del amor de su Salvador. Él fue
uno de los tres a quienes se les permitió presenciar la gloria de Cristo
sobre el monte de la transfiguración, y su agonía en el Getsemaní; y a
Juan, nuestro Señor confió el cuidado de su madre en las últimas ho-
ras de angustia sobre la cruz.
   El afecto del Salvador por el discípulo amado fue retribuido con
toda la fuerza de su ardiente devoción. Juan se asió de Cristo como la
vid se adhiere al imponente pilar. Por causa de su Maestro hizo fren-
te con valentía a los peligros de la sala del juicio, y se demoró cerca
de la cruz; y ante las noticias de que Jesús había resucitado, se apre-
suró al sepulcro, ganando en su celo aun al impetuoso Pedro.
   El amor de Juan por su Maestro no era una mera amistad huma-
na; sino que era el amor de un pecador arrepentido, que sentía que
había sido redimido por la preciosa sangre de Cristo. Estimaba como
el mayor honor trabajar y sufrir en el servicio de su Señor. Su amor
por Jesús lo inducía a amar a todos aquellos por quienes Cristo mu-
rió. Su religión era práctica. Razonaba que el amor a Dios debía ma-
nifestarse en el amor a sus hijos. Se lo oyó reiteradamente dicien-
do...“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno
dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el
que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios
a quien no ha visto?” (1 Juan 4:19, 20). La vida del apóstol estaba en
armonía con sus enseñanzas. El amor que brillaba en su corazón por
Cristo, lo indujo a realizar el más ferviente esfuerzo y la más incansa-
ble labor por sus semejantes, especialmente por sus hermanos en la
iglesia cristiana (Reflejemos a Jesús, p. 84).
   La profundidad y fervor del afecto de Juan hacia su Maestro no
era la causa del amor de Cristo hacia él, sino el efecto de ese amor.
Juan deseaba llegar a ser semejante a Jesús, y bajo la influencia
transformadora del amor de Cristo, llegó a ser manso y humilde. Su
yo estaba escondido en Jesús. Sobre todos sus compañeros, Juan se
entregó al poder de esa maravillosa vida...Juan conoció al Salvador
por experiencia propia. Las lecciones de su Maestro se grabaron so-
                         Recursos Escuela Sabática ©
bre su alma. Cuando él testificaba de la gracia del Salvador, su len-
guaje sencillo era elocuente por el amor que llenaba todo su ser.
   A causa de su profundo amor hacia Cristo, Juan deseaba siempre
estar cerca de él. El Salvador amaba a los doce, pero el espíritu de
Juan era el más receptivo. Era más joven que los demás y con mayor
confianza infantil, abrió su corazón a Jesús. Así llegó a simpatizar
más con Cristo, y mediante él, las más profundas lecciones espiritua-
les de Cristo fueron comunicadas al pueblo (Dios nos cuida, p.
218).
   En la vida del discípulo Juan se ejemplifica la verdadera santifi-
cación. Durante los años de su íntima asociación con Cristo, a menu-
do fue amonestado y prevenido por el Salvador, y aceptó sus repren-
siones. A medida que el carácter del divino Maestro se le manifesta-
ba, Juan vio sus propias deficiencias, y esta revelación le humilló...El
poder y la ternura, la majestad y la mansedumbre, la fuerza y la pa-
ciencia que vio en la vida diaria del Hijo de Dios llenaron su alma de
admiración. Sometió su temperamento resentido y ambicioso al po-
der modelador de Cristo, y el amor divino realizó en él una transfor-
mación de carácter...
   Semejante transformación de carácter como la observada en la vi-
da de Juan, es siempre resultado de la comunión con Cristo. Pueden
existir defectos notables en el carácter de una persona, pero cuando
llega a ser un verdadero discípulo de Cristo, el poder de la gracia di-
vina le transforma y santifica. Contemplando como por un espejo la
gloria del Señor, es transformado de gloria en gloria, hasta que llega
a asemejarse a Aquel a quien adora (Conflicto y valor, p. 316).

Lunes 4 de junio:
No por culpa

   Hemos transgredido la ley de Dios, y por las obras de la ley nin-
guna carne será justificada. Los mejores esfuerzos que pueda hacer el
hombre con su propio poder son ineficaces para responder ante la ley
santa y justa que ha transgredido, pero mediante la fe en Cristo pue-
de demandar la justicia del Hijo de Dios como plenamente suficiente.
