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PEDRO III EL GRANDE DE ARAGON.
La expansión aragonesa por el Mediterráneo.Finalizadas las acciones conquistadoras del rey don Jaime I por las taifas de Valencia y
Denia y consumada la obstrucción ultrapirenaica tras la firma del Tratado de Corbeil
(1258), el reino de Aragón buscaría tres áreas geográficas para su expansión: el Magreb,
el Mediterráneo oriental y Sicilia. Con respecto al Magreb, ya desde principios de siglo,
los comerciantes barceloneses vendían en las costas del mismo productos tales como
paños, madera, cáñamo, brea y pez y compraban oro, coral y trigo, haciendo de las
costas del norte de África una zona con grandes intereses económicos. No en vano, se
establecieron varias colonias de mercaderes barceloneses y se crearon caravasares
ofunduqs; incluso, se llegaron a nombrar varios cónsules en la zona. Luego, a los
intereses económicos siguieron los puramente diplomáticos, y tanto los reyes de Aragón
como los de Castilla consideraron al norte de África como una prolongación natural de
sus conquistas peninsulares, como lo prueban la firma por parte de las dos coronas de
algunos tratados de partición territorial, como el de Monteagudo de 1291. Durante el
reinado de Jaime I se mantuvieron unas relaciones pacíficas con el reino hafsida de alMustandir, en Túnez. Pedro III prosiguió con esa política de penetración económica en
Túnez e, incluso, las milicias barcelonesas estuvieron al servicio del sultán. De hecho,
en junio de 1282 una escuadra aragonesa de más de cien naves partió de Barcelona
rumbo a Sicilia; pero antes, acudió a Constantina para ayudar a su gobernador, Ibn alWazir, que quería independizarse del sultán de Túnez y estaba dispuesto a reconocer la
soberanía de Pedro III. Posteriormente, el almirante Roger de Lauria conquistaría varias
islas de la costa tunecina y el dominio de la Corona de Aragón sobre la
antigua Ifriqiyasería manifiesto.
En cuanto al Mediterráneo oriental, los comerciantes barceloneses y aragoneses ya
habían frecuentado los puertos de Alejandría y Tiro desde la segunda mitad del siglo
XII. Si la influencia que el reino de Aragón mantenía sobre el área occidental del
Mediterráneo proporcionaba a sus mercaderes la estabilidad necesaria para desarrollar
su actividad comercial, en las costas del Mediterráneo oriental (Adriático, península
Helénica, Anatolia y Próximo Oriente, es decir, todo lo que por aquellos años se
llamaba Romania) se encontraban las auténticas riquezas y los productos de valor con
los que comerciar. Parece ser que Jaime I había proyectado la creación de un reino proaragonés en la misma Palestina que estuviera en contacto directo con las rutas
comerciales de Oriente y, para ello, encontró el apoyo del emperador de Bizancio, así
como del khan de los tártaros y del rey de Armenia. Pero la expedición, que estaba
proyectada para finales de 1269 no llegó a ponerse en marcha debido a que un gran
temporal dispersó las naves aragonesas que se encontraban reunidas en el puerto de
Aigüesmortes (Montpellier).
El reino de Sicilia.Sicilia fue la tercera y más importante de las áreas de expansión aragonesa por el
Mediterráneo y su corona cayó en manos de Pedro III el Grande el 30 de agosto de
1282. La isla de Sicilia había sido arrebatada a los musulmanes por el normando Roger
de Hauteville a finales del siglo XI. Uno de sus hijos, Roger de Sicilia, obtuvo, en pleno
cisma pontificio del año 1130, el título de “rey de Sicilia, Apulia y Calabria” con el
nombre de Roger II (1130-1154), de manos del antipapa Anacleto II (1130-1138). Pero
ya con anterioridad, la isla había sido disputada por los emperadores alemanes de la
dinastía Staufen. El primer emperador de dicha dinastía, Friedrich I,
apodado Barbarroja(1155-1190), realizó en 1186 una jugada maestra en su política
exterior al casar a su heredero al trono, Heinrich von Staufen, futuro Heinrich VI (1191-
1197), con la también heredera de la corona normanda de Sicilia, Constanza de
Hauteville. Su pretensión era unir definitivamente Sicilia al Imperio. Heinrich VI fue
coronado como rey de Sicilia en diciembre de 1194 con el nombre de Enrico y sometió
a su autoridad no sólo Sicilia sino también gran parte de la península italiana. Y este fue
el motivo por el que entró en conflicto con el papado. El hijo y sucesor de Heinrich VI,
Konstantin Roger Friedrich von Staufen (1220-1251) obtuvo la corona siciliana en
1197, un año antes de que fuera nombrado papa Inocencio III.
El papa Inocencio III (1198-1216), verdadero árbitro de la política internacional de su
época, apoyó sin paliativos a Friedrich II para que se convirtiera en emperador, pero con
la condición de que nunca uniera Sicilia al Imperio. La política inicial de Friedrich II,
último representante de la dinastía Staufen, no planteó demasiados problemas a la Santa
Sede, y eso a pesar de que sus enemigos eran cada vez más numerosos, sobre todo en
Italia. El papa Honorio III (1216-1227), sucesor de Inocencio III, lo coronó emperador
en 1220, pero incumpliendo los compromisos adquiridos con el difunto Inocencio,
Friedrich II mantuvo bajo un mismo gobierno a Alemania y a Sicilia. Tras el ascenso al
trono pontificio de Gregorio IX (1227-1241), las relaciones entre el Sacro Imperio y la
Santa Sede se fueron definitivamente al traste. Friedrich II sufrió nada menos que dos
excomuniones (1227 y 1239) y la guerra civil entre los partidarios del papado (la
facción de los güelfos) y los del emperador (la de los gibelinos) estalló en Italia, una
guerra que culminó en 1240 con el asedio a Roma por parte de las tropas imperiales,
con el propósito de controlar la ciudad y los Estados Pontificios.
Para la Pascua del año siguiente (1241), Gregorio IX convocó en Roma un concilio
ecuménico, pero como el objetivo del mismo era deponer al emperador, Friedrich II
trató de evitar su celebración y encarceló a más de cien clérigos que intentaron llegar a
Roma. En el mes de agosto, Friedrich II controlaba totalmente la ciudad de Roma. Tras
la muerte de Gregorio IX, que se produjo por esas mismas fechas, las tropas imperiales
abandonaron la ciudad, aunque se mantuvieron acampadas en las afueras de la misma,
por si acaso. En unas condiciones penosas, tanto por la climatología como por el estado
de excepción mantenido por el emperador, Celestino IV fue nombrado papa en el mes
de octubre. Su pontificado duró tan solo 17 días, siendo el tercero más breve de la
historia. La presión que ejercía el emperador hacia los cardenales hizo que el siguiente
papa no fuera elegido hasta dos años después, en que accedería al trono Inocencio IV
(1243-1254). Cuando éste fue finalmente elegido, Friedrich II le envió emisarios para
acordar la paz, pero Inocencio IV le exigió el reconocimiento de los daños infligidos a
la Iglesia. El acuerdo de paz, con la mediación de Louis IX de Francia, llegó en marzo
de 1244 pero, aún así, el papa, incómodo por la cercanía a Roma de las tropas
imperiales, decidió marchar a Lyon y buscar refugio. Allí, convocó un concilio (el
Concilio de Lyon) para el mes de enero de 1245, con el propósito de excomulgar
nuevamente al emperador. Y las guerras se reanudaron.
Tras la muerte de Friedrich II (13 de diciembre de 1250) se abrió en el Sacro Imperio un
largo periodo de tiempo -el llamado Gran Interregno- durante el que reinó la anarquía y
el trono imperial se mantuvo vacío. Varios candidatos se lo disputaron (como el rey don
Alfonso X el Sabio de Castilla y León) hasta que el papa Gregorio X designó a Rudolf
von Habsburg como Rex Romanorum. La corona de Sicilia, por su parte, pasó a manos
de Konrad, hijo de Friedrich, que se convirtió en el rey Corrado II de Sicilia (12501254) -Konrad era ya rey de Jerusalén con el nombre de Konrad II (1228-1254) y Rex
Romanorum con el de Konrad IV (1237-1254). Corrado II de Sicilia murió a los cuatro
años de haber obtenido la corona siciliana, pero en su corto reinado invadió Italia y
conquistó Nápoles. Su hermanastro Manfred von Hohensatufen, hijo de Friedrich II y
Bianca Lancia, que había luchado a su lado y había adquirido una fuerte autoridad sobre
sus tropas, aceptó la regencia de Corradino, su sobrino. Sin embargo, en 1258 usurpó el
trono y se convirtió en rey de Sicilia con el nombre de Manfredi. El nuevo papa, Urbano
IV (1261-1264), cuyo principal objetivo era impedir la expansión de los gibelinos por
Italia, excomulgó a Manfredi y ofreció a Louis IX de Francia la corona de Sicilia, quien
se la entregó a su hermano Charles. En junio de 1265, Charles de Francia, marqués de
Provenza y conde de Forcaldier, Anjou y Maine, fue nombrado rey de Sicilia. En la
consiguiente guerra librada entre los dos candidatos al trono siciliano, Charles de Anjou
venció a las tropas de Manfredi y entró victoriosamente en la ciudad de Nápoles. Al año
siguiente (1266) fue coronado en Roma. Pero la situación todavía era más complicada,
puesto que unos años antes (1262) Jaime I de Aragón había hecho casar a su hijo y
heredero, el infante don Pedro, con la heredera de Manfredi al trono siciliano, doña
Constanza Hohenstaufen.
Manfredi murió en 1268 en una encarnizada batalla en el Benevento frente a las tropas
de Charles de Anjou. Corradino ocupó el trono y en verano de ese mismo año fue
apresado por Charles y ejecutado. Charles de Anjou, convertido ya el en único rey de
Sicilia como Carlo I (1266-1282), y apoyado por su hermano el rey de Francia, gobernó
Sicilia con mano férrea e hizo prevalecer su supremacía naval por el Mediterráneo. Su
gobierno coincidió con la Octava Cruzada, que organizó su hermano el rey de Francia
para encontrar en ella, finalmente, la muerte (1270). El Pontífice Gregorio X (12721276) pronto empezó a recelar de Charles de Anjou, para quien Sicilia era sólo un
trampolín con el que asaltar el Mediterráneo en su conjunto, incluido el Imperio
bizantino, y trató de pararle los pies. Pero en el año 1281, un eclesiástico francés amigo
personal del rey Philippe III el Atrevido de Francia (1270-1285), fue nombrado papa
con el nombre de Martín IV (1281-1285). Martín IV quiso reavivar los intentos de
dominar el Imperio bizantino bajo el signo de las Cruzadas y llegó, incluso, a
excomulgar al emperador de Bizancio. Charles de Anjou se convirtió en el brazo
ejecutor de aquella política expansiva de la Iglesia Católica por Oriente y hacia la
primavera de 1282 estaba preparado para dar el golpe definitivo. En marzo de ese año,
en el puerto de la ciudad siciliana de Mesina se empezaron a concentrar enormes
efectivos navales que esperaban la llegada desde Nápoles de otras naves con Charles de
Anjou al frente, dispuesto a partir hacia Bizancio para invadir Constantinopla y deponer
al emperador. Pero la expedición no llegó a salir de puerto, porque se produjo un suceso
que truncó los planes del papa Martín IV y de Charles de Anjou. El suceso, según unos,
inesperado y, según otros, perfectamente planificado, ha pasado a los anales de la
historia con el nombre de "Las Vísperas Sicilianas".
En Palermo, ciudad que había sido la capital del reino de Sicilia hasta que Charles de
Anjou la trasladó a Nápoles, el lunes de Pascua del día 30 de marzo de 1282, justo en el
momento en que las campanas de la iglesia del Santo Espíritu llamaban al oficio de las
Vísperas, un grupo de personas armadas asaltaron a unos oficiales franceses y los
asesinaron. La noticia del suceso, que tenía todas las trazas de ser una insurrección
popular contra el opresor francés, corrió como la pólvora por toda la isla y los
levantamientos populares se sucedieron, uno detrás de otro, sin descanso. En quince
días, los rebeldes sicilianos tenían controlada toda la isla, a excepción de Mesina, que
cayó hacia finales de abril. La flota que Charles de Anjou tenía preparada en su puerto
fue totalmente destruida, y Charles, que no sabía por dónde tirar, se mantuvo
prudentemente en Nápoles a la espera de ver cómo se desarrollaban los
acontecimientos. Los sicilianos nombraron a sus líderes y solicitaron permiso al papa
Martín IV para convertir a la isla en una República soberana al estilo de Génova,
Venecia o Pisa, pero el papa francés, angevino por excelencia, les exigió que
reconocieran a Charles de Anjou como su rey legítimo. Los sicilianos, que deploraban a
los angevinos y su opresora política de elevados impuestos, se apresuraron a ofrecer
entonces la corona de la isla al rey de Aragón, don Pedro III el Grande, en virtud de su
matrimonio con la hija de Manfredi, doña Constanza Hohenstaufen.
El rey don Pedro III el Grande de Aragón.El infante don Pedro de Aragón había nacido en Valencia en verano de 1240. Fue el
segundo de los hijos de Jaime I, pero el primero de su matrimonio con doña Violante de
Hungría. Siendo heredero segundo, el infante don Pedro había sido favorecido en todos
los intentos de reparto del reino gracias a la influencia de su ambiciosa madre. En 1251
doña Violante murió y la educación del infante fue encomendada a algunos nobles que
lo instruyeron en el uso de las armas, en las artes y en las letras. Seis años después
(1257), don Pedro fue nombrado Procurador General de los condados de Barcelona,
Gerona, Osona y Besalú, lo cual le permitió adquirir gran experiencia y peso político
frente a su hermanastro don Alfonso (hijo primogénito de Jaime I y su primera esposa,
doña Leonor de Castilla). Don Alfonso murió en 1260, y dos años después (1262) don
Pedro fue nombrado heredero de los reinos de Aragón y de Valencia, así como del
condado de Barcelona. En julio de ese mismo año 1262, el infante don Pedro contrajo
matrimonio con doña Constanza de Sicilia, un casamiento que marcaría profundamente
el futuro de su reinado, así como de las relaciones aragonesas con Francia y con la Santa
Sede.
De su matrimonio con doña Constanza, nacieron seis hijos: don Alfonso (futuro Alfonso
III el Liberal de Aragón y Valencia, y conde de Barcelona, 1285-1291), don Jaime
(futuro Jaime II el Justo de Aragón y Valencia, y conde de Barcelona, 1291-1327), doña
Isabel (que se casó con el rey Dinis I (o Dionisio I) de Portugal, 1279-1325), don
Fadrique o Federico (futuro Federigo II de Sicilia, 1296-1337), doña Violante (que se
casó con Robert de Anjou, rey nominal de Sicilia y Nápoles entre 1309 y 1343) y don
Pedro.
Cuando murió don Jaime I en julio de 1276, Pedro tenía casi cuarenta años de edad y
una amplia experiencia tanto militar como política. En el mes de noviembre se coronó
rey en Zaragoza recibiendo la corona de manos del arzobispo de Tarragona, según
mandaban los preceptos, pero rechazó la obligación de tener que jurar fidelidad al papa
declarando solemnemente que la corona no la recibía de la Iglesia Católica. A
continuación marchó a Valencia, donde se coronó también rey de Valencia como Pedro
I y, desde allí, puso rumbo al sur del reino para terminar con las revueltas musulmanas
que se habían iniciado, según la Crónica del Rey en Pere, en el mes de junio de 1276,
poco antes de la muerte de Jaime I. En julio de 1277, el rey Pedro de Valencia asedió la
fortaleza musulmana de Montesa, que cayó finalmente bajo su poder hacia finales de
septiembre, dando por concluida la rebelión. Como expulsar a todos los musulmanes
habría significado dejar totalmente despoblada la zona, don Pedro decidió que se
expulsara solamente a los líderes de la rebelión.
Con el reino de Valencia pacificado, don Pedro de Aragón y Valencia marchó a las
tierras de Cataluña. Allí, todos los barones del condado de Barcelona, incluido el conde
de Foix, le habían manifestado su malestar por no haber convocado cortes en Barcelona
tras su acceso al trono y al gobierno del condado, y no haber, por tanto, confirmado sus
privilegios como todo buen conde de Barcelona habría tenido que hacer. Al final, estalló
una importante rebelión nobiliaria. En Balaguer, villa situada a tan solo tres leguas de
Lérida y que pertenecía al conde de Urgell, se concentraron todos los barones de
Cataluña con trescientos caballeros y seis mil hombres de a pie, con el propósito de “fer
una gran cavalgada sobre la terra del rey”. Don Pedro marchó sobre la villa con
quinientos caballeros, no sin antes pasar por Lérida y exigir a sus gentes que tomaran las
armas y le siguieran. El rey y sus huestes sitiaron Balaguer y aún se les unió el ejército
de su hijo don Alfonso con más de tres mil hombres a caballo y cien mil de a pie (según
la Crónica). Tras un asedio de siete meses, los barones se rindieron y fueron encerrados
en las mazmorras de Lérida, para ser perdonados al año siguiente por el rey tras
garantizarle aquéllos su lealtad para el futuro. El único de los barones que no lo hizo fue
el conde Foix.
Por estas fechas (años finales de la década de los setenta del siglo XIII), don Pedro
recibió de su hermano don Jaime, rey de Mallorca, un juramento de fidelidad
reconociendo su autoridad sobre él mismo y sobre sus sucesores. Más tarde, don Jaime
se aliaría con el rey de Francia y traicionaría este juramento con su hermano. Dentro del
marco de sus buenas relaciones con los reinos de Portugal y Castilla, don Pedro dispuso
el matrimonio de su hija doña Isabel con el rey Dinis de Portugal; y también reconoció
al infante don Sancho, hijo del rey Alfonso X el Sabio de Castilla, como heredero del
mismo.
La conquista de Sicilia.Durante los meses previos a los sucesos de Sicilia, Pedro III había construido una fuerte
flota con la que pretendía asegurarse el control del califato hafsida de Túnez, el cual se
había negado a pagar los tributos pactados en su día con la Corona de Aragón. Al
menos, ésa era la justificación que esgrimía para la creación de dicha flota cada vez que
se le pedían explicaciones por parte de la Santa Sede. El día 6 de junio de 1282, una
escuadra aragonesa de más de cien naves partió del puerto de Barcelona y puso rumbo a
las costas de Túnez. Después de aplicar los correctivos pertinentes a los musulmanes
tunecinos, y una vez que los rebeldes sicilianos se habían hecho con el control de la
situación en la isla, la flota de Pedro III se dirigió a Trapani, en la costa oeste de Sicilia,
donde desembarcó el 30 de agosto de 1282. En pocos días, Pedro el Grande se adueñó
por completo de la isla y las tropas de Charles se retiraron. La intervención del rey de
Aragón en la revuelta de los sicilianos transformó los hechos y la situación derivó hacia
una guerra europea cuyas consecuencias no eran, para nada, previsibles. El día 2 de
septiembre, Pedro el Grande llegó a Palermo y prometió a los sicilianos el
restablecimiento de los antiguos privilegios de que habían disfrutado durante la época
normanda y que los angevinos habían arruinado, siendo entonces aclamado por la
población. Dos días después, en la Catedral de Palermo, Pedro III el Grande fue
coronado rey de Sicilia con el nombre de Pedro I.
La reacción del pontificado no se hizo mucho de esperar. El 9 de noviembre de 1282
Martín IV excomulgó a Pedro III, juntamente con el emperador de Bizancio, a quien
acusó de haber comprado al rey de Aragón para invadir Sicilia. Pedro III, sin embargo,
prosiguió con su avance y para el mes de febrero del año siguiente tomó la costa de
Calabria, en la Italia peninsular. Las consecuencias de estas acciones fueron nefastas
para él, porque el 27 de marzo de 1283 el papa lo desposeyó oficialmente de todos sus
reinos, que entregaría un año después al segundo hijo de Philippe III de Francia, que
también se llamaba Charles. Y no sólo eso, sino que además organizó, bajo el mandato
del rey de Francia, una Cruzada en toda regla contra el reino aragonés.
Para Pedro III los problemas se multiplicaron porque, además de la más que inminente
guerra con Francia, un amplio sector de la nobleza aragonesa se había rebelado contra
él. La nobleza de Aragón, cuya capacidad financiera estaba siendo fuertemente
mermada debido a los elevados costes de la guerra de Sicilia, había amenazado con
mantenerse de brazos cruzados ante una posible invasión francesa. En Tarazona, una
asamblea de nobles se reunió para exigirle al rey ciertas reivindicaciones, tales como el
mantenimiento de sus privilegios, una rebaja considerable de los impuestos o la
extensión de los fueros de Aragón al reino de Valencia, que había de desaparecer como
tal. Pedro III el Granderegresó a la península dejando en Sicilia a su almirante Roger de
Lauria y, ante la inminencia del ataque francés, se vio obligado a aceptar las peticiones
de sus barones, concediéndoles ese mismo año el llamado “Privilegio General”.
Solucionado este espinoso asunto, Pedro el Grande estaba en condiciones de tomar las
medidas adecuadas para defenderse de Francia.
La guerra con Francia.Philippe de Francia, hijo segundo de Louis IX, se convirtió en heredero al trono tras la
muerte en 1260 de su hermano mayor, Louis. Ya como heredero, acompañó a su padre
en la Octava Cruzada a Túnez (1270) y se convirtió en rey de Francia cuando, después
de la toma de Cartago, el ejército francés fue víctima de una terrible epidemia de
disentería y murió su padre. Entonces, en el mismo Túnez, fue proclamado rey de
Francia con el nombre de Philippe III. Philippe no fue persona de gran carácter, pero se
ganó el apodo de el Atrevido (en francés, le Hardi) por su habilidad en los combates a
caballo. En 1262 se había casado con la infanta doña Isabel de Aragón, hija de Jaime I
de Aragón. Doña Isabel acompañó también a su esposo a Túnez, pero al regresar de la
Cruzada cayó de un caballo y falleció. Antes de morir, había dado a luz cinco hijos,
entre los que cabe destacar a Philippe -que sería rey de Navarra con el nombre de Felipe
I (1284-1305) y rey de Francia con el de Philippe IV el Hermoso (1285-1314)- y
Charles - investido rey de Aragón por el papa Martín IV y fundador de la Casa de
Valois-. Philippe III el Atrevido se casó posteriormente con Marie, hija del duque de
Brabante, de quien nacería, entre otros, el futuro Louis, conde de Evreux.
La llegada al trono francés de Philippe III se produjo en un momento de fuertes
conmociones políticas en Europa provocadas por la muerte del rey de Inglaterra Henry
III (1216-1272), la finalización del Gran Interregno alemán con la designación de
Rudolf von Habsburg (1273-1291) y las guerras de Sicilia, principalmente. Durante esta
época, la mayor preocupación de las potencias europeas ya no eran las Cruzadas, sino
los conflictos territoriales provocados por los heredamientos de los principales linajes
nobiliarios. Philippe III mantuvo en el poder a los grandes consejeros de su padre, como
el senescal Eustache de Beaumarchais o el chambelán Pierre de Brosse, y promoviendo
matrimonios, concediendo herencias o consumando anexiones, trató siempre de ampliar
los dominios de la Corona francesa y de fortalecer su autoridad. En 1271 incorporó a
sus dominios reales los territorios que su tío Alphonse tenía en Toulouse, Poitiers y en
parte de la Auvernia, así como el condado de Venaissin; en 1274 adquirió el condado de
Memours; en 1283, los condados de Perche y de Alençon; y en 1284, el de Chartress.
El reino de Navarra.Philippe III el Atrevido intervino en la política de Navarra al morir el rey Enrique I el
Gordo (1270-1274). Este Enrique I fue hermano del anterior rey de Navarra Teobaldo II
(1253-1270), quien, a su vez, era hijo de Teobaldo I (1234-1253), conde de Champaña y
precursor de la nueva dinastía de la Casa de Champaña en Navarra. Enrique I murió sin
descendencia masculina y, consumada la práctica de respetar los derechos dinásticos de
las hembras en ausencia de varón, su hija doña Juana ocupó el trono con el nombre de
Juana I. Pero como doña Juana apenas tenía tres años de edad, su madre, doña Blanca
de Artois, a la sazón sobrina de Louis IX, asumió la regencia. Doña Blanca juntó Cortes
en Pamplona y nombró gobernador a un tal Pedro Sánchez de Monteagudo, señor de
Cascante. Ante una minoría tan apetitosa como era la de Juana I de Navarra, el ya rey
castellano, don Alfonso X el Sabio, aproximó sus tropas a la frontera con Navarra para
tratar de negociar un matrimonio ventajoso. Doña Blanca, sin dudarlo apenas, cogió a su
hija y sus pertenencias y marchó a la corte francesa para acogerse a la protección de su
primo el rey Philippe III. Tanto Castilla como Aragón, que también tenía sus ojos
puestos en el reino navarro, vieron así burladas sus pretensiones.
Influidas las diferentes facciones nobiliarias de Navarra por el gobernador don Pedro
Sánchez de Monteagudo, que siempre se había mostrado muy pro-aragonés, se
opusieron a esta acción de la reina madre. Se convocaron Cortes de inmediato y en ellas
se declaró que nunca reconocerían como reina de Navarra a doña Juana si ésta no
casaba con el príncipe don Alfonso de Aragón, nieto del rey don Jaime I. Ante esta
firme amenaza de la nobleza navarra, Philippe III tomó la iniciativa y en 1275 (Tratado
de Orleans) se proclamó regente del reino de Navarra hasta que la princesa doña Juana
alcanzase la mayoría de edad. Un año después (1276), en Navarra, estalló la guerra
entre las facciones pro-aragonesas (representadas por Monteagudo) y las pro-castellanas
(representadas por un poderoso caballero llamado García Almoraviz, el cual dominaba
la ciudad del Obispo o Navarrería, uno de los burgos de Pamplona). El rey francés, para
evitar que el conflicto fuese a mayores, envió sus tropas a Navarra bajo el mando de
Eustache de Beaumarchais, senescal de Toulouse y colaborador de confianza, además
de hábil guerrero. Beaurmarchais sustituyó a Monteagudo, pero la contienda entre las
facciones continuó en lo que ha venido en llamarse la Guerra de la Navarrería, y no
terminó hasta que el conde Robert II de Artois, hermano de la reina madre doña Blanca,
con veinte mil hombres, entró en Pamplona y la tomó.
El senescal Eustache de Beaumarchais.Convertida Navarra en un reino vasallo de la monarquía francesa, Francia se sirvió de él
para intervenir en los asuntos políticos de la península Ibérica. Y lo hizo tanto en el
conflicto sucesorio del reino de Castilla, apoyando a don Alfonso de la Cerda frente al
infante don Sancho (futuro Sancho IV), como en el señorío soberano de Albarracín,
apoyando a la casa del pro-castellano Juan Núñez de Lara, o en el reino de Aragón,
intentando su debilitamiento después de la intervención de éste último en Sicilia y la
proclamación de la Cruzada. Eustache de Beaumarchais, que gobernaba Navarra en
nombre del rey de Francia, aun vulnerando claramente los Fueros navarros en lo
concerniente al número de cargos extranjeros que podían ocupar la administración
central, llenó con funcionarios franceses todos los puestos administrativos, haciendo
aumentar el descontento entre la población.
En 1283, dentro de la estrategia de debilitamiento del reino de Aragón por parte de
Francia, el gobierno francés de Navarra llevó a cabo un intento de invasión por la
frontera oeste de Aragón. Desde Sangüesa, al mando de cuatro mil caballeros e infantes,
Eustache de Beaurmarchais penetró en territorio aragonés hasta toparse con la fuerte
resistencia del castillo de Ull, ubicado en la actual población de Navardún, en el mismo
curso del río Onsella. Tras asaltar los arrabales y la barbacana del castillo, los franceses
destruyeron la torre mayor del mismo y dieron muerte a la mayor parte de su guarnición
militar. Conquistado el castillo, Eustache de Beaumarchais prosiguió su avance hacia el
interior del reino de Aragón destruyendo y conquistando las villas de Bailo y Arbués,
así como la de Berdún, cerca del río Aragón y a escasas jornadas de Jaca. Pero el rey de
Aragón, que se encontraba cerca de Zaragoza en plena expedición militar contra el
señorío de Albarracín, aproximó un fuerte ejército a la frontera con Navarra y, cortando
a Eustache la retirada, hizo que éste no tuviera más remedio que poner rumbo a Francia
a través del valle de Canfranc.
El valle de Arán bajo la soberanía de Francia.Para Francia, poner en jaque permanente a las defensas aragonesas en los momentos
previos a la invasión total en el marco de la Cruzada, tenía vital importancia, y más aún,
si con aquellas acciones militares conseguía que alguna parte del territorio aragonés
cayera dentro de sus dominios reales. Así, a las pocas semanas de la incursión de las
fuerzas franconavarras por Sangüesa, el senescal Eustache de Beaumarchais entró en
Arán y lo anexionó al reino de Francia. El propio obispo de Comminges, Bertrand de
Miremont se había encargado de realizar las diligencias previas. Hacia finales de
octubre de 1283, convocó a los clérigos y a las autoridades aranesas para informarles de
que el rey don Pedro III de Aragón había sido excomulgado por el papa y les exhortó a
entregarse de manera pacífica al senescal de Toulouse. Los araneses, sin embargo, se
negaron a aceptar tan gentil invitación y prefirieron mantenerse leales a su rey aragonés.
En los primeros días de noviembre de 1283, Eustache de Beaumarchais, al mando de
unos 500 soldados, cruzó la frontera y llegó hasta la población de Les. Dicha población,
la única de Arán que, para estas fechas, poseía jurisdicción señorial propia, la regía un
tal Augèr de Berbedá, aliado personal de Eustache. Augèr entregó el castillo de la villa
(el Castell de Les, del cual hoy en día se conserva tan solo la torre llamada “de Pijoert”)
al jefe de los invasores franceses y permitió que sus huestes lo utilizaran como base de
operaciones. Según algunos historiadores (Josep Lladonosa i Pujol, 1907-1990), estando
las tropas francesas en el interior del castillo, un grupo de araneses contrarios a
Eustache asaltaron el mismo y le prendieron fuego, pero a pesar de este y algún que otro
altercado, el territorio aranés quedó totalmente sometido al poder de Philippe III el
Atrevido de Francia. Eustache de Beaumarchais, después de haber pacificado Arán,
mandó construir una fortificación que se convirtió en la residencia oficial de los
gobernadores franceses durante la ocupación. La fortificación, a la que se llamó con
posterioridad Castèth-Leon (porque uno de sus cañones estaba ornamentado con una
cabeza de león de acero), estuvo emplazada sobre un peñasco situado al noroeste del
actual municipio de les Bordes, justo en la confluencia de los ríos Jòeu y Garona.
La invasión francesa.En el mes de abril de 1283, cuando Pedro el Grande regresó a la península para
solucionar los problemas con la nobleza aragonesa, su esposa doña Constanza y sus
hijos don Jaime y don Fadrique marcharon a Sicilia. Éstos últimos tenían la misión de
gobernar el reino. La defensa de la isla corrió a cargo del almirante Roger de Lauria (o
de Llúria), un marino de origen italiano que ostentaba el cargo de almirante de la flota
aragonesa. Roger de Lauria derrotó a una flota angevina en el puerto de Malta en junio
de 1283, adueñándose del archipiélago. A continuación destrozó una poderosa escuadra
que Charles de Anjou había concentrado en Calabria e hizo prisionero al hijo de éste
último, el príncipe de Salerno (Charles II de Anjou), que la capitaneaba. Tras esto se
hizo con el control de la isla de Ischia, en el Golfo de Nápoles, ya en junio de 1284.
Además, el ejército aragonés también realizó una importante campaña terrestre con la
que pudo ocupar diversas localidades de la Apulia y la Basilicata, con lo que la
supremacía de la Corona de Aragón en el sur de Italia se consolidó fuertemente. Y
también en el Mediterráneo central, cuando Roger de Lauria ocupó las islas tunecinas de
Djerba y Kerkenah en septiembre de 1284.
Ante la frágil situación de Charles de Anjou en el sur de Italia, su sobrino Philippe III
de Francia, con la ayuda del pontífice Martín IV, aumentó la presión sobre el reino de
Aragón y le abrió un nuevo frente en la península. En Perpiñán, la capital del condado
de Roussillon, tenía su residencia el rey de Mallorca don Jaime II (1276-1311), hermano
de Pedro el Grande pero aliado incondicional de su cuñado Philippe III de Francia.
Según laCrónica del rey en Pere de Bernat Desclot, Pedro el Grande, sospechando que
su hermano estaba en connivencia con el rey francés para dejarle que sus ejércitos
atravesaran el Roussillon de camino hacia Cataluña, marchó sobre Perpiñán, obligando
al rey de Mallorca a huir de la ciudad y unirse al ejército cruzado. Finalmente, un
ejército formado por fuerzas de los reinos de Francia, Mallorca y Navarra, así como de
la república de Génova y otros ejércitos cruzados que se sumaron a la campaña, todos al
mando personal del propio Philippe III el Atrevido, trató de penetrar en la península por
el collado de las Panizas (coll de Panissars), al tiempo que una escuadra francesa se
aproximó a la costa catalana con la misión de garantizar los suministros.
El paso pirenaico de las Panizas, situado en la misma Vía Augusta, estaba bien
defendido por el ejército de Pedro el Grande y los cruzados no lo pudieron atravesar. El
infante don Alfonso, hijo mayor de Pedro el Grande, preparó sus galeras y ordenó la
arribada a las costas catalanas del almirante Roger de Lauria con su treintena de galeras.