Cristo satisfizo las demandas de la ley en su naturaleza humana. Lle-
vó la maldición de la ley por el pecador, hizo expiación para él a fin
de que cualquiera que cree en él, no se pierda sino tenga vida eterna.
La fe genuina se apropia de la justicia de Cristo y el pecador es hecho
vencedor con Cristo, pues se lo hace participante de la naturaleza di-
vina, y así se combinan la divinidad y la humanidad.
                         Recursos Escuela Sabática ©
El que está intentando alcanzar el cielo por sus propias obras al
guardar la ley, está intentando un imposible. El hombre no puede ser
salvado sin la obediencia, pero sus obras no deben ser propias. Cristo
debe efectuar en él tanto el querer como el hacer la buena voluntad
de Dios. Si el hombre pudiera salvarse por sus propias obras, podría
tener algo en sí mismo por lo cual regocijarse. El esfuerzo que el
hombre pueda hacer con su propia fuerza para obtener la salvación
está representado por la ofrenda de Caín. Todo lo que el hombre
pueda hacer sin Cristo está contaminado con egoísmo y pecado, pero
lo que se efectúa mediante la fe es aceptable ante Dios. El alma hace
progresos cuando procuramos ganar el cielo mediante los méritos de
Cristo. Contemplando a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe,
podemos proseguir de fortaleza en fortaleza, de victoria en victoria,
pues mediante Cristo la gracia de Dios ha obrado nuestra completa
salvación (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 426, 427).
    “Por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos
3:20); pues “el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Mediante
la ley los hombres son convencidos de pecado y deben sentirse como
pecadores, expuestos a la ira de Dios, antes de que comprendan su
necesidad de un Salvador. Satanás trabaja continuamente para dis-
minuir en el concepto del hombre el atroz carácter del pecado. Y los
que pisotean la ley de Dios están haciendo la obra del gran engaña-
dor, pues están rechazando la única regla por la cual pueden definir
el pecado y hacerlo ver claramente en la conciencia del transgresor.
La ley de Dios llega hasta aquellos propósitos secretos que, aunque
sean pecaminosos, con frecuencia son pasados por alto livianamente,
pero que son en realidad la base y la prueba del carácter. Es el espejo
en el cual ha de mirarse el pecador si quiere tener un conocimiento
correcto de su carácter moral. Y cuando se vea a sí mismo condenado
por esa gran norma de justicia, su siguiente paso debe ser arrepentir-
se de sus pecados y buscar el perdón mediante Cristo. AI no hacer es-
to, muchos tratan de romper el espejo que les revela sus defectos, pa-
ra anular la ley que señala las tachas de su vida y su carácter
(Mensajes selectos, tomo 1, pp. 256, 257).
Martes 5 de junio:
Motivados a servir

   La Divinidad se conmovió de piedad por la humanidad, y el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo se dieron a sí mismos a la obra de formar
un plan de redención. Con el fin de llevar a cabo plenamente ese
                         Recursos Escuela Sabática ©
plan, se decidió que Cristo, el Hijo unigénito de Dios, se entregara a
sí mismo como ofrenda por el pecado. ¿Con qué se podría medir la
profundidad de este amor? Dios quería hacer que resultara imposible
para el hombre decir que hubiera podido hacer más. Con Cristo, dio
todos los recursos del cielo, para que nada faltara en el plan de la ele-
vación de los seres humanos. Este es amor, y su contemplación de-
biera llenar el alma con gratitud inexpresable. ¡Oh, cuánto amor,
cuánto amor incomparable! La contemplación de este amor limpiará
el alma del egoísmo. Hará que el discípulo se niegue a sí mismo, to-
me su cruz y siga al Redentor (Consejos sobre la salud, pp. 219,
220).
   ¿Cómo manifestó Cristo su amor por los pobres mortales? Por el
sacrificio de su propia gloria, sus propias riquezas, y aun su propia
vida preciosísima. Cristo consintió en vivir una vida de humillación y
grandes sufrimientos. Se sometió a las crueles burlas de una multitud
furiosa y criminal, y a la muerte más dolorosa en la cruz. Dijo Cristo:
“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he
amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por
sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”
(Juan 15:12-14). Damos evidencia de ser amigos de Cristo cuando
manifestamos obediencia implícita a su voluntad. No es evidencia el
decir y no hacer. En cambio, la evidencia consiste en hacer, en obe-
decer. ¿Quiénes están obedeciendo el mandamiento de amarse unos
a otros así como Jesús los ha amado? Hno. B, si usted obedece el
mandamiento de Cristo debiera tener un amor más firme, profundo y
abnegado de lo que jamás ha desplegado hasta ahora (Testimonios
para la iglesia, tomo 1, p. 597).