Además, se reforzaron las defensas por toda la zona del Ampurdán con las huestes
nobiliarias de los condados limítrofes y con las Órdenes Militares del Temple y del
Hospital. El sur del condado de Roussillon, en el que la población se opuso fieramente a
las fuerzas cruzadas (y eso, a pesar de que era un territorio gobernado por el propio
Jaime II de Mallorca), fue tomado por los cruzados, después de encarnizadas luchas y
múltiples matanzas. En junio de 1285, un ejército francés pudo penetrar por el collado
de la Maçana, en el actual principado de Andorra. Las fuerzas aragonesas decidieron
replegarse en la ciudad de Gerona, donde trataron de hacerse fuertes, pero el 7 de
septiembre la ciudad se rindió y fue ocupada por el senescal Eustache de Beaumarchais.
En septiembre, las galeras de Roger de Lauria, recién llegadas de Sicilia, destruyeron
casi por completo a la flota francesa en el golfo de Rosas, y los franceses, ante la
consiguiente falta de suministros, hubieron de retirarse y no continuaron su avance
hacia sur de Gerona. En su retirada sufrieron importantes reveses en Besalú y en el
collado de las Panizas, donde muchos soldados franceses estaban afectados ya por una
epidemia de peste. Entre los enfermos se hallaba el propio monarca Philippe III, que
consiguió llegar a la ciudad de Perpiñán a principios de octubre para morir unos días
después (5 de octubre de 1285).
Pedro III el Grande, para castigar la traición y la osadía de su hermano, envió a
Mallorca su hijo, el infante don Alfonso, quien, sin demasiados esfuerzos, conquistó
Mallorca en 1285 (la isla de Ibiza la conquistaría al año siguiente), que volvió a caer
bajo la soberanía aragonesa. El rey don Pedro murió a finales del mismo año 1285, y su
hijo don Alfonso se convirtió en rey de Aragón y Valencia y conde de Barcelona, con el
nombre de Alfonso III.
(El rey don Jaime I en las Cortes).
El desastre de Muret (1213), donde falleció el rey don Pedro II, significó la pérdida
definitiva de la hegemonía que el reino de Aragón había tenido hasta entonces en toda la
región del Languedoc y de la vertiente atlántica de los Pirineos. En cambio, para el
reino de Francia ocurrió todo lo contrario. En el antiguo reino de los francos, el rey
Philippe IIAuguste había conseguido restablecer el poder de la monarquía franca en
detrimento de las poderosas castas nobiliarias locales y regionales, además de imponer
su autoridad sobre casi toda Francia. Durante el reinado de su nieto Louis IX (primer
monarca franco intitulado rex Franciae) la autoridad del poder central de la monarquía
francesa terminó por convertirse en un hecho indiscutible sobre toda el área del sur del
país. En este caso, quienes perdían eran el reino de Aragón, por un lado, y el ancestral
condado de Toulouse, por otro.
El rey de Aragón, al morir, dejaba a un niño (el infante don Jaime) de cinco años de
edad como futuro monarca. El infante don Sancho -tío de del difunto Pedro II y, a la
sazón, conde de Roussillon y de Cerdagne- se convirtió en regente de la corona y en
Procurador General del reino de Aragón. Durante los años de la regencia de Jaime, años
que transcurrieron en medio de las cruentas hostilidades de la Cruzada contra los cátaros
o albigenses, don Sancho intervino también en favor del conde Raymond VII de
Toulouse al cederle en 1217 grandes efectivos militares para la toma y recuperación de
Toulouse, que se hallaba en manos de Simon de Montfort. Toulouse fue tomada por su
conde legítimo, pero el Papa Inocencio III amenazó a don Sancho con la excomunión y
éste retiró su ayuda. Después renunciaría a la regencia de don Jaime para centrarse en el
gobierno de sus propios condados, que estaban siendo hostigados por la familia de los
Montcada barceloneses. A partir de este hecho, el reino de Aragón dejó de intervenir en
la defensa de Toulouse, que fue brutalmente asediada por los cruzados católicos durante
el año 1218.
En Aragón, la minoridad de Jaime I facilitó el aumento de poder de la nobleza feudal
frente a la autoridad real. Tras la regencia de don Sancho, Jaime I pasó a ser tutelado
por un grupo de nobles hasta que, en el mes de julio de 1219, el mismo Papa Inocencio
III constituyó un Consejo de Regencia integrado por el arzobispo de Tarragona y otros
nobles afines al Pontificado. Jaime I participó a favor de don Sancho y su hijo, don
Nuño Sánchez, cuando éstos fueron atacados por los Montcada, una familia barcelonesa
de nobles a los que apoyaba también el infante don Fernando de Aragón, monje
cisterciense, abad de Montearagón y tío del propio Jaime I. Don Fernando, al ser
excluido de la regencia de su sobrino en 1214, se convirtió en el principal instigador de
la oposición a Jaime I. Este grupo de magnates aragoneses llegó, incluso, a secuestrar al
joven rey en la población de Alagón, reteniéndolo como prisionero durante dos
semanas. Unos años más tarde, uno de los miembros del Consejo de Regencia
quebrantó una tregua pactada por el rey con el grupo opositor y fue asesinado, lo que
hizo que los grupos nobiliarios se levantaran en armas. Sin embargo, en marzo de 1227
se puso fin al conflicto nobiliario con la paz de Alcalá, tras la que el monarca salió muy
fortalecido. La nobleza, no obstante, no perdió tampoco un ápice de su cuota de poder y
en la consecución de las posteriores conquistas llevadas a cabo por el reino de Aragón,
tanto por la península como por el Mediterráneo, estos belicosos e inquietos grupos
nobiliarios participaron muy activamente.
El inicio de la Reconquista.Según el viejo Tratado de Cazola, firmado en el año 1179 entre los reyes Alfonso VIII
de Castilla y Alfonso II el Casto de Aragón, los reinos moros de Valencia y Denia
quedaron reservados para los aragoneses en las futuras conquistadas que se fueran a
llevar a cabo. Aún así, los castellanos, bajo el reinado de Fernando III el Santo (12171252), rey de Castilla y de León conjuntamente a partir de 1230, llevaron a cabo
algunas expediciones sobre el reino de Valencia (Requena, 1219). Ante el peligro de
una conquista del Levante peninsular por parte de una expansiva Castilla, Jaime I
consideró necesaria la anexión de dichos territorios a su corona.
En efecto, el comienzo de la desintegración del Imperio almohade tras la Batalla de las
Navas de Tolosa (1212), hacía que los reinos cristianos, principalmente Castilla, pero
también Aragón, fueran impulsando de manera paulatina un fuerte proceso
reconquistador. Desde la victoria cristiana en Las Navas hasta ya bien entrada la década
de los años veinte del siglo XIII, este proceso estuvo prácticamente paralizado como
consecuencia de los conflictos sucesorios habidos en el reino de Castilla y su unión al
de León y, simultáneamente, en el de Aragón, con la intervención suicida de Pedro II en
las guerras del sur de Francia en defensa de los cátaros y la difícil minoridad de Jaime I.
Pero una vez fueron solucionados estos problemas en ambos reinos, la ofensiva cristiana
se empezó a poner en marcha, y tanto Fernando III como Jaime I fueron los principales
adalides de la llamada Reconquista hispano-cristiana. Sobre los motivos que impulsaron
a ambos monarcas a extender sus dominios sobre el sur peninsular hay que tener en
cuenta un hecho sobre el que prácticamente están de acuerdo todos los historiadores y es
que, durante los siglos XII y XIII, y hasta mediados del XIV, cuando irrumpe la Peste
Negra (1348), la población se hallaba en una fase de importante y sostenido
crecimiento.
En Castilla y León, para donde los estudios demográficos en este período son muy
escasos, hay, no obstante, un hecho que, por sí solo, demuestra este crecimiento de la
población: que el proceso repoblador efectuado en todos aquellos territorios situados
entre los ríos Duero y Tajo, en el reino musulmán de Toledo, en toda La Mancha,
Extremadura, Murcia y en la Andalucía más occidental, necesitaba contar con un
elevado potencial demográfico. Algunos autores, en relación a los índices demográficos
para Castilla y León, y habiendo realizado escrupulosos análisis de las fuentes de la
época, como por ejemplo los cartularios, han llegado a la conclusión de que durante
estos siglos se elevó notablemente el índice de matrimonios, el promedio de hijos por
pareja, la tasa de natalidad y la esperanza de vida. Las ciudades del norte de la
Península, especialmente aquellas que se hallaban dentro la ruta jacobea, aumentaron
considerablemente su población, ya sea por el asentamiento de población franca o por la
aportación de la población rural; el caso es que una ciudad como León tenía, según
algunos investigadores (C. Estepa Díaz) 1.500 habitantes a comienzos del siglo XII,
más de 3.000 hacia el año 1200 y unos 5.000 a finales del siglo XIII.
En la Corona de Aragón, se estima que desde mediados del siglo XII hasta mediados del
XIV, la población prácticamente se duplicó como consecuencia de un alargamiento
considerable de la esperanza de vida. Al respecto, se han efectuado estudios con restos
óseos de distintas épocas y se ha determinado que los restos de individuos de entre 41 y
61 años de judíos barceloneses del siglo XIII son porcentualmente mucho más
numerosos que los de individuos de otras épocas anteriores en el mismo segmento de
edades. Además del natural crecimiento vegetativo de la población, otro factor que
explica dicho aumento es la incorporación de los habitantes de los territorios
conquistados, que se estiman en unos 150.000 -según los datos facilitados por los
primeros fogatges, que en Aragón se institucionalizaron a partir de la segunda mitad del
siglo XIV, la población total de la Corona de Aragón era de unos 900.000 habitantes.
Como en el caso de Castilla y León, sólo un aumento considerable de los índices de
población para este período, anterior siempre a la fatídica pandemia de la Peste Negra
de 1348, puede explicar la repoblación que se llevó a cabo en los territorios
conquistados por el reino de Aragón: Islas Baleares, parte de Valencia y parte de
Murcia.
La conquista de Mallorca.Las frecuentes incursiones y los ataques a que los piratas musulmanes establecidos en
las Baleares sometían los navíos comerciales aragoneses, hizo que en la mente de Jaime
I y en la de muchos nobles creciera la idea de realizar una expedición militar de
envergadura contra las islas. Pero más que una simple expedición de castigo, el monarca
pretendía una conquista de las mismas en toda regla para establecer en ellas un
protectorado totalmente libre de piratas que garantizara a los comerciantes barceloneses
el control de la ruta comercial directa con el Mediterráneo oriental. Los medios
económicos que se requerían para financiar una empresa de semejantes magnitudes se
acordaron en diciembre del año 1228, en las Cortes que el rey convocó en Barcelona. Se
quería evitar, por parte de la ambiciosa nobleza aragonesa, la injerencia de cualquier
potencia extranjera, incluida la Santa Sede, en el proyecto y los magnates aragoneses y
barceloneses se comprometieron a aportar ellos mismos sus propios contingentes de
soldados, al tiempo que se acordó la repartición de las futuras conquistas.
El día 5 de septiembre de 1229, de los puertos próximos a la ciudad de Tarragona
partieron unos 150 navíos con casi mil jinetes y otros varios miles de infantes a bordo,
para alcanzar, cuatro o cinco días después, la costa suroeste de la principal isla balear.
Los musulmanes mallorquines, que no contaron con ningún tipo de ayuda de sus
correligionarios del norte de África, no dificultaron la travesía ni opusieron resistencia
al desembarco cristiano, sino que se ocuparon de intentar frenar el avance hacia Palma,
la capital, y de reforzar sus defensas. Cuatro largos meses de asedio sobre la ciudad
mallorquina hicieron falta a los aragoneses para que ésta cayera en diciembre de 1229.
Luego, como era de rigor, la saquearon y las hostilidades se interrumpieron. Sin
embargo, en las zonas montañosas de la isla, los musulmanes organizaron nueva
resistencia y hasta mediados del año 1232 no pudieron ser definitivamente vencidos.
Con respecto a la isla de Menorca (que no sería definitivamente conquistada hasta la
época de Alfonso el Liberal), Jaime I inició con sus autoridades unas negociaciones para
convertir a la isla en una especie de protectorado aragonés según el cual Menorca sería
protegida a cambio del pago de unos tributos. Ibiza, por su parte, fue conquistada en
agosto de 1235 por el arzobispo de Tarragona, Guillem de Montgrí, el infante don Pedro
de Portugal y el conde de Roussillon, Nuño Sánchez.
Según lo que se había acordado en las Cortes de Barcelona, se realizó un repartimiento
y una repoblación de las islas. Con respecto a Mallorca, la distribución se hizo en dos
partes: la medietas regis y la medietas magnatum. La medietas regis, que alcanzaba una
extensión de unas 150.000 ha (algo menos de la mitad de la extensión total de la isla) y
comprendía unas dos mil casas, 24 hornos y dos baños, se distribuyó entre la Orden del
Temple (22.000 ha de tierra), el infante don Alfonso de Aragón, primogénito del rey y
su primera esposa doña Leonor de Castilla, (14.500 ha), funcionarios personales del rey
(65.000 ha) y otros hombres de diferentes ciudades y villas que habían participado en la
conquista (50.000 ha). La medietas magnatum fue subdividida en cuatro partes o
porcioneros entre el conde Nuño Sánchez de Roussillon, el obispo de la ciudad de
Barcelona, el conde de Ampurias y Guillem de Montcada, vizconde de Béarn. La isla de
Ibiza, por su parte, fue repartida de manera exclusiva entre el arzobispo de Tarragona,
Guillem de Montgrí, y el magnate Bernard de Santa Eugenia, y repoblada con
individuos de la zona del Ampurdán. En Menorca, donde se habían refugiado miles de
musulmanes procedentes de las otras islas, se procedió a reducirlos a servidumbre o a
venderlos como esclavos.
Las islas de Mallorca e Ibiza, así como los condados de Roussillon y Cerdagne, el
señorío de Montpellier, el vizcondado de Carlat y la baronía de Ompelas, se
convirtieron en el Reino de Mallorca a partir de las Cortes del año 1262, en que el rey
Jaime I de Aragón ordenó que dichos territorios le fueran otorgados a su hijo, el infante
don Jaime de Aragón, hijo de su segunda esposa, doña Violante. Este infante don Jaime
de Aragón, en 1276, se convirtió en el rey Jaime II de Mallorca (1276-1311) y
establecería su corte en la ciudad de Perpignan.
La conquista del reino musulmán de Valencia.A diferencia de la conquista de Mallorca, en la que participaron principalmente los
barceloneses, la del reino musulmán de Valencia se realizó tanto por parte de elementos
barceloneses como aragoneses. Aquí participaron la nobleza y el clero de Aragón, las
Órdenes Militares del Temple y del Hospital, las milicias de los pueblos del Bajo
Aragón (Teruel, Daroca, Calatayud) y de las comarcas de Lérida y Tortosa, así como de
otras del interior del condado de Barcelona. Y fue una conquista lenta. El método
consistía en ir devastando las comarcas próximas a las principales poblaciones, para
luego terminar asediándolas y forzarlas a la capitulación. Mediante los pactos de
capitulación, los conquistadores respetaban la vida, las leyes, las costumbres y las
propiedades a los conquistados, lo que explica que gran parte de la población
musulmana permaneciera en sus casas. De esta forma, el monarca aragonés se
aseguraba el dominio del territorio, con la consiguiente puesta en marcha de un proceso
repoblador.
En la conquista de Valencia cabe señalar tres etapas bien diferenciadas. La primera,
entre los años 1232 y 1235, fue la conquista del norte del reino, en la que, con el
acuerdo de la Orden del Hospital y con el magnate don Blasco de Alagón, que ya había
conquistado Ares y Morella (al norte de la actual provincia de Castellón), Jaime I tomó
Burriana (julio de 1233), para continuar con Almazora, Castellón de la Plana, Borriol,
Cuevas de Vinromá, Alcalá de Chivert, Cervera y Vilafamés, entre otras. La segunda
etapa se desarrolló entre 1236 y 1238, después de las Cortes Generales de Monzón
(1236). En ellas, el rey pidió ayuda para la empresa y obtuvo, incluso, la bula del Papa
Gregorio IX para realizar nuevas conquistas en concepto de Cruzada. Se acometió la
parte central del reino de Valencia, incluida la capital, hasta el río Júcar, y dio comienzo
con la toma de El Puig (agosto de 1237). Luego cayeron Almenara, Vall d’Uixó, Nules,
Paterna, Silla y Valencia (9 de octubre de 1238), que capituló tras cinco meses de
asedio. La tercera etapa, entre 1239 y 1245, se centró en la zona meridional, con la
ocupación y conquista del reino de Denia. Comenzó con la toma de Cullera y siguió con
Castellón de la Ribera, Denia (1240), Alcira (diciembre de 1242), Játiva (mayo de
1244), Montesa, Vallada, Mogente (1244) y Biar (1245).
La repoblación de la zona norte de Valencia, coincidente más o menos con la actual
provincia de Castellón, se realizó donando amplios territorios a las órdenes del Temple
y del Hospital, así como a numerosos magnates aragoneses, sistema que favorecía a la
nobleza. Pero a partir de la toma de Valencia en 1238, la repoblación se efectuó con
elementos barceloneses para las poblaciones y lugares abandonados del litoral y con
aragoneses para el interior de las comarcas, mientras que en las zonas más meridionales
se mantuvo la población musulmana y no hubo prácticamente repoblación. Esto último
ocurrió también con respecto a las conquistas de la última etapa. La gran desproporción
entre la población musulmana que se quedó en su territorio y los contingentes
repobladores de población cristiana, que en muchas zonas fue escaso, es uno de los
factores que explican las continuas rebeliones que tuvieron lugar a partir de 1247, como
la protagonizada por al-Azrak en la zona montañosa situada al sur de la actual Gandía
(Valencia). Esto provocó que se dictara un decreto de expulsión que afectó a más de
100.000 musulmanes y, en consecuencia, una fuerte aportación de elementos
repobladores cristianos entre los años 1248 y 1270.
La conquista castellana de Andalucía y Murcia.Antes del año 1230, en que se produjo la segunda y definitiva unión entre Castilla y
León tras la muerte del rey Alfonso IX de León (1188-1230), el propio reino leonés ya
había emprendido la conquista de Extremadura, con la recuperación de Cáceres, Mérida
y Badajoz. En estas conquistas, la Orden de Santiago tuvo una participación muy
importante y el rey leonés le entregó un señorío de enormes dimensiones que se
extendía desde Montáñez hasta las estribaciones de Sierra Morena. El reino de Castilla,
por su parte, aprovechando también las discordias entre los distintos reinos musulmanes
después de la muerte del califa almohade Abu Yacub Yusuf en 1124, tomó varias
poblaciones de la zona del alto Guadalquivir, como Andújar, Baeza, Martos…
A partir de 1230, la unión de los dos reinos en uno solo bajo el cetro del rey Fernando
III el Santo, trajo consigo una ofensiva militar sin precedentes por la Andalucía
occidental. En 1231, los castellano-leoneses tomaron Cazorla; en 1232, Úbeda,
Iznatoraf y San Esteban; en 1236, Córdoba, la esplendorosa y antigua capital del
Califato; y en 1241, Lucena. Varios años después, en 1247, mientras el infante don
Alfonso ocupaba el reino musulmán de Murcia, su padre Fernando III regresaba al reino
de Jaén para terminar de someterlo y evitar que las continuas razzias que estaba
llevando a cabo pusieran en peligro aquellas plazas ocupadas con anterioridad.
(Interior del Alcázar Nuevo de Jaén).
Así, y tras una lucha encarnizada, Fernando III tomó Jaén, la capital del reino, en 1246.
Toda la campiña y la serranía cordobesa fueron ocupadas a continuación, preparando el
camino hacia Sevilla. Por ese camino, una serie de poblaciones como Carmona, Lora,
Alcalá de Guadaira, etc…, fueron cayendo con relativa facilidad, pero conquistar
Sevilla, capital del Imperio almohade en Al-Andalus, se convirtió en una ardua tarea.
Para la toma de Sevilla fue preciso llevar a cabo un doble cerco por tierra y por río. El
cerco fluvial fue realizado por una escuadra naval al mando del marinero don Ramón de
Bonifaz que, desde los puertos del mar Cantábrico y rodeando la parte occidental de la
península, logró remontar el río Guadalquivir. El maestre de Santiago, don Pelay
Correa, por su parte, desde tierra, sometió a la ciudad musulmana a un duro asedio. La
acción conjunta de ambas fuerzas hizo que en el año 1248 Sevilla capitulara. A finales
del mismo año, el rey don Fernando entró en la ciudad. Jerez, Medina Sidonia, Arcos de
la Frontera y otras poblaciones de la zona de las Marismas y del Estrecho fueron las
siguientes en caer. La taifa de Niebla lo hizo en 1262, siendo ya rey de Castilla y León
don Alfonso X el Sabio.
(Conquista de Sevilla por Fernando III el Santo, por Francisco Pacheco, 1564-1644)
A partir de aquí se procedió a realizar una castellanización lo más rápida posible de todo
el valle del Guadalquivir, cosa que no nada fácil. La población musulmana de aquellas
zonas que habían presentado mayor resistencia (Jaén o Sevilla) fue expulsada sin más;
sin embargo, la de los territorios donde no había habido tanta oposición, fue obligada a
abandonar las ciudades pero se le permitió establecerse en el campo. El sistema de
repoblación que se puso en práctica fue el del repartimiento; es decir, las casas y las
tierras de los musulmanes que habían sido forzados a emigrar se entregaban a los
cristianos que se decidían a instalarse en los nuevos territorios ocupados. Con ello, las
autoridades castellano-leonesas trataban de asegurar las todavía débiles fronteras frente
a las hostilidades del único reducto musulmán que quedaba en la península Ibérica a
partir de la segunda mitad del siglo XIII: el emirato nazarí de Granada, que se extendía
por las actuales provincias de Málaga, Granada y Almería. Las zonas de frontera más
peligrosas, por tanto, se entregaron a las diferentes Órdenes Militares. Se potenciaron
también los concejos o cabezas administrativas de amplios territorios a los que se
dotaba de fueros propios, tal y como se había hecho también en los procesos
repobladores de los valles del Duero y del Tajo. En la Andalucía Bética la huella
islámica era muy profunda y el proceso de castellanización fue complejo y muy largo.
La mayoría de los repobladores procedían de las actuales provincias de Burgos,
Palencia o Valladolid, aunque también de Toledo y Guadalajara; también había
gallegos, asturianos o navarros, y hasta genoveses, entre los repobladores, pero en
mucha menor medida. Las concesiones que se hacían eran de dos tipos: los donadíos o
grandes extensiones de terreno con los que se premiaba a la nobleza, a las Órdenes
Militares o a la propia Iglesia, y los heredamientos o bienes (casas y huertas) entregados
a los que se instalaban en las ciudades; el número y extensión de estos bienes variaba en
función de la condición social de la persona que recibía la concesión.
Por lo que respecta a la conquista del reino de Murcia, ésta se realizó en unas
circunstancias un tanto excepcionales. Una serie de problemas internos provocados por
los caudillos locales y alentados por el propio emirato nazarí de Granada, llevó a las
autoridades musulmanas de Murcia a firmar con los castellanos el tratado de Alcaraz en
el año 1243. En virtud de este tratado, el rey de Murcia, Muhammad ibn Hud, se
convirtió en vasallo de Fernando III y le entregó todas las fortalezas de su reino. Ese
mismo año de 1243, el infante don Alfonso tomó posesión de la ciudad de Murcia de
forma pacífica, aunque tuvo que enfrentarse en otras poblaciones, como Lorca, con los
líderes locales que se negaron a aceptar el tratado. Don Alfonso obtuvo finalmente el
control de la zona y, durante los veinte siguientes años, el reino de Murcia fue una
especie de protectorado castellano. En 1264, siendo ya rey de Castilla y León don
Alfonso X el Sabio (1252-1284), se produjo una revuelta de mudéjares por todo el sur
de la península, una revuelta instigada tal vez por el reino de Granada y que en el reino
de Murcia tuvo especial repercusión. Doña Violante, esposa de don Alfonso X el
Sabio e hija del rey Jaime I de Aragón, pidió ayuda a su padre y éste envió a Murcia una
fuerza militar al mando de su propio hijo, el infante don Pedro (futuro Pedro III el
Grande). Restablecido el control sobre el reino de Murcia en 1266, se puso en marcha
un proceso repoblador similar al del repartimiento aplicado con anterioridad en la
Andalucía occidental. Este proceso de repoblación lo llevaron a cabo principalmente las
autoridades castellano-leonesas, atendiendo a la firma de tratado de Alcaraz y, se
produjo una fuerte castellanización de toda la región que abarcaba dicho reino. Los
repobladores fueron, en su mayor parte, castellanos, pero hubo también un
importantísimo contingente de aragoneses.
(La alberca y los jardines del Alcázar Seguir, antiguo palacio árabe conservado dentro
del conjunto monástico de Santa Clara la Real, en la ciudad de Murcia).
Política ultrapirenaica del rey don Jaime.Durante la Cruzada contra los cátaros, Louis IX de Francia (1226-1270) -gracias, sobre
todo, a la iniciativa llevada a cabo por su madre, doña Blanca de Castilla, regenta del
reino entre los años 1226 y 1234-, consiguió ocupar y conquistar las tierras del
Languedoc, arrebatándoselas al conde de Toulouse, Raymond VII. El marquesado de
Provenza -la Provenza situada al norte del río Durance- que pertenecía a los condes de
Toulouse, pasó a manos de la Corona francesa convirtiéndose en el condado de
Venaissin. Pero la Provenza del sur, es decir, el llamado condado de Provenza sobre el
que el condado de Barcelona mantenía su influencia, cayó también bajo el control del
reino de Francia durante el reinado de Louis IX. De hecho, Ramón Berenguer IV, conde
de Provenza y de Forcalquier (y nieto de Alfonso II el Casto de Aragón), designó
heredera del condado a su cuarta hija, Beatrice de Provenza, quien ocupó ese cargo en el
año 1245. Pero al año siguiente, Beatrice contrajo matrimonio con Charles, conde de
Anjou y Maine y hermano del propio rey Louis IX, convirtiéndose en marqués de
Provenza y conde de Folcarquier (en 1265 se convertiría también en rey de Sicilia con
el nombre de Charles I (1265-1285).
La intromisión definitiva y efectiva del reino de Francia en el Languedoc y en la
Provenza, hizo que el reino de Aragón y la casa de Barcelona perdieran sus
posibilidades de influir en los asuntos políticos de toda la región del sur de Francia. Así
las cosas, Jaime I de Aragón se vio obligado a firmar un pacto con Louis IX que ha
pasado a la historia con el nombre de Tratado de Corbeil, por el cual el reino de Aragón
renunciaba a todas sus pretensiones por los territorios del otro lado de los Pirineos y se
establecía la frontera real entre los dos Estados. Este Tratado se firmó en mayo de 1258
en la ciudad de Corbeil (actual Corbeil-Essonne, en la región de Île-de-France) y, por él,
el rey Louis IX cedió a Jaime I todos los derechos que el reino de Francia pudiera tener
sobre las zonas o poblaciones enclavadas dentro de los condados de Barcelona, Urgell,
Besalú, Roussillon, Ampurias, Cerdagne y Conflent, y Gerona y Aussonne. Una de las
áreas sobre la que el rey francés perdía sus derechos era el condado de Roussillon, que
limitaba al norte con la barrera natural de los montes Corbières y abarcaba casi toda la
actual región francesa de los Pirineos Orientales -la actual comarca de los Fenouillèdes
quedó, no obstante, integrada en el reino de Francia; de hecho, hoy en día, los
Fenouillèdes son la única comarca o región natural de los Pirineos Orientales en la que
no se habla el idioma catalán.
De la misma forma, Jaime I cedió a Louis IX todos los derechos que podía tener sobre
la ciudad de Carcassonne y su región; sobre Razès y su entorno; sobre las ciudades y los
vizcondados de Beziers, Minerve, Agde, Albi, Rodez, Cahors y Querci; sobre el ducado
de Narbonne; sobre Puylaurens, Quéribus, Castelfizel, Sault, Fenouillet, Pierrepertuse,
Millau, Gévaudan, Grézes, Nîmes, Toulouse, Saint-Gilles y, en fin, sobre todas aquellas
regiones que se hallaban bajo la influencia y dominio del condado de Toulouse. Con el
Tratado de Corbeil, pues, se realizaba un intercambio de territorios de manera que
ningún enclave pudiera corresponder administrativamente a los dos Estados a la vez.
Sin embargo, Louis IX no pudo conseguir del condado de Foix la plena integración
dentro de su reino, puesto que su conde siguió rindiendo homenaje al rey aragonés.
Últimos años del reinado de Jaime I y la partición del reino.(Busto de Jaime I el Conquistador, por Nassio Bayarri Lluch).
Los últimos años del reinado de Jaime I el Conquistador coincidieron con la Octava
Cruzada, liderada, al igual que en la Séptima, por el rey Louis IX de Francia. En
septiembre de 1269, Jaime I partió de Barcelona con su armada para dirigirse al puerto
de Aigues-Mortes, una bastida portuaria situada muy cerca de Montpellier, que se había
convertido en el punto de reunión y partida de las Cruzadas. No obstante, y debido a una
fuerte tormenta que dispersó las naves aragonesas, y también, posiblemente, a un pacto
firmado con el sultán hafsida de Túnez unos años atrás, Jaime I renunció a la Cruzada.
Jaime I tuvo dos esposas. La primera fue la infanta doña Leonor de Castilla y
Plantagenet, hija de don Alfonso VIII el Noble o el de Las Navas, rey de Castilla entre
los años 1158 y 1214. Con ella se casó en enero de 1221 y, tras este matrimonio, don
Jaime obtuvo la mayoría de edad y fue armado caballero en la ciudad de Tarazona,
actual provincia de Zaragoza. Sin embargo, en 1229 el rey don Jaime solicitó del Papa
Gregorio IX la nulidad de este matrimonio aduciendo razones de consanguinidad, y éste
último se la concedió. A raíz de la separación, doña Leonor se retiró al monasterio de
Santa María la Real de Las Huelgas, monasterio cisterciense femenino situado en la
actual provincia de Burgos, en el que murió en el año 1244 y donde fue enterrada y
momificada. El acuerdo de separación establecía que doña Leonor conservaría la
propiedad de la población de Ariza y su castillo y cuantas posesiones y rentas tuviera en
el reino de Aragón, así como la custodia del infante don Alfonso de Aragón y Castilla,
hijo único hijo, y primogénito, de ambos.
La segunda esposa del rey don Jaime fue Yolanda de Hungría, hija del rey András II de
Hungría, con quien contrajo matrimonio en septiembre del año 1235. A Yolanda de
Hungría se le conoce con el nombre de doña Violante. Violante aportó como dote una
fuerte cantidad de dinero, así como los derechos sobre el condado de Flandes y los
territorios que su familia había poseído en Nemours y en Borgoña. Fue reina consorte
de Aragón, Mallorca y Valencia, condesa de Barcelona y Urgell y señora de
Montpellier. Doña Violante de Hungría, mujer de mucho talento y gran carácter,
desarrolló un papel político importantísimo en el reino de Aragón, ya que intervino en la
imposición de las condiciones de rendición al rey Zayyan ibn Mardanix de Balansiya
del año 1239 y en la redacción del Tratado de Almizra (1244) con el reino de Castilla,
en la que se delimitaba la frontera con el reino vecino, aunque trató, no obstante, de
enemistar al infante don Alfonso, hijo de doña Leonor de Castilla, con su padre, el rey
de Aragón. Murió en el año 1251 y fue enterrada en la abadía cisterciense del Real
Monasterio de Santa María de Vallbona, en el actual municipio urgelino de Vallbona de
les Monges. Doña Violante de Hungría fue madre de diez hijos, entre los que se
encuentran: la infanta doña Violante de Aragón, casada con el rey don Alfonso X el
Sabio de Castilla (1252-1284); el infante don Pedro de Aragón, futuro rey don Pedro III
el Grande de Aragón y Valencia y conde de Barcelona (1276-1285); doña Constanza de
Aragón, esposa del infante don Manuel de Borgoña y de Suabia; el infante don Jaime de
Aragón, futuro rey don Jaime II de Mallorca y conde de Roussillon y Cerdanya (12761311); o la infanta doña Isabel de Aragón, esposa de Philippe de Francia, que se
convertiría en el rey Philippe III el Atrevidode Francia.
En 1241, Jaime I procedió a realizar un primer reparto del reino, según la concepción
patrimonial que se tenía en la época. Con ese reparto, su primogénito, el infante don
Alfonso de Aragón y Castilla, recibiría el reino de Aragón y el condado de Barcelona,
mientras que su hermano Pedro heredaría Mallorca, Valencia y Montpellier. Sin
embargo, en el año 1243 nació Jaime y el monarca aragonés se vio obligado a rehacer
su repartición inicial. Según esta nueva repartición, don Alfonso sólo recibiría Aragón;
don Pedro, el condado de Barcelona, y don Jaime obtendría Mallorca, Valencia y
Montpellier. Por último, en 1260 el infante don Alfonso desposó a Constance de Béarn,
hija del vizconde Gaston VII de Béarn y de su esposa la condesa de Bigorre, pero tres
días después, “entre los regocijos de su boda”, don Alfonso murió. El nuevo reparto se
realizó en 1263 y según éste el infante don Pedro fue nombrado heredero de los reinos
de Aragón y Valencia y conde de Barcelona, títulos que ostentaría a la muerte de su
padre, acaecida en 1276, con el nombre de Pedro III el Grande; por su parte, su hermano
el infante don Jaime se convertiría a partir de 1276 en el rey don Jaime II de Mallorca,
conde Roussillon, conde de Cerdanya, señor de Montpellier y barón de Ompelas. Esta
última repartición fue ratificada en el testamento definitivo que don Jaime I de Aragón
mandó redactar en 1272.