   “Gracia...a vosotros”. Todo lo debemos a la gratuita gracia de Dios.
En el pacto, la gracia ordenó nuestra adopción. En el Salvador, la
gracia efectuó nuestra redención, nuestra regeneración y nuestra
exaltación a la posición de herederos con Cristo. No porque primero
lo amáramos a él, Dios nos amó a nosotros sino que “cuando aún
éramos débiles” Cristo murió por nosotros e hizo así una abundante
provisión para nuestra redención. Aunque por nuestra desobediencia
merecíamos el desagrado y la condenación de Dios, sin embargo no
nos ha abandonado dejándonos luchar con el poder del enemigo. Án-
geles celestiales riñen nuestras batallas por nosotros, y si coopera-
mos con ellos podemos ser victoriosos sobre los poderes del mal (En
lugares celestiales, p. 34).


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Miércoles 6 de junio:
La trampa del legalismo

   Nadie adopte la posición limitada y estrecha de que algunas de las
obras del hombre pueden ayudar en lo más ínfimo a liquidar la deu-
da de su transgresión. Este es un engaño fatal. Si deseáis entender
esto, debéis cesar de rumiar vuestras ideas favoritas, y estudiar la ex-
piación con corazón humilde.
   Este tema se comprende en forma tan confusa, que miles y más
miles que pretenden ser hijos de Dios son hijos del maligno, porque
quieren depender de sus propias obras. Dios siempre demanda bue-
nas obras, la ley las demanda; pero como el hombre entró en pecado,
donde sus obras no tenían valor, solo puede valer la justicia de Cris-
to. Cristo puede salvar hasta lo sumo porque siempre vive para inter-
ceder por nosotros.
   Todo lo que el hombre puede posiblemente hacer para su propia
salvación, es aceptar la invitación: “El que quiera, tome del agua de la
vida gratuitamente”. No hay pecado que el hombre pueda cometer
que no haya sido pagado en el Calvario. De esa manera la cruz ofrece
continuamente al pecador, en fervientes exhortaciones, una expia-
ción plena (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1071).
   Cuando Dios perdona al pecador, le condona el castigo que mere-
ce y lo trata como si no hubiera pecado, lo recibe dentro del favor di-
vino y lo justifica por los méritos de la justicia de Cristo. El pecador
solo puede ser justificado mediante la fe en la expiación efectuada
por el amado Hijo de Dios, que se convirtió en un sacrificio por los
pecados del mundo culpable. Nadie puede ser justificado por ningu-
na clase de obras propias. Puede ser liberado de la culpabilidad del
pecado, de la condenación de la ley, del castigo de la transgresión so-
lo por virtud de los sufrimientos, muerte y resurrección de Cristo. La
fe es la única condición por la cual se puede obtener la justificación, y
la fe implica no solo creer, sino confiar (Mensajes selectos, tomo
1, p. 456).
   El que está intentando alcanzar el cielo por sus propias obras al
guardar la ley, está intentando un imposible. El hombre no puede ser
salvado sin la obediencia, pero sus obras no deben ser propias. Cristo
debe efectuar en él tanto el querer como el hacer la buena voluntad
de Dios. Si el hombre pudiera salvarse por sus propias obras, podría
tener algo en sí mismo por lo cual regocijarse. El esfuerzo que el
hombre pueda hacer con su propia fuerza para obtener la salvación
está representado por la ofrenda de Caín. Todo lo que el hombre
                         Recursos Escuela Sabática ©
pueda hacer sin Cristo está contaminado con egoísmo y pecado, pero
lo que se efectúa mediante la fe es aceptable ante Dios. El alma hace
progresos cuando procuramos ganar el cielo mediante los méritos de
Cristo. “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra
fe”, podemos proseguir de fortaleza en fortaleza, de victoria en victo-
ria, pues mediante Cristo la gracia de Dios ha obrado nuestra com-
pleta salvación (Fe y obras, p. 97).