El día 27 de julio de 1276, el rey don Jaime murió en la localidad valenciana de Alcira,
según la Crónica de Ramón Muntaner, escrita entre los años 1325 y 1332. Alcira era
una villa que revestía gran importancia por ser la única por la que podía cruzarse el río
Júcar y desde la que se podía realizar un exhaustivo control sobre un total de cuarenta y
dos localidades, todas ellas situadas en las proximidades de la frontera sur del reino de
Valencia. En Alcira, el rey don Jaime tenía una residencia oficial, la llamada Casa Real
o Casa de la Olivera, y en ella pasaba largas temporadas. Don Jaime I, antes de morir,
abdicó en favor de sus hijos y luego fue amortajado con los hábitos de císter. Tras esto,
el cadáver fue trasladado a Valencia, la capital del reino, y de allí al monasterio de
Poblet, en la actual provincia de Tarragona, donde fue enterrado definitivamente.

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  • 1. PEDRO III EL GRANDE DE ARAGON. La expansión aragonesa por el Mediterráneo.Finalizadas las acciones conquistadoras del rey don Jaime I por las taifas de Valencia y Denia y consumada la obstrucción ultrapirenaica tras la firma del Tratado de Corbeil (1258), el reino de Aragón buscaría tres áreas geográficas para su expansión: el Magreb, el Mediterráneo oriental y Sicilia. Con respecto al Magreb, ya desde principios de siglo, los comerciantes barceloneses vendían en las costas del mismo productos tales como paños, madera, cáñamo, brea y pez y compraban oro, coral y trigo, haciendo de las costas del norte de África una zona con grandes intereses económicos. No en vano, se establecieron varias colonias de mercaderes barceloneses y se crearon caravasares ofunduqs; incluso, se llegaron a nombrar varios cónsules en la zona. Luego, a los intereses económicos siguieron los puramente diplomáticos, y tanto los reyes de Aragón como los de Castilla consideraron al norte de África como una prolongación natural de sus conquistas peninsulares, como lo prueban la firma por parte de las dos coronas de algunos tratados de partición territorial, como el de Monteagudo de 1291. Durante el reinado de Jaime I se mantuvieron unas relaciones pacíficas con el reino hafsida de alMustandir, en Túnez. Pedro III prosiguió con esa política de penetración económica en Túnez e, incluso, las milicias barcelonesas estuvieron al servicio del sultán. De hecho, en junio de 1282 una escuadra aragonesa de más de cien naves partió de Barcelona rumbo a Sicilia; pero antes, acudió a Constantina para ayudar a su gobernador, Ibn alWazir, que quería independizarse del sultán de Túnez y estaba dispuesto a reconocer la soberanía de Pedro III. Posteriormente, el almirante Roger de Lauria conquistaría varias islas de la costa tunecina y el dominio de la Corona de Aragón sobre la antigua Ifriqiyasería manifiesto. En cuanto al Mediterráneo oriental, los comerciantes barceloneses y aragoneses ya habían frecuentado los puertos de Alejandría y Tiro desde la segunda mitad del siglo XII. Si la influencia que el reino de Aragón mantenía sobre el área occidental del Mediterráneo proporcionaba a sus mercaderes la estabilidad necesaria para desarrollar su actividad comercial, en las costas del Mediterráneo oriental (Adriático, península Helénica, Anatolia y Próximo Oriente, es decir, todo lo que por aquellos años se llamaba Romania) se encontraban las auténticas riquezas y los productos de valor con los que comerciar. Parece ser que Jaime I había proyectado la creación de un reino proaragonés en la misma Palestina que estuviera en contacto directo con las rutas comerciales de Oriente y, para ello, encontró el apoyo del emperador de Bizancio, así como del khan de los tártaros y del rey de Armenia. Pero la expedición, que estaba proyectada para finales de 1269 no llegó a ponerse en marcha debido a que un gran temporal dispersó las naves aragonesas que se encontraban reunidas en el puerto de Aigüesmortes (Montpellier). El reino de Sicilia.Sicilia fue la tercera y más importante de las áreas de expansión aragonesa por el Mediterráneo y su corona cayó en manos de Pedro III el Grande el 30 de agosto de 1282. La isla de Sicilia había sido arrebatada a los musulmanes por el normando Roger de Hauteville a finales del siglo XI. Uno de sus hijos, Roger de Sicilia, obtuvo, en pleno cisma pontificio del año 1130, el título de “rey de Sicilia, Apulia y Calabria” con el nombre de Roger II (1130-1154), de manos del antipapa Anacleto II (1130-1138). Pero ya con anterioridad, la isla había sido disputada por los emperadores alemanes de la dinastía Staufen. El primer emperador de dicha dinastía, Friedrich I, apodado Barbarroja(1155-1190), realizó en 1186 una jugada maestra en su política exterior al casar a su heredero al trono, Heinrich von Staufen, futuro Heinrich VI (1191-
  • 2. 1197), con la también heredera de la corona normanda de Sicilia, Constanza de Hauteville. Su pretensión era unir definitivamente Sicilia al Imperio. Heinrich VI fue coronado como rey de Sicilia en diciembre de 1194 con el nombre de Enrico y sometió a su autoridad no sólo Sicilia sino también gran parte de la península italiana. Y este fue el motivo por el que entró en conflicto con el papado. El hijo y sucesor de Heinrich VI, Konstantin Roger Friedrich von Staufen (1220-1251) obtuvo la corona siciliana en 1197, un año antes de que fuera nombrado papa Inocencio III. El papa Inocencio III (1198-1216), verdadero árbitro de la política internacional de su época, apoyó sin paliativos a Friedrich II para que se convirtiera en emperador, pero con la condición de que nunca uniera Sicilia al Imperio. La política inicial de Friedrich II, último representante de la dinastía Staufen, no planteó demasiados problemas a la Santa Sede, y eso a pesar de que sus enemigos eran cada vez más numerosos, sobre todo en Italia. El papa Honorio III (1216-1227), sucesor de Inocencio III, lo coronó emperador en 1220, pero incumpliendo los compromisos adquiridos con el difunto Inocencio, Friedrich II mantuvo bajo un mismo gobierno a Alemania y a Sicilia. Tras el ascenso al trono pontificio de Gregorio IX (1227-1241), las relaciones entre el Sacro Imperio y la Santa Sede se fueron definitivamente al traste. Friedrich II sufrió nada menos que dos excomuniones (1227 y 1239) y la guerra civil entre los partidarios del papado (la facción de los güelfos) y los del emperador (la de los gibelinos) estalló en Italia, una guerra que culminó en 1240 con el asedio a Roma por parte de las tropas imperiales, con el propósito de controlar la ciudad y los Estados Pontificios. Para la Pascua del año siguiente (1241), Gregorio IX convocó en Roma un concilio ecuménico, pero como el objetivo del mismo era deponer al emperador, Friedrich II trató de evitar su celebración y encarceló a más de cien clérigos que intentaron llegar a Roma. En el mes de agosto, Friedrich II controlaba totalmente la ciudad de Roma. Tras la muerte de Gregorio IX, que se produjo por esas mismas fechas, las tropas imperiales abandonaron la ciudad, aunque se mantuvieron acampadas en las afueras de la misma, por si acaso. En unas condiciones penosas, tanto por la climatología como por el estado de excepción mantenido por el emperador, Celestino IV fue nombrado papa en el mes de octubre. Su pontificado duró tan solo 17 días, siendo el tercero más breve de la historia. La presión que ejercía el emperador hacia los cardenales hizo que el siguiente papa no fuera elegido hasta dos años después, en que accedería al trono Inocencio IV (1243-1254). Cuando éste fue finalmente elegido, Friedrich II le envió emisarios para acordar la paz, pero Inocencio IV le exigió el reconocimiento de los daños infligidos a la Iglesia. El acuerdo de paz, con la mediación de Louis IX de Francia, llegó en marzo de 1244 pero, aún así, el papa, incómodo por la cercanía a Roma de las tropas imperiales, decidió marchar a Lyon y buscar refugio. Allí, convocó un concilio (el Concilio de Lyon) para el mes de enero de 1245, con el propósito de excomulgar nuevamente al emperador. Y las guerras se reanudaron. Tras la muerte de Friedrich II (13 de diciembre de 1250) se abrió en el Sacro Imperio un largo periodo de tiempo -el llamado Gran Interregno- durante el que reinó la anarquía y el trono imperial se mantuvo vacío. Varios candidatos se lo disputaron (como el rey don Alfonso X el Sabio de Castilla y León) hasta que el papa Gregorio X designó a Rudolf von Habsburg como Rex Romanorum. La corona de Sicilia, por su parte, pasó a manos de Konrad, hijo de Friedrich, que se convirtió en el rey Corrado II de Sicilia (12501254) -Konrad era ya rey de Jerusalén con el nombre de Konrad II (1228-1254) y Rex Romanorum con el de Konrad IV (1237-1254). Corrado II de Sicilia murió a los cuatro años de haber obtenido la corona siciliana, pero en su corto reinado invadió Italia y conquistó Nápoles. Su hermanastro Manfred von Hohensatufen, hijo de Friedrich II y Bianca Lancia, que había luchado a su lado y había adquirido una fuerte autoridad sobre
  • 3. sus tropas, aceptó la regencia de Corradino, su sobrino. Sin embargo, en 1258 usurpó el trono y se convirtió en rey de Sicilia con el nombre de Manfredi. El nuevo papa, Urbano IV (1261-1264), cuyo principal objetivo era impedir la expansión de los gibelinos por Italia, excomulgó a Manfredi y ofreció a Louis IX de Francia la corona de Sicilia, quien se la entregó a su hermano Charles. En junio de 1265, Charles de Francia, marqués de Provenza y conde de Forcaldier, Anjou y Maine, fue nombrado rey de Sicilia. En la consiguiente guerra librada entre los dos candidatos al trono siciliano, Charles de Anjou venció a las tropas de Manfredi y entró victoriosamente en la ciudad de Nápoles. Al año siguiente (1266) fue coronado en Roma. Pero la situación todavía era más complicada, puesto que unos años antes (1262) Jaime I de Aragón había hecho casar a su hijo y heredero, el infante don Pedro, con la heredera de Manfredi al trono siciliano, doña Constanza Hohenstaufen. Manfredi murió en 1268 en una encarnizada batalla en el Benevento frente a las tropas de Charles de Anjou. Corradino ocupó el trono y en verano de ese mismo año fue apresado por Charles y ejecutado. Charles de Anjou, convertido ya el en único rey de Sicilia como Carlo I (1266-1282), y apoyado por su hermano el rey de Francia, gobernó Sicilia con mano férrea e hizo prevalecer su supremacía naval por el Mediterráneo. Su gobierno coincidió con la Octava Cruzada, que organizó su hermano el rey de Francia para encontrar en ella, finalmente, la muerte (1270). El Pontífice Gregorio X (12721276) pronto empezó a recelar de Charles de Anjou, para quien Sicilia era sólo un trampolín con el que asaltar el Mediterráneo en su conjunto, incluido el Imperio bizantino, y trató de pararle los pies. Pero en el año 1281, un eclesiástico francés amigo personal del rey Philippe III el Atrevido de Francia (1270-1285), fue nombrado papa con el nombre de Martín IV (1281-1285). Martín IV quiso reavivar los intentos de dominar el Imperio bizantino bajo el signo de las Cruzadas y llegó, incluso, a excomulgar al emperador de Bizancio. Charles de Anjou se convirtió en el brazo ejecutor de aquella política expansiva de la Iglesia Católica por Oriente y hacia la primavera de 1282 estaba preparado para dar el golpe definitivo. En marzo de ese año, en el puerto de la ciudad siciliana de Mesina se empezaron a concentrar enormes efectivos navales que esperaban la llegada desde Nápoles de otras naves con Charles de Anjou al frente, dispuesto a partir hacia Bizancio para invadir Constantinopla y deponer al emperador. Pero la expedición no llegó a salir de puerto, porque se produjo un suceso que truncó los planes del papa Martín IV y de Charles de Anjou. El suceso, según unos, inesperado y, según otros, perfectamente planificado, ha pasado a los anales de la historia con el nombre de "Las Vísperas Sicilianas". En Palermo, ciudad que había sido la capital del reino de Sicilia hasta que Charles de Anjou la trasladó a Nápoles, el lunes de Pascua del día 30 de marzo de 1282, justo en el momento en que las campanas de la iglesia del Santo Espíritu llamaban al oficio de las Vísperas, un grupo de personas armadas asaltaron a unos oficiales franceses y los asesinaron. La noticia del suceso, que tenía todas las trazas de ser una insurrección popular contra el opresor francés, corrió como la pólvora por toda la isla y los levantamientos populares se sucedieron, uno detrás de otro, sin descanso. En quince días, los rebeldes sicilianos tenían controlada toda la isla, a excepción de Mesina, que cayó hacia finales de abril. La flota que Charles de Anjou tenía preparada en su puerto fue totalmente destruida, y Charles, que no sabía por dónde tirar, se mantuvo prudentemente en Nápoles a la espera de ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Los sicilianos nombraron a sus líderes y solicitaron permiso al papa Martín IV para convertir a la isla en una República soberana al estilo de Génova, Venecia o Pisa, pero el papa francés, angevino por excelencia, les exigió que reconocieran a Charles de Anjou como su rey legítimo. Los sicilianos, que deploraban a
  • 4. los angevinos y su opresora política de elevados impuestos, se apresuraron a ofrecer entonces la corona de la isla al rey de Aragón, don Pedro III el Grande, en virtud de su matrimonio con la hija de Manfredi, doña Constanza Hohenstaufen. El rey don Pedro III el Grande de Aragón.El infante don Pedro de Aragón había nacido en Valencia en verano de 1240. Fue el segundo de los hijos de Jaime I, pero el primero de su matrimonio con doña Violante de Hungría. Siendo heredero segundo, el infante don Pedro había sido favorecido en todos los intentos de reparto del reino gracias a la influencia de su ambiciosa madre. En 1251 doña Violante murió y la educación del infante fue encomendada a algunos nobles que lo instruyeron en el uso de las armas, en las artes y en las letras. Seis años después (1257), don Pedro fue nombrado Procurador General de los condados de Barcelona, Gerona, Osona y Besalú, lo cual le permitió adquirir gran experiencia y peso político frente a su hermanastro don Alfonso (hijo primogénito de Jaime I y su primera esposa, doña Leonor de Castilla). Don Alfonso murió en 1260, y dos años después (1262) don Pedro fue nombrado heredero de los reinos de Aragón y de Valencia, así como del condado de Barcelona. En julio de ese mismo año 1262, el infante don Pedro contrajo matrimonio con doña Constanza de Sicilia, un casamiento que marcaría profundamente el futuro de su reinado, así como de las relaciones aragonesas con Francia y con la Santa Sede. De su matrimonio con doña Constanza, nacieron seis hijos: don Alfonso (futuro Alfonso III el Liberal de Aragón y Valencia, y conde de Barcelona, 1285-1291), don Jaime (futuro Jaime II el Justo de Aragón y Valencia, y conde de Barcelona, 1291-1327), doña Isabel (que se casó con el rey Dinis I (o Dionisio I) de Portugal, 1279-1325), don Fadrique o Federico (futuro Federigo II de Sicilia, 1296-1337), doña Violante (que se casó con Robert de Anjou, rey nominal de Sicilia y Nápoles entre 1309 y 1343) y don Pedro. Cuando murió don Jaime I en julio de 1276, Pedro tenía casi cuarenta años de edad y una amplia experiencia tanto militar como política. En el mes de noviembre se coronó rey en Zaragoza recibiendo la corona de manos del arzobispo de Tarragona, según mandaban los preceptos, pero rechazó la obligación de tener que jurar fidelidad al papa declarando solemnemente que la corona no la recibía de la Iglesia Católica. A continuación marchó a Valencia, donde se coronó también rey de Valencia como Pedro I y, desde allí, puso rumbo al sur del reino para terminar con las revueltas musulmanas que se habían iniciado, según la Crónica del Rey en Pere, en el mes de junio de 1276, poco antes de la muerte de Jaime I. En julio de 1277, el rey Pedro de Valencia asedió la fortaleza musulmana de Montesa, que cayó finalmente bajo su poder hacia finales de septiembre, dando por concluida la rebelión. Como expulsar a todos los musulmanes habría significado dejar totalmente despoblada la zona, don Pedro decidió que se expulsara solamente a los líderes de la rebelión. Con el reino de Valencia pacificado, don Pedro de Aragón y Valencia marchó a las tierras de Cataluña. Allí, todos los barones del condado de Barcelona, incluido el conde de Foix, le habían manifestado su malestar por no haber convocado cortes en Barcelona tras su acceso al trono y al gobierno del condado, y no haber, por tanto, confirmado sus privilegios como todo buen conde de Barcelona habría tenido que hacer. Al final, estalló una importante rebelión nobiliaria. En Balaguer, villa situada a tan solo tres leguas de Lérida y que pertenecía al conde de Urgell, se concentraron todos los barones de Cataluña con trescientos caballeros y seis mil hombres de a pie, con el propósito de “fer una gran cavalgada sobre la terra del rey”. Don Pedro marchó sobre la villa con quinientos caballeros, no sin antes pasar por Lérida y exigir a sus gentes que tomaran las armas y le siguieran. El rey y sus huestes sitiaron Balaguer y aún se les unió el ejército
  • 5. de su hijo don Alfonso con más de tres mil hombres a caballo y cien mil de a pie (según la Crónica). Tras un asedio de siete meses, los barones se rindieron y fueron encerrados en las mazmorras de Lérida, para ser perdonados al año siguiente por el rey tras garantizarle aquéllos su lealtad para el futuro. El único de los barones que no lo hizo fue el conde Foix. Por estas fechas (años finales de la década de los setenta del siglo XIII), don Pedro recibió de su hermano don Jaime, rey de Mallorca, un juramento de fidelidad reconociendo su autoridad sobre él mismo y sobre sus sucesores. Más tarde, don Jaime se aliaría con el rey de Francia y traicionaría este juramento con su hermano. Dentro del marco de sus buenas relaciones con los reinos de Portugal y Castilla, don Pedro dispuso el matrimonio de su hija doña Isabel con el rey Dinis de Portugal; y también reconoció al infante don Sancho, hijo del rey Alfonso X el Sabio de Castilla, como heredero del mismo. La conquista de Sicilia.Durante los meses previos a los sucesos de Sicilia, Pedro III había construido una fuerte flota con la que pretendía asegurarse el control del califato hafsida de Túnez, el cual se había negado a pagar los tributos pactados en su día con la Corona de Aragón. Al menos, ésa era la justificación que esgrimía para la creación de dicha flota cada vez que se le pedían explicaciones por parte de la Santa Sede. El día 6 de junio de 1282, una escuadra aragonesa de más de cien naves partió del puerto de Barcelona y puso rumbo a las costas de Túnez. Después de aplicar los correctivos pertinentes a los musulmanes tunecinos, y una vez que los rebeldes sicilianos se habían hecho con el control de la situación en la isla, la flota de Pedro III se dirigió a Trapani, en la costa oeste de Sicilia, donde desembarcó el 30 de agosto de 1282. En pocos días, Pedro el Grande se adueñó por completo de la isla y las tropas de Charles se retiraron. La intervención del rey de Aragón en la revuelta de los sicilianos transformó los hechos y la situación derivó hacia una guerra europea cuyas consecuencias no eran, para nada, previsibles. El día 2 de septiembre, Pedro el Grande llegó a Palermo y prometió a los sicilianos el restablecimiento de los antiguos privilegios de que habían disfrutado durante la época normanda y que los angevinos habían arruinado, siendo entonces aclamado por la población. Dos días después, en la Catedral de Palermo, Pedro III el Grande fue coronado rey de Sicilia con el nombre de Pedro I. La reacción del pontificado no se hizo mucho de esperar. El 9 de noviembre de 1282 Martín IV excomulgó a Pedro III, juntamente con el emperador de Bizancio, a quien acusó de haber comprado al rey de Aragón para invadir Sicilia. Pedro III, sin embargo, prosiguió con su avance y para el mes de febrero del año siguiente tomó la costa de Calabria, en la Italia peninsular. Las consecuencias de estas acciones fueron nefastas para él, porque el 27 de marzo de 1283 el papa lo desposeyó oficialmente de todos sus reinos, que entregaría un año después al segundo hijo de Philippe III de Francia, que también se llamaba Charles. Y no sólo eso, sino que además organizó, bajo el mandato del rey de Francia, una Cruzada en toda regla contra el reino aragonés. Para Pedro III los problemas se multiplicaron porque, además de la más que inminente guerra con Francia, un amplio sector de la nobleza aragonesa se había rebelado contra él. La nobleza de Aragón, cuya capacidad financiera estaba siendo fuertemente mermada debido a los elevados costes de la guerra de Sicilia, había amenazado con mantenerse de brazos cruzados ante una posible invasión francesa. En Tarazona, una asamblea de nobles se reunió para exigirle al rey ciertas reivindicaciones, tales como el mantenimiento de sus privilegios, una rebaja considerable de los impuestos o la extensión de los fueros de Aragón al reino de Valencia, que había de desaparecer como tal. Pedro III el Granderegresó a la península dejando en Sicilia a su almirante Roger de
  • 6. Lauria y, ante la inminencia del ataque francés, se vio obligado a aceptar las peticiones de sus barones, concediéndoles ese mismo año el llamado “Privilegio General”. Solucionado este espinoso asunto, Pedro el Grande estaba en condiciones de tomar las medidas adecuadas para defenderse de Francia. La guerra con Francia.Philippe de Francia, hijo segundo de Louis IX, se convirtió en heredero al trono tras la muerte en 1260 de su hermano mayor, Louis. Ya como heredero, acompañó a su padre en la Octava Cruzada a Túnez (1270) y se convirtió en rey de Francia cuando, después de la toma de Cartago, el ejército francés fue víctima de una terrible epidemia de disentería y murió su padre. Entonces, en el mismo Túnez, fue proclamado rey de Francia con el nombre de Philippe III. Philippe no fue persona de gran carácter, pero se ganó el apodo de el Atrevido (en francés, le Hardi) por su habilidad en los combates a caballo. En 1262 se había casado con la infanta doña Isabel de Aragón, hija de Jaime I de Aragón. Doña Isabel acompañó también a su esposo a Túnez, pero al regresar de la Cruzada cayó de un caballo y falleció. Antes de morir, había dado a luz cinco hijos, entre los que cabe destacar a Philippe -que sería rey de Navarra con el nombre de Felipe I (1284-1305) y rey de Francia con el de Philippe IV el Hermoso (1285-1314)- y Charles - investido rey de Aragón por el papa Martín IV y fundador de la Casa de Valois-. Philippe III el Atrevido se casó posteriormente con Marie, hija del duque de Brabante, de quien nacería, entre otros, el futuro Louis, conde de Evreux. La llegada al trono francés de Philippe III se produjo en un momento de fuertes conmociones políticas en Europa provocadas por la muerte del rey de Inglaterra Henry III (1216-1272), la finalización del Gran Interregno alemán con la designación de Rudolf von Habsburg (1273-1291) y las guerras de Sicilia, principalmente. Durante esta época, la mayor preocupación de las potencias europeas ya no eran las Cruzadas, sino los conflictos territoriales provocados por los heredamientos de los principales linajes nobiliarios. Philippe III mantuvo en el poder a los grandes consejeros de su padre, como el senescal Eustache de Beaumarchais o el chambelán Pierre de Brosse, y promoviendo matrimonios, concediendo herencias o consumando anexiones, trató siempre de ampliar los dominios de la Corona francesa y de fortalecer su autoridad. En 1271 incorporó a sus dominios reales los territorios que su tío Alphonse tenía en Toulouse, Poitiers y en parte de la Auvernia, así como el condado de Venaissin; en 1274 adquirió el condado de Memours; en 1283, los condados de Perche y de Alençon; y en 1284, el de Chartress. El reino de Navarra.Philippe III el Atrevido intervino en la política de Navarra al morir el rey Enrique I el Gordo (1270-1274). Este Enrique I fue hermano del anterior rey de Navarra Teobaldo II (1253-1270), quien, a su vez, era hijo de Teobaldo I (1234-1253), conde de Champaña y precursor de la nueva dinastía de la Casa de Champaña en Navarra. Enrique I murió sin descendencia masculina y, consumada la práctica de respetar los derechos dinásticos de las hembras en ausencia de varón, su hija doña Juana ocupó el trono con el nombre de Juana I. Pero como doña Juana apenas tenía tres años de edad, su madre, doña Blanca de Artois, a la sazón sobrina de Louis IX, asumió la regencia. Doña Blanca juntó Cortes en Pamplona y nombró gobernador a un tal Pedro Sánchez de Monteagudo, señor de Cascante. Ante una minoría tan apetitosa como era la de Juana I de Navarra, el ya rey castellano, don Alfonso X el Sabio, aproximó sus tropas a la frontera con Navarra para tratar de negociar un matrimonio ventajoso. Doña Blanca, sin dudarlo apenas, cogió a su hija y sus pertenencias y marchó a la corte francesa para acogerse a la protección de su primo el rey Philippe III. Tanto Castilla como Aragón, que también tenía sus ojos puestos en el reino navarro, vieron así burladas sus pretensiones.
  • 7. Influidas las diferentes facciones nobiliarias de Navarra por el gobernador don Pedro Sánchez de Monteagudo, que siempre se había mostrado muy pro-aragonés, se opusieron a esta acción de la reina madre. Se convocaron Cortes de inmediato y en ellas se declaró que nunca reconocerían como reina de Navarra a doña Juana si ésta no casaba con el príncipe don Alfonso de Aragón, nieto del rey don Jaime I. Ante esta firme amenaza de la nobleza navarra, Philippe III tomó la iniciativa y en 1275 (Tratado de Orleans) se proclamó regente del reino de Navarra hasta que la princesa doña Juana alcanzase la mayoría de edad. Un año después (1276), en Navarra, estalló la guerra entre las facciones pro-aragonesas (representadas por Monteagudo) y las pro-castellanas (representadas por un poderoso caballero llamado García Almoraviz, el cual dominaba la ciudad del Obispo o Navarrería, uno de los burgos de Pamplona). El rey francés, para evitar que el conflicto fuese a mayores, envió sus tropas a Navarra bajo el mando de Eustache de Beaumarchais, senescal de Toulouse y colaborador de confianza, además de hábil guerrero. Beaurmarchais sustituyó a Monteagudo, pero la contienda entre las facciones continuó en lo que ha venido en llamarse la Guerra de la Navarrería, y no terminó hasta que el conde Robert II de Artois, hermano de la reina madre doña Blanca, con veinte mil hombres, entró en Pamplona y la tomó. El senescal Eustache de Beaumarchais.Convertida Navarra en un reino vasallo de la monarquía francesa, Francia se sirvió de él para intervenir en los asuntos políticos de la península Ibérica. Y lo hizo tanto en el conflicto sucesorio del reino de Castilla, apoyando a don Alfonso de la Cerda frente al infante don Sancho (futuro Sancho IV), como en el señorío soberano de Albarracín, apoyando a la casa del pro-castellano Juan Núñez de Lara, o en el reino de Aragón, intentando su debilitamiento después de la intervención de éste último en Sicilia y la proclamación de la Cruzada. Eustache de Beaumarchais, que gobernaba Navarra en nombre del rey de Francia, aun vulnerando claramente los Fueros navarros en lo concerniente al número de cargos extranjeros que podían ocupar la administración central, llenó con funcionarios franceses todos los puestos administrativos, haciendo aumentar el descontento entre la población. En 1283, dentro de la estrategia de debilitamiento del reino de Aragón por parte de Francia, el gobierno francés de Navarra llevó a cabo un intento de invasión por la frontera oeste de Aragón. Desde Sangüesa, al mando de cuatro mil caballeros e infantes, Eustache de Beaurmarchais penetró en territorio aragonés hasta toparse con la fuerte resistencia del castillo de Ull, ubicado en la actual población de Navardún, en el mismo curso del río Onsella. Tras asaltar los arrabales y la barbacana del castillo, los franceses destruyeron la torre mayor del mismo y dieron muerte a la mayor parte de su guarnición militar. Conquistado el castillo, Eustache de Beaumarchais prosiguió su avance hacia el interior del reino de Aragón destruyendo y conquistando las villas de Bailo y Arbués, así como la de Berdún, cerca del río Aragón y a escasas jornadas de Jaca. Pero el rey de Aragón, que se encontraba cerca de Zaragoza en plena expedición militar contra el señorío de Albarracín, aproximó un fuerte ejército a la frontera con Navarra y, cortando a Eustache la retirada, hizo que éste no tuviera más remedio que poner rumbo a Francia a través del valle de Canfranc. El valle de Arán bajo la soberanía de Francia.Para Francia, poner en jaque permanente a las defensas aragonesas en los momentos previos a la invasión total en el marco de la Cruzada, tenía vital importancia, y más aún, si con aquellas acciones militares conseguía que alguna parte del territorio aragonés cayera dentro de sus dominios reales. Así, a las pocas semanas de la incursión de las fuerzas franconavarras por Sangüesa, el senescal Eustache de Beaumarchais entró en Arán y lo anexionó al reino de Francia. El propio obispo de Comminges, Bertrand de
  • 8. Miremont se había encargado de realizar las diligencias previas. Hacia finales de octubre de 1283, convocó a los clérigos y a las autoridades aranesas para informarles de que el rey don Pedro III de Aragón había sido excomulgado por el papa y les exhortó a entregarse de manera pacífica al senescal de Toulouse. Los araneses, sin embargo, se negaron a aceptar tan gentil invitación y prefirieron mantenerse leales a su rey aragonés. En los primeros días de noviembre de 1283, Eustache de Beaumarchais, al mando de unos 500 soldados, cruzó la frontera y llegó hasta la población de Les. Dicha población, la única de Arán que, para estas fechas, poseía jurisdicción señorial propia, la regía un tal Augèr de Berbedá, aliado personal de Eustache. Augèr entregó el castillo de la villa (el Castell de Les, del cual hoy en día se conserva tan solo la torre llamada “de Pijoert”) al jefe de los invasores franceses y permitió que sus huestes lo utilizaran como base de operaciones. Según algunos historiadores (Josep Lladonosa i Pujol, 1907-1990), estando las tropas francesas en el interior del castillo, un grupo de araneses contrarios a Eustache asaltaron el mismo y le prendieron fuego, pero a pesar de este y algún que otro altercado, el territorio aranés quedó totalmente sometido al poder de Philippe III el Atrevido de Francia. Eustache de Beaumarchais, después de haber pacificado Arán, mandó construir una fortificación que se convirtió en la residencia oficial de los gobernadores franceses durante la ocupación. La fortificación, a la que se llamó con posterioridad Castèth-Leon (porque uno de sus cañones estaba ornamentado con una cabeza de león de acero), estuvo emplazada sobre un peñasco situado al noroeste del actual municipio de les Bordes, justo en la confluencia de los ríos Jòeu y Garona. La invasión francesa.En el mes de abril de 1283, cuando Pedro el Grande regresó a la península para solucionar los problemas con la nobleza aragonesa, su esposa doña Constanza y sus hijos don Jaime y don Fadrique marcharon a Sicilia. Éstos últimos tenían la misión de gobernar el reino. La defensa de la isla corrió a cargo del almirante Roger de Lauria (o de Llúria), un marino de origen italiano que ostentaba el cargo de almirante de la flota aragonesa. Roger de Lauria derrotó a una flota angevina en el puerto de Malta en junio de 1283, adueñándose del archipiélago. A continuación destrozó una poderosa escuadra que Charles de Anjou había concentrado en Calabria e hizo prisionero al hijo de éste último, el príncipe de Salerno (Charles II de Anjou), que la capitaneaba. Tras esto se hizo con el control de la isla de Ischia, en el Golfo de Nápoles, ya en junio de 1284. Además, el ejército aragonés también realizó una importante campaña terrestre con la que pudo ocupar diversas localidades de la Apulia y la Basilicata, con lo que la supremacía de la Corona de Aragón en el sur de Italia se consolidó fuertemente. Y también en el Mediterráneo central, cuando Roger de Lauria ocupó las islas tunecinas de Djerba y Kerkenah en septiembre de 1284. Ante la frágil situación de Charles de Anjou en el sur de Italia, su sobrino Philippe III de Francia, con la ayuda del pontífice Martín IV, aumentó la presión sobre el reino de Aragón y le abrió un nuevo frente en la península. En Perpiñán, la capital del condado de Roussillon, tenía su residencia el rey de Mallorca don Jaime II (1276-1311), hermano de Pedro el Grande pero aliado incondicional de su cuñado Philippe III de Francia. Según laCrónica del rey en Pere de Bernat Desclot, Pedro el Grande, sospechando que su hermano estaba en connivencia con el rey francés para dejarle que sus ejércitos atravesaran el Roussillon de camino hacia Cataluña, marchó sobre Perpiñán, obligando al rey de Mallorca a huir de la ciudad y unirse al ejército cruzado. Finalmente, un ejército formado por fuerzas de los reinos de Francia, Mallorca y Navarra, así como de la república de Génova y otros ejércitos cruzados que se sumaron a la campaña, todos al mando personal del propio Philippe III el Atrevido, trató de penetrar en la península por el collado de las Panizas (coll de Panissars), al tiempo que una escuadra francesa se