Jueves 7 de junio:
Libres para ser esclavos

   Todo aquel que rehúsa entregarse a Dios está bajo el dominio de
otro poder. No es su propio dueño. Puede hablar de libertad, pero es-
tá en la más abyecta esclavitud. No le es dado ver la belleza de la ver-
dad, porque su mente está bajo el dominio de Satanás. Mientras se li-
sonjea de estar siguiendo los dictados de su propio juicio, obedece la
voluntad del príncipe de las tinieblas. Cristo vino a romper las cade-
nas de la esclavitud del pecado para el alma. “Así que, si el Hijo os li-
bertare, seréis verdaderamente libres”. “Porque la ley del Espíritu de
vida en Cristo Jesús —se nos dice— me ha librado de la ley del peca-
do y de la muerte”. En la obra de la redención no hay compulsión. No
se emplea ninguna fuerza exterior. Bajo la influencia del Espíritu de
Dios, el hombre está libre para elegir a quien ha de servir. En el cam-
bio que se produce cuando el alma se entrega a Cristo, hay la más
completa sensación de libertad. La expulsión del pecado es obra del
alma misma. Por cierto, no tenemos poder para librarnos a nosotros
mismos del dominio de Satanás; pero cuando deseamos ser liberta-
dos del pecado, y en nuestra gran necesidad clamamos por un poder
exterior y superior a nosotros, las facultades del alma quedan dota-
das de la fuerza divina del Espíritu Santo y obedecen los dictados de
la voluntad, en cumplimiento de la voluntad de Dios.
   La única condición bajo la cual es posible la libertad del hombre,
es que éste llegue a ser uno con Cristo. “La verdad os libertará”; y
Cristo es la verdad. El pecado puede triunfar solamente debilitando
la mente y destruyendo la libertad del alma. La sujeción a Dios signi-
fica la rehabilitación de uno mismo, de la verdadera gloria y dignidad
del hombre. La ley divina, a la cual somos inducidos a sujetamos, es
“la ley de libertad” (El Deseado de todas las gentes, pp. 431,
432).



                         Recursos Escuela Sabática ©
Jesús nos compró a un precio infinito. Toda nuestra capacidad y
nuestra influencia pertenecen en verdad a nuestro Salvador y deben
ser dedicadas a su servicio. Consagrándoselas, manifestamos nuestra
gratitud por haber sido redimidos de la esclavitud del pecado por la
preciosa sangre de Cristo. Nuestro Salvador está siempre obrando
por nosotros. Ascendió al cielo e intercede en favor de los rescatados
por su sangre. Intercede delante de su Padre y presenta las agonías
de la crucifixión. Alza sus manos heridas e intercede por su iglesia
para que sea guardada de caer en la tentación.
   Si nuestra percepción fuese avivada hasta poder comprender esta
maravillosa obra del Salvador en pro de nuestra salvación, ardería en
todo corazón un amor profundo y ardiente. Entonces nuestra apatía
y fría indiferencia nos alarmarían. Una devoción y generosidad abso-
lutas, impulsadas por un amor agradecido, impartirán a la más pe-
queña ofrenda, al sacrificio voluntario, una fragancia divina que hará
inestimable el don. Pero después de haber entregado voluntariamen-
te a nuestro Redentor todo lo que podemos darle, por valioso que sea
para nosotros, si consideramos nuestra deuda de gratitud a Dios tal
cual es, en realidad todo lo que podamos haber ofrecido nos parecerá
muy insignificante y pobre. Pero los ángeles toman estas ofrendas
que a nosotros nos parecen deficientes, y las presentan como una
fragante oblación delante del trono, y son aceptadas (Joyas de los
testimonios, tomo 1, pp. 376, 377).