  • 9. aproximó a la costa catalana con la misión de garantizar los suministros. El paso pirenaico de las Panizas, situado en la misma Vía Augusta, estaba bien defendido por el ejército de Pedro el Grande y los cruzados no lo pudieron atravesar. El infante don Alfonso, hijo mayor de Pedro el Grande, preparó sus galeras y ordenó la arribada a las costas catalanas del almirante Roger de Lauria con su treintena de galeras. Además, se reforzaron las defensas por toda la zona del Ampurdán con las huestes nobiliarias de los condados limítrofes y con las Órdenes Militares del Temple y del Hospital. El sur del condado de Roussillon, en el que la población se opuso fieramente a las fuerzas cruzadas (y eso, a pesar de que era un territorio gobernado por el propio Jaime II de Mallorca), fue tomado por los cruzados, después de encarnizadas luchas y múltiples matanzas. En junio de 1285, un ejército francés pudo penetrar por el collado de la Maçana, en el actual principado de Andorra. Las fuerzas aragonesas decidieron replegarse en la ciudad de Gerona, donde trataron de hacerse fuertes, pero el 7 de septiembre la ciudad se rindió y fue ocupada por el senescal Eustache de Beaumarchais. En septiembre, las galeras de Roger de Lauria, recién llegadas de Sicilia, destruyeron casi por completo a la flota francesa en el golfo de Rosas, y los franceses, ante la consiguiente falta de suministros, hubieron de retirarse y no continuaron su avance hacia sur de Gerona. En su retirada sufrieron importantes reveses en Besalú y en el collado de las Panizas, donde muchos soldados franceses estaban afectados ya por una epidemia de peste. Entre los enfermos se hallaba el propio monarca Philippe III, que consiguió llegar a la ciudad de Perpiñán a principios de octubre para morir unos días después (5 de octubre de 1285). Pedro III el Grande, para castigar la traición y la osadía de su hermano, envió a Mallorca su hijo, el infante don Alfonso, quien, sin demasiados esfuerzos, conquistó Mallorca en 1285 (la isla de Ibiza la conquistaría al año siguiente), que volvió a caer bajo la soberanía aragonesa. El rey don Pedro murió a finales del mismo año 1285, y su hijo don Alfonso se convirtió en rey de Aragón y Valencia y conde de Barcelona, con el nombre de Alfonso III. (El rey don Jaime I en las Cortes). El desastre de Muret (1213), donde falleció el rey don Pedro II, significó la pérdida definitiva de la hegemonía que el reino de Aragón había tenido hasta entonces en toda la región del Languedoc y de la vertiente atlántica de los Pirineos. En cambio, para el reino de Francia ocurrió todo lo contrario. En el antiguo reino de los francos, el rey Philippe IIAuguste había conseguido restablecer el poder de la monarquía franca en detrimento de las poderosas castas nobiliarias locales y regionales, además de imponer su autoridad sobre casi toda Francia. Durante el reinado de su nieto Louis IX (primer monarca franco intitulado rex Franciae) la autoridad del poder central de la monarquía francesa terminó por convertirse en un hecho indiscutible sobre toda el área del sur del país. En este caso, quienes perdían eran el reino de Aragón, por un lado, y el ancestral condado de Toulouse, por otro. El rey de Aragón, al morir, dejaba a un niño (el infante don Jaime) de cinco años de edad como futuro monarca. El infante don Sancho -tío de del difunto Pedro II y, a la sazón, conde de Roussillon y de Cerdagne- se convirtió en regente de la corona y en Procurador General del reino de Aragón. Durante los años de la regencia de Jaime, años que transcurrieron en medio de las cruentas hostilidades de la Cruzada contra los cátaros o albigenses, don Sancho intervino también en favor del conde Raymond VII de Toulouse al cederle en 1217 grandes efectivos militares para la toma y recuperación de Toulouse, que se hallaba en manos de Simon de Montfort. Toulouse fue tomada por su conde legítimo, pero el Papa Inocencio III amenazó a don Sancho con la excomunión y éste retiró su ayuda. Después renunciaría a la regencia de don Jaime para centrarse en el
  • 10. gobierno de sus propios condados, que estaban siendo hostigados por la familia de los Montcada barceloneses. A partir de este hecho, el reino de Aragón dejó de intervenir en la defensa de Toulouse, que fue brutalmente asediada por los cruzados católicos durante el año 1218. En Aragón, la minoridad de Jaime I facilitó el aumento de poder de la nobleza feudal frente a la autoridad real. Tras la regencia de don Sancho, Jaime I pasó a ser tutelado por un grupo de nobles hasta que, en el mes de julio de 1219, el mismo Papa Inocencio III constituyó un Consejo de Regencia integrado por el arzobispo de Tarragona y otros nobles afines al Pontificado. Jaime I participó a favor de don Sancho y su hijo, don Nuño Sánchez, cuando éstos fueron atacados por los Montcada, una familia barcelonesa de nobles a los que apoyaba también el infante don Fernando de Aragón, monje cisterciense, abad de Montearagón y tío del propio Jaime I. Don Fernando, al ser excluido de la regencia de su sobrino en 1214, se convirtió en el principal instigador de la oposición a Jaime I. Este grupo de magnates aragoneses llegó, incluso, a secuestrar al joven rey en la población de Alagón, reteniéndolo como prisionero durante dos semanas. Unos años más tarde, uno de los miembros del Consejo de Regencia quebrantó una tregua pactada por el rey con el grupo opositor y fue asesinado, lo que hizo que los grupos nobiliarios se levantaran en armas. Sin embargo, en marzo de 1227 se puso fin al conflicto nobiliario con la paz de Alcalá, tras la que el monarca salió muy fortalecido. La nobleza, no obstante, no perdió tampoco un ápice de su cuota de poder y en la consecución de las posteriores conquistas llevadas a cabo por el reino de Aragón, tanto por la península como por el Mediterráneo, estos belicosos e inquietos grupos nobiliarios participaron muy activamente. El inicio de la Reconquista.Según el viejo Tratado de Cazola, firmado en el año 1179 entre los reyes Alfonso VIII de Castilla y Alfonso II el Casto de Aragón, los reinos moros de Valencia y Denia quedaron reservados para los aragoneses en las futuras conquistadas que se fueran a llevar a cabo. Aún así, los castellanos, bajo el reinado de Fernando III el Santo (12171252), rey de Castilla y de León conjuntamente a partir de 1230, llevaron a cabo algunas expediciones sobre el reino de Valencia (Requena, 1219). Ante el peligro de una conquista del Levante peninsular por parte de una expansiva Castilla, Jaime I consideró necesaria la anexión de dichos territorios a su corona. En efecto, el comienzo de la desintegración del Imperio almohade tras la Batalla de las Navas de Tolosa (1212), hacía que los reinos cristianos, principalmente Castilla, pero también Aragón, fueran impulsando de manera paulatina un fuerte proceso reconquistador. Desde la victoria cristiana en Las Navas hasta ya bien entrada la década de los años veinte del siglo XIII, este proceso estuvo prácticamente paralizado como consecuencia de los conflictos sucesorios habidos en el reino de Castilla y su unión al de León y, simultáneamente, en el de Aragón, con la intervención suicida de Pedro II en las guerras del sur de Francia en defensa de los cátaros y la difícil minoridad de Jaime I. Pero una vez fueron solucionados estos problemas en ambos reinos, la ofensiva cristiana se empezó a poner en marcha, y tanto Fernando III como Jaime I fueron los principales adalides de la llamada Reconquista hispano-cristiana. Sobre los motivos que impulsaron a ambos monarcas a extender sus dominios sobre el sur peninsular hay que tener en cuenta un hecho sobre el que prácticamente están de acuerdo todos los historiadores y es que, durante los siglos XII y XIII, y hasta mediados del XIV, cuando irrumpe la Peste Negra (1348), la población se hallaba en una fase de importante y sostenido crecimiento. En Castilla y León, para donde los estudios demográficos en este período son muy escasos, hay, no obstante, un hecho que, por sí solo, demuestra este crecimiento de la
  • 11. población: que el proceso repoblador efectuado en todos aquellos territorios situados entre los ríos Duero y Tajo, en el reino musulmán de Toledo, en toda La Mancha, Extremadura, Murcia y en la Andalucía más occidental, necesitaba contar con un elevado potencial demográfico. Algunos autores, en relación a los índices demográficos para Castilla y León, y habiendo realizado escrupulosos análisis de las fuentes de la época, como por ejemplo los cartularios, han llegado a la conclusión de que durante estos siglos se elevó notablemente el índice de matrimonios, el promedio de hijos por pareja, la tasa de natalidad y la esperanza de vida. Las ciudades del norte de la Península, especialmente aquellas que se hallaban dentro la ruta jacobea, aumentaron considerablemente su población, ya sea por el asentamiento de población franca o por la aportación de la población rural; el caso es que una ciudad como León tenía, según algunos investigadores (C. Estepa Díaz) 1.500 habitantes a comienzos del siglo XII, más de 3.000 hacia el año 1200 y unos 5.000 a finales del siglo XIII. En la Corona de Aragón, se estima que desde mediados del siglo XII hasta mediados del XIV, la población prácticamente se duplicó como consecuencia de un alargamiento considerable de la esperanza de vida. Al respecto, se han efectuado estudios con restos óseos de distintas épocas y se ha determinado que los restos de individuos de entre 41 y 61 años de judíos barceloneses del siglo XIII son porcentualmente mucho más numerosos que los de individuos de otras épocas anteriores en el mismo segmento de edades. Además del natural crecimiento vegetativo de la población, otro factor que explica dicho aumento es la incorporación de los habitantes de los territorios conquistados, que se estiman en unos 150.000 -según los datos facilitados por los primeros fogatges, que en Aragón se institucionalizaron a partir de la segunda mitad del siglo XIV, la población total de la Corona de Aragón era de unos 900.000 habitantes. Como en el caso de Castilla y León, sólo un aumento considerable de los índices de población para este período, anterior siempre a la fatídica pandemia de la Peste Negra de 1348, puede explicar la repoblación que se llevó a cabo en los territorios conquistados por el reino de Aragón: Islas Baleares, parte de Valencia y parte de Murcia. La conquista de Mallorca.Las frecuentes incursiones y los ataques a que los piratas musulmanes establecidos en las Baleares sometían los navíos comerciales aragoneses, hizo que en la mente de Jaime I y en la de muchos nobles creciera la idea de realizar una expedición militar de envergadura contra las islas. Pero más que una simple expedición de castigo, el monarca pretendía una conquista de las mismas en toda regla para establecer en ellas un protectorado totalmente libre de piratas que garantizara a los comerciantes barceloneses el control de la ruta comercial directa con el Mediterráneo oriental. Los medios económicos que se requerían para financiar una empresa de semejantes magnitudes se acordaron en diciembre del año 1228, en las Cortes que el rey convocó en Barcelona. Se quería evitar, por parte de la ambiciosa nobleza aragonesa, la injerencia de cualquier potencia extranjera, incluida la Santa Sede, en el proyecto y los magnates aragoneses y barceloneses se comprometieron a aportar ellos mismos sus propios contingentes de soldados, al tiempo que se acordó la repartición de las futuras conquistas. El día 5 de septiembre de 1229, de los puertos próximos a la ciudad de Tarragona partieron unos 150 navíos con casi mil jinetes y otros varios miles de infantes a bordo, para alcanzar, cuatro o cinco días después, la costa suroeste de la principal isla balear. Los musulmanes mallorquines, que no contaron con ningún tipo de ayuda de sus correligionarios del norte de África, no dificultaron la travesía ni opusieron resistencia al desembarco cristiano, sino que se ocuparon de intentar frenar el avance hacia Palma, la capital, y de reforzar sus defensas. Cuatro largos meses de asedio sobre la ciudad
  • 12. mallorquina hicieron falta a los aragoneses para que ésta cayera en diciembre de 1229. Luego, como era de rigor, la saquearon y las hostilidades se interrumpieron. Sin embargo, en las zonas montañosas de la isla, los musulmanes organizaron nueva resistencia y hasta mediados del año 1232 no pudieron ser definitivamente vencidos. Con respecto a la isla de Menorca (que no sería definitivamente conquistada hasta la época de Alfonso el Liberal), Jaime I inició con sus autoridades unas negociaciones para convertir a la isla en una especie de protectorado aragonés según el cual Menorca sería protegida a cambio del pago de unos tributos. Ibiza, por su parte, fue conquistada en agosto de 1235 por el arzobispo de Tarragona, Guillem de Montgrí, el infante don Pedro de Portugal y el conde de Roussillon, Nuño Sánchez. Según lo que se había acordado en las Cortes de Barcelona, se realizó un repartimiento y una repoblación de las islas. Con respecto a Mallorca, la distribución se hizo en dos partes: la medietas regis y la medietas magnatum. La medietas regis, que alcanzaba una extensión de unas 150.000 ha (algo menos de la mitad de la extensión total de la isla) y comprendía unas dos mil casas, 24 hornos y dos baños, se distribuyó entre la Orden del Temple (22.000 ha de tierra), el infante don Alfonso de Aragón, primogénito del rey y su primera esposa doña Leonor de Castilla, (14.500 ha), funcionarios personales del rey (65.000 ha) y otros hombres de diferentes ciudades y villas que habían participado en la conquista (50.000 ha). La medietas magnatum fue subdividida en cuatro partes o porcioneros entre el conde Nuño Sánchez de Roussillon, el obispo de la ciudad de Barcelona, el conde de Ampurias y Guillem de Montcada, vizconde de Béarn. La isla de Ibiza, por su parte, fue repartida de manera exclusiva entre el arzobispo de Tarragona, Guillem de Montgrí, y el magnate Bernard de Santa Eugenia, y repoblada con individuos de la zona del Ampurdán. En Menorca, donde se habían refugiado miles de musulmanes procedentes de las otras islas, se procedió a reducirlos a servidumbre o a venderlos como esclavos. Las islas de Mallorca e Ibiza, así como los condados de Roussillon y Cerdagne, el señorío de Montpellier, el vizcondado de Carlat y la baronía de Ompelas, se convirtieron en el Reino de Mallorca a partir de las Cortes del año 1262, en que el rey Jaime I de Aragón ordenó que dichos territorios le fueran otorgados a su hijo, el infante don Jaime de Aragón, hijo de su segunda esposa, doña Violante. Este infante don Jaime de Aragón, en 1276, se convirtió en el rey Jaime II de Mallorca (1276-1311) y establecería su corte en la ciudad de Perpignan. La conquista del reino musulmán de Valencia.A diferencia de la conquista de Mallorca, en la que participaron principalmente los barceloneses, la del reino musulmán de Valencia se realizó tanto por parte de elementos barceloneses como aragoneses. Aquí participaron la nobleza y el clero de Aragón, las Órdenes Militares del Temple y del Hospital, las milicias de los pueblos del Bajo Aragón (Teruel, Daroca, Calatayud) y de las comarcas de Lérida y Tortosa, así como de otras del interior del condado de Barcelona. Y fue una conquista lenta. El método consistía en ir devastando las comarcas próximas a las principales poblaciones, para luego terminar asediándolas y forzarlas a la capitulación. Mediante los pactos de capitulación, los conquistadores respetaban la vida, las leyes, las costumbres y las propiedades a los conquistados, lo que explica que gran parte de la población musulmana permaneciera en sus casas. De esta forma, el monarca aragonés se aseguraba el dominio del territorio, con la consiguiente puesta en marcha de un proceso repoblador. En la conquista de Valencia cabe señalar tres etapas bien diferenciadas. La primera, entre los años 1232 y 1235, fue la conquista del norte del reino, en la que, con el acuerdo de la Orden del Hospital y con el magnate don Blasco de Alagón, que ya había