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  • 1. II Trimestre de 2012 Evangelismo y testificación Notas de Elena G. de White Lección 10 9 de Junio de 2012 Una respuesta de amor Sábado 2 de junio “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:21). Una vez más Cristo expresa la condi- ción por la que cada cristiano sincero puede estar unido a él. Y lo ha- ce de una manera tan clara, que nadie puede ignorar que el verdade- ro amor siempre produce obediencia. La religión de Jesucristo es amor y la señal del verdadero amor es la obediencia. Así como Cristo y el Padre son uno, los que reciben a Cristo serán uno con él, y se amarán unos a otros. El amor a Dios será el gran centro de adoración (The Home Missionary, 1º de julio, 1897). El cuerpo y el alma pertenecen a Dios. El dio a su Hijo para la re- dención del mundo, y a causa de esto se nos ha otorgado una pro- longación de la vida, un tiempo de gracia, para desarrollar caracteres de perfecta lealtad. Dios nos ha redimido de la esclavitud del pecado, y nos ha dado la posibilidad de vivir vidas de servicio regeneradas, transformadas. Hemos sido sellados con el sello de Dios. Él nos ha comprado y desea que recordemos que nuestras facultades físicas, mentales y morales le pertenecen. El tiempo, la influencia, la razón, los afectos y la conciencia, todos pertenecen a Dios y deben ser usados de acuerdo con su voluntad. No deben emplearse con la orientación del mundo, pues el mundo está sometido a un jefe que se halla enemistado con Dios (Mensajes para los jóvenes, pp. 66, 67). Recursos Escuela Sabática ©
  • 2. Domingo 3 de junio: Motivados por el amor El apóstol Juan fue distinguido por sobre sus hermanos como el “discípulo a quien amaba Jesús” (Juan 21:20). Aunque no era en el más mínimo grado cobarde, débil o vacilante en carácter, poseía una disposición amable, y un corazón cálido y amoroso. Parecía haber gozado, en un sentido preeminente, de la amistad de Cristo, y recibía muchas prendas de la confianza y del amor de su Salvador. Él fue uno de los tres a quienes se les permitió presenciar la gloria de Cristo sobre el monte de la transfiguración, y su agonía en el Getsemaní; y a Juan, nuestro Señor confió el cuidado de su madre en las últimas ho- ras de angustia sobre la cruz. El afecto del Salvador por el discípulo amado fue retribuido con toda la fuerza de su ardiente devoción. Juan se asió de Cristo como la vid se adhiere al imponente pilar. Por causa de su Maestro hizo fren- te con valentía a los peligros de la sala del juicio, y se demoró cerca de la cruz; y ante las noticias de que Jesús había resucitado, se apre- suró al sepulcro, ganando en su celo aun al impetuoso Pedro. El amor de Juan por su Maestro no era una mera amistad huma- na; sino que era el amor de un pecador arrepentido, que sentía que había sido redimido por la preciosa sangre de Cristo. Estimaba como el mayor honor trabajar y sufrir en el servicio de su Señor. Su amor por Jesús lo inducía a amar a todos aquellos por quienes Cristo mu- rió. Su religión era práctica. Razonaba que el amor a Dios debía ma- nifestarse en el amor a sus hijos. Se lo oyó reiteradamente dicien- do...“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:19, 20). La vida del apóstol estaba en armonía con sus enseñanzas. El amor que brillaba en su corazón por Cristo, lo indujo a realizar el más ferviente esfuerzo y la más incansa- ble labor por sus semejantes, especialmente por sus hermanos en la iglesia cristiana (Reflejemos a Jesús, p. 84). La profundidad y fervor del afecto de Juan hacia su Maestro no era la causa del amor de Cristo hacia él, sino el efecto de ese amor. Juan deseaba llegar a ser semejante a Jesús, y bajo la influencia transformadora del amor de Cristo, llegó a ser manso y humilde. Su yo estaba escondido en Jesús. Sobre todos sus compañeros, Juan se entregó al poder de esa maravillosa vida...Juan conoció al Salvador por experiencia propia. Las lecciones de su Maestro se grabaron so- Recursos Escuela Sabática ©
  • 3. bre su alma. Cuando él testificaba de la gracia del Salvador, su len- guaje sencillo era elocuente por el amor que llenaba todo su ser. A causa de su profundo amor hacia Cristo, Juan deseaba siempre estar cerca de él. El Salvador amaba a los doce, pero el espíritu de Juan era el más receptivo. Era más joven que los demás y con mayor confianza infantil, abrió su corazón a Jesús. Así llegó a simpatizar más con Cristo, y mediante él, las más profundas lecciones espiritua- les de Cristo fueron comunicadas al pueblo (Dios nos cuida, p. 218). En la vida del discípulo Juan se ejemplifica la verdadera santifi- cación. Durante los años de su íntima asociación con Cristo, a menu- do fue amonestado y prevenido por el Salvador, y aceptó sus repren- siones. A medida que el carácter del divino Maestro se le manifesta- ba, Juan vio sus propias deficiencias, y esta revelación le humilló...El poder y la ternura, la majestad y la mansedumbre, la fuerza y la pa- ciencia que vio en la vida diaria del Hijo de Dios llenaron su alma de admiración. Sometió su temperamento resentido y ambicioso al po- der modelador de Cristo, y el amor divino realizó en él una transfor- mación de carácter... Semejante transformación de carácter como la observada en la vi- da de Juan, es siempre resultado de la comunión con Cristo. Pueden existir defectos notables en el carácter de una persona, pero cuando llega a ser un verdadero discípulo de Cristo, el poder de la gracia di- vina le transforma y santifica. Contemplando como por un espejo la gloria del Señor, es transformado de gloria en gloria, hasta que llega a asemejarse a Aquel a quien adora (Conflicto y valor, p. 316). Lunes 4 de junio: No por culpa Hemos transgredido la ley de Dios, y por las obras de la ley nin- guna carne será justificada. Los mejores esfuerzos que pueda hacer el hombre con su propio poder son ineficaces para responder ante la ley santa y justa que ha transgredido, pero mediante la fe en Cristo pue- de demandar la justicia del Hijo de Dios como plenamente suficiente. Cristo satisfizo las demandas de la ley en su naturaleza humana. Lle- vó la maldición de la ley por el pecador, hizo expiación para él a fin de que cualquiera que cree en él, no se pierda sino tenga vida eterna. La fe genuina se apropia de la justicia de Cristo y el pecador es hecho vencedor con Cristo, pues se lo hace participante de la naturaleza di- vina, y así se combinan la divinidad y la humanidad. Recursos Escuela Sabática ©
  • 4. El que está intentando alcanzar el cielo por sus propias obras al guardar la ley, está intentando un imposible. El hombre no puede ser salvado sin la obediencia, pero sus obras no deben ser propias. Cristo debe efectuar en él tanto el querer como el hacer la buena voluntad de Dios. Si el hombre pudiera salvarse por sus propias obras, podría tener algo en sí mismo por lo cual regocijarse. El esfuerzo que el hombre pueda hacer con su propia fuerza para obtener la salvación está representado por la ofrenda de Caín. Todo lo que el hombre pueda hacer sin Cristo está contaminado con egoísmo y pecado, pero lo que se efectúa mediante la fe es aceptable ante Dios. El alma hace progresos cuando procuramos ganar el cielo mediante los méritos de Cristo. Contemplando a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, podemos proseguir de fortaleza en fortaleza, de victoria en victoria, pues mediante Cristo la gracia de Dios ha obrado nuestra completa salvación (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 426, 427). “Por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20); pues “el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Mediante la ley los hombres son convencidos de pecado y deben sentirse como pecadores, expuestos a la ira de Dios, antes de que comprendan su necesidad de un Salvador. Satanás trabaja continuamente para dis- minuir en el concepto del hombre el atroz carácter del pecado. Y los que pisotean la ley de Dios están haciendo la obra del gran engaña- dor, pues están rechazando la única regla por la cual pueden definir el pecado y hacerlo ver claramente en la conciencia del transgresor. La ley de Dios llega hasta aquellos propósitos secretos que, aunque sean pecaminosos, con frecuencia son pasados por alto livianamente, pero que son en realidad la base y la prueba del carácter. Es el espejo en el cual ha de mirarse el pecador si quiere tener un conocimiento correcto de su carácter moral. Y cuando se vea a sí mismo condenado por esa gran norma de justicia, su siguiente paso debe ser arrepentir- se de sus pecados y buscar el perdón mediante Cristo. AI no hacer es- to, muchos tratan de romper el espejo que les revela sus defectos, pa- ra anular la ley que señala las tachas de su vida y su carácter (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 256, 257). Martes 5 de junio: Motivados a servir La Divinidad se conmovió de piedad por la humanidad, y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se dieron a sí mismos a la obra de formar un plan de redención. Con el fin de llevar a cabo plenamente ese Recursos Escuela Sabática ©