  • 13. conquistado Ares y Morella (al norte de la actual provincia de Castellón), Jaime I tomó Burriana (julio de 1233), para continuar con Almazora, Castellón de la Plana, Borriol, Cuevas de Vinromá, Alcalá de Chivert, Cervera y Vilafamés, entre otras. La segunda etapa se desarrolló entre 1236 y 1238, después de las Cortes Generales de Monzón (1236). En ellas, el rey pidió ayuda para la empresa y obtuvo, incluso, la bula del Papa Gregorio IX para realizar nuevas conquistas en concepto de Cruzada. Se acometió la parte central del reino de Valencia, incluida la capital, hasta el río Júcar, y dio comienzo con la toma de El Puig (agosto de 1237). Luego cayeron Almenara, Vall d’Uixó, Nules, Paterna, Silla y Valencia (9 de octubre de 1238), que capituló tras cinco meses de asedio. La tercera etapa, entre 1239 y 1245, se centró en la zona meridional, con la ocupación y conquista del reino de Denia. Comenzó con la toma de Cullera y siguió con Castellón de la Ribera, Denia (1240), Alcira (diciembre de 1242), Játiva (mayo de 1244), Montesa, Vallada, Mogente (1244) y Biar (1245). La repoblación de la zona norte de Valencia, coincidente más o menos con la actual provincia de Castellón, se realizó donando amplios territorios a las órdenes del Temple y del Hospital, así como a numerosos magnates aragoneses, sistema que favorecía a la nobleza. Pero a partir de la toma de Valencia en 1238, la repoblación se efectuó con elementos barceloneses para las poblaciones y lugares abandonados del litoral y con aragoneses para el interior de las comarcas, mientras que en las zonas más meridionales se mantuvo la población musulmana y no hubo prácticamente repoblación. Esto último ocurrió también con respecto a las conquistas de la última etapa. La gran desproporción entre la población musulmana que se quedó en su territorio y los contingentes repobladores de población cristiana, que en muchas zonas fue escaso, es uno de los factores que explican las continuas rebeliones que tuvieron lugar a partir de 1247, como la protagonizada por al-Azrak en la zona montañosa situada al sur de la actual Gandía (Valencia). Esto provocó que se dictara un decreto de expulsión que afectó a más de 100.000 musulmanes y, en consecuencia, una fuerte aportación de elementos repobladores cristianos entre los años 1248 y 1270. La conquista castellana de Andalucía y Murcia.Antes del año 1230, en que se produjo la segunda y definitiva unión entre Castilla y León tras la muerte del rey Alfonso IX de León (1188-1230), el propio reino leonés ya había emprendido la conquista de Extremadura, con la recuperación de Cáceres, Mérida y Badajoz. En estas conquistas, la Orden de Santiago tuvo una participación muy importante y el rey leonés le entregó un señorío de enormes dimensiones que se extendía desde Montáñez hasta las estribaciones de Sierra Morena. El reino de Castilla, por su parte, aprovechando también las discordias entre los distintos reinos musulmanes después de la muerte del califa almohade Abu Yacub Yusuf en 1124, tomó varias poblaciones de la zona del alto Guadalquivir, como Andújar, Baeza, Martos… A partir de 1230, la unión de los dos reinos en uno solo bajo el cetro del rey Fernando III el Santo, trajo consigo una ofensiva militar sin precedentes por la Andalucía occidental. En 1231, los castellano-leoneses tomaron Cazorla; en 1232, Úbeda, Iznatoraf y San Esteban; en 1236, Córdoba, la esplendorosa y antigua capital del Califato; y en 1241, Lucena. Varios años después, en 1247, mientras el infante don Alfonso ocupaba el reino musulmán de Murcia, su padre Fernando III regresaba al reino de Jaén para terminar de someterlo y evitar que las continuas razzias que estaba llevando a cabo pusieran en peligro aquellas plazas ocupadas con anterioridad. (Interior del Alcázar Nuevo de Jaén). Así, y tras una lucha encarnizada, Fernando III tomó Jaén, la capital del reino, en 1246. Toda la campiña y la serranía cordobesa fueron ocupadas a continuación, preparando el
  • 14. camino hacia Sevilla. Por ese camino, una serie de poblaciones como Carmona, Lora, Alcalá de Guadaira, etc…, fueron cayendo con relativa facilidad, pero conquistar Sevilla, capital del Imperio almohade en Al-Andalus, se convirtió en una ardua tarea. Para la toma de Sevilla fue preciso llevar a cabo un doble cerco por tierra y por río. El cerco fluvial fue realizado por una escuadra naval al mando del marinero don Ramón de Bonifaz que, desde los puertos del mar Cantábrico y rodeando la parte occidental de la península, logró remontar el río Guadalquivir. El maestre de Santiago, don Pelay Correa, por su parte, desde tierra, sometió a la ciudad musulmana a un duro asedio. La acción conjunta de ambas fuerzas hizo que en el año 1248 Sevilla capitulara. A finales del mismo año, el rey don Fernando entró en la ciudad. Jerez, Medina Sidonia, Arcos de la Frontera y otras poblaciones de la zona de las Marismas y del Estrecho fueron las siguientes en caer. La taifa de Niebla lo hizo en 1262, siendo ya rey de Castilla y León don Alfonso X el Sabio. (Conquista de Sevilla por Fernando III el Santo, por Francisco Pacheco, 1564-1644) A partir de aquí se procedió a realizar una castellanización lo más rápida posible de todo el valle del Guadalquivir, cosa que no nada fácil. La población musulmana de aquellas zonas que habían presentado mayor resistencia (Jaén o Sevilla) fue expulsada sin más; sin embargo, la de los territorios donde no había habido tanta oposición, fue obligada a abandonar las ciudades pero se le permitió establecerse en el campo. El sistema de repoblación que se puso en práctica fue el del repartimiento; es decir, las casas y las tierras de los musulmanes que habían sido forzados a emigrar se entregaban a los cristianos que se decidían a instalarse en los nuevos territorios ocupados. Con ello, las autoridades castellano-leonesas trataban de asegurar las todavía débiles fronteras frente a las hostilidades del único reducto musulmán que quedaba en la península Ibérica a partir de la segunda mitad del siglo XIII: el emirato nazarí de Granada, que se extendía por las actuales provincias de Málaga, Granada y Almería. Las zonas de frontera más peligrosas, por tanto, se entregaron a las diferentes Órdenes Militares. Se potenciaron también los concejos o cabezas administrativas de amplios territorios a los que se dotaba de fueros propios, tal y como se había hecho también en los procesos repobladores de los valles del Duero y del Tajo. En la Andalucía Bética la huella islámica era muy profunda y el proceso de castellanización fue complejo y muy largo. La mayoría de los repobladores procedían de las actuales provincias de Burgos, Palencia o Valladolid, aunque también de Toledo y Guadalajara; también había gallegos, asturianos o navarros, y hasta genoveses, entre los repobladores, pero en mucha menor medida. Las concesiones que se hacían eran de dos tipos: los donadíos o grandes extensiones de terreno con los que se premiaba a la nobleza, a las Órdenes Militares o a la propia Iglesia, y los heredamientos o bienes (casas y huertas) entregados a los que se instalaban en las ciudades; el número y extensión de estos bienes variaba en función de la condición social de la persona que recibía la concesión. Por lo que respecta a la conquista del reino de Murcia, ésta se realizó en unas circunstancias un tanto excepcionales. Una serie de problemas internos provocados por los caudillos locales y alentados por el propio emirato nazarí de Granada, llevó a las autoridades musulmanas de Murcia a firmar con los castellanos el tratado de Alcaraz en el año 1243. En virtud de este tratado, el rey de Murcia, Muhammad ibn Hud, se convirtió en vasallo de Fernando III y le entregó todas las fortalezas de su reino. Ese mismo año de 1243, el infante don Alfonso tomó posesión de la ciudad de Murcia de forma pacífica, aunque tuvo que enfrentarse en otras poblaciones, como Lorca, con los líderes locales que se negaron a aceptar el tratado. Don Alfonso obtuvo finalmente el control de la zona y, durante los veinte siguientes años, el reino de Murcia fue una especie de protectorado castellano. En 1264, siendo ya rey de Castilla y León don
  • 15. Alfonso X el Sabio (1252-1284), se produjo una revuelta de mudéjares por todo el sur de la península, una revuelta instigada tal vez por el reino de Granada y que en el reino de Murcia tuvo especial repercusión. Doña Violante, esposa de don Alfonso X el Sabio e hija del rey Jaime I de Aragón, pidió ayuda a su padre y éste envió a Murcia una fuerza militar al mando de su propio hijo, el infante don Pedro (futuro Pedro III el Grande). Restablecido el control sobre el reino de Murcia en 1266, se puso en marcha un proceso repoblador similar al del repartimiento aplicado con anterioridad en la Andalucía occidental. Este proceso de repoblación lo llevaron a cabo principalmente las autoridades castellano-leonesas, atendiendo a la firma de tratado de Alcaraz y, se produjo una fuerte castellanización de toda la región que abarcaba dicho reino. Los repobladores fueron, en su mayor parte, castellanos, pero hubo también un importantísimo contingente de aragoneses. (La alberca y los jardines del Alcázar Seguir, antiguo palacio árabe conservado dentro del conjunto monástico de Santa Clara la Real, en la ciudad de Murcia). Política ultrapirenaica del rey don Jaime.Durante la Cruzada contra los cátaros, Louis IX de Francia (1226-1270) -gracias, sobre todo, a la iniciativa llevada a cabo por su madre, doña Blanca de Castilla, regenta del reino entre los años 1226 y 1234-, consiguió ocupar y conquistar las tierras del Languedoc, arrebatándoselas al conde de Toulouse, Raymond VII. El marquesado de Provenza -la Provenza situada al norte del río Durance- que pertenecía a los condes de Toulouse, pasó a manos de la Corona francesa convirtiéndose en el condado de Venaissin. Pero la Provenza del sur, es decir, el llamado condado de Provenza sobre el que el condado de Barcelona mantenía su influencia, cayó también bajo el control del reino de Francia durante el reinado de Louis IX. De hecho, Ramón Berenguer IV, conde de Provenza y de Forcalquier (y nieto de Alfonso II el Casto de Aragón), designó heredera del condado a su cuarta hija, Beatrice de Provenza, quien ocupó ese cargo en el año 1245. Pero al año siguiente, Beatrice contrajo matrimonio con Charles, conde de Anjou y Maine y hermano del propio rey Louis IX, convirtiéndose en marqués de Provenza y conde de Folcarquier (en 1265 se convertiría también en rey de Sicilia con el nombre de Charles I (1265-1285). La intromisión definitiva y efectiva del reino de Francia en el Languedoc y en la Provenza, hizo que el reino de Aragón y la casa de Barcelona perdieran sus posibilidades de influir en los asuntos políticos de toda la región del sur de Francia. Así las cosas, Jaime I de Aragón se vio obligado a firmar un pacto con Louis IX que ha pasado a la historia con el nombre de Tratado de Corbeil, por el cual el reino de Aragón renunciaba a todas sus pretensiones por los territorios del otro lado de los Pirineos y se establecía la frontera real entre los dos Estados. Este Tratado se firmó en mayo de 1258 en la ciudad de Corbeil (actual Corbeil-Essonne, en la región de Île-de-France) y, por él, el rey Louis IX cedió a Jaime I todos los derechos que el reino de Francia pudiera tener sobre las zonas o poblaciones enclavadas dentro de los condados de Barcelona, Urgell, Besalú, Roussillon, Ampurias, Cerdagne y Conflent, y Gerona y Aussonne. Una de las áreas sobre la que el rey francés perdía sus derechos era el condado de Roussillon, que limitaba al norte con la barrera natural de los montes Corbières y abarcaba casi toda la actual región francesa de los Pirineos Orientales -la actual comarca de los Fenouillèdes quedó, no obstante, integrada en el reino de Francia; de hecho, hoy en día, los Fenouillèdes son la única comarca o región natural de los Pirineos Orientales en la que no se habla el idioma catalán. De la misma forma, Jaime I cedió a Louis IX todos los derechos que podía tener sobre la ciudad de Carcassonne y su región; sobre Razès y su entorno; sobre las ciudades y los vizcondados de Beziers, Minerve, Agde, Albi, Rodez, Cahors y Querci; sobre el ducado
  • 16. de Narbonne; sobre Puylaurens, Quéribus, Castelfizel, Sault, Fenouillet, Pierrepertuse, Millau, Gévaudan, Grézes, Nîmes, Toulouse, Saint-Gilles y, en fin, sobre todas aquellas regiones que se hallaban bajo la influencia y dominio del condado de Toulouse. Con el Tratado de Corbeil, pues, se realizaba un intercambio de territorios de manera que ningún enclave pudiera corresponder administrativamente a los dos Estados a la vez. Sin embargo, Louis IX no pudo conseguir del condado de Foix la plena integración dentro de su reino, puesto que su conde siguió rindiendo homenaje al rey aragonés.
  • 17. Últimos años del reinado de Jaime I y la partición del reino.(Busto de Jaime I el Conquistador, por Nassio Bayarri Lluch). Los últimos años del reinado de Jaime I el Conquistador coincidieron con la Octava Cruzada, liderada, al igual que en la Séptima, por el rey Louis IX de Francia. En septiembre de 1269, Jaime I partió de Barcelona con su armada para dirigirse al puerto de Aigues-Mortes, una bastida portuaria situada muy cerca de Montpellier, que se había convertido en el punto de reunión y partida de las Cruzadas. No obstante, y debido a una fuerte tormenta que dispersó las naves aragonesas, y también, posiblemente, a un pacto firmado con el sultán hafsida de Túnez unos años atrás, Jaime I renunció a la Cruzada. Jaime I tuvo dos esposas. La primera fue la infanta doña Leonor de Castilla y Plantagenet, hija de don Alfonso VIII el Noble o el de Las Navas, rey de Castilla entre los años 1158 y 1214. Con ella se casó en enero de 1221 y, tras este matrimonio, don Jaime obtuvo la mayoría de edad y fue armado caballero en la ciudad de Tarazona, actual provincia de Zaragoza. Sin embargo, en 1229 el rey don Jaime solicitó del Papa Gregorio IX la nulidad de este matrimonio aduciendo razones de consanguinidad, y éste último se la concedió. A raíz de la separación, doña Leonor se retiró al monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas, monasterio cisterciense femenino situado en la actual provincia de Burgos, en el que murió en el año 1244 y donde fue enterrada y momificada. El acuerdo de separación establecía que doña Leonor conservaría la propiedad de la población de Ariza y su castillo y cuantas posesiones y rentas tuviera en el reino de Aragón, así como la custodia del infante don Alfonso de Aragón y Castilla, hijo único hijo, y primogénito, de ambos. La segunda esposa del rey don Jaime fue Yolanda de Hungría, hija del rey András II de Hungría, con quien contrajo matrimonio en septiembre del año 1235. A Yolanda de Hungría se le conoce con el nombre de doña Violante. Violante aportó como dote una fuerte cantidad de dinero, así como los derechos sobre el condado de Flandes y los territorios que su familia había poseído en Nemours y en Borgoña. Fue reina consorte de Aragón, Mallorca y Valencia, condesa de Barcelona y Urgell y señora de Montpellier. Doña Violante de Hungría, mujer de mucho talento y gran carácter, desarrolló un papel político importantísimo en el reino de Aragón, ya que intervino en la imposición de las condiciones de rendición al rey Zayyan ibn Mardanix de Balansiya del año 1239 y en la redacción del Tratado de Almizra (1244) con el reino de Castilla, en la que se delimitaba la frontera con el reino vecino, aunque trató, no obstante, de enemistar al infante don Alfonso, hijo de doña Leonor de Castilla, con su padre, el rey de Aragón. Murió en el año 1251 y fue enterrada en la abadía cisterciense del Real Monasterio de Santa María de Vallbona, en el actual municipio urgelino de Vallbona de les Monges. Doña Violante de Hungría fue madre de diez hijos, entre los que se encuentran: la infanta doña Violante de Aragón, casada con el rey don Alfonso X el Sabio de Castilla (1252-1284); el infante don Pedro de Aragón, futuro rey don Pedro III el Grande de Aragón y Valencia y conde de Barcelona (1276-1285); doña Constanza de Aragón, esposa del infante don Manuel de Borgoña y de Suabia; el infante don Jaime de Aragón, futuro rey don Jaime II de Mallorca y conde de Roussillon y Cerdanya (12761311); o la infanta doña Isabel de Aragón, esposa de Philippe de Francia, que se convertiría en el rey Philippe III el Atrevidode Francia. En 1241, Jaime I procedió a realizar un primer reparto del reino, según la concepción patrimonial que se tenía en la época. Con ese reparto, su primogénito, el infante don Alfonso de Aragón y Castilla, recibiría el reino de Aragón y el condado de Barcelona, mientras que su hermano Pedro heredaría Mallorca, Valencia y Montpellier. Sin embargo, en el año 1243 nació Jaime y el monarca aragonés se vio obligado a rehacer su repartición inicial. Según esta nueva repartición, don Alfonso sólo recibiría Aragón;
  • 18. don Pedro, el condado de Barcelona, y don Jaime obtendría Mallorca, Valencia y Montpellier. Por último, en 1260 el infante don Alfonso desposó a Constance de Béarn, hija del vizconde Gaston VII de Béarn y de su esposa la condesa de Bigorre, pero tres días después, “entre los regocijos de su boda”, don Alfonso murió. El nuevo reparto se realizó en 1263 y según éste el infante don Pedro fue nombrado heredero de los reinos de Aragón y Valencia y conde de Barcelona, títulos que ostentaría a la muerte de su padre, acaecida en 1276, con el nombre de Pedro III el Grande; por su parte, su hermano el infante don Jaime se convertiría a partir de 1276 en el rey don Jaime II de Mallorca, conde Roussillon, conde de Cerdanya, señor de Montpellier y barón de Ompelas. Esta última repartición fue ratificada en el testamento definitivo que don Jaime I de Aragón mandó redactar en 1272. El día 27 de julio de 1276, el rey don Jaime murió en la localidad valenciana de Alcira, según la Crónica de Ramón Muntaner, escrita entre los años 1325 y 1332. Alcira era una villa que revestía gran importancia por ser la única por la que podía cruzarse el río Júcar y desde la que se podía realizar un exhaustivo control sobre un total de cuarenta y dos localidades, todas ellas situadas en las proximidades de la frontera sur del reino de Valencia. En Alcira, el rey don Jaime tenía una residencia oficial, la llamada Casa Real o Casa de la Olivera, y en ella pasaba largas temporadas. Don Jaime I, antes de morir, abdicó en favor de sus hijos y luego fue amortajado con los hábitos de císter. Tras esto, el cadáver fue trasladado a Valencia, la capital del reino, y de allí al monasterio de Poblet, en la actual provincia de Tarragona, donde fue enterrado definitivamente.