  • 5. plan, se decidió que Cristo, el Hijo unigénito de Dios, se entregara a sí mismo como ofrenda por el pecado. ¿Con qué se podría medir la profundidad de este amor? Dios quería hacer que resultara imposible para el hombre decir que hubiera podido hacer más. Con Cristo, dio todos los recursos del cielo, para que nada faltara en el plan de la ele- vación de los seres humanos. Este es amor, y su contemplación de- biera llenar el alma con gratitud inexpresable. ¡Oh, cuánto amor, cuánto amor incomparable! La contemplación de este amor limpiará el alma del egoísmo. Hará que el discípulo se niegue a sí mismo, to- me su cruz y siga al Redentor (Consejos sobre la salud, pp. 219, 220). ¿Cómo manifestó Cristo su amor por los pobres mortales? Por el sacrificio de su propia gloria, sus propias riquezas, y aun su propia vida preciosísima. Cristo consintió en vivir una vida de humillación y grandes sufrimientos. Se sometió a las crueles burlas de una multitud furiosa y criminal, y a la muerte más dolorosa en la cruz. Dijo Cristo: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:12-14). Damos evidencia de ser amigos de Cristo cuando manifestamos obediencia implícita a su voluntad. No es evidencia el decir y no hacer. En cambio, la evidencia consiste en hacer, en obe- decer. ¿Quiénes están obedeciendo el mandamiento de amarse unos a otros así como Jesús los ha amado? Hno. B, si usted obedece el mandamiento de Cristo debiera tener un amor más firme, profundo y abnegado de lo que jamás ha desplegado hasta ahora (Testimonios para la iglesia, tomo 1, p. 597). “Gracia...a vosotros”. Todo lo debemos a la gratuita gracia de Dios. En el pacto, la gracia ordenó nuestra adopción. En el Salvador, la gracia efectuó nuestra redención, nuestra regeneración y nuestra exaltación a la posición de herederos con Cristo. No porque primero lo amáramos a él, Dios nos amó a nosotros sino que “cuando aún éramos débiles” Cristo murió por nosotros e hizo así una abundante provisión para nuestra redención. Aunque por nuestra desobediencia merecíamos el desagrado y la condenación de Dios, sin embargo no nos ha abandonado dejándonos luchar con el poder del enemigo. Án- geles celestiales riñen nuestras batallas por nosotros, y si coopera- mos con ellos podemos ser victoriosos sobre los poderes del mal (En lugares celestiales, p. 34). Recursos Escuela Sabática ©
  • 6. Miércoles 6 de junio: La trampa del legalismo Nadie adopte la posición limitada y estrecha de que algunas de las obras del hombre pueden ayudar en lo más ínfimo a liquidar la deu- da de su transgresión. Este es un engaño fatal. Si deseáis entender esto, debéis cesar de rumiar vuestras ideas favoritas, y estudiar la ex- piación con corazón humilde. Este tema se comprende en forma tan confusa, que miles y más miles que pretenden ser hijos de Dios son hijos del maligno, porque quieren depender de sus propias obras. Dios siempre demanda bue- nas obras, la ley las demanda; pero como el hombre entró en pecado, donde sus obras no tenían valor, solo puede valer la justicia de Cris- to. Cristo puede salvar hasta lo sumo porque siempre vive para inter- ceder por nosotros. Todo lo que el hombre puede posiblemente hacer para su propia salvación, es aceptar la invitación: “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. No hay pecado que el hombre pueda cometer que no haya sido pagado en el Calvario. De esa manera la cruz ofrece continuamente al pecador, en fervientes exhortaciones, una expia- ción plena (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1071). Cuando Dios perdona al pecador, le condona el castigo que mere- ce y lo trata como si no hubiera pecado, lo recibe dentro del favor di- vino y lo justifica por los méritos de la justicia de Cristo. El pecador solo puede ser justificado mediante la fe en la expiación efectuada por el amado Hijo de Dios, que se convirtió en un sacrificio por los pecados del mundo culpable. Nadie puede ser justificado por ningu- na clase de obras propias. Puede ser liberado de la culpabilidad del pecado, de la condenación de la ley, del castigo de la transgresión so- lo por virtud de los sufrimientos, muerte y resurrección de Cristo. La fe es la única condición por la cual se puede obtener la justificación, y la fe implica no solo creer, sino confiar (Mensajes selectos, tomo 1, p. 456). El que está intentando alcanzar el cielo por sus propias obras al guardar la ley, está intentando un imposible. El hombre no puede ser salvado sin la obediencia, pero sus obras no deben ser propias. Cristo debe efectuar en él tanto el querer como el hacer la buena voluntad de Dios. Si el hombre pudiera salvarse por sus propias obras, podría tener algo en sí mismo por lo cual regocijarse. El esfuerzo que el hombre pueda hacer con su propia fuerza para obtener la salvación está representado por la ofrenda de Caín. Todo lo que el hombre Recursos Escuela Sabática ©
  • 7. pueda hacer sin Cristo está contaminado con egoísmo y pecado, pero lo que se efectúa mediante la fe es aceptable ante Dios. El alma hace progresos cuando procuramos ganar el cielo mediante los méritos de Cristo. “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe”, podemos proseguir de fortaleza en fortaleza, de victoria en victo- ria, pues mediante Cristo la gracia de Dios ha obrado nuestra com- pleta salvación (Fe y obras, p. 97). Jueves 7 de junio: Libres para ser esclavos Todo aquel que rehúsa entregarse a Dios está bajo el dominio de otro poder. No es su propio dueño. Puede hablar de libertad, pero es- tá en la más abyecta esclavitud. No le es dado ver la belleza de la ver- dad, porque su mente está bajo el dominio de Satanás. Mientras se li- sonjea de estar siguiendo los dictados de su propio juicio, obedece la voluntad del príncipe de las tinieblas. Cristo vino a romper las cade- nas de la esclavitud del pecado para el alma. “Así que, si el Hijo os li- bertare, seréis verdaderamente libres”. “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús —se nos dice— me ha librado de la ley del peca- do y de la muerte”. En la obra de la redención no hay compulsión. No se emplea ninguna fuerza exterior. Bajo la influencia del Espíritu de Dios, el hombre está libre para elegir a quien ha de servir. En el cam- bio que se produce cuando el alma se entrega a Cristo, hay la más completa sensación de libertad. La expulsión del pecado es obra del alma misma. Por cierto, no tenemos poder para librarnos a nosotros mismos del dominio de Satanás; pero cuando deseamos ser liberta- dos del pecado, y en nuestra gran necesidad clamamos por un poder exterior y superior a nosotros, las facultades del alma quedan dota- das de la fuerza divina del Espíritu Santo y obedecen los dictados de la voluntad, en cumplimiento de la voluntad de Dios. La única condición bajo la cual es posible la libertad del hombre, es que éste llegue a ser uno con Cristo. “La verdad os libertará”; y Cristo es la verdad. El pecado puede triunfar solamente debilitando la mente y destruyendo la libertad del alma. La sujeción a Dios signi- fica la rehabilitación de uno mismo, de la verdadera gloria y dignidad del hombre. La ley divina, a la cual somos inducidos a sujetamos, es “la ley de libertad” (El Deseado de todas las gentes, pp. 431, 432). Recursos Escuela Sabática ©
  • 8. Jesús nos compró a un precio infinito. Toda nuestra capacidad y nuestra influencia pertenecen en verdad a nuestro Salvador y deben ser dedicadas a su servicio. Consagrándoselas, manifestamos nuestra gratitud por haber sido redimidos de la esclavitud del pecado por la preciosa sangre de Cristo. Nuestro Salvador está siempre obrando por nosotros. Ascendió al cielo e intercede en favor de los rescatados por su sangre. Intercede delante de su Padre y presenta las agonías de la crucifixión. Alza sus manos heridas e intercede por su iglesia para que sea guardada de caer en la tentación. Si nuestra percepción fuese avivada hasta poder comprender esta maravillosa obra del Salvador en pro de nuestra salvación, ardería en todo corazón un amor profundo y ardiente. Entonces nuestra apatía y fría indiferencia nos alarmarían. Una devoción y generosidad abso- lutas, impulsadas por un amor agradecido, impartirán a la más pe- queña ofrenda, al sacrificio voluntario, una fragancia divina que hará inestimable el don. Pero después de haber entregado voluntariamen- te a nuestro Redentor todo lo que podemos darle, por valioso que sea para nosotros, si consideramos nuestra deuda de gratitud a Dios tal cual es, en realidad todo lo que podamos haber ofrecido nos parecerá muy insignificante y pobre. Pero los ángeles toman estas ofrendas que a nosotros nos parecen deficientes, y las presentan como una fragante oblación delante del trono, y son aceptadas (Joyas de los testimonios, tomo 1, pp. 376, 377). Material facilitado por RECURSOS ESCUELA SABATICA © http://ar.groups.yahoo.com/group/Comentarios_EscuelaSabatica http://groups.google.com.ar/group/escuela-sabatica?hl=es Suscríbase para recibir gratuitamente recursos para la Escuela Sabática Recursos Escuela Sabática ©